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Estampas de un Tiempo Difícil

Tiempos difíciles, sí. Una prueba de carácter, les decía allá por el mes de abril, suponiendo que dentro de ese mes, todo volvería a ser normal. Pero no; Encierro…media libertad….preparativos de libertad total…y nuevamente encierro…Con mayores o menores diferencias, esto es un común denominador en casi todo el mundo. Y eso trae contrariedad, malestar, incomodidad, angustia, ira… ¿Qué es la ira? Una pasión del alma que causa indignación y enojo, a veces hasta con apetito o deseos de venganza. ¿Tiene derecho un creyente a sentir ira? Se nos enseña que no, que es una manifestación del alma que debemos dominar porque es aprovechada por las fuerzas del mal para perturbar y oprimir nuestras vidas. Sin embargo, y como rara paradoja, es una palabra que no está ausente en nuestras Biblias y no precisamente como cosa humana.

El vocablo ira aparece más de doscientas veces en la Biblia, y el concepto en muchas más ocasiones. En general se refiere a la actitud, actividad o respuesta de Dios al pecado humano. Es la reacción permanente del Dios santo, puro, soberano y personal a todo lo que ofende su naturaleza moral y derechos reales. Esto incluye el rechazo por parte del ofensor de su persona, gobierno y voluntad. También involucra las afrentas a su santidad, ya sean conscientes y directas o inconscientes e indirectas. La ira de Dios resulta en castigo y condenación o el juicio presente o futuro. En términos absolutos, es sinónimo de la separación eterna de Dios y el castigo en el infierno. Hay un hecho muy singular que demuestra que la ira no siempre es un patrimonio de la carnalidad del hombre, sino que tiene raíces mucho más elevadas y profundas.

En el libro del Éxodo, desde el capítulo 24 y hasta el 31 inclusive, está el relato del encuentro de Jehová con Moisés en el Monte Sinaí. En principio, Moisés no va solo, como muchos creen. Lo acompaña parte de su familia, esto es: su hermano Aarón y sus sobrinos Nadab y Abiu, y a ellos cuatro, se suma Josué, hombre de confianza de Moisés y setenta ancianos, que es como decir jefes, hombres distinguidos de Israel. Esa fue la orden de Dios, pero con la condición que todos se inclinaran desde lejos, y que solamente Moisés estaría autorizado a subir a encontrarse con él. Y en contra de lo que muchos temían, no solo pudieron ver a Dios sin ser aniquilados, sino que incluso celebraron banquete en su presencia, comiendo y bebiendo con tranquilidad y paz. Concluido esto, Dios llama a Moisés y le anticipa que le dará tablas con la ley y mandamientos.

Moisés obedece y, allí sí, sube absolutamente solo. Pero el encuentro no tuvo lugar de inmediato, sino que se tardó seis días, donde una nube de gloria cubrió todo el monte y, recién al séptimo día Dios llamó a Moisés. Estuvo allí con Dios cuarenta días, donde recibió instrucciones para la ofrenda del tabernáculo, el arca del testimonio, la mesa para el pan de la proposición, el candelero de oro, el tabernáculo, el altar de bronce, el atrio del tabernáculo, el aceite para las lámparas, las vestiduras de los sacerdotes, la consagración de Aarón y sus hijos, las ofrendas diarias, el altar del incienso, el dinero del rescate, la fuente de bronce, el aceite de la unción y el incienso, el llamamiento de los artesanos Bezaleel y Aholiab y el día de reposo como señal. Recién cuando concluyó con todas estas instrucciones, Dios entregó a Moisés las dos tablas del testimonio, obra de sus manos y escritas por su dedo.

Abajo, mientras tanto, ya conoces la historia. El pueblo se impacienta y se hace construir un becerro de oro para adorar, porque no estaban seguros que Moisés regresara. Y es el propio Aarón el que se los funde y elabora. Y allí se presenta la ira de Dios. Sabiendo lo que la gente está haciendo, Dios los quiere consumir y de alguna manera le avisa, casi le pide permiso a Moisés para destruirlos a todos. Moisés los defiende, intercede por ellos y logra que Dios se arrepienta de su primaria decisión, (¡Dios se arrepiente y modifica una decisión por instancia de Moisés!) y calma su ira. Pero cuando Moisés desciende y llega donde está el pueblo y ve el becerro de oro y a la gente adorándolo, monta en ira él y destroza las tablas contra las rocas, que es como decir que rompe el pacto hecho con Dios. Más adelante Dios le autorizará que prepare otras dos tablas, pero en este caso las preparará Moisés y Dios solamente escribirá en ellas lo mismo que había escrito en la otra que destruyó, que es como decir que Dios les renueva el pacto.

Hay dos elementos que saltan a la vista en este episodio. Uno, que cuando el pecado de desobediencia anula y destruye la obra de Dios, el hombre queda obligado a rehacer esa obra con su propio esfuerzo, si es que desea ser restaurado y que la obra se restaure. Éxodo 32:16 dice: Y las tablas eran obra de Dios, y la escritura era escritura de Dios grabada sobre las tablas. El pueblo desobedeció y esa obra fue destruida. Luego consiguieron perdón y restauración, pero allí las tablas ya tuvieron que ser construidas, alisadas y aportadas por el hombre. Dios sólo las escribió esta vez. Recuerda: siempre que desobedezcas, perderás una bendición que no tenía costo y deberás reemplazarla con una obra humana que te costará alto esfuerzo.

Y el otro elemento es la ira. Es pecado indiscutido cuando es producto de un exceso emocional de contenido humano, carnal. Un pecado que puede llevar al delito, a la agresión, a la violencia y hasta la muerte. Porque Dios nos creó con emociones, pero no para dejarnos dominar ni vivir por ellas. Sin embargo, hay un atenuante santo que es la ira por celo divino. La muestra el propio Dios, cuando reacciona ante la barbaridad cometida por su pueblo adorando dioses falsos, la continua Moisés, cuando estrella contra las rocas esa maravillosa obra de Dios que eran las tablas, terriblemente indignado por la hipocresía y falsedad de su propia gente, con su hermano incluido. Y la evidencian muchos de los personajes más determinantes del evangelio, hasta terminar en un Jesús desparramando la mesa de los cambistas también indignado por ver convertida la casa de su Padre en cueva de ladrones. Esa ira es una muestra de celo, y también de autoridad, actitudes con las que debes pelear tu buena batalla.

Esta, aunque no lo creas, es una época que en gran parte se asemeja a la que hemos relatado. Porque así como existe la posibilidad de una desobediencia masiva del pueblo de Dios, abrumado por esta coyuntura, buscando el apoyo en dioses falsos por pensar que el Dios de todo poder se ha olvidado de ellos, también puede eso desatar una ira santa que, si no encuentra el intercesor válido y específico, un Moisés contemporáneo, puede determinar que lo que algunos profetas creyeron ver en todo esto, -un juicio divino- sea realmente lo que ocurra. Necesitamos más que nunca como Cuerpo de Cristo en la tierra, estar firmes y en obediencia, porque sólo es obediencia lo que produce autoridad. Y es sólo autoridad lo que produce victoria.

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agosto 1, 2020 Néstor Martínez