Yo no sé si la mayoría de nosotros, me refiero a los que llegamos al Señor de adultos, tenemos clara conciencia del ámbito espiritual de donde salimos para llegar y derrumbarnos a los pies de su cruz. Es verdad que lo correcto es conducir un vehículo con los ojos y la atención fijas en el parabrisas y lo que tenemos de frente, la zona por donde vamos avanzando. Pero no es descabellado ni mucho menos utilizar el espejo retrovisor de tanto en tanto, para que no se nos pierda de vista el lugar, el falso camino o directamente el infierno del cual salimos para venir a disfrutar las mieles de la salvación. Ese es el tema central con el que Pablo comienza lo que nosotros rotulamos como segundo capítulo de su carta a los Efesios.
Y no empieza con esto porque dice algo así como: “Bueno, voy a empezar el segundo capítulo hablando de la salvación”. No. El no comienza ningún capítulo, el sigue escribiendo una carta que, en lo que para nosotros es el final del capítulo 1, habla de Jesucristo como cabeza de la iglesia, así que ahora es lo más natural del mundo que se refiera a nosotros, los que por fe podemos formar parte de esa iglesia, cuerpo, asamblea. Y nos recuerda que en ese momento, todos estábamos muertos, esto es sin vida espiritual ni emocional, (Muchos literalmente física, también), por causa de la multitud de nuestros delitos y pecados. Quien crea que en ese marco puede desarrollar una vida normal, no tiene ni la menor idea de lo que es el reino de las tinieblas cuando te atrapa.
Y casi como si fuera un mínimo atenuante, expresa que hacíamos todo eso porque seguíamos la corriente de este mundo, que es como decir que nos dejábamos llevar y convencer por todas las opiniones y sugerencias que nos llegaban desde la raquia, que es la expansión, ese firmamento en el cual se entremezclan las voces que los seres humanos en la tierra levantan en defensa de sus pensamientos, de sus teorías y, obviamente, de sus intereses. ¿Quieres un ejemplo actual de ese discurso amplificado por miles o millones de voces? La identidad sexual.
Tú puedes elegir tu manera de expresar tu sexualidad. No importa si naciste con genitales masculinos, si deseas comportarte como un ser femenino, nadie te lo puede impedir porque eres dueño de tu cuerpo y haces lo que quieres con él. ¿Sí? ¿De verdad el hombre cree que su cuerpo le pertenece? ¿Y entonces por qué se le enferma en contra de su deseo? ¿Por qué se muere en el momento más inesperado sin que lo pueda evitar? ¿Y por qué luego se degrada, se corrompe y se diluye en ceniza sin que nadie pueda impedirlo? El hombre tiene señorío sobre algunas cosas de esta tierra, si es que se apoya en su Dios y recibe su respaldo. De otro modo, déjame decirte como verdad excluyente y absoluta de total comprobación, que el hombre no es dueño de nada, ni siquiera de su minuto o segundo siguiente de vida.
Y añade algo muy singular. Dice que nuestro comportamiento era así de errático, delictivo y pecaminoso, por causa de la operación de lo que el llama el príncipe de la potestad del aire, una entidad satánica que indudablemente hacía estragos en nuestra ignorancia y vulnerabilidad, pero que según lo afirma Pablo con contundencia profética, es la misma entidad que sigue operando de la misma manera HOY en todos los que son hijos de desobediencia, esto es: aquellos que, habiendo conocido las verdades de Dios, tomaron la decisión de no obedecerle y seguir dejándose llevar por los espíritus malignos. Esto no es ninguna novedad, de hecho, pero no me negarás que nos sigue impactando grandemente por su exactitud y su realidad.
