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A la Hora de las Ciencias

No tengo absolutamente nada en contra de las llamadas ciencias de la mente, o sea la psicología o la psiquiatría. De hecho, he compartido muy buenos momentos con unos y otros profesionales de estas disciplinas y hasta he podido trabajar codo a codo con algunos de ellos que habían abrazado la fe cristiana y se congregaban en el mismo sitio en el que en ese tiempo lo hacía yo. Lo que estoy intentando decir y al mismo tiempo aclarar, es que la llamada sanidad interior, que superficialmente ha sido evaluada como una terapia, tiene vinculación directa con la liberación, y a esto no lo puede hacer ningún profesional de nada. O lo hace un hombre o una mujer de Dios, o no lo hace nadie.

De todos modos, lo importante de esta disciplina, que algunos insisten en catalogar como relativamente nueva dentro de la historia de la iglesia, pero que sin embargo no lo es tanto, es que la gente no sólo puede abrir su corazón y hablar de todo lo que la abruma, sino que de alguna manera y desde algún lugar de su estructura, es feliz haciéndolo. Entonces veamos: ¿Por qué va la gente a sanidad interior? Porque le pasa algo que no puede solucionar. ¿Y se da cuenta lo que le pasa? Sí, lo que le pasa siempre está dentro de su conocimiento. Lo que generalmente no sabe es por qué razón le pasa lo que le pasa.

Y es por eso que muchas profesiones han alcanzado niveles extraordinarios de aceptación y recurrencia. ¿O no hay miles y miles de personas que pagan una buena suma por una hora, que en realidad son cuarenta y cinco minutos, que alguien le destina simplemente para oír todo lo que tenga ganas y necesidad de decir? Y que, mayoritariamente, esas terapias resuelven algunos pequeños conflictos visibles, pero se chocan contra un techo de granito para con los problemas de fondo.

Tienes que perdonar, le sugieren. ¡Ah, sí, ya lo sé, pero no puedo! Tendrás que poder. Y además tienes que olvidar, le añaden. ¡Y eso es lo que quiero desde que me pasó eso, pero tampoco lo consigo! Es curioso y hasta ridículo que la gente pague y pague muy buenas sumas, para que alguien le diga lo que ya sabe, le dé soluciones que ya conoce pero no puede ejercitar y, finalmente, que le diga que lo mejor será que deje por un tiempo la terapia, ponga en orden sus ideas y luego regrese. Los vericuetos de la mente son insondables, al menos para otro hombre con las mismas coordenadas.

Mucho de lo que tiene que ver con la sanidad de una persona, está relacionado con el proceso que Dios sigue en una vida. Ejemplo: una persona que pasa por liberación y es liberada de un demonio de los grosos, que luego pasa por sanidad interior y es sanada de sus problemas más potentes, es una persona que se recompone y comienza, casi como respuesta lógica, a ejercer un ministerio de alcance. Sin embargo, ocurre que cuando empieza a conocer más de Dios y a meterse dentro del pensamiento de Dios, se da cuenta que hay un área puntual, específica y concreta en su vida que jamás fue tratada ni sanada.

La gran pregunta que se hacen muchos líderes y ministros, aquí, es: ¿Y por qué no salió a la luz eso cuando fue liberada o sanada interiormente? Porque nadie hubiera sabido qué hacer con ese asunto. Es como cuando se ministra un niño con un problema de rechazo y se descubre que su papá es masón. ¿Podrá un niño pequeño entender cómo romper la masonería en su vida? ¡No! Aquí es donde normalmente no es poca la gente que pregunta: ¿Pero no era que cuando te conviertes todos tus problemas son solucionados? Enseñar eso es un error. Cuando te conviertes, el problema que tienes solucionado, es tu destino de eternidad. Todo lo demás, llevará su tiempo desarraigarlo.

Lo cierto es que la única forma de salir de esto es mediante aquel elemento que está presente a lo largo y a lo ancho del evangelio: la fe. Te vas a dar cuenta que la fe puede crecer o puede menguar. Se sobreentiende que alguien que se convierte, crece, madura y se pone a ministrar, va adquiriendo mayor cantidad y calidad de fe. Y cuanta más fe tenga, mayor será la posibilidad de descubrir, tratar y sanar el problema mayor. De todos modos, la sanidad interior es algo que se promociona mucho y, con seriedad y conocimiento espiritual del tema, se realiza muy poco. La mayor parte de las congregaciones andan de curso en curso y de clínica en clínica, pero la realidad es que todo no va más allá de la promoción, la celebración y los invitados de nivel. Luego, cuando quieren encarar obras importantes, no les da la cantidad de hermanos aptos por causa de que la gran mayoría todavía está herida por cuestiones de su infancia.

Y esto tiene que ver con algo que decíamos antes. Nuestra obligación, la que verdaderamente agrada a Dios, es la de capacitar a la gente para que sea la gente la que edifique el cuerpo. Hoy eso no está ocurriendo. Y yo pienso exactamente igual que tú respecto al individualismo y egocentrismo que hay en los pastores y los líderes, pero tengo que reconocer que, si en cada congregación les sacas los pastores y los líderes, la iglesia se paraliza y nadie más hace nada. ¿Por qué? Porque la gente no sabe edificar el cuerpo. ¿Será quizás porque nadie se los enseñó? Tal vez, pero tampoco nadie hizo demasiada fuerza para aprenderlo, reconozcamos. Así como el mundo secular encara la mayor parte de sus asuntos con cierta liviandad, alta exposición y no poca frivolidad, cuando alguien se convierte, conserva por mucho tiempo su programación anterior y, como no podría ser de otro modo, también toma al evangelio con las mismas pautas. El resultado es lo que hoy vemos como iglesia. Puede ser que algunas hayan podido borrar sus manchas, pero arrugas tienen todas las que quieras.

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octubre 9, 2021 Néstor Martínez