El Tiempo del Juicio

1 Pedro Capítulo 4

(016) Tu Padecimiento, Mi Padecimiento

(1 Pedro 4: 1 )= Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado, (2) para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios.

(3 Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles, andando en lascivias, concupiscencias, embriagueces, orgías, disipación y abominables idolatrías.

(4) A estos les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y os ultrajan; (5) pero ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos.

(6) Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios.

Aquí hay un principio básico del cristianismo que no siempre los cristianos están dispuestos a cumplimentar. La fe en la persona de Cristo y en la obra suficiente de la cruz permite al cristiano mantenerse firme en su rechazo al mundo.

Este rechazo, puede llegar al extremo de costarle la vida. Los creyentes llenos de fe glorifican a Dios y consideran una bendición mantenerse firmes junto a su Señor. Tal posición a favor de Cristo es precedida por la negación de los deseos de la carne de manera que el Espíritu pueda mantener la primacía.

De allí que sea indispensable, si es que vas a ser un cristiano verdadero y no apenas uno nominal de domingos por la tarde, que inmediatamente dejes de lado toda forma de pecado. No por prohibición ni temor a castigos, sino porque donde hay pecado Dios se retira. Y vivir el evangelio de Dios sin la presencia activa de Dios, es lo más horrible que los hombres puedan hacer.

Las primeras dos palabras de este capítulo son, precisamente, puesto que. Esto implica algo así como “debido a que”, en este caso Cristo, sufrió, los creyentes no tienen obligación de sufrir, de hecho, pero sí deben estar preparados por si debieran hacerlo.

Es una manera de seguir al modelo, que es Cristo, en su propio sufrimiento. Porque así se da, no buscándolo. Ser cristiano es ser seguidor de Cristo. Es una manera más de vivir conforme a la voluntad de Dios. No siempre esa voluntad es que tú sufras, pero cuando por algún motivo lo es, deberás pasarlo con la misma dignidad y potencia con que Él lo hizo.

¿Y por qué tiene tanto valor el sufrimiento propiamente dicho y en sí mismo? No porque te purifique, en absoluto. Ese es un pensamiento orientalista, pero no el nuestro. El sufrimiento pesa en el sentido de poder dejar en evidencia que el dolor no nos amilana, ya que hemos muerto a la carne así como también hemos muerto al pecado.

Nos recomienda o sugiere, que nos armemos del mismo pensamiento que tuvo Cristo. ¿Recuerdas cual fue? El primero de ellos, si era posible, que Dios le hiciera pasar de largo ese sufrimiento que Él ya conocía de antemano como lo era la cruz.

El segundo, saber con certeza que, sufrimiento, era casi sinónimo de morir al yo, morir a la carne y, por consecuencia, derrotar al pecado. Atención con esto: no es receta actual. Ni se te ocurra salir a decir o a enseñar que es necesario sufrir para borrar tu pecado.

Está hablando de Cristo. Y en el caso de Cristo, así tuvo que ser. Dios no tiene metodologías y permitirá, en cada caso, cuestiones distintas con un mismo fin: purificarte. Pero si Él considerara que un poco de sufrimiento te fuera necesario para conseguirlo, pues allí estará. Por eso es que deberás dar, como dice la Palabra, gracias EN TODO. Por eso que no te agrada, también…

(Gálatas 5: 24)= Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.

Pablo está hablando, aquí en este texto, y de una forma metafórica, como una crucifixión de la vieja vida de pecado, esto es: el dejarla atrás de una manera completa y definitiva. El tiempo verbal, mientras tanto, indica un acto definitivo que realizamos en nuestra conversión.

Ahora bien: si tal como Pablo dice aquí, los que son de Cristo han crucificado su carne con sus pasiones y pecados, déjame decirte que el ochenta por ciento de los cristianos que conozco, aún no se puede decir que sean de Cristo.

Porque dentro de la tonelada de correos que a diario recibo, en su enorme mayoría, (Hablemos del porcentaje mencionado, 80 por ciento), tienen que ver con problemas que la gente cristiana tiene con asuntos que están emparentados con su carne.

Es como si a nadie o a muy pocos, realmente, les interesara tener una vida espiritual activa y victoriosa. Es como si esa gran mayoría solamente estuviera interesada en: llevarse bien con sus cónyuges, sus pastores, sus hermanos y sus amigos, tener un buen trabajo, ganar dinero y poder comprarse un automóvil e irse de vacaciones en el verano.

Está bien, no vamos a caer en odiosos legalismos ni ácidos comentarios respecto a estas inclinaciones, pero si todo lo que te he descripto como prioridades santas no tiene que ver con cierta clase de pasiones y deseos, ¿Con que podría tener que ver?

Ahora voy a invertir la idea para dejarte a ti que seas quien evalúe. ¿Conoces a muchos cristianos que puedan mostrar claramente que han crucificado a su carne con sus deseos y pasiones? Por favor, sé bueno y di la verdad.

Esto significa, acaso, que ser de Cristo es imposible para el ser humano? Sí, eso es lo que significa. Ser de Cristo, para el ser humano, es imposible. Sólo es posible para aquel que ha decidido dejar de ser humano y convertirse a una vida divina.

Súmale a todo esto que, incluso, esta enseñanza no abunda demasiado en las iglesias. Se nos enseñan otras cosas emparentadas con la moral, las buenas costumbres y, esencialmente, algo que llaman testimonio pero que, en realidad, no pasa de ser simulación y figuración de lo que no es.

El mejor testimonio de una vida EN Cristo, es precisamente mostrar los frutos que ella proporciona. Esto es: humildad (Que no son actitudes de humildad, sino humildad en todo), mansedumbre, paz y todos los frutos del Espíritu Santo juntos.

Luego nos dice Pedro que todo esto tiene que ver con una idea que nos llevará a vivir una vida conforme a la voluntad de Dios y no a lo que nuestras propias concupiscencias humanas nos puedan indicar o presionar.

El diccionario secular de la lengua española, nos dice que esta palabra utilizada aquí como concupiscencia, significa el deseo de bienes terrenos y, en especial, el apetito desordenado de placeres deshonestos. El diccionario bíblico agrega muy poco al respecto. Se limita a decir que se trata de una codicia ilegítima y desordenada.

También esto debe ser objeto de evaluación, por parte de los hombres y mujeres sincero y fiel del evangelio de Jesucristo. Si tener codicias ilegítimas y desordenadas es estar en concupiscencia, hay más de media iglesia (O lo que conocemos como tal), morando allí.

(Gálatas 2: 20)= Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.

Esto es lo que se conoce como el renacimiento o el volver a nacer. El creyente, unido por la fe a Cristo por su muerte, ha muerto a la vida anterior y ha resucitado inmediatamente a una nueva vida. Si no sucede esto en la vida de un creyente, su fe y su comportamiento distará mucho de ser el que Dios quiere.

(Romanos 6: 11)= Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Hay que aclarar para que nadie se confunda ni pretenda vivir algo que no ha sido ordenado ni demandado, que estar muertos al pecado es lisa y llanamente no depender en esclavitud de su dictado. Tener la fuerza y la personalidad suficiente para decidir y decir que no a todo lo pecaminoso.

Luego añade Pedro que ya ha sido suficiente todo el tiempo vivido en la carne. Que ya no tenemos ningún motivo ni necesidad para retornar a la lascivia y demás accesorios que nos gobernaban cuando estábamos en la incredulidad mundana.

¿Y de que cosa habla cuando dice lascivia? Según la palabra griega utilizada en los originales, ASELGEIA, implica lujuria total, indecencia desvergonzada, concupiscencia sin freno, depravación sin límites.

La persona con estas características lanza un desafío insolente a la opinión pública, comete toda clase de pecados a plena luz del día, con arrogancia y desprecio, no sólo por las leyes humanas, sino también por la ley de Dios.

Por esa razón es que a Pedro le ha parecido indicado agregarle a esta palabra básica, otras que son de alguna manera consecuencia inmediata de la primera. Las borracheras mezcladas con la lascivia son las cultoras de las orgías, pero fíjate que en la misma entidad figura toda clase de idolatría, que indudablemente es el pecado que más fastidia a Dios y el que más cometen sus criaturas humanas.

(Efesios 4: 17)= Esto, pues, digo y requiero en el Señor; que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente.

Cinco aspectos de la vida en el mundo se resumen en esta frase que Pablo utiliza aquí: vanidad de su mente. Esto implica vacío interior, falta de propósito o desánimo cotidiano, entendimiento oscurecido, alienación de la vida de Dios, ignorancia de los caminos divinos, corazones endurecidos y pérdida o descuido de la sensibilidad.

Una vez más nos es útil esto para cotejar con nuestra visión de la actualidad. ¿Cuánta gente que conoces está moviéndose en base a estos puntos de vista? ¿Cuántas personas viven una vida sumamente aplicada en lo eclesiástico, pero sin otro fruto que el de su asistencia regular a las reuniones y cultos de sus congregaciones locales?

Si así fuera, (Y puedo asegurarte que en un gran caudal doy fe que así es), es indudable que esa o esas personas están viviendo como vivían antes de conocer al Señor. ¡Pero es que hacen esfuerzos! Precisamente allí está el nudo de la cuestión. Hacen esfuerzos.

La vida en el Señor y el caminar en el Espíritu no son por esfuerzo humano, sino por poder divino como producto de una decisión inquebrantable de entrega total de nuestras vidas. Si dices entregar tu vida a Cristo pero sólo le permites mover una milésima de ella, el resto procurará vivir como lo hizo siempre, y los frutos o resultados serán los que están a la vista y ahuyentan a los incrédulos de nuestros templos.

Porque el mundo necesita a Dios y está dispuesto a entregarle su vida si con ello consigue paz interior, certeza de su futuro eterno y serenidad para encarar el día a día. Pero si todo se limita a gente que va o que no va a un templo un día domingo, por su pobreza, no vale ni siquiera la pena considerarlo.

Conocí a un predicador muy simpático que repetía a menudo una muletilla muy graciosa pero no exente de realidad. Dice que hay gente que se planta delante de otra que es incrédula y le expresa: ¡Oye! ¡Es tiempo que aceptes a Cristo y te conviertas en cristiano! – Decía que el interlocutor, que los conocía muy bien, generalmente respondía: ¿Para entonces ser como tú? ¡¡No, gracias!!

Ahora bien; ¿Qué sucede cuando alguien no acepta la invitación de sumarse a las filas del Señor? No sólo que rechazan la posibilidad, sino que se extrañan y asombran profundamente de que tú, que eras tan sucio como ellos, de pronto hayas dejado de serlo.

Es allí, entonces, cuando en lugar de tomar tu modelo y reflexionar sobre ello, eligen la otra que es mucho más sencilla: criticarte. Se burlan de tu cambio y no aceptan que hayas decidido vivir de un modo que ellos no podrían conseguir jamás por sus propias fuerzas.

Pedro dice que no vacilan en ultrajarte por eso que ellos consideran una tremenda ofensa. Te injurian con alto desprecio y te tratan con palabras y conductas muy torcidas. Es como si la mala persona, por haber abandonado el pecado, fueras tú y no ellos.

Y el mundo coincide con estos principios. Y la ciencia en algunas de sus expresiones más respetadas y respetables, también. No tengo nada en contra de la psicología cuando son cristianos los que batallan duramente contra esas enseñanzas freudianas, tratando de usar esas herramientas a favor de los hermanos.

Pero sí me opongo tenazmente a la psicología secular, como ciencia simple, ya que normalmente aconseja el pecado en cualquiera de sus expresiones como forma ideal para conseguir resultados exitosos.

Sin embargo, se concluye señalando que no somos nosotros los que debemos evaluar, analizar, enjuiciar, sentenciar y ejecutar. Muy por el contrario, se nos dice que aquel que está listo para juzgar a los vivos y a los muertos, habrá de hacerse cargo de todas esas injurias en nuestra contra. Así ha estado escrito desde siempre.

(Hechos 10: 42)= Y nos mandó que predicásemos al pueblo, y testificásemos que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos.

¿A que pueblo se nos ha mandado predicarle? – al pueblo de Dios, seguramente… – En absoluto. Al pueblo de Dios se le enseña, que es lo que hacía Jesús con los suyos. Predicar, que es anunciar la derrota satánica con antelación, se le predica al pueblo incrédulo para que sepan que un día habrá alguien que los juzgará más allá de sus riquezas, sus poderes o sus cargos públicos o sociales. Se supone que al pueblo de Dios no es necesario decirle esto. Se supone…

Además, nuestro trabajo principal es testificar. Es muy curioso y hasta llamativo en grado sumo el desconocimiento interno que existe respecto a esta expresión. Se ha tomado por largos años, (Y se lo sigue haciendo, aún), como una forma de predicación personalizada, casa por casa.

Entonces, las iglesias planifican una campaña de evangelización en la zona residencial donde se encuentran instaladas, y sus miembros salen, de manera organizada, a tocar los timbres de cada puerta para entregar tratados e invitar a las personas a que se acerquen a la iglesia. Y a eso le llaman: testificar.

Hermana, hermano; amiga, amigo: testificar no es entregarle a alguien un papelito sin decir ni una palabra, quizás porque no hay demasiado que decir. Testificar es lo que la expresión misma nos dice: ser testigos directos de la obra de Jesucristo en la tierra.

Pero claro; la primera obra que Jesucristo tiene que haber hecho en el planeta y mediante la cual tú y yo podamos testificar, es la que hizo en nosotros mismos. Independientemente de los que eran alcohólicos, drogadependientes, prostitutas u homosexuales y ya no lo son, hay otra clase de testimonio más cotidiano, visible e irrefutable.

Porque buen testimonio no es ir al templo todos los domingos, cumplir con la membresía de tu congregación y estar en comunión (Que en el ambiente evangélico significa no haberse tomado a golpes) con tu pastor. Eso, en todo caso, es un síntoma de cumplimiento religioso.

Esa clase de “testimonio” al mundo ni le impresiona ni le interesa. Al contrario; lo toma como parte de una personalidad a la cual se le ha lavado el cerebro, se la ha imposibilitado de pensar y que actúa por impulsos preconcebidos. Perdóname, pero créeme que en algunos casos, no les falta razón.

El testimonio que al mundo le impacta y lo lleva a reflexionar seriamente sobre la necesidad de hallar a Jesucristo, es el testimonio de una vida cotidiana distinta. Honestidad, rectitud, transparencia, conducta y moral irreprochable. Eso es lo que el mundo incrédulo y secular no posee y desea tener. Porque es lo único que proporciona paz sin necesidad de medicamentos.

Y esta clase de testimonio solamente es viable y posible cuando Cristo mora de verdad en nuestros corazones. Cuando dejamos de ser personas religiosas que van a un templo a hacer una serie de cosas y pasamos a ser personas vulgares pero sencillamente con una vida intachable, algo que la sociedad moderna no puede arrogarse ni mucho menos.

Eso es testificar. Es como decirles a las personas: ¡Eh! ¡Miren como vivo! ¿Tienen ustedes algo en su interior que les permita vivir del mismo modo que vivimos mi familia y yo? Si puedes decir esto cualquier día de cualquier mes o año a quien sea, estás apto para testificar. Si no puedes, mejor dedícate a cumplir con tu trabajo secular y deja que la iglesia se esfuerce con sus actividades religiosas huecas y vacías.

(2 Timoteo 4: 1)= Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino.

Pablo destaca de sobremanera la urgencia de sus exhortaciones a Timoteo. La palabra griega traducida como te encarezco, se usa en conexión con un testimonio solemne y enfático ante un tribunal. Y queda muy en claro que quien juzgará a los vivos y a los muertos es Jesucristo.

¿Y sabes tú con cierta certeza el significado de la palabra manifestación? ¿Tienes idea qué será lo que sucederá en esa instancia de la que tanto se habla, se enseña y se predica, pero muy pocos pueden detallar debidamente?

No hay mayores registros proféticos al respecto, más allá de la literalidad de la palabra utilizada. Que significa Declarar, Dar a conocer, Descubrir, Poner a la vista, por citar tres o cuatro acepciones que tienen que ver con el texto mencionado.

Esto significa que, la manifestación de Jesucristo no será necesariamente un compendio de milagros, maravillas y prodigios, tal como en muchos lugares de cierto prestigio se ha enseñado, sino simplemente el día en que el Señor declarará lo que tenga que declarar con el fin de separar lo verdadero de lo falso, que es el significado correcto de la palabra juicio.

