Examinando y estudiando lo que otros hombres y mujeres del Señor han encontrado al respecto, y mientras sentamos las bases donde consolidaremos la estructura que necesitamos para encarar al sistema o a los sistemas, nos encontramos con un principio que, quien quiera que sea llamado por el Padre para servir para Su Reino, deberá tener en cuenta sin exclusión: El Principio de la Autoridad. ¿Qué palabra, verdad? Básica, elemental para cualquier clase de intento de corte ministerial. Y, además, con base escritural apta y suficiente para los más desconfiados. Y también con inocultables limitaciones para no caer en la imitación satánica de la Autoridad, el autoritarismo. Suena parecido, pero no es lo mismo, y a veces mata. Para eso nos iremos en primer término al Libro del profeta Jeremías.
(Jeremías 1: 8) = No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte, dice Jehová.
(9) Y extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: He aquí he puesto mis palabras en tu boca.
(10) Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar.
Vamos por partes: si Dios toma a alguien y le dice que no tenga temor de nadie porque Él vendrá a librarlo, y luego extiende su mano sobre su boca y le dice que ha puesto sus propias palabras en ella y que es colocado sobre naciones y sobre reinos, poco menos que para hacer con ellos lo que esa persona estime necesario, es porque indefectiblemente, lo que está diciendo de manera sintética, es: Te he dado autoridad. Y a este principio tan singular, deberemos añadirlo al anterior que en otros trabajos nos hemos referido, que era el de la comisión. Como prototipo de movimiento, aquí aparece el segundo principio, que es la autoridad. Desde que el hombre salió de la esfera del gobierno de Dios, Él se sujetó a otra autoridad. Fue otra la autoridad a la que él obedeció. No fue al consejo de Dios, que le decía: no comas del árbol del conocimiento. Se sujetó a la autoridad de la serpiente, que dice que era más astuta que los demás animales.
El Señor sabe que estamos haciendo una tarea con cierto nivel de oposición. Entonces tú, que de pronto caes en la cuenta de eso que antes no habías percibido, me dices: ¡Un momento! ¿Es que hay oposición? Sí, la hay. ¿Entonces es bastante luchado, esto? ¡Claro que es luchado! Cuando Pablo recibe, más adelante, las palabras de su comisión, y en parte lo vemos cuando Dios está hablando con Ananías, le dice: él va a padecer. Le voy a tener que mostrar que deberá sufrir por mí. MI pregunta inmediata, que seguramente también será la tuya, es: ¿Se cumplió eso? Sí, se cumplió. Sin embargo, es imposible que Dios te envíe a algo sin la autoridad necesaria. Él te va a mandar con la autoridad suficiente como para romper la oposición. Vamos a probarlo y a comprobarlo; Juan capítulo 1. Aquí, Juan está hablando de lo que Jesús hizo al nacer entre nosotros, y dice:
(Juan 1: 12) = Más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios;
¿Leíste bien? A todos los que le recibieron. A TODOS los que le recibieron, les dio potestad, que es como decir que les dio derecho o autoridad, de ser hechos hijos de Dios. Pero cuidado, añade algo muy importante y de fondo, que es: a los que creen en su nombre. La palabra Potestad, que también se puede identificar como Derecho, es la palabra exousia en el original griego. Es una palabra sumamente poderosa. Se la traduce como capacidad, privilegio, fuerza, competencia, libertad, maestría, (Concretamente magistrado, sobrehumano, potentado) influencia delegada: autoridad, derecho, dueño, jurisdicción, libertad, poder, potencia, potestad. Es decir que: a los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio capacidad de ser hechos hijos de Dios. ¿Y entonces qué pasa cuando tú ves a una persona que nunca llega a ser hijo? ¿Qué puede haber pasado con él? No lo recibió. Entonces sale alguien que te dice: ¡Pero es que no, hermano! ¡No puede ser!¡Ese hermanito tiene muchos años de creyente! Puede ser, pero no lo recibió. La señal de que una persona recibió al Hijo, es que él tiene competencia, autoridad, potencia. ¿Para qué? Para ser hijo. Esto cambia bastante lo habitual que conocemos, ¿No es cierto?
De todos modos, aquí surge un problema que, lamentablemente, es muy frecuente. Pregunto: ¿Qué es predicar el evangelio? Es algo que en algún momento lo hemos hablado, lo hemos mencionado y hasta lo hemos juzgado. ¿Cómo podemos saber, nosotros, si la gente está recibiendo al Señor? Casi a coro sale un grupo que no es pequeño de hermanos que dice: ¡Si hace la oración de entrega, lo recibe! Ah, sí, claro; Pero… ¿Y si esa oración verdaderamente fue genuina, por qué la gente no llega a ser hijo? De hecho y por obvias razones, esta última pregunta, generalmente se queda sin respuesta. ¿Será porque no existe una respuesta segura? No. Es porque hay una respuesta, pero nos agarra una mezcla de vergüenza y temor decirla en voz alta. Y aclaro: vergüenza, porque hace años que estamos haciendo lo mismo sin cuestionarnos ni preguntarnos nada. Y temor, porque a esa misma oración la ha hecho tanta gente que amamos y deseamos sea salva y tenga la categoría de hijos…
La respuesta es que no alcanza con reconocer que hay Cristo. No alcanza con aceptar a ese Cristo como Salvador y salir a proclamarlo a los cuatro puntos cardinales. Lo que sí alcanza, en principio, es CREER todo eso, PONERLO POR OBRA seguidamente y, como punto final, entregarle tu vida sin condicionamientos, que es de la única manera en que definitivamente, lo harás SEÑOR. La Autoridad vendrá automáticamente a tu vida como consecuencia de todos estos pasos. De otro modo, por alta que sea tu posición y prestigiosa tu trayectoria dentro del sistema y sus estructuras, ni lo sueñes.
