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Bajo El Espíritu de Juan

Una de las profesiones más satisfactorias pero más exigentes es el ministerio de los hijos de Dios. Sin embargo, a diferencia de otras profesiones, tú no eres quien elige el ministerio divino, es el ministerio el que te elige a ti. La Biblia dice que Jesús es la cabeza de la Iglesia, y es Él mismo quien elige quién debe entrar al ministerio, y si así lo quieres, a tiempo completo. Nadie debería entrar al ministerio a su antojo o sólo por el deseo de hacer el bien, y mucho menos por una ganancia financiera. Si tú no estás llamado, no tendrás la gracia o el don para hacerlo. Como resultado, estarás frustrado, la vida de Dios no estará allí, y será simplemente un trabajo, sin satisfacción.

Alguien con un llamado al ministerio, desempeñando otro trabajo, será miserable. Y alguien que no está llamado al ministerio, trabajando en el ministerio, será igualmente desdichado. Entonces, ya que es tan importante convertirse en un ministro sólo si tú estás llamado, la pregunta es: ¿Cómo saber si estoy llamado? Dios lidia con nosotros como individuos, así que Él no hace lo mismo con todos. Todos podemos tener diferentes experiencias cuando recibimos el llamado al ministerio. Sin embargo, existen patrones que pueden verse en la vida de las personas llamadas al ministerio. Básicamente, tú sabes que estás llamado por revelación, pero aquí están estas cinco señales que te pueden ayudar a determinar si estás llamado(a) al ministerio.

1 – Las personas llamadas al ministerio reciben su llamado sobrenaturalmente. He escuchado a algunas personas decir que Jesús se les apareció para hablarles de su llamado – ese no es el caso de la mayoría de nosotros. También he oído a otros decir que escucharon una voz audible sobre su llamado – eso tampoco es lo común. Lo que la mayoría de nosotros tiene es ya sea una voz interna o convicción que nos empuja a amar, servir y buscar a Dios, más allá de la mayoría de las personas. Algunos pueden recibir una palabra profética o una confirmación profética, otros pueden tener un sueño, o a menudo Dios trae esa convicción a través de la lectura de la Biblia. Es como si un verso relacionado con el llamado saltara de la página y te sacudiera por dentro. Este es el testimonio del Espíritu Santo dentro de ti. No lo siented solamente durante un tiempo de tu vida. Es una convicción que nunca se va. El llamado de Dios te marca para el resto de tu vida. Lo que sea que tú hagas, tú lo sentirás tironeándote por dentro. Es como un viento o una corriente. Tratar de ir en contra de él requiere esfuerzo. Te hace sentir mal e insatisfecho, sin paz. Dejarte llevar por él hace que todo parezca fácil, que fluye, y rápido. Todo se siente en paz en tu vida y hay una satisfacción interna y felicidad que vienen a tu vida.

2 – Las personas llamadas al ministerio aman servir. Un componente que se encuentra en todos nosotros es que nos involucramos de todo corazón en servir en el momento. Nadie tuvo que empujarnos; no era una carga. Lo hicimos porque queríamos servir a Dios. Asimismo, no importaba a qué trabajo nos asignaran, lo hacíamos con responsabilidad y con gozo.

3 – Las personas llamadas al ministerio manifiestan una gracia y dones que son visibles para otros. Cuando una persona está llamada al ministerio, hay dones sobrenaturales que se manifestarán en la vida de la persona. Estos dones fluyen naturalmente y sin esfuerzo. De hecho, puede ser tan natural para ti que quizás no te des cuenta que estás fluyendo en esta gracia, pero otros lo notarán. Las personas notarán que tus oraciones son más efectivas. Cuando tú le predicas el evangelio a otros, es más efectivo. Cuando tú hablas, las personas quieren oírte. Tienes un entendimiento más profundo de las Escrituras. Hay una gran autoridad en tus palabras. Hay un mayor poder y manifestaciones espirituales. Todas estas cosas ocurrirán y crecerán a lo largo de tu vida.

