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Introduciéndote al Camino

Muchos me preguntan si yo creo que el diablo le puede hacer mucho mal a la gente. ¡Por supuesto que sí! Pero lo que no siempre me preguntan por vergüenza, pero seguramente lo piensan, te lo respondo de igual manera: también la religión puede dañar a las personas. Esas estructuras religiosas que no tienen a Dios, son terriblemente dañinas. Perdón, hermano; ¿Usted me está queriendo decir que existen estructuras religiosas que no tienen a Dios? No te lo estoy queriendo decir, ¡Te lo estoy diciendo! Por eso es que insisto en que todo esto tiene que ver con un proceso. ¿Y cómo lo comenzamos? El primer paso de este proceso se llama Conversión. Y lo más curioso del asunto, es que esta palabra, Conversión, es una palabra que dice mucho y no dice nada, todo junto y al mismo tiempo. Y si no lo crees, puedes hacer un ejercicio muy simple. Hoy mismo, o en el fin de semana, cuando te encuentres con algún cristiano, pregúntale si sabe lo que significa convertirse.

¿Cuál es el objetivo de la conversión? Entrar al Reino. Porque cuando Jesús vino no les dijo que debían convertirse, les dijo que se arrepintieran porque el Reino de los Cielos se había acercado y solamente arrepintiéndose se podía entrar a él. ¿Y qué cosa era arrepentirse? Cambiar la mentalidad. Él dice algo muy sencillo: tú no puedes entrar al Reino de los Cielos con esa mente que tienes. Claro está que, los que venimos de ascendencia católica, tenemos un problema que no tienen los demás. Nosotros estamos programados para entender que arrepentimiento, está ligado a remordimiento. Está ligado a tirarse al piso y llorar ante la imagen de San Antonio pidiéndole un marido. Pero como generalmente no le dice al santo qué clase de marido quiere, así le sale el negocio después. Y la gente está allí, pone sus velas, hace rogativas, hace promesas, va de rodillas para cumplirlas, va de la Difunta Correa, el Gauchito Gil, (Estas dos son expresiones de idolatría muy proliferantes en la zona rural de Argentina y países limítrofes) la virgen de tal o cual.

¿Pero y eso que podría tener que ver con nosotros, que no estamos en ninguna de estas cosas? Tiene que ver con que, a pesar de no hacer absolutamente ninguna de estas cosas, es cierto, la verdad es que todavía mantenemos la mentalidad con que las hacíamos cuando todavía estábamos con ellos. Entonces, a esa gente, tú les dices que se arrepientan, y te hacen caso. Vienen adelante, se caen de bruces, lloran, gritan, patalean, tiemblan y prometen esto, aquello y lo otro. Pero cuando termina la reunión, se van exactamente iguales a cómo llegaron. Eso porque no ha habido en realidad un proceso de arrepentimiento, sino de remordimiento. Toda la iglesia aplaudió su arrepentimiento público, glorificó a Dios por ello y, a la semana siguiente, se enteran que lo encontraron borracho en un prostíbulo. ¡Fue todo un show!

Si nosotros no nos tomamos el trabajo de enseñarle a la gente a hacer lo que debe hacer para incorporarse a este proceso, no podemos quejarnos luego de los errores que ellos cometen. Si no le pones condiciones a alguien a la hora de entrar, ese alguien pondrá sus propias condiciones cuando se sienta seguro adentro. Veámoslo así: Si yo soy evangelista y llega el momento de formular el tradicional llamado, yo digo: “Si usted hoy toma la decisión de aceptar al Señor, usted debe estar dispuesto a obedecerle en todo, desde este preciso momento. Y si no piensa hacerlo, le pido por favor que se abstenga de pasar al frente.” ¿Jesús hizo eso? ¡Claro! ¡Lo hizo! Él ganó a sus discípulos de esa forma. ¡Sígueme! Listo, no hay más. Y al instante, dejando las redes, lo siguieron. Es decir entonces que, el objetivo central de la conversión, es que la gente pueda entrar al Reino. Cuando de verdad la gente se ha convertido, el trabajo es más sencillo. No hay peor engaño que el que la gente piense que es salva, y trate de actuar como salvo y no lo sea.

(Mateo 16: 24) = Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.

Yo, y no soy el único, creo que no hay manera de diluir esto. Lo primero que Él te pregunta, es si quieres seguirlo. Eso significa que Jesús está en movimiento. Él no está parado o detenido. Eso significa que este es un camino constante. Luego dice: niéguese a sí mismo. En el original dice: niegue su psuche, niegue su alma. Niega tus sentimientos, niega tu voluntad. Y luego dice: tome su cruz. ¿Cuál cruz? La cruz que vas a recibir por seguir al Señor. ¡Ah! ¿Cuándo la trompeta suene en aquel día final? ¡No! ¡En este momento! Ehhh, ¡Pero yo ya tengo una cruz! Sí, claro, lo que tú ya tienes es la cruz de tus pecados. Y a esa la vas a dejar acá. Pero el Señor te va a dar la cruz de su obediencia. La cruz de tus pecados, es pesada. Pero la cruz de su obediencia es ligera en su carga. Pero sigue siendo cruz, claro.

Te va a obligar dulcemente a hacer cosas que no quieres hacer. Te va a poner amablemente, en situaciones en las que no quieres estar. ¿Realmente estás dispuesto a esto? ¿Verdaderamente quieres salvarte, de veras?Perdón, ¿Está mal que me tome unos minutos para pensarlo? ¡No! ¡Qué va a estar mal! Al contrario, creo que tienes que tomarte tu tiempo para pensarlo. ¡No es un juego! De otro modo, entrarán a una iglesia llenos de simulaciones e hipocresías. ¿Y cómo se supone que con esa clase de protagonistas esa iglesia resultará más que vencedora? ¿Cómo saber, hoy, un líder, por ejemplo si sus jóvenes no son iguales a los tantos jóvenes que aún están en el mundo viviendo conforme a los rudimentos del mundo? ¿Qué pasaría con tantos y tantos cristianos, y no sólo jóvenes, si de pronto se dieran cuenta que nadie los está controlando ni observando? ¿Actuarían santamente, de todos modos? Te aclaro: estas eran preguntas que no sólo yo, sino muchos ministros y creyentes sólidos y maduros veníamos formulándonos desde hace mucho tiempo, y ¿Sabes que? La pandemia y sus restricciones, están dando a esto una respuesta tan clara, que asusta. Aunque no sorprende…

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septiembre 11, 2021 Néstor Martínez