Hay textos bíblicos que, cuando los lees, no puedes evitar quedarte unos segundos con la mirada fija en la nada tratando de entender si lo que has leído, es exactamente lo que se te quiere enseñar. En algunos, necesitas apenas comprensión de textos, pero en otros, que son la mayoría, lo que necesitas sí o sí, es discernimiento y guía del Espíritu Santo para no mal interpretar y equivocarte.
Mateo 7: 21 = No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
Mucho cuidado y suma atención con este pasaje. Antes de examinar y examinarte a su luz, recuerda lo que Pablo les dice a los Corintios en el capítulo 12 de su primera carta. Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo. ¿Crees que cuando aceptaste a Cristo fuiste sellado con el Espíritu Santo? ¿Crees que cuando pediste ser bautizado en el Espíritu Santo, lo fuiste y por eso oras en lenguas y hablas la palabra de Dios con denuedo? Entonces aprende. Si tienes al Espíritu Santo morando en tu espíritu humano, jamás podrías dudar que Jesús es el Hijo de Dios venido en carne y no un separado, maldito o apartado del evangelio, que es el significado de anatema.
Y, lo más importante de toda esta esencia tan singular que rodea a estos ámbitos, es la presencia del Espíritu Santo en tu ser el que te permite llamar a Jesús Señor, sin dudarlo. Todos aquellos que lo llaman de otra manera, aunque no sea ni mala ni ofensiva, hay que examinar si tienen morando a ese Espíritu de Dios en sus vidas, o no. Y ahora lo más contundente de este verso. Si Jesús dice que no todo el que le dice Señor entrará al Reino, no está hablando de mundanos o escépticos, está hablando de gente que se autodenomina como cristiana y que por el Espíritu ha podido llamarlo Señor. ¡Tremendo! ¿Entiendes hasta que grado llega la sutileza del enemigo?
Porque de lo que Jesús está hablando aquí es de una confesión verbal apropiada, porque estos que menciona llamaron a Jesús, Señor. Esto es vital, desde luego, pero nunca suficiente por sí mismo. De hecho, que debemos usar el lenguaje de Señor, Señor, porque no llegaríamos a ser salvos si no lo hiciéramos. Pese a que también los hipócritas y simuladores lo hagan, nosotros no debemos avergonzarnos de decirlo. De todos modos y lo diré una vez más: con esto por sí solo, no es suficiente. Esta advertencia de Jesús se aplica a las personas que le hablan a Él o dicen cosas acerca de Él, pero que en su fuero interno no están hablando en serio.
No es que crean que Jesús es un demonio, es que dicen las palabras adecuadas, pero de modo muy superficial. Sus mentes están en otro lugar, pero creen erróneamente que con esas palabras vacías aprovecharán su valor y lograrán engañar a Dios. Esa es una actitud religiosa, sin corazón, sin alma, sin espíritu, sólo palabras vacías y pensamientos que se desvanecen en el aire. Esta advertencia, entonces, va aplicada a las personas que dicen “Señor, Señor” y, sin embargo, su vida espiritual no tiene nada que ver con su vida diaria.
Van a una iglesia, y tal vez una buena, grande y medianamente bien conceptuada. Es muy probable, asimismo, que cumplan con ciertas obligaciones religiosas o con lo que le piden sus líderes. Sin embargo, están pecando contra Dios y el hombre como cualquier persona que no va a ninguna parte, ni cree en nada. Alguien dijo alguna vez que hay supuestos cristianos que hablan como ángeles, pero viven como demonios. Que tienen la lengua suave como Jacob, pero las manos ásperas como Esaú. Ya lo adelanta Oseas cuando en el capítulo 8 de su libro dice: A mí clamará Israel: Dios mío, te hemos conocido. Israel desechó el bien; enemigo lo perseguirá.
Sin fruto visible. Clamó a Dios, pero al desechar el bien lo desestimó. Jesús habla de esto en la parábola de las vírgenes, cuando en Mateo 25 dice: Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco. ¡Horrible que el Señor les diga que no las conoce! Mira lo que dice Hechos 19: Pero algunos de los judíos, exorcistas ambulantes, intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, diciendo: Os conjuro por Jesús, el que predica Pablo. Es como si yo quisiera liberar a alguien y le dijera al demonio que lo echo fuera en el nombre del Jesús, ese en el que cree el pastor de la iglesia…
(22) Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? (23) Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.
¿Entiendes lo que Jesús les dice? ¿Tú crees que eso le sucedió solamente a Él en lo personal, y que hoy no ocurriría algo parecido? No me toca a mí juzgar a nadie, no vine a este mundo para eso. Dios es quien conoce el corazón de cada uno, el que ve en lo secreto y el que tiene la infalibilidad para decir este sí o este no. Mi obligación y responsabilidad, es vivir una vida tal que le dé a mi Señor la posibilidad de recriminarme nada y mucho menos desconocerme. Errores sí, muchos, demasiados si quieres, pero actitudes hechas con malicia y propósito de desplazar a Dios para ubicar a un hombre en su lugar, de ninguna manera.
Es asombroso, de todos modos, que Jesús afirme que Él es a quien las personas deberán enfrentar en el día del juicio, y que Él es correctamente llamado Señor. Este maestro oscuro en una parte estancada del mundo, afirmaba ser el juez de todos los hombres en aquel día. Al decir en aquel día, Jesús llama nuestra atención al día venidero de juicio para todos los hombres. Entonces, la pregunta es: ¿Cuál es el objeto principal de tu vida? ¿Pensarás tanto en él en aquel día como lo haces ahora? ¿Te considerarás entonces sabio por haberlo perseguido tan fervientemente?
Te agrada poder defenderlo ahora, pero ¿Podrás defenderlo en ese día, cuando todas las cosas del mundo y el tiempo se hayan derretido a nada? Aunque…cuidado, ¿Eh? Porque esas personas a las que les habla Jesús habían tenido grandes logros espirituales, ¿Entiendes? Habían profetizado, habían echado fuera demonios, habían hecho muchos milagros y todos en Su nombre. Es notorio que habían sido de enorme impacto para todos quienes los habían visto, pero…estas son cosas maravillosas, indudablemente, `pero no significan nada sin una comunión verdadera o una conexión genuina con Jesús.
