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Buscando al Samaritano

En algunos trabajos anteriores, hemos visto que el hombre necesita ser salvo y que Dios preparó dicha salvación. Vimos los problemas que Dios encontró cuando preparó esta salvación para nosotros y la manera en que El solucionó todos los problemas del pecado.

También vimos la manera de recibir la salvación. Debido a que el hombre entendió la Biblia de una manera incorrecta, le pusieron muchas condiciones a la salvación. Algunos quieren poner cierta condición, mientras que otros quieren poner otra.

Vimos que el hombre no se salva por medio de la ley ni por las obras. No se salva por el arrepentimiento, la oración ni la confesión. El hombre no se salva por nada que tenga en sí mismo. Además de estos métodos humanos, existen dos errores muy comunes dentro de la iglesia. El primero es el concepto de que el hombre tiene que amar a Dios a fin de ser salvo. Si el hombre no ama a Dios, no puede ser salvo.

Tengo que admitir que, 1 Corintios 16, nos dice que el hombre tiene que amar a Dios. Si alguno no ama a Dios es anatema. Esto es un hecho. Sin embargo, la Biblia nos muestra claramente que el hombre es salvo por la fe y no por el amor.

Algunos piensan que se puede demostrar en la Biblia que el hombre es salvo por medio de amar a Dios y que sin amar a Dios el hombre no puede ser salvo. Hay algunos pecadores que cuando se les predica la salvación por fe, dicen que no pueden ser salvos porque no aman a Dios de corazón.

Piensan que si realmente aman a Dios y se acercan a Él, Dios los salvará. Según ellos, el hombre es salvo por medio de amar a Dios. No se dan cuenta de que el hombre no es salvo porque ame a Dios, sino porque Dios ama al hombre.

Dios es quien amó al mundo y dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquél que en El cree no se pierda más tenga vida eterna (Juan. 3: 16). De Dios se requiere amor. De nosotros se requiere fe. El requisito para el hombre no tiene que ser el mismo que el de Dios.

El hombre no tiene que amar a Dios de la misma manera que Dios lo ama. El Evangelio de Juan no dice que el hombre debe amar tanto a Dios que tenga que dar su hijo a Dios, para que Dios confíe en él y no lo deje perecer sino que le dé vida eterna.

Agradecemos a Dios porque fue El quien amó tanto al mundo que dio a Su Hijo unigénito. La Biblia no dice que nosotros amamos a Dios primero, sino que fue Dios quien lo hizo primero. La base de la salvación no es nuestro amor hacia Dios. La base de la salvación es el amor de Dios para con nosotros. Si basamos la salvación en nuestro amor por Dios y en nuestro sacrificio hacia Él, inmediatamente veremos que la salvación que tengamos no será segura.

Nuestros corazones son como la arena del mar que va y viene con las olas. Si nuestra casa se edifica en la arena, nuestro destino seguirá el fluir de la corriente. Gracias al Señor. No es un asunto de nuestro amor hacia Dios, sino del amor de Dios hacia nosotros.

Aunque Juan 3 y otros pasajes digan lo que hemos dicho, tal vez algunos pregunten: “¿Y qué dice usted de Lucas 10?” Ahora leamos lo que dice en Lucas 10. Lucas 10: 25 comienza diciendo: “Y he aquí que un intérprete de la ley se levantó”.

Este hombre tenía una profesión equivocada. “Cierto intérprete de la ley lo puso a prueba”. Su motivo era incorrecto. Su intención no era buena. “Le puso a prueba, diciendo: Maestro”. Él tenía un entendimiento incorrecto. Su entendimiento con respecto al Señor estaba equivocado.

Él no sabía quién era el Señor. “¿Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?” Su pregunta era incorrecta. Aquí vemos a un hombre que estaba errado en su profesión, en su motivo, en su intención, en su comprensión con respecto al Señor y hasta en la pregunta que hizo.

