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Debemos Ser, no Sólo Parecer

El capítulo 4 de la carta de Pablo a los Efesios, tiene treinta y dos versículos. Los primeros dieciséis, fueron el epicentro básico del estudio que titulé “El Gran Momento de los Ministerios”. No quise apretarlos a todos en un solo trabajo porque el espíritu y el motivo central de esto, es el de encontrar los puntos que den la razón a los profetas que han estado dando a conocer que esta carta de alguna manera es la revelación de lo que tiene que ser la iglesia que salga a presentar batalla en un tiempo en el que, anteriormente a la pandemia, apenas se refugiaba en sus templos a cantar, danzar, hacer mucho bullicio y escuchar mensajes mayoritariamente dirigidos al alma. De hecho, no nos olvidamos que tenemos un alma y que a la hora de las decisiones y las conductas, esa alma pesa y mucho, pero tenemos muy en claro que la iglesia no está puesta en la tierra por Dios para ministrar nuestras almas, sino para darnos a conocer las estrategias de una guerra que ya está escrito terminará en victoria, pero que es nuestra responsabilidad ejecutarlo.

El verso 17, en nuestra versión tradicional dice: Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente. ¿Qué les está advirtiendo Pablo a esas personas? Parece más que simple la respuesta: que ya no vivan como los que no conocen a Dios, pues ellos viven de acuerdo con sus tontas ideas. Les está hablando de algo que hoy por hoy está empezando a formar parte de la vida de todo creyente: su grado de percepción y el enfoque de ella. Hasta que punto un cristiano tiene percepción de la dimensión de eternidad a la que pertenece y hasta qué grado está cautivo de la percepción del mundo natural en el que se ve en la obligación de funcionar. ¿Qué crees que sucedería con un creyente que viviera haciendo prevalecer su percepción del ámbito eterno y sobrenatural que pertenece? Simple: empezando por su propia familia, su entorno inmediato lo marginaría y hasta llegaría a agredirlo.

Si entresacamos las palabras y los términos que Pablo utiliza, podemos ver que lo que trata de explicarles es que esa gente que dice ser cristiana pero vive conforme a los rudimentos del mundo secular, lo hace porque es gente ignorante, (Que no es menosprecio ni insulto, sino simplemente descripción de conducta), además de terca, que porque no está entendiendo nada no tiene capacidad para disfrutar a pleno de la vida que Dios les está dando. El verso 19 es contundente con esta parte de esa sociedad. Dice: Los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza.

La primera acepción que el diccionario entrega de la palabra lascivia, es Propensión excesiva a los placeres sexuales, pero no es la única. Siempre a la lascivia se la relaciona con la sexualidad y corresponde que así sea, porque es donde más daño produce, pero puede incluir como dice la acepción siguiente al Deseo excesivo o apetito por una cosa. Y en esta “cosa”, está el sexo, es verdad, pero también los excesos en la comida, la bebida, drogas, dinero y poder. De hecho, cuando un político es capaz de cualquier cosa para acceder al poder, está cautivo de un espíritu de lascivia, el mismo que unos metros más allá lleva a alguien a drogarse, a robar dinero, a comer hasta reventar, a emborracharse o a buscar sexo sin límites ni control. Es tiempo de preguntarnos si todas estas cosas solamente forman parte de lo que llamamos “el mundo”, o si por alguna causa o razón, algo se ha infiltrado en lo que llamamos “la iglesia”.

Más vosotros no habéis aprendido así a Cristo, nos dice Pablo. Sí, de acuerdo, se los dice a aquellos efesios, pero me pregunto y te pregunto, ¿Qué diferencia existe entre esa gente que él menciona y mucha de la gente que conocemos? ¡Ey! ¡Gente cristiana! ¡Eso no es lo que ustedes aprendieron de Cristo! ¿Qué les pasa? …si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. Porque USTEDES oyeron el mensaje acerca de Él, y aprendieron a vivir como Él manda, siguiendo la verdad que Él enseñó. Llevado a nuestra rara y pintoresca calidad idiomática actual, más o menos es esto lo que Pablo les dice a aquellos efesios, y que se mantiene en estricta vigencia para todo el que hoy acepte incorporarse a esta problemática que no es culpa del diablo y sus demonios, sino de nuestras propias concupiscencias e incredulidades históricas.

