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Il Dolce Fare Niente

 

 HECTOR SPACCAROTELLA

Río Gallegos – República Argentina       

tiempodevocional@hotmail.com

 

Creo que una de las enormes luchas de mi vida es conseguir disminuir los niveles de estrés bajándome del tren de lo cotidiano para gozar sin culpas de lo que mi abuelo llamaba en su italiano natal, “il dolce fare niente” (la dulzura de no hacer nada, o el placer de no hacer nada).

Posiblemente me cueste tanto porque mi padre nunca que yo recuerde dedicó más de 1 hora a ese puro goce de quedarse quieto y disfrutar.  Cuando su salud quebrantada (ya anciano) lo obligó a quedarse en casa, entró en depresión y terminó partiendo de este mundo.

En esa escuela yo hice mis primeros pasos. Un espacio espiritual de formación de vida donde no había recreos. “El deber” estaba por encima y no daba lugar al “placer”.

Con el tiempo la ayuda de Dios y la de profesionales, clérigos y gente que me quería bien que Él puso a mí alrededor pude entender que todo esto era una excusa que justificaba en mi padre una enfermiza adicción al trabajo, que lo ponía en un lugar cómodo para él, lejos de los afectos y socialmente aceptable.

Es que en esta sociedad cuando uno dice “estoy trabajando” los demás piensan que está haciendo algo suficientemente bueno como para tratar de no interrumpirlo por nada.

Siempre que me permitía un tiempo de descanso para apartarme de las rutinas diarias, necesitaba tres o cuatro días para “bajarme” del ritmo que traía. Durante esas jornadas de desintoxicación me sentía aburrido, estaba incómodo y hasta molesto. Tenían que prácticamente atarme las manos porque si no tenía algo para hacer, lo inventaba.

Mi ansiedad se eleva unos cuantos grados y suelo canalizarla comiendo de más.  Mi familia tiene que estar todo el tiempo mostrándome que al no poder desconectarme no puedo quedarme quieto (ni dejar quieta y vacía mi boca).

Por eso cuando preparaba este texto que estoy compartiendo contigo me reía, sabiendo que una vez más el Señor me tendió una trampa. Me hizo preparar un mensaje sabiendo que el principal destinatario de la reflexión sería yo mismo.

Una batalla que creía decisiva en esta lucha contra el estrés fue el quitarme la opresiva cadena del reloj pulsera.

Después de cargarlos durante más de 40 años, un día me empecé a sentir muy incómodo de llevar un reloj en la muñeca. No me lo sacaba ni para dormir (por las alarmas) ni para bañarme. No me lo quitaba tampoco en las vacaciones, por lo que todo mi cuerpo tenía el color bronceado de haber estado al sol menos esa porción de mi brazo que tenía el reloj. Ahora que lo veo desde el aquí, parece bastante ridículo.

Pero un día comencé a sentir que ese reloj era una cadena a la que estaba atado. Se ponía más pesado a cada día. Me hacía sentir un esclavo propiedad de un amo que no llegaba a descubrir quién era.

Una mañana pude sacarle la máscara y conocí su verdadero nombre. Mi amo, ese que me había encadenado a través del reloj por la muñeca se llama TIEMPO.

Necesitaba librarme de él y puse el reloj para siempre en el cajón de mi escritorio.

Claro que en ese momento en que mis muñecas quedaron libres de máquinas con agujas y alarmas, descubrí que no logré ser libre de la esclavitud del tiempo por el sólo hecho de sacarme el reloj. Fue solamente el desprenderme de un símbolo externo, el sentir que estaba despertando y que ya había desenmascarado al opresor.

Una voz me dice ha hablado una y otra vez a lo largo de mi vida, diciéndome: «Tenés que dejar de vivir aceleradamente»

Muy bien, digo yo… Es un buen consejo.

Ahora, ¿qué más?

¿Sirve irme a vivir a una isla desierta sin internet, sin celulares, sin televisión por cable, sin chicos que llevar a la escuela, sin trabajo que exija un horario, sin obligaciones que marquen el ritmo de mi agenda todos los días?

Creo que no.

La isla desierta con playas solitarias es un buen remedio para unas buenas vacaciones, pero no sirve para la vida.