El preguntó: “¿Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?” ¿Qué contestó el Señor? Él le dijo: “¿Qué está escrito en la ley?” Tú eres un intérprete de la ley. Tú debes saber qué dice la ley. “¿Cómo lees?” Algo debe de decir la ley. Sin embargo, el hombre puede equivocarse al leerla. El Señor le hace una doble pregunta. ¿Qué está escrito en la ley? Y ¿cómo lees?

Algunas veces la ley dice una cosa pero el hombre lee otra cosa. “Aquel, respondiendo, dijo”. Él contestó lo que decía la ley, y cómo él lo entendía. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”.

Este intérprete de la ley estaba muy familiarizado con la ley. Él sabía que la suma de la ley es amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y con toda la mente, y amar al prójimo como a uno mismo.

Él podía resumir toda la ley en una oración. Este era un hombre entendido. Es probable que todo aquel que tienta sea entendido. Solamente los entendidos tratan de tentar. ¿Qué significa tentar a otros? Los que quieren saber hacen preguntas y los que vienen a tentar también hacen preguntas.

Los que quieren saber algo hacen preguntas porque no entienden. Los que quieren tentar a alguien hacen preguntas porque sí entienden. Algunos preguntan porque no entienden, y humildemente quieren saber. Algunos preguntan porque entienden; éstos quieren mostrar cuánto entienden.

Esto es lo que significa tentar. Este hombre vino al Señor para preguntarle cómo podía ser salvo. Él dijo que quería tener vida eterna y que quería la vida de Dios. ¿Qué debía hacer entonces? El Señor dijo: “¿Qué está escrito en la ley y cómo lees?”. El hombre pudo recitarlo de memoria.

Él sabía esto desde hacía mucho tiempo. Uno tiene que amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la fuerza y con toda la mente y amar a su prójimo como a sí mismo. Él sabía todo esto. Fue por eso que lo recitó inmediatamente. Cuando respondió de esta manera el Señor le dijo que lo pusiera en práctica y así tendría la vida eterna.

Aquí tenemos un problema. Por lo que el Señor dijo aquí cuando habló con el intérprete de la ley y por la circunstancia, aquellos que no están familiarizados con la verdad y con el significado de la palabra de Dios, tal vez digan: “¿No es evidentemente claro que para tener vida eterna uno debe amar a Dios y a su prójimo?”

“Si un hombre no ama a Dios y a su prójimo, ¿no es verdad que no puede tener vida eterna?” Aunque el evangelio de Juan menciona ochenta y seis veces que la vida eterna se obtiene por medio de la fe, algunos tal vez digan que el evangelio de Lucas dice al menos una vez que la vida eterna se obtiene por medio de amar a Dios; si un hombre no ama a Dios y a su prójimo, no puede ser salvo.

Si ese es el caso, les preguntaría si alguno de nosotros ha amado a Dios de esta manera, es decir, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y con toda la mente. No, no hay nadie así. No existe nadie que ame a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas y con toda su mente, y nadie puede decir que ama a su prójimo como a sí mismo.

No existe tal persona. Puesto que nadie hace esto, entonces nadie podría tener vida eterna. Necesitamos entender por qué el Señor Jesús dijo que necesitamos amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra fuerza y con toda nuestra mente.

Agradecemos al Señor que la Biblia es en realidad la revelación de Dios. No existe absolutamente ningún error en ella. Esta es la razón por la cual me encanta leer la Biblia. Si este pasaje de Lucas que comienza en 10: 25 terminara en el versículo 28, las verdades de la Biblia serían contradictorias.

Si tal fuera el caso, el hombre tendría que amar a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con toda su fuerza y con toda su mente. Ninguna de estas cuatro cosas podría faltar. Y si no cumple alguna de ellas, no podría ser salvo. Gracias al Señor que después del versículo 28 hay más versículos. Continuemos leyendo.

Es muy bueno que este hombre fuera inquieto. “Pero él queriendo justificarse a sí mismo…” hizo  esta pregunta. “Él le dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?” Jesús le dijo que tenía que amar al Señor su Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas y con toda su mente y amar a su prójimo como a sí mismo. Habría sido extraño que él preguntara quién era Dios. ¿Podía un maestro preguntar quién era su Dios?

