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El Día del Perdón

A este estudio lo prediqué, por primera vez, por una de las emisoras radiales argentinas en las que trabajo, el 28 de Septiembre del año 1996. Luego fue reiterado en innumerables ocasiones, casi siempre por pedido de los oyentes. Debí desgrabarlo íntegro, paso por paso del audio original, para poder subirlo a esta página, porque en aquel tiempo aún no archivaba los apuntes. Pero lo hice porque fue, es y seguirá siendo de enorme bendición para las tantas vidas de los tantos necesitados en esta tan particular área de nuestras vidas. Aquí lo tiene; gústelo, aprovéchelo, disfrútelo y que la bendición del Rey caiga sobre su vida, AHORA.

Hermana, hermano; a ustedes les estoy hablando. Para ustedes, hoy, es el Día del Perdón. Que aunque parece sacado de una antiquísima festividad judía, puedo asegurarle que no tiene absolutamente nada que ver con ella. ¿Tiene una Biblia a mano? Sígame con ella en las manos y ante su vista, como dice la Palabra, “para ver si esto es así”. ¿Sabe cuántas equivocaciones, errores y confusiones nos hubiéramos evitado los creyentes de haber sido obedientes a ese mandato?

(Apocalipsis 12: 11)= Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte.

Escuche bien los componentes de la victoria, porque esta es una victoria. El primero, es inamovible, porque es perfecto: La sangre de Cristo. Eso nos da acceso a la familia de Dios, y derecho a todas las promesas que están en la Biblia. El diablo no va a atacar ese primer componente, porque es perfecto. La sangre de Cristo, le costó todo a Él.

Pero es el segundo el que él ataca. Dice que para que la cosa funcione, para que la cosa ande, a la sangre de Cristo, hay que agregarle La Palabra de nuestro Testimonio. No nuestro testimonio, eh? Eso solo no alcanza. Es la palabra del testimonio. Es decirle al diablo, en la nariz, en la cara: “¡Oye diablo: lo que tú estás diciendo, es una mentira! Porque por la sangre de Cristo…” Y Entonces allí, declarar la verdad. ¿Se da cuenta?

Y tercero, hay que morir a la carne. Menospreciar la vida, y decir que como dicen en Gálatas 2:20: Ya no vivo yo, más Cristo vive en mí. Y lo que ahora vivo, lo vivo en el poder del Hijo de Dios, que murió y se entregó por mí.

Quizás en estos últimos tiempos, el diablo le ha estado mintiendo a usted. ¿Qué le dice? Le dice, por ejemplo: “Tu marido no se va a convertir”, “Tus hijos no van a volver al Señor”, “Tu empresa o tu negocio te va a ir mal”, o a lo mejor “Vas a perder tu trabajo”, “Tu iglesia no va a crecer”, “Esto se va a poner cada vez peor”, “Te has dado cuenta como está el ambiente, no?” Usted enciende su televisor, y el mensaje es ese. Son mentiras. Y a veces él miente tanto, que comenzamos a creer parte de la mentira.

Pero la Biblia dice que la manera de derrotarlo a él, es: después de saber lo que la sangre nos dio, decirle la palabra de nuestro testimonio. Y decirle: “No es verdad que mi familia no va a venir a Cristo, porque es promesa de mi Padre que así habrá de ser”. “No es verdad que no voy a tener con qué vivir, porque escrito está que Dios me da el pan cotidiano”. Y así en todo. Hablándole la palabra en la cara, dice que lo derrotamos.

Pero es necesario que nos fijemos muy bien como oramos. Y mucho más, si dentro de esa oración, vamos a cantarle cuatro verdades al diablo. Decía un tre3mendo predicador que no tenemos que ser como un policía afeminado, que dice: “¡Ay señor diablo! ¡Lamento decirle esto!” ¡No, no, no! ¡En el nombre del Señor! Con autoridad. No a los gritos, eh? ¿Vio que en guerra espiritual hay muchos que gustan de gritar? Bueno; debo decirle que ningún demonio se va a los gritos; se va por la autoridad que emana de quien lo echa fuera. Diciendo quienes somos, rompiendo el poder del diablo y siendo usados por el poder de Dios como canal para aquellos que están, o bien más bajos, o bien más… “desinflados”.

(1 Corintios 6: 1)= Así, pues, nosotros, como colaboradores suyos, os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios.

Mire: yo quisiera que en este momento, al estar leyendo este trabajo, usted le pida al Espíritu Santo que es nuestro maestro, que nos enseñe. Si usted todavía está dudando de hombres, ministerios o revelaciones de hace mucho o poco tiempo atrás, haga como le parezca mejor. Si lo desea, no le diga “bienvenido Espíritu Santo”, ni buenos días ni nada que se le parezca. Pero dígale a ese maestro algo, como para que él también sepa que usted también ama, cree y confía, en la que hemos dado en llamar: la Tercera Persona de la Trinidad.

Ore para que esta enseñanza sea de bendición para su vida. Pero recuerde algo muy importante: yo jamás podría ser su maestro. El Espíritu Santo es su maestro. Nosotros, y me incluyo, apenas conseguimos ser ayudantes. Y a veces, cuando no nos equivocamos y servimos de piedras de tropiezo.