Dios les bendiga, mis amados.
Al leer esta reflexión muchas cosas vinieron a mi pero después de meditar al momento de escribir esto surgió la siguiente palabra «Reino». Partiendo desde esta plataforma hablamos de los tres fundamentos claves sobre los cuales se edifica El Reino.
1- Su nombre (nuestra vida).
2- Sus palabras (nuestra autoridad).
3- Ser hechos hijos de Dios (nuestro camino).
«Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!. El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.» Romanos 8: 14-17
Su nombre.
Recuerdo que hace unos años atrás, cuando prácticamente fui obligado a aceptar al Señor en una iglesia que visitaba. Al tener mi primer tropiezo pues mi confesión no fue de corazón. Tome la decisión de apartarme pero antes de irme le dije al Señor, «yo me voy a ir, pero cuando vuelva va a ser con la convicción de que yo necesito de ti. Y esto va a ser un compromiso hasta que yo me muera a Tu vengas a buscarme». Sin yo saberlo hice pacto con El Señor escribiendo su nombre (Su vida), en mi al punto de que todo lo que representaba deseo, pasión y bienestar desapareció de mi vida quedando completamente vacío por dentro.
Sus palabras.
Después de un proceso terrible, Él me trajo a sus caminos y al igual que muchos cometí el error de querer hacer las cosas a mi manera. Queriendo leer las escrituras como yo quería, llegando al punto de que varios meses después yo no entendía absolutamente nada. Entonces un conocido me dijo, «las escrituras no se leen así. Debes pedirle al Espíritu Santo que te guíe». Entonces en oración le pedí al Espíritu Santo que me guiará conforme al propósito que Dios estableció para mí. Y no bien había terminado de pedir El Espíritu Santo me dijo, «Ve a Romanos». Cuando fui a Romanos sentí un fuerte impacto en mi mente y mis ojos se aclararon, entonces pude entender las escrituras. Y a partir de ahí El Espíritu Santo ha sido mi maestro guiándome a través de las escrituras. Hasta que en cierta ocasión me guío hasta aquí.
«No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte, dice Jehová. Y extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: He aquí he puesto mis palabras en tu boca. Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar.» Jeremías 1: 8-10
Ministrando El Espíritu que estas palabras simbolizan la autoridad que El Señor pone en cada uno de nosotros, pero que las misma también simbolizan la vida de cada ser humano donde las naciones son las fortalezas y los reinos son las pasiones que gobiernan nuestra carne. Y que bajo la autoridad de Sus palabras debemos arrancar, destruir, arruinar y derribar todo aquello que representa desobediencia hacia Su majestad, y entonces edificar Su Reino. Plantando en los demás con el ejemplo. El problema radica en que ni bien hemos tomado una Biblia queremos salir a predicar bañados en nuestra naturaleza caída y comenzamos a condenar a todo el mundo. Haciéndonos ver mejor que ellos destruyendo el principio del Evangelio que es el amor.
Ser hechos hijos de Dios.
Después de todas esas cosas El Espíritu Santo me guía a la siguiente escritura.
«Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.» Juan 1: 12-13
A pesar que anteriormente la había leído muchas veces. Esa vez fue completamente diferente, todo el panorama de lo que había aprendido cambió rotundamente. Pues entendí que todo lo aprendido me llevaba al comienzo de este camino. Entonces nuestro Padre me llevó a una pared tan alta que no puede ser escalada y tan extensa que no tiene fin. Diciéndome que esa pared soy Yo, porque esta representa mi incredulidad.
Todos nosotros hemos sido hechos a la Imagen y Semejanza de Dios. Lo cual nos hace únicos delante del Creador podemos estar de acuerdo en algo, podemos pensar igual con respeto a alguna cosa, inclusive podemos querer lo mismo. Pero nunca el camino que el Creador dictaminó para ti será igual que el mío. Tu manera de amar, sentir y vivir aunque pueda ser parecida a la mía, nunca será igual. Tu camino y el mío nunca serán iguales pero pueden unirse ya que nuestro final es el mismo. Esto es por medio de la unidad del Espíritu. Este une nuestro caminos por medio de los procesos que padecemos, ya que la solución de mi proceso puede ayudarte en el tuyo. Porque nuestra meta es la misma.
Nuestro Padre ha puesto Su vida en mí. Su autoridad, y me ha mostrado el camino. Ahora conforme a lo aprendido día tras día confiado en su misericordia quito una parte de la pared que me corresponde a mi y les diré que ha sido duro quitar cada ladrillo. Pero Él le dijo a Pablo.
«Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.» 2º de Corintios 12:9
Así que yo también me siento bien, porque Él me anima a continuar.
Dios les bendiga, desde RD pa’l mundo.