Hay algo que debemos saber si es que deseamos que sea verdad cuando decimos que en Cristo somos más que vencedores. Dios, una vez que nos ha libertado de la ley, u aquí quiero hacer un paréntesis. La ley demandaba que el ser humano la cumpliera, así que antes que tú y yo fuéramos cristianos, la ley nos daba demandas a cumplir.
Nos decía, por ejemplo, que cumpliéramos celebrando el Sabbat, celebrando la Pascua, que nos portáramos bien, no hagas esto, cumple con aquello y cien cosas más. Me demandaba y me demandaba, porque yo estaba vivo a la ley.
Pero resulta que, dice Romanos 7, que una vez que Cristo muere en la cruz, nosotros, como estábamos conjuntamente crucificados con él morimos a la ley. ¿Y eso cómo se entiende? Sencillo. ¿Tú te imaginas la ley acercándose a un ataúd donde hay un cadáver, y ordenándole a ese cadáver que cumpla con la Pascua, por ejemplo?
La ley no puede hacer eso con un cadáver porque, al estar muerta, esa persona no puede ni tiene que cumplir absolutamente con nada de lo que esa ley quiera obligarlo a cumplir. ¡Ya está muerto! Ahora bien; esta persona muerta, resucita. Y cuando resucita, esta ley que le exigía que hiciera todas esas cosas, no puede alcanzarlo. Ninguna ley puede tener potestad sobre un resucitado.
¿Por qué? Porque un resucitado, ahora, ya está bajo otro patrón. Y ese patrón se llama Jesucristo. O sea que la ley le demanda, obliga y le pide a una persona a que cumpla ciertas cosas. Y si no las hace, de inmediato queda bajo condenación, bajo culpa, bajo vergüenza.
Pero ahora que nosotros hemos resucitado con Cristo, ahora somos propiedad de Jesús, ya no somos de la ley. Esto no significa, de hecho, que la ley haya sido abolida en el sentido de que ya no exista. Porque la ley sigue siendo la regla moral, el patrón de Dios, para nuestra vida.
Pero, ahora la ley a mí ya no me puede exigir nada, porque ya estoy resucitado, y la persona que tengo dentro de mí, cumplió absolutamente todo lo que la ley demandaba y exigía. Jesucristo. Así es que, cuando alguien venga y te pregunte por qué no celebras el sábado o por qué te vistes de ese modo que no está de acuerdo con lo que dice la ley, le podrás decir que es porque el que está dentro de ti ya cumplió con todo lo que la ley exigía. Y que ninguna condenación hay ya para el que está en Cristo Jesús.
Esto es muy importante que nosotros lo entendamos, para poder dar testimonio vivo de la nueva vida por la que estamos caminando. Estamos caminando en una vida resucitada, los que hemos muerto con Cristo. O sea: para que la ley no tenga derechos sobre mi vida, necesito estar muerto.
Morir con Jesucristo y resucitar con Jesucristo. Si hoy alguien muere y no ha muerto con Cristo y resucitado con Cristo, ha muerto bajo la ley, y se condena conforme a lo que dicta la ley. Y eso se llama infierno, porque la ley demanda que la paga del pecado, es muerte.
Entonces, el mensaje que la Biblia te deja, es que necesitas morir. Y como en su momento no podías morir, Cristo lo hizo en tu lugar. Y en la cruz, Cristo absorbe todo el juicio, toda la ira y el enojo de un Dios santo, que demandaba contra la persona que pecara, Cristo lo lleva absolutamente todo sobre su cuerpo, en nuestro lugar.
Y nosotros solamente debemos de creerle a Dios, que esto es lo que Él hizo en la cruz, para que Cristo pueda entrar a nuestra vida, como alguien que cumplió toda justicia y toda la ley. Y una vez que nosotros comprendemos esto, comprendemos que ya siendo cristianos y ya siendo resucitados, necesitamos proteger nuestra vida de ataques del enemigo.
Principalmente, cuando nos bombardee en nuestra mente, en nuestra imaginación, si quieres que sea más preciso. Nunca el ser humano, el cristiano, había sido bombardeado con tanta inmoralidad, con tantas tentaciones, como las que estamos enfrentando en esta época que nos toca vivir.