4 – Las personas llamadas al ministerio están “programadas” para el ministerio al que están llamados. Todos los llamados ministeriales son pre ordenados por Dios antes de que la persona nazca.  Así que, cuando tú naciste, Dios “te programó” con ciertas características que van con tu llamado. Son inseparables de ti como persona. Ser un pastor no se trata simplemente de tener el título de pastor, o de recibir un diploma de una universidad bíblica. Tu personalidad, manera de pensar, la manera en que te comportas, etc., están programadas de acuerdo a tu llamado. Por ejemplo, un pastor será un extrovertido, siempre buscando cuidar a otros, y será un referente en amor. Un evangelista no puede evitar el estar pensando siempre en ganar almas. A un maestro le gusta estudiar y es muy organizado. Un profeta odia el mal y todo lo que vaya en contra de la voluntad de Dios. Un apóstol siempre querrá ayudar al mayor número de personas posible a crecer y madurar en las cosas de Dios. Estas son cosas que no son estudiadas, son parte de quien eres tú y no pueden cambiarse más de lo que tú puedas cambiarte el color de tus ojos.

5 – Las personas llamadas al ministerio tendrán un mayor deseo por Dios y las cosas de Dios que el creyente promedio. Cuando comparas tu caminar de creyente y el de otros ministros con el de la mayoría de los cristianos, encuentras que tienes un deseo mucho mayor por las cosas de Dios. Estas dispuesto a morir a tus deseos y a ti mismo. Estas dispuesto a sacrificar más para el beneficio de otros. Estas dispuesto a buscar la voluntad de Dios mientras otros están divirtiéndose. Estas dispuesto a pedirle a Dios que te de convicción cuando estas equivocado. Estas dispuesto a pedirle a Dios que lidie contigo en el área de la santidad. El cristiano promedio está dispuesto a sacrificar cosas por Dios. El ministro está dispuesto a sacrificarse a sí mismo por los propósitos de Dios.

Los ministros maduros podrán sentir por el Espíritu Santo, o por la obra de Dios a través de ti, que tu tienes un llamado. ¿Tienes algún líder maduro que te conozca? Pideselo, y ellos seguramente puedan ayudarle. ¿Entonces, cómo te fue? ¿Te ha llamado Dios al ministerio? Si ese es el caso, entonces prepárate a morir a tí mismo, pero también prepárate para la más fantástica aventura de fe, bendición, satisfacción y poder que tú puedas experimentar en la vida. Te ha sido entregado un regalo maravilloso, pero ahora, es tiempo de prepararte para ello. ¿Y como sería la mejor manera justamente en esta época tan particular que estamos viviendo? Bajo el espíritu de Juan, sin dudas.

Hubo una gran persecución en los primeros años de la iglesia.  El emperador romano en ese tiempo, Nerón, desterró a Juan a la Isla de Patmos.  Esta isla era pequeña; un lugar desierto y deshabitado. Estaba poblada solamente por unos pocos prisioneros que habían sido desterrados allí para vivir el resto de sus vidas. Como ellos, Juan fue enviado a Patmos para morir. Escúchame, si ahora mismo me agarra uno de esos bomberos voluntarios que diariamente Satanás te manda para apagar tu fuego santo, seguramente me dirá: ¿Y ese es el premio que da Dios por servirlo como lo sirvió Juan? Dime tú que debo responderle a mi interlocutor.

Porque el hombre, el apóstol al que me estoy refiriendo, es el mismo a quien el propio Jesús amó de tal manera, que la Biblia lo menciona como el «amado Juan» a quien, -está escrito-, Cristo tanto amó. De hecho, él fue quien se recostó en el pecho de Cristo durante la última cena. Lo que muchos no añaden, después de esta escena, que ha dado origen y lugar a tanta basura doctrinaria, es que en ese entonces, Juan era apenas un adolescente de no más de quince años.

De acuerdo al criterio de cualquiera de nosotros, por bien intencionado que fuera, Juan era un fracasado. Después de haber estado por largo tiempo acompañando al mejor y más grande de todos, terminaría sus días así, confinado a esperar la muerte en una isla de la cual nadie podía salir una vez que había sido desterrado allí. Y en este paréntesis, añado: vemos en 3 Juan 9-10, como Juan llegó hasta el extremo de ser rechazado por los hermanos de la iglesia, dirigidos por el líder Diótrefes!!  

(3 Juan 9) = Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe.

(10) Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohíbe, y los expulsa de la iglesia.