Ahora bien; yendo al texto. Nos dice que no recibamos la gracia de Dios en vano. ¿Qué quiere decir esto? Para muchos que creen fielmente que la Gracia de Dios no se puede resistir, ¿Cómo habrá de entenderse, entonces, que podemos recibirla en vano? Esto es lo que se puede entender, fíjese:

El diablo tiene como arma, el pecado. Y él cree, que mientras más se usa el pecado, más gana. Pero él no entiende que cuando el pecado abunda, la Gracia de Dios sobreabunda. Es decir que Dios lo deja alejarse, irse adelante, para después ganarle con la Gracia. Dios da Gracia, y el diablo no puede frenar ni impedir que Dios de Gracia. Pero lo que el diablo sí puede hacer, después que Dios se la dio, es decirle: “¡Ah! ¿La recibiste? ¡Qué bien! ¡Qué bárbaro! Pero para esto, no sirve, sabes?”

No le crea. No le crea. Por eso hay muchos creyentes que reciben la Gracia, (Que dicho sea de paso no viene en paquetes ni en bolsitas, sino global) y no pueden disfrutarla, porque le creen al diablo cuando él les dice que esa Gracia es buena, por ejemplo, para ir al cielo, porque así está escrito, pero que no es útil para hoy. Y que va a tener que estar usted en una especie de infierno permanente, hasta que el gran día llegue. Dios le da a usted una Gracia plena y entera. El diablo entonces se la fracciona. Y le dice: “Para esto sí, para esto no”. Miente. Miente.

Entonces, aunque la hemos recibido, la recibimos en vano. Porque es como si usted se estuviera muriendo de pulmonía, y le quedan dos días, sus pulmones están tomados, y a menos que tome un buen antibiótico, no va a poder salir. Y alguien viene y le da un frasco de antibiótico que es el correcto parar ese diagnóstico. Usted lo recibe a ese antibiótico, lo coloca sobre su mesa de luz, pero no lo toma. Entonces a los dos días, usted se muere. Recibió el antibiótico en vano. ¡Lo tenía allí! Pero no lo tomó. Podemos, entonces, recibir la Gracia de Dios, en vano.

Esto es lo que ocurre aquí. Y una de las áreas donde la Gracia de Dios es tomada en vano, es en el área de los pecados que otros cometen contra nosotros. Casi todos nos creemos, (Y ojalá que todos) que el pecado que yo cometo, cuando yo me arrepiento, Dios lo perdona. Perdona el pecado, y limpia la maldad. Eso está tan claro como el agua.

Pero donde tenemos dificultades en creer, es en que si otra persona peca contra mí, a menos que esa persona se arrepienta, yo estoy como condenado a vivir perpetuamente con esa carga y sus consecuencias. Así encontramos, entonces, que hay mujeres cuyos maridos las han engañado, y como ellos no se han arrepentido de ese pecado, están convencidas que ese matrimonio ya no puede ser restaurado. O hay hijos, que se han apartado y han traicionado a los padres, y dicen: “Bueno, pero hasta que él no vuelva al Señor…” Y no nos damos cuenta que la Gracia que Dios nos ha dado, es más que suficiente para revertir el proceso gangrenoso que inició el pecado. Y nos entregamos diciendo: “Bueno; en los pecados que yo cometo, yo pido perdón. Pero en el que cometen los otros, lo único que puedo hacer es orar para que se arrepientan. ¿Y mientras tanto, qué? Mientras tanto, tengo que vivir las consecuencias.

Es por eso que el diablo procura, en lo más temprano de nuestro caminar con Cristo, de lastimarnos, dura y cruelmente, por medio de alguien a quien amamos o respetamos. Puede ser una madre, un padre, un abuelo, un pastor, un referente espiritual. Porque cuando nos lastima temprano, esa lastimadura, nos marca para el resto de la vida. Si no entendemos que tenemos el poder de tornar lo malo en bueno; allí está el punto. Anótelo: Tenemos poder de tornar lo malo, en bueno. Y sepa que esto no es teología, esto es SU vida.

Esas lastimaduras, se repiten permanentemente. Hay un pastor que dice que estaba escuchando el relato de un anciano, por un problema que él había vivido, y en un momento dado le preguntó cuánto tiempo hacía que había sucedido ese asunto. ¿Sabe qué le contestó? ¡Cincuenta años! Todavía estaba cautivo, porque la maldad y el enojo, cuando nos hieren, hace que nos enojemos mucho. Y que también nos amarguemos muchísimo. Se repite permanentemente, eso.

Ahora yo le hago una pregunta. Por favor; a su corazón, no a su estructura: ¿Alguna vez, alguien, lo ha lastimado a usted profundamente? Sí, ya sé, es una pregunta re-boba. Hay cientos, miles de ustedes que ahora mismo se pondrían de pie como en el templo para responder a coro “¡Sí, a mí!” No les alcanzaría toda esta página para escribir el relato de lo que les sucedió. ¿Es verdad?

Bueno; ya que usted se acordó tan rápido y con tanta claridad de ese asunto, supongo que debe ser porque le ocurrió…veamos…esta mañana temprano, ¿Puede ser? O a más tardar, podrá haberle ocurrido…ayer, ¿Sí? No. Pasó hace mucho tiempo. Pero pasa todos los días. Porque todos los días nos acordamos, y es como si todos los días nos volvieran a hacer lo mismo. Y a menos que la Gracia de Dios revierta eso, vamos a vivir en un infierno.