Reitero: el ataque es a la mente. Satanás y sus fuerzas malignas del universo, tiene tres líneas de ataque: una, aquellas naciones que poseen mayor cantidad de cristianos o misioneros. Aquí están los Estados Unidos, que independientemente de lo que tú pienses respecto a su cristianismo genuino, es la nación que mayor cantidad de cristianos tiene y la que sostiene con su dinero a la mayor parte de misioneros.
En segundo lugar, a la nación de Israel, por todo lo que representa, no tanto por lo que hoy es. Y el tercer ataque es contra los descendientes de la mujer, esto es, todos nosotros. Nosotros, claro, los que guardamos –o al menos intentamos guardar-, los mandamientos de Dios.
¿Y cómo tratará de hacer esto, Satanás? Él siempre va a atacar a la mente de las personas, procurando debilitarlos moralmente. Ahora bien, ¿Cuál es el común denominador de estas tres líneas de ataque? Yo creo que la Segunda Venida de Jesucristo.
Porque Satanás sabe que cuando se produzca la Segunda Venida de Jesucristo, él va a ser echado por mil años y encerrado en el abismo. Entonces lo que puede hacer, de ninguna manera es impedirlo, pero sí puede, (Y de hecho lo está logrando), dilatarlo, postergarlo.
´Pero cómo él sabe que le queda poco tiempo, él hace lo único que está en condiciones de hacer hoy, y es lanzar ataques lo más devastadores posibles, con la finalidad de mantener el control de este territorio llamado Planeta Tierra, y así postergar la Segunda Venida todo lo que pueda.
Créeme que a Satanás no le interesa demasiado que alguien se convierta y se vaya al cielo, porque de todos modos, él ya sabe que todos los que se conviertan se van a ir al cielo, no puede impedirlo. Lo que sí le importa es sostener todo lo que pueda su dominio sobre este territorio, seguir como el dios de este siglo.
Así es que, toda la maldad que anda dando vueltas por el mundo, está dirigida en contra de la iglesia, para debilitarla moralmente. Ahora bien; ¿Cómo se debilita algo moralmente? Simple: a través de la inmoralidad. Un cristiano inmoral, un cristiano que sucumbe, por ejemplo, a la pornografía, un cristiano que sucumbe a las tentaciones sexuales, que practica la fornicación, el adulterio, el homosexualismo, es un cristiano paralizado.
Es como si estuviera en una prisión invisible, porque la inmoralidad paraliza a las personas y no les permite contar con la protección de Dios sobre sus vidas, ni sobre sus futuros, ni sobre sus familias, ni sobre sus hijos ni sobre sus trabajos.
Cómo será de grave la inmoralidad, que Pablo le dedica todo un capítulo en su carta a los Romanos. Y desde allí procura que Dios pueda manifestar su vida por sobre todos aquellos que tienen, -dice- una mente reprobada. La inmoralidad lleva a las personas a no poder distinguir entre el bien y el mal.
Ahora bien; para que nosotros podamos estar protegidos contra estos ataques, vemos en un pasaje que se encuentra en la carta a los Efesios, que Dios nos ha provisto una armadura. Y así como un soldado necesitaba un casco, un escudo, una espada en el tiempo antiguo para ir a pelear, así también nosotros en lo espiritual. Por eso se usa como ejemplo una armadura de un soldado romano.
(Efesios 6: 13) = Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.
(14) Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, (15) y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz.
(16) Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar los dardos de fuego del maligno.
(17) Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; (18) orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos.
Fíjate, de lo primero que te habla esta armadura, es de la verdad. ¿Y qué es la verdad? La verdad es Cristo, porque Él dijo Yo Soy la Verdad. Pero, además, es el contraste nítido entre la realidad y la apariencia. Por lo tanto, si yo soy cristiano, mi vida tiene que ser una vida auténtica. Terminó el tiempo en el que deseaba aparentar algo que no era. Y ni soñar con hacerlo dentro de la iglesia. Es doble transgresión, porque ahora sí lo sabes, antes lo ignorabas. En suma: basta de ser hipócritas.
Ya basta de dar un rostro en la calle, otro en la iglesia, otro en tu casa y otro en tu trabajo. La verdad es vivir la realidad. Ser auténticos, ser genuinos, ser transparentes, ser sinceros unos con otros, y no andar deslizándose chismes unos contra otros por debajo de la mesa. Eso es hipocresía, pero en el caso masculino, es un sello negativo de la materia hombría, muy difícil de borrar.
