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El Día Después de Mañana

Rara vez alguien deja de caminar con el Señor como consecuencia de un solo suceso, onda cataclismo aislado. Más bien, hay un largo período de declinación, una especie de  “galanteo asiduo”, que por alguna razón u otra o por algún medio u otro, que resulta eventualmente en la separación. La mayoría hemos visto situaciones como las del joven brillante y con gran potencial, que ha tenido un encuentro con Jesucristo que le ha cambiado su vida. Durante meses o años vive de la inercia de su experiencia inicial. Luego vienen las inevitables presiones o el “galanteo asiduo”. Pudiese ser una novia no convertida, o tal vez la atracción de una carrera o un logro educativo que no está de acuerdo con el máximo propósito de Dios para su vida. Un anhelo de volver a sus viejas amistades y a su vida pasada pudieran separarlo de Dios. No importa lo oculto o lenta que esta atracción sea, el efecto es que se aparta de hacer la voluntad que Dios le ha revelado.

Esta seducción insidiosa y continua es muy común en nuestros días y se siente en todos los aspectos de la vida de fe. La Biblia describe esta presión como “el misterio de la iniquidad”; como algo que no se puede entender pero que se puede describir en su intento de apartar a los creyentes de su ética bíblica y su moralidad básica. Pareciera ser mejor para nuestro crecimiento la persecución abierta que la marea sutil y continua del humanismo que erosiona la vida espiritual, porque al menos así quedan claros los puntos en disputa. Desde el Renacimiento del Siglo XVIII, el mundo occidental ha sido inundado por confusas filosofías, teorías psicológicas y de comportamiento; investigaciones científicas y pseudo-intelectuales que han multiplicado su ataque contra la autoridad de las Escrituras.

El resultado ha sido la emergencia de esta sociedad individualista, amoral y técnica. Nuestra sociedad es un conglomerado de personas desesperadas y solitarias que luchan como un toro salvaje dentro de una red, que para darle mayor esperanza de salida, la denominamos como social. Mi propósito no es volver a enunciar los problemas, ni repasar lo mal que están las cosas, más bien es el de detallar con sencillez cuáles son los puntos en tensión y sugerir algo práctico que nos ayude a mantener el curso. Las palabras de Jesús acarrean problemas para quien las oye. Su declaración de que Él es el Camino, la Verdad y la Vida son totalmente inaceptables para esta generación. Nuestra sociedad, que prefiere una filosofía pluralista, nos aceptaría más si acordáramos no repetir las legendarias palabras del Señor.

El pluralista que defiende la tesis de más de una solución viable para el dilema humano, se ha embarcado en un curso de choque con quienes sostenemos que Jesucristo es la única y final solución que Dios ha provisto. Por supuesto, tenemos que evitar la sobre-simplificación ingenua; porque la iglesia se enfrenta a una serie de problemas que son complejos e intrincados. Sin embargo, con cada problema hay una provisión dada por Dios para que lo acompañe. Desafortunadamente, en su búsqueda de la libertad, el progreso y la dignidad del hombre apartado de Dios, nuestra sociedad se ha desprendido de su fundamento. Los valores básicos y la moralidad esencial para preservar nuestra civilización están siendo erosionados.

Los puntos en tensión son determinantes. La sobrevivencia de nuestra civilización occidental y nuestra forma de vida es lo que está en juego. Tenemos que enfrentar la posibilidad de un genocidio espiritual; es decir, el creciente deseo en nuestra sociedad de deshacerse de personas como nosotros, porque insistimos que la palabra de Dios, el Hijo de Dios y el plan de Dios son las respuestas que ellos buscan. Lo cierto es que a muy pocos les gusta oír hablar de moralidad básica. Nuestra sociedad nos ha lavado tanto el cerebro, que también los cristianos tradicionales tienen la tendencia de poner un oído sordo a este tema. Sin embargo, no hay nada mejor para nosotros ahora que ser instruidos en lo que es bueno y lo que es malo.