Contaba un hermano, hablando de este mismo tema, que había una mujer que todos los días, o mejor dicho: todas las madrugadas, a las dos de la mañana, lo despertaba al marido. “¡Viejo! ¡Viejo! ¡Viejo!” – ¿Qué pasa? Vivían, le aclaro, en una casa de dos pisos. Ellos dormían en el piso de arriba. “¡Anda gente abajo!” ¡Huau! El hombre se levantaba, tomaba un palo o lo que tenía más a mano, descendía, y… No había nada. Todas las noches. ¡Veinte años!

Una noche, otra madrugada, otra vez: “¡Viejo! ¡Viejo! ¡Anda gente abajo!” Desciende el piso el marido y, efectivamente, ese día sí, encuentra a alguien que estaba intentando entrar a robarle. Se armó un lío, vino la policía, en realidad no sé cómo se solucionó. Lo que sí sé es que, cuando volvió donde estaba su mujer, le dijo: “Bueno; ¡Al fin se ha hecho realidad lo que tú pensabas! Esta noche, de verdad, andaba alguien tratando de robarnos” Sí. El robo había intentado producirse esa noche, es verdad, pero la mujer había sido robada durante veinte años, todas las noches! ¿Me entiende?

Por eso mi ¡hermano, mi hermano, deja que el Espíritu le influya esperanza en este día. Que eso que le ha estado atormentando por tantos años, hoy se termine. Hoy Dios va a tomar eso, terrible, y lo va a convertir en una bendición. ¿Usted puede creerlo? Porque si puede creerlo, le aseguro que tiene más de la mitad de la batalla ganada.

(2 Corintios 5: 17)= De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas.

Atención: Permítame ahora, hacerle una pregunta que tiene que ver con esta palabra: ¿En qué momento de su vida comenzaron las Cosas Nuevas? Si la respuesta que usted está pensando, es: en el momento de mi conversión, tengo que decirle que entonces, usted ha recibido la gracia de Dios en vano. ¡Guau! ¿Le he castigado muy duro? No le voy a pedir que me disculpe, ¿Sabe por qué? Porque antes que a usted, me castigó a mí. Ya sé lo que se siente. Porque cuando uno cree que las cosas nuevas comienzan desde el momento de la conversión hacia delante, tiene un problema muy serio con el pasado. Y vive diciendo cosas como estas: “¡Ojalá hubiera conocido a Cristo veinte años antes! O; “Desde que lo conocí, todo es maravilloso, pero antes de conocerlo…oh… ni se imagina el pecado…” Entonces tenemos que, lo nuevo que es realmente hermoso, está creciendo a la sombra de lo antiguo, que es odioso.

Entonces se produce un hecho que se podría ejemplificar así: es como si en una mano tuviéramos una bolsa, un recipiente lleno de cosas nuevas que le mostramos a todos. “¡Miren! ¡Miren lo que Cristo me dio!” Y en la otra mano, mientras tanto, tratamos de esconder y disimular otro recipiente, otra bolsa repleta de cosas viejas que no queremos que nadie se entere. “¡Ay! ¡Que no vayan a saber los hermanos de la iglesia que yo, antes…!” “¡Si se entera el pastor que yo, antes…!” ¡Já!

Hay gente a la cual Dios, ha llamado al ministerio y la ha ungido, pero dice: “Yo haría eso de mil amores, pero no puedo por mi pasado, entiende?” O sino, dice: “¡No! ¡Yo no puedo hacer eso por lo que me ocurrió!” O quizás: “Yo no puedo servir allí porque viene al Señor, pero después me aparté.” Y creemos que Dios nos salvó desde un determinado punto en adelante. Pero la realidad es que Dios no nos salvó desde el momento de la conversión en adelante. Él salvó la totalidad de nuestra vida. Y para hacer eso, hay que ir a esa fracción de segundo donde la vida empezó. Y ese es el momento de la concepción. Ni siquiera es el del nacimiento o de la gestación; le estoy hablando del momento de la concepción.

¿Por qué? Porque en el momento de la concepción, cuando nuestra carne empieza a formarse embrionicamente, es cuando comienzan a formarse las cosas viejas. Hay gente que, por ejemplo, experimenta rechazo. Se sienten rechazados. Entonces empiezan a buscar causas. Puede ser el padre, la madre, un tío, un abuelo, nada. No pueden sentirse aceptados. La pregunta que se hace, entonces, es: ¿Usted es el fruto de un embarazo buscado, esperado? Y allí viene el drama. Muchas veces, se dan respuestas como estas: “Es que yo soy hijo de madre soltera”, “Soy hijo de una relación adúltera o clandestina”, “Soy hijo de una mujer que ejercía la prostitución”, “Yo soy hijo de una fornicación”, o de la hipocresía.

¿Entonces que sucedió? Es probable que cuando ese bebé completo, pero sin desarrollarse, estaba en el vientre de la mamá, dos o tres semanas de edad, como mucho, la mamá dijo: “¡Ojalá que no esté embarazada!”, o sino: “¡No! ¡Odiaría estar embarazada!” “¡No quiero un bebé ahora!” Y la máxima: “¡Si hay un bebé allí, ojalá que lo pierda!” Y aunque nunca le ha visto la cara, todavía, ya fue canal de la primera mala obra. Y si esa persona se convierte a los diez años, a los veinte años, a los treinta años, y las obras nuevas empiezan de allí para adelante, va a vivir toda la vida en un espíritu de rechazo, porque la Gracia de Dios que era suficiente para restaurar eso, él no la deja volver para atrás. ¿Se da cuenta?