Seguramente terminaría viendo qué cosa “útil” puedo hacer con los cocos tirados en la playa, o cómo mejorar la sombra que dan las palmeras, o la mejor estrategia para construir castillos en la arena que no se los lleve el mar tan rápidamente.

Es una utopía imposible de lograr. El cambio es desde adentro hacia fuera.

Lo más duro es que entiendo que el bienestar de aquellos a los que amo, a los que sirvo, con los que trabajo, depende de que yo practique la indicación que esa voz repite en mi interior.

Lamentablemente, en nuestros días un terrible enemigo de la vida espiritual es vivir apurado. El apuro acaba por destruir el alma.

Carl Jung, un médico psiquiatra discípulo de Freud que vivió entre 1865 y 1961, escribió que «Vivir de prisa no proviene del enemigo; vivir de prisa es el enemigo».

Él despertó a la esclavitud del tiempo hace 70 años, y escribió entonces esta frase.

¿Qué diría Jung hoy?

Creo que se reiría mucho o lloraría con igual intensidad al darse cuenta que por lo pronto, da la impresión que en todo ese tiempo no aprendimos nada. Es más, estamos mucho peor.

¿Afecta este estilo de conducirse nuestra vida de fe?

El mayor peligro no es renunciar a nuestra fe, sino distraernos, apurarnos y preocuparnos tanto por otras cosas menos importantes y más urgentes que al final del camino terminamos viviendo una versión de la fe mediocre.

Apenas nos queda tiempo para picotear en nuestra relación con Dios, en lugar de vivirla a pleno.

¿Será ésta también una excusa socialmente aceptable para esquivarle el bulto a profundizar nuestra relación con Él?

Un buen ejemplo de esta vida con acelerador a fondo en que vivimos, es la forma en que esta sociedad nos hace vivir en relación con las comidas. Ahora todo es “comida rápida”.

Eso mismo, el “fast food espiritual” es lo que también pasa con nuestra relación con Dios.

Hace 30 años que vivo en Río Gallegos, en el sur de la Patagonia argentina; vine huyendo del ritmo infernal de Buenos Aires. Ya entonces, cuando era un joven de 20 años me desesperaba el tema del tiempo.

Contaba las horas al día que perdía en los colectivos, en las colas de los bancos o para cualquier trámite, y hasta en los ascensores.

Si, aunque te parezca mentira, tomé el tiempo que perdía subiendo y bajando por el ascensor del departamento donde vivía mi novia. Era un décimo piso, por lo que cada vez que subía o bajaba pasaba 20 segundos en esa máquina. No parece mucho, pero cuatro viajes de ascensor eran 1,20 minutos. Y eso en 15 visitas a la casa de mi novia representaba 36 minutos de mi vida.

A eso, claro, se sumaban 4 horas promedio diario sobre un colectivo para ir al trabajo, a la facultad, etc. y todos los otros ejemplos de la vida de ciudad que se te ocurran.

Escapamos, y en 1979 nos casamos y vinimos a Río Gallegos… solamente para descubrir que el tiempo que ahorraba diariamente por ser una ciudad pequeña (y sin ascensores) lo terminaba utilizando en trabajar más.

Es triste admitirlo, pero tampoco lo disfrutaba.

Me pregunto si el problema es que no tenemos tiempo libre, o si nos llenamos de ocupaciones porque no sabemos qué hacer con él.

Hace unos días un amigo me comentó que se estaba por jubilar. Tiene más o menos mi edad, pero la ley de jubilaciones en esta provincia permite que una persona se acoja al retiro con una determinada cantidad de años de servicio, sin importar la edad que tenga.

-¡Qué bueno! Le dije.

Pero él no se veía feliz. Cuando pregunté por qué, me dijo que no sabía qué iba a hacer de ahora en más. Lo único atractivo que encontraba en su futuro era compartir tiempo con su pequeña hija, con la que tenía un régimen de visitas porque está separado de la que era su esposa.

Su depresión estaba originada en que no sabía qué iba a hacer con su tiempo cuando dejara de trabajar y cuando no estuviera tomando la mano de su niña.

En estos años he visto muchos jubilados jóvenes, mujeres y hombres cercanos. Los veo abandonarse en los cuidados de su cuerpo, los veo perder su dinero y su tiempo en casinos y bingos, los veo dedicarse a lo único valioso que les queda, que son sus hijos.

Al jubilarse se dieron cuenta que no saben por qué están vivos.

