Estudios » Blog

Fraudes…

Creo que un fraude, una estafa o un engaño es algo letal para los sentimientos y las emociones de una persona. Pueden llegar a destruirla y reducirla a la más minúscula expresión. Ni quieras saber el daño que eso mismo puede producir cuando se produce en el marco de un grupo cristiano. Cuando yo estaba haciendo mi programa radial de los sábados por la mañana en una emisora cristiana de mi ciudad argentina de Rosario, hace muchos años, vino a verme en una ocasión un matrimonio de hermanos a los que yo no conocía, es decir: no eran de los que venían a menudo con una u otra excusa. Ellos se veían muy preocupados y casi hasta desesperados. En principio, creí que tenían algún problema de matrimonio, que, si soy honesto, eran la mayor parte de los problemas que debía considerar cuando venían de a dos, pero no; era otra cosa muy distinta.

Me contaron que se congregaban desde hacía mucho tiempo en una pequeña iglesia ubicada en una zona muy pobre de la ciudad y compuesta de gente con escasos recursos económicos. Cuatro meses atrás, el pastor dijo haber tenido una visión de Dios respecto a un templo nuevo. Así fue que encaró la compra de un salón bastante grande que se vendía en las inmediaciones y arregló de abonar su costo en cuotas bastante altas. Para concretar la operación, necesitaba de, por lo menos, un aval de alguien que fuera propietario de una vivienda que pudiera ponerla como prenda de la deuda. El pastor le aseguró a esta gente que Dios le había mostrado que ellos eran los “designados por el Señor” para ser garantes de la operación de compra del nuevo salón para el templo. Ellos no pudieron ver que esa “visión” pastoral era bastante llamativa, ya que ellos eran los únicos de la iglesia que tenían vivienda propia y el título de propiedad para servir como garantía.

De todos modos, la idea de haber sido elegidos por Dios para algo importante, más los reconocimientos y “homenajes” que el pastor se encargó de organizar dentro de la iglesia para con estos abnegados y fieles hermanos, terminó por convencerlos favorablemente y decidirlos a ser “obedientes al Señor” … y al pastor, claro… La cuestión era que, cuatro meses después de haberse efectuado la compra, el pastor no había abonado ninguna mensualidad y este matrimonio estaba ante la posibilidad de que le trabaran embargo a su vivienda y posteriormente se la subastaran para cobrarse la deuda, tal como manda la ley en mi país al respecto. ¡Y ellos venían a consultarme si no desagradaría al Señor que ellos hablaran con el pastor y le pidieran que por favor pagara esas cuotas para impedir que se quedaran en la calle! Les respondí que no sólo no le desagradaría, sino que estaría más que contento si ellos así lo hicieran.

A la semana siguiente, retornaron. Ahora se los veían más desesperados y también un poco entristecidos. Resultó ser que el pastor no sólo se había negado a pagar esas cuotas, asegurándoles que Dios no se lo permitía, sino que en la segunda ocasión de la semana que fueron a entrevistarlo, directamente no los recibió. Ellos no sabían que hacer. Me di cuenta que sentían un enorme terror de, siquiera, hacer este comentario. El principio evangélico de “no murmurar del siervo”, seguía dando buenos resultados y había logrado que esta gente llegara a pensar que Dios realmente les pedía que ellos afrontaran esa deuda. Esta vez fui mucho más claro y contundente. Les dije que oraran y pidieran al Señor sabiduría y claridad, pero cuando me preguntaron qué cosa haría yo si estuviera en lugar de ellos, directamente les dije que yo iría ese lunes a primera hora de la mañana a los Tribunales y denunciaría al pastor en un juzgado por estafa y defraudación.

Te confieso que cuando se fueron, me quedé dudando si se atreverían a hacer algo así, pero se ve que el terror de perder su casa los decidió. Formularon la denuncia y aparentemente, los documentos presentados obraron a su favor y el pastor fue detenido y procesado. Arregló las cosas y salió en libertad, pero desde el púlpito se encargó de predicar decenas de mensajes de dudoso contenido bíblico donde, utilizando versículos muy específicos fuera de contexto, le demostró a la congregación que los traidores, judas y fraudulentos eran los hermanos dueños de la casa que casi se subastó. La tercera y última vez que vinieron a verme, te puedo asegurar que llegué a ver en sus rostros una expresión muy parecida a: “esto nos sucede por hacerle caso a usted”. Sin embargo, la consulta en este caso, era si debían seguir congregándose allí.

De hecho, les dije que no, que debían salir más que urgente en búsqueda de otro sitio para congregarse, que era más que evidente que allí ya no serían vistos ni recibidos con simpatía, que el pastor había logrado convencer a los demás que los culpables eran ellos y que podían esperar alguna represalia de cualquiera de sus antiguos “hermanos” o del propio pseudo pastor. Nunca más regresaron. No sé qué fue de sus vidas ni tampoco las del pastor fraudulento que estuvo a punto de quedarse con un salón a costas de la casa de una de sus ovejas. ¿Sabes qué? Este es un caso, apenas uno. Puedo asegurarte que hay muchos más. Quizás tú mismo conozcas alguno. Pero no todas estas deshonestidades tienen como protagonistas a líderes. Hay miles de casos en los que distintos hermanos se han estafado entre sí de mil y una formas distintas. En todos los casos, han sido defraudaciones producto de la confianza ciega que unos les tenían a otros, en la suposición de estar tratando entre santos de un mismo pueblo divino.

Conocí a un hombre, empresario exitoso, que concurría al mismo templo que concurría yo en ese tiempo, sin otra finalidad que la de intentar hacer buenos negocios una vez finalizado el culto. Durante la reunión “volaba” como grácil avecilla y se veía a mil kilómetros que estaba en cualquier parte menos en la alabanza, la adoración o el mensaje. Estaba en su mundo comercial. En una oportunidad me citó a sus oficinas. No era yo en esa época una persona desconfiada y mucho menos de mis amados hermanos de la iglesia, así que fui. Me dio un discurso muy bien armado respecto a mi pobreza de imaginación si seguía pensando que Dios mismo respaldaría un futuro ministerio.  Para su entender de empresario de éxito, yo debía producir el dinero con el cual luego sustentaría mi ministerio. Y la forma de producir ese dinero, era formando parte de una red de ventas de la cual, obviamente, él era el jefe.

De más está decirte que no acepté. Pero no acepté porque no tenía ni paz ni dirección para hacerlo, no porque desconfiara. Sin embargo, algunos meses después, cuando este buen hermano desapareció de los templos, vine a enterarme de que todos los que había captado con su propuesta, habían perdido bastante dinero con ella. Lógicamente, el único que había obtenido ganancias, era él. Hermano, aprende: no es solamente el pastor el que se ubica en la puerta de salida del templo para estrechar la mano de los que han estado en el culto. También lo hacen algunos oportunistas que, en el nombre de un Señor en el que quien sabe si creen, se infiltran en las congregaciones sin otro objetivo que el de hacer buenos negocios donde, obviamente, los máximos o únicos beneficiados, serán ellos. ¿Obreros fraudulentos, les cabe? No. Fraudulentos, lo de obreros te lo quedo debiendo…¿Cómo Denominar a estos “Hermanos”? …SIMPLES DELINCUENTES…

Comentarios o consultas a tiempodevictoria@yahoo.com.ar

febrero 23, 2024 Néstor Martínez