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Perdón; ¿Huevos y Conejos?

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En alguno de mis libros creo haber hecho mención a ciertas experiencias vividas en torno a las Pascuas de antaño. En principio, recuerdo casi con una sonrisa que mi abuela materna nos tenía estrictamente prohibido a nosotros, sus nietos, (Yo era el mayor de una nómina de siete), hacer ruido, poner alguna clase de música o cantar en los días del “duelo”, como ella lo llamaba, esto es: jueves y viernes santo. Nos explicaba que Dios se iba a ofender si nos reíamos, porque se había muerto Jesús… O lo peor, todavía: en su ignorancia honesta y escasa formación educativa, por ahí derrapaba y solía decir que teníamos que ser respetuosos porque ¡Se había muerto Dios!

Oye: ¡No exageraba mi abuela, después de todo! Claro que no era un duelo, pero si un tiempo de meditación y memoria, memoria sobre el verdadero significado de ese calvario concluido en una muerte atroz en una cruz. Pero ella creía, con toda la sinceridad que le proporcionaba su escasa información vía Iglesia Católica Romana a través de curas que en esos tiempos y en esa pequeña población de mi Argentina, eran alemanes o austríacos que rezaban la misa en latín y se comunicaban con los fieles en un cocoliche que casi ofendía al hermoso idioma español. De resurrección, mi abuela casi no hablaba. La aceptaba, así como el domingo de Pascua, pero creo que a ella jamás se le ocurrió sacar a Jesús de esa cruz… Y no fue la única, creo; todavía anda por la vida un grupo no escaso de gente que tampoco pudo o quiso sacar a Jesús de la cruz. ¿Resurrección? Sí, pero…

Siendo más adulto y trabajando en una emisora de radio secular, luchaba contra mis propias convicciones no del todo clarificadas ni argumentadas con solidez, contra las disposiciones de la dirección que demandaban, en un principio, difundir solamente música sacra los días jueves y viernes santo. Yo no entendía ese ambiente de velatorio porque, aunque mi mente racional e incrédula no terminara de aceptar la resurrección de un muerto, si era como nos decían, no veía el objeto de llorar tanto ni hacer tanto duelo. ¡Si después iba a volver a vivir el muerto! Ingenuidad infantil cuando ya me probaba las ropas de hombre.

Más adelante, en la misma emisora, y ya habiéndose modificado aquella obligatoriedad de difundir música sacra que nadie escuchaba porque a nadie le gustaba, llegó el tiempo de otra clase de obligación “por respeto”: difundir solamente música instrumental, no cantada. Todavía me estoy preguntando, a tantos años de esto, cuál podría ser la diferencia, si lo que se quería era respetar a un Dios que aparentemente se había muerto, entre una zamba criolla cantada a otra donde solamente sonaran guitarras. Verdaderamente, pasó mucho tiempo de esto y todas las cosas cambiaron. Yo crecí mucho en lo espiritual y en lo informativo, pero así y todo, todavía hoy no le encuentro explicación a este dilema.

¿Y para qué todo esto que forma parte más bien de un pasado de ignorancia vivido por alguien que ni siquiera puede erigirse hoy en modelo de nada, en un espacio generalmente utilizado para ilustrar alguna forma de enseñanza más concreta o rápida? Simple: para no caer en el lugar común de hablar de algo de lo que hoy está hablando toda la humanidad que se dice a sí misma cristiana, y que yo suelo evadir por todos mis medios, porque al igual que lo que me ocurre con la Navidad, si bien por un lado no me agrada en absoluto fastidiar a gente muy buena y sincera que todavía ama respetar las tradiciones, por otro lado y desde lo espiritual, siento que no tengo gran cosa para decir, o mejor dicho, añadir a lo ya dicho tantas veces. Y eso me deja en deuda. Y como no me gusta deber nada, tal como un cristiano tiene que ser, entonces no me queda otra que subirme en esta esquina al tren de la tradición, desearte muy Felices Pascuas y luego, en la esquina siguiente, descender casi con urgencia para volver a lo que realmente tiene valor: ayudar a extender el Reino de los Cielos, que para eso hemos sido salvos, redimidos y restaurados, no para jugar con huevos o conejos.

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abril 18, 2019 Néstor Martínez