¿Y qué es lo que habrá de declarar el señor que nosotros aún no sepamos? Buena pregunta. Sobre todo para que la evalúen, la analicen y la tengan muy en cuenta aquellos “monstruos” intelectuales de la teología que suponen saberlo todo.

Lo que el Señor declarará, dará a conocer, descubrirá y pondrá a la vista en ese tiempo, será indudablemente algo que hasta hoy no hemos podido ver. Algo que tendrá que ver con revelación auténtica y total y no con conocimiento escritural fruto de sesudos estudios intelectuales.

Bajo esas perspectivas y rudimentos, será que sobrevendrá el juicio sobre vivos y muertos. Esto quiere decir que nada de lo que hoy tú o yo podamos saber como fruto de la riqueza del conocimiento de nuestras mentes, nos sirve demasiado. Porque todo será a partir de lo que el Señor revele en ese mismo instante, el de su manifestación.

Y observa que dice luego que por esto también es que ha sido predicado el evangelio a los muertos. ¿Qué muertos? ¿Acaso aquellos que vivieron hace mucho tiempo y ya no están vivos? Puede ser, es una interpretación válida.

Pero también puede tratarse de los muertos espirituales, de esa gente que va a una y otra y otra iglesia, se sienta, escucha, canta, ora, alaba, adora, se ríe, llora y jamás cambia su vida. Porque el evangelio de Jesucristo no es vana palabrería de convencimiento, sino auténtico poder de Dios.

Esto es lo único que podrá lograr que, pese a que esa gente sea juzgada en la carne, como lo seremos todos nosotros, vivan luego, – También como nosotros – en espíritu según Dios. ¿Sabes la diferencia de una cosa y la otra? Porque de esto se habla mucho y se enseña poco, ¿Verdad?

Vivir en la carne, no se trata de andar cometiendo pecados carnales todo el día. Se trata de vivir conforme a los dictados de tu alma. Esos dictados suelen ser muy respetables, ya que forman parte de lo que el mundo llama “buenos valores”.

Si vives conforme a tus sentimientos afectivos, te comportarás bien y serás buena persona, pero eso no tiene nada que ver con tu vida espiritual. Lo mismo sucede si te mueves conforme a tus emociones, tu voluntad o tu capacidad intelectual.

Reitero: todo esto tiene muy buen nivel para el mundo, pero no tiene incidencia ni existencia en el ámbito espiritual. Tú tienes un espíritu humano en tu interior. Te fue dado en el momento mismo de tu creación inicial, independientemente de tu nacimiento carnal.

Dios fue quien lo sopló en ese muñeco inanimado de barro y polvo que éramos cuando fuimos creados. Y ese soplo de ese espíritu humano fue lo que nos hizo: seres vivientes. Ese mismo espíritu es el que, según se lee en Eclesiastés, vuelve a Dios que lo dio en el momento de tu muerte, mientras que el cuerpo vuelve al polvo de la tierra que es de donde fue sacado.

Vivir conforme al espíritu, o andar en el espíritu, no es sinónimo de caminar pisando algodones ni cáscaras de huevo. Simplemente se trata de permitir que el Espíritu Santo de Dios penetre en ese espíritu humano tuyo y lo llene hasta rebosar. Será el único modo que tu alma y tu cuerpo se sujetarán al señorío de Cristo. De otro modo, siempre habrá derrota.

(017) Servicio: ¿Para la Gloria de Dios?

(1 Pedro 4: 7)= Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración.

(8) Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados.

(9) Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones.

(10) Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.

(11) Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.

El subtitulado no es ocurrente, sino recurrente. No desliza una ironía, sino que da a conocer una realidad palpable en todo el planeta cristiano. ¿Es el servicio que prestamos en la iglesia una honra para la gloria de Dios? ¿O quizás es un elemento que mejora nuestro prestigio personal?

Tú eres el que tiene la respuesta. Y no te estoy cargando con el problema, sólo estoy procurando que no me hagas decir cosas fuertes a mí y tú te quedes al margen, cuando en la intimidad tú y yo sabemos que piensas exactamente lo mismo, aunque por alguna justificable razón, no lo digas.

Cuando tú terminas el servicio que prestas, sea cual fuere él, compruebas que la gente comienza a acercarse y agradecerte con emoción y sinceridad tu trabajo o, por el contrario, se olvida de ti y comienza a alabar y glorificar a Dios?

No me respondas con ligereza. No me respondas lo que, estimas, queda bien o te hará quedar bien. Respóndeme la verdad. Una verdad que conozco bastante. Estoy luchando con ella desde que comencé el ministerio. Recién hoy, a más de quince años de trabajo, he logrado sacarme de encima los aduladores y los glorificadores personales. Y no ha sido sencillo, créeme.

Y durante mucho tiempo he sido un hombre ministrando con total y absoluta sinceridad a los hermanos en Cristo, pero recibiendo sus saludos, felicitaciones, agradecimientos y otras glorificaciones personales sin protestar u oponerme demasiado. He aprendido, pero aún me falta mucho. ¿Me dirás la verdad?

Pedro dice que se está acercando el fin de todas las cosas. ¿Qué fin? ¿Qué cosas? Es muy amplio y abarcativo. ¿Está hablando del fin como final, o del fin como un objetivo? Podemos verlo con mayor profundidad, pero mientras tanto también podemos tomarlo literalmente.

Es el fin de todas las cosas. Esto implica que todas las cosas que hoy por hoy dominan y manejan al mundo, tendrán un final. El día en que el Señor retorne y ponga en su balanza inexorable a todos por igual. Allí será, – Dice -, donde deberemos mantener nuestra sobriedad.

¿Y que significa mantener sobriedad? Simplemente ser sobrios, que es contar con templanza y moderación en nuestra actitud de vida. No adornarse con oropeles falsos para rodearnos de hermosa vista externa dejando nuestro interior tan sucio como antes.

Fíjate que se le llama sobrio a alguien que no está borracho. Y estar borracho, más allá de la natural ingesta de alcohol que se necesita para llegar a eso, hay un comportamiento incoherente, tambaleante, confuso y falto de seriedad.

¿Nunca se te ocurrió preguntarte el motivo por el cual Dios pondría a la borrachera como un grave pecado, en un mismo plano y nivel que el adulterio, la idolatría y la incredulidad? ¿No has pensado que muy bien podía ser un poco exagerado castigar tan rudamente una pequeña licencia para estar…sólo algo más…alegre?

Así pensaría cualquier persona que no conozca al Señor. No estoy hablando de si cree o no cree en Él, estoy refiriéndome a si lo conoce o no. Porque si lo conoce, sabe como piensa. Y si sabe como piensa, sabe también que por algún motivo les dio a sus hijos el apoyo del Espíritu Santo.

Se lo dio para que les sirviera de guía a toda verdad. Y dentro de lo que es esa guía, hay una serie de elementos que el Espíritu Santo otorga a la persona que lo convierte en auténtico hijo de Dios porque sirve para comunicarlo con el Padre celestial.

Tú sabes cuales son esos elementos porque seguramente en alguna escuelita bíblica te los habrás estudiado de memoria. Paciencia, templanza, benignidad, amor, etc. Todo eso es lo que el Espíritu Santo te obsequia para que tú honres al Señor usándolo a favor de su Reino.

Ahora bien: ¿Qué crees que sucedería si tú te negaras, te opusieras o simplemente rechazaras a uno, a varios o a todos esos frutos que se te regalan sin mérito alguno de tu parte? Simple: Dios se retiraría de tu lado y te dejaría librado a tu libre albedrío, que es equivalente a decir que quedarías en las manos del diablo y sus secuaces.

¿Verdad que estaría muy correcto el señor si hace eso, no es así? No tendría caso pretender que tú aceptes compulsivamente usar alguno de esos frutos si tú no quieres, no? Muy bien: uno de esos frutos preciados, es el dominio propio, que es lo primero que se pierde en una borrachera. Luego, todo lo demás. ¿Lo estás entendiendo ahora?

Y nos dice que deberemos cumplimentar todas estas cosas mientras..¿Que cosa hacemos? Orar al levantarnos por la mañana un par de minuto y otro tanto al acostarnos. ¿Eso dice? No. Dice que debemos velar en oración.

Algunas acepciones que presenta cualquier buen diccionario secular, nos sirve para entender esta directiva. Al margen de otras que no tienen que ver con este punto, velar es hacer centinela o guardia por la noche, observar atentamente algo, estar sin dormir el tiempo destinado ordinariamente para el sueño, continuar trabajando después de la jornada ordinaria y cuidar solícitamente de algo.

¿Todo eso mientras oramos? ¿Y como lo haremos? Si cierro mis ojos y me pongo a orar no puedo dedicarme a otra cosa. ¿Ah, sí, eh? ¿Y se puede saber por qué habrás de cerrar tus ojos? ¡Pero hermano! ¿No es lo que se hace siempre que se ora?

Yo no te pregunté si se hace o no se hace. Ya sé que es lo que en un noventa por ciento se hace, pero mi pregunta era otra: ¿Por qué has de cerrar tus ojos cuando oras? – Es que…no lo sé muy bien…me lo enseñaron así. Creo que es para no distraerme.

Dime: cuando tú hablas con un amigo de algo que consideras muy importante, ¿Te distraes? Y…no…, creo que no. ¿Y entonces? ¿Por qué vas a distraerte si te pones a hablar nada menos que con el señor y de algo tan importante como son sus cosas?

Ora con tus ojos bien abiertos. Y mucho más si oras por un milagro. ¿Qué tal si a Dios le place concederte el milagro ese que tú le estás pidiendo en oración y, por estar con los ojos cerrados, te lo pierdes? ¿O que tal si reprendes a un endemoniado con los ojos cerrados y el demonio te da un trompis aprovechando que no puedes defenderte?

Velar es estar de guardia, atento a algo específico. ¿Y como podrás estar de guardia y atento a algo específico con tus ojos cerrados? Te diré algo: vamos a aprender ambos a servir más y mejor al Señor, ¿De acuerdo? Pero para hacerlo tendremos que dejar todas nuestras inexplicables costumbres religiosas en ese viejo baúl de cosas en desuso que tenemos en casa.

(Romanos 13: 11)= Y esto, conociendo el tiempo, que ya es hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos.

¡Hermanos! ¡El retorno del señor está cercano! ¡Este es uno de los versículos que lo dice! – Mira mi hermano: coincido con que el Señor va a retornar. También coincido, si quieres, en que eso no se va a tardar demasiado. Pero convengamos que este verso no está hablando de lo que una gran mayoría ha interpretado que está hablando.

¿Está nuestra salvación más cercana que el día en que creímos? ¡Por supuesto que lo está! Yo creí a los 30 años e edad y hoy tengo más de 60. Resulta obvio que la efectivización de mi salvación está mucho más cercana que hace treinta años atrás.

¿No lo ves claro? Piensa y entiende. ¿Qué es lo que nos está aconsejando en el principio respecto a esto? Que ya es hora de levantarnos del sueño. ¿Y de qué sueño estamos hablando? ¿Acaso del simple, literal y clásico de nuestras noches comunes?

¡Que va! Estamos hablando de Sueño Espiritual. ¿Y alguien puede decirme que cosa significa esto de “sueño espiritual”? Es muy simple, sólo tienes que recurrir al material de apoyo. – ¡Es que soy muy pobre y no tengo para comprar materiales de apoyo a mis estudios bíblicos, hermano!

No me fabrique excusas increíbles. No necesitas ser ningún potentado para acceder a lo mínimo necesario. ¿Hay alguna casa en la cual no exista un diccionario de la lengua española? No digo buen diccionario, digo diccionario, como sea.

Busca en uno de ellos la palabra sueño y luego lleva sus acepciones al plano espiritual y tendrás tus respuestas. ¿Lo hacemos juntos? Adelante. SUEÑO. “Acto de Dormir”. ¡Já! ¡Chocolate por la noticia! ¡Cualquiera lo sabe! Aguarda un momento. No te apresures. Cualquiera puede saber que el sueño es el acto de dormir, es cierto, pero quizás no sabe lo que significa realmente dormir.

Dormir es, en primer término, estar en aquel reposo que consiste en la inacción o suspensión de los sentidos y de todo movimiento voluntario. No he enfatizado con negritas porque sí. Tiene un sentido y ya te lo explico.

Inacción espiritual es saber lo que Dios ha dicho, saber lo que Dios está diciendo y conocer perfectamente y con certeza su voluntad y su propósito, pero mantenernos inactivos porque debemos sujetarnos, por ejemplo, a la inacción que se propone desde los estratos superiores de la religión organizada a la cual adherimos.

Suspensión de los Sentidos Espirituales es lisa y llanamente dejar de lado los dones que sabemos poseemos, y darle lugar a los análisis intelectuales o teológicos que nos proponen las enseñanzas de hombres sin la menor unción del Espíritu Santo, pero que gobiernan las organizaciones a las cuales adherimos.

Suspensión de Todo Movimiento Voluntario es de alguna manera el resultado de todo lo mencionado anteriormente. Si tú sabes lo que debes hacer, sabes como hacerlo, por qué razón y en que momento, pero por alguna razón algo te impide hacerlo, tú estás controlado.

Y aunque se haya disfrazado elegantemente con el pomposo y muy santo término de sujeción, todos sabemos que lo que en realidad un líder ejerce sobre sus liderados, es control de sus actos. Y también sabemos que el control no es una actitud cristiana, (De hecho el Señor jamás controló los movimientos de nadie, sino que otorgó total libertad), sino un espíritu maligno.

Por tanto, lo que aquí Pablo le está diciendo a los romanos, es que tienen que despertarse y levantarse de ese sueño, con el fin de que se haga efectiva la salvación que ya teníamos a nuestro favor por la Gracia de Dios.

Y si bien es una lectura que fue escrita en un tiempo, para una determinada gente y en un determinado momento de la historia de la iglesia, bien vale la pena recordar que la misma palabra dice que toda la palabra es apta para enseñar, redargüir e instruir en justicia. Por tanto, esto es lo que habilita y faculta a entender que esto es también para ti, para mí y par todos nosotros los creyentes genuinos, hoy, aquí y ahora.

Y en el verso 8, es donde Pedro alude por primera vez en la primera de sus cartas, a esta palabra tan consustanciada con la esencia misma del evangelio: el amor. Nos dice, y con calidad de mandamiento, no de simple sugerencia, que tengamos entre nosotros ferviente amor.

Yo quiero aclarar, porque creo que es estrictamente necesario, que el significado de la palabra amor, en este texto (Y en realidad en la gran mayoría de los que aparecen en la Biblia) no tiene demasiado que ver con el amor humano o afectivo, y mucho menos romántico.

Por caer en esta confusión es que se han cometido miles de errores y hasta se han “fusilado” espiritualmente a miles de personas en nuestras iglesias. “No tiene amor”, decimos con relación a alguien y allí nomás lo ejecutamos, precisamente, por falta de amor.

Ahora veamos: ¿Qué amor es el que suponemos, le falta, a este o esta buena hermana? El amor de afecto, de preocupación por los problemas de los demás, el amor romántico y pleno en gestos y actitudes. ¿Pero ese es el amor del que se está hablando aquí? No, en absoluto.

Dándole un vistazo a la concordancia Strong, nos encontramos con que en este texto, el amor que figura aquí, es el que se escribe en el original con la palabra griega de ágape. Y si bien es un término conocido y se enseña mucho en nuestros seminarios, su verdadera traducción se ha limitado bastante. Sólo concordamos en que es la forma de llamar “al amor de Dios”.

Pero, igualmente, seguimos pensando en esa clase de amor afectivo, romántico o muy humano, aunque digamos que es el amor de Dios. Y nos seguimos equivocando. Porque la traducción más completa de ágape nos dice otra cosa.

Completando el giro de los vocablos y recovecos idiomáticos, ágape vendría a traducirse más o menos como: “carácter interno de ser y sentirse miembros del reino de Dios”. Es decir que esta clase de amor, es una expresión que nos otorga garantías, seguridades y autoridad.

Fíjate que es por eso que Pedro añade que este amor (Y de ninguna manera el afectivo o romántico) cubrirá multitud de pecados. Pregúntame de que modo podría conseguir eso aquel amor que nosotros hemos entendido.

Oye: hay gente que se ha confundido tanto con este y otros textos que hablan de ágape, que han llegado a enseñar que, en virtud del amor que debemos experimentar por la gente, tenemos que disimular sus pecados cubriéndolos con nuestro amor. Eso y ser cómplices del pecado ajeno, es la misma cosa. Y de ninguna manera es lo que Dios dice, sino todo lo contrario.