Lo que quiero decir es que, quien entra a la vida cristiana real, genuina, entra a una vida real, resucitada, y abandona para siempre una vida de mentira, de simulación permanente y de un moverse conforme a lo que se espera por parte de la gente incrédula de nosotros, y no donde Dios quiere que vayamos.
No haría jamás lo que voy a hacer ahora ni lo diría nunca en un lugar con gente delante de mí, porque en ese caso no estaría siendo de bendición sino innecesariamente agresivo, pero pregunto:¿Cuántos de ustedes todavía están viviendo vías dobles, vidas con mentiras que no pueden eliminar y en simulación permanente para no quedar descubiertos?
Que en su casa son una cosa, en la iglesia son otra cosa y en su trabajo o en soledad son otra cosa. Gloria a Dios si nadie se sintió tocado por esto, pero gloria a Dios si alguien sí se sintió tocado y decidió morir al yo para siempre hoy mismo, ahora mismo.
Quiero advertirte que, tal como lo consigna el viejo refrán popular, esa mentira tiene patas cortas. Porque podrías estar engañando a muchísima gente con esa doble vida, incluso a la gente que tienes más cercana, que es la familia, amigos, etc. Pero, ¿Sabes qué? A Dios no lo engañas. ¿Puedes creer eso? Mira; si de verdad puedes creerlo, tienes un primer paso dado para salir de ese pequeño infierno.
Claro está que, cuando cada uno nosotros entiende que lo que hacemos, es el resultado de lo que somos, entonces vamos a aprender que necesitamos primeramente ser, para después sí poder hacer lo correcto, lo bueno, pero, esencialmente, lo que Dios quiere que haga, no otra cosa.
La otra parte de la armadura que quiero comentarte hoy, es la que se denomina aquí en el verso 14, como “coraza de justicia”. Fíjate que se nos manda, se nos ordena, estar firmes. Istemi, en el griego, que significa “pareados, sin movernos”.
Hay un árbol, que ahora nos enteramos que ni siquiera está considerado como árbol, que son las palmeras, y que tienen la particularidad de poseer las raíces más grandes y profundas de todas. De hecho, puede venirse el huracán más violento que se te ocurra, y la va a doblar hasta hacerla casi tocar el suelo, seguramente, pero no la va a arrancar de su sitio. Sus enormes raíces lo impedirán.
Pero los demás árboles no correrán la misma suerte que las palmeras, y serán desgajados y arrancados de cuajo por los vientos. Por eso es muy interesante que en el salmo se nos diga que los justos deberemos ser como las palmeras. No nos compara con otros árboles, nos compara con las palmeras.
¿Qué significa esto? Significa que estamos enfrentando un mundo donde se nos viene todo encima. En este siglo, se nos viene todo encima, y los más vulnerables, son los jóvenes y los niños. YA no podemos negarlo ni ocultarlo, porque sería negativo. Es necesario decirlo: a tus hijos y a todos los jóvenes de esta época, los está esperando lo peor de la historia.
Los ataques más degradantes, más inmorales, las filosofías más aberrantes están ahí. Que la evolución, que el comunismo, que el orientalismo, que el hinduismo, que el Islam, que las telenovelas, que no casarte, , gente joven que no tiene pruritos ni reparos en quitarse la ropa a plena tarde en un programa de televisión y todo por el estilo.
No alcanzamos a imaginarnos los mayores la calidad y la cantidad del ataque que nuestros jóvenes están recibiendo en este tiempo. De allí que, la única enseñanza viable para ellos, es la de mantenerse firmes. Que cuando vengan los ataques y los huracanes, sus vidas se vivan como palmeras. Podrán ser doblados hasta tocar el suelo, pero no arrancados ni destruidos.
Es peor el tormento de las consecuencias del pecado, que el tormento de la tentación. ¿Comentario clásico de un joven o una joven que están de novios? ¡Ah, no se imagina usted el tormento que es esperar a casarnos! Sí que me lo imagino, pero ni quieras imaginarte lo que sería el tormento de caer en fornicación. Porque al de la tentación, es un tormento que te llega de la carne, pero el de la fornicación, te llega desde el mismísimo infierno.