Muchos cristianos de hoy lo hubiesen mirado y hubiesen dicho:  «Qué desperdicio. ¿Por qué Dios permitiría que uno de los hombres más ungidos de todos los tiempos estuviera aislado de esta manera?» ¿Cómo no lo dejaron para que formara o capacitara a los más nuevos y así podía aprovecharse su tremendo conocimiento y sabiduría? Ahora imagínate la reacción de los líderes de hoy.  Tristemente, hubiesen medido a Juan por los criterios actuales del éxito: no tenía congregación, no tenía edificio para la iglesia, no tenía dinero para rentar o comprar una estructura.

No tenía mandato oficial, nadie decía ser su cobertura, esto es: el hombre al cual debería rendirle cuenta de sus actos y también girarle sus ofrendas mensuales como reconocimiento por esa cobertura. No tenía vehículo para viajar, casa, ni un traje decente para predicar. No tenía agenda para el ministerio, no tenía programas para alcanzar la comunidad, no tenía plan para ganar las naciones. Los líderes lo hubiesen descartado, diciendo: «Este hombre no tiene nada.  Está acabado. En primer lugar,  ¿Por qué fue llamado al ministerio?»  (Muchos hubiesen dicho que era “una higuera estéril o sin frutos”, añado nuevamente) ¡Que equivocados hubiesen estado, ¿No es cierto?  

A todo esto, lo único que faltaría agregarle, es la censura clásica con la cual sectores de la iglesia intentan cerrar la boca que está hablando lo que Dios habla en este tiempo: “No puede hablar, no tiene derecho, no se congrega en ninguna iglesia, no tiene cobertura pastoral”. ¿Alguien ha perdido dos minutos de su tiempo tratando de hallar cual era el grupo eclesiástico en el Juan se congregaba durante su estadía en Patmos? ¿O quizás encontrar al pastor que firmó el aval para que pudiera publicarse el material que Juan había escrito estando allí? ¿Será que mientras se determina que cualquier cristiano evangélico es avalado como tal cuando tiene la “cobertura” de un líder que lo respalde, mientras que Juan cumplió al punto la palabra bíblica que dice que nuestra única cobertura es Jesucristo?

Él escribió:  «Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el Reino y en la paciencia de Jesucristo… Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor.» (Apocalipsis 1 : 9-10).  En otras palabras, Juan estaba diciendo:  «Sí, fui aislado de la civilización. Pero tengo una iglesia. Y ministro al Señor aquí. No tengo hermano o hermana que se una a mí. Pero estoy en el Espíritu.»   Te aseguro que la alabanza que Juan ofreció desde esa remota isla fue tan gloriosa para Dios como mil voces adorándole en mil diferentes idiomas.

“¡Imposible!, – diría más de un criterioso jerarca denominacional -. Si aceptamos esto, estamos avalando que la gente, en las iglesias, haga lo que quiera”. Dicho así no puede menos que contar con nuestro respaldo porque parecería ser algo correcto. Pero… ¿Y qué tal si lo vemos desde el ángulo de algo revelado por el Señor mismo? Sigue…

Simplemente, Juan murió a todos sus propios planes y pensamientos del ministerio. Hasta donde Juan sabía, su exilio en Patmos iba a ser su suerte final. Probablemente pensó:  «Me han abandonado aquí para el resto de mi vida. Pero no voy a perder el fuego de Dios. Aún cuando sea el único aquí, voy a adorar al Señor. Puede ser que no tenga congregación, ni hermanos o hermanas con quienes tener compañerismo. Pero voy a caminar en el Espíritu. Y me voy a dedicar a buscar el rostro del Señor. Ahora tengo tiempo para conocerle a él como nunca antes lo había hecho.»

Este es exactamente el razonamiento de este tiempo. Porque no estamos hablando de personas que no se congregan porque se pelearon con sus pastores porque no se les permitía cantar la “cancioncilla” con la cual querían lucirse en la plataforma. Muy por el contrario, estamos hablando de gente con el espíritu de Juan, propietaria de revelación fresca y palabra genuina que, con el simple hecho de estar presente, complica el discurso humanista y personalista de muchos.

