Yo me pregunto cuáles deberían ser algunas características básicas de alguien que desea interceder, ponerse en la brecha, o cubrir a alguien con su oración. Si bien todos los creyentes podemos hacer esto, no todos tenemos el llamado específico o la unción real para realizarlo con efectividad. Porque todos podemos cantar, pero no todos podemos alabar a Dios con nuestro canto. Todos podemos enseñar, pero no todos han sido ungidos como maestros. Todos podemos profetizar, pero eso no nos hace a todos profetas de oficio. Vamos a ver algunos de esos requisitos, entonces. El primero que hallamos, allí, es Sanidad. Y no es que esa persona deba o pueda sanar. Cuando digo sanidad, me estoy refiriendo a que la persona que desea trabajar en oración intercesora, tenga su corazón sano. Hay un mandato que es clave, que está en el evangelio de Mateo, que dice: Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.
La persona que desea interceder, básicamente es una persona que oye y ve. Dios me ha dado lengua de discípulo, y me ha dado oídos de discípulo. ¿Recuerdas el pasaje de Isaías? Es decir que quien oficia de intercesor, es alguien que está entrenado en ver a Dios. No voy a explicar en este trabajo lo que significa ver, sólo voy aclararte que, en el mundo espiritual, ver no es ver. Ver es percibir. Sólo para aclararlo y así evitar contiendas estériles. Cuando digo “ver a Dios”, no estoy diciendo que nuestros ojos naturales vayan a verlo. Puede darse si a Dios se le antoja, pero en el mundo espiritual ver no significa necesariamente algo natural o físico. Por ejemplo, uno ve con el corazón. Uno percibe en su espíritu cosas. Entonces dice: Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.
¿Por qué es importante que un intercesor tenga el corazón sano? Porque esa es la única garantía para recibir un mensaje del Señor. Un corazón amargado, aunque tenga muy buena intención, a la larga, lo que recibe del Señor va a estar contaminado por esa amargura. Sabemos que Dios mira el corazón, que Dios nunca mira lo que mira el hombre, como bien lo decía Samuel. El corazón es la fuente de todas las emociones. Sobre todas las cosas guardadas, guarda tu corazón, porque de él mana la vida. Tu corazón es muy importante para el Señor. No olvides que tu corazón responde a ciertos estímulos. Por ejemplo: si a ti te han herido y estás tratando de relacionarte con alguien, y ves un síntoma que te recuerda lo que pasó, automáticamente tú te cierras a esa nueva relación sin que esa relación sea responsable de nada. Eso va a demostrar, principalmente, que en el fondo todavía no has sido sanado del todo de esa herida.
O, en el menor de los casos, tu corazón estará cuidándose en un mínimo margen de auto protección que le evite otra herida similar a la recibida. De allí que se suele aconsejar a los jóvenes para que, antes de enamorarse de una persona, hombre o mujer, es el mismo caso, lo primero que deberán hacer es enamorarse del Señor. De ese modo sus corazones serán sellados y no correrán riesgo de recibir heridas innecesarias. Debes ser sano. Tómate tu tiempo para que eso sea real y efectivo. No importa la urgencia que exista para que entres en la batalla de la oración intercesora, lo primero que tienes que hacer es cerrar esta puerta negativa si es que se te ha abierto. Corazón libre de ataduras. Es clave. Y tener manos limpias con la gente. Ejemplo: si yo ya tomé una decisión respecto a una determinada cuestión, ¿Para qué le pediría a alguien que ore? Sucede.
La segunda cosa importante, es La Autoestima. Va en el orden de la anterior. Uno de los problemas más frecuentes en todos los seres humanos, es el rechazo. Hay mucha gente que está operando en los frentes de batalla más agitados, que tienen problemas de rechazo. Jeremías es el caso de un profeta que tenía rechazo. Él se hacía mucho drama con que no lo escuchen. Por eso escribe su libro: Lamentaciones. ¿Quién le puede poner ese nombre a un libro? Está bien, de acuerdo, no se lo puso él al nombre, tal vez otros que estaban peores que él, pero de todos modos es un libro de lamentos. De todos es un libro inspirado por dios, quédate tranquilo. Lo que quiero decir es que lo mejor que te podría pasar es que no te toque nunca escribirlo.
Porque la responsabilidad de un profeta no es hacer, es decir. Yo puedo ser responsable de decir lo que Dios me ha dicho que diga. Ahora, que ustedes lo quieran escuchar, creer, aceptar u obedecer, ya no es mi asunto. Yo puedo tener una palabra para alguien. ¿La quiere escuchar? Se la digo. ¿No la quiere escuchar? Amén, seguimos amigos como siempre, pero en silencio divino. Pero si yo tengo una palabra para un lugar geográfico, por ejemplo, entonces la cosa es distinta. Yo debo ir allí y decir lo que Dios me ha dicho que diga allí. Cuantos me oyen, cuantos no me quieren oír, cuantos me creen y cuantos suponen que estoy loco, ya no es asunto mío. Yo he cumplido con mi misión y tengo un paso de obediencia delante del Señor como fase personal ministerial. Todo lo demás ya no me incumbe, Él se las arregla con ello.