También le habría sido difícil preguntar quién era él mismo ya que todos los hombres del mundo, con excepción de los filósofos, saben quiénes son. No teniendo nada que decir, preguntó quién es su prójimo. “Ahora dices que tengo que amar a mi prójimo como a mí mismo. Pero ¿quién es mi prójimo?” A partir del versículo 30 el Señor le dijo quién era su prójimo. El comenzó a contarle una historia.

Esta historia es de las más comunes y familiares de la iglesia. Sería muy bueno que la leyéramos juntos: “Tomando Jesús la palabra, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales lo despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Coincidió que descendía un sacerdote por aquel camino, y viéndole, dio un rodeo y pasó de largo.

Asimismo un levita, llegando a aquel lugar, y viéndole, dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a compasión; y acercándose vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndolo en su cabalgadura, lo llevó al mesón y cuidó de él. ¿Quién, pues, de estos tres te parece que se hizo el prójimo del que cayó en manos de ladrones?”

Conocemos bien esta historia. Dedicaremos un poco de tiempo para analizarla. Este hombre iba de un lugar de paz a un lugar maldito. Jerusalén significa paz y Jericó significa maldición. Él no iba de Jericó a Jerusalén, un viaje ascendente. Iba de Jerusalén a Jericó, un viaje descendente.

Él iba del lugar de paz al lugar de maldición. Este hombre estaba en una condición decadente. Él se encontró con los ladrones en el camino. No fue un solo ladrón, sino una banda de ladrones quienes le quitaron todo lo que tenía, lo despojaron de sus vestidos y lo dejaron completamente desnudo.

Lo golpearon hasta dejarlo medio muerto; fue herido en su ser. La Biblia nos muestra que las vestiduras del hombre son sus acciones y que el ser del hombre es su vida. Aquí las buenas acciones le fueron quitadas y no le quedó nada. La vida que queda solamente tiene un cuerpo que está vivo; el espíritu está muerto.

Este es un hombre medio muerto. Todos los lectores de la Biblia saben que ésta es una descripción de nuestra persona. Desde el momento en que el hombre fue tentado por la serpiente en el huerto de Edén, y desde que comenzó a pecar, el hombre nunca ha tenido paz en su vida de vagabundo.

El hombre continuamente es tentado por Satanás, y como resultado es despojado de sus obras externas. Además, internamente, su espíritu está muerto. Él está vivo mientras está en su cuerpo; sin embargo, en su espíritu está muerto. El hombre no puede hacer nada con respecto a su condición. Solamente puede esperar que otros vengan y lo salven.

Descendió un sacerdote. Cuando vio a este hombre pasó de largo; asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndolo pasó de largo. Los sacerdotes y los levitas son los dos grupos principales de personas mencionadas en el Antiguo Testamento. En el Antiguo Testamento toda la ley está en manos de los sacerdotes y los levitas.

Si quitamos los sacerdotes y los levitas no habría ley. Para un pecador medio muerto, cautivo de Satanás, que espera ir a la destrucción, sin virtudes externas, no hay nada que hacer, excepto esperar la muerte. ¿Qué le habrían dicho los sacerdotes? Podrían haber dicho: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente y te levantarás y andarás”. El levita también pudo haber dicho: “Eso es cierto. Sin embargo, también debes amar a tu prójimo como a ti mismo”. Estos son sus mensajes.

Esto es lo que un sacerdote y un levita le dirían a un hombre moribundo. “Es verdad que estás medio muerto y que te han despojado de tus vestiduras brillantes. No obstante, si haces el bien puedes ser salvo”. Esto es lo que significa amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y con toda la mente. Esto es lo que significa amar a Dios.

