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Porque un Día Serás Ese Anciano…

amigas

 

     Este lunes no es precisamente un día tranquilo en mi país. Hay una enorme efervescencia política con implicaciones sociales que vienen de la semana anterior, con algunos episodios violentos que parecían olvidados y archivados en nuestra agitada historia como país. Para sintetizarlo a los hermanos de otras latitudes, todo tiene que ver con la necesidad del gobierno nacional de echar mano de una cierta suma de dinero para cumplir con compromisos impostergables, y la idea de hacerlo con una reforma a la ley previsional, de las jubilaciones que, obviamente, repercutirá de manera poco grata en los bolsillos de los jubilados de menores recursos. En suma: lo que para nuestro gobierno es una reforma, para su oposición es un ajuste.

     Independientemente de los discursos y las elucubraciones que cada sector adopta con la finalidad de llevar agua para su molino, no puedo ni quiero dejar a un lado al sector social que esto involucra. (No digo “beneficia” o “perjudica” porque no conozco los rudimentos de esa reforma y no suelo hablar por lo que me parece, o me contaron) El sector que vivirá o padecerá esa reforma, que según la crítica es simplemente echar mano a la Caja de Jubilaciones para pagar costos de documentos por deuda contraída, son los más ancianos, los más grandes, los llamados adultos mayores o miembros de la tercera edad. Como lo decíamos en la calle cuando éramos niños y no existían tantos eufemismos, los más viejos. Los abuelos de unos u otros.

     Y eso que acontece en mi patria, que supongo no es ni novedoso ni único con respecto a otras naciones vecinas o no vecinas, no lo sé, me sacó de la noticia doméstica que sólo interesa a mis paisanos criollos argentos y me hizo aterrizar, ya como hijo de Dios por adopción y ministro del Señor, en un panorama mucho más amplio y apartado, (Al menos en su ejido central), de la política: el rol o no rol del anciano, del viejo, en nuestra sociedad moderna. He dicho en muchas ocasiones, (Y ya lo escribía cuando todavía yo era joven, puedo probarlo), que un rico puede burlarse o despreciar a un pobre, porque a menos que viva una hecatombe, es probable que jamás sea pobre. Pero que nunca un joven podrá burlarse o despreciar a un viejo, porque la única forma de evitar ser viejo, él mismo, un día, y padecer lo mismo que hoy le produce a otros, sería muriéndose antes, cosa para la que, supongo, nadie tiene demasiada prisa.

     Y, mientras oía y veía parlotear a unos y a otros, procurando demostrar que les asistía la razón pero, al mismo tiempo, olvidándose por completo de aquellos que esperaban sus definiciones o decisiones porque les va su propio sustento en ello, los más ancianos, me fui a mi Biblia, porque seguramente ella me traería algo de frescura y claridad en medio de tanta oscuridad conceptual, confusión numérica, mezcla de palabrería vana y eufemismos hipócritas. Me encontré con Levítico 19:32: Delante de las canas te levantarás, y honrarás el rostro del anciano, y de tu Dios tendrás temor. Yo Jehová. Honrar a los más viejos es crucial y clave para el mundo que Dios pensó para el hombre.

     Luego vi lo que Pablo escribe en 1 Timoteo 5: 1-2: No reprendas al anciano, sino exhórtale como a padre; a los más jóvenes, como a hermanos; a las ancianas, como a madres; a las jovencitas, como a hermanas, con toda pureza. ¿Cómo dice que debería, entonces, ver un creyente funcionario público a un anciano? Como a su propio padre. Eso se traduce como Respeto. Salomón, por su parte, escribe en su Proverbio 20:29: La gloria de los jóvenes es su fuerza, y la hermosura de los ancianos es su vejez. Creo que somos víctimas de nuestros propios mitos. De otro modo no se entiende por qué las cosas viejas son desechadas y despreciadas, (Incluidas personas, a veces) mientras que las antigüedades tienen tan alto valor en el mercado.

     El salmista escribe, en el Salmo 71:18: Aun en la vejez y las canas, oh Dios, no me desampares, hasta que anuncie tu poder a la posteridad, y tu potencia a todos los que han de venir. Esto nos dice algo que yo mismo pude comprobar cuando era adolescente: que los jóvenes, si lo desean, siempre pueden aprender algo de los más viejos. Y no es un asunto automático de experiencia, porque algunos hombres y mujeres se arrogan esa experiencia, cuando lo único que tienen son años vividos; pero en otros casos si existe y es valiosa. Y, finalmente, leemos en Tito 2: 2-5: Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien; que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada.

     Hay más. Seguramente que tú encontrarás mucho más si lo buscas, pero creo que para lo que hoy tenía del Señor para decir, esto es suficiente. Y aquí sí, mientras espero que sirva de modelo a recordar para mis hermanos no argentinos, lo que viene va exclusivamente para mis paisanos, mis compatriotas cristianos, asistan o no a una iglesia cristiana: lo único a tener en cuenta es lo que hacemos o no hacemos, lo que permitimos o no permitimos con relación a nuestros mayores, nuestros viejos, nuestros abuelos o, simplemente, esos ancianos que vivieron toda una vida trabajando, para hoy esperar un mínimo reconocimiento. Esto se pelea en las regiones celestes, no en barricadas con pancartas. Esto se pelea con oración y ayuno, no con insultos o críticas. Esto es guerra espiritual, no guerrilla urbana. Esto es palabra de Dios, no izquierda o derecha. ¿Habré sido claro?

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diciembre 18, 2017 Néstor Martínez