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¡Aunque Los Muertos Resuciten!

Este es un trabajo conforme al estilo de esta sección, esto es: un estudio de otro hijo del Señor, en letra negra, que yo me permito comentar, añadir o cuestionar en letra verde. Sin embargo, en este caso, por hacer formado parte activa y protagónica del suceso central que aquí se relata, me he permitido ir un poco más allá de simples comentarios y añadir, para enriquecer el tema, no el estudio, mi propia experiencia al respecto.

Como de costumbre, espero que te sea no solamente de utilidad informativa, sino de bendición espiritual, que es el epicentro de todo este esfuerzo editorial. Porque cualquier información siempre es bienvenida para los hijos de Dios, porque les evita entrar en ignorancias y confusión, pero lo único verdaderamente apetecible es recibir una bendición de Dios, y para eso simplemente sus instrumentos tendremos que ser usados en obediencia plena.

Cuando en el inicio de los años 90, el ministerio de Claudio Freidzon apareció en Argentina, mi ciudad de Rosario fue una de las primeras en recibirlo. En ese entonces yo tenía un programa radial donde mezclaba, con dudosa eficacia, información secular periodística con versículos bíblicos y lecturas espirituales más o menos relacionadas. Yo me ocupaba de lo primero, mientras que gente que colaboraba conmigo hacía lo segundo.

Porque yo estaba total e íntimamente convencido por esos tiempos, que Dios deseaba utilizarme en lo que hasta ese momento era mi profesión secular y casi epicentro de mi vida: el periodismo. Ya conté en algunos de mis libros que Dios jamás avaló eso, pero en mi ciega ignorancia espiritual yo seguía insistiendo y dándole la espalda a un llamado que todavía no había sido con firmeza ni rigor, apenas estaba en su primera fase: con amor.

El caso es que esa mañana de sábado yo había concluido mi programa y estaba dialogando con algunos hermanos de otra congregación que tenían el suyo a continuación. Ellos sabían que entre mi ortodoxia conservadora denominacional y su progresismo pentecostal tradicional, había un campo que, si bien yo no compartía del todo, por el momento respetaba por cierta sujeción mínima al que entonces era el pastor de mi iglesia.

Así y todo, y dejando entrever en su palabra que ellos sabían perfectamente eso, uno de los pastores de esa congregación me formuló una invitación especial solamente destinada –me aclaró- para líderes y pastores, cosa que yo no era. Y añadió ante mi ignorancia y desconfianza total, que el Señor le estaba diciendo que debía invitarme a mí para ese evento. ¿De qué se trataba? De la visita del pastor Claudio Freidzon, que al parecer venía cargando una nueva unción.

No pudo ser. Les aseguro que pese a mi ignorancia y a estar recibiendo una enseñanza dominical sumamente cerrada al respecto, yo hubiera concurrido. Porque en ese sentido no tenía ni temores ni desconfianzas religiosas, y además porque sin saberlo yo muy bien todavía, mi espíritu estaba buscando más y más de Dios y estaba dispuesto a ir donde fuera para encontrarlo. Pero tuve un inconveniente personal y no pude asistir. ¿Qué hice? Le transferí la invitación a un joven pastor de mi denominación al que yo conocía como abierto y predispuesto a cosas diferentes.

Él sí fue. Y en esa reunión recibió un caudal de lo que entonces se estaba moviendo en el mundo espiritual de un modo totalmente misterioso, atípico y desconocido para todos. Cuando regresó y me contó las maravillas que había experimentado, le pedí que él orara por mí exactamente como Freidzon había orado por él. Yo no me fui, como él, al suelo, ni temblé, ni me lancé a reír a carcajadas ni nada por el estilo en lo físico y visible. Pero al día siguiente y para siempre, yo era otra persona. Y le guste a quien le guste y pese a lo que pese, ¡Gloria a Dios por ello!

Desde adentro hacia afuera se había producido en mí un tremendo cambio rotundo, contundente y casi violento. Pero esa ya es mi historia personal y algún día te la contaré completa si el Señor me ordena hacerlo. El joven pastor, por su parte, no tuvo ni mi misma fortuna, ni mi mismo futuro. A él las cosas le sucedieron muy diferente y casi hasta de modo incomprensible. Y no para bien, precisamente. Pero esa es su historia personal y no estoy ni autorizado ni motivado para contártela. Apenas podría decirte que hubo momentos donde pensé que este joven líder había aparecido allí solamente para que Dios lo utilizara como vehículo de una unción reservada para mí que yo no pude ir a recoger al lugar indicado.

Porque todo, pero absolutamente todo lo que hoy soy, y mucho más allá de lo que tú y todos los demás supongan o crean que soy, se lo debo a esa unción que yo recibí por fe. Conjuntamente con muchísima gente que no sé qué hizo con ella, ya que jamás pudo ser útil al Reino de Dios. Pero esa también es una historia que quizás alguna vez compartiré contigo. Sólo te he dado este instructivo inicial para que ahora sí podamos recorrer juntos los vericuetos técnicos, teológicos y religiosos de lo que fue ese shock de renovación espiritual.

Una renovación de la que nadie jamás nos había hablado antes. Es más; una palabra, renovación, que apareció de improviso para incorporarse al idioma evangélico de los años noventa argentinos. Una palabra que estaba siempre presente en las conversaciones entre hermanos de una misma o distinta denominación. ¿Eres renovado? ¿Eres renovada? ¿Está renovada tu iglesia? ¿Se predica un mensaje renovado o antiguo en tu iglesia? Preguntas que todos le formulaban a todos y que todos se esmeraban en responder lo mejor que podían. Todo eso en medio de una especie de caos santo del cual el autor de este libro habla sobradamente.

AUNQUE RESUCITEN LOS MUERTOS

John White

Este trabajo tratará acerca de la renovación, centrándose en las manifestaciones físicas y psíquicas que con frecuencia la acompañan, y en el hecho paradójico de que quizás muchas personas que oran sinceramente, pidiendo una visitación de Dios, rechazan lo que Él envía porque lo encuentran ofensivo.

Cuando ocurre una renovación, se requiere tanto humildad como fe para reconocerlo como lo que es: una visitación divina. Desgraciadamente, en los últimos siglos, muchos cristianos han estado a tal punto endurecidos que no hubieran llegado a percibir lo que Dios estaba haciendo, aunque los muertos hubieran vuelto para convencerlos.

En este trabajo me propongo: 1) – Intentar definir qué es la renovación.- 2) – Examinar el extraño fenómeno de la oposición cristiana a la renovación.- 3) – Enumerar y describir formas corrientes de comportamiento inusual que ocurren en una renovación.- 4) – Analizar la naturaleza de estas manifestaciones.- 5) – Reflexionar acerca de cuál debería ser nuestra actitud hacia ellos.

1 – DEFINICION DE RENOVACION

Lo que durante los últimos trescientos años hemos dado en llamar renovación representa una obra excepcional del Espíritu Santo, durante la cual:

a) Gran número de personas, convertidas o no, hombres, mujeres y niños, confrontados tanto con la santidad como con la misericordia de Dios, despiertan y experimentan el arrepentimiento, la fe, la adoración.

No interesa lo que tú pienses, te hayan contado o hayas estudiado al respecto; yo fui uno de ellos. Muchos podrán argumentarme esto, aquello o lo otro. Y es posible que hasta tengan razón. Yo, lo único que sé, es que yo viví esa confrontación, y de ella, fluí con otro color interior.

b) El poder de Dios se manifiesta de una manera tal que ninguna explicación sociológica o psicológica da cuenta acabadamente de lo que ocurre.