Lo que cubre la multitud de pecados, es nuestra autoridad y certeza de ser y formar parte del Reino de Dios. Eso es tener ágape. Es el mismo término que se utiliza cuando dice que el amor echa fuera todo temor. ¿A quien se le pudo ocurrir que con aquel amor humano, afectivo y romántico, la gente podía perder sus temores?

La única manera en que el hombre no sucumbe ante el temor, es cuando siente dentro suyo la autoridad, la certeza y la seguridad de saberse parte activa y viva del reino de Dios en la tierra. Eso es tener ágape.

Pero no basta con poseerlo y darlo a conocer de un modo académico, técnico o pleno de cierta frialdad conceptual. Dice Pedro que tiene que ser ferviente, que es como si nos estuviera diciendo que tiene que ser hirviente, lleno de fuego, activo, dinámico, potente, impetuoso.

¿No se te despinta, después de leer esto, aquella antigua imagen del cristianito todo tímido, que anda por la vida como pidiéndole permiso al diablo para pisar la tierra que le pertenece? Esto es lo que Satanás ha conseguido infiltrándose en las enseñanzas doctrinales de las miles de denominaciones y credos cristianos.

Lo cierto es que, el creyente genuino, que cuenta con el ágape de su propia contextura espiritual, es alguien a quien nadie va a llevarse por delante con amenazas o inhibiciones. Podrá ser castigado y hasta muerto, pero siempre será porque Dios así lo ha permitido y no porque no sepa o no pueda defenderse.

El creyente es una persona que anda por la vida con un elemento a su favor que no tiene absolutamente ninguna persona en el planeta: no tiene miedo a nada. Ya sé lo que estás pensando. Tú asistes a una iglesia y, si te apuran un poco, vas a decirme que más que respeto, le tienes un poco de miedo a tu pastor.

No me extraña ni me sorprende. Cuando los asalariados se alejan explícita y arbitrariamente del verdadero evangelio de la cruz de Cristo, ingresan en un evangelio personalizado en un liderazgo férreo, que es como decir: una mezcla de abuso espiritual, espíritus de control, manipulaciones de hechicería espiritual y adulaciones jezabelinas con fines personales y particulares.

Pedro se refiere a eso, precisamente. Y por eso nos brinda esta advertencia. No para agregar un punto teológico más a nuestra doctrina, sino para alertarnos que, solamente con la certeza y la autoridad de tener ágape es como vamos a escapar a la esclavitud humana que proponen los falsos pastores que han sido puestos allí por el enemigo par destruir el rebaño.

La gran pregunta que surge cuando nos enteramos de esto, es: ¿Y como sabemos cuales son los verdaderos y cuales son los falsos? Simple. Un verdadero pastor, guía y conduce un rebaño. Un falso pastor, es decir: un asalariado, lidera un redil.

¿Cuál es la diferencia? También muy simple. Un rebaño es un grupo de ovejas libres de caminar y buscar donde se encuentren los mejores pastos, que equivale a decir el mejor alimento espiritual. Un redil es un lugar cercado al cual no se puede entrar fácilmente ni mucho menos salir sin autorización del pastor, donde las ovejas están limitadas a comer lo que se les da, así sea hojarasca sin nutrientes.

(Hebreos 13: 1)= Permanezca el amor fraternal.

Fíjate que detalle singular que tiene que ver con lo que veníamos comentando anteriormente. Este versículo que acabas de leer, figura en las Biblias de estudio como pasaje paralelo al que Pedro deja escrito en el verso 8 y que recién profundizamos.

Sin embargo, y pese a una buena explicación que ahora voy a compartirte en primer término, en lo profundo de su significación, en realidad, este pasajero es paralelo ni pariente cercano del anterior, sino que está hablando de otra condición, de otra cosa. Importante también, sin dudas, pero distinta.

La expresión amor fraternal, así unidas ambas palabras, son sintetizadas por la palabra griega PHILADELPHIA (Supongo que te resultará familiar) y tiene que ver con PHILEO, que es amar y ADELPHOS, que se traduce hermano.

La expresión compuesta, entonces, indica claramente el amor entre los hermanos, el que nosotros conocemos como “afecto fraternal”. El error ha sido incluir en esta interpretación a los hermanos en Cristo, cuando en realidad el texto tiene que ver con los hermanos carnales.

¿Y cual es la diferencia? Precisamente lo que mencionábamos anteriormente: la palabra amor, ya que en este texto no es AGAPE como lo era en el otro, sino PHILEO, que es otra clase de amor y, en este caso sí, mucho más emparentado con el amor humano.

Está buena la comparación porque nos permite establecer diferencias que nos posibilitarán, más adelante, entender con mayor claridad otros textos importantes. Pero no podemos tomarlo como pasaje paralelo al anterior de ninguna manera, ya que lo que están diciendo son dos cosas diametralmente distintas y hasta opuestas.

Que esto te sirva, acaso, como me ha servido a mí y a tantos otros, para establecer parámetros claros que no nos permitan dejarnos influenciar por lo que ciertos y prestigiosos traductores o intérpretes han dejado en sus acotaciones en las distintas versiones bíblicas.

Tú, hazme caso, toma para leer la Biblia que se te ocurra. La que mejor te caiga a los ojos y con la que mejor que te encuentres a la hora de recibir alimento. Pero lee solamente el texto base y deja los comentarios para otro momento. La Biblia es palabra de Dios; los comentarios posiciones tradicionales demasiado humanas.

La Biblia siempre dirá lo que Dios plantó en la inspiración de aquellos hombres mediante su Espíritu Santo, y de ninguna manera lo que a ciertos y determinados teólogos supuestamente importantes les ha parecido que dice.

Una cosa es el carácter interno de ser y formar parte del reino de Dios (Amor Ágape) y otra muy distinta la sensibilidad afectiva y hasta sentimental del hombre por sus padres, por sus hermanos carnales, por sus esposos o esposas y por sus novios o novias, (Amor Píelo). Si alguien creyó que eran la misma cosa, nos introdujo a todos en un serio problema.

(1 Corintios 13: 4)= El amor es sufrido, es benigno, el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; (5) no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; (6) no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.

(7) Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

(8) El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará.

Por causa de la confusión y deficiente enseñanza de la que te venía hablando, ni quieras imaginarte las barbaridades familiares, sentimentales y matrimoniales que han ocurrido en las iglesias por exigencias de respeto y cumplimiento a lo que aquí se expresa.

Yo entiendo la intencionalidad pastoral y no la censuro. Todas las imbecilidades que se hicieron tuvieron como idea central mejorar las relaciones conyugales, cimentar a los matrimonios y, de paso, cumplir con algo que se consideraba mandamiento divino.

Entonces, en determinadas crisis de pareja y demás, se leía este pasaje y se les enseñaba a los protagonistas del problema que el amor, ese amor que ellos debían profesarse el uno al otro, contaba con todas estas condiciones aquí descriptas.

No voy a negar que algunas sean posibles y factibles dentro de lo que es el amor humano. Los poemas y las distintas epopeyas sentimentales seculares, están plagadas de sufrimiento, benignidad y otras muchas que aquí se dan como esenciales.

Claro que cuando llegamos a que el amor no hace nada indebido, nos encontramos con qué es lo que se considera indebido. Esto está sacado de la Palabra de Dios y para Dios resulta muy claro que es lo indebido o lo debido, pero no así para aquellos que han elegido vivir una vida sin Dios.

Y ni hablar de cuando llegamos a la declaración contundente de que el amor nunca deja de ser. Movemos la cabeza con resignación y murmuramos: “Sí…así debería ser…pero la realidad nos está mostrando que no lo es…y que por cada matrimonio concertado, hay al menos tres divorcios o separaciones de hecho.

¡Pero no, hermano! ¡Es que esta palabra solamente puede ser respetada y cumplida por cristianos! – ¿Ah, sí? ¿Y tú lo has visto cumplirse de manera habitual dentro de nuestro ambiente? – Y…la verdad es que no…pero…

Pero nada. Los cristianos no cumplen con esta palabra en sus vidas sentimentales, sencillamente porque todo lo que aquí se dice no tiene absolutamente nada que ver con los sentimientos ni con las emociones humanas.

El amor del que aquí se habla, es exactamente el mismo del que habla Pedro. Amor ágape, ¿Recuerdas? Carácter interno del miembro del Reino de Dios. Es únicamente esa certeza, esa seguridad y, principalmente, esa autoridad la que te posibilita hacer cierto esto.

Solamente alguien que ha entregado su vida por completo a Cristo y ya no vive él, sino que Cristo vive en él, es capaz de ser sufrido, soportarlo todo, no tener envidia, no ser jactancioso, no hacer nada indebido y soportar lo que sea, por una sencilla razón: ha crucificado su carne.

Este es el creyente genuino, real, íntegro y totalmente apartado de todo nominacionalismo religioso. Y es el que, cuando se toca el tema del divorcio, no toma posturas legalistas, crueles ni discriminatorias. Sencillamente no lo tiene ni en cuenta porque para él es algo inexistente.

Cuando dos creyentes genuinos, unidos porque en espíritu el Señor los unió juntan sus vidas, aunque ni firmen ningún documento, saben interiormente que lo que han hecho es, indefectiblemente, para toda la vida, hasta que la muerte los separe.

Porque no se han unido en un amor phileo, humano, sentimental, emocional y producido en las oficinas del alma, sino en ese amor ágape, en ese carácter divino e íntimo que coloca al Reino de Dios en primer término para que todo lo demás sea añadido posteriormente.

Entonces, la lógica consecuencia de ello es que ese amor que ha unido a esa pareja humana (El matrimonio es un paso legal conveniente que los cristianos deben dar para otorgar seguridad y seriedad a su unión), nunca dejará de ser.

Entonces es obvio que ese matrimonio jamás se planteará ni siquiera abrir un juicio de valor, una opinión, sobre el divorcio. Para ellos esta calamidad directamente no existe, ya que no se unieron en amor humano sino en el divino.

¡Pero hermano! ¿Y entonces como se explica que en las iglesias existan tantos problemas matrimoniales que, en una gran cantidad de casos, terminan en divorcio? – Por lo dicho: es gente que se unió por amor humano, carnal, del alma y del cuerpo. Y ese amor, sí puede dejar de ser en cualquier momento, ya que es el mismo que vive el mundo secular.

Seguidamente, en el verso 9, Pedro nos sugiere algo que en un primer momento, podrá parecernos algo cargado de demasiada simpleza. Algo que, de tan sencillo, nos puede sonar casi hasta innecesario de mencionar. Sin embargo…

Pedro nos sugiere que nos hospedemos unos a otros sin murmuraciones. El significado de la palabra es el de recibir a alguien y alojarlo en un sitio que nos pertenece. No obstante, el diccionario bíblico e histórico, nos aporta algunas ideas más.

Allí se nos muestra que la hospitalidad, no se limita meramente a dar alojamiento a extraños o visitantes. En el oriente se ha considerado desde siempre como un sagrado deber acoger, alimentar, alojar y proteger a todo viajero que se detenga delante de la tienda o del hogar.

El extraño es tratado como huésped, y los que de esta manera han comido juntos quedan atados por los más fuertes lazos de amistad, confirmados por mutuos presentes y pasados de padre a hijo. La ley de Moisés recomendaba la hospitalidad, que era también para los griegos un deber religioso.

La manera actual de actuar entre los árabes es algo que recuerda las más antiguas formas de hospitalidad hebrea. Un viajero puede sentarse ante la puerta de alguien que le es perfectamente desconocido, hasta que el dueño de la casa le invite a cenar.

Si prolonga su estancia por algo de tiempo, no se le hará pregunta alguna acerca de sus intenciones; podrá partir en cuanto quiera sin más pago que un “¡Dios sea contigo!”. Con el crecimiento de la población hebrea se vio la apertura de numerosos mesones, pero la hospitalidad familiar persistió igual.

Hay de ellos numerosos ejemplos en el Antiguo Testamento. El rico malvado de Lucas 16, violó gravemente la ley de la hospitalidad. El Nuevo Testamento enseña cómo debe ser la hospitalidad cristiana.

En el idioma griego., el término hospitalario es philoxenos, que significa algo así como: “amigo de los extraños” y la hospitalidad es philoxenia, esto es: “amor a los extraños”. Comprendamos, entonces, que cuando Pedro dice esto, no está divagando ni señalando algo sencillo.

Lo que nos está enseñando, nada menos, es a librarnos de toda la hipocresía y simulación con que el mundo secular se conduce. Si le damos hospedaje a alguien, deberá ser bajo estas condiciones, sencillamente porque son condiciones bíblicas.

Si no deseamos hospedar a alguien porque dudamos, nos falta generosidad o no vemos en nuestro interior esa dosis de amor al extraño del que aquí se habla, por cualquier causa que sea, lo mejor que podemos hacer es no hospedar a nadie. Ser frontal y claro al respecto. Pero dar hospedaje y luego murmurar, lejos está de ser un inconveniente para el hospedado, sino para nosotros, por nuestra hipocresía, simulación y falta de amor genuino.

Este deber es tanto más llevadero, cuanto que le acompaña una maravillosa promesa, que es la que podemos leer en un texto clásico, conocido y altamente difundido, aunque no siempre estimado o aprendido por la iglesia de la manera que corresponde.

(Mateo. 10: 40)= El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió.

(41) El que recibe a un profeta por cuanto es profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo por cuanto es justo, recompensa de justo recibirá.

(42) Y cualquiera que de a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa.

Convengamos en que podríamos tranquilamente hacer un estudio en sí mismo de todo lo que se dice en este pasaje, pero no es mi intención “volarme por las ramas” y apartarme del tema central. Por tanto, me limitaré a repasar una palabra que está en la Biblia y la iglesia no la ha creído: recompensa.

“¡Ah no, hermano! ¡Yo no soy ningún interesado ni tengo ambiciones personales! ¡No quiero ni acepto absolutamente nada para mí! ¡Por tanto, eso de las recompensas conmigo no va! ¡Yo sirvo a mi señor por amor a su nombre y sin esperar ninguna clase de recompensa!”

¿Ah, sí? Entonces has tratado de interesados y ambiciosos a millones de hombres y mujeres de Dios que sí han creído y aceptado esto que es promesa de Dios y han servido con ese mismo amor y desinterés, pero esperando esa recompensa prometida. Y lo peor, tengo que incluir en la nómina de los que has ofendido con esa expresión, al propio Jesús, ya que la palabra dice que fue a la cruz…¿Por qué razón? Tú la conoces.

Una recompensa es una acción que emana del verbo básico: recompensar. Y éste significa, entre otras acepciones que no hacen al tema: compensar el daño hecho, retribuir o remunerar un servicio y premiar un beneficio, favor, virtud o mérito.

Es un término que, aunque en ocasiones ha sido usado de retribución para el mal, tiene que ver más generalmente con algo que se da en reconocimiento por una conducta satisfactoria para quien la da.

En el Nuevo Testamento se habla con frecuencia de las futuras recompensas para los cristianos. Dirigiéndose a los Suyos, el Señor anuncia: “He aquí, yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según su obra”. El que se dedica al servicio del Señor, si su obra permanece, recibirá recompensa.

La recompensa, aunque un aliento, no debiera ser el motivo de la actuación del cristiano, que debe poder decir de corazón: “Porque el amor de Cristo nos constriñe”. El creyente es exhortado a no ser privado de su premio.

No se debe confundir, sin embargo, la salvación eterna con las recompensas. La salvación no es una recompensa, sino un don de pura gracia. La recompensa se da a cada creyente en base a las obras que haya hecho en fidelidad al Señor.

En el tribunal de Cristo serán evaluadas, y se dará la recompensa por la construcción que cada uno haya llevado a cabo. Si la obra de un creyente es indigna de recompensa, la perderá, pero sin embargo él será salvo, sobre el terreno de la obra de Cristo, de pura gracia.

Esto, más o menos y a grandes rasgos, es lo que se señala desde los documentos específicos y lineales respecto a la recompensa. Más allá, entonces, de la idealización del asunto, de la confusión doctrinal o del egocentrismo disfrazado de humildad, lo cierto es que habrá una recompensa para todos aquellos hijos de Dios que hagan Su voluntad conforme a Su propósito, no obras lindas, pintorescas o socialmente aceptables.

(Hebreos 13: 2)= No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles.

