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¡¡Cambia!!

Conozco a mucha gente joven, buena y fiel, que me ha confesado que les resulta imposible escuchar a un predicador cristiano por más de 5 o 10 minutos sin cansarse o aburrirse y, por consecuencia, dispersarse. A menos que lo que dice sea realmente una tremenda revelación o tenga una impactante unción del Espíritu, es una mayoría la que experimenta eso. Quédense tranquilos, muchachos, no están endemoniados ni nada por el estilo, sólo forman parte de una sociedad muy distinta a la que esos predicadores seguramente pertenecieron y creen seguir perteneciendo. El corte drástico que la pandemia por el Covid19 produjo en su momento en el ambiente cristiano, nos obligó a todos a resetear y renovar nuestras formas de expresar nuestras convicciones.

Aquel que no lo hizo y eligió esperar a que todo volviera a su cauce normal, esto es, similar al que existía antes de la aparición del virus, todavía debe estar sentado en la puerta de su templo o salón, esperando que los hermanitos retornen. Me temo que lo puede sorprender su retiro o jubilación esperando. Aquel legendario Semper Idem, no es nuestro, es herencia del Catolicismo Romano. Los que estamos en esto caímos en la cuenta que durante años hemos estado siguiendo la línea de ese discurso griego retórico y de origen aristotélico que fuera introducido en nuestros ambientes con una base que, -reitero-, seguramente te va a resultar muy familiar: una introducción, algunos puntos a desarrollar y una conclusión tipo moraleja. Nada que ver con lo que hasta donde yo sé, fue la predicación cristiana del primer siglo, que era improvisada, espontánea y esencialmente urgente. Y patrimonio de todos por igual, no de hombres especiales.

A eso lo incorporamos después, más por ambiciones egocéntricas o de otra índole de algunos, que por la necesidad de todos. Tal vez porque a la hora de predicar, la mayor parte de los ministros toman modelo de aquel que tiene éxito e impacto, y no de Jesús, Pablo o Pedro. Están perdonados, no había televisión cristiana ni redes sociales en esos tiempos. Hoy, cuando desandamos este siglo, y en una vorágine de vértigo en todo y para todo lo que sucede y nos sucede, creo que decirte algo que sea capaz de cambiarte el día o transmitirte una potencia que te salga desde adentro para afuera, nos impone a los que creemos ser responsables de eso, a ser concretos, sintéticos, precisos y contundentes. Y si la gran mayoría no me puede abrir su ventana de atención nada más que por unos pocos renglones escritos, es mi obligación usar ese mínimo espacio para que entiendan, sepan y puedan no sólo cambiar sus vidas sino también las de los que los rodean.

Por esa razón, lo que produzca de aquí en más, no tendrá millas o kilómetros de letras, sino sólo las necesarias. Si el Espíritu Santo es concreto, no tengo por qué yo, el que lo difundo, ser exageradamente verborrágico. Soy, -Ustedes me conocen- alguien a quien esos pintorescos eufemismos denominan como un “adulto mayor”, que pasado en limpio significa un individuo que está envejeciendo. Bien de salud y con todas sus neuronas en funcionamiento, pero cumpliendo años tras años y sumándolos. No queda otra, es eso o el retorno con Papá… Te cuento que a mí, en lo personal y ministerial, cada vez me da menos ganas de invertir tanto de mi propio tiempo, más el esfuerzo en todas las áreas que lleva y se necesita para armar un trabajo extenso, si este presente me propone introducirme en algo sintético y concreto, que es el enemigo más feroz de aquella dialéctica griega larga, monótona y casi ofensiva para lo que es la dinámica notoria que tiene el Reino de Dios.

 ¿Para qué escribirte libros y libros de un estudio del que, al terminar, estoy seguro apenas vas a recordar cinco o diez páginas o expresiones de lo que verdaderamente te llegó? ¿Por qué seguir con esa rutina antigua que sólo puede producir un shock y un cambio en cada uno por algo que se dice en no más de veinte líneas?  Es verdad que los más adultos estamos muy acostumbrados a esto y cambiar implica fastidiarnos un poco, pero…pregunto: ¿Nosotros también vamos a creer que la fe es algo solamente útil para viejos y niños? ¿En serio pensamos eso? ¿La gente joven no tiene derecho a ser salva y disfrutar de una vida abundante? Ser un ministro de Dios con la unción magisterial que Él quiera darte, te demanda enseñar todo lo que Dios mismo entiende que todavía sus hijos no han comprendido o conocido. Y para eso, no se necesita un discurso florido lleno de palabrería religiosa, ni mucho menos un show personal.

 Con unas pocas líneas inspiradas por el Espíritu Santo, seguramente alcanzará para dejarte algo que te bendiga el día y la vida. Al show lindando con espectáculo, déjaselo a las “estrellas” seculares. Y si eso te parece muy breve y te quedas con ganas de leer y recibir más, ¡Gloria a Dios! Porque eso te llevará a agarrar tu Biblia y buscar en ella lo que seguramente Dios tiene preparado para ti, exclusivamente para ti en una relación en la que todos los terceros estamos de más.  El Padre y tú, con el Hijo como único intermediario. Así es como funciona. Obviamente; ya lo sé; Dios es el mismo ayer, hoy y siempre, de eso no tengo dudas. Pero su creación, nosotros, vamos creciendo, cambiando y buscando llegar, como sea, hasta el último confín de la tierra. Y para eso, hoy, tenemos recursos muy distintos a los que había hace cincuenta años atrás, no sé si soy claro.

Ser un hijo de Dios, es vivir definitivamente el hoy, no en el pasado. Así que, de aquí en más me vas a encontrar mientras tenga vida para hacerlo, dispuesto para compartirte algo que te deje algo, pero sin robarte mucho tiempo, ni proponerte ritos, muletillas repetidas, o religiosidades huecas y en casos hasta hipócritas, con la única finalidad de llenar un espacio de tiempo. Hoy se impone algo así como una comida rápida pero nutritiva, no chatarra ni hojarasca. Como lo dijo muy bien, hace ya mucho tiempo un señor conocido como Gracián, Lo Bueno, si Breve, Dos Veces Bueno. Que el Dios de todo poder nos ayude y nos regale sabiduría y madurez. Un poco tarde aprendí que hablar o escribir mucho, no es necesariamente decir mucho. Si un día llueve y un poeta se toma una hora para pintarte de colores el atractivo y la belleza que encierra la lluvia, eso seguramente estará muy bonito, pero la Verdad genuina y contundente siempre estuvo, está y estará en una sola palabra: Llueve.

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julio 28, 2023 Néstor Martínez