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La Verdadera Comunicación

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     En Argentina, y particularmente en mi ciudad de residencia, Rosario, en la Provincia de Santa Fe, conducir un automóvil, no es ese algo tan simple y natural que puede ser en cualquier otra parte del planeta, con excepción de aquellas que, conozco, son peores que esta. Nuestras reglas de tránsito son excelentes, precisas y contemplan todos o casi todos los pormenores que implican desandar nuestras calles urbanas y rutas. Sin embargo, esa tan particular obsesión de mis paisanos por transgredir cuanta ley nueva aparezca, sumadas a las antiguas, convierte ese tan natural episodio cotidiano de nuestras vidas, en un pequeño o monumental caos, dependiendo la hora del día que sea.

     No respetar las velocidades máximas (Incluso las mínimas), cambiar de carriles alegremente en las grandes avenidas, detenerse en semáforos sobre las sendas peatonales, no tener ni la menor consideración por el peatón, que como también es nacido aquí va a cruzar las arterias por donde se le ocurra, esquivar motos y bicicletas que zigzaguean por cualquier lugar atravesando semáforos en cualquier color que estos le brinden y, una de las cuestiones más alarmantes que por lo general, es la que más accidentes ocasiona: el uso indiscriminado de los teléfonos celulares mientras se conduce. De hecho, gracias a Dios, la mayor parte de esos accidentes no va más allá de abollones de chapas, roturas de elementos mecánicos y gran trabajo para los talleres de chapería y pintura, pero el riesgo es altamente importante, ¿Y por qué? Por la imperiosa necesidad de comunicación o intercomunicación que la gente, (Y aquí sí, no sólo mis paisanos), experimenta.

     No escapo a las generales de la ley y tengo mi teléfono. Sin embargo, mis contactos saben que solamente es utilizable para casos que así lo justifique. No recibo ni envío cadenas, promociones ni nada de lo que abundantemente pulula en los aires. De hecho, tengo una aplicación que, cuando recibo algo de contenido político o ideológico, (Contiene palabras claves), no sólo me lo elimina automáticamente, sino que además bloquea al emisor. No he llegado a esta etapa de mi vida secular y ministerial para ser tan inocente e ingenuo como para que me operen políticamente mediante mensajes amistosos. Mis amigos lo saben, mis hermanos en Cristo también. Ninguno lo transgrede y glorifico al Señor por ellos. Mi teléfono me resulta útil para la comunicación rápida y como plasmador de imágenes, (La foto que acompaña este post fue tomada en la costa de nuestro Río Paraná, muy crecido y encrespado por el habitual viento costero con la imagen de las islas en frente)

     Sin embargo, hace muy pocos días presencié un episodio mínimo, casi intrascendente, del cual no hubo ninguna consecuencia porque Dios no lo quiso. Una joven mujer salía en su automóvil de la cochera o garaje del edificio donde seguramente habita, no hablando por su teléfono, sino utilizando el WS, es decir: utilizando sus dos manos para enviar mensajes y con su vista posada en la pantalla. Y el vehículo en marcha, saliendo. En ese mismo momento, caminando por la acera, dos personas. Un joven de no más de veinticinco años y una mujer mayor, ¿Haciendo qué? Ambos mirando la pantalla de su teléfono. ¡Ninguno de los tres vio al otro! El vehículo salió milagrosamente sin colisionar a ninguno y los transeúntes pasaron casi sin enterarse de nada. ¿Me van a pedir que no sea intolerante y estime que eso, hoy, debe ser considerado normal? ¡Es que es el tiempo de la comunicación!, me han dicho.

     ¿Comunicación? Tecnología de la comunicación, querrán decir. Porque hasta donde yo lo veo, las personas están más incomunicadas que nunca. Nadie sabe qué cosa piensa el otro y, lo más triste, tampoco le interesa demasiado. Cada uno está profundamente metido en lo suyo y lo que le sucede o no sucede al prójimo, lo tiene sin cuidado, no le preocupa, no le fastidia y no le interesa. No voy a salirte ahora conque un teléfono es un instrumento diabólico. Ya vivimos ese tiempo, -te lo decía anteriormente- con la radio, la televisión e internet, y sólo demostró ignorancia de nuestra parte. Pero sí voy a advertirte que, utilizar el avance tecnológico para enriquecer nuestra calidad de hijos de Dios, está más que bueno, pero hacerlo como parte de una idolatría dependiente y casi autómata, no sólo es negativo, peligroso e inconveniente, sino que me atrevo a sugerirte, al menos, que hasta puede ser parte de un maquiavélico plan espiritual adverso.

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febrero 19, 2019 Néstor Martínez