Debemos considerar cuidadosamente lo que es moral, inmoral y amoral. ¿Quién tiene la autoridad para definir lo que es malo? ¿Permitiremos que otros nos impongan sus normas de conducta? ¿De qué manera afecta la moralidad a mi individualidad y libertades personales? La mayoría de nuestras respuestas a estas preguntas pudieran parecernos correctas al principio, pero no hemos tomado en cuenta la gran influencia corrosiva que las redes sociales, la televisión y los otros medios de comunicación ejercen sobre el mundo y la iglesia como conjunto humano, por fuera y por encima de su rol institucional.

Es indudable que todo el conjunto de redes sociales en las que en mayor o menor medida participamos, regulan nuestro pensamiento consciente e influyen, más de lo que pensamos, en nuestra conducta. Cuando hablamos de personajes como John Dewey o Sigmund Freud, por ejemplo, que han producido tal vez sin proponérselo, un grave daño a ciertos principios éticos de la moralidad humana, tenemos que incluir también a los productos de las redes o la televisión con su influencia sobre millones. En 1 Corintios 15:33, el apóstol Pablo escribió estas palabras a una iglesia que había sido influenciada e infectada por las filosofías mundanas: No se dejen llevar por los que dicen tales cosas. Si les hacen caso pronto estarán llevando una vida como la de ellos. Así lo consigna una versión de lenguaje popular, en tanto que la clásica señala: No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres.

Velad debidamente, y no pequéis, añade en el verso 34, que es como decir: despierten, y no pequen más. No debemos suponer que porque amamos al Señor, oramos y confiamos en Cristo, que no hayamos sido influenciados por nuestra sociedad y por teólogos, pastores y maestros tendenciosos que enseñan lo que está de moda. Sus innovaciones anti bíblicas tienen inevitablemente una influencia negativa en la iglesia como conjunto humano. Cuando ya todos lo hacen es muy fácil descuidarnos o hasta transigir con la verdad. El estándar de la Palabra de Dios, como una cadena segura que nos ancla y no puede ser quebrada. Esta verdad fue declarada por Jesús en Juan 10:35. La Escritura no puede ser quebrada. Jesús vio la Palabra de Dios como un estándar permanente y una influencia restringente para la humanidad.

Las ramificaciones de esta verdad debieran tener un gran impacto sobre nosotros. Si las Escrituras no pueden ser quebrantadas y nosotros lo hacemos, ¿Cuáles serán las consecuencias en nuestras vidas? Si las Escrituras no se pueden quebrantar, entonces ellas nos quebrantarán a nosotros eventualmente. La ley de gravedad puede ser desafiada, reemplazada o interrumpida, pero no quebrantada. Con el tiempo, la gravedad reclamará su propio derecho igual que la ley de Dios. La sociedad o el individuo pueden burlarse, rechazar o negar las Escrituras, pero la palabra de Dios no puede ser quebrantada. Es como un hombre que salte del piso número setenta y cinco de un edificio gritando: “Soy libre, soy libre”, con el tiempo tendrá que enfrentarse a la ley de la gravedad y con una parada estrepitosa, igual que la sociedad, tendrá que considerar la ley de Dios.

Todas las civilizaciones pasadas, presentes y futuras, tendrán que enfrentarse con la naturaleza eterna de Dios, su Palabra y su propósito inexorable. Los hombres pasan por sus revoluciones sexuales, morales y éticas gritando, “Soy libre”, pero como el hombre que se atrevió a desafiar la ley de la gravedad, tendrá que habérselas con la palabra eterna de Dios. Su palabra no puede ser quebrantada. En el final esta nos quebrantará a nosotros. Su palabra es como una cadena. Las Escrituras usan muchas metáforas semejantes, como el yugo, que contrasta con las así llamadas libertades perseguidas tan asiduamente en nuestros licenciosos días. En Romanos 6:16 el apóstol Pablo deja bien claro que no existe tal cosa como una libertad personal total. Somos, dice el apóstol, esclavos del pecado para muerte, o de la obediencia para justicia. ¡De cualquier manera seguimos esclavos!

La verdadera libertad es el don del creador. Jesús vino para hacernos libres. La humanidad sólo tiene dos opciones: esclavitud del pecado o esclavitud de la obediencia. El mundo y muchos en el pueblo de Dios están empecinados en “sentir” sus vidas, sin entender el lugar ni el propósito de la palabra de Dios. Muchos piensan que todo credo que establece normas o que saca a las personas de su individualismo tiene que ser desechado como legalista. Pero sin la palabra de Dios y sus claros requisitos y prescripciones, todos nos estaríamos ahogando en un mar de subjetividades en el que las únicas guías son “yo siento” o “yo pienso”.

