Emblemas del Viento Libre
Podría haber titulado esto como eleudseróo pneúma, y seguramente alguna crem religiosa me hubiera felicitado por el alto nivel evidenciado. Seguramente hubieran dicho que eso, enorgullece a la iglesia y que blá blá, y blá, tres letras juntas a las que el pueblo evangélico tradicional es demasiado afecto. Pero creo que ya te habrás dado cuenta hace mucho tiempo que, si bien soy parte del pueblo santo, la realidad me muestra que soy mucho más pueblo que santo. Así que elegí mi amado idioma nacional, que, si bien técnicamente se denomina como español, todos aquí sabemos que en realidad debería llamarse simplemente argento. Porque una cosa es la pureza del idioma español con todos sus verbos y giros gramaticales y otra muy distinta esta mezcla rara como brotada después de una noche de juerga, que es ese cocoliche que hablamos por estas tierras y que nosotros seguimos llamando…castellano.
Entonces, te cuento que elegí este título porque surgió de un algo no previsto ni preparado. Soy un ministro del Señor con dirección para la enseñanza y, en cada uno de mis trabajos, procuré siempre aportar algo más, algo fresco o algo nuevo a partir de lo que el Espíritu Santo me mostrara. Pero, justo es reconocerlo, todavía muy influido por la cultura eclesiástica, en cada uno de esos casos procuré no irme por ninguna rama verbal y darle al texto bíblico literal el espacio adecuado para decir lo que debiera decir. Sólo cometí un error que hoy y ahora comenzaré a tratar de enmendar: empecé a hablar con la gente en idioma evangélico. O sea: se me pegó el idioma Reina Valera. Y eso, me guste o no, sigue siendo religión. Evangélica, pura, bien intencionada y ultra bíblica, sin ninguna duda, pero religión al fin.
Y esa duda me llevó a orar por algo puntual y específico: pedirle al Espíritu Santo que me mostrara si habría otro modo de trasladar esas enseñanzas semanales que hace tantos años estoy entregando, un léxico real que esté alejado de la típica y tradicional jerga interna que traigo por espacio de más de treinta años. No reniego de ella, porque me permitió comunicarme, hacerme entender y llevar al fin y al cabo a cada uno de los receptores el fundamento que debía llevarles. Pero; ¿Cuántos de ustedes saben, como yo, que el Espíritu Santo siempre tiene respuesta a preguntas realizadas con ánimo de servicio corporal? Me dijo que sí, que se podía hacer eso, pero que para que fuera posible, debía dejarlo fluir a Él y no estorbar yo con mis elucubraciones teológicas personales. Auch…
Obedecí. Y lo hice del modo más complicado que se nos puede presentar a los ministros: haciendo a un lado toda nuestra capacidad de organización y detalle y dejándolo fluir a Él como a Él le viniera en gana. No fue fácil para nada, te lo aseguro. Porque allí descubrí con cierta emoción que el peor enemigo que tiene Néstor como ministro del Señor, es un hombre de carne y hueso, con pasado periodístico y cierta minúscula formación cultural, llamado Néstor. O sea, yo mismo. No me extrañaría para nada que a muchos de ustedes que hoy me leen, les estuviera sucediendo algo parecido en el área que sea de sus vidas personales. Si mi mayor obstáculo es la carne, ese Néstor físico, natural y humano, no será justamente quien más colabore con el Néstor ministro del Señor.
Néstor, o como sea que mi Padre me llame en su ámbito celestial, donde todos tenemos y tendremos un nombre nuevo. Nuevo con relación al terrenal que figura en nuestros documentos, pero antiguo en lo espiritual, ya que data desde antes de la fundación del mundo. Lo has leído a eso, estoy seguro. Y allí fue donde no pude evitar rememorar la imagen de Juan en la desolación de Patmos. Fue una idea desconocida en mis ideas tradicionales, que me visitó en varias ocasiones. Escribe lo que veas sin cuidar las formas, era lo que me llegaba desde adentro. Claro…¡Facilísimo! Okey, Espíritu Santo, te he entendido perfectamente. Te oigo a ti y, tal como tú me lo dices, yo lo repito y listo. Facilísimo. Sólo una duda: ¿Cómo se hace eso? ¿Tengo que diagramar lo que debo decir y luego armarlo?
No. Esa fue la amorosa pero seca y firme respuesta. Esta vez no harás eso. Simplemente te sentarás en tu teclado, cada día, y escribirás lo que te dicte. Y no le pondrás títulos ni números. Tampoco repetirás, como papagayo amaestrado, capítulos y versículos que todo el mundo cristiano ya debería conocer de memoria. Sólo hablarás de lo que vives y sabes, pero tal como te brote y como sepas. Estoy seguro que Él vio mi mandíbula caída hacia abajo en señal de estupor o desorientación. Y como me tiene y nos tiene tanta misericordia y paciencia, puso su mano en mi hombro y dijo: simplemente escribe, yo haré el resto. ¿Alguna vez esa maravillosa voz que no sale de ninguna parte y brota de todas al mismo tiempo, te dijo algo así? A mí tampoco. Imagínate mi rostro…
Y puedes seguir imaginándote mi reacción inmediata. No suelo ser lento en estas cosas porque, de alguna manera, tengo cierto ejercicio profesional para el diálogo veloz, para el ida y vuelta coloquial y para preguntar con criterio. Pero me olvidé con quien estaba hablando. Algo sonó así: Y no me preguntes cómo lo haré, porque yo soy viento y nadie sabe de dónde vengo ni hacia dónde voy, así que simplemente acepta sorprenderte cada día con esto que, seguramente, desde tu “profesionalismo”, te sabrá a una mezcla informe sin orden ni esquema. Y si no me estorbas con tus iluminadísimas imaginaciones de escritor de panfletos, yo podré ser lo suficientemente libre para que lo que escribas pueda bendecir la vida de aquellos que lo necesitan. ¿No era esa tu oración ministerial preferida? Sí, Padre; sigue siéndola. Eso es un símbolo, un estandarte, un emblema en mi vida.