Y como conclusión de esa idea, Pablo les pide que dejen ya mismo de conducirse y vivir como lo hacían antes, cuando los malos deseos eran los dirigían los caminos de sus vidas. Y allí es donde la versión tradicional  recala en el verso 23, que es otro de los clásicos bíblicos que nos rebotan en los oídos, en las mentes y en los corazones. Les dice: Renovaos en el espíritu de vuestra mente.  Renovar la mente es reemplazar nuestros pensamientos con lo que la palabra de Dios dice, con el Espíritu de Dios y con las cosas que son positivas que declara la Biblia de mí. Identifica esos dardos del maligno y reemplázalos usando el escudo y la protección que Dios nos ha dado. ¡Fe en su palabra y sus promesas!. Esta es una palabra que debe acompañarnos a lo largo de nuestra vida cristiana es la palabra: Renovación. … Además dice, que al vivir en esa mentalidad, eso evidencia que la vida de Dios no está en ellos. Además dice que hay dureza en su corazón. Renovarse, te recuerdo, es hacer algo de nuevo o volverlo a su primer estado inicial.

Esto indudablemente tiene que ver con algo que está en varios lugares de la Palabra, renovar nuestra mente. ¿Y qué cosa es renovar nuestra mente? ¿Cómo lo logramos? Es el proceso por medio del cual Dios renueva nuestros pensamientos, por medio de su Palabra, y nos conforma a la imagen de Cristo. La renovación de nuestra mente, la santificación, tiene lugar cuando recibimos la Palabra de Dios en nuestro corazón, la meditamos, la memorizamos y la practicamos. No te olvides que el mundo cristiano está repleto de gente que lee la biblia de manera brillante, la explica y la enseña de manera excelente, pero es incapaz de vivirla aun en sus menores detalles. No sirve. Es bueno, es necesario y es elogiable, pero para lograr la victoria que como iglesia estamos buscando, no alcanza. Y si te quedan dudas respecto a ir tras un renuevo espiritual, te recuerdo que eso significa estar asociados a la acción y efecto de renovar, que es volver algo a su primer estado, dejarlo como nuevo, reestablecer algo que se había interrumpido, sustituir una cosa vieja por otra nueva de la misma clase, reemplazar algo.

Y lo que Pablo les demanda a continuación, es algo que de principio suena extraño, pero que luego con los años de profundizarlo y estudiarlo, se llega a la conclusión de ser el punto inicial a un impacto total. Les demanda vestirse de un nuevo hombre creado según Dios. Esto no es una tontería ni tampoco un simple juego de palabras. Porque un vestido, cualquiera sea, es un conjunto de prendas que alguien se coloca sobre su cuerpo para que luego sea visto por todas aquellas personas con las que esa persona tenga contacto. Esto quiere decir que, alguien que quizás vivió una gran parte de su vida en el vicio, en las adicciones, en la promiscuidad y hasta en el delito, de pronto y por imperio de la redención total que la sangre de Jesús derramada en el Calvario produce, cambia esas vestimentas sucias y corruptas, y pasa a lucir con una imagen nueva, limpia, restaurada, pura y digna del Dios al que dice creer y representar en la tierra. Eso es un nuevo hombre, no alguien que pasa a ir a un templo una vez por semana con una biblia bajo su brazo. Esto último, en todo caso, que de ninguna manera se soslaya ni de subestima, es una consecuencia de ese cambio de ropa. Porque de no existir esta nueva vestimenta, todo lo demás siguen siendo trapos sucios.

