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El Increíble Amor de Pacto

 

No conozco un tema más bendeci­do y a la vez más frustrante para mí y para todo lo que la vida me lleva a realizar, que este del pacto. Ha sido una fuente de bendición infinita porque por su medio he llegado a conocer mejor a Dios y a apreciar más completamente lo que Jesús hizo en la cruz. El pacto me ha ayudado a distinguir el amor de Dios de entre todos los otros. Y eso créeme que en esta sociedad en la que vivimos, no es poca cosa. Sin embargo, también ha sido motivo de frustración porque el tema está muy reñido con nuestra mentalidad moderna de la conservación personal.

Tratar de predicar sobre el pacto es humillarse. Primero, porque está más allá del alcance del predicador, del que yo suelo decir que es el hombre-mensaje, no el hombre que trae un mensaje; segundo, porque Satanás lo detesta tanto, que causa y trae toda clase de distracciones para que no lo oigamos. Antes de se­guir adelante, te propongo que hagamos una pausa para pedir la ayuda de Dios para compren­der Su amor de pacto. ¿Por qué es que Satanás odia tanto este sistema? Porque el pacto es la re­velación del amor y la fidelidad de Dios. El pacto revela la naturaleza de nuestra salvación. Es el secreto de la vida íntima con Cristo. En cuanto al amor, se refiere, el pacto es la medida de su realidad. Es la prueba que perdió Satanás y que todos los hombres sin Dios siguen perdiendo.

EL AMOR DE DIOS SE RESUME EN UN PACTO   La palabra amor ha perdido su sig­nificado en el mundo. Es difícil, dis­cernir el verdadero amor. Las Escri­turas no hablan de un amor que es en rea­lidad lujuria. Hablan de un amor superior -el fraternal. Habla también del amor eterno de Dios. Desafortu­nadamente nuestra palabra «amor» se usa para describir todas estas formas inadecuadamente. El amor de Dios se distingue de los otros esencialmente porque el Suyo es desinteresado. El amor de Dios es lo opuesto a la lujuria y del que busca su propio placer, pues Él se da a Sí mis­mo por Su pueblo y les enseña a hacer igual uno con el otro, Esto pudiera parecer algo mórbido y legalista de la «muerte del yo», pero en realidad lo que produce es una atmósfera vital de bondad, servicio y respeto mutuo.

La prueba del amor de Dios es la capacidad de hacer y de guardar el pacto. Hay muchas cla­ses de amor, pero únicamente el amor de Dios permanecerá cuando hay un pacto que guardar. Hace mucho tiempo cuando todavía se acu­ñaban monedas de plata, se podían morder para determinar si eran verda­deras. No era extraño ver a las perso­nas morder para determinar las mone­das de plata. La prueba de plata ge­nuina eran las marcas de los dientes en el metal suave. Hay una prueba para los diamantes también: se puede cortar un vidrio con uno verdadero. Por otra parte, las joyas de fantasía son muy bonitas, pero no pasarían la prueba. Mucho de lo que se hace pasar por religión está siendo probado. Dios dice que en los últimos días muchas «mo­nedas» van a tener las palabras correc­tas, pero que su metal no se puede morder. Y que muchos «diamantes» no cortarán el vidrio. Nadie quisiera enfrentar el juicio de Dios que viene sobre este mundo y la iglesia con la confianza puesta en «diamantes de fantasía» y «monedas falsificadas». Jesús habla de oro, plata y joyas pro­badas en el fuego. Propongámonos po­ner nuestro amor a la prueba del pacto y permitamos a Dios que nos refine mientras haya tiempo.

PACTOS EN LAS ESCRITURAS El amor eterno de Dios para el hombre, lo ha llevado a hacer pactos con él. La Biblia está compuesta del Antiguo y del Nuevo Pacto. Dentro del Antiguo hay numerosos pactos que Dios hizo con individuos y grupos. En Génesis 6, la palabra dice que el mundo entero era malo y que todo designio de sus pensamientos era continuamente el mal. Pero que Noé halló gracia ante los ojos de Dios. En otras palabras, Dios vio a Noé y le amó. Noé era un fiel hombre de familia y disfrutaba del respeto de su esposa y sus hijos, en un tiempo cuan­do el resto de la sociedad había caído en la perversión moral y espiritual.

