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1 – Tu Sermón. Mi Sermón. El Sermón.

Cuando el Señor me mostró a Jesús tal como era, y no como estaba acostumbrado a verlo, dejándome influir por las distintas religiones denominadas como cristianas, pude entender la enorme cantidad de errores que hemos cometido y que han sido factor, esencialmente, de que el mundo no quiera saber nada con Dios, ni con Jesucristo, ni con el Espíritu Santo. Cuando pude sacarme esos anteojos oscuros que las babilonias colocan en sus miembros, recién pude verlo como era: un joven de treinta años, inmerso en un marco social tan o más problemático que el nuestro actual, impelido por una fuerza interior a ser heraldo y protagonista de una historia que debería cambiar nada menos que todo el planeta.

Con ese prisma íntimo, empecé a incursionar en sus enseñanzas y en sus episodios relatados en los evangelios, hasta que de pronto aterricé en el eje central de todo su trabajo ministerial: El Sermón del Monte. El Espíritu Santo me mostró que en ese compendio que fue el más extenso y continuado que Él predicara, estaba TODO lo que cualquiera de nosotros iba a necesitar. Breve, si lo comparo con nuestras monumentales piezas oratorias religiosas. Profundo, como es la esencia del Reino. Concreto, como muy pocos de los nuestros. Y sin lucimiento personal alguno de su parte. Por ese motivo, hoy comienzo a entregarte este trabajo. Para que lo estudies, lo incorpores y te sirva de hoja de ruta hacia el Reino. Y porque este, es Tú Sermón…Mí Sermón…y EL SERMÓN que cada uno debe predicar. ¿Amén? Amén.

La primera vez en mi vida que escuché la palabra Sermón, fue una mañana de domingo, en la que acompañé a mi abuela materna a una misa que se celebraba en la iglesia católica romana ubicada en frente a la única plaza del pequeño pueblo rural en el que vivíamos. Yo ya había ido antes y más o menos conocía los movimientos que el sacerdote hacía en el altar. Si bien me aburría soberanamente y no entendía nada de nada, (Todavía las misas se rezaban en latín), igualmente aceptaba ir con mi abuela, porque, según ella me había enseñado, allí vivía Dios. Yo tampoco sabía demasiado quien, y como era ese Dios, pero había decidido creer que era real, sólo porque me lo decía esa abuela que fue para mí como una segunda madre.

 El caso es que esa mañana, el sacerdote (En realidad aquí le decíamos el cura), hizo algo que no se lo había visto hacer antes. Se bajó del nivel más alto en el que estaba el altar y caminó unos pasos hacia un lateral. Allí subió por una pequeña escalera y se introdujo en una especie de casilla circular de material con techo, desde donde se puso a hablar de un modo diferente al que lo hacía en la misa. Allí fue cuando le pregunté a mi abuela qué era eso, y ella me respondió que el sacerdote había subido al púlpito (!) para dar el sermón (!).

            No recuerdo ni por casualidad de que habló desde allí, pero lo que sí sé, es que fue extenso, largo, pesado, y más aburrido que todo lo otro. Más adelante, ya hombre, entendí que eso que la gente llamaba vulgarmente el sermón, documentalmente se le llamaba homilía, y era un discurso preparado previamente para hablar de asuntos que generalmente no tenían nada que ver con el evangelio y con Dios, y sí bastante con el rol social y político de la iglesia en el país. Cuando aterricé en la iglesia evangélica, ya convertido y entregado a Jesucristo, ese sermón pasó a denominarse mensaje o el más conocido: predicación.

A mí nadie me enseñó por qué se hacía eso y de donde había surgido. Sólo me dijeron que estaban haciendo lo que hacía Jesús cuando estaba vivo, antes de ir a la cruz. Suficiente. Nunca pregunté mucho más. Era la costumbre de cada lugar y, como tal, yo debía respetarla, como me había enseñado la vida misma a hacerlo con todo lo que conocía y con lo que no conocía. Un día, sin embargo, la luz del Espíritu Santo se derramó sobre mi espíritu y una serie de cosas, entre ellas esta del mensaje o predicación, merecieron ser examinadas con la finalidad de conocer las cosas tal como eran y no como me habían dicho que eran.

Entonces supe que, al Sermón en cuestión, nunca hay que confundirlo con el mensaje cristiano. Es verdad que a primera vista sólo parece abrigar una ligera diferencia, pero en realidad esa diferencia es gigantesca. ¿Sabes por qué? Porque mucho antes de que el cristianismo llegara a existir, un filósofo pagano llamado Aristóteles enseñaba sobre muchos temas, y entre ellos el tema de la retórica. Esto es, el estilo, el patrón, o la forma de cómo se debe dar un discurso. (Del griego: Rhotorike... que es el arte del orador.)

La oratoria había sido el gran amor de los griegos que precedieron a Aristóteles. Pero él hizo de ella un arte. En los días de los griegos y los romanos, la habilidad para dar grandes discursos era garantía de popularidad. A decir verdad, los grandes oradores eran como las estrellas artísticas de aquellos días. La disertación de Aristóteles sobre la retórica abarcó muchas cosas sobre la oratoria, pero su punto principal era el de que un buen discurso debía tener una introducción clara, unos cuantos puntos importantes y una conclusión. ¿Te suena familiar?

Estas ideas no existían entre los primeros creyentes. Los del primer siglo, casi analfabetos por norma, desconocían las normas del arte de un discurso. La predicación cristiana del primer siglo se caracterizaba por ser improvisada, espontánea, y urgente… ¡Y pertenecía a todo el cuerpo de creyentes, no a hombres especiales! Los sermones que se oyen cada semana, se basan en los conceptos de la oratoria de Aristóteles. No es inusual que los profesores de seminarios –al igual que sus alumnos o estudiantes– no sepan nada de este hecho. Por algo y para algo lo están estudiando.