Ahora presten atención a este detalle que no es menor. Jesús no pareció dudar en ningún momento que ellos hubieran hecho todo eso en Su nombre. El no dijo que no habían profetizado, ni echado fuera demonios, ni hecho toda clase de milagros. Esto nos lleva a entender que a veces los milagros son concedidos por medio de creyentes falsos, recordándonos que, en el análisis final, los milagros de última no prueban nada. Cuando Moisés convirtió una vara en una serpiente, los magos de Faraón hicieron lo mismo. Claro, luego la serpiente de Moisés se tragó a la de los magos, pero esa es otra historia.
Es indudable que todos ellos hicieron todas estas cosas en el nombre de Jesús, a eso nadie lo puso en duda. Sin embargo, nunca tuvieron una relación de amor y de comunión con Él. Es como si hubiera dicho lo que un escritor cristiano dejó plasmado: “Por mi amor a las almas de los hombres yo bendije tu predicación; pero a ustedes nunca podría estimarlos porque fueron desposeídos del espíritu de mi Evangelio, impíos en sus corazones e injustos en su conducta”. Tremendo. Tristemente real en muchos casos, todos lo sabemos. Si el predicar salvara al hombre, Judas no hubiera sido condenado. Si el profetizar pudiera salvar al hombre, Balaam no hubiera sido un náufrago.
Al final, hay una base de salvación; no es una mera confesión verbal, ni “obras espirituales”, sino conocer a Jesús y ser conocido por Él. Es nuestra conexión con Él –por medio del regalo de la fe que nos da– lo que asegura nuestra salvación. Conectados con Jesús estamos seguros; si no estamos conectados con Él, todos los milagros y obras buenas no prueban nada. ¡Qué palabra tan terrible! ¡Qué separación tan horrorosa! ¡Aléjense de MÍ! Desde el mismo Jesús a quien has proclamado estar en unión con quien solo se puede encontrar la vida eterna. Porque, unidos a Cristo, todo es el cielo; y separados de Él, todo es un infierno. Además, estas no son personas que perdieron su salvación. Sino que, nunca la tuvieron realmente (Nunca os conocí).
(24) Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. (25) Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. (26) Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; (27) y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina.
Afina tu oído espiritual. No está diciendo que todos los que van a sobresalir en el Reino, escuchen y sigan sus palabras. Dice cualquiera. Y hasta donde yo sé, en mi Argentina, cuando alguien dice cualquiera, significa precisamente eso: cualquiera. No sé cómo será en otras latitudes, aunque quiero pensar que es exactamente igual. ¿Sabes qué dice mi diccionario de español respecto a esta palabra? Que significa persona, animal o cosa indeterminado. Persona vulgar o poco importante. Para mí, esto es más que suficiente para entender que Jesús jamás les habló a los capacitados, importantes, prestigiosos o luminarias del evangelio. Él, indudablemente, le habló a cualquiera.
Yo era y sigo siendo un cualquiera. Y un cualquiera no se encarama bien alto para hacerse ver, ni arroja besos a las damas presentes, ni tampoco acepta ser presentado como el gran siervo de Dios. Si realmente es siervo, es pequeño, no grande. No firma biblias a la salida del salón o auditorio, ni mucho menos regala fotos suyas autografiadas. Cualquiera es esto que trato de mostrarte: cualquiera. Alguien que de pronto sale de una multitud sin rostro, escucha lo que Jesús está diciendo, lo pone por obra y pasa a ser considerado en alta estima por el propio Dios Padre. Bien. Dice que, si cualquiera que oye sus palabras y las hace, (Con escuchar solamente no alcanza), será comparado a un hombre prudente. No a una estrella súper, sólo a un hombre prudente.
¿Cuántos audios míos llevas escuchado? Gracias, pero me gratificaría mucho más que hubieras podido poner por obra, aunque más no sea uno solo de ellos. ¿Amén? ¿Y qué dice luego que hace ese hombre prudente? Edifica su casa sobre la roca. A esto, desde lo literal, solamente lo entiende la gente que vive en lugares rocosos, con poca tierra. No es el caso del setenta y cinco por ciento de mi país, donde lo más normal del mundo es edificar sobre la tierra. Se cavan zanjas profundas llamadas cimientos y se comienza a edificar desde abajo, para que lo que luego sobresalga a la superficie quede firme. Pero en lugares como los que habitaba Jesús, edificar sobre la roca era símbolo de prudencia.
En la ilustración de Jesús de los dos cimientos, ambas casas se veían igual por fuera. El fundamento real de nuestras vidas generalmente está oculto y solo se demuestra en la tormenta, y podríamos decir que las tormentas vienen del cielo (lluvia) y de la tierra (ríos). El artículo es usado para denotar no una roca individual, sino una categoría, un cimiento rocoso. Tanto el hombre sabio como el insensato se dedicaron precisamente a las mismas ocupaciones, y en una medida considerable lograron el mismo diseño; ambos se comprometieron a construir casas, ambos perseveraron en construir y ambos terminaron sus casas. La semejanza entre ellos es muy considerable.
Después dice que descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa: Una tormenta (lluvia, ríos y vientos) era el poder más grande para las generaciones que no tenían armas nucleares. Jesús nos avisa que el cimiento de nuestras vidas será golpeado en un tiempo u otro, pero ahora (por las pruebas) y en el juicio final ante Dios. El tiempo y las tormentas de la vida demostrarán el poder del cimiento de cada persona, aun cuando está oculto. Tal vez nos sorprendamos cuando veamos quienes han edificado sobre un buen cimiento.
Alguien recordaba que al final, cuando Judas traicionó a Cristo en la noche, Nicodemo lo profesó fielmente en el día. Es mejor que probemos el cimiento de nuestra vida ahora que después, en nuestro juicio delante de Dios cuando sea demasiado tarde para cambiar nuestro destino. Dice mi Biblia en el Proverbio 10 que: Como pasa el torbellino, así el malo no permanece; Mas el justo permanece para siempre. En lo estrictamente espiritual y como clara tipología, edificar sobre roca es edificar sobre Cristo. Edificar sobre arena es sincretismo puro, ya que la arena está conformada por pequeñas partículas de roca, (Cristo) mezclada con tierra, que es carne, ego, naturaleza, humanismo.
Y concluye diciendo que cualquiera que le oye estas palabras y no las hace: Simplemente escuchar la palabra de Dios no es suficiente para proveer un cimiento seguro. Es necesario que también seamos hacedores de su palabra. Si no lo somos, cometemos el pecado de no hacer nada, y será grande nuestra ruina. ¿En qué consistía la locura del segundo constructor? No en buscar deliberadamente un mal cimiento, sino el no pensar en el cimiento…Su falla no fue un error de juicio, sino desconsideración. No se trata, como se supone comúnmente, de dos cimientos, sino de mirar y descuidar de mirar al cimiento.
