Todos los que alguna vez ocupamos una plataforma y nos paramos frente a un púlpito con la tarea decidida por propia voluntad o delegada por otra persona, sabemos el enorme grado de responsabilidad que nos embarga en ese instante. Todos tuvimos una primera vez y casi temblamos de ansiedad, nervios y temor a equivocarnos y decir una blasfemia. Todos, asimismo, en prevención de esos probables errores y como respaldo a todos esos temores, h emos preparado nuestros mensajes con el mayor de los tiempos, con la máxima dedicación y hasta con la puntillosidad de no dejar nada librado al azar, tomando apuntes, acotaciones, capítulos, versículos y textos paralelos de un modo que nos hiciera sentir seguros. De hecho, esa predicación espontánea, improvisada y descansada solamente en lo que el Espíritu Santo pudiera revelarnos, nos llegó más tarde. A algunos. A muchos otros nos les llegó nunca y hoy todavía siguen predicando con todos esos cuidados mencionados.
Muy bien. Lo que vas a escuchar ahora, es algo que está escrito desde siempre en nuestras Biblias y que quizás algunas veces hayas oído comentar. Es el primer mensaje, sermón o predicación del tremendo apóstol Pedro. Pedro era un pescador, no olvides eso. Y me temo que tenía muy poca o ninguna formación teológica recibida en las sinagogas. Pero Pedro era uno de los que acompañó a Jesús en su ministerio terrenal. Fue el que recibió críticas y condenas porque lo negó, (Aunque de hecho no fue el único, ninguno salió a dar la cara cuando las cosas se pusieron feas). Pero fue también al que Jesús le dio las llaves de la iglesia, cosa que los romanos tomaron como propia y armaron con ese texto como excusa, su propio credo religioso conocido. Sin embargo, Pedro fue ungido grandemente y fue capaz, en su primer discurso en público, de dejar a un lado su torpeza, rudeza y escasa formación intelectual para armar de memoria y sin apuntes ni Biblias para consultar, lo que vamos a examinar juntos ahora.
(Hechos 2: 14) = Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras.
Hay cuatro hermosas perlas en este pequeño texto. Una. Dice que Pedro se puso de pie para hablar. Es llamativo, porque Jesús, si lo recuerdas de varios textos, solía sentarse para hacerlo. Es lo que yo llamaría la diferencia entre una predicación y una enseñanza. Quien enseña, como lo hacía Jesús, eminentemente procurando explicarlo todo respecto al Reino, se sienta y lo hace, rodeado de sus discípulos o alumnos. Quien predica, en cambio, se pone de pie y reclama la atención de sus oyentes. Se entiende que va a decir algo que es revelado por el Espíritu y tiene que ver más con palabra profética que con enseñanza. Dos. Dice que estaba en medio de los once, obviamente sin contarlo a él, que era el duodécimo. Pero… ¿No se nos contó que luego de morir Jesús, el discípulo que lo entregó a los oficiales, Judas Iscariote, arrepentido por su traición fue y se ahorcó? Sí, así sucedió. ¿Y como Pedro se está reuniendo con otros once? Porque ya había sido elegido Matías. Por decisión de ellos mismos, no por mandato divino. Dios ya sabía que iba a levantar a Pablo. Fíjate cuanto habla tu Biblia de Matías y cuanto de Pablo.
Tres. Dice que alzó la voz. ¿Por qué? En principio, por estar todos hablando en distintas lenguas, el bullicio parecía ser importante, aunque ni bien Pedro se puso de pie y reclamó su atención, todas las lenguas cesaron, en claro sometimiento a lo que, entendían, sería palabra de Dios revelada. Igualito a algunas de nuestras congregaciones, ¿Verdad? Era obvio que el Espíritu Santo iba a obrar a partir de ese momento por la palabra de Pedro y no por lo que se entendiera de esas lenguas. Pero vuelvo al inicio: alzó la voz. Habló con potencia. A los gritos, si quieres entenderlo así. Hubo un cambio notable en Pedro. Él, allí, estaba teniendo un valor y una audacia que eran un completo contraste con sus cobardes negaciones de Jesús antes de ser lleno del Espíritu Santo. Y queda dicho: Pedro no enseñó como solían hacerlo los rabinos de aquel día, quienes reunían a los discípulos a su alrededor, se sentaban e instruían a ellos y a cualquier otro que escucharía. En cambio, Pedro proclamó la verdad como si fuera un heraldo.