 Ahora bien… La pregunta central, es: ¿Cómo se las arregló el discurso pagano para introducirse en la fe cristiana? En Antioquía (Siria), hacia el año 400 d.C., Juan Crisóstomo (Más conocido por Juan Boca de Oro), uno de los más grandes oradores paganos de todos los tiempos, se convirtió al evangelio. De inmediato trajo consigo sus habilidades aristotélicas «sermónico-retóricas» al cristianismo. Pronto escaló vertiginosamente hasta llegar a ser el sacerdote líder en Antioquía y toda Siria. Toda la ciudad de Antioquía acudía a oír sus alocuciones.

 Al oyente aquellos mensajes le sonaban mucho en estilo, expresión, estructura e incluso –hasta cierto punto– contenido, a los grandes discursos paganos. Y aunque te parezca atrevido o irrespetuoso, estoy seguro que así sonaba el sermón que escuchaste el último domingo, donde quiera que hayas asistido. El caso es que Juan Crisóstomo, no sólo nos regaló los sermones aristotélicos, sino también la costumbre del sermón el domingo por la mañana, esto es, la tradición del discurso del domingo dado siempre por el mismo hombre, en el mismo lugar, a la misma hora, cada domingo.

 De ahí no solo entresacas el sermón y los servicios del domingo, sino incluso la raíz de una de las «tareas pastorales del sacerdote.» Uno de aquellos deberes era enseñar. Aquello evolucionó por el camino hasta lo que ha sido y sigue siendo la más importante obligación del pastor protestante… que no tiene ni idea de que está desempeñando una versión modificada de los deberes pastorales más importantes de un sacerdote, ideados por un Papa en el 500 d.C., cuyo nombre era Gregorio el Grande.

La verdad es que aquí hay una muy buena muestra de las funciones pastorales. Un hombre –Que siempre es el mismo– sermoneándonos cada domingo. O sea: ¡El sermón del domingo es el único lugar de la tierra donde puedes oír un discurso de oratoria expresado según el patrón de la gran tradición grecorromana de la retórica! Una introducción, tres puntos centrales y una conclusión generalmente moral. Eso sí: fiel al Nuevo Testamento, y nada más que Nuevo Testamento. Porque la palabra Sermón, en el diccionario de la lengua española, se traduce como: 1) Discurso religioso u oración evangélica que se predica para la enseñanza de la buena doctrina. 2) Amonestación o reprensión insistente o larga.

 El denominado diccionario bíblico, no es demasiado aclaratorio al respecto. Allí las acepciones son estas mismas dos, en principio, y luego se le añade estas: Habla, lenguaje, idioma. Discurso o conversación. Uno de los que figuran como obligación o carga de la magistralía. No existe mucho más al respecto, pero lo que hay, indudablemente está influido por nuestras actuales costumbres religiosas. Yo me temo que un sermón es mucho más que esto que te comparto, pero seguramente lo iremos viendo más adelante.

Porque casi sin previo aviso, una mañana de hace muy poco tiempo, todo mi ser amaneció con hambre y sed de acudir al Sermón más importante de la historia del cristianismo. El que pronunció Jesús en la cima de una montaña y en reunión improvisada y espontánea con miles de aldeanos que ni siquiera sabían leer o escribir y esencialmente con sus doce elegidos para la continuidad de su ministerio, sus discípulos. Elegí los tres capítulos del evangelio de Mateo porque es el más abundante en detalles. Mi sorpresa mayúscula fue comprobar algo que ya me sonaba por dentro pero no me atrevía a sacarlo hacia afuera, y era la duración de las predicaciones cristianas.

 Tú sabes de qué estoy hablando. Ninguno de nosotros ha tenido en cuenta que el ser humano, después de estar oyendo algo por espacio de veinte minutos, ya tiene especial inconveniente en concentrarse y seguir el hilo. Todos hemos predicado mucho más tiempo que ese, y nos hemos fastidiado cuando la gente se nos distraía, dispersaba o directamente se nos dormía. Y te digo más: si alguien se atrevía a dar un mensaje más reducido que los habituales de hora u hora y media, era considerado como dudoso, carente de palabra y falto de unción. ¡Como si la unción del Espíritu sólo habitara en la longitud de las palabras!

Cuando me di cuenta que el famoso Sermón del Monte, único extenso que pronunció Jesús, ya que todo lo demás, siempre fueron como flechas concretas y rápidas, aunque sumamente profundas, no duraba mucho más de los veinte minutos en su lectura, otra luz inundó mi espíritu y me hizo entender que, para decir lo que haya que decir de parte de Dios y esperar que quien lo oye lo entienda y lo aprenda, no se necesita añadirle ningún palabrerío personal y humano con la finalidad de hacerlo más…entretenido. Eso es casi una blasfemia.

Por esa razón, es mi intención por mandato del Espíritu Santo, extraer de lo que voy a comenzar a compartirte, que es la totalidad del Sermón del Monte, la riqueza y significado espiritual que posea, independientemente de lo literal, que ya ha sido mencionado, enseñado, incorporado y entregado casi como única verdad absoluta por la estructura religiosa tradicional, ya sea católica romana, protestante o evangélica también tradicional. Doy gracias a Dios por ellas, porque desde ese lugar comencé a andar, pero hoy tengo otra dirección y es desde allí donde voy a moverme. No tengo ninguna veleidad profética ni de avanzada, pero sí una certeza más que clara y notoria: que estos son tiempos de consolidación del verdadero evangelio, y no debate de teología o rudimentos religiosos o rituales.

(Mateo 5: 1) = Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos.