Claro; tú, seguramente lees esto e inmediatamente recuerdas la historia de Sodoma, de Lot y de la visita de los ángeles a su casa. Y si bien aquella historia no centraliza el tema en la hospitalidad que Lot les dio a los mensajeros de Dios, nos brinda un panorama claro respecto al principio básico.

Y ese principio nos dice y nos muestra que, llegado el caso, y por disposición del señor conforme a alguna clase de necesidad específica en beneficio de la extensión del Reino de los Cielos, no existen inconvenientes en que ángeles tomen forma humana y visiten la casa de algunos creyentes.

El problema básico en este punto, es: ¿Cómo habrás de recibirlos? O mejor expresado: ¿Los recibirás? Y si lo haces, ¿Cómo será tu tratamiento para esta gente desconocida y extraña, de la cual tú ignoras que son ángeles? ¿Lo harás con amor y dedicación recta o lo harás con murmuración?

Aquí es donde toma coherencia y contenido concreto la aseveración de Pedro, y se aparta definitivamente de aquella simpleza y sencillez de la que hablábamos. ¿Te imaginas que “brillante” quedaría para tu “foja de servicios” espirituales, que se te hallara murmurando de ángeles?

Conozco, por lo menos, una docena de testimonios reales, para nada espectaculares y sin nada sobrenatural aparente. Pero testimonios que dan cuenta de la participación de personas desconocidas y misteriosas en beneficio de creyentes en dificultades. ¿Ángeles? No podemos decir que sí porque no tenemos pruebas. No podemos decir que no porque no tenemos pruebas…

Conocí un predicador que tenía su familia en Buenos Aires. En aquel tiempo uno de sus niños tenía no más de dos o tres años. Estaba solo dentro del baño de la casa, encaramado sobre una silla, jugando a mirarse en el espejo del botiquín.

En un descuido, su madre lo dejó solo y de improviso escuchó un enorme ruido de elementos que caen y pensando lo peor, corrió hacia el cuarto de baño. Cuando entró, halló al niño, de pie, ileso, junto a la silla caída.

¿Qué pasó?, preguntó la mujer. “Nada”, – le respondió el niño -, “se me tambaleó la silla y se cayó, pero a mí no me pasó nada porque el hombre que estaba conmigo me tomó en sus brazos y me puso aquí en el suelo…”

Obviamente, la esposa del predicador miró con atención pero no vio a ninguna persona más que su hijo y ella. Pero el niño no era de fabular y, además, dijo lo que dijo con total convicción y seguridad. Todos llegaron a la conclusión de que un ángel guardián había salvado al pequeño de un golpe que pudo haber sido importante.

¿No es verdad que parece infantil creer una historia así? Eso es lo que, al menos, pensé yo cuando el predicador la narró. No me preguntes la razón, pero aún en contra de mi sentido de la lógica intelectual, decidí creerla. Eso determinó que los ángeles ya no fueran un misterio para mí, sino una realidad simplemente no visible al ojo natural humano.

(2 Corintios 9: 7)= Cada uno de cómo propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre.

¿Y por qué será que aparece justamente este texto de tanta controversia vinculado a la hospitalidad? Simple. Porque la hospitalidad, parienta muy cercana de la generosidad, es una clase de ofrenda; algo que el creyente da porque quiere, si quiere y cuando quiere.

Y aquí es donde – Te decía -, nos metemos en problemas y controversias. Porque no es eso, exactamente, lo que se está enseñando en nuestras congregaciones. Las distintas organizaciones evangélicas contraen tantas deudas que necesitan desesperadamente del aporte de sus miembros para poder solventarlas.

Entonces es que, a favor de esta inocultable necesidad, se toman conceptos tales como el de ofrendar, que como si misma expresión lo dice, habla de algo de decisión personal y voluntaria, y lo transforman en una obligación que, de no cumplimentarse, puede acarrear horribles castigos como el de, incluso, perder la salvación e irse al infierno.

No hagas ningún gesto de incredulidad y mucho menos vayas a pensar que estoy exagerando o hablando por alguna clase de resentimiento de tipo personal. Quisiera que tú leyeras algunos de los cientos de correos que recibo relacionados con este tema y podrías comprobar el grado de locura irracional que ha invadido la cabeza de muchos líderes necesitados de dinero a cualquier costo.

La ofrenda es, decididamente, voluntaria. Aquí está plenamente confirmado ese principio. De otra manera, jamás Pablo habría escrito que ofrendáramos conforme a como se lo hubiera propuesto nuestro corazón. Hubiera dicho que entregáramos tanto, de modo obligatorio y se acabó. Pero no dijo eso; dijo que lo hiciéramos conforme a nuestro sentir de corazón.

Y que cuando decidiéramos ofrendar, no lo hiciéramos con esa clásica tristeza que suele producirnos introducir una mano en el bolsillo, o en nuestras billeteras, o en nuestras libretas de cheques, o en nuestras tarjetas de crédito, y hacer un gasto que nos dejaría con algo menos.

¿Por qué razón? Porque sentir tristeza de ese acto, estaría hablando claramente de una adhesión al dinero muy por encima de lo que Dios considera legítimo. Porque Él nos ha dicho que es lícito ganar y gastar dinero, pero no adorarlo o convertirlo en otro dios.

También nos alerta con que no debemos ofrendar por necesidad. ¿Qué significa esto? Entre varias, dos cosas básicas: necesidad de cumplir con algo que nos exigen, lo cual no lo hace con voluntad decidida y sin tristeza, o necesidad de establecer una especie de “canje” con el Señor: “Te doy esto, pero a ver si me lo devuelves pronto y multiplicado”.

Sí señor, esto es auténticamente bíblico, pero no planteado de esta manera. Si tú ofrendas porque tu corazón te propuso hacerlo para bendición del Reino de Dios, seguramente serás bendecido en lo mismo y también prosperado. Pero si ofrendas esperando hacer un buen negocio con lo que Dios te ha quedado debiendo, estás frito…Dios jamás se mueve bajo presión de ninguno de sus orgullosos hombrecillos.

Porque, dice, Dios ama al dador alegre. ¿Y que será un dador alegre? La palabra utilizada en los originales, en este texto, es la palabra HILAROS. Y significa: deseoso, de buena inclinación, gozosamente listo.

Es decir que esta palabra lo que describe, es a un espíritu de alegría por dar, que se desembaraza de toda restricción que pudiera poner la mezquindad o la avaricia. De allí, fíjate, deriva nuestra palabra española “hilaridad”, que tiene que ver con risa y alegría.

¡Que bien, hermano! ¡Ahora ya sé que el diezmo y la ofrenda tienen que ver con decisiones íntimas y no con leyes preestablecidas! – Sí, así es en verdad, sólo que hay un pequeño detalle: estuvimos hablando de la ofrenda, no del diezmo. Y la ofrenda es aquello que damos más allá de nuestros diezmos, o por encima de ellos…

¿Usted cree en el diezmo, hermano? – Sí que creo. – ¿Pero no es una ley del Antiguo Testamento que ha quedado anulada por la era de la Gracia del nuevo Pacto? – Puede ser, pero yo no diezmo por la ley, que muy bien puede haber quedado anulada como tú dices; yo diezmo por la promesa, que jamás termina y sigue vigente hasta el último de los segundos de vida terrestre.

¡Es que hay tanto fraude, estafa y corrupción con eso, hermano! – Puede ser, pero el diezmo se lleva al alfolí, que es el lugar en donde se almacena el alimento espiritual. Si decides llevar tu diezmo a Babilonia, luego no te quejes si te estafan te defraudan o se corrompen dilapidando ese dinero. Babilonia no fue, no es ni será alfolí de nadie, porque no tiene alimento; solo tiene discurso humanista, psicológico, filosófico o teológico. Palabra de Dios es otra cosa, y eso es alimento genuino.

Siempre continuando con el principio de dar, Pedro alude a algo que no tiene que ver, necesariamente, con algo material: los dones. Dice que los hemos recibido por la gracia de Dios y, conforme a ese mismo principio, deberemos ministrarlos a los demás de un modo sobrio, tomando la esencia de buenos administradores.

En principio, cabe evaluar el significado real y no costumbrista de esta palabra. Administradores es, en los originales, la palabra OIKONOMOS. Se puede hacer una comparación no desatinada con nuestra más usada y común “Economía”.

Es un vocablo que proviene de OIKOS, que es “casa” y NAMO, que significa “arreglar”. Queda claro que, literalmente, ser buenos administradores significaría mantener arreglada nuestra casa. Una cuestión no solamente estética sino también funcional y práctica.

Originalmente, esta palabra se refería al gerente de una casa o propiedad, y después, en un sentido más amplio, a un administrador o mayordomo en general. En otros textos, la misma palabra se refiere a ministros cristianos, pero en este que estamos estudiando, alude a quienes usan los dones que les fueron confiados por el señor para fortalecer y alentar a sus compañeros creyentes.

Tenemos costumbres y modismos demasiados incorporados a nuestra cultura e idiosincrasia, de modo que no nos molestan demasiado sus implicancias. Sin embargo, bastará un pequeño ejemplo doméstico y casero, para comprobar cuan desobedientes a la palabra podemos ser.

Imagínate que en una casa de familia, hay solamente dos aparatos de radio. Uno es de uso exclusivo del padre de familia, y el otro, éste se lo entrega en cuidado y administración al hijo mayor, para que éste a su vez lo distribuya equitativamente entre sus hermanos.

Pero resulta ser que, a la hora de querer oír la radio, cada uno de los hermanos menores viene hasta el mayor y le solicita se lo conceda un rato. Éste no se niega, pero les dice que lo hará solamente si abonan una determinada cifra de dinero o si realizan un donativo u ofrenda para mantener al aparato en condiciones….

¿Estás entendiendo lo que quiero decir? Mis dones no son, en modo alguno, espectaculares ni fuera de serie. Simplemente tienen que ver con cierta habilidad natural para explicar y lograr ser entendido, algunos misterios del evangelio y la palabra.

Muy bien: desde que tengo memoria, esto es exactamente lo que estoy haciendo. Pero suponte que yo hubiera tomado como regla condicional para establecer y ministrar mis dones, el percibir una determinada suma de dinero como “cachet profesional”. ¿Me lo hubieran pagado? La experiencia me dice que sí, que me lo hubieran pagado y con gusto.

Pero no hubiese estado ya trabajando para el Señor y su Reino, sino para mí y para mi propio interés personal. Esto es, exactamente, lo que están haciendo miles y miles de ministros devenidos a mini-astros, pavoneándose entre las luces de las plataformas o de los set televisivos, luciéndose con los dones que el Señor les confió para que los administraran sobriamente.

¿Soy claro? Nada, pero nada debe empañar con comercialización lo que es la pureza del evangelio. Ni siquiera la venta de productos clásicos en nuestros ambientes, como lo son los videos, audios o libros.

¡Pero hermano! ¿Y entonces de que habrán de vivir esos hermanos que filman los videos, graban los audios o escriben los libros? Simple: de lo que el Señor decida sustentarlos, moviendo corazones con el fin de llevar a ciertas personas a ofrendar voluntariamente y sin necesidad de que nadie se los pida o los manipule emocionalmente para ello.

¡Pero no, hermano! ¡Esperar eso sería esperar en vano! ¡A la gente no le gusta dar dinero y se morirían de hambre! – Creo que estamos hablando de dos clases distintas de personas. Tú me hablas de personas que se conducen por su sabiduría humana y yo te estoy hablando de genuinos hijos de Dios. El único que puede ser dador alegre es el hijo de Dios. El mundano, pagano, carnal e incrédulo jamás podría sentir alegría en dar.

El caso es que, sobriamente, los creyentes debemos aprender a que los hermanos que poseen dones que podamos considerar extraordinarios, no son extraordinarios. Ese calificativo es válido, en todo caso, para esos dones, pero no para ellos. Porque si el Señor no se los hubiera confiado, ellos por sí mismos no tendrían absolutamente nada.

“De acuerdo, hermano…le entiendo…¿Pero eso no hace que sea real el hecho de que deban vivir del evangelio y, por consecuencia, también de sus dones? – Legítimo lo que me dices, pero una cosa es vivir del evangelio porque el obrero es digno de su salario, y otra muy distinta es entrar mercadería en la iglesia.

(Romanos 12: 6)= De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; (7) o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; (8) el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría.

Convengamos algo: existen dos formas diferentes de abordar el pasaje de los dones. Primero, considerarlos como una categoría distinta de los que aparecen en otros pasajes del Nuevo Testamento, que frecuentemente hablan de los dones otorgados por el Padre creador.

En segundo término, se los puede ver y considerar como una repetición, reiteración o complemento de muchos otros dones mencionados en las escrituras. Fíjate que se les está dando a ciertas prácticas habituales en nuestras congregaciones, la calidad de dones. Y a un don lo da el Señor o no existe. La pregunta, es: ¿Todos los que hacen lo que ahora veremos, habrán sido capacitados y equipados por Dios o se lanzaron por sí mismos? En la realidad estará la diferencia de sus impactos.

Cuando habla del don de Profecía, establece un principio básico que, como todos los que el Señor planta en su palabra, es inmutable. Se refiere tanto a aquellos a quienes los dones recibidos del Padre creador les permite ver la vida desde una perspectiva profética especial, independientemente de la función pública que desempeñen, o del uso especial que haga de ellos el Espíritu para proclamar abiertamente una profecía; o a la manifestación de una profecía hecha pública, diciendo algo que Dios haya puesto en su mente.

Lo cierto y que deberemos tener muy presente, es que tanto la actividad del profeta que ocupa y activa uno de los cinco ministerios, como una palabra profética esporádica dada por otro siervo, son dones de Dios puestos en el hombre para que sean bien administrados por éste.

Como símbolo exacto de lo que no debemos hacer, tienes el caso de una muy conocida publicación gráfica denominada como “cristiana”, (No daré el nombre por razones legales), que publicaba un cupón que tú debías llenar con tus datos y enviar conjuntamente con determinada cantidad de dólares a cierta dirección postal, para recibir a vuelta de correo una profecía personal completa y detallada. Cualquier semejanza con un “horóscopo santo”, es pura coincidencia.

Cuando señala Pablo que a todo esto lo debemos hacer conforme a la medida de la fe, parece significar que cualquier tipo de actividad profética debe ejercerse de acuerdo con la madurez espiritual concedida a aquel que habla, en reconocimiento de que ese don tiene su origen en Dios.

Eso de poner a la gente encolumnada en filas como si estuvieran a punto de ingresar a las aulas de sus escuelas de enseñanza primaria infantil y profetizarles uno por uno, es carne pura. Dios jamás daría sus dones para que se inviertan en un entretenimiento que termina por ni siquiera darle gloria, ya que la gente queda convencida de los “poderes sobrenaturales” del supuesto profeta, mucho más que pensar que Dios le dio lo que está ejercitando. Que dicho sea de paso, muy bien puede ser un espíritu de adivinación y no profecía divina.

Luego menciona el don de Servicio. Pregunto: ¿Realmente esto se tiene en cuenta en nuestras iglesias? Porque he visto mil veces que se les ofrece trabajo de servicio a aquellos que están predispuestos a cumplirlos, sin tener en cuenta si tienen ese don de parte de Dios o no.

¡¡Pero hermano!! ¡Es que si aguardamos que aparezca alguien con el don de servicio, podemos estar años sin hacer nada! ¡Alguien tiene que hacerlo! – Eso es verdad, alguien tiene que hacerlo. Pidamos al Señor, entonces, que envíe a alguien con el don.

Porque si no oramos así, llega un satanista, se ofrece y se queda con el cargo. ¿O te habías creído que a las doctrinas de demonios las iban a predicar los políticos en las plazas públicas? ¿Hubieran podido engañarte así?

El caso es que el servicio comprende tanto a aquellos cuyos dones especiales los capacita mejor para atender al cuerpo en sus necesidades materiales; como a aquellos que prestan cualquier tipo de servicio a los demás en la iglesia.

En cuanto a la Enseñanza, algo que me toca muy de cerca, se refiere tanto a aquellos especialmente dotados para escudriñar e instruir en la verdad revelada de la Palabra de Dios, independientemente de la función pública que ejerzan, como a los maestros profesionales.

Aquí puedo agregar algo porque me ha tocado vivirlo. Y no es precisamente para lucirme ni para sentir santos orgullos ministeriales. ¿Sabes que? Antes de ser levantado por el Señor para este ministerio, a mí no me quedaba en la cabeza ni siquiera Juan 3:16.