Escuche al Espíritu Santo. La Gracia de Dios entró a su vida en el momento de la conversión, a cualquier edad que ella se haya decidido, es cierto, pero entró, hizo un giro, y se fue hasta el mismo comienzo de su vida, tomando cada cosa vieja y convirtiéndola en una cosa nueva.

Ahora vamos a ver: un segundo antes de la conversión, le pregunto: ¿Qué porcentaje de cosas son viejas en su corazón? Cien por cien. Toda. Entonces: ¿De dónde salieron las cosas nuevas? Aquí va la buena noticia. Escuche al Espíritu Santo. De las cosas viejas, que al envolverle Gracia, Dios las convierte en cosas nuevas. ¿Ha podido usted entenderlo?

El principio, el eje, aquí, es que: lo que el diablo planeó para mal, Dios pasa a usarlo para bien. Que lo más terrible que le pueda haber sucedido a usted, o que usted hizo, cometió, va a ser, cuando sea envuelto por la Gracia de Dios, lo más precioso para su vida, una vez que le aplique la Gracia de Dios.

Le doy un ejemplo: Pablo, era el perseguidor de la iglesia. Ese era su pecado mayor. Ahora bien; cuando la Gracia de Dios lo toca, Saulo el perseguidor se convierte en Pablo, el edificador. Entonces pregunto: ¿De dónde salió el edificador? Del celo del destructor. La Gracia de Dios lo envolvió. Deje, por favor, que el Espíritu Santo quite la anestesia de esa cosa terrible que tal vez usted hizo, o que le hicieron; exactamente de eso que usted ni quiere recordar ni quiere pensar. De eso que usted ha estado guardando, protegiendo, mientras dice o piensa: “Yo de eso, no quiero hablar”. Ahora déjelo allí, a la vista. Y a la luz del Espíritu, mírela. Eso tan terrible que le hicieron, o que usted hizo, hoy, pero HOY, eh? Le va a aplicar Gracia y va a pasar a ser una bendición. ¿Lo puede creer?

Entonces me pregunto: ¿Por qué no entendemos esto? Porque somos individualistas, en lugar de ser “colectivistas”, en nuestra manera de pensar. Yo le aviso que en la Biblia, hay muy pocos versículos dirigidos a una sola persona. La gran mayoría de los versículos, están dirigidos a un pueblo, a un grupo. Entonces cuando Pablo le dice al carcelero de Filipos: “Cree en el Señor Jesucristo y tú y toda tu casa serán salvos” nosotros creemos que el carcelero creyó, que fue salvo, y que mientras caminaba para la casa le iba diciendo: “bueno, mira Pablo, si le vas a hablar del evangelio a mi mujer, trata de cazarla por el lado de los niños, por ellos tiene debilidad y se va a aflojar…” ¡¡No!! En el momento en que el carcelero creyó, toda su familia fue salva!!

Dios opera colectivamente. En muchas cosas. A veces, Dios ha enjuiciado y, de hecho castigado, o bendecido a toda una nación, a toda una tribu, o a toda una familia, por el pecado o, por la obediencia, de una persona. No importa como está su congregación; la pregunta, es: ¿Cómo está usted? Porque Dios puede bendecir su congregación, como quiera que esté, si usted está en obediencia. Su congregación puede andar en las nubes de la victoria, pero si usted está en pecado, puede recibir juicio.

Entonces, como no entendemos esto, porque nuestra teología occidental, individualista, nos ha dicho muy acentuadamente que tiene que ser una decisión personal, lo cual es verdad, pero no es TODA la verdad. Yo, cuando recibí la Gracia, puedo ser el conducto de la Gracia, para tocar a todo el grupo familiar o social del cual formo parte.

Entonces nos limitamos y decimos: “Yo me salvé, gracias a Dios, voy al cielo, y ahora estoy orando para que los otros se arrepientan y, el día que se arrepientan, van a arreglar este asunto.” No. Y no porque eso no toma en cuenta la dinámica del pecado y de la Gracia, mi hermano. El pecado es corporativo o colectivo en sus consecuencias. Una persona lo comete, muchas sufren las consecuencias.

Un hombre comete adulterio. Sí, el hombre comete adulterio. Pero sufre el cónyuge, es decir la mujer, sufren los padres de él y los padres de ella, sufren los hijos, los hermanos de la congregación si es creyente, toda la congregación, uno o más ministerios. El pecado de uno sacude y salpica a muchos. Pero si el remedio de Dios para el pecado es la gracia, tiene que ser corporativo. Tiene que ser colectivo, también. Entonces sí es efectivo en sus beneficios. De manera que, cuando el pecador se arrepiente, Dios no sólo lo perdona del pecado, sino que también lo limpia de toda la maldad que salpicó a otros con ese pecado.