A eso lo viví más adelante, cuando ya en conciencia de ser poseedor de algo que debía inexorablemente compartir con mis hermanos, me lancé a impartir esa unción a quien deseara recibirla, sin prestar demasiada atención en protocolos eclesiásticos. Eso preparó mi salida de la estructura. ¡Gloria a Dios por ella!

c) La comunidad como un todo toma conciencia, y muchos perciben el movimiento como una amenaza a las instituciones existentes.

Esta fue, casi textual y puntualmente, la reacción primaria de la mayoría de los líderes de la que por entonces era mi denominación. Un pequeño porcentaje, (El pastor entre ellos) creo que hacía como que la aceptaba, pero todo era con la idea íntima de aumentar el número de miembros de la iglesia, cosa que indefectiblemente se produjo.

d) La renovación, tanto de los convertidos como de los inconversos, se acompaña a menudo de manifestaciones físicas y emocionales inusuales, que pueden tornarse en tema de controversia; los analizo, no porque sean lo central de la renovación, sino porque han creado problemas, constituyéndose en una ofensa para aquellos que se oponen a la renovación y a veces en piedra de tropiezo para aquellos que participan del mismo.

Había un hermano nacido en Italia y llegado a Argentina hacía muchos años atrás. Era diácono y opuesto totalmente a este nuevo mover. Cuando le tocaba predicar, en su hermoso “cocoliche” de idiomas, su mensaje se basaba siempre en un Dios de amor que de ninguna manera se parece a ese “Dio’ tumbatore” que adoran algunos. Más claro échale agua, ¿Verdad?

e) Las bendiciones de la renovación y la influencia del Espíritu Santo pueden darse junto con conductas inmaduras y pecaminosas de parte de aquellas personas que declaran integrar el movimiento, de modo que se nos ofrece una extraña mezcla de influencias santas y diabólicas, unidas a la flaqueza humana.

Aquí, inexorablemente, tengo que hablar del saco de Claudio Freidzon. Como todos nuestros pastores, Claudio se vestía para sus reuniones con atildado traje y corbata. Predicaba, oraba por sanidad y liberación, y en el final de la reunión, ministraba unción del Espíritu Santo.

Esto consistía en orar pidiendo al Espíritu Santo que llenara el lugar y, pasado un momento de espera de esa presencia, decidir que el Espíritu estaba allí y proceder a impartirlo como el mismo Jesús lo había hecho: soplando.

Claudio soplaba unción del Espíritu Santo, y de inmediato como si una enorme mano cayera sobre el lugar de reunión, (Mayoritariamente eran estadios de básquet o grandes salones para cinco o diez mil personas), toda la gente se desparramaba por el piso o las gradas brindando un espectáculo tremendo para los ojos de los incrédulos y también de muchos cristianos ortodoxos.

No bastándole eso, y creo que dejándose llevar por una inmadura alegría por contar con ese enorme poder que ni él mismo entendía, en una ocasión se sacó el saco de su traje, y decretando unción, se lo arrojó a un grupo de pastores que estaban de pie arriba de la plataforma esperando que él los ministrara. ¿Me creerás si te digo que cuando el saco estaba volando hacia ellos, el grupo entero se estaba cayendo al suelo como fulminado por un rayo?

Y eso no fue todo. En una reunión siguiente, ya con esta experiencia vivida, Claudio llamó a un determinado pastor y le preguntó si había venido a la reunión gente de su iglesia. El pastor le dijo que sí, que habían venido treinta o cuarenta y señaló el lugar en las gradas donde se encontraban.

Claudio se quitó el saco, se lo entregó al pastor y le dijo que fuera y se lo arrojara a los miembros de su iglesia. El pastor obedeció sin dudar y, cuando arrojó el saco a la tribuna, en medio de más de trescientas personas que se encontraban allí, sólo se fueron al suelo los miembros de la iglesia del pastor que les había arrojado el saco de Claudio.

Jamás pude explicarme eso de manera coherente o teológica. Hoy ya ni siquiera lo intento. Fue así y punto. Para muchos sirvió de enorme potencial y para otros de gran escándalo. Lo cierto es que se trató de un enorme acto de inmadurez, donde muchos hombres adultos y serios, estuvieron jugando con la unción de Dios.

Jonathon Edwards comenta al respecto: “El que muchos que parecen ser receptores de esa influencia, sean culpables de graves irregularidades e imprudencia en su conducta, no es prueba de que una obra no provenga del Espíritu de Dios. Debemos tener en cuenta que el propósito por el cual Dios derrama su Espíritu es el de santificar a los hombres, no el de transformarlos en destacados ciudadanos. No llama la atención, entonces, que en una multitud tan heterogénea, con sabios e ignorantes, jóvenes y viejos, débiles y fuertes, sometidos a fuertes impresiones mentales, haya muchos que se comporten con imprudencia”

Más adelante comenta: “Si algunos de aquellos en quienes se cree que hubo manifestaciones, caen en errores graves o prácticas escandalosas, eso no prueba que la obra en general no sea la obra del Espíritu de Dios. Hay innumerables ejemplos de este tipo en los días de los apóstoles…crasas herejías…prácticas viles…”

Las renovaciones (Entre los convertidos), y los avivamientos (Entre los inconversos), que normalmente se dan juntos, representan la actividad normal del Espíritu Santo pero expresada en magnitudes mucho mayores que las habituales.

La mayor amplitud de su acción moviliza la comunidad como un todo, y sacude los intereses arraigados en las iglesias. Al hacerlo, despierta temor y hostilidad. Los oficiales de la iglesia se sienten ofendidos por ciertos aspectos del movimiento, tales como las manifestaciones arriba mencionadas y las que se tratarán más abajo en el punto (e).

A mi modo de ver, y habré de reiterarlo una vez más porque lo he escrito y dicho en casi todos mis trabajos desde el 2000 en adelante, esas “ofensas santas” experimentadas por esos líderes eclesiásticos, no son sino una lógica reacción ante un asunto al cual no pueden controlar.

Y todos, absoluta y decididamente todos los que alguna vez hemos sido miembros rutinarios de congregaciones evangélicas, sabemos, que el espíritu de control, que obviamente jamás vino ni vendrá de parte de Dios, es el que mayor actividad ejercita dentro de la mayoría de los templos. Y todo lo que ese espíritu no pueda medir, queda afuera.

2 – EL CARÁCTER DE OPOSICIÓN CRISTIANA AL AVIVAMIENTO

¿A qué se debe que verdaderos cristianos se oponen a lo que Dios hace? La historia muestra claramente que esto ha sucedido de manera constante. La hostilidad nunca se manifiesta hacia la idea de la renovación por la cual se ora ardientemente, sino hacia la respuesta de Dios a nuestras oraciones, y a las formas inesperadas que puede llegar a asumir.

Lo he contado alguna vez. Un viejo líder de una iglesia cuya denominación no terminaba de simpatizar con estas cosas, cumplía en orar por un avivamiento y presencia del Espíritu Santo en sus reuniones, porque así se lo pedían algunos miembros jóvenes de la congregación.

Convengamos que ya ésta simple oración le costaba horrores, así que no tenía mejor idea que, terminada esa primera fase, él le añadía al Espíritu una especie de directiva para que lo que fuera a hacer, lo hiciera de un modo sereno, sin espectacularidades ni cosas impactantes… (??)

A – La oposición y la crítica cristiana son a menudo mordaces.

Ralph Erskine fue un hombre piadoso y un perspicaz pensador, enormemente usado en un avivamiento en Escocia a comienzos del siglo XVIII (Que incluyó muchas manifestaciones extraordinarias). Sin embargo, cuando Whitefield visitó Escocia, a pesar de que hizo visitas de cortesía y procuró acercarse a Erskine, éste y su gente lo difamaron, porque percibían las relaciones eclesiásticas de Whitefield como una amenaza a su propio movimiento.