Durante todos los años de su vida laboral activa esta pregunta quedó tapada porque “no tenían tiempo” de pensar en eso.

Leía días atrás que el champú de mayor venta en Estados Unidos llegó a ese puesto porque fue uno de los primeros en combinar champú y acondicionador en una sola botella. Los famosos dos en uno. De esta forma, ya no era necesario gastar tiempo en el enjuague.

También en ese país La pizzería «Domino» se hizo famosa porque prometía realizar sus entregas en treinta minutos o menos. En una entrevista, el gerente ejecutivo de esta cadena de pizzerías dijo: «No vendemos pizzas, vendemos el tiempo de entrega

Te planteo ejemplos de Estados Unidos de América porque ellos son los reyes de este tema de destruir almas. Eso puede mostrarnos por reflejo dónde estamos hoy y hacia dónde vamos.

Un hospital privado en Detroit, también en EEUU usaba como publicidad que: “garantizamos que los pacientes en la sala de emergencias serán atendidos en no más de veinte minutos. Si esto no se cumple… ¡el tratamiento será gratis!”».

Este hospital aumentó en treinta por ciento su negocio. ¡Claro que la información no dice, en cuanto se incrementó la tasa de mortandad!

Otro ejemplo son las casas de comidas rápidas.

McDonald’s y todas las otras cadenas no son famosas ni exitosas porque su comida fuera buena o barata, sino porque es «rápida».

Claro que el servicio no era suficientemente rápido, porque las personas tienen que estacionar sus automóviles, entrar, hacer la cola frente a la caja, ordenar la comida que van a comer, y llevar su comida hasta la mesa. Esto consume tiempo y exige mayor cantidad de empleados controlando, limpiando, etc.

Por eso inventaron el “Auto Mac”. Es una callecita por la que avanzan las personas sin bajarse del auto ni hacer colas. Por una ventanilla les sirven los alimentos para que las familias los puedan comer en sus automóviles.  Comercialmente impecable, pero… ¿qué es lo que están haciendo con las saludables costumbres de sentarse a la mesa frente a frente a compartir una cena, mirándose a los ojos?

… Si, ya sé lo que me vas a decir. Que cuando la familia está sentada a la mesa hay un televisor en medio, de modo que tampoco se miran a los ojos ni hablan ni comparten nada que no sea esa mesa, las bebidas y los aderezos.

Pero eso es tema para otra reflexión.

En mi caso, llevaba vivido más de medio siglo y todos mis esfuerzos no habían producido lo que buscaba, es decir tener el tiempo suficiente para hacer todo lo que uno quiera y además disfrutarlo.

Robert Banks, un autor americano que escribe para empresarios, señala que si bien nuestra sociedad es rica en posesiones, somos extremadamente pobres en tiempo. Nunca antes en la historia de la humanidad ha habido una sociedad tan rica en lo material y tan extremadamente pobre en cuestiones de tiempo.

¿Entonces está todo perdido? ¿Todos estos dichos y escritos de infinidad de escritores y científicos no logran cambiar la forma en que vivimos?

Creo que tenemos la oportunidad de cambiar esta realidad, en la medida en que abramos los ojos para tratar de entender lo que nos pasa.

El estar compartiendo conmigo esta reflexión es un primer paso.

Jesús también se dio cuenta que estaban llevando un ritmo demasiado acelerado de trabajo en su ministerio público (y arrastrando con ese nivel de estrés a sus discípulos) y Marcos 6 refleja una decisión del Maestro que probablemente deberíamos ver cómo imitar:

Marcos 6: 31 al 32 Él les dijo: venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco. Porque eran muchos los que iban y venían, de manera que ni aún tenían tiempo para comer.

Y se fueron solos en una barca a un lugar desierto.

Ese lugar desierto no significa necesariamente irse al medio del campo. Ni encerrarse en algún convento en búsqueda de un retiro espiritual.

Es apartar tiempo de nuestra vida lejos de las rutinas, de las presiones, de las alarmas que se activan y las agendas con las obligaciones diarias y buscar en nuestra alma un lugar desierto para estar con Jesús.

¿Es que Cristo también sintió hace 2000 años el golpe del estrés? No sé en lo espiritual, pero la demanda de tantas gentes a su alrededor significarían sin duda mucha presión para Él y para su equipo.