Su miseria y calamidad será aún más grande, por cuanto sus esperanzas han sido más fuertes, las decepciones de sus expectativas añadiendo a su miseria. Sin embargo, nadie puede leer esto sin ver que no las ha hecho, no las hace y que nunca hará estas palabras por completo. Aunque las hagamos en un sentido general (En el cual deberíamos), la revelación del Reino de Dios en el Sermón del Monte nos regresa una y otra vez como pecadores necesitados a nuestro Salvador. “El Monte de la enunciación ética revela la necesidad del Monte de la cruz.
(28) Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; (29) porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.
Fin del sermón más valioso e importante de todos los sermones construidos y por construirse. Para esa gente, la forma de predicar de Jesús fue toda una novedad. Ellos estaban sumamente acostumbrados a escuchar hablar de Dios y de sus cosas y de la Ley, pero siempre por parte de escribas o maestros que, mayoritariamente, citaban a otros rabinos como autores de frases hechas o palabras anexas. Jesús se plantó ante ellos y habló de parte de sí mismo y con un altísimo grado y nivel de autoridad.
Una autoridad de tal calibre que, por poco discernimiento que esas personas tuvieran, algo en su interior les sacaba toda duda y sabían que sabían que lo que estaban oyendo venía directamente de parte del Dios en el cual habían creído toda su vida y que siempre les había sido presentado como alguien muy lejano y feroz en cuanto al respeto de la ley. Esto era otra cosa y no podían dejar de escucharlo, aunque se lo propusieran. Indudablemente, esto iba mucho más allá de un grado de carisma o una buena voz o algunas de las cuestiones que hoy hacen a un predicador atractivo o no. Esto era como estar escuchando a Dios mismo, y eso atraía multitudes y hacía enojar por celos y envidia a todo el núcleo fariseo.
Aquellos maestros hablaban con autoridad basando todo lo que decían en tradiciones de lo que había sido dicho antes. Jesús, mientras, les habló con una autoridad que nacía, si lo puedo decir con sinceridad, de su propia alma. Un alma, claro está, entregada a la dirección de su espíritu, que por consecuencia estaba lleno del Espíritu del Padre. Se dice que los sorprendió con dos cosas palpables: la sustancia de su enseñanza y la manera en que lo decía. Ellos, en realidad, nunca habían escuchado esa doctrina antes. Los preceptos que había dado Jesús eran bastante nuevos para sus pensamientos.
Pero lo que más los asombró fue la manera que enseñaba. Él tenía una certeza, un poder, un gran peso, como nunca le habían visto antes a nadie. Mira; cuando la Palabra de Dios es presentada como lo que realmente es, con su poder inherente, no te quepan dudas que va a asombrar a la gente y se va a distinguir de lo que normalmente son opiniones de hombres. Yo tengo fijos en mi memoria, los mensajes de dos o tres hombres y mujeres de Dios a los que escuché hace muchísimos años. Por el contrario, no puedo ni siquiera recordar uno solo de los centenares que les oí a quienes nos predicaban todas las semanas. Unción. Esa es la maravillosa diferencia: unción.
Hay algo que es real. Cuando verdaderamente entendemos a Jesús en este Sermón del Monte, deberíamos estar admirados del mismo modo que se admiraron aquellos que lo escucharon en vivo. Debo decirte que, si no nos produce admiración lo que Él dice en este maravilloso y único Sermón, es porque probablemente no hemos entendido lo que ha dicho. En mi caso personal, el impacto siempre fue tan notable que, desde hace mucho tiempo deseaba tener el permiso de mi Padre celestial y la guía de su Espíritu Santo para poder desarrollarlo como lo he hecho. En aquel momento, el tener a sus oyentes admirados, fue algo bueno.
Pero no sería tan bueno si ese era el alcance total del efecto. Un buen predicador, de esos que vienen enviados desde el cielo, siempre quiere hacer mucho más que solamente admirar a sus oyentes. ¿Quieres que te cuente qué fue lo que más me frustró de mi experiencia como predicador ante público? Lo que me sucedió una noche en una iglesia que tenía prestigio de albergar a creyentes muy maduros y profundos. Cuando terminé, se acercó una mujer de edad madura y, saludándome, sólo me dijo: ¡Que hermosa voz que tiene, hermano! Gracias, pero yo no había estudiado por espacio de un mes para preparar un sermón de cierto nivel para recibir esa respuesta. No me puse a llorar por vergüenza, pero deseos no me faltaron.
Un señor llamado Mohandas Karamchand Gandhi, más conocido como el Mahatma Gandhi, un día recibió como regalo una Biblia. Con sumo interés y no poca curiosidad, prácticamente se la devoró en muy pocos días. Cuando leyó las enseñanzas insertas en este Sermón del Monte, su expresión fue que le llegó directo a su corazón. La enseñanza de Jesús acerca de “poner la otra mejilla” dio una idea a Gandhi sobre el antiguo concepto hindú de no herir y no matar. Gandhi más tarde refinó esta enseñanza en fuerza política en Satyagraha, su uso de la no cooperación no violenta con los gobernantes británicos.
Varias décadas de satyagraha resultaron en la independencia de la India de Gran Bretaña, de una manera en gran parte pacífica. La enseñanza de Jesús desencadenó todo esto. Además, en sus distintos recorridos y visitas, en cierta ocasión pronunció una sentencia que no sé qué repercusión habrá tenido en otros cristianos, pero a mí te puedo asegurar que me hizo tambalear y reflexionar muy seriamente en un auto examen espiritual. Gandhi dijo a quien quisiera oírlo: Me gusta mucho Cristo y lo respeto, pero no así a los cristianos porque no se le parecen…
Nunca leí el Sermón del Monte completo como locutor. Lo he leído para mí, estudiándolo y repasando cada detalle, pero no en público. Dicen los que se han tomado el trabajo de controlarlo, que se tarda entre quince y veinte minutos para hacerlo, los tres capítulos de Mateo, todo dependiendo de la calma o la ansiedad con que lo hagas. No lo sé, pero si así fuera, el contenido me resulta más conmovedor y estremecedor, todavía. Soy del tiempo en que un predicador que hablara menos de una hora, era considerado principiante, liviano o superficial. En la década de los años noventa, cuando hubo un enorme despertamiento en mi país, las iglesias de mi ciudad invitaban casi todas las semanas a distintos hombres considerados como muy prestigiosos internacionalmente.