El individualismo es la anarquía con un vestido psicológico moderno. La individualidad es bíblica y debe ser cuidadosamente preservada. El individualismo destruye a la verdadera libertad y felicidad. Este “ismo” es la raíz y causa de la disolución de agrupaciones esenciales que se basan en la lealtad y la mutualidad, como lo es por ejemplo la familia. El individualismo se encuentra con mayor facilidad en una sociedad opulenta. La descripción de “independientemente rico” es una alusión reveladora de la asociación del individualismo con la riqueza. El apóstol Pablo en 1 Corintios 12:12 presenta un mensaje profundo del lugar adecuado de la individualidad en la iglesia. Dios trata con individuos. Él ama a cada uno personalmente y no nos absorbe en el colectivismo. Hay un cuerpo y una familia a la que tenemos que pertenecer, y si nos relacionamos debidamente, podremos distinguir entre el individualismo y la individualidad. De hecho, cuando digo familia y pertenencia, me estoy refiriendo a la iglesia de Dios en su conjunto y no a un grupo que se rotule a sí mismo como tal, porque no siempre necesariamente lo es.

El Reino de Dios está integrado por la justicia, la paz y el gozo. Estos son probablemente los artículos más escasos en el mundo de hoy. Dios los ha prometido a la humanidad con el entendimiento que detrás del concepto del Reino de Dios están los principios de vida y de conducta que conducen a la libertad y a la felicidad. La verdadera libertad radica en tener la madurez y la perspicacia que nos prohíbe hacer cualquier otra cosa que la voluntad de Dios, tal como alguna vez lo habremos leído en 1 Juan 3:9 o Romanos 6:16. En contraste, vemos en nuestra sociedad que no tiene verdadera libertad, sino un notorio y más que evidente aumento de angustia mental, ansiedad y depresión, todo en proporciones epidémicas. La razón es que se han ignorado, rechazado y suplantado los mandamientos de Dios. Y ni se te ocurra suponer que esto es legalismo. Esto es VIDA.

Él ha enviado pacientemente a sus mensajeros esperando que respondamos positivamente. Nos ha dado repetidas oportunidades para que nos arrepintamos y podamos ser rescatados de las consecuencias inevitables de nuestra conducta. Pero nuestra sociedad continúa en su rebelión. La pregunta que todos deben hacerse es si Dios requiere que obedezcamos o no. Si la respuesta es afirmativa, entonces la insistencia individualista de reclamar “su libertad” y su resistencia a la “esclavitud” que esa obediencia demanda, tienen que desaparecer. Sucederá si logra ver que la verdadera felicidad, la prosperidad y el éxito, están inextricablemente relacionados con la obediencia a la voluntad de Dios.

Tenemos que decidir este asunto tan esencial: la verdadera libertad viene con la obediencia a la ley de Dios y que esta afecta directamente el gozo y el fruto de nuestra vida cristiana. También afecta nuestra conducta ética y moral. Esto debería ser presentado ante un sitio que se encargue de pesar y medir lo correcto y emitir su fallo. Suponte que sales de pesca y de pronto “sientes” que atrapaste un enorme pez de por lo menos medio metro de largo, con un peso seguro de quince kilos, según tus cálculos. Sin embargo, eso que “sientes” se enfrenta de pronto a los encargados de pesar y medir tu pieza para pagarte lo correcto. Y resulta ser que esos funcionarios que a tu juicio parecerían ser demasiado legalistas, ya que ellos ni se conmueven ni se dejan influenciar por lo que tú sientes, determinan que tu pez sólo mide veinticinco centímetros y no llega a pesar dos kilos. ¿En base a qué datos supones te pagarán lo que hayas pescado?

Es verdad que parecía mucho más grande y se sentía mucho más pesado. Es más, tú querías que fuese mucho más grande y más pesado, pero la realidad de lo que acaba de determinar esta gente te produce decepción primero, y un principio de depresión posteriormente. Sin embargo, es precisamente a partir de allí que tengo una buena noticia para ti. Porque después de la depresión, vendrá una decisión tuya de aceptar la realidad. Y cuando lo hagas, aparecerá la justicia, la paz y el gozo. ¿Sabes por qué? Porque Dios habita en la verdad. El pecado siempre es una mentira mezclada con depravación humana.