Claro que en este pasaje es Él quien vió la necesidad de descanso de sus discípulos, que venían de una experiencia misionera y que tenían tanto trabajo en la Obra que ni tiempo para comer había.

El espacio para el descanso en el desierto era necesario para que el cuerpo reposara, pero también para que la mente pudiera asimilar todo lo vivido. Afortunadamente en ese tiempo había muchísimas menos distracciones tecnológicas que pudieran impedir que pudieran reflexionar juntos sobre las experiencias tan intensas que como humanos estaban compartiendo.

Aunque nuestro comportamiento social del siglo XXI parece haber intensificado estos síntomas, sin duda este no es un problema nuevo. Las personas en el ministerio cristiano han sufrido de esta enfermedad al menos desde los tiempos de Jesús.

Creo que muchas veces terminamos pensando que está bien andar siempre apretados, con una agenda llena y corriendo en el servicio ministerial en el que nos desenvolvemos, como si algún día Dios recompensará a la persona que vivió a las corridas.

Es como que nos imaginamos que cuando estemos ante Él, nos dirá algo así como « ¡Qué vida tuviste! Muchos iban y venían, y vos no tuviste tiempo ni siquiera para comer. ¡Te felicito!»

Honestamente no creo que esos sean los comentarios que recibamos de parte de nuestro Padre.

Nada de esto.

Jesús era consciente de este problema, y constantemente se apartaba de las muchedumbres y las actividades. Le enseñó esto a sus seguidores. En una oportunidad, después de haber tenido un ajetreado periodo de ministrar, les dijo: «Venid vosotros a un lugar desierto, y descansad un poco.»

Claro, probablemente pienses que Jesús no tenía que lidiar con una vida limitada en tiempo porque Él era un ser infinito. A nosotros se nos pasa la vida, se nos van los años y tenemos miedo de envejecer y morir sin haber cumplido la tarea encomendada, la razón por la que estamos en este mundo.

¿Es válido este razonamiento?

Aparecen otros condimentos, como la necesidad de mostrar a otros lo efectivo que se es en la Obra… como que siguiéramos pensando (aunque no conscientemente, claro) que nuestra relación con el Señor y con los hombres dependiera de lo abundante de nuestro trabajo. De la cantidad de ladrillos que hayamos puesto.

Un oyente de la radio me contaba de un pastor en Trelew (En la Provincia argentina de Chubut) al que el Señor le anunció que a través de su Espíritu Santo recibiría don de sanidad, es decir la posibilidad de sanar enfermedades de otros en oración.

Él recibió estas palabras como del Señor y anunció en diferentes cultos grandes campañas de sanidad y milagros.

Como pasa siempre ante esta convocatoria, las personas se aferran a esta esperanza y concurren masivamente.

Sin embargo, muy a su pesar las personas no se sanaban cuando las ministraba… y se volvían a sus casas como habían venido.

Me decía este oyente que pasaron 20 años hasta que un día ese don comenzó a permitirle orar por sanidad de enfermos y que éstos se curen.

Yo creo personalmente que esos 20 años fueron necesarios para matar el ego de este pastor, de modo que pudiera entender que él no iba a sanar a nadie y no tenía por qué llevarse ninguna gloria.

Y a este hombre le llevó 20 años aprender eso.

Pienso también que este clérigo aprendió a regirse por un Dios que no tiene apuro, porque tiene todo el tiempo.

Y a valorar que la sanidad del cuerpo es un recurso para conseguir la sanidad del alma.

Henri Nouwen, un escritor que admiro, dijo que:

La vida, en definitiva, es una serie de pequeñas muertes en las que se nos pide que nos despojemos de las diferentes formas de posesividad y que pasemos progresivamente del necesitar a los demás a vivir por los demás.

(…) En este sentido, podemos hablar de la vida como de un largo proceso de muerte a uno mismo, para poder vivir en la alegría de Dios y dar toda nuestra vida a los demás”.

Aprender a morir al yo. Para entender que nada tendría sentido si nuestro Dios no estuviera al frente de lo que hacemos, llevándose toda la gloria.

¿Cuál es la principal tarea que tenemos que hacer? Aprender a morir.

Sin este aprendizaje no hay nada que podamos hacer por otro de un modo eficiente: nuestra oración de intercesión no sirve; nuestras visitas a enfermos no sirven; nuestras clases de enseñanza bíblica no sirven; nuestro hablar en lenguas no sirve.