Este sermón, si prefieres llamarlo así, fue sencillamente notable, mucho más si tenemos en cuenta que no tuvo ninguna preparación anticipada o diagramada anteriormente. Muy por el contrario, fue dado espontáneamente. Es decir que Pedro no se despertó esa mañana sabiendo que les iba a predicar a miles, y que muchos otros miles vendrían a Jesús como resultado de su predicación. Sin embargo, podemos decir que fue un sermón bien preparado. Pero no fue preparado por ningún escriba ni teólogo a su servicio, sino que como normalmente les ha sucedido a muchos hombres y mujeres de Dios, (Yo soy apenas uno de ellos), este fue preparado por la vida anterior de Pedro con Dios y su relación con Jesús.
Fluía espontáneamente de esa vida, y de una mente que pensaba y creía profundamente. Y esto que compartiremos apenas es una pequeña porción de lo que Pedro realmente dijo: Dice que con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba. Cuatro. Pedro no les pidió permiso ni autorización para dirigirse a ellos. Todo lo contrario, lo hizo con total y absoluta certeza de estar hablando en representación del propio Dios y, como tal, esgrimiendo una tremenda autoridad que quedó manifestada cuando les dice que eso que va a expresar, les sea notorio. Que es como si les hubiera dicho que lo que iba a hablar, si bien ya era público y sabido por todos, además iba a resultar más que claro y decididamente evidente.
(Verso 15) = Porque estos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día.
Pedro desvió la crítica burlona de que los discípulos estaban borrachos. En aquel día era impensable que alguien estuviera tan borracho tan temprano en el día (Alrededor de las 9:00 de la mañana). Conviene aclarar que la mayoría de los judíos –creyentes o no– no comían ni bebían nada hasta después de la hora tercera del día, porque esa era la hora de oración, y solo comían después de que sus responsabilidades con Dios eran cumplidas. Cuando ellos dicen que están llenos de mosto, no debemos pensar que los cristianos estaban actuando como si estuvieran borrachos. La idea de estar “ebrios en el Espíritu” no tiene fundamento en las Escrituras, aunque seguramente más de uno de nosotros puede haber visto algo parecido en algún sitio de congregación y ante determinado tipo de ministración. El comentario de los burladores en el día de Pentecostés no tenía ninguna base en la realidad de ese tiempo.
Tampoco debemos añadir que la experiencia de los creyentes de la llenura del Espíritu Santo les pudo parecer o verse como una intoxicación con bebida, porque en algún momento ellos hayan perdido el control de sus funciones físicas y mentales normales. No, el fruto del Espíritu es Dominio Propio, que es sinónimo de nuestro más conocido autocontrol, y nada que realmente venga del Espíritu puede llevar a la perdida de este. Sería contradictorio. De alguna manera, si esto puede probarse con más palabra escrita, podemos recurrir a lo que Pablo les expresa a los Tesalonicenses, en su Primera carta, capítulo 5 y verso 7, cuando dice: Pues los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan. Queda más que claro y evidente, entonces, que a las 9.00 de la mañana, podía estar sucediéndoles cualquier cosa, menos que se tambalearan por ingesta de alcohol. De todos modos, lo que sigue pasa a ser realmente la víscera central de este mensaje.