Emblemas del Viento Libre. Ese es el único título que le darás esto. ¿Capítulos o subtítulos nada, Señor? Capítulos y subtítulos, nada. Así escribe el mundo. Nosotros pensamos, decretamos, soltamos y escribimos textos uniformes y completos. No es nuestra responsabilidad que luego el hombre haya fabricado de ellos capítulos, versículos, títulos y subtítulos. Perdón, Señor, pero hoy la gente lee mucho menos que hace algunos años atrás, y si le damos una masa compacta, no creo que se sienta con mucho deseo de meterse en su lectura. ¿No puedo tal vez dividir esto por temas, tanto como para agilizar su lectura? No. No puedes. Los que necesitan leerlo, lo harán, no te preocupes. Yo los enviaré allí. Mi Espíritu suele ser muy convincente.
Listo, Padre. ¿Cuándo empezamos? Ya mismo. ¿Cómo que ya mismo? ¡No tengo ni la menor idea sobre qué escribir, ya mismo! Es que yo no te dije que escribas ya mismo, te dije que empezábamos. ¿Es que ya no sabes cómo se empieza algo en alineación conmigo? Ehhh… ¿Orando, Señor? Obvio, es la única vía de comunicación que tenemos. Tus computadoras, tus redes y tu teléfono te sirven para escribirte con otras personas, aunque no siempre para comunicarte, pero conmigo no te sirven de nada. Si no hablas en tu intimidad conmigo, jamás sabrás que quiero o qué NO quiero, ¿Entendido? Entendido. Ya mismo dejo todo como está y, antes de irme a dormir, oraré por esto. Lo que suceda mañana, ya no es mi asunto, creo fielmente que es el tuyo. ¿Amén? Amén.
El comentario, esta mañana, estaba escrito con respeto y comprensión, pero con un inocultable sello de fastidio y contrariedad. Lo firmaba simplemente José, probablemente un seudónimo, y decía textualmente: “Soy una persona mayor, con muchos años en la iglesia, y no puedo aceptar ni incorporar todo lo que ustedes, los jóvenes de hoy, pretenden añadirle al evangelio tradicional. Entiendo que la sangre nueva llegue con ínfulas de cambios y reformas, pero no es eso lo que nosotros los mayores necesitamos. Dios es el mismo ayer, hoy y siempre, y no es aceptable que se lo presente como reformador de una iglesia de dos mil años. Lo insto a modificar sus enseñanzas.”
Lo cerraba con un Dios le bendiga y con aleluyas y glorias a Dios. Busqué la manera de responderle, pero no había forma. La dirección de correo que había dado era inexistente. Una verdadera pena. Suele suceder. De gente muy valiente y de alto coraje, está repleta la iglesia. Y digo que es una lástima, porque no me dio la oportunidad de comentarle que en los próximos días estoy por cumplir los ochenta. Si a eso, este “hombre mayor”, le llama “jóvenes de hoy”, entonces me temo que el que debe cambiar algunas cosas, es él. Es muy cierto que de salud estoy impecable y que mi espíritu sigue siendo enteramente joven, pero…ochenta años, son…ochenta años, ¿Les queda claro?
Entonces, ahí viene cuando tú, que tal vez consumes algunos de nuestros trabajos espirituales, te preguntas por qué este hombre, (O sea: yo), con esta edad, en lugar de estar jugando con sus nietos, viendo fútbol por la tele o sencillamente tomando algo fresco mientras disfruta de la naturaleza y de una vida que Dios mismo le está regalando, elige meterse en una guerra casi personal que todos los días es capaz de traerle un nuevo enemigo. O el mismo, pero agrediendo a través de distintos cuerpos. Gracias por tu empatía, pero yo me he preguntado lo mismo muchas veces y siempre encontré la misma respuesta: Porque es lo que mi Señor me envió a hacer. Y supongo que vas a entenderme y creerme si te digo que, contra eso, no tengo absolutamente más nada para decir o añadir.
De hecho, Él no me mandó a abrir iglesias, ni a ser pastor de ninguna, ni tampoco a hacer proselitismo evangelístico y, con el resultado obtenido, armar grupos de aprendizaje o de alguna cosa parecida que produzca algún interesante ingreso de prestigio y, por ende, también de un dinero extra que, en mi país, créeme que siempre es vital. Yo ya conté que mi Padre celestial me sacó de mi trabajo secular cinco años antes de la edad de retiro por jubilación. Y no lo hizo para que fuera a sentarme en un banco de una plaza a arreglar un mundo que no tiene arreglo, con otros señores jubilados. El me dio un diamante y me enseñó como usarlo para rasgar esas cantidades monstruosas de cajas de cristal llamadas babilonias religiosas, para rescatar de su interior a sus cautivos.
Con los primeros liberados les aseguro que me sentí acariciando estrellas y planetas con las manos. ¡Era tan sencillo sacarle los cautivos a la religión! ¿Cómo no se le ocurrió a nadie, antes? Mi ego se infló unos centímetros y por momentos me sentí hasta con posibilidades ciertas de ir a la casa de algún amigo a sanarle la suegra con fiebre. Pero luego lo pensé mejor. Estos tiempos son tan distintos a aquellos, que no hubiera sido raro que me quedara sin amigos por hacer cosas así. Decimos creer en Dios, confiar en Él y amarlo por sobre todo y todos, pero no siempre tenemos claro hacia dónde se dirige cuando se mueve, y ni hablar de alinearnos con Él en ese andar.
Porque, al poco tiempo de empezar a cumplir con mi sagrada misión, caí en la cuenta que me estaba dando de narices con dos enemigos básicos. Uno, el legendario, el líder del reino de las tinieblas y su bandada de demonios amaestrados, nada nuevo, era de esperarse. Pero el otro, ese sí que resultó una novedad incomprensible. Porque a poco de ir metiéndome más y más en Palabra fresca y revelada y dejando a un lado la hojarasca recibida por años, fui cayendo en la cuenta que había muchos, pero muchísimos cautivos, que, a la hora de tomar la gran decisión, no se atrevían, por hache o por be, y elegían quedarse como cautivos de lo conocido, en lugar de pasar a ser libres de lo desconocido.