Despegarnos de la temporalidad, del reloj que tenemos pegado en el centro del pecho es entender que todo lo que hagamos debemos interpretarlo únicamente mirando hacia arriba y permitiéndole al Señor llevarse toda la gloria.

Pero esto no lo creemos, y entonces el tiempo empieza a acelerar las agujas. Las 24 horas del día no nos alcanzan. Tenemos mucho por hacer, y nos auto engañamos diciendo que “si no lo hago yo, ¿entonces quién lo hará”?

Dice el pastor John Ortberg:

Estar apurado es una enfermedad del alma. Jesús nunca sirvió de tal forma que su ministerio perjudicara la relación vital que tenía con su Padre. Nunca ministró de tal manera que quedaran eliminadas sus posibilidades de amar, la cual era la razón de su llamado. Jesús regularmente se separaba de las actividades para estar a solas y orar. Arrancó de raíz cualquier indicio de una vida acelerada.

Ese es el problema mayor, digo yo.

Es que si estamos apurados nos terminamos olvidando de mirar hacia arriba y nos vamos alejando de Dios.

El padre de la psicología, Sigmund Freud, decía que “todo pasa por el principio del placer”.

Hay una parte de nosotros que se siente atraída a este estilo de vida. Nos hace sentir importantes y mantiene fluyendo la adrenalina. Mientras tenga muchas reuniones a las cuales asistir y ocasiones concertadas para predicar y enseñar, puedo mostrarles a los demás y mostrarme a mí mismo que soy una persona importante… un tipo ocupado.

Seguramente que conocés a personas así, incluso es posible que puedas identificarte tú mismo con estas situaciones, como me pasa a mí; mujeres y hombres que siempre están diciendo lo muy ocupadas que están, el esfuerzo que hacen por subirse a ese púlpito a predicar, las horas que han estado sin dormir y en ayuno para que el sermón pueda ser dado. Marcando y sumando para mostrarle a los demás, las horas que pasan de rodillas en oración, el trabajo que les llevó investigar lo necesario y lo especiales que se sienten por ser visitados por el Espíritu Santo.

No sé si este hablar está originado en la verdad o no, no lo juzgo.

Pero sí puedo decir que estas personas sienten placer en mostrarles a los otros lo ocupados que han estado, lo que han corrido, lo indispensables y especiales que son.

Sentimos y queremos demostrar que sin duda el avivamiento en nuestra iglesia no sería el mismo sin nosotros.

Vivir apurado, entonces, no se refiere solo a una agenda cargada de obligaciones; andar a las corridas proclama la existencia de un corazón desordenado y la necesidad de que nuestro ego sea puesto sobre un pedestal.

Imagino que debés estar pensando que soy muy duro. Pero hablo contigo sintiendo que el primero en recibir los golpes de estas palabras soy yo mismo.

A ver, te pregunto sabiendo que solamente te puedes responder a ti mismo porque ni yo ni nadie te vamos a poder escuchar y no hay nadie mirándote en este momento:

¿Puedes quedarte quieto un buen rato sin hacer nada?(¿pero nada, eh?)

Solamente quedarte quieto allí, disfrutando de la quietud y el silencio.

Sin poner música, sin leer ni escribir, sin mirar la tele.

Imagino tu respuesta.

Es por eso que digo que nos cuesta orar, estar en contacto con Dios. Es por eso que digo que el vivir acelerados nos aleja de Él.

Comienza a ejercitarte usando espacios temporales simplemente para estar con Dios.

No uses esos minutos para preparar mensajes o tener reuniones con nadie. No los uses para leer ni para escribir. Apaga el celular. Pon una luz tenue. Solamente quedarte quieto y buscar Su Presencia. Te hablo de simplemente disfrutar del tiempo con Dios.

Hay un sentimiento que te viene. Lo disfrazas de muchas maneras, pero tiene un nombre muy antiguo.

Se llama MIEDO.

Porque esto que te propongo es una situación límite en muchos aspectos. Te sientes amenazado y tu seguridad temblequea.

El silencio es duro porque nos confronta con nosotros mismos y con las situaciones que no tenemos resueltas.

Pero el Padre habla en el silencio.

Dile a Dios que confías en que Él te capacitará para poder hacer todo lo que sientes que tenes que hacer.