Todo hombre de Dios que esgrima un poder sobrenatural en algunas de sus presentaciones públicas, siempre será una amenaza para un enorme grupo de jerarquías que jamás han podido ni vivir ni expresar ninguno.

En 1742 Erskine y sus colegas escribieron un panfleto titulado: Declaraciones, protesta y testimonio del Remanente sufriente de la verdadera Iglesia Presbiteriana de Cristo en Escocia, anti-papista, anti-luterana, anti-clerical, anti-sectaria.

En ese panfleto denunciaban que “las inmorales manos clericales y sectarias de Whitefield” habían administrado los sacramentos a los presbiterianos, y afirmaba que “Whitefield no tiene una conversación limpia…es un idólatra escandaloso… un miembro del anti-Cristo; una bestia salvaje…” Aunque el tono destemplado del panfleto refleja las circunstancias y costumbres del momento histórico, su exceso también puede atribuirse al temor suscitado por el ministerio de Whitefield.

Seguimos encontrando muchos ejemplos del mismo lenguaje desmedido, aunque levemente moderado en la expresión. Algunas de estas expresiones han provenido de los labios de líderes actualmente venerados entre los evangélicos. Líderes consagrados no dejan por ello de ser seres humanos.

Fui miembro de una congregación en la cual, cuando alguien deseaba que los demás supieran algo (cierto o no) de otro hermano, no tenía mejor idea que dejar “misteriosamente” una pila de panfletos que eran retirados puntillosamente por cada asistente y leído con no poca fruición, aunque luego se lo criticara con palabras altisonantes e hipócritas.

B – Tememos lo novedoso

En épocas pasadas, los cristianos muchas veces se oponían a las renovaciones porque se manifestaban en un estilo al que no estaban acostumbrados. Nos habituamos a determinadas maneras de hacer las cosas. Normalmente, las renovaciones incluyen un elemento novedoso, por ejemplo, una manera diferente de predicar.

La predicación rural era algo desconocido en Inglaterra antes del avivamiento wesleyano. ¡Al propio John Wesley le resultó difícil de aceptar, la primera vez que George Whitefield se lo expuso! Confiamos en los sonidos, las frases, las rutinas familiares. A las personas mayores les resulta especialmente difícil aceptar el cambio. Jonathon Edwards comenta:

“Hay una gran predisposición de las personas a dudar de las cosas extrañas; especialmente les cuesta a las personas mayores aceptar que sea cierto algo a lo que no estaban acostumbrados en su época o de lo que no habían oído hablar en los tiempos de sus padres.”

Nuestro temor a lo novedoso se acrecienta por el hecho de que somos occidentales. Sin advertirlo, los cristianos en Occidente estamos provistos con la misma actitud hacia lo sobrenatural que los humanistas tal es la envolvente influencia del naturalismo y de la ciencia en nuestras creencias cristianas.

En consecuencia, lo milagroso nos alarma y tendemos a rechazar aun los relatos de casos reales contemporáneos, repitiendo incasablemente las mismas historias, algunas ciertas y otras apócrifas, que niegan lo ocurrido.

La primera vez que prediqué en público en un templo, (Normalmente lo hacía ante el micrófono de una emisora de radio), creo que se batieron todos los records de gente bostezando y hasta durmiéndose.

Cualquiera (Y me incluyo) hubiese pensado que eso se producía por causa de ser el mensaje demasiado monocorde, sin altisonancias y sin palabra ungida, pero tengo que decirte que lo que predicaba es lo mismo que hoy lees u oyes en esta página Web. Tú decidirás qué era.

No era muy habitual que en mi iglesia se me invitara a pasar al frente a orar por los que allí habían pasado luego del mensaje, pero en una ocasión el pastor tuvo un acto de generosidad y lo hizo. Recuerdo que caminé y me paré en el frente. ´

Delante de mí no había nadie, toda la gente formaba fila delante del invitado del día, (Un predicador muy conocido), y de sus ayudantes. Yo no era nadie así que nadie venía a buscar ministración de mi parte.

De pronto un matrimonio mayor, quizás porque tenía prisa y deseaba que alguien orara rápido para irse a su casa, se plantó delante de mí. Fue sólo alzar mis manos y los dos se fueron al suelo. Hubo un murmullo de sorpresa y, en menos de diez segundos, las distintas filas para oración se unificaron en una; ¡Frente a mí! ¿Cómo me iban a amar mis consiervos?

C – El desorden y la confusión en las reuniones es algo perturbador.

En las Crónicas de Marnia, C.S. Lewis solía decirnos: “Aslan no es un león dócil.” Parecería querer decir con ello que Dios no es ni predecible ni controlable. Por cierto, es un Dios de orden, un Dios ante cuya palabra todopoderosa el caos y la oscuridad desaparecen, pero la irrupción del orden no deja de ser tempestuoso ni está exenta de imprevisibles. El caos y las tinieblas huyen aullando vigorosamente.

No nos equivocamos cuando anhelamos la paz. Pero generalmente, en la comunidad religiosa, la paz tiene que ver con estructuras y tranquilidad. No hay nada malo en ninguna de éstas. Pero nuestro anhelo de alcanzarlas nos ha llevado a confundir orden con pasividad y con rutinas previsibles, y a creer que alcanzamos aquellas cuando poseemos estas.

Disiento en parte con el autor cuando dice que no hay nada malo en las estructuras y la tranquilidad. No lo hay, quizás, desde la óptica de “peor es nada”, pero convengamos en que si existe algo que ha trastocado la esencia más pura del evangelio primitivo, ese algo han sido las estructuras y el amor a esa clase de tranquilidad.

Refiriéndose a la renovación en Nueva Inglaterra acaecido a comienzos del siglo XVIII, Jonathon Edwards (Probablemente el hombre más sabio y piadoso de su tiempo), escribió: “Cuando hay una multitud reunida, muchos se oponen considerándolo una confusión; y dicen que Dios no puede ser autor de esto, porque Él es Dios de orden, no de confusión.”

Según Edwards, el orden podía ir acompañado de la turbulencia y ruido de hombres y mujeres clamando por perdón o cayendo temblorosos al suelo, y aun hasta de “Satanás gritando a viva voz”. Consideraba que esto no implicaba mayor confusión que “si una muchedumbre se encontrara en un campo a implorar por lluvia y fueran interrumpidas en su ritual por una generosa lluvia”. Estaba tan convencido de nuestro desatino en lamentar la confusión que se produce cuando obra el Espíritu Santo, que exclamó:

“¡Quiera Dios que todas las reuniones públicas del país fueran interrumpidas en sus servicios por confusiones como ésas el próximo día de reposo! No debemos lamentarnos por el hecho de que se rompa el orden de nuestros medios, si de esa manera alcanzamos los fines a los cuales se dirige ese orden. El que va en busca de un tesoro, no tiene que lamentarse si su viaje se interrumpe a mitad de camino por haber encontrado el tesoro.”

De todos modos, la crítica a los primeros metodistas, a Whitefield y a muchos movimientos de renovación subsiguientes, se ha basado en una errada concepción de lo que es el orden.

De todos modos, y a pesar del tiempo transcurrido, todavía hoy en este pleno siglo veintiuno, son mayoritarios los sectores que entienden al orden de Dios como un cierto acartonamiento disfrazado de solemnidad, que suele ser la clásica y tradicional pintura del religioso-tipo.