Porque si no entendemos que nuestra responsabilidad comienza con nuestra obediencia y termina con nuestro cumplimiento específico, vamos a querer cargarnos sobre los hombros un peso que no estamos en condiciones de soportar, sencillamente porque no fuimos preparados para eso. Ejemplo: un intercesor ve que en su iglesia se está administrando mal el dinero. Lo percibe y recibe con claridad y precisión y hasta con nombre y apellido, en algunos casos. Si no tiene solucionado su problema de autoestima, va a ser muy difícil que se atreva a darle esa palabra a quien corresponda. Porque quien corresponda, seguramente, será uno o el responsable directo de esa mala administración y lo que diga no será visto con buenos ojos ni oído con buenos oídos. Quien pide oración a alguien, tiene que estar dispuesto a darle libertad total a quien se lo pidió, para que le diga lo que el Señor le ordene que le diga. Si no quieres hacerlo no lo hagas, no es obligatorio, pero en ese caso no pidas oración intercesora a nadie.
En un versículo que está en Lucas, dice: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Mucha gente tiene amor a su prójimo, pero si no tiene amor por sí mismo, eso no es amor, eso es presunción. Por eso es importante la autoestima, no es que tú te la creas, pero tampoco es que tú tengas seguridad de ti mismo en lo que haces. “¡Ay, no! ¡Es que aquí nadie aprecia lo que yo hago!” Está bien, de acuerdo, todos necesitamos una palmada en el hombro, pero, aunque no la hubiera, si tienes resuelto el asunto de la autoestima, tú sigues haciendo lo correcto. No vas a depender de la palmada en el hombro. Tú eres un heraldo que trae palabra del Rey. No interesa si eres lindo o feo, interesa lo que dices porque es lo que el rey te ha enviado a decir. Autoestima correcta es cero auto-rechazo. Atreverse a hablar en tiempo de hablar y a decretar en tiempo de decretos.
(Proverbios 26: 2) = Como el gorrión en su vagar, y como la golondrina en su vuelo, así la maldición nunca vendrá sin causa. Hay un tema que es muy delicado y que se llama Iniquidad. Tristemente es muy poco lo que se ha enseñado sobre el tema de la iniquidad. Y la iniquidad es causa central de muchísimas cosas terribles en la iglesia. Yo Soy el que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, dice Éxodo. Tres cosas distintas y definidas: Iniquidad, Rebelión, Pecado. No son la misma cosa, son tres diferentes. Aunque caminen juntas. Y sigue: y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos Presta atención: no dice del pecado de los padres sobre los hijos, dice de la iniquidad y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación.
Hay una diferencia muy notoria entre pecado e iniquidad. El pecado son los frutos que cometemos, pero la iniquidad es la raíz que da origen a esos pecados. Si tú vas a una cárcel y reúnes a todos los reclusos que hay allí y les preguntas cuántos de ellos han tenido un padre, o una madre, o un familiar cercano que ha estado presa o preso, será más o menos el setenta por ciento que te diga que sí lo han tenido. Eso se llama iniquidad. También lo alcanzó a David. David tenía un problema de iniquidad. Él cae en adulterio con Betsabé y es triste, porque es la etapa oscura de su vida. Pero casualmente el pecado sexual fue el que caracterizó a su bisabuela, a Rahab; ella era una prostituta. La iniquidad, a la larga, es como un enemigo dormido, esperando el momento de despertar y activarse.
Hablando de la caída de Lucero, el profeta Ezequiel dice: Perfecto eras en todos tus caminos, desde el día en que fuiste creado hasta que se halló en ti maldad. Con la multitud de tus maldades y con la iniquidad de tus contrataciones, profanaste el santuario. La palabra Iniquidad, literalmente, significa “lo torcido”. Veamos algunas definiciones ahí. Es la suma de estos pensamientos torcidos o la suma de la maldad del hombre. Va a impregnar el alma del ser humano en el instante en que es concebido el embrión. Es en ese momento en que toda información o herencia espiritual de maldad en la persona, se va a establecer en ella. Es como un cordón umbilical espiritual, en el que se van grabando todos los pecados del hombre, y lo que será su herencia a la siguiente generación. Los pecados que se formaron en la generación anterior, en la siguiente se establecen con más fuerza.
Me impresiona mucho un verso de Jeremías. Escucha cómo define el profeta a la iniquidad. Dice: El pecado de Judá escrito está con cincel de hierro y con punta de diamante; esculpido está en la tabla de su corazón, y en los cuernos de sus altares. Muchos dicen, y yo adhiero, que este verso es la mejor síntesis sobre la iniquidad. La iniquidad es el lugar donde queda esculpido todo lo torcido y pecaminoso que le entregará un hombre a sus hijos. Adán nos pasó eso. Nosotros pecamos, a causa de la iniquidad de ellos. ¿Se entiende eso? El pecado no te hace pecador, sino que el pecado está en ti y por eso eres pecador. Lo estuve enseñando aquí mismo hace poco tiempo a eso. Eso es lo que explica Juan. Dice, en la versión especial, Estos, a su vez, lo torcerán aún más con sus propios pecados, y lo entregarán como una estafeta de maldición a la subsiguiente generación.