(Verso 16) = Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: (17) Y en los postreros días, dice Dios, Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; Vuestros jóvenes verán visiones, Y vuestros ancianos soñarán sueños;
Entre ese gran derramar del Espíritu Santo, y entre señales y maravillas y hablar en lenguas, ¿Qué se supone que hizo Pedro? Esencialmente, dijo: Bueno, amigos, ahora si no les parece mal, vamos a tener un estudio bíblico. Vamos a ver lo que escribió el profeta Joel. Literalmente, estamos hablando del texto que se encuentra en Joel, capítulo 2, versos 28 al 32. Con el añadido de lo que leemos en el Salmo 16:8-11 y el Salmo 110:1. Este enfoque en la palabra de Dios no detuvo la obra del Espíritu Santo; cumplió lo que el Espíritu Santo quería hacer. Todas las señales y maravillas y hablar en lenguas eran preparaciones para esta obra de la palabra de Dios. Desafortunadamente, algunas personas ponen la palabra de Dios en contra del Espíritu. Casi piensan que es más espiritual si no hay estudio bíblico. Lamentablemente, esto muchas veces se debe a la enseñanza débil y no espiritual de algunos que enseñan la Biblia.
Esto tiene correlato con otros textos que encontramos en Zacarías 12:10, por ejemplo: Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito. En el evangelio de Juan, 7:38: El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. En este mismo libro de los Hechos, pero en el capítulo 10 y verso 45: Y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo. Y finalmente en el capítulo 21 y verso 9: Este tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban. Aquí habla de Felipe el evangelista, que evidentemente era alguien con esposa y cuatro hijas como mínimo.
Esta citación de Joel 2 se enfoca en la promesa de Dios de derramar su Espíritu Santo sobre toda carne. Lo que sucedió el día de Pentecostés era casi el cumplimiento de esa promesa, con el cumplimiento final viniendo en los últimos días (En los cuales Pedro tenía buena razón creer que ya estaba). Joel mayormente profetizó sobre el juicio que iba a venir al antiguo Israel. Pero entre las muchas advertencias de juicio, Dios también dio varias palabras de promesa: promesas de bendición futura, como esta que anuncia un derramamiento del Espíritu Santo.La idea de los postreros días, mientras tanto, es que son los tiempos del Mesías, abarca su humilde advenimiento y su regreso en gloria. Porque Jesús ya había venido en humildad, entendían que su regreso en gloria podría suceder en cualquier momento.
Aunque pasarían unos 2000 años hasta el regreso de Jesús, hasta este punto, la historia había estado corriendo hacia el punto del último establecimiento del Reino de Dios en la tierra. Pero a partir de este momento, la historia corre paralela a ese punto, lista en cualquier momento para la consumación. También puede ser de ayuda ver los postreros días como algo como una etapa –un período general de tiempo– más que un período específico, como podría ser una semana. En el curso del plan de Dios para la historia humana, estamos en la temporada de los postreros días. Pedro no dijo de ese endoso pentecostal: Ahora se cumple lo que dijo el profeta Joel. Sino más cautelosamente: Esto es lo que se dijo. Es decir, las palabras de Joel proporcionaron la explicación de este primer Pentecostés, aunque esto no acaba su cumplimiento.
(Verso 18) = Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días Derramaré de mi Espíritu, y profetizarán.