No hago nombres para no endulzar a nadie ni tampoco descalificar a los que no mencione, pero he oído excelentes trabajos que nunca estaban por debajo de una hora de duración, hasta los que predicaba alguien que marcó notablemente mi vida, que casi siempre rondaban en los noventa minutos o más. También me tocó escuchar a alguien que estuvo hablando sin detenerse por espacio de tres horas. Era muy profundo y de buen contenido, pero allí descubrí que la mente humana, por mejor atendida que esté, no logra concentrase cuando pasa un determinado tiempo. De hecho, cuando lo que se oye es súper ungido, el tiempo no cuenta. Pero sólo cuando está ungido de verdad. Lo correcto, que no sé cuántos lo hacen, es hablar todo el tiempo que te demande decir lo que Dios te dijo que dijeras, sin añadirle nada tuyo ni cortar nada de lo que Él te ordene compartir.
Transcurrido el tiempo, estas palabras inmortales han creado una impresión imborrable en la mente y el corazón de muchas personas. Recién mencionaba a Gandhi, y recuerdo que él las llamó las mayores palabras de toda la literatura y puso todo su esfuerzo para cumplirlas. Lamentablemente, nunca llegó a aceptar a su autor como Salvador y Señor, al menos de manera comprobable que nos lleve a pensar que encontró la vida eterna. No podemos saberlo porque ninguno de nosotros está en el corazón de ninguna persona y en especial cuando siente de cerca la llegada de la muerte. Sólo Dios sabe quién es salvo o no. Ningún soldado muere ateo en una guerra.
Nosotros nos dejamos llevar por lo externo, por lo que vemos. Es un fiero error, sobre todo si se opina al respecto tomando posición de juez. De todos modos, si llegáramos a considerar que Gandhi, con todo lo que fue y significó, nunca pudo imaginar lo que iba a perderse si no aceptaba a Cristo, también debemos reconocer que el cristianismo también se perdió a una enorme figura al no contar con su presencia física y participativa. De allí se aprende una vez más que Dios no está deseoso de llevarse a los capacitados y talentosos, sino que prefiere capacitar y regalarle dones a los que va a levantar. No es algo que vaya en contra de la teología, ni tampoco de sus seminarios, clínicas, universidades e institutos. Todo eso ayuda y mucho, pero no es el pasaporte a la eternidad con Cristo, de ninguna manera.
Después, nos encontramos con la historia de Nietzsche, el llamado “filósofo loco” de Alemania. Fue el que protestó furiosamente contra este Sermón del Monte, al que llamó “la moralidad de los esclavos”. Para rematar su presuntuosidad plasmó para la posteridad la legendaria frase Dios Está Muerto. Al enterarse de esto, Martín Lutero le respondió con un simple “Nietzsche está muerto”, añadiendo seguidamente, “Busquen los cadáveres”, y que ese Sermón de Jesús era imposible vivirlo, y que fue dado por Dios solamente para mostrarnos nuestra extrema necesidad de la Gracia.
Peor le fue a Tolstoi, que tuvo toda la sana intención de practicarlo, pero sin adorar a Jesucristo como Salvador. Obviamente, como no podía ser de otra manera, fracasó. Creo que ninguno de estos hombres acertó a encontrar el verdadero significado de este monumental sermón. Jesús había dicho que quien oyera sus palabras y las hiciera, sería considerado hombre prudente y edificaría su casa sobre la roca. Lo que no dijo, pero quedó implícito, es que además de escucharlo y ponerlo por obra, había que entenderlo y aceptarlo como proveniente de lo divino, de lo espiritual, de lo invisible.
Lo importante y valioso para tener muy en cuenta, es que el Sermón del Monte no es de ninguna manera un código de ética para la acción política a cargo de hombres no creyentes, o sea: no regenerados por el Espíritu Santo. Ni lo sueñes. La realidad concreta nos muestra que es todo un manifiesto de Cristo, que describe el carácter de los que son salvos por su sangre, y nacidos de nuevo por su Espíritu Santo, y que por consecuencia pertenecen a Su Reino.
Esto está muy lejos de ser una colección de reglamentos y normas, como algunos legalistas a ultranza quisieron entender o interpretar y lo metieron como con calzador en ciertas doctrinas destinadas al fracaso porque se oponen directamente a la voluntad de Dios y a su propósito. El Sermón es una revelación nítida de la disposición de los que han sido trasladados del reino de las tinieblas al Reino del Hijo de Dios. Es decir, es una nueva posición donde tiene el máximo peso reinante en la Gracia de Dios por siempre redentora. Lo que sí es este tremendo sermón, es la ética básica del creyente genuino, que luego será largamente explicada y hasta ensanchada por el resto del Nuevo Testamento.
Es totalmente apropiado que, teniendo en cuenta la cronología de los hechos de Jesús, el Sermón del Monte se proclame después de que Jesús nombra a los doce apóstoles. Después de todo, este sermón iba dirigido a sus discípulos y no a la multitud, como erróneamente se cree. Porque es una suerte de instrucciones que son dadas a aquellos que administrarían su iglesia durante el primer siglo. El Sermón del Monte es probablemente la enseñanza más compacta que cubre la experiencia cristiana que se encuentra en el Nuevo Testamento.
También es registrado por Lucas en una variación diferente que sugiere que este era el corazón de la predicación de Jesús y puede haberse repetido en varias ocasiones y de diferentes maneras. A eso no lo sabemos, pero si nos queda para la reflexión el hecho de ser predicado exclusivamente para sus discípulos y no para la muchedumbre. Ahora nos falta responder la pregunta necesaria e impostergable: ¿Somos nosotros, hoy mismo, parte de esos discípulos o apenas parte de otra muchedumbre? Si eres discípulo, como quiero creer, lo harás tuyo y lo pondrás por obra en tu vida. Es lo mínimo que necesitas para ser considerado parte del Reino de los Cielos.
Las Bienaventuranzas, como una enorme mayoría las llaman, describen la actitud y el espíritu de alguien que había sido liberado de la Ley y ahora estaba motivado por la Gracia, habilitado por el Espíritu Santo y guiado por la Palabra de Cristo. Es exactamente lo que deseamos suceda aquellos que procuramos seguir Su línea. ¿De qué otra manera podría el manso ser feliz, heredar la tierra o regocijarse en persecución? Lo que Jesús describe en este sermón es la vida de alguien que vive en el Reino, que aún no había llegado, pero estaba a punto de establecerse con Su muerte y resurrección. El Sermón en el Monte es un adelanto de la esencia de la iglesia genuina y su vida.