Tontos, ignorantes, dos de los calificativos que se te ocurren en el primer momento, porque, piensas: ¿Cómo puede ser que alguien, habiéndose dado cuenta que está cautivo de una serie de rutinas, muletillas, fraseologías y rituales que no lo llevan a ninguna parte, en lugar de aceptar una libertad que le permitirá ser, entre otras cosas, más que vencedor, elige quedarse con eso vetusto que ya ha visto fracasar decenas de veces? De hecho; cuando se te pasa el primer impulso, que como buen argentino que uno es, es el de ir y gritarles cuatro cosas a esos religiosos voluntarios, comienzas a darte cuenta que la cosa pasa por otro costado que no es simplemente el de la tontera o la ignorancia.
El asunto, créeme, es bien espiritual. Porque el infierno tiene todo el caudal de fiesta y promiscuidad a su servicio para cautivar al mundo incrédulo y llevárselo al fuego eterno, pero también tiene un elemento básico y central para hacerlo con los que dicen ser cristianos: La Biblia. ¿La Biblia? ¿Cómo que la Biblia? ¡Si! ¿Nunca te dijeron que Satanás conoce mejor la Palabra que tú? ¿Lo creíste? De acuerdo, en parte es así, pero pongamos las cosas en su sitio. Satanás conoce la letra, el logos, mejor que cualquiera de nosotros, pero jamás podrá tocar la genuina Palabra de Dios, el rhema revelado. ¿Por qué? Porque no tiene al Espíritu Santo guiándolo. ¿Y entonces por qué a veces derrota a los cristianos? Simple: porque muchos de ellos tampoco lo tienen. O lo tienen, pero no le permiten guiarlos.
A mí me enseñaron, seguramente igual que a ti, que debía leer la Biblia, al menos un capítulo diario. De ese modo, me aseguraron, estaba cubierto por el poder de la Palabra y todo se me iba a hacer más sencillo. Lo hice. En primer término, sin poder resistir la más fácil de todas. Si tenía que leer un capítulo por día, ¿Qué mejor que leer los Proverbios, que justamente son treinta y uno, como esos meses que tienen esa cantidad de días? Me gustan los Proverbios porque es sabiduría pura, pero no me dio el pinet inicial de mis comienzos en el Camino para darme cuenta que mientras esos Proverbios son guía sabia para mi alma, lo que yo necesitaba desesperadamente para crecer en Cristo y no tanto en las historias del Antiguo Testamento, era alimento para mi espíritu.
Y a tu espíritu humano, amiga/amigo, lo único que lo puede alimentar es la Palabra de Dios revelada para hoy. Y a eso, mucho me temo que no lo vas a conseguir quemándote las cejas en un seminario. A eso solamente lo puedes acceder si el Espíritu Santo es una verdad en tu vida y se convierte en el único capaz de guiarte a toda esa verdad, que de paso te digo, es la única. Con eso en mente, un día te decides y empiezas a leer La Biblia. Y de inmediato, al segundo capítulo de Génesis, ya te sientes uno más de la cofradía santa. Si alguien no te ilumina, seguramente comienzas por ese libro, porque es el primero y todo libro que se lee se comienza por el principio. Es un error, pero a eso lo sabes mucho tiempo después. La Biblia se lee por dirección post oración, porque esa es la única manera válida y conocida para recibir revelación.
Tomas tu Biblia, tal vez por la mañana, mientras desayunas, y los primeros ocho o diez versos que lees, lo haces lentamente, asimilando y concentrándote en todo lo que dice. Al noveno o décimo, te traiciona la ansiedad natural y carnal y tomas velocidad. Quieres terminarlo para poder asumir que has leído lo que debías leer. Obviamente, a esa velocidad no entiendes nada, no registras nada y, al día siguiente, no recuerdas absolutamente nada de lo leído el día anterior. No obstante, eres perseverante y eso te hace tomar el hábito y, obviamente, recibir la bendición, que, aunque mínima o limitada, en comparación con la nada anterior, es enorme y te produce gozo.
Y si como sucede con una gran mayoría de creyentes nuevos, entremezclas tu lectura bíblica con la natural asistencia a la congregación a la que has empezado a concurrir, a los tres o cuatro meses, como máximo, y mitad por un algo natural y casi automático, y la otra mitad por copia, por imitación, ya que es lo que oyes mayoritariamente, empiezas a hablar en un nuevo idioma que te mencioné hace un instante. Que no es ni hebreo, ni griego ni arameo, sino el clásico y tradicional idioma evangélico: el Reina Valera. Y esto, que parece una nimiedad, es tan singular que merece un párrafo aparte.
¿Durante cuánto tiempo, -suponiendo que hayas cambiado-, pensaste que hablar la Palabra de Dios era repetir capítulos y versículos de modo textual, porque te enseñaron que eso era lo que bendecía y tenía poder divino? ¿Nadie entendió que hablar la Palabra de Dios, realmente era poderoso, pero no tenía nada que ver con repetir textualmente lo que la traducción más tradicional dice, y que decenas de distintas versiones también respetables, reproducen en muchos casos, de distinta manera? Evidentemente, no. Yo mismo me he sentido mal si proclamaba una Palabra de Dios sin recitarlo textualmente.
Y te aseguro que con esto no estoy avalando en absoluto las versiones denominadas de lenguaje popular o actual. No tengo nada contra ellas, pero en una gran proporción de casos, por no estar traducidas bajo unción divina, sino bajo conocimiento humano, llegan a desvirtuar el sentido de un texto al extremo de mostrarlo a veces de modo opuesto al que fue enviado por el Espíritu. Te lo paso en limpio: una cosa es hablar como habla la mayor parte de la gente, pero otra muy distinta es hacerlo como lo hace la gente maleducada o grosera. En mi país, hoy, está de uso utilizar lo que llaman “lenguaje inclusivo”. Es una larga y triste historia, esta, pero lo resumen usando el nosotros, nosotras y nosotres. Lo siento, Dios dijo Varón y Hembra. Punto. Y cuando escribo punto, no es por soberbia ni arrogancia, sino porque no tengo más nada para decir por una sencilla razón: Dios no dijo más nada al respecto.