Esa gente, entonces, resulta molesta. Y como la determinación del liderazgo no deja ningún espacio para la evaluación o el análisis, esa persona pasa a ser exonerada por rebelde, insujeta o díscola y es enviada al Patmos de la marginación. Juan buscó al Señor completamente en medio de su aislamiento.  Se movió en el Espíritu. Y se dio a sí mismo como un sacrificio vivo. Muchachos, muchachas, este es el corazón de mi mensaje:  Ahora Juan estaba en ministerio a tiempo completo.   No me refiero a esto en términos de lo que generalmente pensamos como tal ministerio.

En Patmos no había necesidad de levantar fondos, lemas o hacer campañas publicitarias. No había necesidad de competir con otros ministros o construir edificios de iglesias más grandes. Y nadie estaba cerca para alabar a Juan, felicitarle, presumir de él.  Su vida estaba limitada a un sólo enfoque, un sólo ministerio:  a Jesucristo solamente. Eso era todo lo que Juan tenía. Fíjate que lo que dice aquí, es lo que muchos otros estamos diciendo, y que nos granjea ciertas antipatías por parte de ciertos líderes. Y ni hablar si a esto lo dijera alguien que sólo ocupa un banco en el templo; alguien sin posiciones ni cargos.

Es un reconocimiento a una deformación humanista, carnal y aborrecible en la que muchos ex siervos de Dios (Ahora se apacientan a sí mismos), han caído por causa de sus egocentrismos inagotables. Publicidad eclesiástica, (De esto hemos hablado), competencias Inter.-ministeriales (Dios lo pensó como complemento, no como competencia. Igual a la unión entre el hombre y la mujer). Construcción de enormes edificios de mampostería como símbolo de crecimiento “espiritual” cuando todos sabemos que Dios fue muy claro cuando aseguró desde su Palabra que Él no habitaba en templos hechos por manos de hombre.

Adulación y alabanza al líder o visitante ilustre. Todo un montaje escénico preparado para elevar la categoría, el impacto visual y la importancia ministerial del hombre o la mujer que se quieran levantar como mensajeros de este tiempo. Alguien dijo alguna vez que no le debe importar al ministro si alguien lo felicita, lo alaba o lo adula. Que la persona que lo hace ha sido formada así y cree que eso es correcto y bueno. Lo que sí se advierte es que esa batalla contra su ego es del ministro y él es quien debe librarla y ganarla. Y, finalmente,  llegamos a la conclusión que muchos han visto muy de cerca en este tiempo: cuando se dan una serie de circunstancias que sacan a la gente de las babilónicas iglesias humanistas y religiosas, sólo les queda la mano de Jesucristo. Y de esa mano se aferran como único método válido para poder seguir adelante.

¿Qué es el ministerio a tiempo completo?  El ministerio a tiempo completo no significa simplemente el pastorear a una iglesia.  Ni es el viajar como evangelista o llevar a cabo campañas de avivamiento.  El ministerio a tiempo completo no lo determina un diploma, un certificado de un colegio bíblico o la ordenación de parte de oficiales de la iglesia. De hecho, tú puedes pastorear a una iglesia grande y exitosa y no estar en el ministerio a tiempo completo.  Puedes predicar cientos de mensajes y alcanzar multitudes de miles. Pero ninguna de estas cosas te hace un ministro a tiempo completo ante los ojos de Dios.

Algunos verdaderamente creen que Dios los ha llamado al ministerio a tiempo completo.   Pero a otros simplemente……les atrae la idea de recibir un salario soportable por hacer la obra de Dios.

Es indiscutible que estos dos asuntos son casi “tabúes” en nuestro ambiente: poner en tela de juicio cierta clase de actividad “pastoral” que más que ese ministerio del Señor es una especie de “gerencia” administrativa eclesiástica, y hacer mención a un personaje del que muy pocos o ninguno se atreve a predicar: el asalariado.  Otros están tomando parte en la obra del Señor a tiempo parcial, de hecho, en la mayor parte de los países, los ministros tienen que tener trabajos seculares porque sus congregaciones no los pueden sostener. Así que por años le han suplicado a Dios: «¿Cuándo se abrirá la puerta para mí?»

Creo que Dios desea que cada creyente tome parte en el ministerio a tiempo completo.  La Escritura nos dice que todos somos llamados como sacerdotes delante del Señor.  Sin embargo, primero tenemos que quitar de nuestras mentes que el ministerio a tiempo completo es una posición o profesión.   A los ojos del Señor, el ministerio a tiempo completo es ministrarle a él mismo. Este párrafo es, por sí mismo, la auténtica confirmación a una palabra que venimos proclamando desde hace más de diez años. Cada creyente debe tomar parte del ministerio. ¿Fundamento? La Palabra, que nos dice que somos todos ministros competentes.