Por ese motivo es que se impone una declaración bíblica relacionada con la obediencia que le debemos al Señor en términos de todos los mandatos que él establece en el Sermón: 1 Juan 2:3-6 lo sintetiza a la perfección cuando dice: Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en este verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.
Es en este sermón donde Jesús les plantea a sus discípulos la concepción y puesta en marcha de una nueva forma de vida, de un nuevo estilo. Por eso es que me vas a escuchar siempre decir o escribir que el Evangelio del siglo veintiuno es, antes que ninguna otra cosa, un nuevo estilo de vida. Y es aquí en donde Él compara los patrones de comportamiento adheridos a la Ley de Moisés, que es como decir La Torá, que son los primeros cinco libros de la Biblia, con los nuevos parámetros de comportamiento basados en los dos grandes mandamientos que nos dejó.
Enfatizando con el amor a Dios sobre todas las cosas y el amor al prójimo como a nosotros mismos. Él nos invita con la natural paciencia de quien sabe muy bien lo que cuesta abandonar la religión hueca y fría para vestirse de creyente genuino, a dejar el yugo de la ley y recibir Su yugo, que es fácil. Nos invita a diferenciar la antigua Ley que hay que obedecer, con el evangelio que hay que vivir. En este sermón Jesús delineó una nueva cultura, decididamente opuesta a la de entonces y con seguridad que también a la actual, se resida en el lugar del planeta que se resida. El ser humano, de una u otra forma, busca lo correcto, lo que tiene verdadero significado, lo que transciende.
Sin embargo, tiende a buscarlo en los lugares equivocados. Porque el primer lugar en donde debería ir a buscar es en la iglesia del Señor, obviamente en la genuina, no estoy hablando de Babilonia y es normalmente el primero que ignoran, pues la iglesia que encuentran, es la misma que a través de los tiempos se ha ido alineando con el mundo y se ha conformado y adaptado para no discrepar o ser apartada comunitaria o socialmente. Eso es lo que yo llamo Babilonia, la iglesia falsa y paralela que opera para ser aceptada e incorporada a los rudimentos del mundo secular, no para cambiarlo y traerlo de verdad a Cristo.
En la medida en que esa iglesia se conforma al mundo, y las dos comunidades le parecen al espectador como dos versiones de lo mismo, la iglesia contradice su verdadera identidad. Ningún comentario podría ser más hiriente para un cristiano que el contenido de las palabras, cuando le dicen: “Pero tú no eres diferente de los demás”. Porque el tema esencial de toda la Biblia, del principio al fin, es que el propósito histórico de Dios es llamar a un pueblo hacia sí mismo; que este pueblo es un pueblo “santo”, apartado del mundo para pertenecerle y obedecerle y que su vocación debe ser congruente con su identidad, es decir, ser “santo” o “diferente” en toda su apariencia y conducta.
¿Cuál y quienes eran la audiencia primaria del sermón? Dice que Jesús, antes de impartir el sermón se sentó. Esta era la actitud que solían adoptar los rabinos o maestros religiosos cuando enseñaban. La ubicación en lo alto de un monte trae a la memoria la promulgación de la ley de Moisés en el monte Sinaí. No puedo menos que, llegado a esta instancia, establecer una comparación con lo que hoy denominamos como Plataforma, que es casi el escenario visible desde gran distancia, donde se ubica el predicador, casi como si fuera una estrella o luminaria que necesariamente tiene que ser vista por todos. No era esa la esencia primaria de Jesús. A Él le interesaba que lo oyeran, no que lo observaran.
Coincido a pleno con esta práctica y la llevo a cabo en mi vida. En nuestras plataformas se instala el púlpito, y creo que vale la pena hacer un paréntesis para hablar exclusivamente de él. En la mayoría de los idiomas europeos, el púlpito todavía está íntimamente relacionado con su nombre pagano original, que era Ambo, que proviene del latín ambón. Porque el púlpito, será importante que lo sepas, precede al cristianismo y tiene un origen totalmente pagano. El sacerdote pagano, en el templo también pagano, se desplazaba en un pasillo que tenía a sus lados una especie de pasamanos, y dirigía sus comunicados a los espectadores y curiosos que asistían. A eso era a lo que se le llamaba Ambo.
Y fue de esta manera en que aquellos primeros edificios denominados como cristianos, continuaron con esta práctica pagana. Porque ellos terminaron instalando un ambo dentro de la construcción, en lo alto, encima de una de las columnas. Siglos después, cuando los protestantes tomaron el norte de Europa, (Que lo hicieron a pura espada, y no evangelizando), heredaron cientos de miles de templos, denominados por la población como iglesias. Los protestantes derribaron aquel lugar elevado e inaccesible donde los sacerdotes llevaban a cabo su misa mágica. Sin detenerse ahí, literalmente desencajaron al ambo de la columna y lo centraron y lo trajeron al frente. Le colocaron después una Biblia sobre ese ambo, o púlpito, con la idea de simbolizar la prioridad de la predicación de la Biblia por sobre el énfasis católico sobre la misa.
La palabra púlpito, en tanto, también nos llegó del latín, en este caso, pulpitum. En su origen significaba plataforma o andamio. Incluso hoy en día el arponero que se sitúa delante, bien fuera del barco ballenero, está situado en un lugar denominado púlpito. Al igual que la mayoría de lo que hacemos en la actualidad y sin saberlo, el uso del púlpito tiene sus orígenes en el paganismo. Por tanto, será muy interesante tener esto en mente la próxima vez que alguien te diga con esa voz grave y moralista que tantas veces he oído: «¡Aquí estamos, tras el sagrado púlpito santo, predicando obediencia a la Palabra de Dios!» Incoherente. Ignorante. Inconsistente y falso, además de hipócrita.
El caso es que, tal como lo mencionamos, Jesús dirigió ese sermón a aquellos que ya eran Sus discípulos y por eso también ciudadanos del Reino de Dios e hijos de la familia de Dios. Las altas normas que fijó son apropiadas sólo para ellos, pero por una natural consecuencia generacional y no por una mera ocurrencia mía, también para los que se derivaron de ellos. Como estas normas son prácticamente inalcanzables para cualquier ser humano, debemos entender que no podemos alcanzar la condición de “hijos” cumpliendo con estas normas. Sencillamente no se puede. Antes bien, al alcanzar sus normas, o al menos acercarnos a ellas, damos evidencia de que por la libre Gracia y don de Dios ya poseemos aquella condición.