Al principio oblígate a hacer estos ejercicios espirituales durante un tiempo determinado, todos los días. Sé que te va a costar, pero es necesario romper con tus hábitos actuales por otros. Está demostrado que cambiar nuestras costumbres lleva aproximadamente 3 meses de esfuerzo diario.

La soledad es un remedio muy adecuado para sanar la enfermedad del apuro.

Y no hay nadie que te corra.

Sigamos al Maestro: Jesús tenía por costumbre retirarse a lugares solitarios.

Al principio de su ministerio fue al desierto, donde estuvo 40 días a solas con Dios, en un prolongado tiempo de ayuno y oración.

También se retiró cuando supo de la muerte de Juan el Bautista, cuando estaba por escoger a sus discípulos, después de haber sanado a un leproso, y luego de que sus seguidores se habían involucrado en el ministerio.

Este patrón de retiro continuó hasta los últimos días de su vida, cuando en el huerto de Getsemaní, una vez más, se apartó para orar.

Terminó su ministerio de la misma forma en que lo inició: tomando un tiempo para estar a solas.

Sin dudas tenemos mucho que aprender de Él. El camino es largo por delante.

La pregunta es si estamos dispuestos a hacerlo, si nos animamos a salirnos de la rutina cotidiana para experimentar “il dolce fare niente” como dicen mis parientes italianos.

Te animo a que lo intentes, con una promesa: Que vas a encontrar en ese camino de la contemplación un vínculo con Dios nuevo y fresco… y la respuesta a muchas de tus preguntas de siempre.

Nadie sale del lugar santísimo igual que como entró.

Ahora bien, ¿qué significa exactamente aislarse?

En los siglos IV y V de la era cristiana, luego de la conversión de Constantino muchos cristianos buscaron aislarse y se fueron al desierto de Egipto, donde vivieron como ermitaños. Hombres y mujeres que se apartaron de las demandas y la espiritualmente mala calidad de vida que ofrecían las sociedades hambrientas de poder, para luchar con los demonios de su propio interior buscando encontrar al Dios de Amor en el desierto.

La vida de estos ermitaños es una dura y dolorosa lucha por encontrar su verdadera identidad. Escapaban de lo mismo que muchas veces queremos escapar nosotros. De una moral basada en que exitoso es aquel que consigue dinero, poder, fama, éxito, influencias. Henri Nouwen lo llama “el mundo de Eres lo que tienes”.

Un día creo que podemos hablar de estos “abbas y ammas” (padres y madres) del desierto. Personajes tan excéntricos como por ejemplo Agatón, que llevó durante tres años una pequeña piedra en la boca… hasta que aprendió a estar en silencio.

Hoy en día hay quienes practican este estilo de vínculo con Dios y con ellos mismos dentro de las filas del cristianismo. Dentro del catolicismo hay por ejemplo en la actualidad congregaciones de “monjes contemplativos”.

¿Será ese el camino para aislarse?

El pastor John Ortberg  dice que: “Algunas personas preguntan: «¿Qué hago cuando practico la disciplina de la soledad? ¿Qué cosas debo llevar conmigo?»

La respuesta principal, por supuesto, es «nada».

No hace mucho, un hombre me dijo que se preparaba para su primer retiro personal extenso: llevaba libros, grabaciones de mensajes, discos compactos y una vídeo casetera. ¡Estas son precisamente las distracciones de las que uno debe alejarse durante la disciplina de la soledad! 

La soledad bien entendida significa, básicamente, no hacer nada. Al igual que el ayuno significa abstenerse de comer, la soledad significa abstenerse de todo lo que ofrece la sociedad”.

Cuando busco la soledad me aparto de las conversaciones, de las personas, del ruido, de los medios de comunicación, de todo lo que me ofrece este mundo que me mantiene alienado.

Henri Nouwen , escribió: «Cuando me aíslo,  me deshago de mis andamiajes.»

Andamios son esas  estructuras de madera o metal que arman los albañiles, electricistas, y otros trabajadores para poder trabajar en la altura.

El andamiaje del que habla Nouwen es todo aquello que uso para mantenerme erguido, para mantenerme alto, para convencerme de que soy importante o que estoy bien. La estructura periférica a mi alma que necesito para sentir que no me falta nada.