La teología que supimos conseguir, esa que te dicen que tiene que ser infaltable en cualquier trabajo o estudio bíblico, jamás pudo determinar cuál era este monte al que aquí se alude. Estimativamente, suponen que estaba en las cercanías de Capernaúm, pero tal como lo estoy expresando, sólo son suposiciones. La Biblia no lo da con exactitud y, a mi humilde entender, creo que no necesita hacerlo, porque no es demasiado probable que se trate de un monte real, genuino y geográficamente hallable. De hecho, hay otros textos en los que, cuando va a hablar de algo fundamental o de impacto, Jesús decide subir a un monte para hacerlo.

En uno de los pasajes donde se menciona esta actitud, se llega a decir que cuando estuvo en ese hipotético lugar, llamó a los que él quiso. Y se sobreentiende que cuando dice que llamó a los que quiso, no se está refiriendo al verbo querer en el sentido sentimental o afectivo. Creo que tiene directa relación con aquellos a los que el Padre ya había llamado desde antes de la fundación del mundo y que Él sólo debía cumplimentar la tarea de levantarlos de manera efectiva. Si esto no tiene que ver con llamado divino, no sé de qué estoy hablando. Obviamente, en ese caso deberíamos partir de un principio clave: en la Biblia, decir monte, siempre es equivalente a decir lugar alto.

Y cuando digo Lugar Alto, es notorio que me estoy refiriendo a una altitud espiritual, no medida en pies o en metros de altura geográfica. De alguna manera y como ha sucedido en toda nuestra historia, la iglesia convencional y estructural, tampoco parecería haberlo comprendido correctamente. Por eso es que, tanto en los antiguos altares de la idolatría, como en los actuales púlpitos y plataformas, supuestamente más puros, los hombres se preocuparon ostensiblemente de construirlos en la máxima altura posible, dentro de lo que los templos se lo permití.

¿Por qué harían eso ellos? Simple; porque consideraban que sólo desde ese nivel físico superior a la del resto de la gente que en este caso eran los oyentes, se podía dar un mensaje que realmente proviniera del cielo. Nunca entendieron que se hablaba de altura espiritual y no material. Por eso tampoco resulta probable que sean muchos los que hayan entendido que, cuando decimos Sermón del Monte, en realidad se trata de un compendio de principios de un nivel superior y no la historia de un hecho antiguo y físico. Si a mí se me permitiera corriendo el infame riesgo de la herejía modificar ese título por única vez, lo llamaría Principios de Altura Espiritual.

En muchas ocasiones he tratado de imaginarme cómo fue todo ese mover de Jesús en ese lugar y tiempo, pero si debo ser honesto, tengo que reconocer que hasta donde pude llegar fue hasta donde me lo permitieron las películas e historietas dibujadas que pude ver. Mi imaginación humana no pudo llegar más allá, porque a las cosas del espíritu no te las puedes imaginar. O las ves por visión divina, o no las ves nunca y naces, vives y mueres sin verlas ni ser bendecidas por ellas. Por ejemplo, dice aquí que Jesús decidió subir a ese monte porque vio la multitud.

La palabra original para traducir multitud, allí, es ójlos, y tiene varias acepciones entre las que se incluye multitud, es cierto, pero que si lo examinas con cuidado vas a ver que encaja mucho más con muchedumbre y pueblo, así en general. ¿Suena excesivamente iluminado pensar que lo que Jesús vio en su espíritu fue a todo un pueblo, una verdadera muchedumbre mundial y global, de toda edad, condición social, raza, etnia y color de piel, preparada para oír lo que sería luego el mensaje más completo, profundo, inspirador y regulador de todo el evangelio?

No lo sé, pero dice que entonces él se sentó y vinieron a él sus discípulos. De acuerdo, me cuentan las historias relatadas por aquellos historiadores confiables que todos hemos conocido, que era costumbre de los rabinos el sentarse cuando iban a enseñar algo. Pero, en primer término, no me parece que Jesús fuera justamente un judío tradicionalista o que respetara a ultranza los modismos y costumbres de la clase farisea de su tiempo, eso era obvio. Y, por otro lado, tampoco puedo imaginarme cómo podía pensar él que, sentándose sobre una roca o tronco de árbol caído, una muchedumbre que lo rodeaba iba a poder escucharlo.

Ten en cuenta que toda esa gente ocupaba espacios hasta llegar a centenares de metros de distancia de esa roca en la que Él elegía sentarse, así que nadie puede entender ni tampoco explicar demasiado como podían oírlo sin problemas, en una época en donde todavía no existían ni micrófonos, ni bafles ni equipos de audio. ¿De qué se me está hablando, entonces? Siguiendo con el proceso anterior, me juego que cuando dice que subió al monte, me está hablando de nivel espiritual y cuando alude a sentarse, él está tomando la actitud del sacerdote que tiene su obra terminada. Tómalo o déjalo, no es doctrina.

Y eso, inevitablemente, me lleva a un hoy en el que, todavía, pese a todas las inclemencias existentes, en todos los niveles posibles y probables, los hombres eligen conducirse con metodologías que, en su momento, fueron desechadas por el propio Jesús; ese mismo Jesús al que dicen representar. ¿O cada ministro del nivel que se te ocurra, puesto a predicar, no buscar hacerlo desde la plataforma, púlpito o balcón más alto que encuentre? ¿Tengo que creerme que eso es un mandato superior? No. Tengo que creer que eso es apenas un mínimo vestigio de un síndrome de ultra vanidad.

Una muy llamativa patología que los hombres solemos y podemos tener cuando se nos escapa la tortuga de la humildad. Porque lo que buscan aquellos que caen en esta tentación estética o visual, es instalarse en una altura física y material que permita que todos lo puedan ver, estén en el lugar que estén. Y si bien eso sería muy válido y hasta considerable que sucediera con ciertos shows de espectáculo artísticos o musicales, no podemos rebajarnos a la mediocridad de incorporarlo a lo que luego llamaremos pomposamente El Evangelio del Reino. Sin embargo, mucho me temo que no seré agrio ni negativo si te digo que lo he visto a menudo. Y tal vez tú también.

