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¡No te Tapes los Oídos!

Desde el primer día en que el Señor te bendice con la enorme responsabilidad de administrar uno de sus cinco ministerios, te enfrentas con una disyuntiva que es legendaria: ¿A quien le doy mi atención, mi prioridad y mi obediencia, al Señor o a lo que me dice la gente que se nutre de ese ministerio? Supongo que cualquier creyente de mediana trayectoria, tiene su respuesta más que clara: al Señor, sin dudarlo. Pero la multitud de consejeros afectuosos que se acercan a ti, pueden mostrarse escépticos respecto a que seas tan contundente. Te dirán que puedes equilibrar entre lo que te ordena el Señor y lo que te hace resultar agradable, cercano y útil para tantos necesitados. Hay una historia que habla de esto y no es precisamente de las más predicadas o enseñadas: la historia de un tal Esteban.

El primer punto de esta historia, es la murmuración. En este caso, de los griegos, en lo actual, puede ser tranquilamente la del mundo intelectual y racional, ese que la sociedad determina como: serio, no fantasioso, no místico. Y es a partir de esa murmuración que los discípulos deciden ampliar su abanico y elegir diáconos, palabra que significa Servidores o, más en concreto. Ministros. Y entre todos los elegidos, de los que no hay historias demasiado fuertes, está Esteban. Hechos 6:8, que es donde se relata este episodio, señala que: Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo. Señores: esto es un ministro del Reino. Cualquier otra cosa, en el mejor de los casos, alguien con muy buenas intenciones, creciendo, madurando y siendo fiel, pero todavía en la mitad del camino de lo que se requiere.

Esa gracia y ese poder que moraba en Esteban, ¿Determinó que fuera reconocido, honrado, admirado y aclamado por el pueblo de su tiempo? No. Determinó lo que dice el verso siguiente: Entonces se levantaron unos de la sinagoga llamada de los libertos, y de los de Cirene, de Alejandría, de Cilicia y de Asia, disputando con Esteban. ¿Había alguna estructura llamada Iglesia en ese tiempo? No, la única estructura visible en la que se hablaba, se enseñaba y se predicaba de Dios, era la sinagoga. Y desde su seno es que se levantaron algunos, no todos, para enfrentarse con este ilustre desconocido, anónimo atrevido que osaba salir a decir cosas que ellos, los ordenados oficialmente, no estaban diciendo. Había que silenciarlo. Ellos se encargarían que este muchacho imberbe entendiera quienes eran los que tenían mando y poder allí. Pero no lo lograron. Dice el verso 10: Pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba.

Listo. Asunto concluido. ¿Gran victoria de Esteban y todo el mundo a aplaudir, entonces? No, en absoluto. Porque en contrario de lo que parecería ser lo correcto para gente que ama al mismo Dios, que sería someterse a lo que revele su Espíritu Santo, ellos, los religiosos, se dispusieron a hacerle sentir el rigor de lo oficial, de lo legal, como fuera. Mira el verso 11: Entonces sobornaron a unos para que dijesen que le habían oído hablar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios. Escucha por favor esto: gente de la sinagoga, la llamada iglesia de Dios de ese tiempo, ¡Le pagó a testigos falsos para que declararan mentiras que perjudicaran a Esteban ante la opinión pública!

Y a Esteban le ocurrió lo mismo que a Jesús. Ellos salieron y lo apresaron y lo trajeron en calidad de detenido e imputado por todas esas mentiras al concilio, que venía a ser como una especie de Tribunal, aunque no imparcial, porque les pertenecía a ellos, y donde ellos mismos decidirían la suerte que debería correr este advenedizo por atreverse a desafiarlos mostrando un rostro de Dios que no era el que ellos le habían dibujado al pueblo. No podían permitirlo, sentaría un peligroso precedente. Había que eliminarlo de raíz. Jesús, en similar situación, eligió el silencio, hace muy pocos días hablábamos de esto. Con una coherencia que nos estremece por su precisión, el Espíritu Santo trae hoy la otra cara de esta misma moneda: Esteban. Él eligió hablar, explicar, predicar, mostrar, proclamar, salir a presentar batalla, aún sabiendo que estaba en terreno enemigo.

Y lo acusaron con una estrategia basada en mentiras que nadie se tomaba el trabajo de comprobar. Ellos eran la autoridad y a la autoridad se le cree sin dudar nada. Pero, aun asfixiándolo con esas acusaciones, no pudieron evitar empalidecer cuando vieron resplandecer su rostro como el de un ángel. Tanto que uno de los principales sacerdotes se conmovió y no pudo evitar preguntar si realmente las cosas no serían como estaba diciendo ese muchacho. Ese breve lapso de dudas, le dio la posibilidad a Esteban de poder predicar uno de los mensajes más claros y contundentes que trae la Biblia en todo su contexto. Cuando terminó esa tremenda confrontación, nutrida de verdad y unción, lo natural en gente que ama a Dios hubiera sido el arrepentimiento, pero ellos no hicieron eso. Por el contrario, dice que Oyendo estas cosas, se enfurecían en sus corazones, y crujían los dientes contra él.

Es decir que no hay un método humano capaz de lograr que un ciego espiritual vea una verdad clara como el agua. Jesús hizo silencio, terminó en la cruz. Y no por causa de los romanos, ellos fueron sólo sus ejecutores. Por causa de sus propios “hermanos” de la sinagoga. Aquí, Esteban eligió jugarse y hablar, pero el resultado fue el mismo. En un momento dado, relata Hechos 7:57: Entonces ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él. ¿Estás viendo? ¡¡¡Se taparon los oídos!!! ¿Quieres un acto más necio, vil y cobarde que ese? El resto de la historia tú la conoces, porque de eso si se ha predicado, pero como homenaje a la fidelidad de Esteban, aunque sin referirse demasiado a los que lo ejecutaron. Porque Esteban, dice el verso 55: vio la gloria de Dios, y todos sabemos que esa gloria solamente es visible cuando entras en Su Reino. Terminó pidiendo al cielo que se perdonara a sus asesinos, entre los que –oh rara paradoja divina-, se encontraba un tal Saulo de Tarso…

¿Cuántos Esteban habrá hoy en el mundo? Porque Jesús hubo uno solo, pero el legado que Él dejó, se derramó sobre muchos. Y esos muchos diáconos modernos, servidores, ministros, están levantando sus voces para hacerle saber al mundo instruido en religión y teología, que hay un Reino que se glorifica en hombres capaces de lograr que sus rostros resplandezcan como los de los ángeles. ¿Conoces alguno así donde resides? ¿Se lo está escuchando? ¿Se está poniendo por obra todo lo que dice, predica y enseña o solamente es una especie de entretenimiento espiritual en días donde no se puede hacer otra cosa? Eres libre de tomarlo como quieras y desees hacerlo. Tienes una voluntad que te fue dada y se te respetará hagas lo que hagas y decidas lo que decidas. Sólo es mi deber, hoy, como simple ministro del Señor, recordarte que mientras el rol de Esteban fue de victoria, el de Saulo de Tarso, allí, fue de condenación. Pablo, luego, se encargaría de poner toda su vida al servicio de ese Reino que predicaba Esteban, como precio a pagar por haber sido uno de los que ayudó a acallar su voz redentora.

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octubre 10, 2020 Néstor Martínez