Y aquí es donde Pablo nos recuerda la validez y la instancia clave en todo esto que significa la misericordia de Dios. Con toda honestidad, nosotros nos llenamos nuestras bocas hablando de la misericordia de Dios y la misericordia de Dios, pero creo que todavía no tenemos ni la más pálida idea de lo que realmente significa e implica tener ese grado imponente de misericordia. Si nosotros la tuviéramos, y ni se me ocurre pensar en una misma medida, sino apenas en un minúsculo porcentaje, créeme que el mundo en general sería otro, muy otro. Pero los mensajes que por años nos han llegado desde la raquía de parte de cualquier forma de personeros del infierno, siempre han sido de desconfianza, de dureza, de inmisericordia y casi de crueldad para con el que se equivoca. Si Dios se hubiera comportado con nosotros como nosotros solemos hacerlo con el que delinque o peca, no sólo que hoy no tendríamos vida en Cristo Jesús, sino que ni siquiera existiríamos. Pero nos hizo el favor de salvarnos y darnos vida, sin detenerse a pensar si lo merecíamos o, por el contrario, habíamos hecho suficientes méritos para que no lo hiciera. Eso es lo que se llama GRACIA. Nada que ver con buen humor…Aunque a nuestro Dios, buen humor le sobra.
Allí es donde nos hace sentar en los celestiales, que significa algo así como por sobre los cielos, más arriba de lo que consideramos más alto. Nada que ver con “lugares”, como siempre se tradujo, porque no estamos hablando de sitios geográficos, sino de posiciones espirituales. De hecho, en términos bíblicos, sentarse es lisa y llanamente vivir como muertos a las cosas terrenales, pero con la vida abundante que Cristo nos dio. Significa vivir plenamente identificados con Cristo, que más allá que identifique al Hijo de Dios reinando, nos habla de unción por sobre unción, algo impensado en esta dimensión carnal en la que estamos tan acostumbrados a vivir y movernos.
Pablo, y todos los que queremos que no te equivoques, queremos que sepas que de ninguna manera en tu vida anterior o posterior hiciste, dijiste o ni siquiera pensaste algo que te hiciera merecedor a la redención y salvación. Eso es un don de Dios y Él lo otorga por Gracia o no, así de simple y contundente. Nada que ver con merecimientos, mucho menos con reclamos respecto a derechos por religión. Y te aclara una vez más, por si todavía fuera necesario, que no es por causa de merecimientos por obras, sino por decisión y favor de Dios. Llevo, entre clases bíblicas, estudios radiales y esto que ahora compartes en la Web, más de treinta y cinco años dedicados a full al estudio y la enseñanza. Esas son “mis obras”. Tengo claro que, aunque reciba respaldo y guía de Su Espíritu, todo lo que yo haga, en función de salvación, es hojarasca. Soy salvo por Gracia, por favor de Dios y por su don y misericordia. Todo lo que haya hecho en esos treinta y cinco años, son una consecuencia, de ninguna manera una base o argumento. Si tienes claro eso, ya venciste tu egocentrismo, lo cual te aseguro que no es algo menor.
Y si a alguien todavía, ya sea por vanidad o incredulidad, le quedara alguna duda respecto a esto, Pablo mismo te la aclara cuando dice que todas esas obras maravillosas que tú supones puedas haber hecho en tu vida, ya habían sido preparadas de antemano por Él para que tú simplemente las ejecutaras. Eso dice Efesios 2:10 para todo quien quiera leerlo y creerlo. ¿Sabes qué? Mi vida es un testimonio viviente e inexcusable de esto. Jamás hablé con nadie para conseguir alguna posición o espacio para hacer alguna determinada cosa para Dios. Fui maestro de escuela bíblica casi por “casualidad”, porque las titulares se enfermaron todas al mismo tiempo y a mí me tocó reemplazarlas. Era el único disponible y último en la consideración. Quedé. Hice radio porque casi me obligaron por mi experiencia profesional, pero no me senté ante un micrófono a decir lo que un hombre me ordenaba, como se suponía tenía que hacer por sujeción. sino que lo hice para decir lo que el Espíritu Santo me daba que dijera. También quedé. Y, finalmente, aparecí en internet porque gente incluso no creyente se puso de acuerdo para que tuviera una página donde desarrollara lo que ellos llamaban y pensaban que era “mi hobby”. ¿Entiendes? Preparado todo de antemano por Dios. Yo solamente un ejecutor circunstancial. Búscale un mérito a eso… No lo tiene, no te esfuerces. Obediencia.