Citando a Joel, Pedro explicó lo que vieron estos curiosos observadores: el Espíritu Santo derramado sobre la gente. Antes, el Espíritu Santo era dado en gotas, ahora es derramado y sobre toda carne. Esto fue un glorioso énfasis en el día de Pentecostés. Bajo el pacto antiguo, ciertas personas fueron llenadas con el Espíritu en ciertos tiempos para propósitos específicos. Ahora, bajo el nuevo pacto, el derrame del Espíritu Santo es para todo aquel que invocare el nombre del Señor, incluso siervos y siervas. No se había previsto ni prometido una presencia permanente del Espíritu Santo en la vida de ningún santo del Antiguo Testamento. Esto cambia bajo el nuevo pacto. (Hechos 21:4) = Y hallados los discípulos, nos quedamos allí siete días; y ellos decían a Pablo por el Espíritu, que no subiese a Jerusalén. En el verso 9 leemos lo ya comentado respecto a las cuatro hijas doncellas de Felipe el evangelista. Este tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban. (10) Y permaneciendo nosotros allí algunos días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo,
Hay algo que se debe aclarar debidamente para terminar de en tender lo que sucede aquí. Es Dios quien está hablando por medio del profeta Joel, ¿Verdad? Entonces, cuando aquí leemos mis siervos y mis siervas, no podemos interpretar y erróneamente enseñar, como se ha hecho en muchos lugares de cierto predicamento, que se refiere a derramar de su Espíritu hasta sobre los más marginales, los esclavos, esto es: los siervos. Eso sería correcto si aquí se leyera LOS siervos, pero lo que se lee en la traducción tradicional y también en otras versiones, es MIS siervos o siervas. En el original dice LOS siervos y siervas, pero luego se añade “de mí”, cuyo significado es “míos”. Por lo tanto, mi amado amigo o hermano en Cristo, aquí Dios no habla de derramar de su Espíritu sobre los esclavos humanos, si no sobre los suyos. No tengo absolutamente nada en contra de rotular siervos o siervas a los que sirven al Señor, pero no puedo dejar de recordar que tenemos la promesa de una herencia. Pero esa herencia es efectiva como legalmente corresponde: sobre los hijos. Está bueno ser siervo o amigo de Dios, pero si quieres heredarlo, tendrás que ostentar la categoría de hijo.
(Verso 19) = Y daré prodigios arriba en el cielo, Y señales abajo en la tierra, Sangre y fuego y vapor de humo; (20) El sol se convertirá en tinieblas, Y la luna en sangre, Antes que venga el día del Señor, Grande y manifiesto; (21) Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. (Ro 10:13)
Para salir de las clásicas y tradicionales enseñanzas que nos preanunciaban catástrofes de la naturaleza, hay que recalar en las palabas que se utilizan y encontrarles su significado real. Primero, dice que dará prodigios, lo cual quiere decir que hará cosas extraordinarias y sin explicación arriba, en el cielo. No te quedes mirando ese telón celeste que tienes de día sobre tus ojos, o negro y tachonado de estrellas por la noche. Eso no es el cielo, no al menos el ámbito en el que vive Dios. Él habita arriba, que no es altura, sino ámbito superior. Los prodigios serán, entonces, en el ámbito superior donde Dios habita. ¿Y qué de nuestro hábitat, la tierra? Como planeta, nada. Como carne humana que proviene del polvo de la tierra, todo. Por eso dice que será abajo, en lo que está espiritualmente por debajo de lo superior que habita en los cielos. Sangre y fuego, que es como decir Vida abundante y eterna y juicio.
El vapor de humo, mientras tanto, tiene que ver con todas las vanidades disueltas y evaporadas ante la magnificencia divina. El hombre con todo su poderío terrenal, no es nada ni es nadie delante de lo mínimo que Dios pueda manifestarle. Todo lo que hoy brilla y resplandece, ya sea en lo material, en lo social, en lo artístico o en lo deportivo, se convertirá en nada, en oscuridad y ausencia total de todo. Ese sol se convertirá en tiniebla. Y todo aquello que brilla por causa de reflejarse en algo o alguien, de pronto se encontrará conque sus referentes o líderes ya no son capaces de nada. Y elegirán vida o padecerán juicio. Luna. Todo eso, antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto. Es de esto que se habla en Mateo 24:29 cuando dice: E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas.