Dios expresó Su amor para Noé, dándole un plan para escapar del juicio que venía. Le dio instrucciones para construir un arca y en Génesis 6:18 Dios promete establecer Su pacto con él. Mas estableceré mi pacto contigo, y entrarás en el arca tú, tus hijos, tu mujer, y las mujeres de tus hijos contigo. Después del diluvio, en Génesis 8:20-9: 17, se nos dice cómo sucedió. Generaciones más tarde, los des­cendientes de Noé intentaron construir una torre para alcanzar el cielo. Dios frustró sus esfuerzos y ellos cayeron en la confusión, pero la familia de Abra­ham es llamada para buscar una ciudad preparada para ellos. En Génesis 17:2, Dios dice a Abraham: Y pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera. Una vez más, el amor de Dios lo lleva a hacer un pacto.

Después que Israel es liberado de Egipto, Dios confirma Su pacto nuevamente diciendo: Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil, generaciones (Deuteronomio 7:9). Así estableció Dios Su pacto con Su pueblo Israel. Siglos después, las Escrituras men­cionan a David como un hombre a quien Dios amó de una manera muy especial. Fue un hombre conforme al corazón de Dios. Abías, su nieto, dice que Dios había hecho un pacto con David, que sus descendientes reinarían en Israel para siempre

(2 Crónicas 13:5) = ¿No sabéis vosotros que Jehová Dios de Israel dio el reino a David sobre Israel para siempre, a él y a sus hijos, bajo pacto de sal? El amor de Dios para este hombre lo llevó a hacer un pacto eterno con él y con sus descendientes. A través de toda la historia del tra­to de Dios con el hombre, Su amor ha culminado siempre en un pacto, en una relación de compromiso. En nin­guna parte se demuestra tan claramen­te como en la relación de Jesús con sus discípulos. Cuando su ministerio terre­nal llegaba a su culminación, los reúne en un aposento alto y les dice:

(Lucas 22: 15-20) = Intensamente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de sufrir; Porque os digo que no volveré a comerla sino hasta que se cumpla en el reino de Dios. Y habiendo tomado una copa, después de haber dado gracias, di­jo: Tomad esto y compartidlo entre vosotros; porque os digo que de ahora en adelante no beberé del fruto de la vid, sino hasta que venga el reino de Dios. Y habiendo tomado pan, des­pués de haber dado gracias, lo par­tió, y se los dio, diciendo: Esto es mi cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. Y de la misma manera tomó la copa después de que habían comi­do, diciendo: Esta copa que es de­rramada por vosotros es el nuevo pacto en mi sangre

El gran amor del Señor Jesucristo por sus discípulos era el amor de pacto de Dios. El matrimonio es una parábola de la relación de Dios con Su pueblo. En Jeremías 31 :31-33, Dios discute esta relación. Se refiere a Sí Mismo como el marido de Israel y dice que ésta ha in­validado su pacto. Dice: He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo.

En otro lugar habla de Israel como una adúltera. Eso por supuesto se refiere a la infidelidad de un cónyuge. Los profetas a menudo usaban el matrimonio como una forma parabólica de describir la relación en­tre Dios y Su pueblo. Pablo hace lo mismo en Efesios 5. Ahí compara a Cristo y a la Iglesia co­mo un marido y su esposa. El amor entre un hombre y una mujer debiera resultar en una relación de pacto. Una relación conyugal sin un pacto es ilícita. Una relación así no pasa la prueba del pacto e indica motivos lujuriosos y egoístas en vez del amor desinteresa­do que caracteriza a Dios. (Efesios 5: 28-33) = Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia. Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido.

 

LA ESENCIA DE UN PACTO ES EL LIGAMIENTO DE DOS O MAS VI­DAS EN UNA SOLA VIDA Y EN UNA SOLA VOLUNTAD La palabra hebrea berit y la palabra griega diatheke, ambas traducidas pac­to, significan «un acuerdo mutuo que vincula y obliga». Fuera que el pacto estuviese establecido entre Dios y el hombre o entre un hombre y otro, el resultado era que los participantes que­daban vinculados y obligados en las condiciones del pacto. Ya no había dos voluntades en el asunto, sino una sola. Ambas habían empezado sus mis­mas vidas para guardar las condicio­nes. Hay una frase significativa en el An­tiguo Testamento que designa la he­chura de un pacto: «cortar un pacto».