He sido subestimado, “ninguneado” como se dice por aquí, degradado, criticado y hasta agredido por subir a la Web audios en lugar de videos. Me han dicho que estoy fuera de moda, que por mi edad no estoy en condiciones de entender que la gente joven necesita imágenes para engancharse, que si le damos solamente sonido se cansan, se aburren y nos abandonan. No lo niego en lo más mínimo. Tengo hijos y ahora hasta nietos en las edades que aquí ponen como modelos y puedo corroborar que eso, cuando lo proyectamos al mundo total y global de las comunicaciones, es definitivamente así.

 Pero tengo más que claro que mi trabajo ministerial no va dirigido a esa forma de mundo, sino a un grupo de hombres y mujeres a los que el Espíritu Santo trae a escuchar o leer lo que desde aquí emana. Y que, al igual que el mismísimo Jesús, al que tengo la obligación de imitar porque es mi único modelo viviente, me interesa mucho más que se me escuche lo que tengo mandato para decir, que mostrarme en videos para que me conozcan, saluden, me feliciten por una ropa que luzco, o un corte de cabello que me favorece, no sé si soy claro…

Y luego dice que vinieron a él sus discípulos. ¿Sabes? En más de una ocasión, cuando me ha tocado ser oyente o alumno para escuchar a alguien que enseñó sobre esto, en una enorme mayoría, por no exagerar diciendo que era una totalidad, me fue enseñado que estos discípulos eran aquellos que él había invitado a seguirle, esto es, los once que luego serían doce cuando incorporaran al legendario y famoso Judas Iscariote. El original, aquí, dice madsetés, que, traducido al buen español, quiere decir discípulo, es cierto, pero también aprendiz, alumno y en caso puntual, hermano.

Hermano en fe, en pensamiento, en espíritu, en diseño, en futuro. Se trataba, entonces, de toda una clase de gente que deseaba fervientemente conocer, aprender, estudiar, saber de qué se estaba hablando y, esencialmente, de donde provenía y quien era quien lo estaba haciendo allí. Los verseros, como denominamos por estas tierras a los que entonces eran falsos profetas mentirosos, eran abundantes, así que no tengas dudas que la gente en mayoría no andaba por la vida precisamente muy dispuesta a ser estafada, defraudada y engañada. Discípulos.

Verso 2 = Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo: (3) Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

¿Qué cosa es un bienaventurado? Porque lo hemos leído decenas de veces y muy pocas, o ninguna, nos hemos detenido a averiguarlo. Es un afortunado, un ser feliz, alguien que confía ciegamente. Obvio, me quedo corto con esta definición, porque tratándose de lo que se trata, debería decirte que es una clase de felicidad que resulta imposible describirla con palabras. De hecho, esta calificación se le adjudica a alguien que muestra ser pobre en espíritu. Que de ninguna manera tiene que ver con lo que nosotros, seres eminentemente materialistas, podemos entender como pobreza. En un mundo que, incluso en áreas donde lo que conocemos como iglesia tiene alta influencia, estigmatiza a la pobreza material de un modo que casi resulta ofensivo para quien lo padece.

Se insiste en determinar que aquel que es pobre es responsable por no preocuparse en dejar de serlo. No digo que no sea así esto en muchos casos, lo es, lo he visto. Pero no en todos. Y cuando se generaliza en esta clase de temas, se cae en crueldad psicológica. En asuntos de esta categoría, globalizar todo, resulta poco menos que injusto. Hay pobres por falta de posibilidades de salir de ello. Otros por influencia satánica o maldiciones puntuales en sus vidas. Pero, de todos modos, como quiera que sea, la pobreza es mal mirada y no dignifica a nadie. Por si necesitara aclararlo, nací en una familia de muy bajos recursos, peleé una formidable batalla contra la discriminación y estigmatización y aquí me tienes, ni holgazán ni delincuente. Una cosa es no tener dinero y otra ser pobre en espíritu, es elemental…

De todos modos, reitero que de lo que aquí está hablando Jesús, es de pobreza de espíritu. Y si alguien sabe con precisión lo que esto significa, ya mismo tiene un Aprobado. No son muchos. Tesis y teorías al respecto, hay las que se te antoje buscar y encontrar, pero elijo ser breve y conciso porque estoy llamado a enseñar y sólo aprende quien no se duerme de aburrimiento. Lo breve sirve para enseñar, lo extenso para lucirse. Un pobre en espíritu es alguien que sabe que está arruinado espiritualmente, porque anda por la vida por fuera de Dios, o directamente sin Dios.  Es alguien que, estando desprovisto de toda virtud, se atreve a reconocer su pobreza total ante el Señor.

 Se refiere a la profunda humildad humana de reconocer la absoluta bancarrota espiritual de sí mismo, cuando estamos apartados de Dios. Nada más. Nada menos. Tiene que ver con cierta pureza, inocencia y falta de malicia o corrupción. Es el joven que suele ser objeto de burlas y groserías en su grupo de compañeros de colegio, universidad o trabajo, por el simple motivo que dice creer en un Dios en el que nadie cree y del que todos se burlan y, por consecuencia, ni tiene vicios ni promiscuidades como sí tienen los otros. Eso abruma al pecador porque lo expone. Entonces hace lo mismo que hicieron los fariseos con Jesús. Eso es un pobre en espíritu. ¿Por qué lo digo? Porque Jesús mismo les dice a los que quieran oírle, según lo cuenta Marcos, que los que son como niños heredan el Reino de los Cielos. Y que quien no reciba a ese Reino como un niño, no entrará en él.