De todos modos, el problema más grave que tiene el creyente genuino, es la inmensa cantidad de cristianos nominales con los que comparte. Porque muchos de ellos ostentan posiciones dentro de las organizaciones y, como tales, no es anormal que enseñen, prediquen y hasta interpreten a su modo ciertos pasajes inéditos. Así también fue en la antigüedad. Yo sé con total certeza que lo que está escrito en mi Biblia es la Palabra de Dios, pero es mi responsabilidad buscar la guía del Espíritu Santo para leerla, ya que no siempre lo traducido es fiel a lo dicho en los originales. Alguna vez aprendí y enseñé que en el primer versículo del Génesis no es lo mismo que diga En EL principio, cuando en los originales, en realidad, lo que dice es En UN principio. Y como este, hay muchos ejemplos más.
De todos modos, cuando comencé a dar mis primeros pasos ministeriales en la radio, ya traía los hábitos tradicionales de la enseñanza congregacional. Y para peor, del caso, de una bien conservadora. O sea: poca conversación y mucha Biblia. Ese era el estilo. Yo no encajaba del todo, pero estaba allí y respetaba las directivas pastorales. Lectura de un pasaje extenso, nada de versículos sueltos. Luego una introducción, tres puntos definidos y delineados y un cierre con contenido moral bien claro. Cualquier similitud con Homero NO ES coincidencia casual. Buenos mensajes, pero ciento por ciento intelectuales y decididamente almáticos. Te diré algo. De ciertos hombres que marcaron mi vida con sus enseñanzas, aún hoy a cuarenta años de distancia, recuerdo sus mensajes. De los que predicaban todos los domingos en la congregación, pese a haberlos escuchado por años, no me acuerdo de ninguno.
Los adversarios más progresistas, no eran demasiado distintos. Menos Biblia, pero más bullicio, mucha oración en lenguas y muchos mensajes y predicaciones mechadas con echadas fuera de demonios, pero la realidad, dejaría en claro que había un alto porcentaje emocional, muy por encima del espiritual. Las dos iglesias más grandes de mi ciudad, conjuntamente con la que en ese momento me albergaba, peleaban palmo a palmo por las almas y los convertidos en las campañas de don Carlos Anacondia, quizás el evangelista internacionalmente más conocido de mi país, y se los repartían en cada una conforme a sus predilecciones.
De todos modos, donde fuera que les tocara en suerte aterrizar, los sonidos más o menos serían parecidos. Con más o menos volumen, con más o menos fuerza, con más o menos bullicio, pero similares contenidos. Introducción, tres puntos, remate. De la predicación espontánea que podía durar veinte minutos o cinco horas con la que se manejaba la iglesia primitiva, nada que ver. Que a uno de nuestros predicadores se le quedara gente dormida en el templo, era factible, pero por aburrimiento, no por bloqueo espiritual. De todos modos, no se les caían al suelo, como le sucedió a Pablo. Y a mí, que todo eso también me aburría un poco y me cansaba otro poco, no se me podía ocurrir nada que cambiara algo. Seguramente el culpable pecador duro y porfiado, era yo. Ellos hacían lo correcto. Pensamiento masivo y no declarado por pudor.
Las cosas eran así y nada más. Porque así las había aprendido de gente que, a su vez, las había aprendido de otros anteriores, y como tal, nada iba a modificarse. Hablarle a alguien para que acepte a Cristo era sinónimo virtual de agarrarlo de las solapas y leerle a pura prepotencia versículos y más versículos, esperando que un milagro divino transformara todo eso en una conversión. A ver: ¿Dio buenos resultados, eso? No. Pero Néstor, ¡Se convirtió gente de ese modo! Es cierto, pero no te olvides que Dios es bueno, tiene misericordia y paciencia todo el tiempo, y además es Él quien añade a los que van a ser salvos, no el hombre. Si esto te suena a invento malintencionado mío, lo lamento; es bíblico absolutamente, búscalo.
El caso es que me he pasado cerca de cincuenta años de mi vida leyendo capítulos y versículos, extrayendo de ellos toda clase de enseñanzas, moralejas y de tanto en tanto alguna revelación que, al primero que impactó al borde de las lágrimas de gozo, fue a mí mismo. La pregunta, es: ¿Resultó? Si, para una franja no demasiado grande de gente que entendió lo mismo que yo había entendido, resultó. ¿Y los otros? Los otros se fueron en búsqueda de profetas que les profetizaran cosas buenas. Me fastidia y mucho la superficialidad, la tilinguería y el cholulismo del mundo secular, pero me fastidia mucho más la que tenemos dentro de nuestros ambientes. Tilinguería y cholulismo, te aclaro, son términos argentos, que se podrían traducir como de una excesiva frivolidad y desapego por las cosas serias.
Tilingos, aquí, son los que se ocupan y preocupan por las vidas de artistas o deportistas famosos, mientras casi a su lado, hay niños muriendo por desnutrición. Cholulos, son los que desatienden sus trabajos y familias para dedicar tiempo y esmero a personajes famosos que, obviamente, casi siempre los ignoran. Cuando pasan los años, todo ministro que haya sido enviado a serlo, descubre que la verdad, base sustancial del evangelio de Jesucristo, que precisamente es La Verdad, independientemente de estar acompañada por el Camino y la Vida, no produce rédito. Algo así como “¡Miénteme, que me gusta mucho!”. Por eso hoy, cuando todo el andamiaje cercano preanuncia una apostasía cada vez más cercana y ciento por ciento bíblica para los últimos tiempos, siento pena por esos profetas que todavía andan por la vida anunciando avivamientos. Me cuesta decirlo, pero eso no evita que sea verdad: hoy por hoy, “la mentira piadosa”, (Término inventado por el catolicismo romano) paga mucho mejor que la verdad.
Aquí es cuando entiendes dos cosas: la primera de ellas, es por qué a la Babilonia espiritual, Dios mismo la llama “La gran ramera”. ¿Cómo subsiste una ramera? Vendiendo su cuerpo. ¡Su cuerpo!, ¿Lo estás viendo? ¿Y cuál es su estrategia favorita para poder engañar a quienes vienen a buscarla? La seducción y la simulación. La mentira con disfraz religioso, emocional, sentimental y corporal es la que no sólo le permite subsistir, sino que, en muchos casos, hasta le proporciona abundante riqueza material, alto respeto social y hasta grandes posibilidades de adquirir mayor poder. ¿Alguna relación con un tal Jesús? Sí, cada tanto dejan de hablar de las hazañas de ellas mismas y le dedican un par de palabras. Por eso es que la gran mayoría de sus miembros, no conocen a Jesucristo, sólo tienen alguna información acerca de Él.