Porque sin hablamos de tormento, sería bueno recordar, aunque no sea algo bueno para repetir ni traer a la memoria de manera continua, el tormento inigualable, la tremenda presión emocional que Jesús sufrió en Getsemaní. ¡La sangre no brota de los poros de la piel de un ser humano, a menos que esté sujeto a una tremenda presión casi desconocida para el hombre medio. ¡Eso es ser atormentado!
Por eso es que en la carta a los Hebreos, se nos dice a nosotros que todavía no hemos sufrido hasta la sangre en nuestra lucha contra el pecado. Cuando llega alguien y te dice: ¡Ay! ¡No sabes cómo estoy sufriendo por causa de esa mujer o de ese hombre! Sólo respóndele: ¿Ah, sí? Enséñame tus manos, a ver los agujeros de los clavos.
La justicia, en segundo lugar nos cubre toda la parte de atrás, los lomos, y por eso son las dos piezas de las más importantes: lo que cubre el pecho y lo que cubre la espalda. ¿Qué significa? Ya hemos visto que debemos andar en la verdad, porque si tu vida es una mentira, estás peleando en una guerra sin protección en tus partes vitales, en tus partes más vulnerables.
Entonces, un cristiano que viva en una mentira, está desprotegido contra los dardos de fuego del maligno. Y el enemigo te va a lastimar, y Dios no te va a poder defender, ni mandar a sus ángeles que te guarden en todos tus caminos, para que tu pie no tropiece en piedra, porque tú traes un agujero en tu armadura cristiana.
Y a esto lo debemos tomar muy en serio. ¿Qué significa la justicia? Esta pieza de la armadura estaba hecha de metal, por delante y por detrás. Y simboliza o representa la justicia de Cristo. Antes de la cruz del Calvario, Dios le tomó en cuenta la fe a las personas.
Y cuando Abraham creyó, dice en Génesis 15, Dios le tomó en cuenta su actitud de fe. Y se lo cargó a su favor en su cuenta divina. Cuando Cristo muere en la cruz, cumple con todo lo que la ley reclamaba, y por esa causa me resucita a mí. Pero hay un problema, me encuentra desnudo.
Porque yo puedo venir a su presencia y enumerarle todas las cosas buenas que yo supuestamente hice. Construí un hogar para ancianos, le di de comer a los pobres, le fui fiel a mi esposa, es imposible. Nadie puede venir a la cruz y decirle a Cristo que trae algo para ofrecerle, porque nuestra justicia son trapos inmundos delante de él.
Nadie ha cumplido. Ni Moisés, ni David, ni Abraham, ni Pablo, ni ninguno de esos santos que medio planeta venera y adora como si fueran dioses, nadie ha cumplido con los diez mandamientos. Porque dice la Biblia que bastará con que no cumplas uno, para que te hagas culpable de los diez.
Así es que, cuando venimos a la cruz de Cristo, venimos como harapientos, como limosneros. Dichosos los pobres en espíritu, porque ellos verán a Dios. Esto significa: dichosa la persona que puede verse a sí misma tal cual como Dios la ve, y no como cree ser.
Y Dios me ve desnudo, como vagabundo y mendigo harapiento. Y así es como tengo que llegar a la cruz y decirle: Padre, ten misericordia de mí que soy pecador. No tengo ninguna obra buena que ofrecerte. Y cuando reconocemos que nuestra justicia es como trapos inmundos, Dios nos viste con una justicia que no es nuestra.
Y eso se llama “la justicia de Jesucristo”. Porque esta justicia que tú traes en este momento, no es tuya. Pertenece a Jesús, porque él es el justo, él es el que cumplió la ley de Dios, tú y yo no la cumplimos. Él nos pone esa ropa, nos viste con su justicia.
Y con la justicia de Cristo, podemos acercarnos al trono de la gracia, y Dios nos va a recibir, y no porque seamos buenos, no porque hayamos hecho realmente muy bueno, sino simplemente porque nos está viendo debajo de las ropas de la justicia de su Hijo Jesucristo.
