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Según Cada Necesidad

(Hechos 2: 45) y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno.

(46) Y perseverando unánimes (Fíjate; aquí aparece una vez más el término perseverando y, a renglón seguido, el otro que es clave: unánimes.) cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, (47) alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos. 

Esto último te está dejando algo muy en claro: no era necesario que ellos se esforzaran demasiado en evangelizar, porque dice que era el Señor el que añadía a los que iban a ser salvos. De hecho, en todos estos versículos que hemos leído, saltan a la vista varios puntos que, a mi entender, y obviamente no soy el único, no son ni pueden ser una simple opción. A mí me da la sensación que, aún en contraposición con lo que se ha enseñado durante mucho tiempo y en no pocos lugares, lo que vemos aquí no es sencillamente una serie de recomendaciones formales. A mí me da toda la certeza que estamos frente a un verdadero y claro diseño divino. Para ver esto con mayor claridad, vamos a ordenarnos en los ítems que ellos tenían como válidos.

El primero, era que compartían la doctrina apostólica. Muy bonito, pero permíteme preguntarte casi con ingenuidad: ¿Qué cosa será para ti, la doctrina apostólica? Yo creo que la doctrina apostólica, está íntima y directamente relacionada y hasta asociada con lo que podríamos denominar como “el encargo apostólico”. No sé si lo recuerdas pero hace algún tiempo y en este mismo espacio, señalé que ese encargo era: comisión, autoridad y revelación. Y está asociado al ministerio. La doctrina apostólica gira en el equipamiento de la gente, para que ellos puedan llegar a la estatura de Cristo, que es el llamado varón perfecto. Pueden existir anexos interesantes que aporten, pero esencialmente es eso. Porque el centro básico de la doctrina apostólica, es Cristo. De hecho, Jesús está de una punta a la otra de la palabra, pero convengamos que no toda la palabra tiene el mismo peso de importancia.

Porque, para formar la imagen de Cristo, esto es: la imagen perdida, la imagen de Cristo en la gente, definitivamente necesitamos elegir y seleccionar algunas partes de la palabra, con mayor empeño que en otras. Porque hacen un trabajo mucho más profundo. De hecho, la enseñanza apostólica provee los fundamentos, y debe, inexorablemente, estar presente en la vida de cada creyente. ¿Y por qué debemos recalcar todo esto? Simple, porque hay mucha, muchísima te diría, enseñanza en la iglesia que no es basada en la doctrina apostólica y que, por lógica consecuencia, no te lleva a ninguna parte. Porque la doctrina apostólica, siempre se apoya en la revelación del Espíritu Santo y en el rol que este cumple para poder llevar a la gente a la estatura de Cristo.

La gran diferencia entre aquellas predicaciones, a la mayoría de las actuales, estaba en que ellos no informaban con lo que decían: ¡Transformaban! Y transformaban a través de la enseñanza profunda, no de pases mágicos ni vociferaciones voluntaristas y propias de shows mediáticos. Vamos a ver: ¿Cómo supones que era una iglesia, una reunión tipo de una congregación de ese tiempo? Han quedado algunos registros, aunque muy lamentablemente, no en la Palabra. No tenemos ni un solo ejemplo en el Libro de los Hechos, que describa al menos aproximadamente, cómo era una reunión de esa gente.

Sin embargo, aparentemente, (Y por costumbre profesional cuando no examino algo personalmente siempre añado “aparentemente”), habrían quedado algunos documentos antiguos que se habrían rescatado, y en los que se asegura, se muestran hasta cánticos que se cantaban en esa época. A ver; cuando ya el cristianismo es perseguido, más o menos una reunión, pongámosle en Roma, conforme al relato de uno de esos documentos, podía comenzar alrededor de la una de la madrugada. Eran en la noche, muy tarde, y en lugares absolutamente escondidos, subterráneos se asegura. Las famosas catacumbas. Porque no podían hacerse a la luz del día, claro.

Un detalle: no tenían Biblias. Tampoco tenían alguna clase de documentos que pudieran conseguir. Recuerda que estoy hablando de la iglesia en Roma. No tenían los libros del Antiguo Testamento. Tampoco tenían los manuscritos, apenas quedaban algunos rollos que estaban en Jerusalén. La pregunta, es: ¿Cómo hacían ellos? Es cierto que los apóstoles habían comisionado a algunos ancianos en las iglesias y, es obvio, que ellos eran los que se encargaban de recibir a esas personas. Reitero: la reunión comenzaba cerca de la una de la mañana, cantaban algunos cánticos, ningún instrumento era usado, solamente las voces.

Después de eso, alguno de los tres o cuatro responsables que había en cada lugar, esperaba que el Espíritu Santo les entregue una palabra. Y el que tenía una palabra, se ponía de pie y la empezaba a compartir. Nadie sabía con antelación quién iba a hacer eso. Y quiero que tengas presente que aquel que se ponía de pie para hablar, no podía pedirles que abrieran sus Biblias en tal o cual capítulo y versículo. Lo único que tenía para decirles, era lo que recibiera a partir de ese momento del Espíritu Santo, nada más.

Y era habitual, fíjate, que al concluir esa persona de decir todo lo que el Espíritu le había dado para que dijera, los restantes, uno por uno, casi por turnos, comenzaban a ponerse de pie y confesar todos sus pecados cometidos durante el lapso que habían pasado sin encontrarse. Y, al finalizar eso, compartían el pan y el vino, todos juntos, mientras declaraban que todos esos pecados estaban siendo borrados, en ese mismo momento, del trono de Dios. Después solían orar por los enfermos, o por cuestiones personales, por todo aquello que para ellos resultaba ser importante. Tenían un par de cánticos más, y luego se despedían. ¿Hora? Y, no antes de las cinco de la madrugada. Es obvio que, independientemente en qué anduviera en su vida diaria cada uno de ellos, de ese lugar salían directamente a ocuparse de esas cosas. Eso hacían cada noche.

Pero… ¿Cuándo dormía esa gente, entonces? Aparentemente, (Otra vez: aparentemente) entre las siete de la tarde y las once o doce de la noche. ¿Cómo pudieron soportar ese ritmo? Una sola respuesta: sólo el Espíritu Santo pudo haberlos ayudado y respaldado. Cuando llegaba alguna carta de los hermanos de Jerusalén u otro lugar, era impresionante el gozo y la alegría que los embargaba. Tanto, que llegaban a memorizar las cartas que Pablo les enviaba. Eran sus textos de referencia. Todo el que haya examinado algo de lo mucho que la Teología sistemática pone a disposición del alumnado sabe, o al menos acepta, que las cartas que hoy poseemos son apenas un puñado de las muchísimas que Pablo escribió. Quiero entender que al Señor sólo le interesó que conociéramos las actuales. El Espíritu Santo sigue estando en control de todo esto y nada se escapa a su cuidado.

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septiembre 10, 2022 Néstor Martínez