La razón por ello es que se acostum­braba sacrificar un animal, partirlo por la mitad y ambos pactantes caminaban entre las piezas cuando el convenio era hecho. Esa acción significaba la muerte para ellos mismos. El animal era un sacrificio representativo que tomaba el lugar de cada participante. Caminar entre las piezas significaba que en el sa­crificio ambos quedaban vinculados y obligados (vea Gén. 15 y Jer. 34:18). En la hechura de un pacto, había la muerte a las voluntades individuales y la creación de una voluntad nueva Y mutua. Es decir, eran hechos uno en el pacto. Esta ceremonia representaba el más solemne de todos los compromisos.

Alguien que rompía un compromiso así, era llamado un «transgresor de pactos» y era considerado persona sin valor e indigna de confianza. Dios enseñó a Su pueblo esta clase de amor. Desde Abraham hasta Cristo, El les enseñó a hacer pactos y a guar­darlos. En el mismo corazón del pro­pósito de Dios, está Su deseo de hacer que Su pueblo sea como es Él y ense­ñarles a tener el mismo amor y la mis­ma unidad que hay en la Trinidad. Toda la ley y los profetas fueron en­viados para enseñar a Su pueblo sus caminos. En la naturaleza de un pacto ra­dican la expresión del amor de Dios y el fundamento para la unidad divina.

Él ha enseñado a Su pueblo por gene­raciones a «cortar un pacto». Les ha enseñado la importancia de amarse de­sinteresadamente y de amar la verdad sobre sí mismos. Les dio la gracia para perdonarse el uno al otro en sus rela­ciones de pacto. Israel se convirtió en el «pueblo del pacto». Habían nacido de una relación de pacto entre Dios y Abraham. Su existencia y su estilo de vida dependían del pacto. Entonces Dios envió a Jesús y cesa­ron las sombras, los símbolos y los sa­crificios de animales. Dios mismo vino en Su Hijo para ser «el Cordero de Dios». No solo era Dios, sino tam­bién hombre nacido de una virgen. Era el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre sin pecado. Jesús vino a representar a Dios y al hombre. Juan el Bautista di­jo: «¡Ved el Cordero de Dios!»

Je­sús vino para entregarnos el Nuevo Pac­to, el pacto eterno que no dependía de símbolos ni de sombras, sino que estaba hecho en el sacrificio personal de Dios en beneficio del hombre. Jesús se convirtió en el sacrificio perfecto del pacto. Él es el único que ha podido representar perfectamente a Dios y al hombre. Fue el único apto para ser el sacrificio representativo de parte de Dios y del hombre, juntamos a ambos en Sí Mismo. Cuando aceptamos a Jesús como Señor, aceptamos también el Nuevo Pacto que El vino a establecer con Su sangre. El pacto provee todas las cosas que pertenecen a la vida, ahora y para siempre. La responsabilidad que adqui­rimos cuando entramos en un pacto con Él es obedecerle como Señor. Hay una nueva voluntad establecida en Cristo – la voluntad de Dios.

Entender la naturaleza del Pacto es tener una mayor apreciación de lo que dan a entender las Escrituras cuando dicen que somos uno en Cristo -uno con el Padre y uno con todos los que están en Cristo. En el cuerpo y en la naturaleza de Cristo, Dios y el hombre se unieron. En Su muerte y por Su sangre se hicieron uno. No solamente estamos nosotros ligados con Dios, sino que todos los que están en Cristo están unidos con nosotros por la san­gre de Jesús. ¡Un amor así es incomprensible!

Que Dios enviara a Su hijo es asom­broso, ¡Que El quisiera estar eterna­mente ligado conmigo revela un amor imposible de entender! Su nombre y Su vida están atados a mí. El está identificado conmigo y con toda mi fragi­lidad. La recompensa para El es que al estar ligado conmigo yo sea cambiado por Su amor desinteresado. Que llegue a conocer y a aceptar Su amor como algo más grande que mis propios de­seos egoístas. La evidencia de Su amor derramado en mi corazón y en mi vida es mi identificación con mis hermanos y hermanas y mis «lazos» de amor con ellos y mi actitud bondadosa hacia to­dos (aun con los que son menos madu­ros que yo). La fidelidad y el perdón de Dios se revelarán a través mío por el pacto que tengo con El y con Su comunidad.

LA NECESIDAD DEL ALTAR Por fe vemos a la distancia, pastos verdes y aguas apacibles. Amor, gozo y paz descansan como una bendición sobre los corderos en los prados. El Señor, erguido y alerta, está en el me­dio como un gran pastor. Toda clase de árboles produciendo frutos delicio­sos crecen por doquier. Pero, ¿cuál es la razón de la cerca alrededor de tanta abundancia y belleza? Y ¿qué signi­ficado tienen esas piedras agrupadas en la entrada de la puerta? ¿Qué hace un altar allí? ¿Está tratando Dios de que Su pueblo no entre?