Y luego, Pablo cree necesario advertir a esos nuevos cristianos, de algo muy importante. Les recomienda que ya no deben mentirse los unos a los otros. Y que ahora, al ser parte todos de un mismo cuerpo, necesariamente tienen que manejarse entre todos diciendo estrictamente y siempre la verdad en todo. Perdón… ¿Se entiende que esas personas eran creyentes en Jesucristo, verdad? ¿Y necesitaban que Pablo les dijera que si bien antes habían mentido para tener y regalar, ahora eso se había terminado, y como hijos de Dios, tenían la obligación de decir la verdad y nada más que la verdad, como quiera que sea verdad fuera y los hiciera quedar como los hiciera quedar ante los ojos de los otros? Y sí, es obvio que lo necesitaban. Eran nuevos en todo y todavía tenían demasiada carne y mundo en sus almas como para cambiar formas de fondo. Analizándolo desde ese ángulo, se comprende la exhortación de Pablo. Lo que no se comprende, no se justifica y no se entiende, es que todavía hoy, a dos mil años de esto, en muchos lugares los fines de semana se llenan de mensajes y sermones donde se les dice casi lo mismo a la gente. Si es necesario decirle a un creyente que no debe mentir, algo no se estuvo haciendo como Dios había dicho que se hiciera.

La siguiente es una demanda casi en forma de sugerencia, aunque conociendo a Pablo, estamos seguros que no perdía tiempo en esas posturas elegantes. Decía lo que tenía mandato para decir y que ardiera Troya si tenía que arder. Por lo tanto su mandato es: Airaos, pero no pequéis. No es algo sencillo ni una verdad de Perogrullo esto. ¿Quién no ha tenido alguna forma de confrontación subida de tono, ya sea en su trabajo, o en el colegio, o en el propio seno familiar o simplemente en la calle hasta por alguna transgresión de tránsito propia o ajena? En todos los casos, hoy, pleno siglo veintiuno y con la gente exacerbada por centenares de problemas de toda índole, bajo presión por decenas de problemas personales o de conjunto, sumado el stress propio que aportan las distintas redes sociales, no es una cuestión fácil salir indemne de algo así.

Te enojas mal y profundo por algo que hasta puede ser menor, en lugar de encontrar un bálsamo o una compresa de agua fría en la otra persona, encuentras a alguien con deseos de asesinar a alguien, y ahí está. Ya te airaste y, con un milímetro de esfuerzo más, ya pecaste también. Sea por palabras groseras, por pensamientos malos, por algún golpe propinado o recibido o algo mucho peor. Sigue siendo vigente esta primera parte del mandato: enójense si algo los choca feo, pero contrólense, apliquen dominio propio y eviten pecar en algo que, en muchos casos, arruina una vida para todo el tiempo restante.

Y el complemento de la frase, tampoco es menor y tiene que ver ya con las relaciones familiares y matrimoniales. No se ponga el sol sobre vuestro enojo. Esto quiere decir que cualquiera sea el enojo y por más que sea comprensible y hasta justo, no puede durar todo el día y mucho menos irse a dormir en esas condiciones. Reitero: esto es preponderantemente para los desacuerdos matrimoniales. Como quiera que sea el tema, siempre es prudente establecer una pausa por la noche, descansar sin presiones emocionales y luego sí, por la mañana, si el tema merece seguir tratándose, se lo puede hacer manteniendo la calma y el respeto. Pablo añade aquí, ¡Como si hiciera falta aclararlo!, que no cumplimentar esto, puede dar lugar al diablo para que ingrese con derecho en esa relación y produzca un daño mayor que el que ocasiona una simple discusión o desacuerdo temporal.