Dicho de manera simple, tú podrías estar como el apóstol Juan, abandonado en una isla, y puedes estar en el ministerio a tiempo completo. De hecho, considero a Juan uno de los ministros más eficientes en la Biblia. Así es como sabrás si estás listo para ser un ministro a tiempo completo: Ya no necesitas más el aplauso humano. No necesitas una asignación, un plan o tomar parte en alguna obra grande. No necesitas el respaldo o credenciales. No necesitas una congregación o un edificio de iglesia.   

Esto, para mi gusto, es una confirmación que va a contramano con todas las críticas que seguramente todos nosotros estaremos recibiendo y que, obvio, son las mismas que muchos de nuestros antecesores, pioneros en buscar las riquezas del Reino, recibieron: ¡¡Necesitas congregarte!!  Es preferible estar a solas con Jesús, alimentándole con tus alabanzas, que ser admirado como un gran ministro.  Sabes que todo ministerio para otros fluye del ministerio a él. Entonces, estarás listo para lo que Dios ve como ministerio a tiempo completo.

Muchos predicadores quienes son vistos como ministros a tiempo completo hoy, no son ministros a los ojos del Señor. Sé de algunos que reciben un salario pero que no ministran al Señor. No tienen ninguna carga de él. No lo buscan diligentemente en oración. Y no obtienen sus sermones de él. En vez de esto, ellos toman prestados sus sermones de otros predicadores. Tales ministros son meros asalariados, que reciben un cheque p un depósito en sus cuentas bancarias, por hacer su trabajo. Están faltos de oración, sin una palabra fresca del cielo.

También sé de personas laicas que tienen un conocimiento mucho más profundo de Cristo que los hombres que lo pastorean.   Estas personas no reciben ni un centavo por ministrarlo al Señor.   Pero son conocidos en el cielo como ministros a tiempo completo. Son intercesores, con hambre por la verdad, sirviendo a Dios de todo corazón. Y son dados a la oración, encerrándose con Cristo. Estos son ministros verdaderos, que hace tiempo han crecido mucho más que su pastor. De hecho, su pastor puede ser un náufrago, no un ministro de Dios.

A esto, que es estricta verdad y realidad actual (En la que formamos parte, sin dudas), sólo hay que agregarle un pequeño detalle que, por ser parte protagonista de esa alternativa, puedo dar: no importa si no llega ningún cheque de alguna organización o gran congregación; cuando tú sirves al Señor sin ambiciones personales ni privadas, Dios corre con los gastos. Y es el mejor respaldo financiero que conozco.

Volvamos a Juan en Patmos.   No tenemos ninguna evidencia de que Juan tuvo contacto con nadie en la isla. Juan no tenía a nadie con quien tener compañerismo.   No tenía consejo santo, ninguna voz que le escuchara. Cualquiera se hubiese vuelto loco en una situación como esa.   Pero Juan no.   En vez de eso, él aprendió a depender de la voz del Espíritu Santo.   Él se aferró al Espíritu Santo para consuelo y protección.

Esto es, precisamente, lo que le falta a mucha gente que me escribe. Gente que huyó de Babilonia, pero que aún no pudo cortar con aquella ligadura del alma con esas cuatro paredes que eran su templo y esa suma humana que, supuestamente, eran sus hermanos, (Hoy desaparecidos de sus vidas porque les han enseñado que somos “hermanos apartados”)

De hecho, en su ministerio a tiempo completo, se le dio a Juan una revelación de la gloria del Cristo exaltado. Para nosotros hoy también se ha abierto una puerta a los cielos.   Al igual que Juan, hemos sido llamados a «subir». La Escritura dice:

(Hebreos 4:16).  Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.

Este llamado para venir al trono ha sido grandemente ignorado por ministros y laicos. Así que,  ¿Dónde están los ministros a tiempo completo que apagarán toda voz y programa carnal del hombre?  ¿Quién se alejará de toda ambición personal para ser gobernado y dirigido tan sólo por el Espíritu Santo?  ¿Quién permitirá que otros le sobrepasen según los criterios humanos, porque se han limitado a tan sólo una cosa en su ministerio: a vivir y a caminar en el Espíritu?

