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¿Semejantes a Ellos?

Cuando entramos al tema de la comunicación, comprobamos que Jesús fue un experto. Niños y adultos por igual no tenían ninguna dificultad en entender sus palabras y seguir sus razonamientos. Esto es notable porque, mientras estaba en la tierra, vivió en una sociedad que estaba acostumbrada a una religión basada en frases hechas y en dobles mensajes. Los escribas, sacerdotes y fariseos, que dominaban la escena de la sinagoga en Palestina, se cuidaban de que así fuera. Sin quererlo, hicieron que el estilo sencillo y directo de Jesús pareciera más renovador. Cuando él hablaba, la gente escuchaba. A diferencia de los piadosos profesionales de sus días, las palabras de Jesús tenían sentido práctico. Algo que con el correr de los tiempos, los cristianos pareceríamos haber perdido.

Esto nunca fue más cierto que cuando se sentó en una ladera con sus seguidores y habló de las cosas que realmente importaban. Y fíjate que la tradición, ha hecho que esa sesión de enseñanza sea conocida como El Sermón del Monte, un título de lo más desafortunado a mi criterio. Porque sus palabras tenían autoridad, pero no eran de tono oficial; tenían penetración pero no tono sermoneador. Su charla en la ladera fue una presentación informal, razonada, meditada y sencilla. Destilaban sus palabras una enorme dosis de verdad, en un tiempo increíblemente corto y aquella gente que había soportado toda una vida de sermones aburridos y sin aplicación a sus existencias, se quedaron atónitos hasta el final.

(Mateo 7: 28) = Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; 29)  porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.

Si no logramos interpretar el fondo de esta afirmación, no apreciaremos la profundidad de la actitud de sus oyentes. Para decirlo claramente, esa gente estaba harta de la manipulación, del orgullo y especialmente de la hipocresía de sus líderes religiosos. Muchos años de legalismo, mezclado con exhibiciones farisaicas de poder destinadas a intimidarlos y controlarlos, mantenían al público en general en la esclavitud. Los sistemas humanos de complicados requisitos y de exigencias abrumadoras encerraban a la gente detrás de barras invisibles y la ataban con cadenas de culpabilidad. No podían calcular ese peso, ni podían mantener sus cabezas erguidas fuera del agua a menos que sacudieran las manos como un perro sacude las patas…y muchos ya se estaban desalentando. Pero ¿Quién se atrevería a decirlo?

Entonces apareció Jesús, con su mensaje lleno de gracia liberadora, de aliento al cansado, de esperanza al pecador. Lo más importante era que todo lo que él decía estaba basado en una verdad transparente, la verdad de Dios, y no en esas rígidas regulaciones religiosas que ellos conocían y respetaban. Les habló de la fe, de una fe simple, en términos que cualquiera podía entender. Su expresión afirmativa los invitaba a escuchar su enseñanza liberadora del pecado y la vergüenza, del temor y la confusión. La autenticidad del Nazareno los tomó con la guardia baja, les desarmó sus suspicacias y eliminó la niebla que había rodeado por décadas a la religión organizada. ¡No sorprende, entonces, que la gente lo considerara sorprendente! ¡Ni tampoco que los escribas y los fariseos, dedicados a eliminar la gracia, lo encontraran insoportable! La hipocresía desprecia la autenticidad. Cuando la verdad desenmascara el error, los que se encuentran expuestos a ella se ponen muy nerviosos.

Superficialmente, las palabras de Jesús que se registran en Mateo 5, 6 y 7 pueden parecer calmas en su tono y elementales en su sencillez. Podemos leerlas en quince o veinte minutos y, a primera vista, no parece sino apenas un golpecito en el hombro. Pero para aquellos que habían torcido la religión haciéndola una lista de actuaciones, de demandas y expectativas, era nada menos que sentirse expuestos ante todo el mundo. Cuando Moisés bajó del monte Sinaí siglos antes, no trajo diez sugerencias; del mismo modo, cuando Jesús presentó su mensaje en el monte, no declamó una humilde homilía. Para los legalistas, sus palabras representaban un agresivo reproche que sigue en pie en los tiempos modernos. Las palabras de Jesús pueden ser simples, pero definitivamente no son insípidas.

Más allá de la enseñanza de Jesús en la ladera palestina había una profunda preocupación por aquellos que habían entregado sus vidas a la tiranía de la presión que estaba a años luz de la fe simple. Le preocupaba en especial la posibilidad de que alguno hubiera sido absorbido por el modelo fariseo de sustituir lo auténtico con lo artificial, un peligro que siempre está latente a las sombras del legalismo. Eso es lo que me lleva a creer que el principal mensaje de la enseñanza de Jesús en aquel marco podría encapsularse en aquellas cinco palabras que dijo y que rescata Mateo 6:8 No seáis semejantes a ellos.

El Señor quería que sus seguidores auténticos fueran distintos, diferentes de la mayoría que sigue al rebaño. Al resolver conflictos, hacer negocios y responder a dificultades, la gente de Jesús no ha de ofrecer las mismas actitudes o escoger las prioridades de la mayoría. Y con seguridad, no hemos de emular su fariseísmo. Cuando Jesús enseña: No seáis semejantes a ellos, realmente quiere decir eso. Odia la hipocresía y ama la autenticidad. La hipocresía nos permite recorrer ambas direcciones del sendero; parecer justos pero ser impíos y sonar como piadosos pero ser secretamente profanos. Invariablemente, los que caen en la trampa del síndrome de la hipocresía tienen formas de enmascarar su vacío interior. La forma más fácil es la de agregar más actividad, correr más rápido, enfatizar una agenda completa, cada vez más larga. ¡Los fariseos eran más que expertos en todo eso! No contentos con la Ley de Moisés, que incluye los Diez Mandamientos, se aferraban a 365 prohibiciones, así como a 250 mandamientos adicionales. Pero, ¿Eso los hacía más justos? De ninguna manera.

Y aún no los hace. Aunque no puedas creerlo, pese a todo el avance en todos los terrenos que la humanidad ha recibido y adoptado, todavía esto se mantiene intacto. Hay un fariseísmo moderno que es el peor enemigo que la auténtica fe genuina tiene hoy. Es el arma que más resultado le ha dado a Satanás para combatir los verdaderos postulados de la fe. A miles de años de estas historias aparentemente superadas, me queda una reflexión que se resume en una frase que ya fue dicha por Él, pero llevada a nuestro idioma cotidiano: ¡No seas semejantes a ellos! ¿Dices que eres Cristiano? Entonces imita a Jesús, no a los que lo crucificaron…

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julio 4, 2020 Néstor Martínez