Aunque el sermón es de lectura rápida, (Ya te dije que se demora entre quince y veinte minutos escucharlo y algo menos en leerlo), el Señor lo estructuró de tal forma que en él se cubren todos los aspectos del comportamiento del discípulo de Jesús. Allí se detalla nada menos que el carácter del cristiano genuino, muy válido para tenerlo hoy en cuenta y así evitar sorpresas, frustraciones y hasta engaños. Por eso las denominadas bienaventuranzas, acentúan ocho señales principales del carácter y de la conducta que se espera del cristiano, especialmente en relación con Dios y con los hombres, y la bendición divina que descansa sobre aquellos que exhiben estas señales.
Habrás observado que todas las bienaventuranzas empiezan con la palabra bienaventurado, que como te dije, significa dichoso, feliz o digno de ser felicitado. Varias de las bienaventuranzas en este sermón son paradojas: es decir, afirmaciones que parecen contradecir el sentido común, pero que aquí expresan los verdaderos valores del Reino de Dios. Alguien me dijo alguna vez, después de hablar de esto, que, en definitiva, el Reino de Dios estaba al revés de todo. Le respondí que no, que lo que está al revés, es el mundo secular al cual todavía estamos demasiado apegados. Por eso las bienaventuranzas tienen que ver con las personas que se describen allí, las cualidades que se elogian y las bendiciones que se prometen.
Asimismo, exponen la naturaleza equilibrada y multicolor del pueblo cristiano. No detallan a ocho grupos separados y distintos. Antes bien, describen la concepción de Jesús de lo que, en esencia, debe ser cada cristiano. Todas las cualidades deben caracterizar a todos y cada uno de sus seguidores. El alcanzarlas debe ser nuestro anhelo. No podemos huir de la responsabilidad de desearlas todas. Pese a que El Sermón del Monte, es un instructivo de vida, las cualidades que se elogian allí son de orden espiritual. No podemos ignorar que, tal y como dijo Jesús, el exterior no es otra cosa que reflejo de lo interior, que la boca habla de lo que hay en el corazón, que nuestra vida aparente es un espejo de nuestra vida espiritual.
Jesús puede atestiguar desde este mensaje, más allá de toda duda, que existe una conexión íntima entre la santidad y la felicidad, o entre la entrega al Señor y Su paz. Las ocho cualidades describen, idealmente, a cada cristiano, así como las ocho bendiciones también se otorgan a cada uno. Las ocho cualidades juntas constituyen las responsabilidades y las ocho bendiciones los privilegios de ser ciudadano del Reino de Dios. Las bienaventuranzas llevan a un pobre de espíritu a ser un reconciliador y como resultado de eso… un inadaptado. Todas ellas proponen valores que son contrarios a los valores del mundo.
Como resultado de ello Dios exalta a los humildes y humilla a los orgullosos. Llama a los primeros, últimos y a los últimos, primeros. Atribuye grandeza al que sirve e insensatez al que desea ser servido. Declara a los mansos herederos y a los agresivos perdidos. Proclama perdonar los golpes y amar al agresor. En el Sermón del Monte, y a través de las bienaventuranzas, Jesús muestra con claridad de video, que la cultura del mundo siempre va a estar en contienda con la contracultura de Cristo.
Nos llama a diferenciarnos del mundo al que queremos influenciar. Nos llama a cambiar primero nosotros, para poder ayudar a cambiar después a los demás. Las dos metáforas de la sal y la luz indican la influencia para bien que los cristianos ejercerán en la vida, siempre y cuando mantengan su carácter distintivo, tal y como se retrata en las bienaventuranzas. Sólo así. Sin esto, ni lo intentes. Porque si las bienaventuranzas describen esencialmente el carácter de los discípulos de Jesús, las metáforas de la sal y la luz indican su influencia bienhechora en el mundo.
Podríamos ser un poco escépticos y pensar que el carácter descripto en las bienaventuranzas es muy débil para cambiar al mundo, sobre todo si consideramos que, en adición a esa “supuesta” debilidad, los verdaderos seguidores de Jesús siempre serán una minoría. Más aun, según las bienaventuranzas, esa minoría será perseguida (E incluso segregada) por el mundo donde habita. Todos aprendimos a transitar los distintos niveles y estaciones posteriores a nuestra conversión. De intentar hablarles hasta las piedras de los primeros meses, a hacer funcionar nuestro dominio propio y sobriedad para esperar la guía del Espíritu Santo en cada situación, puede haber transcurrido toda una vida, pero no fue inútil.
Jesús se refirió a ese puñado de aldeanos de Palestina como la sal de la tierra y la luz del mundo, así de extenso era el alcance que tendría su influencia. Esto, para muchos cristianos modernos y eminentemente occidentales, les resulta casi imposible de entender y, por lógica consecuencia, también de creer. ¿Aldeanos palestinos? ¿Sal y luz del mundo? ¿Están seguros? ¿Pero y las grandes potencias? ¿Y el impacto de Centroamérica? No lo sé, no me lo digan a mí, yo vivo por allá abajo, cerquita del fin del planeta.
Pero según dice mi Biblia, te diría que fue así, sin dudas. La verdad básica detrás de estas metáforas es común en ambas. La iglesia de Jesús y el mundo en que ella habita, son comunidades diferentes. Por una parte, existe “la tierra” y por la otra “vosotros”, que sois la sal de la tierra. Por una parte, existe “el mundo” y por la otra “vosotros” que sois la luz de ese mundo. Ciertamente las dos comunidades se relacionan entre sí, pero su relación depende de su distinción. El mundo es un lugar oscuro, carece de luz, por lo tanto, requiere de fuentes externas para iluminarse.
Así mismo el mundo se corrompe y se descompone rápidamente y necesita de un elemento que detenga esa descomposición. Y como la sal detiene la descomposición de los alimentos, a todas luces resulta no sólo necesaria para ese mundo, sino casi imperativamente urgente. La iglesia de Jesús ha sido colocada en el mundo para detener u obstaculizar su corrupción y para traer luz a las tinieblas. Por eso es nuestra batalla contra Babilonia, la iglesia paralela y falsa que hoy por hoy, es la que predomina, al menos en cantidad de miembros.