D – El surgimiento de obreros y líderes “menos capaces”

En épocas de renovación, algunos líderes cristianos se sienten ofendidos por la calidad del nuevo liderazgo. Hay dos razones de disconformidad. Por un lado, se desdibuja la distinción clérigos-laicos, amenazando las instituciones clericales. Por otro lado, muchos de los líderes que surgen carecen del nivel de entrenamiento formal y del refinamiento que algunos considerarían esencial.

Esto ofende el amor propio. Sin embargo, Dios nunca se ha restringido a obrar a través de siervos altamente calificados. Los profetas incluían una gama heterogénea de poetas, estudiosos y hombres sin instrucción. Jesús, que era carpintero, eligió lo que algunos considerarían un puñado bastante heterogéneo y poco calificado para fundar la iglesia.

Esto es absolutamente cierto, pero no obstante, todavía sigue siendo el hombre con su cabello matizado de canas, que calza anteojos de fino marco y remata su aspecto con un riguroso traje oscuro con corbata pálida al tono, el típico representante del liderazgo eclesiástico evangélico.

Si ellos modificaran sus ropas, quizás serían rechazados por sus adeptos como lo fueron por su gente los sacerdotes católicos romanos que abandonaron la antigua sotana negra del cuello a los pies, mutándolas por modernos equipos casi deportivos.

E – Manifestaciones de excesos emocionales y de estados físicos inusuales.

Los relatos de renovaciones abundan en ejemplos de personas que sollozan, tiemblan violentamente, gritan, pierden la conciencia, se caen y se estremecen de manera incontrolable. No se nos pide que estimulemos tal comportamiento, pero sucede. Trastorna la calma de las reuniones y suscita preguntas no sólo respecto a su legitimidad sino a su origen.

Rusell Spittler señala en un trabajo inédito que en los cinco períodos de renovación ocurridos en Estados Unidos desde mediados del siglo XVIII, sólo uno de ellos, el de Moody-Sankey, carece de tales manifestaciones. Se puede afirmar algo similar respecto a las renovaciones en Inglaterra.

3 – TIPOS DE MANIFESTACIONES

Las manifestaciones varían en sus características. Algunas son mixtas, e incluyen componentes demoníacos. Algunas reflejan claramente el horror y la angustia frente al pecado, y otras, un gozo extremo por la nueva percepción de la gracia de Dios. Algunas no son fáciles de explicar o entender. Por el momento voy a enumerar sólo las manifestaciones más corrientes, que incluyen:

a). Convicción y angustia, (Ejemplos citados más arriba);

b). Expresiones prolongadas y exuberantes de alabanza.

¿Cómo hubiéramos reaccionado, me pregunto, de haber estado presentes durante la renovación de Cambuslang, Escocia, en el año 1742? Whitefield escribe:

“Seguramente nunca se había oído de una conmoción semejante, especialmente a las once de la noche. Excedió con creces todo cuanto yo había visto en América. Durante aproximadamente una hora y media hubo llanto, tantas personas que se sumían en profunda angustia y lo expresaban de distintas maneras…sus sollozos y agonías impactaban tremendamente.

El Sr. McCullough predicó después que yo había concluido, hasta después de la una de la madrugada, y apenas pudo persuadirlos a que se retiraran. Durante toda la noche se pueden escuchar en el campo las voces de oración y alabanza. Algunas jóvenes mujeres fueron vistas por una gentil dama alabando a Dios al amanecer, y fue a reunirse con ellas.”

Manifestaciones de esta índole continúan hasta nuestros días.

Claro, y la gran pregunta que los cristianos se han hecho y siguen formulándose, es: ¿Por qué no podemos aceptar que todas estas cosas vengan de Dios? Respuesta simple: porque nos han enseñado y presentado a un Dios solemne, triste y estructurado, casi un símil de lo que son los hombres de ciertas denominaciones que conocemos, seguramente, tú y yo.

c – Temor

Se encuentran muchos ejemplos de esto en las escrituras, comenzando con el “Tuve miedo…” de Adán y continuando con “la gran oscuridad en la que Abraham “sintió mucho miedo” (Gn 15:12). Moisés “el esposo de sangre” (Ex. 4:24-26), Daniel (Dn. 10:19), los discípulos en la transfiguración (Mt. 17:6), Juan (Ap. 1:17) y muchos otros.

En las tres ocasiones durante mi propia vida en las que el Señor por su gracia se me ha aparecido (Siempre de manera inesperada y en una oportunidad habiendo tenido yo el atrevimiento de increparlo), mi reacción incontrolada ha sido siempre la misma: una debilidad espantosa (Tal que en una oportunidad sólo podía estar de bruces), temblor, transpiración, llanto y sin embargo, al mismo tiempo gozo y adoración.

Tal temor es de dos clases en las Escrituras: el temor del siervo desobediente (Moisés en Ex. 4:24-26) y más comúnmente, lo que Rudolph Otto llama temor numinoso – que también es temor, pero mezclado con un sentido de asombro, gozo y adoración.

Has leído este pequeño pero contundente relato del autor respecto a su propia experiencia. ¿Puedes aceptarla y creerla o la tomas con pinzas y una cierta desconfianza? Allá tú y tu respuesta. Pero piensa un momento; de ser real y genuina, ¿Cuántos que tú conoces, (Incluyéndote), han tenido una similar? ¿Cuántos, según la esencia de ese relato, han tenido un encuentro personal con Cristo?

d – Estremecimiento y temblor, pero no asociado con miedo.

Puede ser de intensidad variable y abarcar sólo una parte del cuerpo o su totalidad. Puede ir acompañado de transpiración, respiración profunda y aceleración del pulso. Generalmente se trata de un temblor suave asociado a una tranquila sensación de gozo y paz (Con lo cual difiere de la hiperventilación que acompaña a la ansiedad)

Pero el temblor también puede consistir en un sacudimiento violento. Hace aproximadamente un año, en las reuniones de Westminster Hall en Londres, observé durante varios minutos a un hombre de mediana edad. Era como si una mano gigantesca lo hubiera tomado por la parte superior de la espalda y estuviera sacudiéndole el tronco adelante y atrás unos veinte centímetros, mientras la cabeza y las extremidades se le balanceaban como los de un muñeco de trapo. Se trataba de un movimiento que ningún gimnasta o bailarín hubiera podido repetir.

Se ha informado acerca de rápidas sacudidas giratorias de la cabeza. Un caso que presencié en Singapur era claramente de origen demoníaco.

Esto último resulta clave. Si no tenemos el mínimo discernimiento espiritual para definirlo, no podremos jamás actuar en consecuencia. He visto a líderes reprender demonios en gente que temblaba de ese modo, aunque nunca logramos saber si realmente había demonios o, por el contrario, era el Espíritu Santo el autor de esa manifestación.

A mí personalmente me preocupaba mucho un detalle central: si eran demonios, gloria a Dios y aleluya por expulsarlos, pero si era el Espíritu Santo, ¿No lo calificaría Él como una blasfemia contra sí mismo esa reprensión? Y tú ya sabes la conclusión respecto a la blasfemia contra el Espíritu Santo, ¿Verdad?

e – Contorsiones y distorsiones corporales.

Se ha sugerido que ciertos movimientos podrían indicar conflictos referidos a pecados específicos, a veces pecados sexuales. Aquí también, ciertos movimientos de contorsión, especialmente cuando están asociados a siseos. Pueden indicar posesión demoníaca. He presenciado uno de estos casos.

Yo también. Ministrando personalmente a una treintena de personas que no conocía, una mujer joven comenzó a contorsionarse de esta manera aquí mencionada. Sin dudarlo, -aunque no tengo profundos conocimientos sobre el tema-, y con total certeza, até específicamente a un demonio de lascivia.