Y no sólo eso, no me gustaba en absoluto el estudiar la Palabra ni mucho menos escudriñar las escrituras buscando más. Es que yo no sabía que sabía. ¿Cómo es eso? Creía que ese trabajo era para los doctores en teología o gente que tenía títulos al tono.

Lo que yo ignoraba, es que un ministerio no se basará jamás en la inteligencia o sabiduría personal de un hombre, sino en la calidad administrativa que alguien pueda hacer de un don de Dios. Y ten por seguro que, escudriñar la Palabra, encontrar verdades escondidas y recibir revelaciones impactantes, no es algo que pueda adjudicarse a una persona, sino a Dios mismo, que se lo da en calidad de préstamo al hombre para que éste lo administre con fidelidad, lealtad y sobriedad.

Luego habla del don para el que Exhorta. ¿Es que la exhortación es un don? La exhortación sí, pero no te apresures ni te confundas. Estamos hablando de la exhortación que se hace con amor y para sumar edificación, no en la crítica malintencionada formulada para destruir.

Hay gente que elige sentarse en un banco estratégicamente ubicado con el fin de observar todo el culto y, luego, haciendo uso – Según asegura -, de su don de exhortación, destila una crítica ácida, malintencionada y cargada de resentimiento en contra de cada cosa que, – Le parece -, no estuvo correctamente hecha. Eso no es exhortación. Tiene otro nombre.

La exhortación describe a aquellas personas cuyos dones innatos los califican para aplicar las verdades de Dios a situaciones particulares, alentando a otros; o a aquellos que han sido llamados para dedicarse por completo a la atención de la iglesia. ¿Ministros? No necesariamente, aunque nuestras organizaciones no permitan a otras personas que no tengan esa credencial.

Luego habla del que Reparte. ¿Es una condición social o ideológica, quizás? No. Porque en ese caso deberíamos coincidir (Y no lo hacemos bajo ningún aspecto); con aquellos que, sin entender absolutamente nada, sostienen que Jesús fue un revolucionario social.

Podríamos estar debatiendo y polemizando por horas sobre este tema, ya que quienes lo defienden, tienen la suficiente ceguera espiritual como para no ver la verdad aunque se les pase frente a los ojos y con lentes de aumento.

Jesús no vino a cambiar la sociedad de su época. De hecho, padeció cuando niño, cuando adolescente, e incluso durante su ministerio en la edad adulta, el sojuzgamiento del imperio romano sobre su patria, sobre sus paisanos y sobre él mismo.

Él vino a cambiar, tocando con su Santo Espíritu, el corazón del hombre, su ser interior, algo que no se ve a simple vista. Una vez cambiado en su ser interior, el hombre comienza a llevar ese cambio a todo el resto de su anatomía.

Y una vez que se ha producido el cambio total en la anatomía interior y exterior del hombre, su simple participación de los hechos cotidianos, traslada esa revolución espiritual al marco social. Se necesita una suma de hombres genuinamente convertidos para cambiar una sociedad secular.

Quien piense que eso puede producirse sencillamente porque gente que va a una iglesia llegue a estratos de poder, está totalmente equivocado. Lo que sí puede ocurrir es que cambie esa sociedad y se incline a una cultura de religiosidad. Antiguamente, sólo católico-romana. Hoy, de cualquier signo, incluida la iglesia evangélica nominal y estructural.

La cuestión es que, el que reparte, que no aparece en la relación de la Primera Carta a los Corintios o de la Carta a los Efesios, se refiere a quienes están dotados para contribuir al sostén emocional o material de otros, o a los dotados de abundantes medios financieros para apoyar la obra del evangelio.

En algunos sectores, esto se ha interpretado errónea o apresuradamente. Sin embargo, en la mayoría de los casos, se la optado y elegido darle un tipo de interpretación que tienda a favorecer los planes de la dirigencia eclesiástica.

Esto significa que, si encontramos en una congregación a un empresario poseedor de una excelente posición económica, alguien del liderazgo se acercará a hacerle entender que el crecimiento material y económico de la iglesia y de muchos de sus miembros humildes, dependen de su don de repartir.

Debo aclarar con toda autoridad y dureza que de ninguna manera esto es así. Nadie está obligado, por tener una posición económica de mejor calidad, a ponerse al hombro a toda una congregación, o un ministerio o a un grupo de personas que lo componen que se encuentran desempleados.

Esto funciona conforme al propósito de Dios, que como en muchas otras cosas, tiene un derrotero operativo muy distinto al que los hombres proponen. Un ministerio debe funcionar en beneficio del Reino de Dios, su extensión y su gloria, sin pedir y mucho menos exigirle nada a nadie.

Allí será donde, por imperio del poder del Espíritu Santo en la vida de los creyentes genuinos que toman contacto con ese ministerio, se pondrá en funcionamiento el don de repartir que inundará el corazón de aquellos que tienen poder económico como para hacerlo.

Estos, sin que nadie les pida nada y mucho menos se los exija directa o indirectamente, acudirán al ministro titular de esa área elegida por el Señor, y le pedirán autorización para dejar una ofrenda. Y lo harán porque el señor se los ha puesto como carga, y no para comprar servicios personalizados, que es lo que una enorme mayoría de hermanos está haciendo hoy por hoy en nuestras congregaciones.

Si se deposita ciegamente la confianza en Dios, y se está llevando adelante una predicación del evangelio y una enseñanza de la palabra genuina, fresca, revelada y sin contaminaciones doctrinales denominacionales, Dios respaldará eso moviendo a los que tienen el don de repartir a ofrendar generosamente.

¿Y que sucede con aquellas congregaciones o ministerios que no reciben nada si no lo piden fuertemente y, aún así, afrontan deudas y problemas límites que los han llevado, incluso, a declararse en una especie de quiebra financiera?

Pasa que no son ministerios levantados por el Señor sino por la decisión, interés o conveniencia humanas de alguien con cierto prestigio dentro del ambiente evangélico. Se olvidan, una vez más, que “si Dios no edifica la casa, en vano trabajan los edificadores…”

Aquí llegamos al don de El que Preside. Esto siempre se ha interpretado, (Porque así se está haciendo en la práctica), con relación a los máximos dirigentes de las organizaciones religiosas, e incluso a los mismos pastores de voluminosas congregaciones.

Sin embargo, esto sería contradictorio con el aborrecimiento que Dios tiene para con la doctrina de los nicolaítas, que se basa esencialmente en establecer notorias diferencias entre laicos y ministros, otorgando jerarquías sociales en un ámbito como el espiritual que no las tiene. Este ámbito se maneja por rangos que otorga el mismo Dios, no por credenciales humanas.

El caso es que presidir, en la escritura de los originales griegos, da la implicancia de estar delante de o de ocuparse. Sabido es que en todo grupo humano (Y la iglesia como tal lo es); siempre hay alguien que tiene mayor facilidad o predisposición para ocuparse de las cosas antes que los demás y que, por consecuencia, siempre marchará delante de los demás.

Este es un don de Dios y será utilizado por la iglesia para cumplimentar debidamente su propósito y su voluntad. Pero de ninguna manera tiene que confundirse con alguien que ordena sin que se le pueda discutir nada o alguien que manda y es obedecido ciegamente.

Fíjate que el término, utilizado en lo secular, de ningún modo representa autoritarismo despótico. Muy por el contrario, la mayor parte de los presidentes de países, son elegidos para sus cargos de una manera global y democrática, y tienen que responder ante sus electores por intermedio de los poderes encargados de ello, (Legislativos) y por sus propias acciones.

Solamente en el ambiente eclesiástico, en dudosa vinculación con un sistema monárquico que solamente es válido cuando Dios mismo es el rey, se aplica cualquier clase de presidencia como un sitio ocupado por alguien que no puede ser contrariado ni desobedecido. Es una deformación, primero, de la propia palabra y, por consecuencia, del significado mismo de un don de Dios, nada menos.

Aquí es donde nos encontramos con un don sumamente valioso y también no demasiado visto: El que hace Misericordia. Define a quienes poseen el don de una fuerte sensibilidad; o a aquellos llamados a desempeñar ministerios de asistencia y ayuda, para los cuales la misericordia no sólo es conveniente, sino indispensable

Tanto tú que lees esto, como yo que lo estoy escribiendo, seguramente hemos visto algo en nuestras congregaciones o centros de reunión, relacionado con la existencia, el uso o la carencia de misericordia. Todos lo hemos visto, pero muy pocos han hecho mención de ello.

Esta parece ser una constante dentro del ambiente evangélico. El hacer silencio no se puede considerar como malo, al contrario. Es bueno tener discreción y eludir la posibilidad de entrar en murmuraciones u otras expresiones negativas.

Sin embargo, el hacer silencio ante la evidencia notoria de algo que no está conforme a la palabra, el propósito y la voluntad de Dios, esto es: hacer silencio ante el pecado ajeno, no es de ninguna manera un valor valioso sino un estado de complicidad latente que lleva al que hace ese silencio a la misma categoría del que está en pecado.

Muy por el contrario, cuando el asunto que se considera tiene como protagonista a alguien que no tiene peso político, social o económico dentro de la congregación, es evaluado con ojos faltos totalmente de misericordia y, en casos, las resoluciones lindan mucho más con la crueldad que con la justicia de la disciplina.

He visto sobradamente sucesos de esta naturaleza que han tenido como protagonistas a personas con situaciones claves dentro de lo que es una organización eclesiástica. Divorciados, enfermos de SIDA, drogadependientes, prostitutas, homosexuales, etc.

Y que conste a todos que no estoy refiriéndome a gente que está en ejercicio pleno de estas cosas, sino a gente que alguna vez estuvo en esta clase de pecados, pero que e ha convertido y busca desesperadamente ser integrada a partir del amor y la misericordia que debe emanar del pueblo de Dios.

No siempre es así. Es más: debería decir si quiero ser honesto y justo, que en la mayoría de los casos no es así. A las hermanas mayores que fueron obligadas por sus pastores a quedarse junto a las bestias violentas, borrachas y mujeriegas de sus maridos, les produce un tremendo rechazo ver a un o a una divorciada. Esgrimen una Biblia y lo agraden casi con virulencia.

En realidad no están defendiendo la pureza de la palabra ni el testimonio de la congregación. Sólo están sacando hacia fuera sus propias vicisitudes. Si ellas debieron sacrificarse con ese cónyuge cruel e inhumano, ¡Cualquier día se la van a hacer fácil a quien pudo evadirlo y se divorció!

Y es lo mismo con todos los demás. Todos sabemos cuales son las únicas formas de contagio del SIDA. Sin embargo, no me atrevo a preguntar cuantos de ustedes serían capaces de ir corriendo a sentarse al lado de alguien que, saben, posee esa patología.

Tampoco tengo muy en claro cuantas hermanas de buena conducta y testimonio serían capaces de reunirse con esa joven que todavía mantiene algunas de sus prendas de vestir extravagantes que utilizaba en sus tiempos de ejercicio de la prostitución.

Seguramente será la misma cantidad de hermanos, fundamentalmente jóvenes, capaces de acercarse con afecto y misericordia a ese muchacho que termina de aceptar a Cristo y todavía batalla duramente con el demonio de la homosexualidad. Y me refiero a la masculina porque es la que más se evidencia. De la femenina mejor no hablemos porque, en muchos casos, sencillamente se nos introdujo en la iglesia bajo el barniz de una simulada santidad.

Y, concluyendo con estas apreciaciones de notable incidencia, se nos dice que debemos practicar todos estos dones, cuando los tenemos, con Alegría. Esto significa que en ningún caso lo podremos hacer acompañados por la apatía ni mucho menos por la depresión.

¿Y que es la alegría? En principio, es un sentimiento grato y vivo que suele manifestarse con signos exteriores. Esas manifestaciones pueden ser una simple sonrisa, una risa más libre o sencillamente una sonora carcajada, de esas que tanto suelen ofender al legalismo eclesiástico, convencido a ultranza de todo lo contrario de esta palabra: que para ser cristiano hay que ser triste.

La palabra original utilizada aquí es la palabra HILAROTES, a la que debemos comparar con dos que nosotros usamos mucho en nuestro vocabulario: “Bullicio” e “Hilaridad”. Significa Gracia, Regocijo, Gozo, Benevolencia, afabilidad, Jovialidad, alborozo.

En algunas culturas primitivas los traductores de la Biblia definen a HILAROTES como el corazón se está riendo y los ojos están danzando. La palabra se ha usado a menudo para designar el porte alegre de aquellos que visitaban a los enfermos, y de aquellos que daban limosnas.

Dícese en los ambientes poéticos con mucho tino, que la persona que exhibe HILAROTES, es alguien que se presenta como un rayo de sol que ilumina la habitación del enfermo con calor humano y, esencialmente, con amor.

Como puedes comprobar, el concepto clásico y literario de la alegría, no tiene absolutamente nada que ver, o tiene muy poco, con lo que nosotros conceptuamos como tal. Generalmente nuestras alegrías eclesiásticas no van más allá de un grito de júbilo programado desde la plataforma o un batir de palmas y saltos también estipulados por los directores de alabanza.

Señores, debo consignar que esto no es de ninguna manera un estado interno de alegría, sino una expresión externa, condicionada y obediente a mandatos emanados desde sitiales de poder y que, como tales, no pueden desoírse para no caer en descréditos internos.

No lo censuro. Es más: alcanzo perfectamente a comprenderlo porque yo mismo lo he vivido durante un largo tiempo de mi vida cristiana. Sin embargo, no es la alegría que Dios nos sugiere para ministrar sus dones y, por tanto, esos dones salen a la luz del día viciados de ciertas contaminaciones carnales.

(1 Corintios 4: 1)= Así, pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios.

Hay una confusión muy habitual dentro del pueblo de Dios con respecto a esta palabra utilizada aquí y otra que suena muy parecida pero que no tiene nada que ver con ella. Aquí se habla de Administrar, que como puedes suponerte, no tiene ninguna similitud con ministrar, que es otra cosa.

Administrar es, esencialmente, gobernar, ejercer la autoridad o el mando sobre un territorio y sobre las personas que lo habitan. Esto tiene que ver con los funcionarios públicos, administradores de los bienes del pueblo y elegidos por éste para representarlos.

Esto deja ver claramente que la administración de algo, generalmente se refiere a la tarea de llevar adelante algo que no es propio, sino que ha sido confiado por otros o por otro. Tal es el sentido con el cual Pablo se lo dice a los corintios en este texto.

Servidores de Cristo, comienza diciendo, para que se sepa y entienda que es y a quien representará. Y luego agrega lo administradores de los misterios de Dios. Eso nos otorga una categoría en el ámbito espiritual que no siempre hemos entendido.

¿Qué somos para Dios? Sus administradores, personas que Él delega para que nos ocupemos de sus negocios en la tierra. ¿Y que es lo que administramos, según este pasaje? Sus misterios. ¿Y que son sus misterios? Todas aquellas cosas de Dios que aún están escondidas y sin conocerse.

¿Y como se supone que podremos conocer nosotros, simples mortales, los tremendos y sobrenaturales misterios de Dios? Con la guía del Espíritu Santo, que para eso mora y morará en nuestro interior.

¿Y que es un misterio? Es algo que conocemos en un momento dado, cuando al Espíritu así le place, por medio de una palabra que siempre o casi sierre acompaña muy de cerca de la palabra misterio en la Biblia: revelación.

Muy poco importa si tú crees o no crees en las verdades reveladas. Mucho menos importa si tu denominación, autora de la doctrina que te has aprendido de memoria por años, cree o no cree en la revelación o, si por el contrario, sostiene que todo lo que sabremos será mediante nuestro entendimiento e inteligencia intelectual. No le hace; Dios hizo escribir esto y esto es lo que somos: administradores de las revelaciones de Dios.

Hay un comentario muy atinado respecto a esto, que dice que la ilustración presenta a los ministros como administradores en la casa de Dios, colocados entre el dueño y el inquilino, y encargados con la tarea de servirla.

Un administrador está plenamente a cargo de la casa y es responsable ante el propietario, quien es el único autorizado para tomar la decisión final. Se espera que el administrador sea hallado fiel en ofrecer a la familia de la casa exactamente lo que se le ha encomendado. De la misma manera, los ministros deben exponer fielmente todo el consejo de Dios.

