Estudios » Blog

Pandemia: El Silencio…

En Argentina estamos sobrellevando una cuarentena y aislamiento obligatorio y, mayoritariamente, mis compatriotas lo están cumpliendo bastante bien. Vivo sobre una calle de una ciudad que tiene normalmente bastante tránsito automotor, y hace cinco días que lo más abrumador que oigo, es el estremecedor sonido del silencio. Pero es muy bueno que así sea, experiencias por no hacerlo o hacer lo contrario, hay de sobra. Y eso sin contabilizar a los infaltables entremezclados de necedad, idiotismo o estupidez, que se lanzaron alegremente a las calles a “celebrar” estas impensadas vacaciones. Si tan solo UNO de ellos llegara a contagiar a un inocente, todos esos adjetivos se convertirían en uno solo: delincuentes. Soberbios y delincuentes.

Pero hoy no vine con el mandato de hablar de esto, sino de la necesidad que cada uno de nosotros tiene en este tiempo, de ser observador, protagonista o portador de un milagro de Dios. Primera pregunta: ¿¿Estará haciendo milagros, Dios, hoy, todavía? De hecho, los está haciendo. Todos los días y en todo el mundo creyente. Ahora bien; la humanidad cristiana, ¿Necesita hoy de esa clase de milagros espirituales? Necesita de Dios, como quiera que Él se mueva a su favor. Pero si me dejas elegir, yo creo que hoy el creyente necesita de Dios un milagro práctico, una solución práctica para su vida, que vaya un poco más allá de capítulos, versículos y oraciones en línea.

Dios seguirá sanando enfermos, liberando endemoniados, dando vista a los ciegos y sonido a los sordos y, esencialmente, Dios seguirá libertando a los cautivos, sea de lo que sea su cautividad. Sin embargo, hoy muy pocos prestan atención a ninguno de estos episodios, porque hay balas que están rebotando muy cerca de sus trincheras y desean que Dios haga algo rápido, concreto y efectivo a su favor. Algo práctico, como cuando Jesús les convirtió aquella agua en vino a los asistentes a esas bodas, o cuando el mismo Jesús, multiplicó aquellos cinco panes y dos peces, sencillamente para darles de comer a los cinco mil hombres y mujeres que lo seguían. Eso no fue teológicamente memorable, ni está inscripto en las letras de oro de los grandes milagros, pero fue muy práctico, muy concreto y, esencialmente, necesario. Tanto como ahora sería terminar con esta pesadilla.

La gran pregunta, es: ¿Debemos los creyentes orar para que termine esta pandemia? Yo, personalmente, y por certeza interior que no puedo ni debo entregar como absoluta, creo que debemos orar cubriéndonos, cada uno de nosotros, nuestras casas, nuestras familias, nuestras posesiones. Cubrirnos con la sangre protectora de Jesús y permitirle a Dios que prosiga, en todo lo demás, moviéndose como sea Su Soberana Voluntad hacerlo o permitir que se haga. Dios es justo, no hará jamás algo que atente contra aquellos que le aman sin una muy buena razón que lo justifique. El pueblo de Israel soportó en Egipto las mismas plagas que ellos, pero la muerte de los primogénitos no los tocó, porque la sangre del Cordero inmolado estaba en los dinteles de sus puertas. Hoy es la sangre de Jesucristo la que nos cubre de toda pandemia, de toda peste y de todo dolor, sólo debemos usarla sin pudores ni dudas. ¡La sangre todavía funciona!

Y si me permites, para aportar a tu vida esa dosis de paz que solamente el Espíritu Santo puede traernos a nuestras vidas, déjame que lo haga desde la propia Palabra, porque ella es la que nunca vuelve vacía, y además es la que, cuando se hace efectiva, nos transforma a todos nosotros en más que vencedores en Dios. Rescata este versículo y pégalo en algún lugar bien visible de tu casa. Él te servirá de respaldo y seguro a futuro.

(Jeremías 33: 6) =  He aquí que yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré, y les revelaré abundancia de paz y de verdad.

 

Comentarios o consultas a tiempodevictoria@yahoo.com.ar

marzo 24, 2020 Néstor Martínez