Es como el cuerpo de pecado, él ya ha formado parte del cuerpo espiritual dentro del hombre, y esta va a afectar sus comportamientos, la estructura de sus pensamientos, y aún el estado de salud del cuerpo físico. Es como que nuestra cadena genética, nuestro ADN, está allí atada, sujetada por algunos elementos. Es típico de una persona que murió en pobreza, tenga hijos y nietos que muy probablemente también mueran en pobreza. Eso se llama iniquidad. Y nosotros podemos cortar eso definitivamente. Bien vale, entonces, recordar algunos pormenores no deseados en este tipo de batalla. Hay guerreros de Dios, tremendos hombres o mujeres que en su momento salieron a la guerra, y que luego sufrieron tremendas consecuencias. Y ellos han enseñado respecto a probables venganzas del diablo por causa de algo que ellos hubieran hecho.
Déjame decirte que muchos estudios de gente muy seria han determinado que eso de ninguna manera es verdad. David no tuvo ninguna venganza. Lo que ocurre es que no hemos sabido hacer la guerra correctamente. No existe tal cosa como ser castigado por el diablo por hacer la voluntad de Dios. ¿Cómo se te ocurre que Dios va a enviarte a una misión para luego, una vez cumplida, dejarte expuesto a venganzas del infierno? ¿Qué clase de padre sería Él, entonces? ¿Qué clase de evangelio te han predicado? Se supone que deberás ser premiado por obedecer a Dios, no castigado. “Pero hermano! ¡Es que…yo conozco casos!” – ¡Yo también conozco casos, pero los casos no determinan la normalidad! A la normalidad la determina la Palabra. Voy a explicar por qué razón la gente suele sufrir consecuencias después de la guerra. La primera causa, es que va a una guerra sin estar libre de iniquidad. Quiero explicarte algo respecto a la luz y las tinieblas.
La guerra espiritual no es un asunto de conocimientos, es un asunto de luz y de tinieblas. Es un asunto de ser o no ser. Tú no entiendes la luz, tú usas la luz. Si tú te das cuenta, el profeta define el nacimiento de Jesús, y dice: El pueblo que andaba en tinieblas, vio gran luz. Los que moraban en regiones de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos. Es decir que Jesús, la luz que iluminaba todo este mundo, viene a este mundo. Y, automáticamente, las tinieblas deben retroceder. O sea: la luz no necesita confrontar con las tinieblas. La luz simplemente se manifiesta, y las tinieblas se disipan. Es simple principio, y básico. Si tú estás en una noche oscura en medio de una selva, tú enciendes una linterna y la oscuridad que te rodea se disipa inmediatamente. Y nadie verá a una persona, lo que se verá será una luz. Hay un poder en la luz para vencer las tinieblas. No necesitas ser programado, no necesitas gritarle a la luz que actúe, la luz actúa automáticamente y las tinieblas retroceden.
El problema mayor radica en que mandamos gente a la guerra, sin que sus vidas estén en luz. Les damos un curso de guerra espiritual y los largamos, pero nunca los hemos ministrado sobre iniquidad. ¿Qué es ministrar iniquidad? Cuando el creyente intercesor va. Él porta la luz de Cristo en sí mismo. Las tinieblas comienzan a retroceder porque lo ven acercarse y no pueden prevalecer contra la luz. El creyente va, entonces, para juzgar las tinieblas. El problema es que, si esa persona está juzgando las tinieblas de afuera, pero hay tinieblas dentro de su vida, el mismo juicio que ha decretado hacia afuera, se vuelve en su contra. Es un principio legal. Pero quiero que entiendas algo: el diablo fue despojado de su poder. La victoria de Jesús fue absoluta. Entonces la pregunta del millón de dólares, es: ¿Por qué, pese a esto, entonces, el diablo sigue ganando algunas batallas?
Porque nosotros tenemos la costumbre de limpiar lo exterior, pero no lo interior. Tú sacas del agua un pescado, le limpias las escamas, lo lavas bien y lo metes en la heladera, en el refrigerador o la nevera, como la llames allí. En una semana ese pescado no va a poderse ni oler, porque lo limpiaste por fuera, pero no lo abriste y sacaste sus vísceras, única manera de lograr que luego, congelado, te dure meses sin deterioro. Esto es lo mismo, el exterior es el pecado que confesamos, la iniquidad es el pecado que portamos. Puedes terminar con tu pecado hoy, pero si no limpias tu iniquidad al respecto, mañana pecas de nuevo. ¡Y en lo mismo! El mundo espiritual es muy confuso. Es muy fácil confundirse en el ámbito del espíritu. Las mayores victorias del diablo no fueron cuando él vino con toda su pinta de diablo, sino cuando sus palabras fueron confundidas y mezcladas con las de Dios.