Si alguien no ha sido golpeado, y todavía tiene el corazón, el alma, las fuerzas y la mente para hacer algo, es posible que pueda amar a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas y con toda su mente. Se le habría podido decir esto mientras todavía estaba en Jerusalén. Sin embargo, el problema hoy en día es que ya no está en Jerusalén; está tirado en el camino, moribundo.

Estos mandamientos no le pueden ayudar. Por lo tanto, por favor recuerda que hoy en día no es asunto de dar nuestro “todo”, sino de recibir algo de ayuda. Aquí vemos a un hombre que está a punto de morir por enfermedad. Vive en pecado. No puede hacer nada con respecto a su condición. Si tú le dices a tal pecador que ame a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas y con toda su mente, él te dirá que nunca ha amado a Dios en su vida.

Si tú le dices que tiene que amar a su prójimo, él te dirá que ha estado robando a otros toda su vida. ¿Qué le dirías a un hombre que está a punto de entrar en la eternidad? En ese momento, los sacerdotes y los levitas no pueden ayudarlo. Ellos solamente pueden pasar por el otro lado. Cuando ellos ven una persona así no pueden ayudarle.

Lo que se dice acerca de amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra fuerza y con toda nuestra mente, y de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, no tiene como fin ayudarnos a heredar la vida eterna.

El único propósito es mostrarnos la clase de personas que somos. Si tú nunca hubieras oído que debemos amar a Dios, tú no sabrías cuán importante es hacerlo. Si tú nunca hubieras oído que debes amar a tu prójimo, no sabrías cuán importante es esto.

Una vez que uno oye acerca de amar al prójimo, se da cuenta de que nunca ha amado al prójimo. En realidad las palabras mencionadas en la ley tales como amar a Dios, amar a nuestros semejantes, no codiciar ni matar, están allí solamente para exponer nuestra pecaminosidad.

Estas palabras muestran nuestra condición. El fin de la ley, como dijo Santiago, es solamente servir de espejo. Le muestra a uno quién es. Uno no sabe cómo es su cara, sin embargo, si se mira en un espejo sabrá cómo es. Anteriormente tú no sabías que no amabas a Dios. Ahora lo sabes. No solamente no amas con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y con toda la mente, ni siquiera amas un poco a Dios. No solamente no amas a Dios, ni siquiera amas al prójimo.

Tú ya has sido asaltado por los ladrones. No obstante, tú todavía no sabes lo que te ha sucedido. Ahora, por medio de la ley lo sabes. Ustedes fueron golpeados por los asaltantes, dejados medio muertos y despojados de sus vestiduras y ustedes ni cuenta se dieron.

Ahora lo saben. Entonces, ¿Qué hicieron los sacerdotes y los levitas? Ellos vinieron a decirle: “Amigo mío, ¿no te das cuenta que has sido golpeado por los ladrones? ¿De qué has sido despojado de tus vestiduras? ¿De qué estás medio muerto?

Poco después pasó alguien más, fue el buen samaritano. “Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él”. A diferencia de los otros dos, éste iba de camino. El sacerdote pasó por coincidencia. El levita también pasó por coincidencia. Sin embargo el samaritano iba de camino.

El vino a propósito para salvarlo. “Y cuando lo vio, tuvo compasión de él”. Él tuvo amor y compasión. Traía aceite y vino. Por lo tanto, pudo sanar al que había sido herido por los ladrones. ¿Quién es este samaritano? Juan 4: 9 nos dice que los judíos no tenían trato con los samaritanos.

Todos los mencionados en esta historia son judíos. El que fue herido por los ladrones era judío; el sacerdote era judío; el levita era un judío. ¿Qué representan los judíos? ¿Qué representa el samaritano? Los judíos nos representan a nosotros los seres humanos. ¿Qué del samaritano? Los samaritanos no tienen trato con los judíos. Ellos no se mezclan con los judíos. Están separados de los judíos y por encima de ellos.

Sabemos que esta persona es el Señor Jesús. Un día, cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, un grupo de judíos lo criticó y lo insultó con dos afirmaciones ofensivas, diciendo que era un samaritano y que tenía demonio (Juan. 8: 48). Por favor nota que en la respuesta de Jesús, él dijo que no tenía demonio.