Durante un retiro personal no tengo amigos que me hablen, teléfonos que suenen, reuniones que atender, televisión para entretenerme, música para escuchar ni libros o periódicos que ocupan y distraen mis pensamientos. Soy, como dice la canción, «tal como soy».

Estoy desnudo, me animo a estar absolutamente desnudo espiritualmente ante la presencia del Señor.

Ya no importan mis logros, ni mi trayectoria, ni mis pertenencias ni mi agenda de contactos.

Estoy yo, solo, desnudo con mis pecados y mis virtudes ante Dios.

Francisco de Sales, un religioso que vivió entre 1567 y 1622, autor de uno de los libros clásicos sobre la vida espiritual, “introducción a la vida devota” publicado en 1602,  usó la imagen de un reloj:

“No existe ningún reloj, no importa que tan bueno sea, que no necesite ajustes. Además, se le debe dar cuerda dos veces al día, una vez en la mañana y otra en la tarde. Al menos una vez al año debe ser desarmado para remover la suciedad que hay en él, reemplazar las piezas gastadas y lubricar el mecanismo.

De igual forma, todas las mañanas y las tardes la persona que realmente cuida su corazón debe darle cuerda de nuevo si es que va a servir a Dios. Al menos una vez al año, debe detenerse y examinar cada parte en detalle, es decir, cada sentimiento y deseo, con el fin de reparar cualquier defecto que pueda haber.”

No creo que se trate de convertirnos en ermitaños y partir al desierto (aunque pasar unos cuantos días en un lugar sin alienación social y tecnológica es absolutamente saludable).

Creo que tenemos que hacer el ejercicio de empezar el día orando por las actividades que tenemos por delante, por las reuniones en las que vamos a participar, por las tareas que tendremos que realizar en casa, en el trabajo, en la iglesia, por las personas con las que vamos a estar.

Poner todo en las manos de Dios.

En medio de las crisis más grandes, en medio de los períodos que más ocupan nuestra energía, tratar de tomar pequeños descansos de cinco minutos en los que cerramos la puerta de la oficina, nos encerramos en el baño o salimos a dar una vuelta a la manzana para volver a ponernos en sintonía con las cosas del Reino. Volver a hacer foco en Dios en medio de la presión.

Tomarnos tiempo en soledad para revisar qué situaciones nos sacan de equilibrio, nos corren de eje. Ver qué reacciones nuestras nos hacen daño a nosotros mismos y a los demás. Al final del día, analizar las situaciones vividas y evaluar los errores buscando la forma de ya no cometerlos nuevamente.

Una de mis luchas íntimas es por entender que estar alejado de las obligaciones no es una pérdida de tiempo sino una necesidad.

Nuestra mente no puede aceptar que simplemente estemos quietos, sin hacer nada.

Estamos muy condicionados a sentir que nuestra vida tiene sentido solamente cuando estamos haciendo algo.

Siempre que me doy el permiso de tomarme estos tiempos de “desenchufe espiritual”, vuelvo a casa lleno de ideas nuevas y proyectos. Muchos de ellos han sido absolutamente revolucionarios en mi vida. Y nunca hubieran salido a la luz si no hubiera logrado sacarme aunque sea por 48 horas el traje y los zapatos para cambiarlos por una camisa cómoda, un par de zapatillas y una caminata por el campo, tras la cual solamente quede mirar el Cielo y decir ¡GRACIAS!.

 

Hace algún tiempo apareció la noticia en un diario, sobre la historia de un perro llamado Tatú.

Este perrito no tenía pensada ninguna actividad especial en ese día… pero cuando su dueño cerró la puerta del auto, su correa quedó enganchada en el vehículo.

El dueño no se dio cuenta y comenzó la marcha normalmente por la calle de su ciudad. Pero ni bien se puso en marcha el vehículo, el perro Tatú tuvo que correr a la velocidad del auto.

Afortunadamente un policía vió pasar el vehículo que arrastraba algo detrás de él, que no era otra cosa que el pobre perro que intentaba mantenerse sin perder el equilibrio, sabiendo que eso significaría su muerte.

Allí comenzó una persecución policial hasta que el oficial logró detener el automóvil, rescatando finalmente al pobre Tatú.

El animalito había estado corriendo a casi 50 kilómetros por hora durante un buen rato.