Por ejemplo: pelearemos contra la Reina del Cielo. Es una batalla frecuente que tienen los guerreros de intercesión, la Reina del Cielo está en todas las naciones. Antes de largar a un guerrero a guerrear contra ella, debes limpiarlo de toda contaminación de ese mismo espíritu que pueda haber en su vida por causa de sus generaciones anteriores. ¿Cómo es esto? Hagamos un ejemplo. Hubo una reina llamada Eva, que tenía un problema: ella juzgaba las cosas por su apariencia. ¿Eres así? Pide perdón al Señor por ello. Hubo otra reina, ella obtenía lo que quería sin importarle el precio. Jezabel. Era manipuladora. Y sólo puedes manipular mediante dos métodos: por intimidación o por seducción. Desde: “¡Hazme caso, soy tu madre, te he dado todo!”, hasta “¿Cómo me puedes hacer eso?”. Ambas cosas forman parte del libreto central de la manipulación. ¿Te pasa a ti? Sí, me pasa a mí. Pide perdón por eso. Hubo otra reina llamada Talía. Hubo otra reina, Vasti.
Cuando el rey le dijo: “Quiero hablar contigo”, ella le contestó: “No, ahora no. ¿Quién se cree él que es?” ¿Alguna vez el Señor te quiso despertar por la mañana y tú le dijiste que ahora no, que todavía estabas cansado y tenías sueño? Pídele perdón. ¿Está claro? Antes de ir a pelear contra la Reina del Cielo, tendrás que ser limpio de alguna de las más de veinte reinas que pueden haber hecho plataforma en ti. Eso es básico en lo que pomposamente llamamos “guerra espiritual” y que tantos adeptos tiene dentro de las iglesias por causa de que aparentemente les otorga gran prestigio pertenecer a esos ministerios. Porque esto es lo que te permite dar cumplimiento a aquella palabra que nos demandaba hacer la guerra con sabiduría. La iniquidad es algo tremendo y muy importante, ya que es nada menos que el enemigo escondido. La gente tiene que ser librada de iniquidad. El diablo, a veces, toca el dinero de la gente. Y el dinero está muy ligado a la iniquidad. Es mucha la gente que oigo o leo decir: ¡He invertido todo en el Señor y esto anda cada vez peor, no veo respuesta!
No es cuestión de tener o no tener respuesta, es cuestión de buscar algo en nuestro interior que no anda bien o, que sencillamente, anda mal. Algo no está funcionando bien y tú no puedes estar tranquilo hasta que eso no sea resuelto. Cuando uno se contenta o se conforma con vivir con la iniquidad, tiene un problema. No te debe pasar eso, de ninguna manera. La iniquidad, entonces y en suma, es el pecado de los padres que afecta a la siguiente generación de tal manera que el que viene después, ya viene o ya nace en una actitud de atadura o esclavitud. Si tú tienes problemas de depresión, tus hijos lo van a tener el doble. Entonces, lo que debes hacer es resolverlo en ti, para que ellos también puedan ser libres de eso. Un intercesor no es otra cosa que un creyente en trabajo específico. Debe ser un águila, alguien capaz de mirar muy lejos, alguien que camina en la luz y fructífero. Dice la palabra que por los frutos los reconocemos, ¿No es cierto?
Sin embargo, hay hermanos muy ungidos en recibir palabra del Señor que se enfrentan con ciertos problemas porque no tienen conocimiento extremo de la palabra escrita, y nosotros hemos sido formados para evaluar todo a partir de la palabra. Creo que ambas cosas son una exageración de una verdad, por lo tanto son extremismos espirituales. Debes confiar en aquellos que tienen visión del mundo espiritual y reciben directivas del cielo, y debes propender si está en tu mano, a que esa gente tenga conocimiento bíblico suficiente como para no quedar tildado ante la menor emergencia teológica. Por eso quiero usar un término específico para resumir todo esto que hemos visto: legalidad. La guerra espiritual se diferencia notoriamente de la guerrilla o el terrorismo espiritual. Porque nosotros debemos movernos en un marco de legalidad.
La guerra que hacemos es legal, tanto en los cielos como en la tierra. Cuando no nos movemos en un marco de legalidad, estamos haciendo guerrilla, terrorismo o lo que tú quieras llamarle. Y no es la manera en que Dios trabaja con su pueblo. Ahora, claro; la legalidad, viene por la palabra. Aquí me dice qué puedo y qué no puedo hacer. Hay mujeres que tienen sus maridos no creyentes que han pretendido atarles sus espíritus humanos para llevarlos a aceptar venir a la iglesia sin oposiciones. ¡No puedes hacer eso! Es decir, como poder sí que puedes, pero no debes hacerlo. Gobernar sobre la vida de otra persona en contra de su voluntad, no es legal. Ni siquiera el Espíritu Santo haría algo así. Eso se llama manipulación, y toda clase, calidad y cantidad de manipulación, siempre es hechicería. Eso es operar en el espíritu de Jezabel, aunque esté disfrazado con una vestidura muy piadosa como la de expresar que es para que “él conozca al Señor”.