Los judíos dijeron que Él era un samaritano y que tenía demonio. El Señor negó que tuviera demonio, sin embargo, no negó que fuera samaritano. Por lo tanto aquí, el samaritano se refiere al Señor Jesús. Juan nos muestra que en tipología, Él es un samaritano.

Este samaritano vino intencionalmente al hombre que estaba medio muerto. Cuando lo vio, fue movido a misericordia y lo salvó usando dos cosas. Una fue el vino y la otra el aceite. Él le echó el aceite y el vino en las heridas y se las vendó.

Tenemos que ver que esto ocurre después del Gólgota y después de Pentecostés. No es en Belén. Si hubiera sido en Belén, habría sido el vino sobre el aceite. Pero desde Jerusalén y desde la casa de Cornelio, es el aceite sobre el vino. El vino representa la obra del Gólgota.

El aceite representa la obra en el día de resurrección y el día de Pentecostés. El vino es simbolizado por la copa en la mesa del Señor. Cuando tú te enfermas, los ancianos llevan a tu casa aceite; de esto se habla aquí. En otras palabras, el vino es la obra de la redención, y el aceite es la obra de la comunión.

El vino simboliza la sangre redentora del Señor, y el aceite representa la obra del Señor aplicada por el Espíritu Santo. Esto es muy significativo. Si solamente se derrama el aceite sin el vino, no habría ningún fundamento para nuestra salvación.

Si no hubiera aceite, la salvación no tendría ningún efecto. Sin la cruz habría sido injusto que Dios perdonara nuestros pecados. Significaría que Él estaba resolviendo el problema de nuestros pecados a la ligera. Significaría que Él estaba encubriendo nuestros pecados. Pero sin el aceite, aunque Dios hubiera podido llevar a cabo la redención en su Hijo y hubiera podido resolver el problema de nuestros pecados, esa obra no podría ser aplicada a nosotros; todavía estaríamos heridos.

Aquí vemos que hay aceite y hay vino. Además, el aceite se menciona primero. El Espíritu Santo es quien ha aplicado la obra del Señor sobre nosotros. Este es el proceso de la salvación. El aceite se mezcla con el vino. El Espíritu Santo no hace otra cosa que transmitir la obra del Señor sobre nosotros.

¡Qué maravilloso es esto! Muchas de nuestras hermanas son enfermeras. También tenemos aquí a dos hermanos que son médicos. ¿Sabes que la función del vino es completamente negativa? Se usa como desinfectante. Esto significa que la redención del Señor elimina los pecados del pasado.

El aceite ayuda al vino. Aquí por un lado, se quita lo que estaba en el primer Adán. Por otro lado, se imparte la vida nueva del Espíritu Santo. Solamente por medio de esto el moribundo puede ser sanado. Más adelante hablaré acerca de este asunto si tengo la oportunidad.

¿Qué sucedió después de que el buen samaritano vendó las heridas del hombre herido? Lo puso en su cabalgadura. La cabalgadura denota un viaje. Con una cabalgadura uno puede viajar sin hacer mucho esfuerzo. Cuando tengo cabalgadura, no necesito viajar por mi propio esfuerzo; la cabalgadura me lleva.

¿A dónde fue la cabalgadura? Fue al mesón. Este mesón es la casa de Dios. Cuando este hombre es llevado a Dios, Dios lo cuida. ¿Cuál es el significado de los dos denarios? En la Biblia todos los metales tienen su significado. En la Biblia el oro representa la naturaleza, la vida, la gloria y la justicia de Dios; el bronce representa el juicio de Dios.

Todos los muebles que se relacionan con el juicio tenían bronce. El altar, el lavacro y la serpiente eran de bronce. Los pies del Señor son como bronce bruñido, y su función es hollar. El hierro representa el poder político. Y a lo largo de la Biblia, la plata significa redención.

