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Estar Conscientes del Pecado

(Juan 17: 17) = Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.

En esta ocasión tocaremos otro asunto delante del Señor; Después de escuchar, ustedes seguramente se preguntarán: después de haber vencido, ¿Se encuentra nuestra vida en la cumbre, sin más posibilidad de progreso? En este trabajo hablaré sobre lo que una persona debe hacer una vez que ha vencido.

Muchos cristianos han vencido en realidad, y Cristo es verdaderamente su victoria. Pero desconocen cómo mantener esta vida y pronto vuelven a caer. Lo más inmediato que el cristiano debe esperar y anhelar después de haber obtenido la victoria, es que Dios lo libre de pecados específicos, los pecados que lo han perturbado y asediado continuamente.

Ningún cristiano que haya entrado en la experiencia de la victoria debe seguir cargando con ningún pecado en particular. El Señor ya nos salvó y ya es nuestra vida vencedora. Podemos decir: “Señor, te alabo porque la victoria de Cristo ha venido a ser mi victoria. Te doy gracias porque la santidad de Cristo ha llegado a ser mi santidad”.

Esta es Cristo, quien vive en nuestro lugar. Si un hermano estaba atado por su impaciencia, ésta debe desaparecer. Un hermano pudo haber estado lleno de dudas, y éstas pudieron haberle causado muchas molestias. Pudo haber sido una persona muy locuaz, y puede haberse sentido desesperado por esto. Una vez que una persona ha vencido, debe decirle a Dios: “Señor, vengo a Ti para que pongas todos estos pecados bajo mis pies”.

Es necesario eliminar muchos otros problemas relacionados con el pecado. Por ejemplo, puedes haber ofendido a otras personas. Ahora debes pedirles perdón. Antes, no contabas con la fuerza para pedirles perdón, pero ahora la tienes. Antes, pudiste haber estado atado a algo, pero ahora Cristo vive en ti, y eres libre.

En consecuencia, inmediatamente después de que un hermano o hermana empieza a experimentar la victoria, él o ella debe pedirle al Señor que lo libre de su pecado específico, es decir, aquel pecado que lo ha estado asediando y enredando constantemente.

Si uno permite que este pecado permanezca, no sólo otros dirán que no ha vencido, sino que uno mismo comenzará a dudar de que su experiencia de victoria sea genuina. Antes de recibir la vida vencedora, nadie tiene fuerzas para pelear la batalla, pero una vez que recibe la vida vencedora, tiene fuerzas para luchar. Ahora tiene la fe y el poder, y puede pelear la batalla.

El asunto depende de si uno pelea para vencer o vence para pelear. Uno nunca puede pelear para vencer, pero es correcto vencer para pelear. Por lo tanto, el asunto depende de si vamos de la batalla hacia la victoria, o de la victoria hacia la batalla.

Muchas personas luchan y se esfuerzan por vencer, y el resultado es un fracaso constante. Jamás alcanzaremos la victoria por nuestro propio esfuerzo. La victoria viene de Cristo y es Dios quien nos la da. Creímos que el Señor es nuestra santidad, nuestra perfección y nuestra victoria. Así que, todo lo demás debe ser desechado. Todo lo que el Padre no ha plantado será arrancado.

No necesitamos luchar con nuestras propias fuerzas, sino con la autoridad que Dios nos dio. Es cierto que la Biblia nos manda que luchemos, pero también dice que debemos luchar con fe. La Biblia también dice que debemos obtener victoria contra el enemigo, pero dice que debemos hacerlo por medio de la fe. La Biblia dice que debemos resistir al diablo, pero dice que debemos resistirlo con el escudo de la fe.

¿Proviene nuestro carácter particular de la vida de Cristo? ¿Provienen de la vida de Cristo nuestra perspicacia, nuestra locuacidad y nuestra manera persistente de pecar? Por supuesto que no, bien lo sabemos. Estas cosas no provienen de Cristo. Dado que no provienen de Él, podemos ordenarles que se vayan.

Si tratamos primero de resistirlas, para luego vencerlas, sin duda seremos derrotados. Si primero tratamos de luchar con nuestras propias fuerzas para vencer, con seguridad fracasaremos. Pero si primero vencemos y luego luchamos, y si luchamos sobre la base de la victoria, iremos de victoria en victoria.

Por lo tanto, la cuestión importante es si uno lucha para obtener victoria o si lucha sobre la base de la victoria. Luchar sobre la base de la victoria es decir: “Señor, te doy gracias y te alabo porque Tú has vencido. Ya que Tú venciste, puedo echar todos estos pecados de mí”.