¿Infantilismo? No. Pureza, transparencia, honestidad., limpieza. Mira a tu alrededor. ¿Ves mucho de esto? No, ¿Verdad? Y eso que has mirado dentro de la iglesia, ni hablar si miras hacia afuera. Entonces, ¿Podemos decir que un niño todavía lleno de inocencia y pureza infantil, tiene un espíritu pobre? Si estamos hablando de humildad sí, lo tiene. Pobres de espíritu, de esta manera, son todos aquellos que reconocen su pobreza espiritual y, dejando de lado toda autosuficiencia, buscan la gracia de Dios como única fuente posible de acceso a ese Reino. Un Reino que, según lo cuenta Lucas, Jesús nos lo está asignando, del mismo modo en que el Padre celestial se lo asignara a Él. El Reino es tuyo, te fue dado. No es mi culpa ni la de Dios si no puedes o no quieres verlo.

(4) Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.

Esto, que en demasiadas ocasiones ha sido erróneamente interpretado, porque se lo hizo desde el más puro emocionalismo, ha traído graves equivocaciones que han confundido a mucha gente. No sé cómo lo habrás visto tú, pero yo te puedo asegurar que, en mi vida, nunca he visto llorar a tanta gente como lo hicieron en las inmediaciones de las plataformas de las iglesias. Me ha tocado ministrar a gente de todas las condiciones, razas y género deshechas en lágrimas, al punto de tambalearse a riesgo de irse al piso y no porque fueran tocadas por la unción. ¿Eso significa que estarán recibiendo consolación?

No necesariamente todos. Es posible que en algunos casos sí, la reciban, pero no en todos. Porque el lloro del que se está hablando aquí, no corresponde a los que han sido agraviados, o castigados o sometidos a sufrimiento. El llanto del que estamos hablando y que es pasible a una consolación divina, es aquel sincero y límpido que se derrama ante la convicción de pecado y el acto de arrepentimiento. Esos son bienaventurados. Esos tienen en su ser interior la felicidad de sentir el consuelo del cielo. A los otros, nadie te va a sugerir que los ignores, pero convengamos que en muchos casos, tienen relación con aquel rótulo de ”lágrimas de cocodrilo”, ¿Recuerdas?

(5) Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.

La palabra griega que traducimos como Bienaventurados, es makarios. Viene de la raíz mak, que indica algo grande o de larga duración, Se trata de un adjetivo que denota -reitero-, felicidad, alguien muy bendecido, digno de ser congratulado. Es una palabra de Gracia que expresa un regocijo y una satisfacción especiales, concedidos a la persona que experimenta la salvación. Aquí se les adjudica a los mansos, que son aquellos que poseen una naturaleza apacible y tranquila. Pero, atención con esto: no significa debilidad ni mucho menos, sino fortaleza sujeta a control, a dominio propio.

La palabra conlleva una idea de humildad y auto disciplina. He sido toda mi vida un hombre manso, pero nunca permití que alguien me pisoteara ni mucho menos que lo hiciera con alguien honesto que no pudiera o supiera defenderse. El hombre manso es hombre, a partir de lo que puede lograr con su silencio, en lugar de lo que puede intentar demostrar con sus gritos, no sé si soy lo suficientemente claro. En la iglesia estructural, la mansedumbre se ha confundido con la cobardía. Se olvidan que el propio Jesús dejó dicho expresamente que el Reino de los Cielos no es para los cobardes.

Y respecto a este punto, a pesar de haberlo expresado ya en muchas ocasiones y mediante diversos trabajos, quiero retornar sobre una mirada en la que, estoy seguro, habrá muchas coincidencias. Primero: ¿Por qué en las iglesias en general, la mayoría de sus miembros o asistentes son mujeres? Segundo: ¿Por qué entre los hombres que son parte de esas membresías, hay un altísimo porcentaje de individuos extraños, raros y, en casos, hasta extremadamente afeminados? No estoy hablando de homosexualismo ni nada de eso, me estoy refiriendo a los modos y las formas de hacer las cosas desde los planos supuestamente masculinos.

Mansedumbre, bondad, amor, misericordia y pureza, no son familiares cercanos de esas conductas extrañas. Algo es claro: nos hizo varón y hembra. O macho y hembra, si lo quieres en idioma animal. Y así como la máxima belleza de una mujer es su femineidad, la de un hombre es su masculinidad. Que no significa torpeza, rudeza, grosería o violencia física: significa ser un varón de Dios como lo fue Jesús. Honorable, manso, amoroso, misericordioso y bondadoso, pero hombre de punta a punta. La mujer que me lee, me entiende sobradamente Y quiero creer que algunos congéneres hombres, también.

(6) Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

Dentro de lo que son nuestras locuras sociales o teológicas, hemos utilizado estos textos en más de una ocasión para justificar o injustificar distintas actitudes humanas cuestionables por donde se las mire. Y si bien no es nada nuevo tomar una Biblia y hacerle decir lo que a cada uno le conviene, debo ser honesto y confesarte que a mí eso todavía me sigue conmoviendo y horrorizando. Porque si a todas esas cosas las hicieran hombres que no creen en nada y simplemente usan lo que creen los demás para beneficiarse en todo lo que algo de esto pudiera beneficiarlos, eso podría ser entendible.

Pero lo que me produce sencillamente horror, porque no creo que me quepa otro término, es que, en muchos casos, que serían demasiados para mi gusto, a esto se lo he visto hacer a hombres que sí creen en ese Dios en el que tú y yo también decimos creer. Pregunto: ¿Alguien en su sano juicio espiritual podría llegar a suponer que ese Dios de amor y justo que nos han presentado, caería en el grosero error de permitir de buen gusto que su palabra sea bastardeada para beneficio de ladrones de guante blanco disfrazados de ministros cristianos? La respuesta contundente, es no. Luego que la vendan como quieran. Es NO.