Y así es que dice la Biblia que hay dos tipos de justicia. La auto-justicia, de los seres humanos, que creen que hay obras meritorias que los van a proyectar con más éxito para lograr el favor de Dios. Esto se llama vivir bajo la ley, vivir bajo condenación, vivir bajo maldición, porque por las obras de la ley, nadie será justificado.
Nadie podrá decirle a Dios. ¡Mira mi justicia! Eso no servirá absolutamente de nada. La única justicia que Dios reconoce, es la justicia de Jesucristo, que Él te provee en el momento en que naces de nuevo. Porque cuando pecas y todo atribulado te acercas a Dios y le reconoces que no eres digno, Él te mira y te pregunta: ¿Y cuándo has sido digno de mí?
Y amplío más la pregunta: ¿Quién es digno? Dice en Apocalipsis que se buscó a los ángeles para ver si podía recibir el librito que Dios le daba, y no se encontró a nadie digno. Ni el arcángel Gabriel, ni Salomón, ni Abraham, ¡Nadie es digno! El único digno en el cielo, se llama Jesús, el Cordero de Dios.
Y a él se le dio el libro de los sellos, para que él los abriera. Ahora bien; cuando ya tienes la justicia de Cristo, tienes que recordar lo que dice Juan 1, que el que dice que no tiene pecado, se engaña a sí mismo. Pero, cuando Cristo murió en el calvario, pagó por mis pecados pasados, presentes o futuros.
Por esa razón, cuando viene alguno de los que enseñan y aseguran que la salvación se pierde, puedes preguntarle de qué pecados lo salvó Jesús. ¿Sólo de los pasados? ¿Eso quiere decir que si luego de ser salvo, un día metes la pata feo y pecas, ya eres condenado y te vas al infierno sin que ningún dios pueda salvarte? ¿Así es? No. No es eso lo que enseña mi Biblia, no sé la tuya.
Mi Biblia dice que fuimos salvados de nuestros pecados pasados, presentes y futuros. Y el que entienda que esto es un permiso para vivir como gustes, olvidas un detalle: el que nace de nuevo y es adoptado como hijo de Dios por gracia, huye del pecado. Y si no lo viera y por error o ignorancia peca, tiene un tremendo abogado defensor llamado Jesucristo el Justo. ¡Está escrito!
Ora respuesta para la teoría de que la salvación se pierde, es preguntar por cuál pecado es que se puede perder, si dice la palabra que Jesús nos limpió de todo pecado. Seguramente alguno te dirá: ¡De la blasfemia al Espíritu Santo! Pero eso es para el incrédulo, porque cuando eres creyente jamás vas a poder maldecir el nombre de tu Dios. ¡También está escrito!
Cuando nosotros tenemos la doctrina y el conocimiento revelado de la palabra de Dios, comprendemos y vivimos en victoria. El hecho es que todos estamos vestidos con la justicia de Jesucristo. ¿Sabes cómo se les llama a estos? Se les llama Justos.
Y ahí dice Romanos 3:10: No hay justo, ni sólo uno. ¿Qué significa por sí mismo? Significa que no hay ser humano que pueda pararse frente a Dios y decirle: ¡Soy justo, Señor, he cumplido con todas tus directivas! Eso es mentira. Es imposible que cumplamos la ley de Dios sin la intervención y mediación de Cristo.
Así que resulta ser que ahora somos llamados justos, pero no por nuestra justicia, sino porque Dios me regaló su justicia, e hizo que Jesucristo me vistiera de justicia divina. Ustedes saben que si había alguien que podía presumir o jactarse de haber cumplido medianamente la ley, ese era Pablo.
(Filipenses 3: 4) = Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más; (Lo dicho. Si había alguien que podía decir que no había mentido, que no había fornicado, que no había defraudado, ese era Pablo). (5) circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreo, en cuanto a la ley, fariseo; (6) en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible.
(7) Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, la he estimado como pérdida por amor de Cristo.
O sea: todas aquellas cosas que Pablo, en su pasado, podían llegar a ser motivo de jactancia o presunción, como los fariseos del siglo veintiuno, que dan gracias porque no son como esa prostituta, o porque no fuman ni beben, porque no les han sido infieles a sus esposas.
