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La Plenitud de Cristo: Su Iglesia

Otro fruto diamante. Joven, también. Mujer, esposa y madre. De Argentina. Forma parte de esos primeros frutos que sacudieron el árbol de las estructuras y recogieron el elemento maduro que cayó de él. Con una vida que no debe ser ni muy distinta ni muy opuesta a la vida de tantas y tantos que hoy por hoy todavía ocupan las instalaciones de templos, salones o centros cristianos de cualquier parte del planeta. Su testimonio es simple, es claro y es concreto. Y tan contundente que no deja espacio a la más minúscula duda.

Nací y me críe en “cuna cristiana”, como siempre escuché decir en mi familia, era la cuarta generación que mantenía la fe cristiana. Congregábamos en una de las asociaciones de iglesias (así lo llaman) más grande del país. Mis padres eran músicos y siempre trabajaban en el servicio de las reuniones o cultos (así llamábamos a ese momento sagrado) y como toda hija de músicos, me daban un lugarcito para cantar lo que ensayaba con mi papá. Fui creciendo con mis dos hermanos, nuestras únicas amistades eran de “la iglesia”. Terminaba la reunión y nos juntábamos en alguna casa para cenar y cantar, los adultos por un lado y los niños por otro.

Llegando a mi adolescencia mis padres se separan, pero yo sigo “congregando” hasta que se me empezó a dificultar ir a todas las reuniones: martes de oración, jueves ensayo de jóvenes, sábado reunión de jóvenes, domingo reunión general. Así que fui quedando a un lado porque si no iba a los ensayos, no podía cantar, si pasaban varias reuniones y yo no iba, la fe se “enfriaba”. Este es el manejo de la organización, si no cumples con todos los requisitos, no eres un verdadero hijo de Dios, eres un pecador y te vas al infierno.  Fui creciendo con esa carga y culpa, una mochila pesada, muy pesada. Como reniegue y por naturaleza humana, tenía mis amistades fuera de ese ambiente, porque no cuestionaban mis acciones. Pero ese vacío era inmenso, cada vez más grande, así que volvía a intentar “congregarme”, había algo en mí que me decía que eso no era todo, que había algo más, no sabía qué, pero sabía que eso no era vida.

A los 21 años me mudo a ciento sesenta kilómetros de mi ciudad natal, con mi mamá y mis hermanos. Parecía arrancar desde cero, dejando atrás mi pasado, conocer gente nueva. Todo seguía un plan perfecto. Y como tenía que ser, la casa que alquilábamos era de un primo de mi mamá, pastor de una congregación muy pequeña, me invitaron y dije sí, esto sí es empezar de cero. Conozco a quien luego sería mi esposo, tiempo después nos casamos y comenzamos a caminar juntos. Los dos servíamos activamente, yo “a cargo de la alabanza”, él siempre compartiendo una palabra, servir la santa cena, o lo que se necesitara, ya que al ser pocos, hacíamos todo lo que se hace en una “iglesia”. Servía sinceramente a tiempo completo, segura y confiada que esa iglesia era la verdadera, que había palabra de Dios, aunque no voy a negar que me sentía aliviada al faltar algún que otro día, no sentía esa presión de buscar que cantar, esquivaba esos pensamiento porque ¿Cómo una hija de Dios iba a pensar así? ¿Era el enemigo que quería alejarme del camino? Pasaron un par de años y la carga era cada vez más pesada, ¡Que difícil es guardar una apariencia!!!. Dejé de estudiar porque sentía que le quitaba tiempo a Dios, cuando lo hice me felicitaban, pero yo no sentía paz. Y otra vez pensaba que era el enemigo y tenía que luchar. ¡Gracias Dios! Porque todo, absolutamente todo lo que vivíamos fue y es permitido por Dios.

Un día mi esposo me hace escuchar unos programas de radio que estaban colgados en una página, ésta página, Tiempo de Victoria. Me quedé tildada, dije ¿Qué es esto? ¡Nunca escuché algo así en toda mi vida! Ahí empezó a hacer ruido (ruido de cristales rompiéndose) palabras como Babilonia, la Iglesia de Cristo,  la Salvación por gracia. Todos conceptos que había escuchado todos esos años pero que tenían fuerza, vida, causaban ruido en mí. Empezó la luz, el día, una venda estaba cayendo de mis ojos. ¡Gloria al Rey de reyes! No había forma de escapar,  Dios nos estaba llamando a salir de Babilonia y así lo hicimos, o mejor dicho, así lo hizo él, porque es su Espíritu obrando. Al principio intentamos salir a medias, asistir a la reuniones sin obligaciones, sin tener algún cargo, cantar cuando yo quisiera, pero ya no era lo mismo, lo que escuchábamos ya no era palabra verdadera. Obviamente porque una venda cayó de nuestros ojos.

Así fue obrando día a día en nuestras vidas, pero yo sentía que no estaba experimentando una vida victoriosa, sentía que Dios podía usar mejor a otra persona que a mí, porque estaba mirándome a mí misma y no a Cristo, veía obras en mí y cuando más quería dejar de hacerlas peor era. Que maravilloso cómo Cristo fue revelándose, volví a nacer cuando vi que mi condición humana no cuenta porque estoy crucificada junto con él, estoy en Cristo, sentada en lugares celestiales “y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” Efesios 2:6 y nada puede cambiar eso!!! ¡¡¡Gloria a Dios!!! Ahí es cuando experimentas esa paz que sobrepasa todo entendimiento, cuando miras a Cristo. Tantas veces leí ese versículo, pero no se había hecho vida en mí.

Y como dijo Pablo “Lo tengo todo como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús mi Señor por amor del cual lo he perdido todo y lo tengo por basura” (Fil. 3:8). Esto es lo que está revelando a su Cuerpo, que es Cristo mismo, su Iglesia. Rompiendo cristales, estructuras religiosas, que aun saliendo de lo que llamaba iglesia, Él sigue rompiendo estructuras. Lo que no sea Cristo, es basura, por más bueno que parezca a nuestros ojos. Que su Espíritu Santo siga revelando la plenitud de Cristo.

“Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos,16 no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones,17 para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él,18 alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos,19 y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza,20 la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales,21 sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero;22 y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia,23 la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. (Efesios 1:15-23)

¡¡Gloria a Dios!!

Suavidad, ternura, paz, serenidad de agua mansa, es lo que trasunta de la vida de este diamante. No hay rencores, no hay odios, no hay sed de revanchas, no hay posturas enconadas con lo que, al fin y al cabo, dañó una parte importante de su vida. Hace falta contar con mucho amor interno para sentir de esta manera. Y este diamante mujer, esposa y madre, es más que evidente que lo tiene. Y que hoy ha resuelto olvidar esta etapa negra de su Camino con el Señor y dedicarse a servir desde el ángulo en que desde siempre fue elegida: el canto, la música, que es como decir –unción mediante-, con la adoración y la alabanza. Ustedes, lectores, sabrán qué decir, que aportar a esta y a otras tantas vidas como esta, que recorren a diario estas letras.

Néstor

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octubre 19, 2019 Néstor Martínez