Escucha esto: en los dos primeros versos del libro de Isaías en su capítulo 55, leemos lo que sigue: A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche.  ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura. Creo que aquí está la explicación del texto de Mateo. Es para los que tienen hambre del Pan de Vida, que es la Palabra de Dios en toda su dimensión.

Es la sed del Agua de Vida, que fue, es y sigue siendo Jesucristo, desde la fuente inagotable abierta desde una cruz en el Gólgota, de una vez y para siempre. De esa hambre y de esa sed de justicia es que estamos hablando, no de la que se puede mecanizar en tribunales humanos, con jueces, aboga dos y jurados humanos. Eso se llama justicia, pero la que viene del cielo, tiene una inicial mayúscula, es Justicia. Los jueces humanos, en el mejor de los casos, tienen las condiciones y la capacidad para administrar leyes, pero si son creyentes tendrán que orar fuerte para que esas leyes sean justas. El mundo que estás viendo a tu alrededor, donde quiera que vivas, supongo que te dice otra cosa…

(7) Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

¿Qué cosa es un misericordioso en pleno siglo veintiuno, en una sociedad con mayoría indiferente y desentendida de los problemas y dramas ajenos? La palabra traducida es eleemon, y se relaciona con las palabras eleeo, que es tener misericordia, eleos, que es compasión activa y eleemosune, que tiene que ver con compasión hacia los pobres. Eleemon es una palabra compasiva, de simpatía, misericordiosa y sensitiva, que combina las inclinaciones con la acción. Una persona que posee esta cualidad siempre encuentra la forma de expresar su naturaleza misericordiosa.

 Si quiero ampliarte todo esto a un idioma por fuera del estudio casi técnico de la palabra, debería decirte que estamos hablando de la condición más ausente en los ámbitos terrenales donde debería estar, que es en lo social, en lo político y, obviamente, en lo espiritual. Esa palabra es empatía. Este es un sentimiento de participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a otra. Ejemplo: a mí me duele lo que estás sufriendo tú, ahora, incluso sin conocerte y por el motivo o causa que sea. Pero me duele de verdad, sin simulaciones ni hipocresías religiosas. ¿Eres así? ¡Gloria a Dios! ¡Así será Dios contigo!

(8) Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.

¿Qué cosa será, en términos espirituales, tener un corazón limpio? Porque es indudable que se está hablando en idioma espiritual, ya que, en lo literal, no da ni para comenzar a examinar nada. No existe tal cosa como un corazón humano limpio o sucio. Puede estar enfermo, sano, bombeando poca o mucha sangre, pero limpio no. Por tanto, está hablando de lo que fue traducido de katharos. Eso es decir limpio. Y se trata de algo sin mancha, puro, sin contaminación. La palabra, llevada al hombre, describe limpieza física. Jesús mismo lo dice en Mateo 23:26: ¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio. Mateo 27:59 da cuenta del momento en que José de Arimatea se hace cargo del cuerpo de Jesús.

Y tomando José el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia. Todo esto, reitero, con relación a la limpieza física, esa que vemos con más facilidad que cualquiera de las otras. También tiene que ver con la pureza ceremonial. Sobre esto y relacionado con la limosna u ofrenda, Jesús dice en Lucas 11:41: Pero dad limosna de lo que tenéis, y entonces todo os será limpio. Pablo, por su parte, da su propia visión al respecto cuando, en su carta a los Romanos, en 14:20 expresa: No destruyas la obra de Dios por causa de la comida. Todas las cosas a la verdad son limpias; pero es malo que el hombre haga tropezar a otros con lo que come. Y como no podría ser de otro modo para con auténticos y genuinos hijos de Dios, también está mancomunado con la limpieza ética.

 Cuando discutían sobre el lavado de los pies, en Juan 13:10, Jesús les dice: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos. Esto es confirmado por Pablo, cuando en Corinto, ante un hecho muy puntual, Pablo expresa lo que recoge Hechos 18:6: Pero oponiéndose y blasfemando estos, les dijo, sacudiéndose los vestidos: Vuestra sangre sea sobre vuestra propia cabeza; yo, limpio; desde ahora me iré a los gentiles. El pecado contamina y corrompe, pero la sangre de Jesús limpia de todo pecado. Tener un corazón o un alma pura y no contaminada con mugre mundana, garantiza algo que no es menor: ver a Dios. ¿Ver a Dios? Sí, eso es lo que dice y yo lo creo. Eso sí: no me preguntes cómo, cuándo y de qué modo. No me interesa, lo ceo y punto.

(9) Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

¿Qué es un pacificador? No te confundas con un término muy parecido, pero distante en su contenido y significado. Un término de algo que hoy por hoy abunda en la grey masculina de muchas iglesias, y es el de pasivos. Un pasivo es alguien sin actividad determinada. Por esa razón a quienes se adhieren a los regímenes jubilatorios, a ese retiro tan merecido que te lleva a descansar después de toda una vida de trabajo, se le llama pasivos. Aquí no estamos hablando de gente inactiva, sino de gente con plena actitud, aunque no de conflicto sino de paz, de armonía. Porque gente inactiva no produce absolutamente nada en ningún ámbito, y mucho menos en el espiritual.

