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Tranquilo…Sólo Espera…

En Argentina, cuando estoy escribiendo esto, llevamos cuarenta y tres días de cuarentena. Obligatoria y decretada a nivel de gobierno y que, como cristianos obedientes a todo lo que no contradiga los diseños y el propósito de Dios, debemos acatar. Eso produce, entre otras cosas, una enorme prueba de carácter, tanto en lo individual como en lo grupal. Pero si hay algo que desata en el interior de cada persona, por tranquila y serena que sea, ese algo es ansiedad, inquietud, que en suma, es carencia de paciencia y de fe.

(Salmo 40: 1) = Pacientemente esperé a Jehová, Y se inclinó a mí, y oyó mi clamor.

(2) Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; Puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos.

Definitivamente, esperar es mucho más complicado y difícil que andar. Porque el esperar requiere paciencia, y la paciencia es una virtud muy rara. Es algo admirable saber que Dios rodea a los suyos con un cerco, un seto, cuando se mira a éste desde su punto de vista de protección. Pero cuando el cerco, el seto, se conserva alrededor de nosotros y crece a tal altura que ya no es posible ver por encima de él, y se empieza a pensar si uno va a poder salirse de aquella pequeña esfera de servicio e influencia en que se encuentra aprisionado, a veces es difícil comprender, para uno, porque no posee un medio de acción más ámplio, y es más difícil aun iluminar el rincón en que se encuentra. Hoy hay mucha gente buena, fiel, creyente y honesta que se siente así y no sabe el motivo ni la causa por el cual se le hace tan cuesta arriba esperar que todo esto pase y sea historia. Pero Dios tiene un propósito en todas sus dilaciones.

Salmo 37: 23) =  Por Jehová son ordenados los pasos del hombre, Y él aprueba su camino.

Cuentan que alguien, en su Biblia, y conjuntamente a este versículo, simplemente escribió: “Y las detenciones también”. Es una falencia lamentable la del hombre que atraviesa con violencia los cercos de Dios. Uno de los principios vitales para el gobierno de un cristiano es el no moverse jamás de aquel lugar en el cual tiene la seguridad que Dios le ha colocado, hasta que la columna de nube se mueva. Eso es lo que, definitivamente, debería estar pensando aquel que no puede moverse de su casa con la libertad que quisiera, y aquel a quien todo esto lo sorprendió fuera de su casa, y está obligado a permanecer alejado de ella hasta que se le permita retornar.

¿Es la vida necesariamente un fracaso para aquel que está obligado a permanecer quieto en forzada inactividad, y viendo pasar las grandes palpitaciones de la marea de la vida? No. La victoria, entonces, tiene que obtenerse permaneciendo quieto y esperando calladamente. Es mil veces más difícil el hacer esto que el precipitarse en los días de actividad más agitada de los quehaceres que haya tenido. Requiere un heroísmo mayor el permanecer quieto, el esperar, el no desanimarse ni perder la esperanza, el someterse a la voluntad de Dios, el abandonar los honores para otros, el estar callado, confiando y alegre, mientras la multitud feliz y bulliciosa camina y se marcha. La vida más elevada es aquella que, habiendo hecho todo, simplemente espera.

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mayo 2, 2020 Néstor Martínez