Después que el cristiano ha experimentado la vida vencedora, debe decir: “Te doy gracias, Dios. Puesto que Cristo es mi vida, estos pecados no deben permanecer en mí. Deben irse”. Todo pecado que nos asedie incesantemente puede ser eliminado de inmediato. Este es el verdadero significado de la batalla espiritual. El pecado que nos ha asediado de continuo por mucho tiempo, puede ser desarraigado de nosotros con sólo un soplo. Esto es lo que significa la victoria.

En segundo lugar, nuestra vida debe ser siempre la misma que fue el primer día que experimentamos la vida vencedora. Cada mañana al despertarnos, debemos decirle al Señor: “Dios, aún sigo siendo débil e impotente delante de Ti No he cambiado nada; sigo siendo el mismo. Pero te doy gracias porque Tú sigues siendo mi vida y mi victoria. Creo que vivirás Tu vida en mí en el transcurso de este día. Dios, te agradezco porque todo proviene de Tu gracia y porque Tu Hijo lo ha logrado todo”. Hay otras cosas a las que debemos prestar atención.

Así que, existen dos clases de tentaciones con las que nos encontramos en nuestra vida diaria. La primera, no nos da tiempo de reaccionar, pues surge de repente; la otra se presenta de manera gradual; viene en forma de sugerencias graduales.

Una tentación no nos da tiempo de calcular, mientras que la otra sí. Nosotros pensamos que es más fácil vencer la tentación gradual que la tentación repentina. Pero después de entrar en la experiencia de la vida vencedora, todavía necesitamos hacer dos oraciones cada mañana al levantarnos. Si descuidamos estas dos oraciones, sin duda volveremos a fracasar.

La primera oración es decirle al Señor: “Líbrame de las tentaciones. No dejes que vengan a mí sin que tenga la oportunidad de pensar. No me permitas pecar sin tener tiempo de reaccionar”. El Señor puede librarnos de cualquier tentación en momentos en que no tenemos tiempo de pensar. Esta es una oración muy valiosa y ha salvado a muchos.

En esta ocasión no tengo tiempo para leerles todo el capítulo cinco de Romanos. Sólo puedo mencionarlo brevemente. Romanos 5:12-19 nos enseña unas cuantas cosas. Este pasaje nos dice que nuestra unión con Cristo es igual a la unión que tenemos con Adán.

Así como pecamos por estar unidos a Adán, asimismo tenemos justicia por estar unidos a Cristo. ¿Cuánto necesitamos esforzarnos para enojarnos? No es necesario hacer ningún esfuerzo para airarnos; nos enojamos tan pronto nos provocan.

Espontáneamente nos enojamos porque estamos unidos a Adán. Pecamos sin necesidad de determinación alguna de nuestra parte, simplemente por estar unidos a Adán; no necesitamos realizar ningún esfuerzo para pecar. Pero la vida en Cristo que Dios ha prometido opera sobre el mismo principio que nuestra unión con Adán.

Debemos decirle al Señor: “Así como fui unido a Adán y pequé sin tomar la decisión de hacerlo y sin pensarlo de antemano, asimismo hoy estoy en Cristo. Puedo ser paciente sin tomar ninguna decisión y sin tener tiempo de pensarlo. No necesito luchar por ser paciente.

Señor, en muchas de las cosas que me sobrevendrán este día, no tendré la oportunidad de reflexionar. Pero te agradezco y te alabo porque mi unión contigo es tan fuerte como mi unión con Adán. Cuando la tentación venga a mí hoy, Tú podrás expresar Tu mansedumbre, Tu santidad y Tu victoria por medio de mí, aun si el incidente sucede demasiado rápido para pensar o resistir”.

Si tomamos esta posición delante del Señor, venceremos la primera clase de tentación. Todos los días al despertarnos, debemos creer que Dios puede librarnos de las tentaciones de las cuales no tengamos tiempo de pensar. Cada mañana debemos creer en la vida de Cristo, y espontáneamente viviremos Su victoria. Así como nos enojamos sin pensar, podremos también disipar nuestra ira sin pensarlo. Todo esto depende de nuestra fe. Si tenemos fe, todo lo que Dios ha logrado llegará a ser nuestra experiencia.

La segunda clase de tentación no viene repentinamente, sino en forma gradual. Persiste y nos seduce repetidamente. ¿Qué debemos hacer con esta clase de tentación? Podemos hacer dos cosas: podemos no hacerle caso o podemos pelear.

Todo depende del Señor Jesús. Yo sigo siendo el mismo que antes: sigo siendo débil y todavía sigo siendo incapaz de resistir la tentación. “Señor no puedo vencerla. No sólo soy incapaz de lograrlo, sino que ni siquiera intentaré hacer nada. Señor, no puedo ser paciente, y no trataré de serlo.

No podía hacer nada antes y no puedo hacer nada ahora. Te doy gracias y te alabo porque no puedo lograrlo. ¡Aleluya, no puedo lograrlo! ¡Aleluya, me es imposible ponerle fin a esto!”. Al mismo tiempo debemos levantar nuestra cabeza al Señor y decirle: “Señor, Tú puedes hacerlo. Tú no eres débil en mí. Tú eres fuerte en mí.