Y no es casual que, luego del texto anterior que aseguraba que los de limpio corazón verían a un Dios al que la misma Biblia te dice que nadie vio jamás, aquí te confirma todo eso con el ingrediente de que, si eres un pacificador, serás llamado con justicia y derecho hijo de Dios. Jesús vino en ese carácter. No vino a pelear con los romanos usurpadores ni con gente no creyente. Vino a pelear con Satanás por cada alma cautiva y para defender a su pueblo de la religiosidad. Todo en aras de la paz, de una paz que, tal como fue dicho, sobrepasa todo entendimiento, porque no es como el mundo la da, sino como el Espíritu Santo la otorga. Pablo dice, en Romanos 8:14, que, Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios.

(10) Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Recuerdo que, en una ocasión, alguien vino a verme entendiendo que, por mi trabajo de periodista, podía ayudarlo en un problema que tenía. Según su relato, sus vecinos estaban iniciando una persecución en su contra, y él deseaba que yo desde algunos de los medios de comunicación a los que tenía acceso, comentara el asunto con el objetivo de amedrentar a esos vecinos y obligarlos a abandonar esa persecución. Era un hijo de Dios que estaba siendo perseguido por ser creyente y el diablo y sus demonios seguramente se estaban regodeando de esos ataques. Eso era lo que se suponía que yo debía asumir, creer y aceptar.

 Sin embargo, si algo me enseñó mi profesión, fue a no dejarme llevar por impulsos emocionales y, a favor de distintas fuentes, chequear una y otra vez cada información, sus orígenes y ramificaciones, con la finalidad de que, cuando se dijera algo, eso fuera estricta verdad y no algo que, beneficiando a ciertos intereses, fuera en desmedro de otros. Eso hice con esta denuncia. ¿Qué descubrí? Que “el hermano”, no tenía mejor idea que, simplemente para fastidiar a sus vecinos, ponerles música de alabanza en su equipo de música a todo volumen…¡¡a las cuatro de la madrugada!! Ay, Señor…

No sé qué te podrá parecer esto tal como te lo relato a ti, pero lo que es a mí, te puedo asegurar que de ninguna manera lo que estaba sucediendo me sonó a una persecución a un honroso hijo de Dios por causa de la justicia del Señor. Por más esfuerzo de voluntad que hiciera, no me salía imaginarme a Jesús haciendo eso con sus vecinos. Y ni te cuento de aquel otro hermano que también se sentía perseguido por la administración provincial de impuestos. No costó demasiado trabajo descubrir que llevaba casi diez años sin abonar ninguno.

Y ahora, claro, lo estaban invitando a pagar lo que debía pagar, bajo advertencia de juicio con factibilidad de tomar pago de la propia vivienda mediante expropiación. ¡Eso no es ser perseguidos por causa de la justicia! Eso es el resultado de una defraudación a una institución. Después podremos discutir si esos impuestos eran demasiado costosos o exagerados, pero esa es una discusión política que debe darse en otro ámbito. Pero tu obligación legal como habitante de ese país, de ese estado o provincia, es pagar tus impuestos. ¿O no los pagó Jesús cuando fue invitado a hacerlo?

La causa de la persecución que profetiza poseer el Reino de los Cielos, es la que se da en el marco de una batalla en defensa de la lealtad a Jesucristo y su evangelio del Reino. De eso se trata, no de cuestiones particulares donde buscamos parecernos a los terrenales y sacar las mismas ventajas que ellos sacan convirtiéndose en morosos. Persecuciones por asuntos relacionados con el Reino de los Cielos, no con tus problemas privados. Pedro habla de esto en su primera carta, donde en el capítulo 3 y verso 14, expresa:

Mas también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, A veces me ha tocado vivir algo así. Ha sido cuando con la palabra de Dios como fundamento, termino exponiendo demasiado a ciertos sectores que usan la misma Biblia para armar discursos tendientes a manipular voluntades, emociones, y…billeteras. Al toque han aparecido hackers obstaculizando mi web, cosa que desde lo material no perjudica a nadie o algunas otras formas de ataque ya directamente en planos personales, familiares, etc. ¡Gracias a Dios por considerarme bienaventurado por esa causa! El verso siguiente, te explica en qué radica esa justicia.

(11) Bienaventurado sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.

La clave, aquí, está justamente en la última palabra que se lee. Eres bienaventurado cuando por causa del evangelio del Reino seas vituperado, que es como decir insultado, agraviado, ofendido. Que por esa misma razón padezcas alguna forma de persecución y que tengas que escuchar conjuntamente con quien desee hacerlo, todas las barbaridades más grandes y malignas que se puedan hablar de ti. Pero con una condición que es clave: mintiendo. Si algo de lo que se diga de ti es verdad, entonces mucho me temo que esta bienaventuranza no se produce.

 Pero si mienten para procurar sacarte del camino o ser piedra de tropiezo en tu ministerio, entonces se hace realidad lo que Pedro dice en su primera carta, capítulo 4 y verso 14: Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado. Ten calma… ¿Sabes la tranquilidad que representa saber que tienes al Espíritu Santo de tu lado? Esa es la diferencia entre predicar el evangelio del Reino, o armar bonitos discursos teológicos.

(12) Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.

Parece una simple excusa como para justificar un padecimiento o una persecución, ¿Verdad? Sin embargo, es la más pura y estricta verdad. No tiene culpa alguna Dios ni su Reino, de que una gran parte de la iglesia haya enseñado que ser creyente es pasarla bonito, vivir en eterno gozo y alegría, cantando alabanzas, danzando y siendo sostenido por Dios en todos nuestros gastos. Estoy de acuerdo en que todo eso se asemeja y mucho a la eterna felicidad del cielo, pero eso no es justamente lo que hoy, cada cristiano está viviendo en el planeta. Y antes que una gran mayoría se sienta culpable por no lograrlo, es nuestro deber recordarles que, en la mayor parte de los casos, los que decidieron servir a Dios a cualquier costo, lo pagaron y en muchos casos, bien alto.