Y después Pablo nos dice a los gentiles que los judíos nos llamaban “los no circuncidados”, o incircuncisos”, mientras que ellos mismos se rotulaban como circuncidados. Pero es como si Pablo les dijera a los gentiles que ellos no son judíos y no tenían a Cristo ni formaban parte del pueblo de Israel. Y que por obvia consecuencia, tampoco formaban parte del pacto ni de la promesa que Dios le había hecho a Su pueblo. Es decir: lo que quiere mostrarles, es que ellos vivían en este mundo no sólo sin Dios, sino también sin esperanza. Pero a renglón seguido les aclara que AHORA, y cuando dice ahora es ahí mismo, lo mismo que yo te estoy diciendo AHORA, en ese tiempo en que él estaba escribiendo eso y en este, en el que yo te lo estoy leyendo, los gentiles dejaron de estar lejos de Dios y pudieron acercarse a Él por medio de Jesucristo y su muerte en la cruz. Y atención con esto: dice que Cristo les dio la paz a los gentiles, pero también los sacó del odio que separaba a los judíos de los que no lo eran y que, al romper esa barrera, constituyó de entre esos dos pueblos. uno solo.
Yo me pregunto con absoluta honestidad y transparencia de pensamiento, si eso hoy, ahora, en este siglo veintiuno que estamos transitando, es una realidad que nadie discute o, por el contrario, es una hermosa expresión espiritual que, en la vía de los hechos concretos, todavía no tiene correlato claro ni coincidente con lo que se dice. Es más que evidente que, al romper con los reglamentos de la Ley, Jesús desde la cruz rompió también con todos los elementos que imposibilitaban la UNIDAD, y de la junta de dos pueblos antagónicos, hizo uno solo amigo, en realdad más que amigo, por una simple cuestión de paternidad espiritual, hijos, y por lo tanto hermanos. No me importa como piensas ni qué clase de ideología terrenal profesas. Lo que sí sé y tengo más que claro, es que Dios no envió a su hijo unigénito a la cruz para morir como un delincuente, para que algunos se arroguen un supuesto derecho de libertad para desestimar ese acto de sangre y continuar con antiguas enemistades y enfrentamientos, como si el Gólgota jamás hubiera existido.
No sé cómo tengo que hacer para explicar y que los más enconados me lo crean como la verdad que es, que Jesús vino y anunció las Buenas Nuevas de su Evangelio a sus paisanos judíos que ya estaban cerca de Dios, como también a sus odiados gentiles que hasta ese momento se encontraban lejos de Dios. Y que ese acto que muy bien podemos llamar de amor y sacrificio, posibilitó algo que no siempre ha sido visto con claridad por los unos y los otros. Algo que yo podría entender o al menos comprender desde la óptica de las debilidades humanas, si sólo se tratara de conjeturas o ideas personales, sin bases centradas en la Palabra, que es la rectora de todo.
Pero no es así. Aquí, en el capítulo 2 y verso 18, Pablo, en su carácter de enviado de Dios como gestor de la unidad de la iglesia, dice textualmente según lo publica la versión tradicional: porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Néstor…a ver… ¿Usted me está diciendo que el Espíritu Santo le otorga mediante la fe en Jesucristo el mismo acceso al trono de Dios mediante la guía del Espíritu Santo a judíos y no judíos por igual? No te lo estoy diciendo yo, ¡Te lo está dejando escrito y documentado Pablo! Tómalo o déjalo. Yo resolví tomarlo. Yo no vine a esta tierra a confrontar con mis hermanos en la fe, yo vine a confrontar con todos los demonios que se crucen en mi camino y me obstaculicen trabajar para recuperar y extender el Reino de Dios usurpado por el enemigo.