Cuando una persona se cree mejor a otra por las cosas que él ha hecho, a eso se le llama fariseísmo. Y si no me crees, pregúntale a un monje de clausura, de esos que están en monasterios perdidos en las montañas, o a una monjita que está en un convento así, que dicen que ellos allí no pecan, aunque sólo Dios sabe lo que hay en sus pensamientos y en sus corazones.
Entonces, si hay alguien que se pueda jactar y decir, como el joven rico: Señor, quiero seguirte, he cumplido toda la ley, nos damos cuenta lo mal que está el ser humano, que ha perdido de vista la forma en que Dios nos ve. Entonces, Pablo dice: Todo eso que para mí era ganancia, para jactarme.
“Señor, yo hice un orfanato”. Miren; sin ir más lejos podemos ver a artistas famosos, incluso a narcotraficantes, a los asesinos. Los artistas que tienen vidas disipadas, pero por allí salen en tapa de importantes revistas con la noticia de que han construido un orfanato.
Y entonces la gente emocionalista ciento por ciento se conmueve y dice: ¡Ah, qué bueno! ¡Qué hermosa obra! ¡Se está ganando el cielo! O la otra, que nos cuenta que la señora tal y tal donó quinientos mil dólares para la fundación del SIDA, y en letras de molde se publica que ella ha ganado un espacio junto a Dios por su obra tan altruista. Pregunto:
¿Nadie recuerda en la historia, que para Navidad, el legendario y famoso Al Capone se solía vestir de Santa Claus? ¡Y le regalaba golosinas a los niños! ¿Y con eso que conseguía? ¡Relajar un poco su conciencia! +En una ocasión le preguntaron a un jefe de un cartel narco si creía en Dios y, para demostrar que sí creía, sacó una tremenda medalla de oro de una conocida virgen.
Y cuando le enrostraron andar con esa medalla religiosa y matar gente sin problemas, les respondió que no se confundieran, que todos eran capaces de matar, que él lo que tenía al lado de gente conocida y famosa, era más fama de asesinos, pero que robar, matar y corromperse, todos los hombres por igual.
Claro, lo que hacen ese tipo de cosas, es demostrarte a ti y a muchos más que a lo mejor todavía no terminaron de entender cómo funciona esto, que el mundo no sabe ni conoce ni por asomo lo que es la verdadera justicia, y mucho menos la santidad.
Y como no lo saben, creen que pueden hacer las dos cosas: portarse muy mal, delinquir de todas las maneras y, al mismo tiempo, realizar buenas obras creyendo que con eso se comprarán un lugar en el cielo. Esto es lo que vulgarmente llamaríamos: fariseísmo por religiosidad.
(Verso 8) = Y ciertamente, aún estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo,
Todas las cosas que Pablo hacía, su celo por la iglesia, religioso entre religiosos, bautizado, remojado, confirmado, hizo todo lo que su religión le demandaba. Pero cuando se encuentra con Cristo, se da cuenta que todas esas cosas eran basura. ¡Así le llama él! ¡Basura!
Y ahora, lo más importante de su vida ya no es hacer, sino conocer. Ahora lo tengo todo por basura, por conocerlo a él. ¿Qué dijo Cristo en Juan 17? Esta es la vida eterna, que te conozca. Entonces tú, ahora, que ya eres cristiano, ¿Vas a necesitar andar buscando por las calles a un ciego para ir corriendo a ayudarlo a cruzar la avenida? ¡No! ¡Claro que si encuentras uno, irás y le ayudarás, pero nunca jamás como obra redentora, sino como consecuencia de tu fe en Jesucristo!
Porque antes, cada mañana te levantabas pensando a ver a quien podías ayudar, y no estaba mal, era bueno para los demás. Pero no para ti, porque tú no lo hacías para Cristo, lo hacías para lavar tu conciencia de asuntos pecaminosos que tú sabías muy bien que tenías. Cuando eres creyente sólido, te levantas todas las mañanas pensando en cómo conocer más a Jesús. Y como consecuencia de ese conocimiento será que podrás ser de ayuda a muchos más.
Y a eso es a lo que se le llama el fruto del Espíritu. Nosotros no tenemos nada que producir, ¡Estamos muertos! El que produce en ti la paz, el amor y el gozo que tienes, la paciencia que tienes, es Cristo dentro tuyo a través del Espíritu Santo. Es su fruto, no el tuyo. Y dice lo que yo entiendo que es la clave de Filipenses 3.
