El día en que me tocó leer en la Biblia el pasaje donde se nos dice que somos un pueblo de reyes y sacerdotes y, además, TODOS ministros competentes, lo primero que me pregunté a mí mismo, fue: ¿Y por qué si todo el pueblo somos ministros competentes, la mayoría de los ministerios que conozco, no lo son? Quizás usted mismo se haya hecho esta misma pregunta. Esta producción de trece capítulos, creo, tiene la respuesta clara, concisa, concreta y específica, sin ninguna de esas “vacas sagradas” evangélicas que, sólo por costumbre y tradición, no nos atrevemos a cambiar, pero que de bíblicas no tienen absolutamente nada.
Sé que a muchos, intentar decir algo que no es lo que dice la iglesia mayoritariamente, se les presenta casi en el plano o nivel de blasfemia o herejía. Y muy bien que lo sería, si no fuera porque la Biblia no dice lo que decimos, sino lo que dijo Dios, aunque muchos hombres de prestigio, que en ningún momento fueron tomados como blasfemos o herejes, se arrogaron el derecho de modificar algo que Dios dijo para adecuarlo a sus intereses sectoriales, denominacionales o, sencillamente, particulares y personales.
Yo comencé a ser libre el día que Dios me mostró que Él no era Católico Apostólico Romano como me lo habían hecho creer durante treinta y un años de mi vida. Después de varios años de militancia eclesiástica activa, mi libertad se ha completado en Cristo, en el mismo instante en que Dios volvió a mostrarme que tampoco es Evangélico, ni protestante, ni nada. Simplemente sigue siendo DIOS. Y no es poco, créalo.
Es mi oración que disfrute de esta producción y que la utilice para madurar y crecer, y de ninguna manera para debatir, polemizar, discutir y mucho menos establecer contienda con nadie.