Esto último tiene que ver con los “grandes siervos” presentados como artistas y con todo el poder desconocido para nosotros que de un momento a otro producirá cambios impensados. Y, finalmente dice Pedro en esta fracción, parafraseando a Joel: Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo: Es notorio que Pedro también usó este pasaje de Joel para un propósito evangelístico. Este derramamiento del Espíritu Santo significaba que ahora Dios ofrecía salvación de una manera previamente desconocida: a todo aquel que invocare el nombre del Señor, judío o gentil. Pasarían muchos años hasta que se ofreciera el evangelio a los gentiles, pero el texto del sermón de Pedro anunció la invitación del evangelio al decir: todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.La idea es expresada con nitidez en Proverbios 18:10: Torre fuerte es el nombre de Jehová; A él correrá el justo, y será levantado.
Claro, cuando decimos invocar a Dios, el término suena solemne, rimbombante y hasta religioso. Sin embargo, cuando revisamos los significados de esta palabra, nos encontramos conque uno de ellos es Llamar. Entonces muy bien vale la pena retroceder y ver nuevamente este texto que no es el único al respecto. Todo el que invocare el nombre de Dios, será salvo. No quiero referirme a la gente que está en problemas, porque el hombre, por su naturaleza adámica caída, cuando está en problemas va a invocar lo que sea con tal de salvarse. Pero esto no cabe aquí. Dios sabe muy bien si quien lo invoca es porque realmente lo necesita a Él o sencillamente porque no conoce a otro más cercano para invocar y por eso lo hace con Él.
En hebreo, el idioma original del Antiguo Testamento, la palabra traducida invocar en español significa llamar en voz alta o clamar. Y en griego, el idioma original del Nuevo Testamento, la palabra significa invocar a una persona, llamar a una persona por su nombre. Así que, por definición, invocar al Señor es audible. Es decir Su nombre en voz alta. Por ejemplo, cuando un niño pequeño se cae de un columpio, inmediatamente grita: “¡Mamá!”. Cuando su madre escucha su llanto, corre hacia él, le seca las lágrimas y lo tranquiliza. Los niños llaman a sus madres cuando tienen hambre, están cansados o están asustados; llaman porque son indefensos y necesitan ser atendidos. La invocan. De la misma manera, podemos clamar al Señor cuando estamos hambrientos o sedientos espiritualmente, o cuando necesitamos Su cuidado. Podemos invocarlo en todo tipo de situación en la que nos encontremos.
La práctica de invocar el nombre del Señor tiene inmensos beneficios para nosotros que podemos experimentar todos los días. Ahora veamos dos de esos beneficios que Pablo menciona en Romanos 10:9. Allí se puede leer: Que si confiesas con tu boca a Jesús como Señor, y crees en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Este versículo habla tanto de nuestro corazón como de nuestra boca. En el momento en que inicialmente creímos en Jesús con nuestro corazón y confesamos Su nombre con nuestra boca, fuimos salvados eternamente del juicio de Dios. Fuimos perdonados de nuestros pecados y nacimos de nuevo con la vida divina de Dios. ¿Recuerdas lo que le dice Jesús a Nicodemo? El que nace de nuevo puede ver y entrar al Reino. Pablo luego continuó en los versículos 12 y 13: Porque no hay distinción entre judío y griego, pues el mismo Señor es Señor de todos y es rico para con todos los que le invocan; porque: ‘Todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo.
El Señor es ciertamente rico en lo que Él es, pero también quiere ser rico para con nosotros. Invocar Su nombre es la manera en que podemos experimentar Sus riquezas incluso en nuestra vida diaria. Este versículo nos asegura que Él será rico para con nosotros cuando lo invoquemos. Invocar el nombre del Señor es la clave no sólo para nuestra salvación, sino también para nuestro disfrute de las riquezas del Señor. Comenzando con Enós, la tercera generación de la humanidad, y pasando por todos los siglos hasta llegar a los creyentes neotestamentarios, los redimidos y escogidos de Dios han disfrutado la redención y la salvación de Cristo y todas Sus riquezas por medio de esta clave. Simplemente invocar Su nombre, “¡Oh, Señor Jesús!” es la clave para disfrutar de Sus riquezas todos los días de nuestra vida cristiana.