Lo que viene después parece tan ingenuo, tan infantil y hasta increíble en un nivel espiritual como el que Pablo poseía, que nos hace pensar muy seriamente en un hoy que, aunque insistamos en mostrar distinto y más maduro que este, ciertos hechos específicos y puntuales nos llevan a pensar lo contrario, y de alguna manera, a acompañar a Pablo en esta advertencia casi de escuela primaria, donde les dice a los cristianos que van a leerlo, que si antes robaban, ahora deben dejar de hacerlo. Que ya no tienen que trabajar de ladrones, sino con sus manos en un trabajo honesto y legal. Y que de esa manera podrán acceder a un salario digno que les permita vivir sin sobresaltos y, además, brindarle ayuda concreta a quienes la necesiten. No sé si el mundo o la sociedad a la que Pablo le hablaba todavía conservaba esos conceptos, pero lo que sí sé es que hoy, predicar esto, logrará que alguien te mire casi con compasión. Y no por equivocado, porque sabe desde el arranque que no lo estás, sino por ingenuo al punto máximo, si de verdad te crees eso que dices. De hecho, el robo no es patrimonio del mundo incrédulo y secular. Adentro de nuestras organizaciones, existe y goza de buena salud, tanto que incluso lo padecen y lo ejecutan aquellos que están para proteger a los demás.

Más adelante, Pablo encara algo que tiene que ver con un elemento que nos ha sido dado por Dios, pero que no siempre utilizamos conforme al diseño y para glorificar Su nombre: la lengua. Dice que ninguna palabra “corrompida” salga de nuestras bocas, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar Gracia a los oyentes. Gracia es favor en este texto y contexto, nada que ver con humor. ¿Y qué cosa sería una palabra corrompida? Yo creo que en lo técnico no existen palabras que en sí mismas sean corrompidas, sino que es el hombre mismo con su interpretación o significado quien termina corrompiéndolas. Como ejemplo que no mencionaré para no “corromper” este trabajo, puedo decirte que existe una palabra que en Argentina es una palabra corrompida, y que en España es un término absolutamente normal y parte de su idioma cotidiano. Y como ese ejemplo, miles. Es obvio que estamos de las mal o bien llamadas “malas palabras”. Seguramente en tu país, al igual que en el mío, hay una serie de palabras que generalmente son las que van unidas a una agresión, a un insulto o que se expresan en un marco de gran enojo o ira incontenible.

No son las mismas, cada país tiene una cultura y dentro de esa cultura, están esas palabras consideradas como malas porque no suman nada y lo restan todo, que es como decir que en lugar de edificar, destruyen. Y no se trata de un cristiano que se reprima y termine hablando como un poeta lírico medieval, se trata de un hombre o una mujer que no cedan a las presiones de sus medio ambientes, y no se sumen a la legión de mal hablados que en todas las latitudes existen y son muchos. Nunca te olvides que Dios te dio una lengua para que de ella salgan melodías que edifican, bendicen y edifican, y no para que la uses con terminologías sucias que producen exactamente el efecto contrario. La Palabra y sus hermosas metáforas, es muy sabia en esto cuando nos advierte que de una misma fuente no puede brotar agua dulce y agua amarga. De eso se trata, no de simular ser elegantes y educados y luego, en la intimidad de nuestras familias, o de ciertas amistades, demos rienda suelta a un vocabulario que de ninguna manera es el que Dios pensó para cada uno de sus hijos.

(Verso 30) = Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Pablo dice que tú y yo fuimos sellados para el día de la redención, lo que equivale a asegurarnos que en ese día, ese sello del Espíritu, oficiará de salvoconducto a la eternidad para nosotros. La gran duda de muchos, es: ¿Cuándo recibimos ese sello? El día que aceptamos a Jesucristo como Salvador personal de cada uno de nosotros y lo invitamos a ser Señor de nuestras vidas. Si esa decisión fue genuina y sincera, el Espíritu Santo vino a nuestro espíritu humano y le colocó un sello indeleble que dice SALVO. ¿Eso es lo que algunos llaman como “el bautismo en el Espíritu Santo”? No. Eso es algo posterior que puede sucederte o no, de acuerdo a como sea tu relación con el Señor. Si buscas más, quieres más y estás dispuesto a dar más en beneficio del Reino, pedirás ese bautismo y él te lo concederá, porque es necesario que estés pleno y lleno de Su Espíritu para realizar la tarea encomendada.