Cuando Dios lo salvó a usted, Dios quiso salvarlo a usted para que fuera un conductor para bendecir a todos los que le maldijeron con algún pecado o con alguna terrible actitud. Algunos podrán decir: “¡Bueno, hermano! ¡Pero así es fácil! ¿Por qué duele tanto, entonces? ¿Por qué, si sucedió hace tanto tiempo, es que no me lo puedo quitar de encima?” La razón para eso, es: (Y tengo que decir esto con cariño porque no quiero herir a nadie, pero sin ningún tipo de vacilaciones porque tampoco quiero engañar a nadie) la razón para eso, es: que ese pecado que ocurrió hace tanto tiempo duele todavía, porque usted no le aplicó Gracia.

Y un pecado, al cual no se le aplicó Gracia, y que es activo en lugar de pasivo, recuerda que la paga del pecado es muerte. Y usted me podrá decir: “¡Bueno! ¡Pero de ese pecado se tiene que arrepentir quien lo cometió, si es otro!” Y sí, de última, sí. Pero en el aspecto en que lo tocó o lo rozó a usted, usted tiene el privilegio de remitir ese pecado. Y eso se hace viendo a esa persona, no en la carne, sino en Cristo.

(1 Corintios 5: 16)= De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aún si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así.

Pablo dice: “Yo, cuando veo una persona, no lo veo como un pecador perdido, perverso o asesino. Lo veo como alguien que, en Cristo, está perdonado. Pero que todavía no lo sabe.”

Ahora vamos a ver el caso de aquel que le hizo a usted tanto daño. ¿Cómo fue? ¿Alguien que la violó? ¿Alguien que lo engañó? ¿Alguien que le robó? Ese pecado está activo, en el sentido de que esa persona se arrepintió. Pero también está activo en el sentido de que usted no lo ha perdonado. Y la razón por la cual no podemos perdonar, es que el diablo nos está diciendo: ¡Ah, no! ¡Tú no puedes perdonarlo hasta que él o ella se arrepienta!, lo cual es una mentira. Porque el pecado que le cometió a usted, a ese, sólo usted lo puede perdonar.

Pero la otra causa, es que lo vemos en la carne, no en Cristo. En Cristo, ese pecado ya está perdonado. Y si uno puede verlo en Cristo, puede verlo perdonado. Un ejemplo: un hombre va con su familia en un automóvil por una moderna autopista. Entonces la menor de las tres hijas, de pronto da un grito: “¡Papá! ¡Hay una abeja adentro del auto!” Imagínese. ¿Nunca le sucedió? Es casi terrorífico. Y la nena grita: “¡Me va a picar!” Entonces el padre qué hace; comienza a conducir con un ojo en la ruta y el otro ojo en la abeja. Hasta que por allí, le da un manotazo y la agarra. Obvio: cuando la agarra, la abeja le clava su aguijón. El hombre se muerde los labios porque esa cosa duele, vio? No es chiste la picadura de una abeja. Pero tomándola por una de sus pequeñas alas, se la muestra a la nena.

Pero la nena sigue gritando: “¡No! ¡Sácala de aquí! ¡Me va a picar!” Entonces el padre le dice: No mi amor; ya no puede picarte a ti porque ya me ha picado a mí. Tiene un solo aguijón y ya lo utilizó conmigo. Hermana mujer: ese pecado atroz, terrible que alguna vez se cometió en contra de ti, es una abeja que ya ha picado a Cristo. Ya lo llevó Él. No puede volver a picarle a usted. De manera que usted, ahora, puede ver a esa persona y dejar que la Gracia de Dios entre en su vida, en la suya mi hermana, visite su pasado y toque a cada persona, a cada individuo, y que usted diga: “¡Padre! ¡Los perdono y los bendigo!” Porque al hacer eso, usted desactiva el pecado y el pecado deja de ser de muerte y pasa a ser vida. Porque el pecado cuando se encuentra con la Gracia, se convierte en una bendición.

Ejemplo número Uno: Hoy en día, tenemos cruces por todos lados. Y no le estoy hablando de los cementerios precisamente. Tenemos cruces por todos lados. Las llevamos en el cuello, las imprimimos en la Biblia, las colgamos en la pared, las instalamos arriba de los templos. Ahora bien: antes que Cristo muriera, nadie le regala una cruz a nadie. Porque una cruz era un símbolo de maldición. ¿Y entonces por qué ahora, es un símbolo de bendición? Porque el pecado más horrendo jamás cometido en la tierra, fue cometido usando una cruz. Cuando lo peor del mundo, con lo peor del infierno, crucificó a lo mejor del cielo en la cruz; y cuando ese pecado se materializó y se convirtió en el peor y más grande de todos, Jesús aplicó Gracia y dijo: ¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen! Y la cruz, que era una maldición, pasó a ser una bendición. Él convirtió la maldición en bendición al aplicarle la Gracia.

Deje que el Espíritu le hable ahora. Déjelo que le abra sus ojos, que la Gracia no es sosa, ni floja ni algo que se derrite. La Gracia es el arma más poderosa que el hombre y la mujer tienen sobre la tierra. La Gracia vence la maldad. Otorgar Gracia, no es aguantar. Es cambiar. En Colosenses 2:14 dice que Jesús, estando colgado en la cruz, anuló el acta de los decretos que el diablo tenía con nosotros. Entonces lo atacaba y le decía: ¡No puedes hacer eso! ¿Qué no puedo? Mira. Y lo clava en la cruz, y derrama la sangre, y escribe: Está perdonado. Y el diablo le dice: ¡Tú no puedes hacer eso, va en contra de los reglamentos! Entonces Dios, desde el cielo, habló y dijo: Termino de cambiar los reglamentos..!! ¡Aleluya!