Luego, Pedro aconseja como debe ser nuestro servicio al Reino. Sin tomar en cuenta, claro está, los famosos “órdenes de culto”, inventados por las diferentes denominaciones, y mucho menos las reglas internas que cada doctrina particular presenta con relación al trabajo ministerial.

Pedro es simple y concreto, pero al mismo tiempo, y como para que no quepan dudas de donde emana todo lo que escribe, es altamente profundo. Por tanto, no puede leerse sus sugerencias y dejarlas a un lado hasta ver si tenemos voluntad de seguirlas o hacemos otra cosa.

Nos dice en primer término, que cuando tengamos que hablar, (Y no hablar por hablar, claro está, sino hablar de las cosas de Dios) no lo hagamos conforme a los dictados tradicionales de nuestro credo, religión o denominación, sino conforme a las palabras de Dios.

Atención con esto, porque no está hablando de la palabra, tal como la tenemos incorporada a nuestro entendimiento y con relación a la revelación que denominamos Rema. Está hablando de las palabras, lo que equivale a decir que se refiere a las formas, modismos, expresiones y sentidos que Dios da a las cosas conforme a como las ha dejado escritas.

Luego añade que si alguno de nosotros va a ministrar, que lo haga conforme al poder que Dios da. ¿Era necesario que Pedro nos aconsejara esto? Parecería que no, ya que si no es conforme al poder que Dios da, ¿Qué cosa habríamos de ministrar en su nombre?

Ese es el punto. Es más que notorio y evidente que hay miles y miles de hombres y mujeres diseminados por el planeta ministrando con recursos, metodologías y formas que no tienen necesariamente que ver con el poder que Dios da.

¿Cuáles son sus resultados? Los que mayoritariamente vemos: gente que se adhiere a líderes hasta el extremo de no dar un mínimo paso sin pedir autorización, permiso o una palabra de dirección. Y lo peor, hay ambientes cristianos que consideran a esto como un ejemplo de sujeción, cuando en realidad es una manipulación descarnada de una voluntad por sobre otra, cuando Dios nos ha dado una mente para obrar conforme a sus dictados.

Veamos el significado bíblico de la palabra ministrar, porque de ese modo podremos conocer más su significado cierto y ahondar en las maneras con que se está cumplimentando esa tarea, los riesgos del error y la hecatombe de la mala intención humana.

El calificativo de Ministerio se relaciona con el acto de ministrar o servir. En hebreo., el que sirve es denominado con el término “ebed”, que implica un servicio voluntario u obligatorio, y designa a todos aquellos que tienen que servir; el prisionero de guerra, el esclavo comprado, el funcionario privilegiado de un soberano, y también el adorador de Jehová.

Los orientales se consideran servidores de un superior, o de Dios. En hebreo se aplica asimismo el término de servidor a un pueblo vencido y sometido a tributo. Dios da el nombre de ministros o servidores a aquellos que lo adoran.

Aquel que ayuda a una gran personalidad. En hebreo. es “m’shareth”; en griego “huperetes”. .José, esclavo, servía a su dueño, el cual le había confiado la administración de sus bienes. Abisag ocupaba un puesto de honor en su servicio a David.

Josué acompañó a Moisés, cuidándose del primer tabernáculo, sucediéndole después en el caudillaje de Israel. Eliseo era el ayudante de Elías, vertiendo agua en sus manos, y vino a ser profeta a su vez.

El ministro de la sinagoga ayudaba a los que enseñaban. Los discípulos recibían las instrucciones de Cristo y vinieron a ser los ministros (servidores) del Evangelio. Juan-Marcos fue el ayudante de Pablo y de Bernabé durante una parte de su primer viaje misionero.

Ministro de Dios o del Estado (En hebreo “m’shareth”, en griego “leitourgos”. Entre ellos se hallan los sacerdotes y levitas al servicio del santuario. Cristo también recibe este nombre como sumo sacerdote celestial.

Pablo también, como anunciador del Evangelio a los paganos. El término se aplica asimismo a un magistrado; designa en ocasiones a los miembros de una corte y también en ocasiones a un gran personaje. Los ángeles reciben el nombre de servidores.

Los que, estando al servicio de alguien, lo representan y asumen el cuidado de sus intereses; esto en el griego, es “diakonos”. Primitivamente este término no designaba a un servidor de los pobres, sino más bien a un magistrado, a un ministro de Dios, ejerciendo la justicia y castigando a aquellos que hacían el mal.

Este término se aplica particularmente a los predicadores del Evangelio: Timoteo, Pablo y Apolo, Tíquico, Epafras. En el NT se emplea “diakonos” también en el sentido restringido de diácono, encargado de ejercitar en una iglesia funciones especiales distintas de las de un presbítero.

A todo esto, según Pedro, debemos hacerlo conforme al poder de Dios y no a nuestra propia sabiduría humana, reglamentos internos de un credo o religión y, mucho menos, formando parte de un método dictado desde algún lejano escritorio que ni siquiera ha tenido en cuenta las diferencias culturales.

¿Y para que, dice Pedro, debemos hacerlo del modo que nos aconseja y no de otro? Para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos.

¿Pero es que acaso no está demasiado implícito, esto, a la hora de ministrar palabra enseñanza relacionada con el evangelio? Yo no voy a opinar. Pedro cree que no y por eso lo aclara. Pedro supone que hay gente que ministra de una manera que consigue que la gloria sea para sí mismos y no para Dios. No me gusta contradecir a los que saben más que yo. Y Pedro sabe más que yo… ¿Entiendes?

(Efesios 6: 10)= Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza.

Esta expresión que Pablo utiliza aquí como “por lo demás”, no implica algo así como “n conclusión”, sino en algo que se refiere a las demás cosas y retos que la vida nos propone. Y nos brinda el consejo que quizás todos conocemos, pero que más nos cuesta ejecutar.

Porque, ¿Qué cristiano ignora que ha creído en un Dios Todopoderoso y Majestuoso, dueño de un inigualable poder que está al servicio de todos sus hijos? Ninguno. Esto se dice, se piensa, se enseña y se predica a diario en miles o millones de sitios del planeta.

Sin embargo, a la hora de la crisis, del contratiempo, de la dificultad, de la tribulación, de la contrariedad suma o del sufrimiento, es como si un manto de olvido pasara por las mentes y se olvida ese poder, esa posibilidad cierta de que cualquier cosa tendrá solución en Dios.

Por eso el consejo de Pedro no se va en demasiadas palabras filosóficas que suenan bonito, sino en algo muy claro y concreto: nuestra auténtica y genuina fortaleza está en Dios y, esencialmente, en el poder de su fuerza. Cualquier otro medicamento no cura la enfermedad.

(Efesios 5: 18)= No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, (19) hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; (20) dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro señor Jesucristo.

(21) Someteos unos a otros en el temor de Dios.

Muchos se han preguntado por qué Pablo establecería una comparación entre una borrachera de vino con ser lleno del Espíritu Santo. Eso es porque, indudablemente, y fuera de experiencias carnales que han minimizado el epicentro del asunto, vivir esa experiencia es vivir una especie de borrachera, aunque con características muy distintas a la alcohólica.

La exageración que ha determinado la incredulidad global, radica en que no se puede proclamar llenura del Espíritu Santo sólo porque alguien camina vacilante o se desploma como desmayado. Ser lleno del Espíritu Santo contiene, mucho más que lo visible de la experiencia propiamente dicha, un después que no pasa necesariamente por una vivencia solitaria.

Incluso, el tiempo verbal que se muestra en esta expresión utilizada por Pablo de sed llenos, deja en claro, en el griego, que esa condición no finaliza con una sola experiencia, sino que se mantiene. Lo que se dice, realmente, es que estemos siendo continuamente llenos del Espíritu.

Lo que señala en el verso siguiente, mientras tanto, y que a muchos puede sonarle como exageradamente ritual o religioso, es la consecuencia de esa plenitud, de esa llenura. Por eso aconseja tres cosas específicas que no siempre deben ser miradas como hoy las vemos.

Porque cuando dice que debemos hablar entre nosotros con salmos, no nos dice que repitamos como papagayos aquellos que conocemos de memoria, sino que sea nuestro hablar una especie de poesía literaria en forma de canciones, que es lo que realmente eran los salmos.

Lo mismo sucede con los himnos. Nadie está aludiendo al canto gregoriano ni a letras colocadas en medio de música clásica tradicional. Los himnos hebreos tenían otra connotación rítmica que estos antiguos nuestros, y significaban un compendio de palabras inspiradas que se cantaban.

La expresión de “cánticos espirituales”, finalmente, muy lejos de significar la reiteración de letras o músicas de canciones “consideradas” cristianas por el mercado discográfico internacional, equivalía a una expresión lírica inspirada por el Espíritu Santo en nuestro propio lenguaje o, incluso, en lenguas desconocidas o angélicas.

He visto en muchas congregaciones, en un momento de la alabanza o la adoración, y tal como si ya estuviera planificado de antemano por el orden de culto sistemático del lugar, al director de alabanza proponer a la concurrencia a iniciar un cántico nuevo.

Esta expresión significa que, durante un buen tiempo (A veces estimado en el que se necesita para cumplimentar los horarios prefijados para la duración de la región), el director estará entonando una música que en muchos casos habrá previsto con su banda, adosándole una letra espontánea, invitando a la gente a que haga lo mismo.

Esto, en muchos sitios, es una bendición notable, ya que hay muchas personas que realmente tenían la necesidad de adorar con sus propias palabras al Señor sin depender de las letras escritas por los conocidos autores.

En otros lugares que gozan de menos libertad espiritual, generalmente sobreabundan quejas y lamentos tales como: “¿Por qué hacen eso? ¿No ven que no puedo seguir lo que se canta porque no conozco la letra ni la música? O peor, todavía: ¿En qué himnario o libreta está la letra de lo que se está cantando?

Lo cierto es que, en los muy escasos (Pero existentes) lugares en que realmente se le ha dado lugar al Espíritu Santo en medio de la alabanza o la adoración, el resultado ha sido maravilloso. Aunque haya desatado algunas angustias en los directores de alabanza o músicos ejecutantes, ya que bajo este poder tremendo, la gente ha demostrado no necesitarlos para alabar o adorar en espíritu y verdad…

Finaliza proponiendo que además de todo lo expresado, lo concluyamos dando gracias al Señor por todo. Si a esto lo hubiera escrito algún ministro de sanidad interior, hoy, quizás le hubiera hecho un agregado: “por todo…lo que es de bendición”.

Pro no, no dice eso, y cuando un hermano llega a nosotros en el medio de una tremenda crisis emocional y nos pregunta que debe hacer, nos resulta casi antipático recomendarle exactamente lo que Dios mismo ha dicho: que de gracias de inmediato al Señor por esa tribulación.

En más de una ocasión alguien me ha dado a entender con claridad que, dar gracias por una bendición del cielo parece lógico y coherente, pero que hacerlo por algo negativo y de dolor o sufrimiento, no sólo les parece desatinado, sino incluso hasta digno de una teoría masoquista.

Hay un solo problema y no es menor. No estamos aquí para utilizar esta maravillosa mente que Dios nos ha dado, evaluando y analizando lo que dios mismo – Con su mente infinita -, ha dispuesto, sino para aceptarlo sin entenderlo, creerlo por fe y activarlo con nuestra declaración. Así es como funciona. La lógica, en todo caso, es un rudimento del alma, no del espíritu. La fe nunca es lógica.

Y este pasaje concluye con una expresión que, leída así de manera superficial, rápida y sin demasiada profundidad, tal como podríamos leer una noticia en el periódico de hoy o las líneas de un libro pasatista, nos pasa por nuestro lado sin dejarnos nada nuevo. Someteos unos a otros…

¿Qué tendrá de novedoso eso? ¡Si ya sabemos que así debe ser nuestro comportamiento por amor al prójimo, que es gran mandamiento! Sí, lo sabemos. Pero parecemos olvidarlo a la hora de exigir, desde posiciones jerárquicas, una sujeción incondicional que es solamente en una dirección, (De ellos hacia nosotros), y que no parece tener la reciprocidad que este texto proclama.

Si vamos a someternos, que es una forma de decir sujetarnos, los unos a los otros y no “los todos a nosotros los ministros”, eso significa que cuando se habla de sujeción, de hecho es una concepción mutua, y no unipersonal.

Esto le cambia el rostro a mucha de nuestra doctrina legalista. Hace que el miembro de la congregación abandone esa posición casi de esclavitud incondicional a otro hombre, cuya única diferencia es haber sido ordenado pastor por otros hombres iguales a él.

No sólo eso: también modifica totalmente esa otra clase de esclavitud (Que en este caso suele tener expresiones mucho más violentas, crueles y hasta perversas), que se les obliga a muchas mujeres para con sus esposos.

No hay palabra del Dios de justicia que posibilite que una hija de Dios, creyente, sea golpeada, violada o maltratada por una bestia humana incrédula, sólo porque debe sujetarse a su marido que es cabeza espiritual de la casa. ¿Qué cabeza puede ser ese individuo en esas condiciones? ¡Oh, Señor! ¡Perdónanos por haber conducido – Supuestamente en Tu nombre – a la infelicidad a tantas hermanas fieles y sinceras!

(1 Timoteo 6: 13)= Te mando delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Jesucristo, que dio testimonio de la buena profesión delante de Poncio Pilato, (14) que guardes el mandamiento sin mácula ni reprensión, hasta la aparición de nuestro señor Jesucristo, (15) la cual a su tiempo mostrará el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, (16) el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén.

Pablo dice que debemos guardar el mandamiento (¿Uno de ellos? No, el más importante, ¿Recuerdas cual era? Amarse los unos a los otros), de una manera cabal, sin mácula ni reprensión. Mácula, te recuerdo, es mancha, señal que ensucia un cuerpo, cosa que deslustra y desdora, engaño y trampa.

Reprensión, en tanto, es el acto de reprender, y significa corregir o amonestar a alguien vituperando o desaprobando lo que ha dicho o hecho. ¿Entiendes, ahora, por qué el reprender al diablo no significa, necesariamente, liberar de demonios a una persona?

El caso, en suma, es que debemos guardar ese y esos mandamientos sin pasarlos por correcciones, modificaciones o alteraciones doctrinarias personales, como las que generalmente constituyen un fundamento básico denominacional.

Y dice que deberemos hacerlo hasta la aparición de nuestro Señor, que ocurrirá, a su tiempo, lo que equivale a desacreditar y dar por falsos todos los pronósticos que las distintas religiones han elaborado con respecto al tiempo de la venida del Señor.

Nadie lo sabe, está muy claro. Nadie debe saberlo hoy con precisión, también es más que evidente. ¿Por qué, entonces, son tantos los que se afanan estudiando los entornos buscando conocer la fecha de su segunda venida con mayor precisión?

Simple. Porque al hombre natural le seduce notablemente conocer el futuro. Y si se trata de SU futuro personal, con mayor razón. Allí es donde encuentran terreno fértil para trabajar sus técnicas ocultistas tantos brujos, adivinos y hechiceros, aún adentro de sitios muy serios que hasta pueden denominarse a sí mismos como “iglesias”. Lo cierto es que será en el tiempo de Dios.

Y, finalmente , como símbolo del poderío de Dios, habla de su imperio sempiterno, que significa siempre eterno. La palabra griega utilizada como imperio, aquí, es la palabra KRATOS. Habla de dominio, fuerza, poder manifiesto.

La palabra especialmente significa fuerza que se ejerce, poder que se demuestra efectivamente por una autoridad gobernante. Podemos compararla con “teocracia”, con “aristocracia”, o incluso con “democracia”.

Aunque esta palabra KRATOS, que es imperio, se emplea en Hebreos 2:14 al hablar del maligno poder del diablo, KRATOS se refiere, principalmente, y en su sentido más abarcativo y concreto, al reino de autoridad, dominio y majestad de Dios.

(018) Sufrir para Él o Por Él…

(1 Pedro 4: 12)= Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, (13) sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría.

(14) Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios repos sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado.

(15) Así que, ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, o malhechor, o por entremeterse en lo ajeno; (16) pero si alguno parece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello.

(17) Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿Cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?

(18) Y: Si el justo con dificultad se salva, ¿En donde aparecerá el impío y el pecador?

(19) De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien.

Hay una tendencia muy generalizada y casi estable, a suponer que por ser cristianos nada, absolutamente nada habrá de sucedernos. Y eso es estricta verdad en cuanto a nuestro espíritu y al futuro de eternidad que nos espera, pero no en lo actual. Eso sí es error.