La segunda, como no podría ser de otro modo, el por qué se ha dado en llamar Babilonia a la iglesia falsa, paralela, mentirosa y plagada de show, espectáculo, entretenimiento y palabrerío gelatinoso que capta, seduce, atrapa y, finalmente, cautiva y oprime. Lo peor del caso, es que todos somos testigos de mucha buena gente, creyentes sinceros y fieles, buenas personas y muy obedientes, que resuelven seguir esclavos de ese sistema porque les han metido en la mente el miedo a todo lo nuevo. De hecho, para muchos cristianos, lo nuevo es lo que en realidad es antiguo, lo que en algún tiempo se supo denominar como sana doctrina. El problema más grave radica en que la iglesia, como institución terrenal, parece siempre en oposición con todo avance.
Y eso, que en algunas cosas podría ser prudente, le juega en contra a la hora de recibir a los jóvenes. Ellos están más dispuestos a todo lo nuevo y lleno de interrogantes, que a lo antiguo que ya se conocen de memoria y no les dice nada, porque no han visto resultados convincentes. Y así va pasando la vida de aquellos que quieren crecer; enseñando, enseñando y enseñando. Algunos días, repitiendo revelaciones pasadas que no son pocos los que las olvidan. Otros días, ajustando aquí y allá nuestras conductas con la finalidad de seguir siendo vasos útiles. Y otros tantos días más, mostrando lo nuevo, lo que viene recién revelado para nuestro entendimiento y cambio, para aportar lo divino a una reforma terrenal que dice representarlo.
Siempre con un texto bíblico como respaldo, porque de otro modo, siempre va a aparecer el escriba moderno o el fariseo sin tiempo que te cuestionará, te tratará de hereje, blasfemo y te dejará a un paso de oír que echas fuera los demonios por Belcebú. La historia, incluida la de la iglesia, siempre gira en círculos, ¿Sabes por qué? Porque a la historia la escriben los hombres, y a la manera de aquel pueblo rebelde y desobediente, el hombre envanecido de sus conocimientos y virtudes, sigue dando vueltas en círculos sin llegar a ninguna parte. Aunque hace muchos años Dios mismo le haya mostrado una hoja de ruta que hace imposible que te equivoques. No es culpa de Dios si nosotros resolvemos viajar a tientas y a ciegas, en lugar de permitir que Su luz nos alumbre.
Al hombre natural, al que yo llamaría el Adán moderno, le encanta y le seduce la moda. Todo lo que está de moda, lo atrapa y lo domina. Sólo un problema: Dios no acepta estar de moda. No voy a engañarte ni a jugar al adulto superado y dinámico. A mí en lo personal me agrada y mucho tomar un texto y desmenuzarlo, desarmarlo y sacar y entresacar lo precioso hasta de lo vil. Podría decirte que es mi manera preferida. Pero yo no estoy aquí para hacer lo que me gusta a mí, sino lo que más convenga al Reino y sus intereses espirituales. Y si decido hacer eso, no me queda otra opción que obedecer lo que el Rey disponga. Eso y no otra cosa es ser guiado por el Espíritu Santo. Porque más allá de las teorías, ponencias, teologías y hasta credos que no se ponen de acuerdo si es uno en tres, tres en uno o uno por cada lado y sin mucho que ver con el otro, el Espíritu Santo ES Dios. También ES Cristo.
Y hay una realidad notoria y más que concreta: cuando Él habla, el hombre calla y obedece, o se cruza de acera y entra en rebelión. Esto, inevitablemente suele traer la consabida pregunta: ¿Entonces a usted Dios le habla, hermano? Sí, igual que como te habla a ti. No es responsabilidad de Dios ni mía, si por invertir tu tiempo en otras cosas, (Por allí hasta de las llamadas “santas”) no te haces un hueco para entrar en pausa y escucharlo. ¿Voz audible? ¿Visiones? ¿Sueños? ¿Pensamientos? ¿Palabras dichas por alguien? No lo sé; con cada uno de nosotros, Dios tiene un modo distinto. Y también un idioma distinto. Por una vez, al menos, entendamos que Dios es Dios, y no un hombre al que llamamos “dios” y que se mueve conforme a nuestras rutinas y costumbres.
Por ejemplo, su voz. Si yo escucho su voz, obviamente es en español. ¿Y si la escucha un creyente inglés, un alemán, un coreano o un hebreo? Será en el idioma de cada uno de ellos. ¿Y entonces? ¿Cuál es el idioma de Dios? El celestial, que es uno que ninguno de nosotros conoce, a menos que sea invitado por Él, como lo hizo con Enoc, Pablo y tantos más, a visitar su residencia. Dios no habla idioma terrenal porque es Espíritu celestial. Dios no tiene tiempos cronológicos porque vive en su tiempo Kairós. Los pintores que dibujan a un Dios anciano, de cabellos blancos, largos, jamás leyeron una Biblia. Y lo peor es que se lo hicieron creer a muchos que se supone que sí la leen.
O al menos declaran leerla. Dios no usa reloj, Dios no cumple años. Dios nunca fue, ni está siendo, ni será. Dios siempre ES. Por eso una de las mejores traducciones de sus nombres es Yo Soy. ¿Y qué me dice cuando me habla? Como generalmente lo hace cuando me invade el espíritu de desaliento, me dice lo que ya viene diciendo por siglos: Yo te pido que te esfuerces y seas valiente. Ok. Papá, trataré. No sé cómo me va a salir porque soy espiritualmente niño, pero trataré de hacerlo, lo mejor que pueda. Eso es ser ministro, no mostrarte como omnipotente. Eso es pretender ser un dios visible, y es mucho peor que no hablar de Él. Dios no es imagen y semejanza de hombre. El hombre es imagen y semejanza de Dios. No es lo mismo. Estudia. Aprende.