Este es un caso testigo de una persona cuyo corazón era bueno, pero que lo que iba a hacer no estaba bien. He allí el criterio por el cual Dios le da al hombre la capacidad para escoger. Eso te demuestra que tú debes conocer la palabra, no sólo en un nivel superficial. Aquellos que están en una primera línea deben ser estudiosos de la palabra. Porque luego formarán parte de equipos de trabajo, y si operan como deben operar los que desean pertenecer al Reino y funcionan como deben funcionar los hijos de Dios, según lo que Dios mismo ha dicho, unos van a ver una cosa, otros van a ver otra, unos van a encontrar una cosa en la Biblia y otros encontrarán otras, y en la suma de esa compartida se enriquecerán los distintos ministerios. ¿Cuántos de ustedes han escuchado el concepto de: ¿Sacaron sus espadas? ¡Muéstrenme sus espadas! Y toda la gente levanta sus Biblias. Y dice: Aquí está la espada de Dios. Bueno, tengo que decirte que ese es un error bastante grave.
Porque esa no es la espada de Dios. “¡Pero no, hermano! ¡Es que la Biblia dice!” No, no, vamos a ver lo que dice la Biblia, no te preocupes. El que cubre un ministerio de oración y de intercesión, tiene que ser alguien que está parado sobre la palabra. En el griego, la palabra palabra, tiene varios vocablos. Al menos tiene tres. La primera, es Logos. La palabra escrita, se llama Logos. Lo que tú tienes en tu mano, ahora, siguiendo con ella mi trabajo, es Logos. Todo cristiano, intencionalmente está parado sobre la palabra, y no porque esté pisando una Biblia, de hecho. Lo que quiere decir, es que está sostenido por un marco de legalidad que viene por la palabra. Por encima de la autoridad de tu pastor, de tu marido, del presidente de tu país, está la autoridad de la palabra.
Luego tenemos otra palabra, que es Rema. El Rema siempre ha sido dibujado como una palomita descendiendo con fuego. El Rema, que también se traduce como palabra, en este caso no es palabra escrita, sino palabra hablada. ¿La diferencia? El Logos es una carta que te llega; el Rema es una llamada telefónica. O un WhatsApp y un audio. El creyente es alguien que está abierto al Rema de Dios. Y muchas veces Dios te va a dar palabras, mientras tú estás orando. Que tú no las conocías, no las entendías, o aún palabras textuales. Te va a decir el Señor: “Dile a mi hijo tal cosa”. Ahora bien; si tú sólo dependes del Rema, tú tienes un problema. Porque no sólo te habla Dios, también te habla el diablo. Y lo que te da el margen de legalidad, el filtro de esa palabra, es la Biblia, el Logos, la palabra escrita. Ahora vas a entender cómo se activa lo que se llama la espada de Dios en un momento.
(Efesios 6: 17) = Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios. Con lo que te expliqué antes, lo más importante ahora es saber qué palabra griega se utiliza aquí para traducir como “palabra”. Porque si dijera Logos, tú tendrías todo el derecho legal para decir: “levanto mi Biblia, levanto mi espada”. Pero, lamentablemente, ya que por años en la iglesia evangélica siempre hemos dicho: “levanten sus espadas” en referencia a las Biblias, la palabra que se utiliza aquí no es Logos, es Rema. Eso significa, ya lo sabes, que no es la palabra escrita sino la palabra dicha. Pero no es suficiente, veamos. Hay algo, dentro de nosotros, que se llama fe. La palabra fe, en griego, es la palabra pistis. El diablo no le tiene miedo a este libro llamado Biblia. Él puede prenderle fuego y sabe que se quema, porque es papel. Es más: lo ha hecho por cientos de años. Ha perseguido la Biblia, y la ha destruido.
El problema de él empieza cuando el Logos, que es el libro, se llena de pistis, se llena de fe. No toda persona puede tener una espada en su boca. Sólo la pueden tener aquellas personas que tienen una fe madura, y su fe está en la palabra. Voy a darte un ejemplo escritural para que entiendas mejor. La Biblia dice: todo lo podemos en Cristo que nos fortalece, ¿No es cierto? Lo dice así, ¿verdad? Ahora, claro; eso está escrito aquí más o menos desde el año 50 después de Cristo, pero tú vas a conocer a miles de millones de personas de la iglesia de todo el mundo, que viven en derrota. ¿Por qué? Porque, aunque esté escrito, es sólo Logos, en tanto que esa palabra no cobre vida en un sentido, aunque es un principio de verdad y legalidad, es ineficaz. Entonces, un día, tú estás leyendo el Logos que te dice que todo lo podemos en Cristo que nos fortalece, y tú crees, (pistis) esa palabra. La fe dice: Cierto. Entonces, automáticamente, tú declaras y dices: si la palabra dice que todo lo puedo en Cristo que me fortalece, yo puedo vencer esta circunstancia. Esa palabra se convierte en zoe, palabra activa, palabra avivada.
Y esa es la palabra que corta. Cuando el diablo está tentando a Jesús, le va con argumentos bien sutiles, pero bien tontos, porque le dice, por ejemplo, sabiendo que Él tiene hambre, “Si eres el hijo de Dios”. Él sabía quién era, “Di que estas piedras se conviertan en pan”. Ahora bien; la palabra de Jesús es, primero Logos, pero no sólo es Logos, sino que como Él la dice, y Él tiene fe en lo que dice, lo que de Él sale, son tremendos golpes de espada. Y con tres golpes deja KO al diablo en ese round. Escrito está, no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Primer corte. Primer tajo. “Si eres el hijo de Dios, tírate de este lugar alto, porque él va a mandar a sus ángeles a socorrerte”. Así dice en tu palabra. Jesús se vuelve a parar sobre la palabra. Escrito está, Logos dice: no tentarás al Señor tu Dios, Segundo tajo. Segundo corte.