Hechos 7:52 lo recuerda así en boca de Esteban: ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores; Pablo, hablando de sus ancestros lo dice en 1 Tesalonicenses 2:15: los cuales mataron al Señor Jesús y a sus propios profetas, y a nosotros nos expulsaron; y no agradan a Dios, y se oponen a todos los hombres, Santiago es quien lo confirma en el 5:10 de su carta cuando dice: Hermanos míos, tomad como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor.

Punto. El llamado Sermón del Monte, comienza con esta pieza magistral de conducta cristiana, denominada como Las Bienaventuranzas. Rescata a la pobreza de espíritu como un paso previo indispensable para descender de nuestros briosos caballos de la soberbia y recalar en una humildad no sólo necesaria, sino irreemplazable si es que se desea ser parte del Reino de Dios. El llanto de arrepentimiento y la mansedumbre ante las injusticias, son elementos claves, también. La sed y hambre de justicia, la misericordia por sobre todas las condiciones y un corazón limpio de toda contaminación, son las bases.

Los pacificadores que, increíblemente se verán presionados por toda forma de persecución, serán los que en definitiva puedan sentir el gozo y la paz de seguir los pasos de aquellos profetas que pagaron con sus vidas la proclamación del evangelio. Alguien me preguntó para qué pensaba yo que Jesús había comenzado su tremendo sermón con estas bienaventuranzas. No se me ocurrió mejor respuesta que decir que yo creo que lo hizo para dejarnos a nosotros una hoja de ruta o mapa a seguir si es que deseamos encontrarlo.

(13) Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿Con qué será salada? No sirve para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres.

Ya vamos a ahondar un poco más en los dos modelos mencionados, pero antes déjame decirte que esto es un canto casi preparatorio para el ingreso del hombre converso a la santidad, sin la cual, -se nos dice- nadie verá al Señor. Y no estamos hablando de “verlo” con nuestros ojos naturales, estamos hablando de verlo cara a cara en el marco del ámbito del espíritu en el cual se mueve y nos moveremos. Bajo el Antiguo Pacto, Israel fue llamado a vivir en santidad, no como las demás naciones, principalmente en las cuestiones externas de la Ley.

Sin embargo, Jesús está llamando a su gente a una santidad que procede del corazón. La santidad es ahora la manifestación de la lealtad personal a Dios, y de la realización de la plenitud de frutos originalmente concebida para la humanidad. Aquí dice que soy sal, y hasta donde conozco, aunque es muy amplio, la sal tuvo innumerables usos dentro de la historia del pueblo de Dios, pero principalmente siempre fue la encargada de darle sabor a algo a cada cosa que tocó. La gran pregunta, entonces, es: yo, así como soy y como estoy viviendo, ¿Puedo vivir en santidad? ¿Soy sal?

Punto primero y elemental: si fuese imposible para el hombre vivir en santidad, Dios jamás lo hubiera ordenado. ¿De verdad tú alguna vez has pensado que nuestro Dios de amor podría cometer una crueldad psíquica así con sus hijos? Fíjate que ya en Levítico 19:2, Él dice: Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios. Ser santo, te aclaro antes que entres en confusiones antiguas y religiosas, significa ser separado para Dios. La santidad la define la propia naturaleza de Dios. Ser apartados para Dios nos hace santos. No son las buenas obras las que nos hacen santos, de eso no tengas ni la menor duda.

No digo que no deban ejecutarse, digo que toda buena obra es el resultado de una santidad manifestada, no un vehículo hacia ella. La santidad, en todo caso, no es un lugar al que deberemos llegar, es nuestro punto de partida. Cuando tú lanzas un alarido de júbilo y dices: “¡Gloria a Dios! ¡He llegado al mejor grado de santidad!”, Dios te mira y piensa: “¡Por fin! ¡Recién ahora podré hacer algo útil y que sirva, contigo!” Si ponemos nuestra vista en Jesús, si pensamos en Jesús, si estudiamos su vida, incluso, veremos con claridad el significado de ser sal de la tierra, que es nada más y nada menos que ser condimento divino para una carne nauseabunda.

¿Qué significa esto? ¿Cómo lo interpreto? Mira, cuando Jesús les dice a sus discípulos, (Reitero, eso nos compete a todos nosotros, no sólo a aquellos legendarios doce), que son la sal del mundo, lo que quiere significarles es que, si no están haciendo ninguna diferencia con el mundo respecto a sus vidas, entonces están viviendo como una sal sin sabor a nada. Y se podría añadir, además, que es imperativo que los cristianos tengan que salir al mundo secular a presentar a Jesucristo, lo que equivale en idioma metafórico, salirse fuera del salero.

Porque de lo contrario, no van a poder hacer su trabajo de manera eficiente. Interpretado de una manera práctica: los seguidores de Cristo están ahí para evitar que la sociedad se pudra, para darle sabor y para señalar el pacto de Dios. La sal, en grandes rasgos, es el elemento material que consolida, reafirma y fundamenta la alianza entre Dios y su pueblo. Nada menos. Es el valor que Dios pagará al mundo secular para sacar a sus hijos genuinos de su esclavitud. Es el salario que Dios paga para que su evangelio sea predicado hasta el último confín de la tierra. Porque sólo si se hace eso vendrá el fin del sistema religioso y la fe auténtica y plena de amor y confianza, podrá reinar el planeta.

Comienzo. Apenas es un comienzo y alcanza para dejar en tu corazón, en tu mente y, esencialmente, en tu espíritu, una serie de elementos capaces de llevarte a donde queremos viajar con todo este trabajo: a la esencia misma de un evangelio que no necesita de palabrería humana ni estrellatos ministeriales, sino simplemente de entender que nuestro mejor sermón, será la reiteración en vivencia diaria, de este.

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agosto 1, 2025 Néstor Martínez