Entonces, un día me cansé de capítulos y versículos y pensé que me estaba volviendo incrédulo, o blasfemo, o rebelde. Clamé y pataleé como niño en pleno berrinche y Él simplemente me dijo: Yo jamás hablé en capítulos y versículos, tampoco. No te preocupes. Sólo diles lo que yo estoy diciendo, y estarás correcto. Por un momento me quedé con mi boca abierta y mi mandíbula caída. De verdad, Señor, ¿Tú me autorizas a enseñar o hablar de tus cosas sin mencionar capítulos y versículos? Una vez más, su respuesta fue para dejarme patitieso: No puedo autorizarte a algo que ya he ordenado. A los capítulos y versículos los inventaron los hombres.
¡Pero es que, si no leo capítulos y versículos, muchos me van a cuestionar duramente, porque están convencidos que hablar de ti es decir lo que dice la Biblia! Lo sé, pero fue la religión humana la que inventó eso para limitarme. No te apartes de lo que yo he dicho y no estarás pecando. Sólo un detalle: procura vivir lo que dices. Ahora sí puedo sentirme más liviano, porque liberado de esa caja de cristal escrito que siempre tuve como límite, puedo desplegar las alas a favor de ese viento fresco y libre que es la Palabra de Dios a lomos de las simbólicas plumas de esa también simbólica paloma llamada Espíritu Santo…
Lo tomas o lo dejas. Si el Espíritu Santo que guía mi vida ministerial, es el mismo Espíritu Santo que llena tu vida de fe, no tendrás ningún problema en acompañarme, porque el Espíritu es uno solo y no se contradice. Si uno de los dos no lo tiene claro, entonces en uno de los dos no gobierna el Espíritu de Dios. Pero como no puedo salir a la vida a mostrarme como un adalid de todas las verdades, es mi deber de hijo de hombre dejar constancia que, si el Espíritu Santo te dijera o te mostrara a ti que algo de lo que digo no es la verdad genuina, entonces, deberás entender que mi carne ha prevalecido en ese punto y lo mejor que podrás hacer es no aceptarlo y dejarlo a un lado. No entrar en debate, porque el evangelio jamás fue ni será debate de ideas, sino fe y confianza en el Dios de todo poder.
En estos casos, examinarlo todo y retener lo bueno, sigue siendo un excelente consejo por una sencilla razón: no hay hombre, fuera de Jesús, que se encuentre en un nivel de santidad y con sus ropas excelentísimamente blancas y puras, como para arrogarse tener todas las verdades y todas las respuestas a todas las preguntas. Somos cuerpo de Cristo en la tierra, es cierto, pero también somos nacidos de mujer, no del Espíritu. En eso, solamente en eso y es suficiente, Jesús es Jesús y cada uno de nosotros somos lo que somos. Imitadores fieles, en todo lo que se pueda. Reemplazantes, jamás.
Es notorio que, si deseas ser creyente, lo primero que debes tener, es fe. Primero, porque ya sabes que sin fe es imposible agradarle a ese Dios en el que vas a creer. Y segundo, porque sin tener ni una mínima noción de todo lo que espiritualmente se está moviendo en tu interior y a tu alrededor, ya sabes que la única manera de acceder a una eternidad sin desconsuelo, castigo o como más te guste denominar al infierno, es teniendo fe. El que es obediente, o justo, solamente teniendo fe vivirá eternamente. Entonces, si tienes la posibilidad de caer en una iglesia de las conservadoras, pronto te van a enseñar que la fe está muy buena, y que es importante que la tengas, pero que tienes la obligación de estar con tus pies sobre la tierra.
Así es que, -te dicen-, lo mejor será que moderes esa fe de un modo racional. Esto es: una fe que se pueda analizar, examinar, evaluar o definir. Fe en la vida, fe en el amor y fe en las buenas obras, de acuerdo. Pero fe en los milagros, la sanidad del cuerpo o la liberación de demonios, vamos a discutirlo, porque tampoco es cuestión de andar dando vergüenza por allí jugando al místico, fantasioso o supersticioso. Fe racional, eso se te pide. Genial. Tener certeza de lo que estás esperando y absoluta convicción de lo que no estás viendo, es decididamente racional, si, cualquiera puede analizarlo, si… ¡Ay! ¡Ignorancia! ¡Ay!
Y cuando digo ignorancia, es más que obvio que no estoy insultando a nadie. Me costó bastante, pero gracias a Dios, en algo pude derrotar a ese ego infame, que es el que te lleva a descalificar y hasta insultar a los que no piensan como tú. No es este el caso. Digo que son ignorantes, sencillamente porque ignoran, como durante mucho tiempo también yo ignoré, una serie de cosas que son de un modo casi opuesto al que nos habían enseñado. Ser ignorante, en suma, desde lo espiritual, es no tener conocimiento de la verdadera esencia de Dios, por causa de una enseñanza recibida, aceptada y creída, que nos vendió un Dios lejano, cruel, feroz y hasta injusto.
El mismo que tenían aquellos antiguos, y que llevó al profeta a decir que ese pueblo iba a perecer por falta de ese conocimiento. De hecho, ese pobre profeta antiguo no fue culpable que muchos fariseos modernos entendieran eso como falta de preparación intelectual. Y entonces a su luz y argumento, abrieron seminarios, institutos y hasta universidades teológicas, que de ninguna manera hubieran sido negativas, si al menos hubieran aceptado dejarse guiar por el Espíritu Santo, y no por sus conocimientos humanos. De allí que, cuando es el propio Jesús el que se pregunta si cuando venga encontrará fe en esta tierra, nos deja a una gran cantidad de creyentes con una mitad de asombro y la otra de preocupación.
Asombro porque su duda en forma de pregunta, es la misma que muchos hoy sentimos. Preocupación, porque por más que nos esforcemos y procuremos llevarle al mundo cristiano los recursos lícitos que el Padre y el Hijo nos han dejado mediante su Espíritu Santo, este mundo insiste con parecerse al otro, al secular, y elige jugar a las iglesias, entretenerse con congresos, clínicas y festivales, y no decidirse de una vez por todas a vivir por fe. Viven recitando de memoria a Habacuc, cuando una mayoría sólo ha leído de este libro lo que dice respecto a que el justo por su fe vivirá, pero no terminan de entender cómo acceder a ella y meterse de una vez por todas en la dimensión del Reino, que es en la única en donde esa fe te allanará todos los obstáculos.