Cada vez que se menciona la redención, se menciona la plata. En el Antiguo Testamento el dinero pagado para la redención era plata. Aquí dos denarios significan el precio de la redención. Los dos denarios fueron dados al mesonero. Esto es nuestra salvación. Debido a esto, Dios ha aceptado a todos aquellos que confían en El.

En lo espiritual, el mesón representa la casa celestial de Dios. En lo físico, representa la iglesia. “Y todo lo que gastes de más, Yo te lo pagaré cuando regrese”. Después de ser salvos, estamos en la iglesia esperando el regreso del Señor. Estos puntos no son mi tema, pero los menciono de paso.

El intérprete de la ley le preguntó al Señor: “¿Quién es mi prójimo?” El Señor le contó esta historia. Él contestó al intérprete de la ley con una pregunta: “¿Quién, pues, de estos tres te parece que se hizo el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?”

Si uno pone cuidado a esta palabra, se dará cuenta que el Señor le estaba diciendo al intérprete que él era aquél que había caído en manos de los ladrones. Hoy en día muchos aplican este pasaje incorrectamente. Ellos piensan que el Señor Jesús quiere que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Ya sea en escuelas bíblicas, escuelas dominicales o predicaciones dominicales, se les enseña a las personas que uno tiene que ser un buen samaritano. Tú debes amar a tu prójimo y tener misericordia de él. Para ellos, ¿Quién es el prójimo? Es aquel que fue herido por los ladrones.

Y, ¿quiénes somos nosotros? Somos el buen samaritano. Sin embargo, esto es exactamente lo contrario de lo que el Señor Jesús estaba diciendo. Lo que el Señor quiso decir es que nosotros somos los que fuimos heridos por los ladrones.

Entonces, ¿quién es nuestro prójimo? Nuestro prójimo es el buen samaritano. Nosotros pensamos que nosotros somos el buen samaritano. Podemos movernos. Podemos caminar. Cuando vemos a aquellos atados por el pecado, somos capaces de ayudarlos.

No obstante, el Señor Jesús dijo que nosotros no somos el buen samaritano, sino que necesitamos al buen samaritano. Somos el hombre que fue herido por los ladrones en el camino. Somos los que estamos a punto de morir.

No tenemos buenas obras. ¿Quién es nuestro prójimo? Él es nuestro buen samaritano. ¿Qué es amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos? No dice que tenemos que amar a los demás como a nosotros mismos. Esto significa que tenemos que amar al Salvador como a nosotros mismos.

No significa que debemos amar primero a otros antes de heredar la vida eterna. Más bien, significa que si amamos al Salvador, el Samaritano, indudablemente tendremos vida eterna. El problema hoy en día es que el hombre continuamente piensa en las obras.

Cuando se lee Lucas 10, se piensa: “Alguien está herido. Alguien está a punto de morir. Si yo lo cuido y lo amo, seré un buen samaritano y heredaré la vida eterna”. Pensamos que cuando ayudemos a otros heredaremos la vida eterna.

Sin embargo, el Señor Jesús dijo: “Si tú permites que alguien te ayude, heredarás la vida eterna”. Ninguno de nosotros está calificado para ser el buen samaritano. Este samaritano, que anteriormente no se llevaba bien con nosotros, ha venido ahora.

Él ha muerto y ha resuelto el problema de nuestros pecados. Ahora Él está resucitado y nos ha dado una nueva vida. Él ha vendado nuestras heridas. Nos ha dado redención. Él nos está ayudando y está llevándonos a los cielos a fin de que Dios nos acepte y nos cuide.

Finalmente tenemos el versículo 37: “Él dijo: El que usó de misericordia con él”. Esta vez el intérprete de la ley contestó correctamente. Él contestó que es aquel que le mostró misericordia. La persona que tuvo misericordia de mí, es mi prójimo.

Mi prójimo es el samaritano que se detuvo para vendar mis heridas y ponerme aceite y vino, quien me puso en la cabalgadura y me llevó al mesón. Amigos, el asunto no es ser el prójimo de alguien más. Por el contrario, aquel que tuvo misericordia de usted llega a ser su prójimo.