Siempre me llamó la atención el por qué Pablo, en lo que para nosotros es el verso 19, les dice a los gentiles convertidos que ya no son extranjeros ni advenedizos en el pueblo de Dios. Advenedizo tal vez se podría entender un poco mejor, ya que se refiere a alguien que llega a una posición que no le corresponde o a un lugar en el que lo consideran un extraño. Creo que todos los que llegamos al Señor de adultos, al principio, nos sentimos advenedizos en las iglesias donde comenzamos a asistir. Pero el término extranjero tiene otro significado, ya que nos habla de alguien que viene de otro país o que está en una nación que no le es propia. Sin embargo, creo que la palabra griega traducida así en este texto, que es xénos, nos da la respuesta más clara, ya que significa foráneo, huésped, alguien que entretiene, ajeno o desconocido. Es obvio, esto no es nada que más de uno de nosotros, los que ahora nos estamos escuchando, hayamos vivido alguna vez, en nuestros inicios como creyentes.
Muy por el contrario, Pablo nos asegura que pese a todo eso que nos pueda parecer extraño, ya somos conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, nada menos. Conciudadanos, co-habitantes de una misma ciudad, nativos del mismo pueblo. Es decir que estamos muy lejos de ser lo que suponíamos, alguien que llega desde muy afuera y muy lejos a ver si se le permite sumarse a ese lugar al que quiere pertenecer. Lo que Pablo nos muestra es que nosotros, todos, siempre fuimos de ese sitio y no de ningún otro. Que no lo asumíamos como tal por diversas razones que ahora ya no existen, pero que de momento en que nos decidimos a ser y pertenecer, nadie nos lo puede negar porque por Cristo siempre estuvimos aquí y no como invitados o visitantes, sino como integrados, como parte de la familia de Dios a la cual Cristo pertenece como Hijo. Y con igualdad de derechos que todos ellos, a quienes miramos siempre tan alto y tan lejanos.
Y tal vez lo más claro e importante de todo, es que Pablo nos dice a todos, judíos y gentiles ahora unidos por Jesucristo, que nuestra fe y convicciones están sustentadas sobre un fundamento inamovible, que es el que trajeron los antiguos emisarios, (Así los llaman en los originales), que son nuestros enviados, apostellos, más adelante convertidos en apóstoles. Nadie puede ser apóstol de nada, aunque millares de hombres los ordenen y les otorguen credenciales, si no han sido enviados por el Dios de todo poder o no tienen el carácter divino de emisarios del cielo. Y se añaden a esos fundamentos, los llamados por los originales “voceros”, (Del griego profétes), rótulo que luego para nosotros será el de profetas. Del preanuncio de una verdad en labios de esos profetas, luego confirmada y establecida por los apóstoles en hechos concretos y visibles, se fundamenta nuestra llamada “doctrina”. No hay otra cosa, nunca la hubo. A muchos hombres les hubiera agradado que la hubiera, pero no la hubo. Si tu fe y tus convicciones no se sustentan en lo que dijeron esos apóstoles y profetas, tú puedes tener una hermosa y respetable religión, pero no tienes a Jesucristo morando en ti. Aunque no lo entiendas, de esto último hay miles. Millones tal vez.
Son, por rarísima paradoja, los que aseguran pertenecer y profesar el evangelio de Jesucristo, aunque luego demuestran con testimonios palpables que no lo conocen. Porque si lo conocieran, que en términos bíblicos significa tener intimidad con Él, trato directo, un cara a cara o mano a mano con Él, sabrían que cuando esta escritura nos dice que Él es la principal piedra del ángulo, nos está diciendo que si en el edificio religioso que nosotros construimos y levantamos, no hay un sitio, un espacio especial y principal reservado para Jesucristo, entonces lamento advertirte que de ninguna manera ese sitio puede auto denominarse cristiano. No se es cristiano porque se forme parte oficial de una religión, se es cristiano porque se sigue a Cristo, que es como decir el Ungido, el Mesías, el Jesús que desde la cruz venció y ganó todo eso para nosotros. Si en una iglesia, por mejor que ella sea, por más cantidad de personas que sean sus miembros, por mejor calidad que tengan su alabanza, su adoración y sus sermones, visiblemente Jesucristo no es cabeza rectora, entonces todo está y estará excelente y muy bueno, pero no es iglesia, es club religioso con nombre de que vive pero está espiritualmente muerto.