Tercer round. “Mira, hagamos una cosa. Póstrate ante mí y te daré todos los reinos de la tierra”. Ahí recién él juega con legalidad. Porque dice, respecto a los reinos, “a mí me han sido dados”. Y es cierto, Adán le dio todo esto. Él te puede dar todos los reinos de la tierra, ahí no está mintiendo. Pero, otra vez Jesús se para sobre el Logos y dice: Escrito está, al Señor tu Dios adorarás y sólo ante Él te postrarás. ¡Paf! Otro tajo. O sea: la espada no es la Biblia; ni siquiera tampoco es el Rema que tú hayas recibido. La espada toma forma cuando, lo que tú dices, está revestido de pistis, fe. Eso es lo que hace la diferencia. Esa es la espada del Espíritu. Por eso dice: La espada del Espíritu, que es, la palabra de Dios. Esta es el arma más poderosa del creyente en intercesión. Por eso es que, si tú quieres ser uno de esos creyentes, uno de esa clase, quiero decir, la palabra tendrá que estar metida profundamente dentro de tu corazón. Tú tienes que conocer la palabra a fondo.
El diablo aprovecha de nuestra ignorancia en la palabra para mentirnos, engañarnos y convencernos de cosas que de ninguna manera son como él dice. Mucha gente es liberada sólo cuando tú le empiezas a mostrar la verdad. Eso es lo que quiero hacer desde este ministerio, no sé si lo estoy consiguiendo, pero sí sé que al menos lo estoy intentando con todas las fuerzas de mi espíritu, mi mente y mi corazón. No te olvides que el diablo es padre de mentiras. Él gobierna sobre un imperio de mentiras. Su castillo, es un castillo de naipes. Tú le soplas la verdad y todo se derrumba por su propio peso. No necesitas gritarle. Esto de lo que estamos hablando, es lo que yo llamaría equilibrio, un creyente equilibrado. No es “Dios me ha dicho, Dios me ha dicho”, pero tampoco es “Sólo hago lo que la Biblia dice literalmente”. Hay un suave y delicado equilibrio entra lo uno y lo otro, entre el conocimiento y la unción. Un equilibrio entre lo que has recibido y lo que declaras.
Esta palabra es la de Hebreos 4, que dice que es más cortante que espada de dos filos, que penetra hasta partir el alma, y discierne las intenciones del corazón. Es una palabra efectiva, puede penetrar con la precisión de un cirujano, de un neurólogo. Tiene el filo de un bisturí, penetra, pero no destruye. Muchas veces viene un profeta que le da una palabra a alguien y lo deja desparramado, en la lona, dicho en términos boxísticos, en el piso, con la palabra. Y era una palabra de Dios. Pero fue tan mal usada, fue dada con tan poca destreza, que el daño efectuado fue demasiado grande. Esas cosas pasan. Cualquiera de nosotros, por no decir todos, vamos a equivocarnos, vamos a cometer errores. Es lógico, vamos creciendo. No pienses que vas a fluir en revelación de un día para el otro y con una precisión exacta.
Eso no es cierto. No hay persona en la tierra que profetice ciento por ciento. ¿Por qué? Porque el concepto profético del Nuevo Testamento es muy distinto al del Antiguo. Ya no es Dios el que toma posesión en un sentido, ya no es el vidente, el profeta del Antiguo Pacto que dice: “Y vi esto, y vi aquello”. ¿Entiendes algo, Isaías? No, no entiendo nada, sólo estoy repitiendo lo que estoy recibiendo. Ese era el concepto en el Antiguo Testamento. El del Nuevo Testamento, es otro. Es Dios el que pone las cosas en el corazón de su pueblo, y si yo quiero, profetizo, y si yo no quiero, no profetizo nada. Porque el espíritu del profeta está sujeto al profeta. Por eso es la importancia de lo que te dije antes, que el corazón del intercesor, por ejemplo, tiene que estar sano, tiene que estar limpio, tiene que estar sin ataduras y sin pasado. Para que lo que Dios pone allí pueda fluir sin la contaminación de ese corazón.
Por ejemplo, Pedro, tenía un problema con los gentiles. No le gustaban los romanos. Y miren ustedes como entra a la casa de Cornelio. Y ojo que ya el Espíritu Santo ya había hecho un tremendo trabajo en él de limpiar y purificar en él. ¿Recuerdas cómo entra a la casa de Cornelio? ¿Para qué me quieren acá? – ¿Cómo que para que te queremos acá? No va a ser para que nos cantes la última cumbia o el último tango de moda. Es para que nos hables de Dios. – Sepan ustedes que, para mí, estar acá es algo muy despreciable. Dice que Cornelio era un hombre conocido por sus ofrendas y por sus hechos, era un hombre justo. Y era romano. Pedro acaba de bajarse de la casa de Simón el curtidor, tuvo una pelea de revelación tremenda con el Espíritu. El Señor trató de mostrarle que, en realidad, el zoológico que estaba viendo, no era una cuestión de animales, sino que lo estaba preparando para el siguiente capítulo, que era la casa de Cornelio. “No llamarás impuro lo que yo he santificado”, pero no lo entendieron.