Entonces el diablo dijo: ¿Qué nuevo reglamento es ese? Se llama: Gracia. ¿Y yo cómo nunca supe nada? Porque estaba escondida en Cristo. Mi unigénito hijo. Y estaba esperando que lo colgaras en la cruz y cortaras el costado, y fluyera la sangre del hijo santo de Dios. Y cuando la sangre del hijo santo de Dios fluyó, pagó el precio por los pecados, y ahora son MIOS, no tuyos. Deje que el Espíritu Santo le hable en este día. Que esto no se trata de aguantar y ver qué pasa. Esto se trata de darle un puntapié en los dientes al diablo. Esto se trata de tomar la maldad que se ha hecho en contra de usted y transformarla en bendición, golpeando a aquel que nos ha engañado. Cristo lo hizo en la cruz. Yo sé lo que usted está pensando ahora. Teológicamente, estoy totalmente de acuerdo, pero yo soy solamente un ser humano. Si eso que creo es lo que usted está pensando.

En el libro de los Hechos, en el capítulo 7, verso 37 en adelante, hay una historia que usted, seguramente, se conoce de memoria. Un joven llamado Esteban, predicando, lleno del Espíritu Santo, su rostro, dice la Palabra, como rostro de un ángel. Y él mira hacia arriba y ve los cielos abiertos. Y ve al Padre y ve al Hijo. Pero la multitud no quiere escuchar. Y decide pecar contra él. Se cubren, se tapan los oídos y lo atacan, y lo empujan. Él cae por un precipicio. Y cae al fondo, y cuando mira hacia arriba, ve a un hombre totalmente endemoniado, un sujeto de nombre Saulo, de la ciudad de Tarso, que está vociferándole a todo el mundo para que tomen la roca más grande y lo maten como a una serpiente, como a un gusano!

Y cada vez que Esteban mira hacia arriba, ve el odio, el pecado, y las piedras que le rompen los huesos, que le fracturan las costillas, que le perforan los pulmones. Y comienza a ahogarse en su propia sangre. Pero cuando mira hacia arriba, ve los cielos abiertos. Pero Jesús no está sentado a la diestra del Padre intercediendo, está de pie. Muchos teólogos interpretan esto como una posición de juicio, porque Israel estaba cometiendo el pecado imperdonable. ¿Sabe cuál era? Estaba rechazando al Espíritu Santo. Y cuando ve tanto pecado, no se aguanta y, con el último hálito de vida, dice: ¡Padre! ¡No les tomes en cuenta este pecado! Entonces, envuelve Gracia. Dos capítulos más tarde, Saulo de Tarso, se convertirá en Pablo de Antioquia. Nadie lo guía al Señor, eh? Nadie ora por él, no viene ningún evangelista y planta una carpa, ya lo hizo Esteban, cuando él lo cubre con la Gracia. ¡Por eso se convierte Pablo! ¡Está envuelto por la Gracia de la oración de Esteban! Deje que Dios le hable, ahora.

Deje que el Espíritu Santo lo convenza, que ese Saulo de Tarso que lo está torturando, que lo está persiguiendo, que lo está atacando, que lo deprime y que hace que usted diga: ¿Por qué? ¿Por qué?, ese Saulo, hoy, aquí, AHORA, se va a convertir en Pablo de Antioquia. No mañana ni esta noche, eh? Hoy. Porque usted tiene en sus manos, el poder. El poder de convertir el pecado en un trofeo de la gracia de Dios. Cuando vivimos una experiencia dolorosa, generalmente nos formulamos una pregunta: ¿Por qué? Bien; habré de decirle que esa, es la pregunta favorita del diablo. Nadie podrá contestarle esa pregunta a usted porque, para hacerlo, habría que ser Dios. Pero sí puede usted cambiarla por otra pregunta: ¿Para qué? Porque hay un propósito en la miseria que le ha tocado vivir, hermana, hermano. Y porque si hay un propósito, esa miseria, no es tan miseria.

Fíjese esto: si una mujer tiene dolor de muelas a las dos de la madrugada, es catástrofe. Pero si una mujer tiene dolores de parto a las dos de la madrugada, es buena noticia. Porque mientras más fuerte y continuo sea ese dolor, más se acerca el propósito de ese dolor. Deje que el Espíritu le muestre ese mal que alguien le hizo, o que usted mismo hizo, o que usted se pudo haber hecho a sí mismo. Y que hoy pueda aplicarle la Gracia de Dios. Usted me podrá decir que no funciona, es cierto; que ya han estado orando por usted, que le han impuesto las manos, que se revolcó, que se cayó, que oró en lenguas, que el enojo y la rabia vuelven igual, que no se van y todo lo que quiera.

Pero déjeme explicarle algo; adentro suyo hay dos círculos. Uno llamado EMOCIONES, y el otro, CONVICCIONES. Las emociones, es lo que usted siente y no tiene ningún control sobre eso. Por eso el enojo, va a volver. Usted no lo puede controlar. Pero lo que sí usted podrá controlar, es lo que entra en el círculo de las convicciones. Una convicción, es algo que usted cree, simple y solamente porque Dios dice que es verdad, no por otra cosa. Y, cuando venga el enojo, no lo niegue, pero confiese lo que cree.