No sabemos con certeza a qué se refería Jesús cuando dijo eso de no encontrar fe en la tierra, y tampoco nos ponemos de acuerdo, cabezones estudiosos como somos, sobre si eso era para la gente que encontró en su tiempo ministerial o en la que habrá de hallar en su segunda venida. Me inclino por la segunda opción, pero no dejo de asombrarme por el centralismo por la fe que esta generación actual parece ostentar. Coincido en que, si podemos evitar que el pueblo caiga en peligrosas confusiones, estamos haciendo lo correcto, pero suponer que todo es como pensamos y que siempre los equivocados son los otros, al menos, déjame decirte que tiene bastante de soberbia y presuntuosidad.
Hoy, todo el mundo cristiano y en todas las latitudes parece estar hablando de la fe. Antes y después de la pandemia de Covid19 que afectó todas las estructuras mundiales, incluida la iglesia como institución, proliferaron los sermones solemnes sobre el tema, pero también las predicaciones voluntaristas y gritonas. Se escribieron decenas de libros sobre el tema, y hoy todavía llenan los estantes de las librerías cristianas porque, como todo el planeta sabe, ya te lo dije antes, la gente lee cada vez menos. Y los libros son cada vez más costosos. Pero un libro cristiano tiene unción y bendice, o no la tiene y se queda en las mismas estanterías que los libros no cristianos. Multitudes de gentes en masa asistieron a reuniones para ser levantados y entusiasmados por un mensaje acerca de la fe.
Esto comenzó a suceder más o menos hace un año atrás o algo más. No parecería haberse modificado nada, así es que, una vez más, ganó la religión. En la actualidad, y más allá de los impedimentos estructurales que todavía quedan, existen predicadores de la fe, maestros de la fe, movimientos de la fe, y hasta iglesias de la fe, como si las otras no la tuvieran. Claramente, si existe un tipo de especialización de temas tomando lugar hoy en la iglesia, es sobre el asunto de la fe. No obstante, tristemente, lo que la mayoría de las personas consideran como fe en la actualidad no es fe en absoluto. Es apenas una pintura más de una creencia. Pero ya lo sabemos, tener creencia no es tener fe. Una creencia es algo que el hombre imagina y piensa de Dios. Fe, en cambio, es un don de Dios que lo muestra tal como es.
De todos modos, Dios rechazará mucho de lo que es llamado y practicado como fe. Simplemente no lo aceptara. ¿Por qué digo esto? Porque la que vemos, es una fe corrompida. Trataré de ser claro en esto para no confundirte ni incentivarte a dar pasos erróneos. En la actualidad, muchos predicadores humanizan con influencias hasta científicas el tópico de la fe. Ellos describen a la fe como si tan solo existiera para ganancia personal o para llenar necesidades propias. He escuchado a gente con cierto renombre y prestigio internacional, decir, “La fe no es acerca de pedirle a Dios lo que necesitas. Es acerca de pedirle lo que sueñas. Si lo puedes soñar, lo puedes tener.” La fe que estos hombres predican está atada a la tierra, arraigada en este mundo, materialista.
Animan a los creyentes a orar con ese clásico: Señor, bendíceme, prospérame, dame. No consideran las necesidades de un mundo perdido. Es más, podría asegurarte que les importa muy poco. ¿Sabes qué? ¡Ni siquiera entendieron a Jesús! Porque cuando Él instauró el más grande mandamiento, que era amar a Dios con toda nuestra fuerza, mente y etc., de inmediato deslizó su complemento ineludible: amaos los unos a los otros como yo los he amado. ¿Y qué entendiste? ¿Qué eso era andar por la vida saludando y abrazando a todas las personas? Lo incluye, tal vez, pero lo cierto es que se trata, justamente, de considerar las necesidades de los demás. ¿Tienes misericordia? ¿Tienes paciencia? ¿Tienes empatía con los que sufren? Eso era, en parte, la manifestación del amor de Jesús.
No puedo enfatizar esto lo suficiente, como me gustaría, para no correr el riesgo de caer en extremismos. Lo que sí puedo asegurarte es que, esta clase de fe, no es la que Dios está deseando de nosotros. No puedo ni a propósito hablar acerca de ganancia sin santidad. Me huele a pecado de una punta a la otra. Aunque lo hayamos visto periódicamente en nuestros ambientes. O, aunque todavía lo sigamos viendo. Porque hablar de la fe vende, atrapa, interesa. Y todavía hay gente que supone que puede adquirirla con algo material. Y así queda expuesta a esa corrupción que no sólo es política, social, económica, jurídica, artística o deportiva, sino que también es religiosa. Todos lo sabemos. Todos lo hemos callado para no arrojar agua en contra de lo que se supone son nuestros molinos.
¿Sabes las veces que me han dicho que no critique más a la iglesia, que es suficiente con lo que la critica el mundo? No entendieron que están defendiendo a Babilonia, no al Señor… Existe una doctrina de fe particularmente peligrosa que todavía está siendo defendida hoy en día. Esta doctrina afirma que los creyentes más santos son aquellos que han “trabajado su fe” para obtener una vida cómoda para sí mismos. Según esta doctrina, las personas que debemos emular son aquellas que conducen los autos, o carros, más grandes y costosos, y que son los dueños de las casas o mansiones más grandes y lujosas. Según ellos, esto es trabajar nuestra fe. Esto es de una herejía absoluta. Porque si fuera así, entonces los creyentes más santos serían aquellos que en más ocasiones estafaron a los demás en sus finanzas.
Podemos equivocarnos en lo que sea porque humanos somos, pero confundir fe auténtica con creencia global, jamás. La promesa vigente y plena en justicia del Señor, es suplir nuestras necesidades. Y no somos nosotros los que pondremos las cifras de cuanto es o como cotizan esas “necesidades” nuestras. Es Dios quien lo hará. Él sabe dónde terminan nuestras necesidades y donde comienzan nuestros caprichos. Y si hay algo que el hombre genérico no ha perdido a lo largo de la historia, es convertirse de pronto en un ser tremendamente caprichoso. A la edad que sea y por la razón que sea. Y porque seguir esa tan particular doctrina, también significaría que nuestra concentración diaria estaría centrada en buscar cada oportunidad que se presente para obtener ganancia propia.
