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Cuando el Clamor no Sabe de Fronteras

MCX02 LAS VEGAS (ESTADOS UNIDOS), 02/10/2017.- Vista general de uno de los escenarios del festival de música "Route 91. Harvest", en las Vegas, Estados Unidos, el 30 de septiembre de 2017. Ráfagas de fusiles automáticos en el festival desataron el pánico en la madrugada de hoy, 2 de octubre de 2017, y la Policía ha pedido a los asistentes que abandonen la zona, donde se presume puede haber numerosas víctimas. EFE/Bill Hughes/Las Vegas News Bureau/CRÉDITO OBLIGATORIO/SÓLO USO EDITORIAL/PROHIBIDA SU VENTA/NO ARCHIVO

          En mayor o menor medida, vivamos donde vivamos y consumamos noticias en mayor o menor escala, estos días pasados hemos sido conmovidos por el violento suceso acaecido en Las Vegas, donde en apariencia, (Y digo “en apariencia” porque, profesionalmente,  jamás me atrevería a repetir dando por cierto algo que no he comprobado de modo directo, así parezca genuino. He visto y vivido demasiado al respecto), un hombre mayor, jubilado, millonario, armado hasta los dientes, simplemente asesinó a más de cincuenta personas que asistían a un recital de música country e hirió a centenares más, sin que nadie hasta hoy haya podido explicar –si es que esto puede explicarse de alguna manera-, los motivos que lo llevaron a esa actitud, cerrada con su propio suicidio. A esta hora seguramente abundarán las versiones y algunas se darán como ciertas, pero la verdad real solamente la conocen los que la viven, y esos ya no están para contarlo.

          Como creyentes nos resulta muy difícil observar un hecho así con los mismos ojos de aquellos que no lo son. Ellos sacan sus propias conclusiones y arriban a sus propias hipótesis, mientras que nosotros también lo examinamos y, como indefectiblemente tendría que ser, llegamos  a otras conclusiones distintas. Podemos ser más o menos espiritualistas y adjudicar estos sucesos a la psiquis humana o a las incidencias diabólicas. No obstante, podemos coincidir en un punto del camino sinuoso de la tragedia, con algo que unos haremos con certeza y otros casi como cauterización de sus conciencias: clamar a Dios. A un Dios conocido y amado o a un Dios desconocido, lejano y hasta de dudosa existencia. Recordaba un salmo cuando escribía esto. El Salmo 28:1 que dice: A ti clamaré, oh Jehová. Roca mía, no te desentiendas de mí, para que no sea yo, dejándome tú, semejante a los que descienden al sepulcro.

          El clamor es la expresión natural del dolor y una expresión apropiada, cuando todas las otras formas de súplica nos fallan. Pero el clamor sólo debe ser dirigido a Dios, pues clamar al hombre es como dirigir nuestros ruegos al aire. De allí que pedir controles o modificaciones a antiguas leyes dictadas por la voracidad del mercado material, es poco menos que ilusorio y, lo mismo que los clamores del incrédulo, sólo servirían para minimizar el impacto en sus propias conciencias. ¿Eso significa que no compartiremos un clamor de gente incrédula ante la desesperación e impotencia producida por una tragedia así? No, en absoluto. ¡Claro que compartimos ese dolor y esa desesperación unida al clamor! Sin embargo, aquí también deberemos levantar una voz distinta, que no caiga en las frases hechas para estas circunstancias ni tampoco para significar complicidades con decisiones que no nos corresponden, sino para advertir que si vamos clamar, deberemos hacerlo al Dios de todo poder y Él, seguramente, dará una respuesta tan singular que muchos de los que clamaron, no podrán dejar de sorprenderse.

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octubre 5, 2017 Néstor Martínez