La tensión emocional, la ansiedad y la culpa son una plaga, para los salvos y los que no lo son, porque hemos cuestionado la palabra de Dios. Como la serpiente en la tentación de Eva, hemos preguntado: ¿Conque Dios ha dicho? Para luego negar las consecuencias de nuestra desobediencia con un ¡No moriré! Ninguno de los siguientes criterios que se usan para juzgar pasará la prueba: Racionalidad: No veo ningún daño en ella. Emoción: Siento que es lo que debemos hacer. Estadísticas: Todos lo hacen. Egoísmo: Lo haré si yo quiero. Intuición: Presiento que está bien. Conciencia: Mi conciencia no me molesta. Inocencia: No sabía que era malo. Consecuencia: No le hace daño a nadie, sólo a mí. Motivación: Dios conoce mi corazón.

Sin embargo, lo malo no es malo porque nos entristezca, nos impida realizar nuestra voluntad, o nos niegue un placer personal. ¡Lo malo es malo porque Dios dice que es malo! Eso es, precisamente, lo que hace brillar con tanta claridad el mensaje de Jesús en este asunto de la ética; sabemos la verdad de Dios y su palabra y hemos alcanzado esa posición moral y ética: lo malo es malo porque Dios dice que es malo. Consecuentemente, no tenemos por qué engañarnos con la ética de la situación, ahogarnos en un mar de irrealidad subjetiva, o continuar en nuestra terquedad, preguntándonos por qué no estamos experimentando la justicia, el gozo y la paz.

En años recientes, hemos visto la intrusión en el cristianismo de un “creyenterismo fácil”, o lo que otros llamaron “El evangelio azucarado”. Uno de sus peligros es que hacía que las personas perdieran su motivación de llegar a ser maduras y santas.  “Dios sabe que somos pecadores” y “Dios nos ama como somos”, no es toda la verdad sino se le suma que Él no quiere dejarnos así. “Todo lo que tenemos que hacer es creer e instantáneamente lo tenemos todo.” Pero los frutos de este evangelio azucarado (Nuestra falta de influencia y pérdida de credibilidad como creyentes, y nuestra incapacidad de distinguir entre los “salvos” y los “no salvos”) debiera de hacernos buscar una comprensión clara de la palabra de Dios y de su estándar para una sociedad que se está destruyendo a sí misma mientras nosotros ingenuamente la observamos citándole versículos de la Biblia.

Una de las premisas del verdadero evangelio es que Dios quiere un pueblo distinguible ética y moralmente. Un pueblo que sepa y pueda vivir como Dios dijo que debíamos vivir sin que eso le cueste esfuerzo ni sacrificio. Eso traerá vidas porque ese es el único testimonio válido. Como en la mayoría de las cosas en nuestras vidas, tenemos que buscar el equilibrio elusivo entre los extremos. Por una parte está el “creyenterismo” fácil con su estándar demasiado bajo. Demanda tan poco que la persona que está no ve la necesidad de comprometerse con ello.

“Si se puede ser un cristiano y continuar haciendo lo mismo de siempre, ¿Para qué molestarse?” Por otra parte, los zelotes religiosos por lo general establecen estándares de conducta demasiado elevados. Las demandas humanas y el idealismo religioso siempre conducen al fariseísmo y finalmente a la desesperación. Nadie puede vivir continuamente con gozo en una situación rodeada de demandas “religiosas”. Pero Dios tiene su estándar, su control de peso y medida personificada en su Hijo. El estándar es la obediencia absoluta y la perfección espiritual y, aunque es imposible que el mortal lo alcance, Jesucristo lo ha logrado para nosotros.

Él nos imparte ahora esa suministración del Espíritu de Jesucristo, la seguridad de nuestra justicia en Él y la energía moral necesaria para no caer en la desesperación. Así, Dios en su infinita sabiduría, provee el estándar perfecto (Siendo conformados a la imagen de su Hijo), y los medios necesarios para alcanzar sus requisitos. Cuando Jesucristo dijo claramente: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”, estaba expresando la motivación del Nuevo Testamento que nos llama a nuestra moralidad personal y progreso espiritual, dentro del contexto de la obediencia por amor.

