Mateo 14: 23 = Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo.
Si tuviera que referirme a una única palabra que encierre un drama por el cual muchos hermanos y hermanas acuden a consejerías o, simplemente, postran sus cuerpos para clamar, esa palabra sería Soledad. ¿Cuánto pesa o puede pesar la soledad en la vida de una persona? Sólo el que la vivió o está viviendo podría responder eso. Sin embargo, puede mirarse desde otra óptica y utilizarla, llegado el caso, como se utilizó la cruz: un elemento de maldición, convertido en bendición.
Una de las mayores riquezas y condiciones del antiguo y tradicional sabath, era su calma, el reposo, su paz casi sagrada. Es que, evidentemente, hay casos en que, en la soledad, se concibe una fortaleza muy extraordinaria. Fíjate que los cuervos van en bandadas (Grupos numerosos), y los lobos en cuadrillas o jaurías. Pero hete aquí que el león y el águila, que no son precisamente animalitos sin historia, son solitarios. Es que la fortaleza, apréndelo, no está en el escándalo y en el ruido.
La fortaleza existe en la soledad. Para que los cielos se reflejen en la superficie del lago, es necesario que haya calma en el mismo. Jesús amaba a la gente, pero leemos que muy a menudo la dejaba y se retiraba durante breves períodos a lugares solitarios. De allí que hoy, lo que más necesitamos, es apartarnos a solas con nuestro Señor, que nos sentemos a sus pies y establezcamos un retiro sagrado donde nada brotado de nuestras circunstancias, pueda perturbarlo.
Hace muchos años, un hombre muy anciano, dejado de lado para todas las actividades de su iglesia, sorprendió a todos orando por un enfermo terminal que, de manera impactante y sobrenatural, fue sano. Cuando le preguntaron cuál era el mecanismo que había utilizado para esa poderosa oración, humildemente respondió: “Para que una vida sea poderosa, es necesario que tenga su Lugar Santísimo en el que solamente ingrese Dios.”