Es como ir conduciendo un vehículo por una calle de doble mano, y por la noche, por allí viene un vehículo con un montón de jóvenes, con esos faros potentes, tremendos, y de pronto se los encienden de frente y usted se queda ciego y no ve absolutamente más nada. No tiene más control. Usted quiere apagar esos faros que lo enceguecen pero no puede porque el vehículo es de los otros, no suyo. ¿Qué hará, entonces? Vira hacia la derecha, busca la línea blanca que se encuentra en el centro de la ruta, y se olvida de las luces y de todo lo que viene de frente, y observando cuidadosamente la línea, conduce tranquilamente hasta que las luces pasan. Las luces, son sus emociones y la línea blanca es lo que hoy, usted, edifica aquí. Pero aquí, ya y ahora.

Tome y registre la fecha de hoy, cualquiera sea y haya pasado el tiempo que haya pasado de la aparición de este artículo ante sus ojos. Anótela donde pueda tenerla a mano. Y recuérdela siempre. Cuando esas “luces” lleguen, ese enojo y todo ese recuerdo, la línea blanca va a decir: “¡¡Tal día, de tal mes, y a tal hora, a eso, yo ya lo perdoné!! ¿Amén?

Considere lo que el Espíritu está haciendo a través de este mensaje. ¿Se da cuenta que hoy, usted puede aplicar la Gracia de Dios a su vida o a la vida de otro? Y si la va aplicar, le pido que ya mismo, en este exacto momento lo haga. El diablo teme que usted lo haga, pero usted lo va a hacer. Tome autoridad ahora sobre todo poder del enemigo, y bajo la sangre de Cristo, ate a todos los demonios mentirosos y repréndalos en el nombre de Jesús. Y ahora declárese libre. Y, si está dispuesto o dispuesta a perdonar, haga lo que tenga en su corazón: arrodíllese, cierre sus ojos, lo que tenga en su corazón de hacer. No busque métodos y haga una corta y simple oración que suene más o menos así con sus palabras:

Señor: yo hoy bendigo; yo hoy libero; yo hoy aplico gracia a ese terrible pecado. Atención que, cuando lo haga, va a sentir que ese viejo dolor va a subir otra vez contra su pecho, pero déjelo. Ese dolor está subiendo para irse, no para quedarse. Pero diga con claridad, buena voz y toda la convicción que encuentre: Yo, hoy, voy a perdonar.

Quiero que hagamos juntos esta oración. Hágala a medida que la lee y créala. Hágala despacio, donde está en este momento, tomando la actitud que quiera y desee. Si quiere arrodillarse, o postrarse, o llorar todo lo que tenga ganas, déjese y permítase libertad total, pero ore: Padre Dios: Que se sepa en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra que hoy, en este día, y a esta hora, yo perdono y bendigo a los que me maldijeron, a los que me abandonaron, a los que me hirieron. Que se sepa en el cielo y en la tierra, y, sobre todo, en el infierno, que hoy perdono, que hoy bendigo, que hoy libero, pido prosperidad y declaro que, cuando el pecado abunda, la Gracia de Dios, ¡La Gracia de Dios! Sobreabunda. Y soy libre y declaro libres a los que me esclavizaron. Y los bendigo, en el nombre de Jesús, amén, amén y ¡Amén!!

¿Lo hizo? Si lo hizo, estamos ganando por un tanto contra cero esta partida. Pero preste atención y no se descuide en absoluto, porque nos pueden empatar. Pero ahora le pregunto: ¿Usted querría, para su tranquilidad, pasar a ganar este juego por dos tantos contra cero? Si confiesa algo con su boca, lo sella. Así que ahora, ni bien termine de leer este trabajo, busque a alguien a quien decirle: ¿Sabes? Hoy pude perdonar a alguien que me había herido…

Entonces, cuando regrese el enojo, – porque le aviso que el diablo va a intentar introducírselo nuevamente -, use ese momento, el del enojo, para orar por aquella persona. Y si Satanás lo perturba demasiado, dígale sin necesidad de gritarle, porque él no se va a los gritos, él se va por su autoridad en Cristo Jesús. dígale: “¡Satanás! ¡Si tú insistes en hablarme de mi pasado, yo voy a hablarte de tu futuro! Y usted sabe cuál es ese futuro porque está escrito. Y lo que está escrito, se cumple. Es Palabra de Dios.

Esta Palabra ha sido para usted en este día. Tengo la total convicción que nadie leerá esto por curiosidad o casualidad, sino porque allí habrá sido enviado por el Espíritu Santo, que en este momento está rompiendo yugos de maldad en su vida, yugos de odio. Ha roto el trabajo de espíritus de rencor, de raíces de amargura, de resentimientos, de un no poder avanzar por causa de… “aquello”. Aquello, ya fue. La Gracia de Dios, es HOY.

¿Puede aplicar la Gracia? No lo mire con los ojos de la carne, por favor; con los ojos de la carne, no podemos hacer nada. Porque los que nos caen antipáticos, nos siguen cayendo antipáticos, pero con los ojos del Espíritu, si le decimos: “Señor, muéstrame a esa persona que me hizo tanto daño con los ojos con que tú lo estás viendo”, en algún momento, Dios va a hacer que usted los vea con los ojos con que Él lo ve. Y no me atrevería a dar un centavo de dólar por lo que usted va a sentir en ese momento.