Porque en todos los evangelios Jesús advierte a sus discípulos y a todos los que – Dice – tienen oídos para oír (Esto es: oídos espirituales abiertos); que cuando llegue la tribulación, deberemos hacer tal o cual cosa. Y lo determinante aquí, es que dice cuando llegue; no dice si llega…¿Entiendes?

Partiendo de aquella base irreprochable que es Jesús mismo, llegamos a este consejo preparatorio de Pedro. No sorprendernos cuando la prueba, cualquiera ella sea, nos pueda sobrevenir. Ya mismo dejar de pensar que si llegó esa prueba es, quizás:

1) Porque hemos hecho algo mal y Dios nos está “castigando”. 2) Porque cometimos algún pecado y hemos dejado una puerta abierta para que el enemigo nos ataque. 3) Porque no tenemos suficiente fe y Dios nos “envía” esto para fortalecerla.

Basta ya de suponer “cosas extrañas” relacionadas con la prueba que ha llegado. La Palabra nos dice desde siempre que esa o esas pruebas, en algún momento, llegarán. Nadie está al margen y nadie está exento. No es culpa de Dios si el hombre eligió predicar un evangelio sencillo y cómodo.

La base de este pasaje, es colocar nuestros ojos en Jesús. Y a Jesús no le fue en absoluto sencillo ni fácil desarrollar su fe, su vida de fe y su ministerio. ¿Por qué se supone que nos sería fácil a nosotros, que deberíamos ser sus seguidores e imitadores?

Por nuestro egocentrismo. Porque aceptamos las pruebas, los sufrimientos y las plagas que tienen que ver con la vida de los demás, pero nos cuesta mucho aceptarlas cuando esas mismas cosas llegan a nuestras vidas. Nos creemos, sentimos y estimamos distintos. ¿Distintos?

Lo que Pedro comienza diciendo aquí, es básico para adoptar un comportamiento y un principio de vida correcto. No vamos a autoflagelarnos para ocasionarnos sufrimientos y así poder estar más cerca de Dios. Eso es masoquismo y no sólo no es cristiano, directamente es diabólico.

Pero tampoco vamos a suponer que estamos al margen de cualquier cosa que a Dios le plazca permitir en nuestras vidas. Que es muy distinto a enviarnos un problema. ¿Tú crees, de verdad, que Dios le enviaría a uno de sus hijos, una dura enfermedad para poder entrenarlo? Pregunto: ¿Lo harías tú como padre o madre con alguno de tus hijos? ¿No, verdad? ¿Y entonces por qué crees que Dios es tan cruel como para hacerlo? ¿Quién te enseñó esa barbaridad?

Dios puede permitir que alguna prueba nos sacuda, en primer lugar, porque quizás nosotros mismos nos buscamos esa contingencia con nuestra conducta desobediente. Pero cualquier cosa que parezca maldición a simple vista, (Como lo era la cruz) Dios podrá cambiarla por bendición. Como cambió la cruz.

En lugar de pensar todas estas cosas y pasar por una especie de infierno terrenal de angustias y sobresaltos, Pedro nos sugiere que nos gocemos cuando algo así nos acontezca. – Perdóneme, hermano…¿Usted me está queriendo decir que yo tengo que alegrarme cuando me sobreviene algo feo..?

No lo estoy diciendo así, desde luego, pero no puedo diluir lo dicho por Pedro. Él sostiene que, sentir gozo por alguna clase de fuego de prueba, es tomar conciencia de participación directa de los padecimientos de Cristo.

¿Y esto que ventaja trae? Porque un padecimiento es un padecimiento, como quiera que se lo mire, salvo que traiga consigo alguna clase de beneficio, ¿No cree? Sí, este parece ser un razonamiento sumamente egoísta, pero ¿Alguien puede negarme que no es el mayoritario?

El caso es que aquí se nos dice que, gozarse por tomar parte de los padecimientos de Cristo (Y no armados por nosotros, claro está), es para revelación de su gloria. Y que cuando acontece esa revelación, nuestro gozo será mucho mayor que el anterior.

(Filipenses 3: 8)= Y ciertamente, aún estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, (9) y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; (10) a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en la muerte, (11) si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos.

Está muy claro que el conocimiento de Cristo Jesús, por Pablo, encierra no solamente una comprensión intelectual, sino un conocimiento experimental, que surge de su comunión personal con el Señor. En contraste con su vida actual, todo lo anterior es basura, es decir, deshechos que sólo sirven para tirar a los perros.

Y Pablo también señala con bastante claridad y imposibilidad de malos entendidos, que conocer a Cristo, no se trata solamente de tener intimidad con Él y saber pensar con su propia mente, sino también tener el acceso a la posibilidad de sufrir sus mismos padecimientos.

Ahora bien; ¿Qué significa participar de los padecimientos de Cristo? ¿Acaso ir un día alegremente, buscar una cruz lo suficientemente fuerte y sólida como para que resista nuestro peso, y colgarnos allí a buscar sufrir lo mismo que él sufrió?

¡¡No!! ¡¡En ninguna manera!! A esto lo he visto hacer en muchas culturas, (Recuerdo en este momento a las Filipinas), y no veo ninguna clase de beneficios espirituales por ello, todo lo contrario. Me parece apenas una leve muestra de un masoquismo que no puede llevar jamás a ninguna victoria espiritual porque está pensado en las oficinas del infierno.

Padecer con Cristo, es inexorablemente algo que va mucho más allá de lo físico. Es – Por ejemplo – sufrir la pérdida de nuestra reputación, que nos tomen por locos, herejes y hasta blasfemos. Es encarar a la directriz de la iglesia estructural organizada y decirles cara a cara que son sepulcros blanqueados, generación de víboras y raza de hipócritas sin el menor rencor ni resentimiento.

La marginación de esa clase de iglesia y el olvido directo por parte de aquellos que hasta ayer te seguían, es un sufrimiento que te deja en absoluta soledad, sin más mano que la de Dios mismo y sin más congregación que la de otros locos, herejes y blasfemos como tú…

Son disyuntivas muy singulares que en este tiempo no son pocos los que las están viviendo. Si te congregas aquí, vas a tener que obedecer todo lo que pastor ordene sin fijarte si coincide o no con la Biblia, ya que el siervo tiene visión de Dios y es quien dispone lo que se debe hacer.

Si no haces eso, es mejor que te vayas a otra iglesia. Claro que en otra iglesia, con mayores o menores matices, las cosas no son demasiado diferentes. Entonces decides no ir a ninguna y congregarte con otros hermanos en las mismas condiciones.

Obviamente, para la iglesia estructural y organizada, eso no es congregarse y, por lo tanto, cuando te enfrentan te dicen que estás en desobediencia y que por esa causa no sólo no serás bendecido sino que, incluso, hasta puedes ser herido. Hay hijos de Dios que maldicen, sí…

Hay otras maneras no buscadas ni masoquistas de participar de los padecimientos de Cristo, pero esta que te acabo de relatar, hoy por hoy, es la más frecuente. Cuando se te dice que para servir al Reino hay que pagar un precio, ese precio normalmente es el de tu reputación espiritual.

(Romanos 8: 17)= Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.

Que somos hijos de Dios por aceptación de Jesucristo por fe, está muy claro. No obstante, todavía quedan muchos cristianos que por una falsa modestia y un falso sentido de la humildad, se resisten a ser llamados así y prefieren el calificativo de siervos, que les parece más…”humilde”.

No obstante, se olvidan un detalle que no es menor. En cualquier familia que se precie de tal, los negocios del jefe de la familia son solamente conocidos y compartidos por sus hijos. Sus amigos y sus esclavos, apenas están para hacer lo que se les manda.

Esto implica que, cuando el señor de la casa falta, esto es: se muere, inevitablemente quedará una herencia a repartir. ¿Y entre quienes va a repartirse esa herencia? Entre todos sus hijos. No hay registros de que amigos o esclavos (siervos) del señor reciban parte de esa herencia. ¿Entiendes lo que estoy diciendo?

Dios nos manda a ser humildes delante de Él, y esto tiene que ver estrictamente con nuestra obediencia. No vale absolutamente de nada aparecer como humilde delante de la gente y, luego, delante de Dios, no serlo por causa de nuestra desobediencia.

Lo mismo tiene que ver con Cristo. Dice aquí y en otros textos, que somos coherederos con Cristo. ¿Qué significa eso? Que tenemos parte de la misma herencia que Él tiene parte. Sólo que en su caso, por ser el primogénito, le corresponde algo más.

Si Cristo es coheredero con cada uno de nosotros en la herencia de Dios Padre, esto significa que en lo espiritual es considerado como un hermano mayor nuestro. Esto desata enormes resistencias por causa de una posición más mística que bíblica.

¡Pero no, hermano! ¿Cómo voy a llamar “hermano” a Cristo? ¡Él es mi Señor! Él es tu Señor, es cierto, pero por causa de la herencia también es tu hermano mayor. Él inició un camino que tú deberás seguir.

Y no sólo eso. Aquí también está el principio básico del padecimiento conjunto con Cristo, cosa que ya hemos explicado. Pero hay más: fíjate bien que dice que solamente si padecemos con Cristo es que seremos herederos. Herederos y coherederos con Cristo, si es que padecemos…

¿Entonces deberemos tomarlo como una obligación? ¿Es que deberemos darle la razón a los que inventaron la teología del sufrimiento como prenda elemental para acceder a la gloria? No. Entiende: el simple hecho de caminar como Cristo, por donde Cristo caminó, pensar con su mente y actuar con sus actos, nos llevará inexorablemente a un choque.

¿Será esa colisión, acaso, con el mismísimo Satanás? No, aunque él no esté muy lejos. Será con lo mismo que chocó Cristo: con la iglesia organizada de su tiempo, con sus ritos, con sus tradiciones, con sus líderes. Ese vituperio injurioso que seguramente te sobrevendrá por esa causa, será tu manera de padecer conjuntamente con Él.

Porque a continuación, Pedro lo explaya correctamente y abre mejor el entendimiento del tema. Dice que si somos vituperados por el nombre de Cristo, somos bienaventurados. Vituperar es criticar a alguien dureza, reprenderlo o censurarlo, mientras que la bienaventuranza es lisa y llanamente la prosperidad y la felicidad humana sobre la tierra.

Muchos cristianos que tienen inconvenientes en sus trabajos seculares, con sus jefes o empleadores y suelen ser un poco maltratados por ello, aseguran que están en el camino correcto porque están siendo vituperados por ser cristianos. Lamento comunicarte que ni por asomo eso es así.

Si tú confiesas que eres creyente y por esa sola causa alguien comienza a tratarte mal, es una cosa. Pero si tú trabajas para alguien, como quiera que sea ese alguien, y llegas tarde porque tare terminó el culto, no tienes excusa. Nadie va a vituperarte si cumples con tu horario laboral como corresponde.

Y no doy este ejemplo e manera ocurrente o porque no hallé otro. Lo doy porque es lo que lamentablemente vemos en muchos sitios. Empresarios cristianos que se resisten a tomar obreros o empleados cristianos porque no les resultan responsables y serios.

Hay casos, inclusive, donde un empresario soportó durante mucho tiempo las irresponsabilidades laborales de un joven por la simple causa de que era hijo de su pastor hasta que finalmente lo despidió. Curiosamente, conjuntamente con su despido, llegó la expulsión de ese empresario de aquella congregación por causas justificadas como. Abusos despóticos. Una pintura…

(Mateo 5: 11)= Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.

Este texto, que está inserto en las famosas bienaventuranzas de Jesús, contiene elementos que harían que cualquiera, muy superficialmente, lo compare con el anterior. Y no está mal, pero puntualiza algunas cosas que no siempre han sido tenidas en cuenta.

Primero, dice que seremos bienaventurados, cuando por su causa nos vituperen o persigan. Esto termina con todo vituperio o persecución que tenga que ver con credo religioso, congregación evangélica o dependencia de líderes cuestionados. Es por causa de Cristo, no por ninguna otra cosa.

Porque luego, fíjate, dice que eso será correctamente entendido como tal, cuando la gente que nos vitupera y nos persiga, diga en contra nuestro lo que les venga a la boca, pero mintiendo. Ni modo de considerarnos vituperados o perseguidos cuando alguien nos critique diciendo una verdad.

La palabra bienaventurados que se utiliza aquí, es la palabra griega MAKARIOS. Viene de la raíz MAK, que indica algo grande o de larga duración. Se trata de un adjetivo que denota felicidad, alguien muy bendecido, digno de ser congratulado.

Es una palabra de gracia que expresa rotundamente un alto grado de regocijo, así como también un elevado grado de satisfacción muy especiales, que son concedidos a una persona que experimenta no solamente la salvación, sino también el cumplimiento de promesas divinas en su vida.

Esta idea central de Pedro concluye señalando que, al hacer esto que nos dice, estamos glorificando al Espíritu Santo de Dios, mientras que ellos, los que nos vituperan, injurian, agraden y persiguen, sencillamente lo están blasfemando.

La palabra blasfemia, en el idioma español, y más allá del significado religioso vinculado con el catolicismo romano que los diccionarios españoles pueden otorgarle, significa lisa y llanamente una expresión altamente injuriosa en contra de alguien.

La blasfemia tiene en la Sagrada Escritura un sentido más amplio que en el lenguaje común. Incluía la calumnia, y abarca cualquier palabra o acto ofensivo a la majestad divina, como profanar lugares santos, alterar los ritos, violar conscientemente la ley, tomar el nombre de Dios en vano, etc.

Para evitar todo lo más posible esto último, llegó a omitirse la pronunciación misma del nombre sagrado de Jehová sustituyéndolo con “Adonai” (“Señor”). Ellos suponían que si no se lo nombraba, el acto de tomar su nombre en vano no existía.

En el Nuevo Testamento, blasfemia significa la usurpación por el hombre de las prerrogativas divinas. Los enemigos de Jesús lo acusaron de blasfemia, porque no reconocían su deidad. Los cristianos en su globalidad, consideran blasfemia toda injuria a Cristo.

La blasfemia más grave, que no admite perdón, es la que va contra el Espíritu Santo. Y es, precisamente, a la que este pasaje se refiere. Esta blasfemia particular en contra del Espíritu Santo fue atribuir la acción del Señor de echar fuera demonios a poder satánico, frente a la evidencia innegable de Su poder divino.

Este pecado no iba a ser perdonado ni en este siglo, ni en el venidero. El contexto da evidencia de que “el pecado imperdonable”, se refiere a esta forma particular de blasfemia. Los judíos expresaban violentamente su indignación ante la blasfemia. La blasfemia era castigada con la muerte.

Una vez aclarado este punto, Pedro clarifica el que antes tratábamos. Porque nos señala que lo que podemos padecer deberá tener que ver con Cristo o con su nombre, pero no con acciones negativas de nuestra parte, tales como el ser homicidas, ladrones, malhechores o entremetidos con lo ajeno.

A mí, particularmente, siempre me ha llamado poderosamente la atención que Pedro elevara el defecto de ser entremetido a un nivel espiritual comparado con un homicidio, robos o cualquier otra clase de delincuencia. Por algo es. La Biblia jamás registró una palabra, expresión, punto o coma que no tenga una particular incidencia en nuestra calidad de vida de fe.

(1 Tesalonicenses 4: 9)= Pero acerca del amor fraternal no tenéis necesidad de que os escriba, porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios que os améis unos a otros; (10) y también lo hacéis así con todos los hermanos que están por toda Macedonia. Pero os rogamos, hermanos, que abundéis en ello más y más; (11) y que procuréis tener tranquilidad, y ocuparos en vuestros negocios, y trabajar con vuestras manos de la manera en que os hemos mandado, (12) a fin de que os conduzcáis honradamente para con los de afuera, y no tengáis necesidad de nada.

Lo que aquí se le está diciendo a los nuevos hermanos, altamente válido para los nuevos actuales, y también para muchos, muchos “antiguos”, es que lo ideal será que vivan una vida tranquila y pacífica.

Especialmente, se les sugiere que nunca entren en murmuración, que sean diligentes en todo lo que hacen y que, en cualquier trabajo que hayan decidido realizar, sean sobrios y responsables, con la finalidad de ganarse una buena reputación entre los no creyentes.

Lo creas o no, lo entiendas o no, este punto ha sido, quizás, el menos respetado o seguido por los cristianos. Por cada creyente con excelente reputación en el ambiente secular de su trabajo o su estudio, hay por lo menos diez que no gozan de lo mismo y son criticados con justa causa.