Muchos de nosotros terminamos viviendo como Tatú: nuestra vida es una interminable sucesión de días en los que somos arrastrados por algo más fuerte que nosotros. Y no tenemos ni idea de cómo hacer para zafarnos de esa locura.

Si estás escuchando o leyendo estos mensajes, es porque tienes la oportunidad de reflexionar sobre estas cosas y en fe creo que la necesidad de hacerlo.

Para quienes vivimos en el siglo XXI, nuestro mayor desafío es tener tiempo libre.

¿Qué vas a hacer?

Somos seguidores de Jesús. El primer paso es tomar conciencia de la locura en la que vivimos, y entregarle a Él un problema que no podemos resolver solos.

Él vino a este mundo a ayudarte. Fijate lo que refleja Lucas capítulo IV de su ministerio:

Lucas 4:18 El Espíritu del señor esta sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos (…)

No tengas dudas. Él vino a liberarte de la prisión esclavista que simboliza el reloj. Vino a sacarte de esa prisión en la que el “amo Tiempo” oprime tu vida haciéndote infeliz.

Su Palabra ya dio el primer paso, el permitir que recuperes la vista de la ceguera en la que estabas sumergido por la rutina y la locura de esta vida.

Gálatas 5:1 Para libertad fue que Cristo nos hizo libres; por tanto, permaneced firmes, y no os sometáis otra vez al yugo de esclavitud.

Leí una historia real sobre un narcotraficante que al ser arrestado y condenado, mandó construir una celda especial. Tenía dos dormitorios bien amplios, un baño completo instalado a todo lujo y un balcón que miraba a un valle florido. Tenía calefacción para los días fríos y aire acondicionado para los calurosos.

Con todos los lujos, seguía siendo una prisión. Era una prisión bellísima, eso sí, pero cárcel de todos modos.

Nos imaginamos a las cárceles frías, oscuras, llenas de ratas y cucarachas.

Sin embargo, vivimos nuestras vidas en cárceles como la de este traficante de drogas.

Cárcel de lujo,

Cárcel como para vacaciones,

Cárcel para darse gusto.

Pero sigue siendo cárcel. Puede tener de todo. Pero le falta lo principal. Le faltaba la libertad.

Nos han engañado poniéndonos balcones que miran a hermosos jardines, poniendo en nuestras casas aparatos que proyectan los lugares más bellos.

Podemos mirar cómo vuelan las aves, cómo corren libres los animales… pero no podemos correr con ellos. Podemos ver bajar el río de la montaña con agua transparente y fresca, pero no podemos refrescar los pies en él.

Estamos presos. Abramos los ojos a la realidad.

Estamos prisioneros de la peor de las prisiones, la más tortuosa.

Mi papá me habló cuando yo era niño, de la “tortura china”. Consistía en atar al individuo frente a los más deliciosos manjares durante días. Los mejores aromas, la mejor combinación de colores. Alimentos calientes son puestos permanentemente ante sus ojos. Agua fresca y transparente corre libremente delante de él… pero pasan los días y no puede acceder a nada de eso que tiene “casi” a su disposición. El prisionero termina muriéndose de la desesperación, la frustración y la necesidad.

Ahora podemos verlo con nuestros ojos. Ya es hora de que salgamos de la cárcel. La puerta está abierta. La abrió Jesús con la llave de su muerte en la cruz.

Pongamos nuestra realidad en manos de Dios, y se disolverán la culpa, el temor y la ansiedad en la que estamos encerrados. Aceptemos la libertad que nos ofrece Cristo. De hacerlo así, en lugar de conformarnos con una prisión a todo lujo, podremos darnos el lujo de disfrutar de la libertad. Como te comentaba en otra reflexión, la puerta de esta prisión tiene cerradura que se abre por dentro… y nosotros tenemos la llave.

HECTOR SPACCAROTELLA       

tiempodevocional@hotmail.com

·         (Desgrabación de un mensaje difundido en mi programa radial “Tiempo Devocional”)

·         Reflexión inspirada en un texto de John Ortberg, pastor en la iglesia Willow Creek Community Church en South Barrigton, Illinois. (De allí tomé las estadísticas de Estados Unidos de América)

·         Tomando algunas ideas de “Mas allá del espejo” de Henri Nouwen.

·         El relato de la cárcel del narcotraficante lo menciona el sitio web www.conciencia.net

 

 

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febrero 3, 2016 Néstor Martínez