Porque desde su esencia apostólica misma, Pablo nos muestra con argumentos más que sólidos y estrictamente fundamentados y sustentados con la Palabra, que la iglesia como cuerpo, como unidad perfecta en Cristo de todas las razas y etnias del planeta, en el marco multicolor de una mezcla de colores de piel y de culturas, que la iglesia en su conjunto es lo más parecido a un edificio, aunque no fue formada para ser algo frío de mampostería y madera. Es un edificio espiritual que conforme a lo que él escribe en el verso 21, va creciendo con destino a convertirse en un templo santo para el Señor. Siempre con Jesucristo como la cabeza y la esencia básica de esta edificación invisible. Porque sólo Él puede sostener toda esta estructura incorpórea sin correr el riesgo de que la criatura humana imperfecta, la dañe o la corrompa. Esto y no cualquier cuerpo encontrado en la calle es lo que está destinado a ser templo del Espíritu Santo. Dios tiene misericordia, paciencia y mucho amor, pero es un Rey. Y un Rey lo entendamos o no, siempre está destinado a vivir en un palacio. Y nosotros somos en esencia espiritual, ese palacio donde Él vendrá a morar y reinar. Ese es el diseño. Nadie que se diga cristiano podrá negociar nada por menos que esto.
El mensaje más claro que hay en este segundo capítulo de esta carta, es el UNIDAD. Esa es una palabra que ha sido muy usada desde los púlpitos y los medios de comunicación de raigambre cristiana, pero muy poco puesta por obra incluso por una gran mayoría de los que la predicaron. Te doy el ejemplo que más cercano tengo, el de un sector de mi país que es altamente clasista. Que podría ser racista también, pero que no lo es porque no tiene motivos. Una vez un político me dijo en una nota periodística que en la Argentina no había racismo como en USA. Yo entendí su postura por razones ideológicas, pero no pude evitar responderle que lo que no había en Argentina era mucha gente de raza negra, no racismo. Que no se equivocara, porque del clasismo al racismo hay un solo paso. Y ese clasismo puede, incluso, hacer sentir incómodo al ministro más puro y santo en un templo ocupado por mayoría de gente muy pobre y carenciada. O a otro que proviene de una congregación con mayoría de profesionales que de pronto se encuentra en una con mayoría de personas vestidas con ropa de segunda mano, que es decir ropa usada. Clasismo. Racismo. Ingredientes absolutamente satánicos, ambos, que impiden que una auténtica unidad sea posible.
Aquí, en mi país, el hombre rubio, alto y de ojos celestes, va a tener que luchas mucho con su propia formación íntima para poder aceptar que delante de Dios es absolutamente igual a ese hombre de menor estatura, tez oscura y ojos que denuncian una ascendencia aborigen. La raquia, ese firmamento ocupado por las campañas publicitarias, se ha encargado de adoctrinarlo respecto a que hay colores de pieles que son de primer nivel y otros que son de segundo o tercero. Y no creo que Argentina sea la excepción y el único país en el que se cuecen ese tipo de habas. Por eso sigue teniendo tanto éxito la estampita de Jesús que introdujo casi con valor doctrinario el catolicismo romano. Es un Jesús de tez blanca, cabello castaño claro y ojos entre celestes, verdes o grises. ¿De verdad así era Jesús? Mira su origen carnal, mira su lugar de residencia, mira sus paisanos. ¿De verdad eligirías creerte lo otro o lo harías porque sientes negación que no sea así? Yo siempre me pregunté y lo sigo haciendo: ¿Amaría una iglesia de blancos exquisitos a un Jesús negro si se descubriera que lo era? Esto parece fuerte y duro, pero créeme que es la auténtica base de una unidad que todavía tenemos en deuda como asignatura pendiente.