No, por su­puesto que no. Lo que quiere dejar fuera es al lobo. El lobo ataca a los corderos. Gusta retozar en los prados entre los árboles frutales y oler las flo­res y «tener comunión con el rebaño», buscando la oportunidad de atacar a un cordero indefenso y devorarlo. El Buen Pastor lo sabe. La cerca re­presenta las relaciones de pacto. El Pastor está en la puerta y ministra en el altar. En el altar muere el egoísmo, la envidia, los deseos asesinos, la contienda y todo lo que está arraigado en el corazón humano. Sólo hay una vo­luntad que rige en la vida dentro de la cerca – la voluntad del Gran Pastor.

Cuando una persona entrega su vo­luntad delante de Jesús, da evidencia que es una oveja y no un lobo el que busca comunión. Casi todos los matrimonios se cele­bran ante un altar. Todos se debieran hacer así. Para que un hombre y una mujer lleguen a formar una nueva per­sona, tiene que haber, por necesidad, la muerte de las dos voluntades. El al­tar es la puerta a una vida unida en un pacto. Desafortunadamente muchos matrimonios no han sido hechos ante un altar. Si hay dos que se unen así, ambos buscan su propia gratificación. Y porque ninguno está dispuesto a mo­rir, sistemáticamente se destruyen uno al otro y al matrimonio.

EL AMOR ES LA VIDA DE UNA RE­LACION DE PACTO Que quede claro que un pacto no se puede dar por sentado. Cuando Dios ofrece Su pacto, El pide una respuesta definitiva. El sabe exactamente los nombres que están escritos en el pacto. «Yo conozco mis ovejas». El matrimonio y cualquier otro contrato bajo la figura del pacto, tiene que ser tan específico como sea posi­ble para que los pactantes sepan dónde están parados. La comunicación moderna está tan llena de lagunas e indirectas que se ha desarrollado el arte de «casi decir al­go». Se ha vuelto un hábito evitar ase­gurar un compromiso.

Los contratos vagos no merecen ni el tiempo ni el esfuerzo de nadie. Dios nos ha dicho exactamente lo que El proveerá – todo. El nos ha dicho exactamente lo que espera – fe obediente. Según el grado de claridad con que nos compro­metamos, así veremos la fidelidad de Dios. Cuando establecemos contratos vagos y por fuera de lo que ha sido el diseño divino, estamos procediendo como aquel hijo a quien su padre en un acto de amor le obsequia un arma para defenderse de la delincuencia y él decide utilizarla él mismo para delinquir. Así es como siente Dios el uso de nuestros sentidos y nuestros cuerpos cuando son efectuados por fuera de los contenidos de su diseño. Y esto que parece hasta ridículo si lo comparamos con el funcionamiento “normal” de cualquier sociedad, sigue siendo pecado y, como tal, pasible a muerte espiritual, con todas sus posteriores consecuencias.

CONCLUSION Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo. El propósito de la vida y del ministerio de Cristo es el de reconciliar a Dios y al hombre y al hombre con el hombre, El pacto en la sangre de Jesucristo es la base de nuestra unión eterna con Dios y uno con el otro. Algún día esta realidad ex­plotará sobre la Iglesia. El verdadero enfoque para la unidad no es que to­dos crean en las mismas doctrinas o que todos tengan los mismos méto­dos o que todos pertenezcan a la mis­ma denominación. La base para nues­tra unidad en Cristo es la misma que hay en la total unidad de la Trinidad.

Es la naturaleza pactante de Dios que está en la Trinidad y en el Cuerpo de Cristo. El señorío de Cristo y Su san­gre nos han provisto una vida y una voluntad común. La variedad de personalidades y mi­nisterios dentro de la Trinidad se hace posible por esta naturaleza pactante de Dios. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no tienen que ajustarse al mismo oficio o función porque son de igual naturaleza – Dios. Cuando reconozca­mos nuestra naturaleza como pueblo de Dios y dejemos fluir nuestro amor de pacto uno hacia el otro, tampoco producirá rigidez o conformidad. Todo lo contrario, de nuestra seguridad en Dios y uno en el otro, manifestaremos al mundo la variedad hermosa y fruc­tífera que Dios ha colocado dentro de Su pueblo.

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septiembre 24, 2021 Néstor Martínez