A ver; quiero que me entiendas bien y me interpretes como debes y no como “parecería que debes”. Nadie está diciendo con estúpida ingenuidad que alguien construya una empresa o arme un negocio para hacer beneficencia, no. No soy tan obtuso como para pensar o predicar eso. Cualquiera sabe que, sea en el marco social que sea, quien levanta un negocio o comercio, es con la finalidad de ganar dinero y vivir de eso con toda su familia. Lo que estoy queriendo dejar en evidencia, es que, hacer negocios, buenos negocios, incluso, es una cosa, mientras que predicar el evangelio del Reino, es otra muy distinta. Porque eso que ellos están haciendo, simplemente no es ni el evangelio de Jesucristo para salvación, ni mucho menos el del Reino para gobierno.
Una vez más me viene a la memoria y no es casual, aquel momento en que Jesús se auto formula y les formula a quienes lo oyen, esa pregunta tan singular: ¿Hallará fe en la tierra? Pequeña duda: ¿En la tierra por el suelo, por el planeta, o porque es símbolo de la carnalidad? No desestimes ninguna, esencialmente esta última. Pregunto: ¿La carne puede tener fe auténtica? No, la carne, que es el alma y la mente, apenas puede tener creencia, que es muy parecida, pero que no es lo mismo, ya te lo dije. Sin embargo, mi enfoque no se relaciona con los predicadores de la prosperidad ni de esas pintorescas doctrinas de ganancia personal. Mi enfoque es acerca de aquellos que verdaderamente aman a Jesús, y quieren vivir por fe en una forma que le agrada a él.
El mensaje a todos esos creyentes, es este: toda fe verdadera nace de la intimidad con Cristo. En efecto, si tu fe no sale de esa intimidad, no es fe a Su vista. Mientras leemos el legendario y clásico texto de Hebreos, encontramos un denominador común en las vidas de las personas mencionadas como verdaderos adalides de la fe. Cada uno tenía una característica particular que denota la clase de fe que Dios ama. ¿Cuál era este elemento? Su fe siempre había nacido de una intimidad profunda con el Señor. De hecho, eso es conocer al Señor. Que está muy lejos de lo que una gran mayoría religiosa todavía supone que es conocerlo, que es tener abundante información acerca de Él. Es valorable, eso, pero no vital. Y si piensas que estoy inventando eso de que conocimiento es intimidad, sólo lee nuevamente el Génesis.
Y, cuando encuentres el momento en que se relata la unión entre la primera pareja humana y divina, tomate un momento para reflexionar y entonces pregúntate por qué Dios le hizo decir a Moisés que conoció Adán a Eva y Eva concibió. Por ese motivo, debo reiterar una vez más que, el hecho es que es imposible tener una fe que agrade a Dios sin compartir intimidad con él. ¡Muy bien! ¡Excelente! Pero… ¿Que quiero decir con intimidad? Estoy hablando de una cercanía al Señor que sale de añorarlo, de extrañar su presencia, su voz, su compañía. Esta clase de intimidad no es ni formal ni mucho menos religiosa o ritual, es un vínculo personal, una verdadera comunión. Porque viene cuando deseamos al Señor más que a cualquier otra cosa en esta vida.
Miremos tan solo cuatro ejemplos de gente llena de fe que caminó, en su momento, muy cerca de Dios. Nuestro primer ejemplo es Abel. Las Escrituras declaran que fue por su fe que este hombre ofreció a Dios un mejor sacrificio u ofrenda que su hermano. Y que por esa razón fue que pudo alcanzar un testimonio de que era un justo, que es como decir obediente, y que eso también determinó que Dios mismo testificara a su favor por sus ofrendas. Y por si esto no pareciera ser suficiente, la frutilla del postre: se nos declara que, estando muerto, todavía sigue hablando. ¿Cómo puede ser posible esto? Te doy un ejemplo. Hubo un enorme profeta del Señor que marcó mi vida a fuego. Él siempre solía decir que le estaba gritando fuerte y duro a la religión para apartarla, y que estaba bien seguro que, después de muerto, iba a seguir gritando.
De hecho, ese tremendo hombre de Dios murió bastante joven, hace ya varios años, pero ¿Sabes algo? Todavía sigue gritando. Por medio de mí y vaya uno a saber de cuantos voceros más. Fíjate: no era una bravata de púlpito, era una realidad de una dimensión que no conocemos. Abel tuvo que construir un altar al Señor, en el lugar donde hacia sus sacrificios. Y él no ofrecía tan solo corderos sin mancha para el sacrificio, sino que también le añadía la grosura de esos corderos. ¿Qué significa la grosura aquí? Dice que es una comida, una ofrenda presentada por fuego de grato aroma. O sea que, en otras palabras, la grosura es una comida para Dios. Porque dicen los que más conocen de todo esto, que era la parte del sacrificio que hacía ascender un aroma dulce. Sucede que esa parte del animal tomaba fuego incandescente de manera muy rápida y era consumido, trayendo un aroma dulce.
Esto último es lo que más se enfatiza. Dios dijo alguna vez que ese iba a ser un estatuto perpetuo, una especie de ley inamovible para su pueblo, donde quiera que su pueblo habitara. Y que iban a poder comerse lo que se les viniera en gana, pero que la grasa y la sangre deberían dejarlas intactas. La grosura era Suya y punto. Aquí la grosura es como un tipo de oración o comunión que es aceptable a Dios. Representa nuestro ministerio al Señor en la habitación secreta de oración. Y el Señor mismo dice que tal adoración íntima sube a él como un aroma de dulce sabor. No interesa el grado de sacrificio real que tú hagas en beneficio del Reino de los Cielos. Lo que sí interesa, es que, si le añades la grosura de pagar el precio por ello, ese aroma será agradable a la nariz divina.
Si sonó como mezcla de temas, gloria a Dios. Así comunica el Espíritu Santo. Él no anda en bosquejos, ni ensambles, ni órdenes exegéticos. Eso es hombre. Bien intencionado, quizás, al menos en muchos casos, pero hombre, mente, carne. Y lo que bendice es Espíritu, porque es lo único que llega a tu espíritu. Todo lo otro, entra en tu mente, te es útil para el día a día y concluye en la noche final. Esto que tengo mandato de darte mensualmente, aspira a mucho más que eso.
Leer Más