(Verso 9) = y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe.
A esto creo que Pablo lo tenía más que claro: jamás iba permitir que Dios lo encontrara ejerciendo su propia justicia. Y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia. Jamás Pablo se iba a plantear en su conversación personal con Dios se iba a permitir hacerle ver lo que había hecho en el día. ¡Y mucho menos pedir una recompensa!
Jamás trates, si eres cristiano, de negociar con Dios. ¿Sabes por qué? Porque te vas a desbarrancar en la frustración. Esos que de pronto, orando murmuran: “Señor… ¿No has visto todo lo que he hecho por la obra, por la iglesia, por los hermanos? ¿Así me pagas? ¿Permitiendo… (Y aquí incluye la media calamidad que te parezca)?
¿Sabes qué? Esa media o tres cuartas calamidad está en tu vida, hoy, precisamente porque estás todos los días diciéndole a Dios que lo que haces, lo haces con tus fuerzas, con tu sabiduría, con tu carne. Por eso no te llega ni la más mínima recompensa, todo lo contrario.
Si lo que buscas es la recompensa de un reconocimiento aquí en la tierra, el día que te hacen un homenaje y te entregan un diploma, ya está; ya tienes tu recompensa aquí en la tierra, pero olvida la que te esperaba antes en el cielo. Esa se borró.
Pero si en lugar de trabajar para una organización o simplemente para los hombres, y nos ponemos a trabajar para Él, en corto o mediano plazo Él, de alguna manera, va a recompensártelo. Ten mucho cuidado con los motivos por los cuales haces lo que estás haciendo.
Porque de ese modo, luego vendrá la frustración. Gente que escuchas decir: ¿Y para qué voy a seguir? ¡No vale de nada! Ojo. Primero viene la frustración, luego el desánimo y, finalmente, el rencor, que en su fase final, dará paso a la amargura.
Y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe. Eso significa que todo lo que tú haces, lo haces por fe. ¿Qué significa esto? Que todo lo que tú haces, lo haces creyéndole a Dios lo que dice en su palabra.
Tenemos metido en la cabeza un enorme error: hacer las cosas que “sentimos”. ¡Los cristianos no sienten, creen! Fíjate que un día no sientes ganas de ir a trabajar y ya, te quedas en tu casa a ver la tele. Y al día siguiente cuando llegas y te preguntan por qué faltaste el día anterior, ¿Qué vas a responder, “no lo sentí”?
Estamos viendo, entonces, que en lo concerniente a esa armadura de Dios, aquí se nos manda a estar vestidos con la coraza de justicia, ¿Verdad? Ahora bien; ¿A qué justicia se refiere? Cuando Jesús muere en la cruz, nos pone esa justicia que no es de nosotros.
Pero, al decirnos que nos vistamos de esa justicia, significa lo siguiente: vayamos a 1 Juan capítulo 3, y entendamos esto ahora: que la justicia que hacemos no es de nosotros, entones no sabemos por qué se nos manda a nosotros vestirnos de esa justicia, siendo que ya estamos vestidos de la justicia de Jesús. ¿A qué justicia se refiere?
(1 Juan 3: 10) = En esto se manifiestan (La palabra usada aquí, es panero, que significa “hacerse visible”, “darse a conocer”) los hijos de Dios, y los hijos del diablo; todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios.
Vamos a ver; ¿Qué es la coraza de justicia, ahora que Dios me ha vestido con su justicia? Que yo tengo que vivir eternamente agradecido, porque todo lo que yo tengo, mi casa, mi voluntad, mi inteligencia, mi seguridad, todo viene de él. Si no hubiera sido por el Señor, mi alma se hubiera perdido. Sería como pájaro herido tirado en el suelo.
¿Cuál es el pedido, entonces? ¿Acaso que inviertas dinero para darle de comer a los pobres y hagas buenas obras con los necesitados? Si quieres, hazlo; pero lo que Dios te manda es mucho más sencillo: ama a tus hermanos. Aunque te ofendan feo, a veces. Porque Dios lo está permitiendo para que tú descubras que en tu interior hay una fuerza, que es la justicia de Cristo, que perdona nada menos que setenta veces siete.