Funcionó; la mujer retornó a la normalidad y no pareció ni siquiera enterarse de lo que yo le había dicho casi al oído. Horas más tarde, algunos hermanos del lugar confirmaron mi actitud: era una mujer que estaba en adulterio, y no con un solo hombre, sino con varios. Era una historia terrible que los lugareños conocían muy bien, como siempre sucede en los poblados pequeños.

f – Caer “fulminados por el Espíritu”.

Este es el nombre popular para el fenómeno (Común tanto en las Escrituras como en la historia de la iglesia), de personas que caen de espaldas y quedan en esa postura por hasta dos horas. Algunos predicadores populares parecen estimular ese comportamiento. Sin embargo también sucede de manera espontánea y escritores de antaño han hecho referencia al hecho de “ser dominado” o “caer desvanecido”.

La mayoría de los sujetos manifiestan sensación de calma y de sublime indiferencia a las circunstancias que los rodean. Generalmente no se observan efectos posteriores, ni buenos ni malos. Ocasionalmente el estado se mantiene entre doce y cuarenta y ocho horas, en cuyo caso se dice que se producen profundos cambios espirituales.

Más dramáticas son las caídas sufridas por pastores y ministros, algunos de los cuales parecen ser arrojados hasta caer de bruces, golpeando rítmicamente la cabeza contra el suelo durante aproximadamente una hora.

Los cambios que suceden luego también pueden ser profundos. En otras oportunidades los sujetos no entienden por qué tuvo lugar el suceso. Curiosamente, los golpes parecen no producir daño físico ni dolor de cabeza.

Jonathon Edwards parece considerar la caída del carcelero de Filipos como un fenómeno de esta índole, y afirma que la reacción no se debió al temor ante la huida de los prisioneros, sino ante la presencia de Dios. Si es así, la reacción de Pablo adquiere más sentido.

La caída hacia atrás de la tropa que fue a arrestar a Jesús probablemente entra en la categoría de “ser dominados”.

En una reunión de oración de la que fue mi última iglesia, y a la que había sido invitado un evangelista que se movía con bastante poder de Dios en su ministerio, habían asistido, además de todos nosotros, los que estábamos hambrientos y deseosos de recibir más de Dios, algunos antiguos líderes que no miraban con buenos ojos estas cosas.

Entre ellos, había un hombre muy fiel y piadoso, pero que se veía influenciado por su esposa, la cual tenía actitudes y opiniones muy fuertes y feroces para con los que buscaban una renovación. Ella solía decir lo que pensaba de nosotros en alta voz y sin cuidar detalle alguno, respaldado por el poder interno del que gozaba su esposo.

El evangelista en cuestión nos hizo poner a todos de pie en el final de su predicación, y aclaró que no iba a formular ninguna invitación a la conversión porque nos estimaba a todos convertidos, que sólo le iba a pedir al Espíritu Santo que nos bautizara con fuego santo.

Lo hizo, ¿Y quién crees que terminó despatarrada por el suelo del cual no pudo levantarse hasta cuatro horas después? Sí señor, la esposa del líder. Nunca más volvió a abrir su boca en contra de los que buscaban más de Dios. Hoy, es una de las más firmes propulsoras y defensoras del despegar espiritual de su antigua denominación.

g – Risa

Algunos sujetos ocasionalmente irrumpen en risas y carcajadas, que pueden continuar durante horas, y excepcionalmente durante días. Como la risa se puede imitar, y la obtención de la “risa santa” parece añadir prestigio al sujeto, algunas risas “santas” representan más bien necesidades emocionales de la persona que algo genuino. El sujeto genuino, que normalmente se sentiría molesto de la tendencia a reírse en público, en ese caso se muestra indiferente al entorno.

He visto casos así en muchas de aquellas reuniones descriptas de la década del noventa. Pero he sido testigo de otro caso no menos contundente. Una hermana no gustaba del estilo de cierto predicador porque lo consideraba demasiado vociferante y a ella le agradaba más lo sereno y tranquilo.

Una noche que no podía conciliar el sueño, se puso a escuchar una emisora de radio cristiana, hasta que comenzó un mensaje grabado por ese predicador. No quiso tomarse el trabajo de cambiar de estación y se resignó a oírlo. Minutos después, sufrió un ataque de risa inexplicable, incontenible que la dejó extenuada cerca del amanecer. Supo que Dios le había hablado contundentemente con ello.

h – Ebriedad.

A menudo, cuando al ocurrir estas manifestaciones las personas se sienten muy impactadas, se producen fenómenos que semejan intoxicaciones mentales y corporales. Los sujetos se muestran eufóricos, generalmente después de una nueva percepción de la gracia de Dios, una nueva captación de la maravilla de su perdón.

Se sienten “pesados”, quizás no logran ponerse en pie, necesitan ayuda para caminar o tienen la marcha incoordinada, tropiezan torpemente y tienen el habla enredada. Las palabras con las que Pablo contrasta el emborracharse con el estar llenos del Espíritu pueden tener más significado que el que aparece a primera vista.

Este estado generalmente se asocia a una consagración renovada al Señor. Uno de mis parientes cercanos fue visto de pie en el atrio de la iglesia al cierre de una reunión en Winnipeg con los brazos en alto, llorando de gozo y balanceándose de manera inestable mientras repetía: “¡Ah, qué bueno que está!”

Hasta aquí había sido un cristiano que, si bien era regenerado, no evidenciaba un compromiso profundo con Dios. Después de esto demostró una nueva percepción de la gloria de Dios, un nuevo espíritu de adoración y alabanza, una nueva y aparentemente insaciable hambre por las escrituras y por la comunión cristiana.

Se podrían describir otras manifestaciones, tanto a partir de la literatura de los últimos trescientos años, como de las Escrituras y de la experiencia contemporánea. Se han expuesto teorías acerca de su naturaleza, pero están lejos de ser plenamente comprendidos. Examinamos el asunto a fin de que nos ayude a entender cómo debiéramos considerarlas.

Tengo una experiencia personal al respecto. No de ebriedad propiamente dicha, que también la he visto pero en otros. La mía fue muy rara. Estuvimos por espacio de diez horas en una multitudinaria reunión con el pastor Claudio Freidzon y, cuando nos retiramos, fui hasta donde había dejado estacionado mi automóvil.

Subimos con toda la familia más una hermana amiga y sin darme cuenta el motivo ni la causa, di vueltas a la manzana de un modo insólito por más de veinte minutos. Nunca supe qué fue lo que me sucedió, y tampoco le busqué demasiadas explicaciones. Soy un hombre normal y eso, creo, no tenía nada que ver con lo natural. Luego me enteré que en otras reuniones del mismo ministerio, hasta conductores de ómnibus sufrieron ese mismo síndrome del “carrousel”.

4 – ¿SON DE DIOS LAS MANIFESTACIONES INUSUALES?

Siempre ha habido una extendida desconfianza hacia las manifestaciones de este tipo. George Whitefield le escribió a John Wesley advirtiéndole acerca del peligro de estimularlas, (Aunque había sobradas manifestaciones en las reuniones del propio Whitefield). Se han suscitado preguntas respecto a su genuinidad y su origen.

¿Qué son? Podríamos decir que consisten en fenómenos psicológicos –fenómenos por ser observables y psicológicos por tener que ver con la mente y el alma. Pero, entre las posibilidades, podríamos sugerir:

a) intentos de las personas de atraer la atención sobre sí mismos;

b) la expresión de impulsos inconscientes;

c) actividad demoníaca;

d) una reacción a la hábil manipulación de los predicadores;

e) una reacción ya sea al poder del Espíritu Santo o a una poderosa revelación de la verdad por parte del Espíritu.