Es por esto por lo que los seguidores de Jesús no podemos conformarnos al mundo, porque seríamos como la sal que pierde su sabor o como la luz que es puesta debajo de una vasija. Tanto esa sal como esa luz, ¡Son inútiles! Según dice el Señor, si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres. La luz escondida se apagará dentro de la vasija sin haber cumplido con su objetivo. Al ser luz y sal, serviremos para que los hombres vean nuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
La interpretación de la ley de Moisés que daba Jesús elevaba el estándar de cumplimiento. La justicia tiene que ver con la actitud del cristiano de cumplir la ley moral de Dios. La entrada en el Reino de Dios era imposible sin una justicia mayor que la de los escribas y fariseos quienes habían acomodado la escritura a la tradición reafirmando la autoridad de las Escrituras. En el Sermón del Monte, Jesús ha detallado el carácter del cristiano y la influencia que tendrá en el mundo si exhibe ese carácter y esa combinación de carácter e influencia lo lleva a las buenas obras.
Ahora nos habla de esas obras en términos de justicia, o sea del cumplimiento de las ordenanzas. La justicia ya ha sido mencionada dos veces en las bienaventuranzas, es una de la cual el cristiano tiene hambre y sed y otra que es la razón por la cual es perseguido. La justicia del cristiano debe ser enfocada a cumplir con la ley moral de Dios. Es hacer lo que es justo ante Dios y debe aventajar a la justicia de los escribas y fariseos. Estos eran en realidad los más cuidadosos en el cumplimiento de la Ley. Peo, después llegará nuestra Biblia con sus capítulos y versículos y todo entrará en una confusión en la que todavía hoy, es mucha la gente que no ha podido salirse.
Recuerdo cuando alguien me dijo, antes de pasar al frente a predicar por primera vez en mi vida, que no me olvidara de leer un párrafo de la Biblia antes de comenzar. Yo obedecí, naturalmente, pero ni recuerdo que fue lo que elegí leer, que por supuesto no iba a tener nada que ver con lo que después sentí el impulso de decir. Es que esa práctica formó hasta tal punto parte de nuestras vidas eclesiásticas que, recién hoy y muy a duras penas la mayoría puede imaginar o escuchar un mensaje cristiano de cualquier otra manera que no respete esa. Sin embargo, ¿Sabes qué?
¡Eso también sigue siendo pagano en su origen! Cuando el orador pagano pisaba un escenario de un anfiteatro griego o romano llevaba a cabo un ritual bastante extraño, pero supongo que reconocible. Primero caminaba hacia el centro del escenario, daba la espalda a la audiencia, y se ceñía una toga de orador. Luego se daba la vuelta, encaraba a la audiencia y abría un pergamino. ¿Un pergamino? Sí, un libro. ¿Qué libro? Normalmente era uno de los escritos de Homero. ¡Resulta que los escritos de Homero y otros escritores populares de la literatura grecorromana habían sido meticulosamente divididos en capítulos! ¡Cada frase de ese capítulo tenía un número! ¿Te suena familiar? ¡¡¡Sí!!! ¡¡Capítulo y versículo!!
El dividir el Nuevo Testamento en capítulos y versículos nació con esta práctica grecorromana, y también la práctica de leer la Escritura antes de predicar el sermón. Todo esto se infiltró en la fe cristiana hacia el año 400-500 d.C. Alguien nos desafió a Intentar traer hoy un mensaje desde un púlpito de raíces paganas, con el concepto pagano de un coro detrás tuyo, y una muda audiencia laica sentada en bancos también de inspiración pagana, y entonces, con todo eso, intenta predicar sin leer primero algún capítulo y versículo del Nuevo Testamento. En algunos sitios la gente se te levantará y dejará la iglesia (Que en realidad es el edificio también paganamente inspirado) porque no estás tú siendo verdaderamente bíblico antes de predicar tu sermón de oratoria también de influencias grecorromanas.
La práctica de leer las Escrituras antes de un sermón encuentra sus raíces en hábitos grecorromanos de discursos paganos formulados en los anfiteatros griegos y romanos. ¡Piensa en ello, querido miembro de iglesia súper bíblica! ¿Qué nos atrevemos a decir del capítulo y del versículo? Algún día nuestros hijos puede que digan que quizás fuera el mayor daño de todos. ¿Por qué? Esta práctica pagana de despedazar cartas vivientes en capítulos y frases numeradas nos ha hecho perder todo el sabor de la literatura cristiana del primer siglo. Y, además, de lo que espiritualmente y por revelación del Espíritu Santo tienen en su contexto.
El tema central, entonces es que, en su relación con Dios, los cristianos no deben asemejarse ni a los fariseos en su despliegue hipócrita, ni a los paganos en su formalismo mecánico. La relación con Dios del cristiano tiene que distinguirse sobre todo por su realidad, por la sinceridad de los hijos de Dios que viven en la presencia de su Padre celestial. Anteriormente en el Sermón, Jesús se había referido a la justicia del cristiano desde el aspecto estrictamente ético y moral, ligando los conceptos de bondad, pureza, honestidad y amor.
Ahora la ve desde la perspectiva del relacionamiento con su Dios a través de la limosna (Tengo que aclarar que, así como la ofrenda era sacrificial, la limosna era amorosa), y con la oración y el ayuno. Jesús pasó de la justicia moral a la justicia espiritual. Es importante reconocer que, según Jesús, la justicia cristiana tiene estas dos dimensiones: moral y espiritual. Algunos hablan y se conducen como si su deber principal como cristianos yace en la esfera de la actividad religiosa (ir a la iglesia) o en privado (orar o estudiar la Palabra). Otros han escogido el camino de la acción social sin la “religión”. La estación menos visitada, obviamente, es la espiritual, sin socialismo y sin religiosidad.
Esto también divide las aguas entre la religión y la política, o la ideología, pero seguramente van a aparecer en cualquier momento y en cualquier país, ciertas fuerzas que se encargarán de volver a unirlas. Porque para estos últimos que mencioné, la iglesia o congregación, la oración y el estudio de la Palabra, han sido sustituidos por un encuentro de amor con su prójimo. No hay necesidad de escoger entre “amor a Dios” y “amor al prójimo”, puesto que Jesús nos enseñó que la justicia cristiana auténtica los incluye a ambos, y así lo mandó.
En ambas esferas de la justicia, Jesús nos mandó a ser diferentes. Nos mandó a ser una comunidad cristiana verdaderamente distinta en su vida y práctica. La diferencia esencial radica en que la auténtica justicia cristiana no es solo una manifestación externa, sino una manifestación de lo íntimo del corazón. Debemos distinguirnos de los no cristianos en nuestras aspiraciones y ambiciones. Es imposible adorar a Dios y al dinero, hemos de escoger entre ambos. Nuestra ambición suprema debe ser la Gloria de Dios y no nuestra propia gloria ni nuestro propio bienestar material.