Y es penoso. Y dice el Libro de los Hechos, que es tan preciso, que mientras Pedro aun hablaba, el Espíritu Santo cayó. Mientras él hablaba. Ya reciben el Espíritu Santo, ya Pedro no importa. Cualquiera le preguntaría al Señor por qué razón no vino el Espíritu Santo sin necesidad de Pedro. Por un concepto de autoridad. Porque Jesús les dio a ellos las herramientas para extender el Reino. El Reino de Dios dependía de hasta dónde podían llegar los discípulos. Un ejemplo. Hay territorios en la tierra donde no ha habido guerra espiritual. No porque no haya guerreros, sino simplemente porque Dios no puede soltar un espíritu de guerra hasta que un hijo suyo, un profeta de guerra, ponga los pies en ese lugar. Lo pone en el aeropuerto y se va. Ese es el único derecho de legalidad que el cielo necesita para que se active un espíritu de guerra en toda la nación. Así funciona. ¿Tan simple? Tan simple. Te doy otro ejemplo. Viene un presidente extranjero y aterriza por unos minutos en un país de Sudamérica. ¿Qué hace? Casi nada importante: ceremonias, canciones, himnos, banderas, saludos, honores, protocolos.
Él se va y llegan personas de su mismo país para hacer negocios, firmar acuerdos y una serie de intercambios materiales favorables a ambas naciones. No es el presidente quien lo hace, pero el simple hecho de él haber puestos sus pies en este lugar, otorga libertad para hacer negocios y todo eso. Esto es lo mismo. Hasta el día anterior, los guerreros que estaban medio dormidos en esa nación, tenían una excusa: nadie puso sus pies en ese lugar, por lo tanto, no era el tiempo de la guerra. Pero una vez que vino el hombre de guerra y se fue, y ellos no se ponen de pie, van a tener ahora un pecado adicional, desobediencia. Porque Dios activó el tiempo de guerra con la visita de esta persona. ¡Es que no estamos listos para la guerra! En tu mente nunca vas a estar listo para la guerra. Es más: ¡Nunca estamos listos para la guerra! Te lo digo con más contundencia: la iglesia nunca está lista, pero a pesar de eso, Dios avanza.
Hay un principio de guerra. Los necesarios para tomar un territorio no son, necesariamente, aquellos hombres o mujeres a los cuales tú consideras más importantes. A veces son las anónimas Déboras, de perfil más que bajo y apariencia insignificante. Son principios específicos para cada país, incluso. La guerra no es tuya ni mía, la guerra es de Dios. Tú y yo podemos o no ser soldados obedientes en esa guerra. Por eso, tú vas a tratar de moverte en un marco de legalidad, pero en el fondo, será Dios quien determine quién, cómo y cuándo. Esto me lleva a varias cosas importantes, una de ellas, no depender de mi agenda personal. Nada menos. Porque lo que da poder para todo esto, es el diseño.
Cuando cae Jericó, no son las vueltas, es el listón rojo colgado en la ventana de Rahab el que determina que el tiempo ha llegado para el juicio de Dios. Los dos espías son, en realidad, los que colocan el explosivo para que el muro se caiga. Porque Dios no podía tocar esa ciudad, hasta que entraran. Hasta que los hijos de Dios pongan su pie dentro. Por la misma razón que no podía destruir Sodoma hasta que no salga Lot, el santo Lot. Cuando alguien comienza a predicar una palabra de Reino dentro de las iglesias, ese alguien se mete en problemas. Porque el Reino trae la presencia de Dios de una manera totalmente nueva y poderosa. El problema radica en que lo que antes se toleraba, ahora ya no se puede tolerar. Si tú entras a un salón con muy escasa iluminación y tu ropa está desalineada, o vieja, o arrugada, nadie va a darse cuenta y estarás allí tranquilamente. Pero si de pronto alguien enciende todos los reflectores existentes, entonces quedas expuesto y no puedes esconderte en ninguna parte. Y hasta las más pequeñas manchas serán altamente visibles. Eso es la luz.