Dios mismo ha hablado muy claramente en contra de la soberbia. Y nosotros, sus hijos, le hemos creído totalmente esto y hemos decidido no ser soberbios. Pero hete aquí que el enemigo nos hace caer, a menudo, en una trampa muy sutil al hacernos sentir soberbios de nuestra espiritualidad.

Y créeme que la soberbia espiritual es la peor de todas las soberbias. Porque no sólo nos hace pensar que somos mejores que todos los demás, sino que nadie podrá decirnos absolutamente nada por el simple hecho de ser llamados hijos de Dios.

Aunque te parezca insólito, este pensamiento, que está muy arraigado entre grupos de cristianos de cierta edad, ha sido el factor que más ha gravitado en la falta de responsabilidad laboral por parte de los cristianos en sus empleos seculares.

Lo primero que se nos aconseja, es tener tranquilidad. Y no es un consejo traído de los cabellos. Sabe muy bien de que está hablando. Una persona con tranquilidad, en esta época de stress y locura consumista colectiva, rápidamente es espejo y modelo. Exactamente lo que Dios pretende de cada uno de sus hijos, ya que es el mejor sistema de evangelización conocido.

Evangelizara a alguien, es lograr que el otro vea en nosotros algo que quiere tener para sí, que pregunte de que se trata para darnos lugar a presentarles a Jesucristo. Pero tiene que ver algo que le interese, de otro modo no sólo no vendrán a Cristo sino que saldrán huyendo de nosotros.

Nos dice luego que nos ocupemos de nuestros negocios, algo que tiene que ver con dedicarnos a hacer algo productivo y, de paso, no ocuparnos de las vidas ajenas si estas no nos buscan para que los aconsejemos.

Y, finalmente, habla de una palabra que cada día que pasa, parece estar más lejana y ausente de toda nuestra sociedad: la honradez. ¿Qué es ser honrado?. Ser incapaz de quedarse con algo ajeno, con lo que no nos pertenece o con lo que no nos hemos ganado legítimamente.

Cualquiera sabe que así es como debemos vivir en nuestro marco social si es que queremos ser testimonios vivientes de la presencia del Señor en nuestras vidas. Pero para que ello sea posible, primeramente tendremos que ser honrados adentro de nuestras iglesias.

¡Hermano! ¿Usted me está queriendo decir que adentro de nuestras iglesias hay gente que no es honrada, lo que equivale a decir que hay gente que se queda con lo que no es suyo, con algo que no le pertenece o con algo que no se ha ganado legítimamente? No estoy intentando decirlo: lo estoy diciendo.

Luego Pedro va a decir que si alguno padece como cristiano, no debe avergonzarse, sino glorificar a Dios por ello. Y es curioso, porque esta es una de las tres veces en que la palabra cristiano aparece en el Nuevo Testamento.

Este título de cristiano, fue primeramente aplicado a los discípulos en Antioquía. Agripa lo utilizó al dirigirse a Pablo. Pedro, en este texto, lo acepta, diciendo que sufrir “como cristiano” es motivo de acción de gracias.

No pasó mucho tiempo antes de que la profesión externa de Cristo quedara separada de la verdadera fe en Él en la gran masa que lleva el nombre de cristiana en el mundo, y en la práctica esta gran masa vino a ser cualquier cosa menos seguidora de Cristo, como lo evidencian las Escrituras y la historia.

Para aprender qué es el cristianismo conforme a Dios tenemos que volvernos no al gran cuerpo profesante, sino a las Escrituras, que testifican del apartamiento que ya entonces había empezado a tener lugar.

A mí, particularmente, el término cristiano no me molesta, pero no es el que uso de manera permanente. Yo prefiero decir que soy creyente en el Dios de la Biblia. Porque el cristianismo, como tal, es demasiado amplio y demasiado permisivo.

Se toman como cristianos a personas que creen que Jesús fue un profeta, un buen hombre y hasta un revolucionario social, pero no lo aceptan como el hijo de Dios encarnado. También a los que entienden que Cristo hará siempre lo que le ordene su madre carnal, María.

Son posturas que no voy a discutir ni a censurar. Si se compatibilizan o no con lo que dice la Palabra, es una cuestión de cada uno. Sí quiero aclarar y consignar que, bajo ese prisma, ser cristiano no parecería ser demasiado certero en lo conceptual. Por tanto: creyente.

¡¡Pero hermano!! ¡Es que creyente también somos todos! ¿Ah, sí, eh? ¿Y si yo te digo que más de la mitad de los cristianos que he conocido (Y aún conozco), son profesantes de reuniones, servicios y rituales supuestamente cristianos, pero que en sus vidas íntimas del día a día, han dejado en evidencia que no terminan de creer del todo en aquello que dicen creer.

Por tanto: cristianos son aquellos que el mundo ha rotulado así por ser seguidores de Jesucristo, de acuerdo, está bien. Pero creyentes son, quizás algunos de estos mismos, pero que han abandonado lo ritual y conceptual para pasar a vivir por la fe.

(Hechos 5: 41)= Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre.

Esto que se señala aquí es una reacción que sería difícil de entender para algunos cristianos de hoy. Jesús no garantiza perpetua felicidad si estamos dispuestos a servirle, pero sí nos promete un gozo inefable y glorioso.

Esto es complicado, porque anda por allí la prédica permanente y constante, en muchas iglesias, de un evangelio al que yo denomino como “light”m o “diet” (Fresco y de bajas calorías); que entre otros rudimentos a tener en cuenta, predica y proclama que con Cristo se terminaron los problemas.

Si tú que me estás leyendo ahora, eres tan creyente como yo supongo que eres, ya sabes perfectamente que ese evangelio del “todo bien y feliz”, no existe, es irreal y forma parte de una suerte de marketing evangélico elaborado par captar adeptos.

Lo cierto es que, cuando aceptas a Cristo como Salvador personal y Señor de tu vida, Hay una inmensa gama de problemas que allí mismo se te terminan. Verdad. Pero tan verdad como que, a partir de ese mismo instante, otra clase de problemas hasta allí desconocidos aterrizan sobre tu vida y comienza a batallarla.

Estoy de acuerdo que no es esto lo que conviene publicitar porque nadie se acercaría. Pero también sé que no decirlo o – Mucho peor – decir lo contrario, es sencillamente mentir. Y el padre de mentira es Satanás. Y nadie supondrá que se puede entrar en el Reino de Dios de la mano de la mentira de la cual es autor Satanás, ¿No crees?

Es exactamente lo mismo que con relación a ciertos evangelistas predicadores. Hacen un mensaje de cuarenta y cinco minutos hablándole a la gente de los horrores del infierno y la conveniencia de ir al cielo. Es verdad, cuando hacen el llamado vienen corriendo todos. Pero no es por una decisión de fe, es por miedo.

Entonces algunos que todavía piensan adentro de las iglesias, se preguntan: si esta gente viene corriendo a buscar la salvación porque sienten terror de lo que puede ser el infierno, ¿De la mano de quien llegan? Sin dudas: de la mano del que tiene el imperio del miedo, que no es Dios, obviamente…

Y luego, Pedro, arriba a lo que yo creo, es la base esencial del evangelio en este tiempo que estamos viviendo hoy. Dice que ya es tiempo de que el juicio de Dios comience por la casa de Dios, esto es: por nosotros.

Porque la casa de Dios no es un templo, ni un salón ni un garage. La casa de Dios es donde Él habita, y Él está habitando en ti, que es adonde lo invitaste a entrar cuando te convertiste, ¿Recuerdas? “¡Señor! ¡Entra en mi corazón, ahora! ¡Te invito a venir a mi vida!” ¿Algo así dijiste? Tú no viste nada, pero Él se lo tomó en serio y allí está ahora.

Por tanto, si el juicio de este tiempo comienza por la casa de Dios, tal como te lo está diciendo Pedro, ese juicio comienza por nosotros. Por los que hemos creído auténtica y genuinamente en Él. – “¡Ah! ¿Por toda la iglesia?” – ¿Y a ti quien te dijo que toda la iglesia cree en Él?

El sufrimiento de los cristianos se explica, en parte, como el comienzo del tiempo señalado por Dios para el juicio. Tal sufrimiento tiene un efecto purificador de la casa de Dios, que es la gente que compone la iglesia.

Ese juicio divino, (Y recuerda que juicio es separación de lo verdadero de lo falso, y no necesariamente una hecatombe sideral), culminará con el terrible derramamiento de la ira divina sobre aquellos que hayan decidido rechazar el evangelio.

(Jeremías 25: 7)= Pero no me habéis oído, dice Jehová, para provocarme a ira con la obra de vuestras manos para mal vuestro.

(8) Por tanto, así ha dicho Jehová de los ejércitos: Por cuanto no habéis oído mis palabras, (9) he aquí enviaré y tomaré a todas las tribus del norte, dice Jehová, y a Nabucodonosor rey de Babilonia, mi siervo, y los traeré contra esta tierra y contra sus moradores, y contra todas estas naciones en derredor; y los destruiré, y los pondré por escarnio y por burla y en desolación perpetua.

De acuerdo: esto es Antiguo Testamento y, en muchos centros de estudios bíblicos, no se le da mayor incidencia por ello. Sin embargo, y con el debido respeto que las eminencias teológicas se merecen, creo que el Señor es muy claro cuando le hace decir a Pablo que toda la escritura es apta para enseñar y etc.etc.

Por tanto, voy a permitirme extraer principios plasmados hace miles de años que, tal como lo es toda la Palabra de Dios, siguen estando completamente activos y vigentes en este tiempo. El primero, es que nuestras obras humanas en contra de su propósito y voluntad, provoca la ira de Dios. No subestimes esto, en el nombre de Jesucristo te lo pido.

Dios dice que los que no han oído sus palabras, (O las han oído y no le han dado crédito), son los que están junto al rey Nabucodonosor. Está hablando de Babilonia y tú, si sigues con cierta atención lo que aquí estamos enseñando, ya sabes qué es Babilonia en este siglo veintiuno.

Y no sólo eso, sino que agrega que también destruirá a todas las tribus del norte. ¿Sabe lo que significan hoy esas tribus del norte? Sencillamente, los aliados de Babilonia. Gente que quizás no es falsa ni corrupta por sí misma, pero que por alguna clase de conveniencia, sostiene la estructura falsa babilónica con su aporte de cualquier naturaleza.

¿Cómo termina esta historia? Con escarnio, burla y desolación. ¿Y que es desolación? Soledad. ¿Se puede suponer que lo que hoy vemos pletórico de gente, bullicio, luces de colores, música y júbilo, un día pueda quedar en desolación? Humanamente no nos parece posible, pero Dios lo ha dicho. Y en Jeremías no es en el único libro que lo ha dicho.

(Malaquías 3: 5)= Y vendré a vosotros para juicio; y seré pronto testigo contra los hechicero y adúlteros, contra los que juran mentira, y los que defraudan en su salario al jornalero, a la viuda y al huérfano; y a los que hacen injusticia al extranjero, no teniendo temor de mí, dice Jehová de los ejércitos.

Una vez más, Dios dice que vendrá para juicio, esto es: para separar a lo verdadero de lo falso. ¿Está hablando del mundo incrédulo y la iglesia? En lo amplio y global, podríamos entender que sí. Pero como ha dicho que el juicio comienza por su casa, no será aventurado pensar en que también sus palabras apuntan a los que, estando adentro de la iglesia, no tienen en su corazón lo que un hijo de Dios esta llamado a tener.

Dice que el juicio será en contra del hechicero. ¿Sabes lo que es un hechicero? Ya sé que inmediatamente has pensado en un brujo, un adivino o cualquiera que vive conforme a los dictados del ocultismo. Es así, pero sólo en parte.

Porque la hechicería es la acción tendiente a que otra u otras personas se sometan a nuestra voluntad por cualquier medio o método. Y uno de esos métodos, puede ser alguna clase de maniobra ocultista, pero no es la única.

También se puede hacer hechicería a través de la manipulación emocional. ¿Te suena conocido? ¿No lo habrás visto, en alguna ocasión, mucho más cerca de lo que debería estar? Y otra forma, es la seducción o la amenaza, mediante la adulación o la coacción. ¿Tampoco habrás visto esto adentro de algún templo, verdad?

Y el juicio se extenderá a los adúlteros. ¿Será, entonces, que todos los hombres y mujeres que en ese tiempo estén manteniendo relaciones sexuales con personas que no son sus cónyuges legales, van a ser víctimas de ese juicio? Nadie lo duda, pero no los únicos.

Porque hay otra clase de adulterio que, si me dejas pensar, te diría que para Dios es mucho más ofensivo. Porque están viviendo la misma clase de adulterio que ya vivió Israel hace miles de años atrás: un adulterio espiritual.

¿Y como es esa clase de adulterio? Como el otro, pero en el matrimonio santo, el de Cristo y la iglesia. Ella, le pertenece legalmente a Él, pero mantiene relaciones adúlteras con el humanismo, el cientifismo, la filosofía, el secularismo, el esoterismo y hasta el mismísimo ocultismo satánico.

¿No te llama poderosamente la atención que, mientras muchos predicadores que seguramente habrás escuchado, te aseguran una salvación tranquila y sin demasiados inconvenientes, Pedro, el apóstol, te dice que esa salvación te llegará con dificultad?

Cualquier mediano diccionario de la lengua española te dirá que dificultad quiere decir algo así como: embarazo, inconveniente, oposición o contrariedad que impide conseguir, ejecutar o entender bien algo y pronto. También es duda, argumento y réplica propuesta contra una opinión.

No es demasiado, pero es más que suficiente. Ser salvo con dificultad, tal como Pedro lo expresa en el verso 18 repitiendo palabra anterior, es pasar por oposiciones, contrariedades e inconvenientes de todo calibre que tratan de impedirlo.

Y él establece la comparación con el impío, esto es: el no pio, el no espiritual. Y asegura que si el justo llega a ser salvo en esas condiciones, no se ve la razón por la cual un impío podría serlo sin ninguna clase de toma de decisiones por su parte.

El universalismo está enviando más gente al infierno que el propio Satanás y sus demonios, aunque no sería raro que ellos estén detrás de esta filosofía supuestamente “cristiana”, que enseña que en el final dios salvará a todos porque es bueno. ¿Es que nadie se detendrá un segundo a pensar que, si eso es así, el sacrificio de Cristo habría sido innecesario? El pueblo perece por falta de conocimiento, ¿No?

(Proverbios 11: 31)= Ciertamente el justo será recompensado en la tierra; ¡Cuánto más el impío y pecador!

Una de las acepciones de la palabra recompensa, es la de premiar un beneficio, favor, virtud o mérito. Y la gente se ha tomado de ella y no ha investigado más. Si así fuera, la segunda parte de este proverbio, ¿Nos estaría diciendo que el impío y pecador será recompensado más que el justo? Ni lo sueñes.

Porque otras dos acepciones de esta palabra recompensa, nos dicen que también es: retribuir o remunerar un servicio, lo cual ya acomoda las cosas de un modo más entendible. Tanto el justo como el impío recibirán su retribución conforme a la clase de servicio que haya o no brindado.

Y la tercera, que es mucho más concreta aún, señala que recompensa es compensar un daño hecho. Allí sí que tienen que ver el impío y el pecador con exclusividad. Ellos dañaron la voluntad y el propósito de Dios y, como corresponde a un Dios justo, recibirán su recompensa. El dilema es saber cual es una y cual es la otra recompensa…

(2 Tesalonicenses 1:11)= Por lo cual asimismo oramos siempre por vosotros, para que nuestro Dios os tenga por dignos de su llamamiento, y cumpla todo propósito de bondad y toda obra de fe con su poder, (12) para que el nombre de nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en vosotros, y vosotros en él, por la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo.

Nadie puede decir esto con valor doctrinario, pero sí como elemento informativo capaz de adosar ideas a una premisa ciento por ciento cristiana. Partiendo de la base de lo vivido por el propio Jesús, hay que entender que una de las muy pocas “fórmulas” para terminar con el pecado, es el padecimiento en la carne. Eso no implica ni determina auto castigos físicos ni flagelaciones masoquistas, pero deja claramente establecida la idea conceptual de fondo. Padecer en la carne, también es suspender aquellas cosas que hacíamos cuando estábamos en el mundo y el pecado. Esas mismas cosas por las cuales, al dejar de hacerlas, ese mundo comienza a odiarnos profundamente.

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enero 1, 2015 Néstor Martínez