El aislamiento de Juan fue impuesto en él por personas impías.   Pero el Señor se complace cada vez que nos sometemos voluntariamente a un «exilio» con él.  Esto no significa que dejemos a un lado el ministerio externo.  No significa que dejemos nuestro trabajo, nuestra familia, nuestro testimonio. La gran pregunta que surge, entonces, es: ¿Estoy escuchando a los hombres o al Espíritu Santo?

Una vez que Cristo se convierte en nuestro único enfoque, podemos recibir discernimiento y dirección de lo alto. Que Dios ayude a cada hombre o mujer que predica prosperidad, a cada predicador que ha transigido, que soborna a su congregación con un evangelio hueco, carente de arrepentimiento. Y esos ministros serán responsables ante Dios por cada alma desilusionada que se insensibiliza a sí mismo por sus falsas enseñanzas.

Si alguien todavía albergaba dudas con respecto a la dureza extrema de esta exhortación que el Señor nos envía en este tiempo tan especial, este párrafo te despeja todas tus dudas. Es muy claro, concreto y apuntado en la dirección específica: la de los grandes corruptos que se convirtieron en los impíos que expulsan a los “juanes” a los “patmos” del aislamiento físico, pero de ninguna manera espiritual.

Mira; hay un evento que todavía recuerdo. Después del 11 de septiembre del 2001,  la gente inundó las iglesias, pero en seis meses se habían alejado.  Muchas personas recurrieron a la iglesia después de los ataques terroristas.  Pero no encontraron esperanza allí.  No escucharon una palabra del cielo, ni recibieron bálsamo para sus almas heridas.

Muchos de los ministros que les predicaron eran tan ignorantes de Dios como ellos mismos.  La mayoría de ellos eran hombres que no oraban, cristianos mundanos, que en nada eran ministros verdaderos.  Así que la gente se alejó. Qué les espera a aquellos que son ministros de Dios a tiempo completo?

(Isaías 28: 16) = Por tanto, Jehová el Señor dice así: He aquí que yo he puesto en Sion por fundamento una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable; el que creyere, no se apresure  

«El que creyere, no se apresure»     El significado en hebreo es:  «No será avergonzado o confundido»    Nada nos sacudirá, porque sabremos que nuestro Dios estará obrando. Sabremos que él estará cargándonos, como llevó a Israel por el desierto. Esa es la promesa que nos sostiene a muchos en este tiempo. Esa es una promesa que, lamentablemente, sólo se puede ver cumplida cuando llega la tremenda crisis del exilio forzoso. Pero es una promesa que tiene cumplimiento cierto, que funciona notablemente y que, a diferencia de todos nuestros métodos humanos, nos lleva inexorablemente a ser más que vencedores.

¿Sufrirán los cristianos en los días venideros?  Sí, yo creo que algo se sufrirá, si.  Pero tan cierto como que Satanás no pudo destruir a Juan, tampoco Dios permitirá que el enemigo destruya a su santo remanente.  Él está levantando una iglesia de ministros a tiempo completo, que se mantendrán firmes él en medio de toda tormenta.

Aquí está la otra palabra clave de confirmación espiritual. Podrás tener algunas diferencias conceptuales o visuales, porque los tiempos no son necesariamente los mismos para cada hombre; pero muchos ya han sido informados debidamente por el Espíritu Santo de Dios en revelación, que hay un remanente santo que se está levantando entre las ruinas de la iglesia tradicional, costumbrista y ritualista.

Y no se trata precisamente de buscar a alguien a quien seguir. De lo que se trata, es de madurar. Y madurar en el Señor es, exactamente, concluir con esa clase de seguimientos. El árbol se conoce por sus frutos y no todo lo que reluce es oro ni todo lo negro es petróleo..

Existe mucha gente que habla bonito pero que luego, en sus actos cotidianos, es como si se movieran exactamente a la inversa de lo que hablan. No sé ni me interesa ninguno de estos casos. Lo que sí me interesa, es que lo que se está diciendo, cuando viene de Dios, es auténtica y genuina confirmación. De todo lo demás, el Padre celestial es el único juez.

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septiembre 6, 2020 Néstor Martínez