En algunos lugares se pretende hacer un entrenamiento de adoración profética y se convoca para eso a personas que de ninguna manera tienen que ver con esa unción. Porque un entrenamiento de adoración profética no puede ni debe jamás ser confundido con una conferencia, clínica o congreso de los miles y miles que a diario se realizan en el planeta. Lo que un entrenamiento de adoración profética persigue, es nada menos que establecer el Reino de Dios en un lugar. Y eso es maravilloso para la iglesia, pero si la iglesia no está preparada para cortar con muchas cosas, la iglesia se le puede caer encima. Porque tú no puedes activar el espíritu de la gente, y al domingo siguiente volver a coser el velo. Tú no puedes enseñarle a alguien el camino al Lugar Santísimo, y luego volver a coser el velo. ¡Qué lindo el seminario, gloria a Dios! Pero ahora volvamos a lo de siempre…
La gente se te va a quedar así, y va a empezar a leudar un espíritu de inconformismo, y van a empezar a establecer rencillas internas. Yo estuve en iglesias donde luego de mi paso, comenzaron ciertos problemas que terminaron con una división. ¿Entonces yo fui factor de división? No, la palabra de Reino que yo llevaba lo fue. A mí ni se me hubiera ocurrido. Además, yo lo había advertido, tanto al pastor principal como a la mayoría de sus ayudantes. Incluso lo dije públicamente antes de comenzar el mensaje. Cuando estableces el Reino de Dios en un lugar, lo que antes era tolerable, ahora ya no lo es más. En el nivel del evangelio de Jesucristo hay mucha gracia, mucha tolerancia. Pero cuando tú entras a moverte en el evangelio del Reino, tú entras en esferas de autoridad de Dios, y estableces el Reino de Dios, la luz de Cristo viene y todo se modifica.
Tú hablas del poder de la sangre, la gente empieza a entender lo que son sus espíritus, y ahí es donde sabes qué sabes, que sabes, que, lo que antes era tolerable, ya no lo es. A mayor revelación, la responsabilidad también es mayor. No podemos recibir una revelación de adultos y estar actuando como niños. Mucha gente quiere escuchar del Reino, pero no quiere entrar al Reino. Esa persona tiene un problema, porque Dios va a demandarle algo. Cuando esta palabra llega a un lugar, nada allí vuelve a ser lo mismo que era antes. A mí me pasó en mi vida personal. Yo era uno hasta oír esta palabra de Reforma y de Reino, y pasé a ser otro muy distinto de ahí en más. Nunca volví a ser el que era, y créeme que no lo lamento, todo lo contrario. Jesús lloró en dos ocasiones dentro del marco de su ministerio terrenal, y ninguna de esas dos ocasiones lloró por tristezas, sino porque la gente no entendió lo que estaban viviendo.
Cuando llora en Getsemaní, llora porque ve a Jerusalén y dice: “No supiste reconocer el día de tu visitación. No te diste cuenta quien estaba aquí, hoy. De cierto, de cierto, te digo: no me verás hasta que digas Bendito el que viene en el nombre del Señor.” Han pasado veintiún siglos desde ese momento tan nefasto. ¿Ha cambiado algo? Debemos ser responsables con eso. No ores por alguien si ese alguien está en pecado. No te metas en eso, deja que Dios se arregle con él. Si el Señor saca a luz algo y tú puedes ver con claridad y certeza el pecado de alguien, tú hazte a un lado. Porque si tú intercedes por alguien así, tú estás haciendo de frente de contención de él. Y no estoy hablando de pecado por ignorancia u omisión, estoy hablando de aquel que sabe que está haciendo algo que es ofensivo a Dios y no deja de hacerlo porque le agrada o le conviene.
Hay un asunto muy particular respecto a los pactos y las supuestas o genuinas coberturas en el evangelio de Mateo. En 7:28 y 29, leemos: Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; (Doctrina, aquí, es enseñanza); porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. La gente había escuchado a Jesús y se había quedado impactada con lo que Él les había dicho. Porque no se habían confundido con las palabrerías, como les solía ocurrir con los escribas y los fariseos, sino que le habían entendido perfectamente todo lo que Él les había explicado. Por eso, vemos que en el primer verso del capítulo 8, dice: Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente. ¿Cómo reaccionaba la gente ante la palabra del Reino? Siguiéndolo. ¿A todas partes? No, sólo a algunas. Mira ahora el verso 23. Y entrando él en la barca, sus discípulos le siguieron. Cuando el tiempo está tranquilo, es toda la gente la que te sigue. Cuando llega el momento de la tormenta, sólo los discípulos. ¿Se entiende?
La gente se maravilla y se impacta con el Reino, pero se queda en la orilla, a salvo de todo lo que el Reino pueda traer. Es como si tú fueras un equilibrista de esos que caminan por una cuerda tensada en altura. La gente te mira desde abajo y te aplaude, te anima, te incentiva y te exige que levantes la cuerda a mayor altura. Y después a más altura todavía. Y después que saques la red de contención que colocabas por debajo por las dudas, para darle más dramatismo. El día que te caes te matas, y te matas solo. ¿No fue así con Jesús? Será así con quien quiera seguirlo, aunque no estamos hablando de muerte física, claro está, sino de guerra. El Reino de los Cielos te desafía. El Reino de los Cielos te expone, te arriesga, te lleva más allá. Bienvenidos al Club de la segunda Milla. La primera es para los que han venido a buscar de la Gracia. La segunda es para los que han venido a dar. La pregunta, entonces, es: ¿Para qué estás escuchando esto? Porque si estás oyendo esto y luego todo sigue como antes en tu vida, entonces creo que tú has perdido parte de tu tiempo y yo he perdido parte del mío esforzándome para enseñarte. Yo he cumplido con mi mandato, pero tú has quedado en deuda para con el Dios que me usó para llegar a tu vida.