La cuestión es definir qué cosa buscamos primero. En la primera mitad de Mateo 6, Jesús describe la vida privada del cristiano “en lo secreto” (Que vendría a ser el orar, donar, ayunar), en la segunda mitad, se interesa en nuestro comportamiento público “en el mundo” (Aquí entran los asuntos de dinero, posesiones, comida, bebida, vestido y ambición). El Señor une ambas clases de actividades, es decir: las que hacemos en privado o sea las “espirituales”, así como las que hacemos en público, que serían “las materiales”.
Ambas deben tener la misma motivación en el cristiano, la gloria de Dios a través de la conciencia de Su presencia y Su voluntad. Dios está igualmente interesado en ambas dimensiones de nuestra vida, la privada y la pública, la espiritual y la material, porque tu Padre ve en lo secreto y tu Padre celestial sabe que tenéis necesidad. En ambas esferas se oye la misma convocatoria de Jesús a “ser diferentes”. Diferentes de la hipocresía del religioso y ahora diferentes del materialismo del irreligioso.
Jesús nos invita a renunciar al sistema de valores de los gentiles. De hecho, coloca la alternativa a escoger ante nosotros: Hay dos tesoros, uno en la tierra y otro en el cielo. Hay dos condiciones del cuerpo, luz y tinieblas. Hay dos señores, Dios y las riquezas. Hay dos preocupaciones, nuestros cuerpos y el Reino de Dios. El Señor, al obligarnos a elegir entre dos opciones, excluye una a favor de la otra, no podemos ubicarnos en medio de ambas. Una vez que nos hemos relacionado adecuadamente con Dios, el resto de nuestras relaciones se ven afectadas. Se crean nuevas y las antiguas cambian.
No debemos juzgar a nuestro hermano, sino servirlo. Pero es imperativo comprobar que se trata efectivamente de hermanos y no de gente con la que estamos obligados a confraternizar sin estar en un mismo sentir. Debemos permanecer en oración con nuestro Padre celestial y guardarnos de los falsos profetas que impiden a la gente llegar a Dios. Una vez analizado el carácter, la influencia, la justicia, la “religión” y la ambición del cristiano, es evidente que debemos pasar a sus relaciones. Porque la contracultura no es un asunto individualista sino comunitario y las relaciones dentro de la comunidad y de ella con otros, son de suprema importancia.
Jesús, en el marco de estas relaciones, regula nuestro comportamiento con varios tipos de poblaciones. Nos ubica en el cómo relacionarnos con cada uno. Él nos detalla cómo debemos relacionarnos con nuestro hermano, en cuyo ojo podemos percibir una astilla, a quien tenemos responsabilidad de ayudar y no de juzgar. O a algún grupo designado sorprendentemente como “perros” y “cerdos”. Se trata de gente común y corriente, pero es tal su naturaleza animal que se nos dice que no compartamos el evangelio de Dios con ellos.
También con nuestro Padre celestial, a quien venimos en oración confiados de que nos dará solamente buenas cosas. Todos en general, porque la regla de oro debería guiar nuestra actitud y conducta hacia los demás. Nuestros compañeros de peregrinaje, que andan con nosotros por este mundo hostil, donde somos peregrinos (Que es estar de paso) y extranjeros (Que no pertenecemos). Los falsos profetas, a quienes debemos reconocer y de quienes debemos guardarnos. Jesús, nuestro Señor, cuya enseñanza estamos obligados a escuchar con atención y a obedecer.
Debemos ser coherentes entre nuestra actitud respecto a lo que decimos y lo que hacemos, con base en las instrucciones de Jesús. De esta entrega depende nuestro destino eterno. Solo el hombre que obedece a Cristo como su Señor es sabio. Jesús nos muestra que ya no está más interesado en añadir más instrucción, si no en asegurarse que su sermón fue entendido. El Señor, pasa de los falsos profetas a los falsos profesantes, de los maestros insanos a los oyentes insanos.
No son solo los falsos maestros los que hacen difícil encontrar el camino angosto y aún más difícil transitarlo. También un hombre puede estar penosamente auto engañado. Jesús nos enfrenta consigo mismo y coloca ante nosotros la elección radical entre obediencia y desobediencia y nos llama a una entrega incondicional de mente, voluntad y vida. La forma en que lo hace es advirtiéndonos que hay dos opciones inaceptables; una confesión de fe meramente verbal y un conocimiento de las Escrituras meramente intelectual.
Resumiendo, si es que la Palabra de Dios resistiera un pretencioso resumen humano, hay diez contenidos visibles en esta pieza oratoria de Jesús que conviene tener muy en cuenta. No sólo para repetirlo una y otra vez como enseñanza, sino esencialmente para vivirlo. Nuestro carácter. Sabemos que esta palabra encierra un conjunto de cualidades psíquicas y afectivas que condicionan nuestra conducta o incluso la de todo un pueblo. Es como nuestra condición, nuestra índole o naturaleza, al tiempo que conlleva nuestra firmeza, energía y genio.
El mundo tiene que vernos sí o sí de este modo. De otra manera, seguirá pensando y sosteniendo que la única diferencia con ellos es que los domingos en lugar de ir a beber cerveza con los amigos nos metemos en un templo. Eso, es más que lamentable, directamente es tristísimo. Sobre todo, si, aunque nos esforcemos. no podamos demostrar lo contrario. La iglesia del Señor puede hacerlo. Su peor enemiga no es las tinieblas o la mundanalidad. Su peor enemiga es Babilonia. El mundo cree que Babilonia es la iglesia y nos mide conforme a ella. Lo triste es que muchos supuestos cristianos creen lo mismo.
El otro punto valioso es la atención suma que debemos dedicarle a las personas que Él describe en su relato. En esos ejemplos tomados casi como patrón o modelo, están las condiciones que luego redundarán en las cualidades que allí mismo son elogiadas. Me agrada de sobremanera refugiarme con toda la fe de la que pueda ser capaz, en las bendiciones que allí se prometen. Dios no es un dios falso de promesas falsas o engañosas. Dios es Dios de todo el universo y, cuando dice que hará o no hará algo, ponle la firma que así será.
Todo esto, será factor clave para poder, al fin, tener realmente influencia en el marco social en el que vivimos, cosa que hoy parece imposible. Hacer prevalecer nuestro sentido divino de la justicia, que es muy diferente a todo lo conocido y por conocerse. Dejar a un lado todo lo que suene a religión o ambición individual y cuidar con mucho cuidado y prolijidad nuestras relaciones. Si a todo eso le añadimos una entrega total y sin condicionamientos, las diez premisas del Sermón del Monte serán nuestro manual cotidiano de vida.