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Tiempo de Respetar el Diseño

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     En mi país, Argentina, este 2019 es un año electoral. En el transcurso del mismo, habrán de ser elegidos desde el nuevo Presidente de la Nación, pasando por diferentes Gobernadores de Provincias hasta Intendentes Municipales, que es como aquí denominamos a lo que en otros lugares son Alcaldes, y también legisladores en las tres áreas: nacionales, provinciales y municipales. Esto significa que, a partir de ahora, vamos a empezar a escuchar a personajes de todos los colores y calañas, salir a la palestra a dar opiniones muy sesudas sobre lo vivido y desarrollos muy concienzudos y sabios para lo que viene. A su servicio estarán la televisión, los medios gráficos y, esencialmente, las redes sociales.

     También se sigue con una antigua costumbre casi tradicional, al menos aquí, que es la de pegar afiches de grandes proporciones en distintos murales, con alguna clase de slogan partidario, y el rostro casi en gigantografía del candidato o la candidata al cargo que se postule cada uno. A mí siempre me intrigó, (Aún antes de ser creyente), ver que por una simple cuestión de asesorías de imagen, esas fotos siempre mostraban a personas ampliamente sonrientes, mostrando dos hileras de blancos dientes como en un detalle subliminal de pureza. Mi pregunta de entonces, siempre teniendo en cuenta el estado concreto de las cosas, (Y todavía la conservo) era: ¿De qué se puede reír esta gente? ¿De lo que hicieron aquellos a los que piensan reemplazar, o de lo que piensan hacer ellos si son electos?

     Me ha tocado, por razones profesionales seculares, realizarles entrevistas a muchos políticos en campaña, pero ninguno de ellos supo explicarme con fundamentos límpidos el motivo de esa supuesta confianza que parecerían mostrar en sus imágenes de campaña, respecto a asuntos que luego, indefectiblemente, los vieron superados y derrotados. ¿Será que lo obvio no tiene explicación? Lo vivido en los últimos cincuenta años en mi patria, a lo que debería sumarle una no muy blanda actualidad, son la mejor prueba que todo nunca fue más allá de un trabajo de marketing, de mayor o menor relieve y éxito, de la victoria de ciertos personajes y la derrota de otros ni mejores ni peores, y la conclusión siempre más o menos similar: sectores beneficiados, sectores perjudicados. Sólo fueron cambiando los sectores, nunca el panorama final.

     En honor a la verdad, esto nunca me asustó, porque si bien veía y sigo viendo a gente que no se toma el trabajo de pensar por sí misma, sino que prefiere que otros que estima con mayor preparación piensen por ellos, han determinado el acceso a los distintos poderes, de hombres o mujeres que solamente supieron venderse publicitariamente bien, pero muy lejos de ser la solución para los problemas más acuciantes o graves de la población mayoritaria en su conjunto.

     Hoy, sin embargo, tengo una enorme preocupación por el rol que la inteligencia política le ha otorgado a las redes sociales, el uso semi-profesional que se está haciendo de ellas, y la tremenda ingenuidad de una enorme mayoría de personas que, con enorme candidez, todavía están convencidos que lo que leen en esas redes, son las opiniones de personas que, aunque no coincidan con la suya, deben respetar por una simple cuestión de libertades. Ni por asomo creerían que esas supuestas opiniones forman parte de una estrategia monumental que lleva, en primera instancia, destruir o descalificar rivales y, al mismo tiempo, elevar el prestigio de lo que subliminalmente defiende. Lo que ya no conseguían los spots televisivos o la cartelería callejera, hoy lo está haciendo posible la mezcla contratada de FB, Instagram, Twitter y etc.

     La pregunta que me hago hoy, entonces, y partiendo desde mi país por las razones que antes expuse, pero que es absolutamente válido para todos los que de una u otra manera están representados por los hombres y mujeres creyentes que visitan esta Web, es: ¿Qué rol jugamos los cristianos genuinos en todo este andamiaje publicitario? A la hora de ser convocados a ser electores del futuro gobierno, ¿En qué basarnos? Y me preocupé muy bien de enfatizar en esa palabra, genuinos, porque con respecto a los otros, a los que llamamos religiosos, pero que en verdad habría que dejar expuestos como personeros de las babilonias falsificadoras, ya sé qué rol cumplen o, lo más triste, los inducen a hacer cumplir.

     Algo que quiero dejar bien en claro como advertencia concreta para los cristianos argentinos, pero que tranquilamente pueden tomar y hace suya los de cualquier otra nación que deba pasar por lo mismo, es que el hijo de Dios genuino, es un hombre o una mujer con total y absoluta libertad de conciencia para tomar las decisiones que estime mejores para la totalidad, para la mayoría. De ninguna manera es un ente que entregue su mente a otro, o a otros, para que ellos los influyan casi con violencia a tomar decisiones que, más que a ellos, luego beneficiarán a otros muy lejanos y, en casos, ni siquiera creyentes.

     Dios jamás obligará con ningún método a que el hombre o la mujer que él creó, hagan algo que no quieren hacer. Ni siquiera lo que es bueno o mejor. Si el hombre decide irse al infierno, Dios no se opondrá a su decisión. La lamentará y se entristecerá por ello, pero le permitirá hacer su voluntad. Porque así lo creó, con una voluntad respetable y respetada. Torcer esa voluntad por el método que sea, es manipulación. Y toda clase de manipulación, sigue siendo hechicería. Así es que mi hermano, mi hermana, es tiempo de clavar rodillas en tierra y orar con fuerza guerrera por el futuro de tu país, el que sea. Y para que ningún recurso satánico le quite la posibilidad al pueblo santo de vivir en un estado de justicia y equidad, que no son de ninguna manera meros slogans ideológicos o políticos, sino estandartes visibles, por la palabra escrita, del diseño de Dios para esta tierra.

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febrero 5, 2019 Néstor Martínez