Jesús le dijo: “Ve y haz tú lo mismo”. Esta expresión confunde a mucha gente. Ellos piensan que el Señor estaba diciéndonos que ayudemos a otros. Sin embargo, lo que esto significa es que su prójimo es el buen samaritano. Por lo tanto, tú debes aceptarlo como tu Salvador. Puesto que tu prójimo es el buen samaritano, tú debes de ser la persona herida por los ladrones.

Esto nos muestra que mientras estábamos postrados allí, El vino y nos salvó. Nunca digamos que podemos hacer algo nosotros mismos. Nunca digamos que tenemos la manera de lograr algo. Él nos muestra que tenemos que permitirle hacerlo todo.

Tenemos que permitirle que vierta el aceite y el vino sobre nuestras heridas. Tenemos que permitirle que nos ponga en la cabalgadura y que nos lleve al mesón. Tenemos que permitirle que haga En la obra de cuidarnos. Tenemos que ser como el herido. No tenemos que ser como el samaritano.

El error más grande del hombre es pensar que debe hacer algo. El hombre siempre quiere ser su propio salvador. Siempre quiere salvar a otros. Sin embargo, Dios no nos ha puesto para que seamos salvadores. Dios dice que nosotros somos los que necesitamos ser salvos.

Por lo tanto, lo dicho por el Señor contestó a cabalidad la pregunta del intérprete de la ley. Esto no significa que no tenemos que amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas y con toda la mente. La pregunta es, si uno puede o no hacerlo. No, no podemos hacerlo. Tenemos una vida herida.

En realidad nuestra verdadera condición es que estamos muertos. Nuestro cuerpo está vivo, pero nuestro espíritu está muerto. Necesitamos la salvación. No podemos ayudar a Dios. Tampoco podemos ayudar al hombre. Si pensamos que podemos hacer algo, no tendremos la experiencia del perdón de pecados. La obra de la cruz y la obra del Espíritu Santo no nos serán aplicadas.

Por lo tanto, recuerda que Lucas 10: 25-37 no nos dice que el hombre es salvo por amar a Dios. Al contrario, dice que el samaritano primero fue movido a misericordia. Antes de que podamos amar, Él es quien ama primero, y luego nosotros podemos amar. Antes de que Él nos haya amado, nosotros no podemos amar. Es cierto que si un hombre no ama a Dios es anatema.

Podemos decir que en Lucas 7 el Señor Jesús le dijo a Simón que aquel a quien se le ha perdonado más, ama más, y al que poco se le ha perdonado, ama poco. El amor viene después del perdón. No es un asunto de que el que ame más reciba más perdón y de que el que ame poco reciba menos perdón. Cuanto más perdón recibe una persona, más ama.

Un cristiano ama al Señor porque Él lo ha salvado. Si tú ni siquiera puedes amar al Samaritano, entonces no sé qué decir de ti. En la tierra no existe tal persona. No hay nadie en la tierra que no ame al Señor en absoluto, todas las personas lo aman al menos un poquito. El Señor dijo que al que poco se le perdona, ama poco. No dice que no existe amor. Todas las personas lo aman en mayor o menor grado.

Sin embargo, el amor no es una condición para ser salvos. Si uno es salvo por amar al Señor, entonces esto no es muy confiable. En dos o tres días puedo cambiar muchas veces. Soy una persona que ha sido herida por los ladrones, estoy postrado allí. No puedo hacer absolutamente nada. Estoy llegando a mi fin. No amo a Dios con todo mi corazón y no amo a mi prójimo.

Sin embargo, ahora, le permito que me salve. Después de que me salva, puedo amarlo. Lo amamos debido a que Él nos amó primero. El amor de Dios en nosotros es lo que ha producido nuestro amor por El. Es completamente imposible que por nosotros mismos produzcamos amor a Dios.

 

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junio 5, 2015 Néstor Martínez