Coincido plenamente con estas posibilidades descriptas por el autor por una simple razón: he visto algunas de ellas en acción. Iba periódicamente a predicar a una iglesia en la cual, ante el llamado de cierre, pasaban muchos a recibir oración.

Entre ellos, tenía identificada a una mujer joven, que siempre pasaba al frente para orar. Yo oraba por ella, ella se caía aparatosamente, se convulsionaba tremendamente y daba muestras de estar recibiendo altamente de Dios.

No lo creo, un par de domingos después yo regresaba allí y ella estaba otra vez en el frente, presta a recibir oración, caerse y hacer todo lo que ya le había visto hacer en muchas otras ocasiones. Obviamente, lo que ella necesitaba era estar, aunque más no fuera por treinta segundos, en el punto de observación de toda la congregación y sus visitas. Atraer atención.

En otra congregación, ministrando gente, un joven se puso a orar en lenguas mientras yo oraba con él. Comenzó quedamente, casi acompañando mi oración. Se lo permití porque los dones no deben frenarse y porque cuando me solicitó permiso le dije que se sintiera en libertad.

Pero luego comenzó a orar cada vez más fuerte hasta llegar a gritar y producir un desorden. Lo miré fijo, le ordené al demonio que se callara la boca y se quedó en silencio con una sonrisa burlona mientras me preguntaba si se había terminado la libertad. Actividad demoníaca.

Finalmente, he visto decenas de personas que, deseando quedar bien con el predicador, cuando éste ora por ellos se arrojan al suelo casi desprolijamente. En otros casos, lo hacen porque el predicador los empuja suavemente y ellos toman ese gesto como una orden para irse al piso. Manipulación.

a – ¿Son intentos de atraer la atención?

No caben dudas que en las renovaciones se producen conductas motivadas por el interés de atraer la atención. Esto ocurre siempre, pero en tiempos de renovación se presentan de manera más intensa. Las manifestaciones genuinas se prestan a que otros las imiten. Edwards comenta:

“Pero así como abundaban las influencias del verdadero Espíritu, también abundaban las falsificaciones; el diablo se mostraba activo en la imitación tanto de las influencias corrientes como extraordinarias del Espíritu Santo de Dios.”

Dallimore ha extractado el siguiente pasaje del diario de Charles Wesley: “He removido algunas piedras de tropiezo, especialmente los ataques de histeria, con ayuda de Dios. No hay duda de que muchos, ante nuestra primera predicación, caían vencidos física y anímicamente por una profunda desazón. Sus manifestaciones externas eran fáciles de imitar.

Hoy hubo uno que eligió hacer en trance para mi beneficio, y se golpeaba rudamente. Me pareció que era una lástima obstaculizarlo, de modo que lo dejé recuperarse a su antojo. Cuando otra joven empezó a llorar, ordené que la llevaran fuera. Su convulsión era tan violenta, que hasta le impedía caminar – hasta que la dejaron fuera de la puerta. Entonces de inmediato se le enderezaron las piernas y se marchó.”

Creo que la conclusión es tan simple que no merecería ni siquiera dos líneas; sobre todo si se trata de cristianos maduros que leen sus Biblias mucho más que para cumplir con postulados eclesiásticos. Si el Espíritu Santo es poseedor de una serie de frutos que todos conocemos, es el auténtico propietario de cada uno de ellos, ¿Verdad?

Y si es así puede traerlos y retirarlos cuando le plazca. Así que veo muy complejo que el Dominio Propio no pueda ser ejercitado, precisamente, ante un impacto producido por el mismo Espíritu Santo que lo ha dado.

¿Qué quiero decir con esto? Que si es, -en efecto-, el Espíritu Santo quien me otorga un fruto denominado Dominio Propio, con el cual yo puedo controlar casi todo lo que me sucede, muy mal podría ocasionarme un shock o estado al cual yo no pueda controlar. ¿Se entiende? Exactamente. No existe tal cosa como aquello de: “el Espíritu me tomó y no pude resistirme”. No opera así nuestro Dios.

b – ¿Son resultado de impulsos inconscientes?

Las teorías psicoanalíticas podrían explicar en términos de motivación inconsciente lo que Charles Wesley describía como que “caían vencidos, física y anímicamente, en una profunda desazón”. Es imposible probar o refutar la teoría en casos individuales.

Más adelante consideraremos estos casos. Allí la pregunta crítica, será: ¿Por qué estas manifestaciones sucedieron de esa manera particular en el momento preciso en que lo hicieron? ¿Por qué el material inconsciente se liberó en esas circunstancias específicas?

Cuando te conviertes, el Espíritu Santo viene a morar en tu espíritu humano. Pese a ello, tu alma sigue estando programada por el mundo, así que pensará y diagramará cosas que quizás luego tu cuerpo realice, y que pueden estar fuera de la voluntad de Dios. Hasta que el Espíritu Santo no tome control de tu alma, y por consecuencia de tu cuerpo, no podrás estar enteramente sometido. Esa es una buena respuesta.

c – ¿Son Manifestaciones Demoníacas?

A muchos cristianos les perturba el hecho de que la actividad del Espíritu Santo pueda asociarse a manifestaciones demoníacas. Les parece incongruente porque dan por sentado que la presencia poderosa del Espíritu suprimiría tal actividad.

La Escritura y la historia indican lo contrario. Más bien parece que la presencia del Espíritu Santo provoca la irrupción de la actividad demoníaca, en la medida en que los seres demoníacos son puestos en evidencia y amenazados de maneras aparentemente misteriosas. En el momento de su ministerio en el que Jesús comenzó a actuar en el poder del Espíritu Santo, los demonios empezaron a gritar. Eso es lo que puedes leer en Lucas 4:31-36.

Ralph Humphires, colaborador tanto de John Wesley como de George Whitefield, lo expresa de esta manera: “ Creo que lo que con frecuencia ocurría, era esto: la palabra de Dios llegaba con luz y poder convincentes al corazón y a las conciencias de los pecadores, que en consecuencia despertaban de tal manera… (que) la tranquilidad del “hombre fuerte” quedaba perturbada; el infierno interior empezaba a rugir; el diablo, que antes permanecía quieto en sus corazones sin ser molestado, ahora empezaba a inquietarse…”

La experiencia reciente confirma esta perspectiva.

A la cual adhiero en todo concepto.

d – ¿Son predicadores manipuladores los que provocan estas manifestaciones?

No es difícil encontrar ejemplos de predicaciones manipuladoras. Tal predicación puede producir emotividad, y lo hace, y provoca decisiones espurias como también (quizás) reales. En otro lugar he descrito las técnicas.

La pregunta respecto a si el tipo de manifestaciones a las que nos hemos estado refiriendo se deben a la manipulación, sólo puede ser contestada por el examen de lo que ocurre en una ocasión dada. De hecho, tanto en las Escrituras como en la historia, los líderes implicados en las renovaciones han procurado suprimir las reacciones.

Nehemías, Esdras y los Levitas, confrontados por la reacción masiva de llanto desesperado, mientras el Espíritu Santo actuaba sobre los judíos después del exilio, hicieron todo lo que estaba a su alcance para calmarlos.