Nuestro nivel de aspiración está determinado por la medida de comprensión de lo que está en juego y por nuestra determinación de alcanzar esa aspiración. El saber y el hacer la voluntad de Dios dependen de nosotros. La obediencia comienza con la decisión interna de actuar y de conducirnos de cierta manera. El deseo de obedecer es un fruto de la regeneración, pero también es una evidencia de que Dios está obrando en nosotros para querer y hacer su beneplácito. Las escrituras deben ser siempre nuestro estándar de vida, de amor y de conducta personal, no sólo cuando “sentimos” el Espíritu, sino siempre, pues su significado claro nunca deja de requerir nuestra obediencia. Muy rara vez nuestra sociedad usa la palabra de Dios para resolver algún asunto. Para algunos tiene sólo una autoridad limitada, pues la colocan en igualdad con otras fuentes de autoridad, pero para la mayoría, su pronunciamiento significa el fin del asunto.

Para nuestro Señor, las Escrituras fueron siempre terminantes. Para él, debían ser reconocidas, comprendidas y obedecidas lo sintiera uno o no, y sin importar el costo de la inconveniencia personal. Jesús dijo que él había venido para hacer la voluntad de su Padre y cumplir con la ley y los profetas. Él era la Verdad y sabía que las Escrituras eran el poder de Dios y no podían ser quebrantadas. Para Jesús, la voluntad revelada de Dios estaba en las Escrituras y no en los impulsos subjetivos del hombre: “Yo creo”, “Yo siento”. Las Escrituras eran siempre su autoridad final y su norma de conducta. Reconoció públicamente su autoridad y nunca la sustituyó. En su vida privada y en su vida pública se entregó al estándar de vida y de conducta de Dios.

Aun sabiendo que sería el juez de todos los hombres, Jesús se limitó constantemente para ajustarse en conformidad con la ley de Dios. Cuando tuvo el conflicto mortal con Satanás, las palabras “escrito está” lo decidieron todo y evidentemente para el tentador también. Desafortunadamente, la mayoría no parece resolverlo tan fácilmente. El salmista del 73:2 estuvo muy cerca de “deslizarse” cuando observó que los impíos se enriquecían y los mundanos prosperaban. Se quejó porque sus intentos de caminar en santidad y de seguir la palabra de Dios como su norma de moralidad resultaron en más castigo para él y eso le parecía injusto. La mayoría de nosotros nos hemos visto bajo presiones similares. Igual que Habacuc, yo también me sorprendo por la degeneración humana y la conducta bestial que Dios permite con paciencia.

El salmista estaba perturbado por la aparente prosperidad de los malos: Dice en el verso 16: Cuando pensé para saber esto, fue duro trabajo para mí. Pero cuando entró en el santuario del Señor, viendo como Dios ve, su perspectiva cambió: entonces, dice en el verso 17: comprendí el fin de ellos. El énfasis en lo natural e inmediato parece obscurecer la visión de lo eterno. Sin embargo, nuestra perspectiva de la eternidad es un contexto necesario para lograr entender los asuntos morales. Tenemos que recordar que Dios, conforme lo que leemos en Hechos 17:31: ha establecido un día en el cual juzgará a todo el mundo en justicia por medio de un Hombre a quien ha designado, habiendo presentado pruebas a todos los hombres al resucitarle de entre los muertos. Este hombre es Jesucristo quien personifica la oficina de control.

La resurrección y el juicio son seguros. Daniel dice en 12:2 de su libro que: Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua. El apóstol Pablo declara, en 2 Corintios 5:10 que Todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno sea recompensado por sus hechos en el cuerpo, de acuerdo a lo que haya hecho, ya sea bueno o malo. Este es un universo moral, a pesar de las apariencias presentes que sugieren lo contrario. Si aceptamos y nos regimos por ese especificador de principios que es el Hijo, en vez de ceder a las presiones de nuestra sociedad para transigir con sus principios, sabremos la diferencia entre lo bueno y lo malo y estaremos protegidos para no desviarnos de la voluntad de Dios.

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febrero 25, 2022 Néstor Martínez