Si te conformas con la salvación lograda y te comportas como un hijo de Dios pero no buscas nada más, quizás te pierdas esa maravillosa experiencia de ser lleno de Su Espíritu, aunque eso no comprometa tu destino de eternidad. Contristar al Espíritu Santo, mientras tanto, es directamente entristecerlo. Hay muchos cristianos cuyas vidas no pueden ser bendecidas ni potenciadas porque con sus actos diarios, más aferrados a las costumbres, tradiciones, vicios y corrupciones del mundo secular que a lo recibido de Dios en sus corazones, entristecen al Espíritu Santo que un día los selló y terminan llevándolo quiero, mudo e inactivo, cuando había sido puesto allí para todo lo contrario. La voluntad del hombre jamás puede ni podrá anular el plan de Dios, pero sí colocarle obstáculos y frenos a su propia bendición, a su propia paz y a su propia felicidad.

Los últimos dos versos de este capítulo 4, nos recuerdan una serie de elementos que jamás deberíamos olvidar. Porque Pablo, según nuestra versión tradicional, les dice: Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. Claro, el idioma utilizado en esta versión, en algunas ocasiones parecería atenuar el efecto o la potencia de lo que se dice. Por eso en este caso puntual, voy a transcribir lo que dice sobre estos mismos versos 31 y 32, la versión bíblica de Lenguaje Actual. Confieso que no soy muy adepto a estas versiones populares porque a veces sin proponérselo le quitan la esencia de la revelación al texto, pero en este caso me agrada porque creo que resume todo lo que en un mano a mano y café por medio, Pablo les hubiera dicho a cualquiera de nosotros en una conversación informal, pero seria y responsable: Dejen de estar tristes y enojados. No griten ni insulten a los demás. Dejen de hacer el mal. Por el contrario, sean buenos y compasivos los unos con los otros, y perdónense, así como Dios los perdonó a ustedes por medio de Cristo.

Con total honestidad, después de haber compartido muchos años, momentos y lugares con cristianos de toda clase, conducta y comportamientos, creo que esta última parte es una verdadera joya de Pablo que bien merece ser exhibida para información, asunción y puesta por obra de todos aquellos que pretendan auto proclamarse como hijos de Dios. No estén tristes, la tristeza es un espíritu que puede reprenderse y expulsarse de alguien que no la acepta. No se enojen, hay un fruto del Espíritu llamado Dominio Propio que es ideal y ultra necesario en este tópico. No griten. Tiene razón Pablo, es feo, suena muy ordinario y no aporta nada el gritar desaforadamente. El problema es como convenzo a algunos predicadores que todavía están convencidos que los demonios se van de un lugar porque alguien les grita. Los demonios huyen ante la autoridad de un enviado de Dios, no por sus gritos. No insulten. Perdón… ¿Será necesario hoy recordar este mandato? Si me instalo en un templo, es obvio que no. Pero si acompaño a ciertos “hermanos” a un partido de fútbol u otra expresión deportiva de alta competencia, quizás sea necesario recordarlo, sí.

Dejen de hacer el mal, si es que en sus comportamientos antiguos eso era un elemento presente y, como nuevos miembros de la familia de Dios, sean buenos, que no significa ser tontos, estúpidos o ingenuos al punto de ser candidato a cualquier engaño o estafa. Ser bueno significa exactamente eso: tener bondad. La bondad no es sinónimo de cobardía ni de debilidad, como dibujó la sociedad machista. La bondad es el símbolo más exacto de la presencia de Cristo en tu vida. El manifestó bondad para con todos los que por ignorancia hasta llegaron a pedir que lo crucificaran. Pero fue justo y muy puntual con los fariseos y todos los que de uno u otro modo se oponían al Reino de Dios en la tierra. Y finalmente perdonarse los unos a los otros las ofensas. No hay nada más triste que un creyente ofendido. Alguien me dijo alguna vez y se me quedó marcado para siempre: “Si te ofendes, todavía estás vivo…”

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febrero 25, 2023 Néstor Martínez