También resulta claro a partir del relato de la renovación que las instrucciones que se dieron antes de la manifestación estaban lejos de ser manipuladoras. (Nehemías 8: 1-11). La realidad de lo que había sucedido se tornó evidente en la medida que una serie de piadosas reformas sociales ocurrieron con posterioridad a la renovación. (Nehemías 9 y 10)

Henry Venn ofrece un interesante relato acerca de la predicación de Whiterfield en los terrenos del cementerio de una parroquia en 1757:

“Tras la predicación del Sr. Whitefield muchos de la inmensa muchedumbre que colmaba los terrenos del cementerio quedaron postrados por el desvanecimiento. Algunos sollozaban profundamente; otros lloraban en silencio… cuando enfatizó el mandamiento del versículo (Isaías 51:1)… varios en la congregación estallaron en el más penetrante y amargo llanto. El Sr. Whitefield, en este trance, hizo una pausa y luego prorrumpió en un torrente de lágrimas…

Durante este breve intervalo el Sr. Madan y yo nos levantamos, y pedimos a la gente que se contuviera lo más posible de hacer ruido alguno. Tuvimos que repetir este consejo en dos oportunidades más… Cuando el sermón había concluido la gente parecía encadenada al suelo. (Nosotros) nos encontramos con las manos llenas tratando de consolar a aquellos que se sentían abrumados por el sentimiento de culpa”.

Resulta claro a partir del relato de Venn que (Como en la renovación que se describe en Nehemías 8) no sólo estaba ausente el intento de promover una reacción emocional sino que se esforzaban por calmar la manifestación emocional cuando ésta ocurría.

Recuerdo que en el inicio de este mover, en la que era nuestra iglesia no ocurría absolutamente nada de esto. El pastor, un hombre mayor con una excelente “foja de servicios” en su denominación, (Que dicho sea de paso cuestionaba todas estas cosas) declaraba que él deseaba una renovación, pero en realidad actuaba promoviendo todo lo contrario.

Sin embargo, tenía un serio inconveniente. Una serie de hombres y mujeres de su congregación, (Entre los que estábamos nosotros), sí habían creído, tomado y hecho suyos los pormenores de ese mover, y cuando nos tocaba orar, sucedían cosas que normalmente allí jamás se veían.

Eso hizo que, en más de una ocasión, dejándome llevar por un excesivo sentido de la sujeción, o tal vez por simple y más carnal temor a perder la simpatía del pastor, haya orado por personas haciendo todo lo posible para evitar sus manifestaciones, cosa que, obviamente, resultaba tan ofensiva y pecaminosa ante Dios como manipularlos para que las tuvieran sin presencia espiritual.

Además de periodista soy locutor profesional, así que algo de técnicas de oratoria y conducción de masas conozco. Declaro delante del Señor que, conscientemente, jamás las utilicé desde un púlpito (Ignoro si alguna vez pude haberlo hecho inconscientemente), pero he visto infinidad de hombres y mujeres realizarlo sin ningún escrúpulo.

e – El poder del Espíritu Santo

El hecho de que el Espíritu Santo es comúnmente la fuente principal de tales manifestaciones resulta evidente cuando tomamos en cuenta los casos en los que los sujetos no tenían cómo prever lo que les iba a suceder o se oponían abiertamente a la renovación y eran de la opinión de que tales manifestaciones no son auténticas.

Mi esposa no se imaginaba que podría comenzar a temblar durante una reposada conferencia de John Wimbler en Fuller. Se sintió de alguna manera perpleja a la vez que perturbada y procuró esconder el marcado temblor en sus manos y brazos –un temblor que continuó repitiéndose durante varios días.

Durante la conferencia, al ver lo que le sucedía a mi esposa, comencé a observar al resto de la concurrencia (la mayoría de ellos misioneros y experimentados pastores no carismáticos) y desde mi asiento en primera fila vi varias personas en un estado similar al de mi esposa. El poder del Espíritu de Dios evidentemente afecta físicamente a las personas aún durante una conferencia tranquila.

John Wesley registra en su diario el 1 de Mayo de 1769, la perplejidad de un indignado cuáquero: “Un cuáquero que estaba de pie se mostró no poco molesto ante la conducta de estas personas y mientras se mordía los labios y arrugaba el entrecejo cayó como golpeado por un rayo. La agonía que lo sobrecogió era terrible aún para los que miraban. Le imploramos a Dios no imputarle su necedad. En seguida levantó la cabeza y exclamó: ¡Ahora sé que tú eres un profeta del Señor!”

Wesley registra un caso aún más dramático más adelante. Sería absurdo sugerir que tales opositores a la renovación tenían el deseo secreto de ser convencidos. Se parecen más al caso de Saulo en la ruta a Damasco. Se registran incidentes similares en el ministerio de Wimber, el más reciente de los cuales tuvo lugar en Sheffield, Inglaterra, el 6 de noviembre de 1985.

Un pastor que había sido invitado por un colega, decidió concurrir, a pesar de su resistencia, a una de las reuniones en Sheffield. Llegó muy tarde, y entró en el local en el momento en que John Wimber pedía al Espíritu Santo que se hiciera cargo.

Disgustado, viendo cumplirse sus temores, se dio media vuelta para retirarse en actitud de protesta. Pero antes de que alcanzara el umbral cayó, estremeciéndose, y no pudo levantarse por espacio de dos horas. Cuando finalmente dejó el lugar era un hombre profundamente transformado.

Argumentar que el hombre deseaba inconscientemente vivir esa experiencia puede ser un ejercicio interesante en lo intelectual. Si era así, ¡fue el Espíritu Santo cuyo poder y gracia lograron traer este deseo inconsciente a la superficie!

Tengo una hermana en el Señor que es psicóloga. Hace muchos años, cuando comenzó esta renovación, ella se congregaba en una pequeña iglesia sumamente tradicional, ortodoxa y conservadora. Del Espíritu Santo, casi no se hablaba en ella, así que imagínate de todo esto.

No obstante, llegó a sus oídos que en las campañas del evangelista Carlos Anacondia sucedían manifestaciones poderosas de parte de Dios, en las que se incluían liberaciones de demonios y sanidades físicas sobrenaturales. Al oír esto, su mente intelectualmente capacitada, emitió su propio juicio: histeria colectiva.

Pero por respeto a sus hermanos, (Aunque en esa denominación no llegan a considerar demasiado hermanos a los pentecostales bulliciosos), no se quedó con lo que su análisis profesional le había dictado. Así que se fue una noche a la campaña para poder probar su tesis “in-situ”.

Empezó a ver escenas que no encajaban del todo con su análisis. Le permitieron entrar en la carpa de liberación y allí pudo ver vientres hinchándose y deshinchándose violentamente, como también a un hombre al cual se le movían todos los huesos internos del rostro. Nada que pudiera lograrse por métodos naturales, así fuera con histeria colectiva acompañada.

Reflexionando sobre todo esto, se acercó a la plataforma para ver cómo el evangelista oraba por los enfermos que allí acudían y poder probar, al menos en esta fase, su teoría. Cuando reaccionó estaba tendida en el suelo y alguien le oraba quedamente mientras su sensación era de infinita y tremenda paz. Obviamente, su tesis fue a la basura y ella hoy es pionera, en su denominación, en consejería y liberación.

f – Revelaciones del Espíritu Santo

Entre otras cosas, el Espíritu Santo vino para revelar el pecado. Somos pocos los que advertimos nuestra pecaminosidad. Si lo hiciéramos, la profundidad de nuestro horror y angustia sería incalculable. Esto es lo que ocurre en los tiempos de renovación, lo cual provoca la correlativa reacción emocional. La magnitud de la emoción refleja la claridad en la revelación de la pecaminosidad personal.

He observado una amplia gama de este tipo de manifestaciones en muchas oportunidades, a menudo como consecuencia de una apelación de escaso contenido emotivo que no podría considerarse manipuladora o emocional.

Cuando ese impacto se da en el marco de una multitud, no faltan aquellos que se ofenden porque, aseguran, a nadie le agrada que sus confesiones de pecado realizada a gran voz, tenga que llegar a oídos de todos. No les alcanza el tiempo para pensar en la validez de esa confesión y lo que le evita a quien la formule. Parecería ser que lo primero, para ellos, es tener controlado “el qué dirán”.