Porque lo primero que quizás va a sentir, es una enorme culpa. Se va a censurar a sí mismo diciendo: ¿Pero con qué derecho yo, me permito odiar o guardar rencor a una creación de mi Señor? Cuando Dios dijo “El hombre es NUESTRA imagen y NUESTRA semejanza”, no habló solamente de usted, mi hermana o hermano. También habló del que la violó; también habló del que le fue infiel, también habló del que le robó, del que le hirió, del que lo defraudó, del que lo dejó en la calle, del que lo echó, de todo el que le hizo daño. ¡Del peor de los daños! A ese, también se refería cuando dijo: “Es NUESTRA imagen y semejanza.”

Pero para que eso sea posible, usted tiene que convertirse en la Esteban o en el Esteban de este tiempo. Y decir: “Padre… perdónalo. Como yo lo perdono, tú también perdónalo”. No se asombre, – Y es una pena que hoy ya no se esté escribiendo Biblia -, si dentro de dos capítulos ese hombre o esa mujer se entregan a Cristo. Podrían tener un encuentro personal con Cristo como el que tuvo Saulo. Que fue lo que lo llevó a pasar a ser Pablo. Pero cuando usted aplique la Gracia, no antes.

Lo que pasa es que usted no termina de creer que Dios pueda moverse por su oración. Todavía está convencida o convencido, que Dios sólo se mueve por la oración de los pastores, de los personajes eclesiásticos importantes. Olvídalo, eso es pura religiosidad. Dios se mueve por la oración DE LOS QUE CREEN EN EL. Y los que creen en Él, son los que creen en Él. Y ni usted ni yo podemos saber quiénes y cuáles son.

La Gracia es por fe. Entonces habrá que preguntarle: ¿Cómo está su fe? ¿Tambaleando quizás? Quizás usted ha creído mucha mentira. Cuando creemos mucha mentira del enemigo, flaquea nuestra fe. ¿Pudo perdonar? ¿Le fue difícil? ¿Está quebrado o quebrada? Es lo más lógico, lo más natural si quiere que lo llame así. Cuando se rompe un yugo de alguna fortaleza de mucho tiempo, el yugo se hace trizas en nuestro interior. No sea cosa, mi hermana mi hermano, que no sólo haya sido usted presa de ese pecado terrible que cometieron contra usted, sino que por allí y sin querer, lo haya estado usando para que la gente le tenga lástima. Para que la miren y digan: “¡Ah, esa es la hermanita a la que le ocurrió… tal cosa!” Con eso, usted no va camino a la victoria, se lo aseguro. Camino a la victoria va cuando todo eso queda sepultado bajo la Gracia. Porque esa basura, esa porquería envuelta en Gracia, se transforma en bendición.

Si usted derrama un chorro de agua fría sobre un plato con grasa, esa grasa se transforma en una pasta y el agua. Si usted derrama un chorro de agua caliente, en cambio, sobre el mismo plato con grasa, se limpia inmediatamente y queda un plato limpio. Para estar limpio, necesariamente, habrá que pasar por el fuego.

¿Le ha tocado a usted pasar por el fuego? No es para que usted se sienta la peor mugre o la peor basura. Es para que pueda aplicar Gracia a eso que tanto le ha dolido y lo pueda transformar en bendición. Yo sé que usted muchas veces ha dicho: “Sé que el Señor tiene un ministerio para mí, pero yo no lo puedo ejercer por causa de “aquello”. ¿Sabe una cosa? Dice el Señor que a ese ministerio que ya tiene, va a poder mecanizarlo sobre la plataforma de eso tan terrible que le sucedió. Cuando usted le aplique Gracia, por supuesto. Allí va a empezare a bendecir su vida el Señor.

Si yo puedo estar escribiendo estas cosas para su crecimiento y su bendición con la autoridad que el Espíritu le está mostrando a usted que yo tengo, es porque alguna vez tuve que envolver con la Gracia de Dios mucha de la basura y la porquería que alguna vez pasó por mi vida. Por eso he sido bendecido y, por esa misma razón, puedo ser usado para bendición de otros.

No grite cuando el fuego lo queme. Diga como Esteban: ¡Perdónalos! ¡No saben lo que están haciendo! Pero yo, Padre celestial; yo los perdono. Y aplico Gracia sobre eso. Cuando la Gracia sobreabunde sobre ese pecado que abunda, eso va a ser la plataforma de la cual va a salir la nave espacial que va a llegar a todos los lugares del universo con el bendito evangelio del reino de Dios. Porque para eso estamos aquí. No para vivir en lamento tras lamento, por “aquello” que nos sucedió un día. No ayer ni esta mañana; hace veinte, treinta, cuarenta, cincuenta años, y que todavía usted no ha podido perdonar y, mucho menos, envolver con Gracia.

No me puedo imaginar por más que me lo propongo porque quizás el Señor no me lo permite, cuántos, en este momento, y en cualquier remoto lugar del planeta, han sentido la certeza y la convicción de que este, indudablemente, ha sido para ellos: El Día del Perdón.

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enero 1, 2015 Néstor Martínez