En síntesis

Entre las manifestaciones comunes durante una renovación podemos encontrar:

1) manifestaciones falsas.-

2) Actividad demoníaca como reacción a la poderosa presencia del Espíritu.-

3) Profundo arrepentimiento y gozo como reacción a una nueva percepción de la santidad y la gracia de Dios.-

4) Reacciones físicas y emocionales todavía poco comprendidas, que continúan bajo estudio, y que reflejan lo que ocurre cuando seres mortales caídos experimentan la proximidad de la presencia santa y poderosa de Dios.

5 – NUESTRA ACTITUD ANTE TALES MANIFESTACIONES

Permítanme decir nuevamente que este tipo de manifestaciones no agotan el sentido de una renovación. Representan lo que podríamos llamar “efectos laterales” de la presencia poderosa del Espíritu Santo. La renovación genera arrepentimiento, renueva el amor y la fe, modifica el comportamiento y la adoración.

Me he centrado en las manifestaciones porque, nos guste o no, ocurren con frecuencia, y porque los malos entendidos al respecto han sido una piedra de tropiezo tanto para los que apoyan como para los que se oponen a la renovación.

Algunos cristianos se glorían de manera absurda en las manifestaciones, y otros con actitudes igualmente absurdas las lamentan. Ninguna de estas dos reacciones es correcta.

Con motivo de estas dos actitudes, que son muy ciertas, se incorporó al andamiaje de los cultos evangélicos una posición muy concreta: en algunos lugares se propiciaban a cualquier costo estas manifestaciones, y en otros se impedían como sea, aunque eso llevara, incluso, a ejercer violencia física en contra de quienes las experimentaran.

John Wesley las consideró, (creo que equivocadamente), tanto como una confirmación de su perspectiva teológica como de su llamado ministerial, y fue reprendido por Whitefield por intentar promoverlas. Otros se han mostrado escandalizados ante este fenómeno, algunos de ellos descartándolos como ataques de histeria, y otros considerándolos puramente como obra del diablo.

Debe quedarnos claro que ninguna de estas actitudes refleja la realidad. La realidad es que cuando Dios se mueve en lo que llamamos poder de renovación, los poderes de las tinieblas huyen en ruidosa confusión. Algunas de las manifestaciones que observamos constituyen los efectos físicos, emocionales y espirituales de la tremenda proximidad de Dios sobre los seres humanos, efectos que no alcanzamos a comprender cabalmente.

Debieran provocarnos reverencia y no menosprecio ni autoglorificación. Las manifestaciones espirituales no se dan para nuestra propia justificación o gloria personal, sino para reflejar la misteriosa gracia y misericordia de Dios.

Exactamente. Lo más abundante en aquellos años noventa fue el predicamento y cierta popularidad que habían tomado los denominados “ministros de la unción”. Yo mismo pasé por algún tiempo por esa especie de glorificación humana plena de adulaciones y almíbares santos, que lograron destruir más de un ministerio serio.

Otras manifestaciones reflejan carnalidad y reacción demoníaca. Estas debieran ser resistidas y eliminadas, y los gritos debieran ser suavemente reprimidos. – No porque sean malos, sino porque si existe el dominio propio, pueden evitarse con toda comodidad.

También existe el peligro que mencioné al comienzo. Si, tomando un lugar de observación a la distancia, asumimos el rol de críticos sabios, podríamos algún día descubrir que hemos estado criticando al Espíritu Santo, y también perderíamos la posibilidad de ser parte de la obra de renovación que Dios estuviera produciendo.

Esto tiene que ver con algo que te mencioné en el principio. Si yo veo algo que no me gusta y lo rechazo, y me pongo a criticarlo duramente y hasta llegando a decir que es obra del diablo, pero resulta ser que no lo es y sí es del Espíritu Santo, lo mío es blasfemia al Espíritu Santo. ¿Recuerdas el juicio a esto, no es así?

Sería prudente que siguiéramos la advertencia de Jonathon Edwards: “ Seamos todos por lo tanto advertidos, para que de ninguna manera nos opongamos o hagamos lo más mínimo por entorpecer u obstaculizar la obra: por el contrario, hagamos todo lo posible por promoverla. Cristo ha venido ahora desde los cielos en una notable y maravillosa manifestación de su Espíritu y corresponde a todos sus discípulos reconocerle y darle honor…

Aquellos que se quedan al margen preguntándose acerca de esta extraña acción, sin saber qué hacer con ella y rehusándose a recibirla –y listos… a hablar despreciativamente acerca de ella, como hicieron los judíos de antaño-, harían bien en… temblar ante las palabras de San Pablo… “Mirad, pues, que no venga sobre vosotros lo que está dicho en los profetas.

Mirad, oh menospreciadores, y asombraos, y desapareced; porque yo hago una obra en vuestros días, obra que no creeréis, si alguien os la contare… que todos aquellos que consideran esta obra como una nube y como oscuridad –como lo eran la columna de nube y fuego para los egipcios-, tengan cuidado de que no sea para su destrucción, mientras ilumina al Israel de Dios.”

En la parábola del rico y Lázaro, Abraham se niega a enviar a Lázaro a los hermanos del rico, diciendo que si sus hermanos no habían sido convencidos por medio de Moisés y los profetas, no se convencerían tampoco aunque alguien se levantara de los muertos.

De la misma manera nosotros, si no nos convencemos por la evidencia de las Escrituras y los relatos históricos, tendremos el corazón tan endurecido por el sentimiento de superioridad espiritual que tampoco nos convenceríamos aunque se levantaran los muertos para persuadirnos.

Muy poco más para añadir. Sólo recordarte que Dios es Creador, y todo lo creado de la nada en la tierra, proviene de Él. Naturalmente, cada vez que creó algo, ese algo era absolutamente nuevo para los que allí estaban.

Sabemos que todo lo nuevo produce desconfianza y temor por ser, precisamente, algo nuevo, de lo que no tenemos experiencia. Sin embargo, debemos tener presente que Satanás no es creador, sino un buen Imitador.

Así que si mañana aparece algo nuevo, que nunca antes habías visto, antes de decir que es cosa del diablo, recuerda que el único que puede traer algo nuevo y hasta aquí desconocido, es Dios. Satanás, a lo sumo, podrá hacer una regular imitación de algo que ya estaba creado, ya que él mismo es creación de Dios y le debe sujeción y sometimiento.

Ahora piensa: ¿Cuál es tu próximo objetivo, como creyente, en los próximos cinco años? ¿De verdad lo tienes? Porque si no lo tienes y todo se limitará en los próximos años a ir al templo regularmente en cada reunión, quizás tenga la simpatía del pastor, pero como creyente déjame decirte que tu objetivo es sumamente pobre.

¿Debes, entonces, ser una persona que se crea absolutamente todo lo que te llega como sobrenatural y de parte de Dios? En absoluto. Tienes discernimiento como producto de haber sido sellado con el Espíritu Santo de Dios, sólo ejercítalo y tendrás respuestas.

Recuerda que, como dice el autor, hay mucha gente dispuesta a creer que Dios cada día está haciendo algo nuevo en beneficio de sus hijos. Pero también existe otra gente que, aunque vea que los muertos resucitan, siempre preferirá adjudicarle ese mérito a la ciencia o a la casualidad que al Dios Todopoderoso. Y esto, se sigue llamando Incredulidad.

Comentarios o consultas a tiempodevictoria@yahoo.com.ar

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enero 1, 2015 Néstor Martínez