Señor te doy gracias y te alabo porque Tú eres capaz”. Hermanos y hermanas, si tomamos esta posición, las tentaciones se irán. Cuando nos esforzamos y luchamos contra las tentaciones, parece que se niegan a irse. Pero cuando declaramos que no podemos lograrlo y que Dios sí, y luego nos gloriamos en nuestras debilidades y en el poder de Dios, las tentaciones se van.

Algunos hermanos preguntan si esto significa que no volveremos a pecar después de experimentar victoria. Mi respuesta es que con el tiempo todo esto se hará real en la práctica. Pero mientras tanto, existe la posibilidad de pecar. Según la Biblia, ¿qué clase de vida debemos vivir?

La Biblia nos muestra que la vida de un cristiano es una vida de fe. “Más el justo por la fe tendrá vida y vivirá”. El justo recibe la vida por la fe; ésta es la experiencia inicial. El justo también vive por la fe; ésta es la experiencia continua.

Tenemos dos mundos delante de nosotros. Uno es el mundo físico, y el otro es el mundo espiritual. Cuando ejercitamos nuestros órganos físicos, vivimos en el mundo físico, pero cuando ejercitamos nuestra fe, vivimos en el mundo espiritual. Cuando ejercitamos nuestros ojos para mirarnos a nosotros mismos, vemos que todavía somos pecadores; seguimos siendo impuros, orgullosos y no somos mejores que ninguna otra persona.

Pero cuando ejercemos la fe para vernos en Cristo, vemos que nuestro mal carácter y nuestra contumacia han desaparecido. Todo se ha desvanecido. Existen dos mundos en la actualidad, y todos los días tenemos que escoger entre ellos. El hombre tiene una mente, una parte afectiva y una voluntad.

Tenemos libre albedrío; por tanto, podemos vivir en el mundo que escojamos. Si vivimos según los sentidos de nuestros órganos físicos, en el mundo físico, le daremos sustantividad al mundo físico; pero si vivimos por la fe en el mundo espiritual, daremos sustantividad al mundo espiritual.

En otras palabras, cuando usamos nuestros sentidos, vivimos en Adán; pero cuando ejercemos nuestra fe, inmediatamente vivimos en Cristo. Siempre estamos en medio de estas dos cosas. Cuando vivimos por nuestros sentidos, vivimos en Adán; y cuando vivimos por la fe, vivimos en Cristo. Cuando vivimos en Cristo, todo lo que está en El será nuestra experiencia.

La Biblia no enseña que el pecado puede ser erradicado. Pero una vez que el creyente empieza a experimentar la vida que vence, según el principio de la obra de Dios y según Su provisión y Sus mandamientos, tal persona no debería volver a pecar.

Es posible que expresemos a Cristo todos los días y es posible que seamos más que vencedores todos los días, pero en el instante en que vivimos en nuestros sentimientos y según ellos, caemos. Tenemos que vivir diariamente por medio de la fe. Sólo entonces, podremos darle sustantividad a todo en Cristo.

¿Qué debemos hacer cuando caemos accidentalmente? Debemos ir de inmediato a Dios y poner nuestros pecados bajo Su sangre. Después, podemos acudir al Señor y decirle: “Dios, te doy gracias y te alabo porque Tu Hijo sigue siendo mi vida y mi santidad.

El expresará Su vida vencedora desde mi interior”. Podemos ser recobrados en un segundo. No es necesario esperar cinco minutos ni una hora. Dios nos perdona y nos limpia, pero nosotros creemos que debemos tener lástima de nosotros mismos y sufrir un poco más de tiempo antes de ser completamente limpios. Esto no es otra cosa que buscarnos problemas. Vivimos guiados por nuestros sentimientos y lo único que logramos es prolongar nuestra relación con Adán por una o dos horas más.

Algunos pueden pensar: “Si un hombre vuelve a caer y necesita que la sangre lo limpie después de que ha entrado en la experiencia de la victoria, ¿no es igual que los que nunca han entrado en ella?”. Oh no, hay una gran diferencia. Antes de experimentar la victoria, la vida de uno es un total fracaso. Puede ser que venza ocasionalmente, pero cae habitual y reiteradamente.

Sin embargo, después de vencer, su vida se convierte en una vida victoriosa. Si fracasa, fracasará ocasionalmente; pero en general, vence continuamente. Hay una gran diferencia entre las dos. ¡Aleluya, la diferencia es enorme! Antes prevalecía el fracaso y la victoria sólo era eventual.

Ahora, la victoria predomina y el fracaso es ocasional. Antes de que una persona llegue a vencer, sus fracasos son continuos. Los que tienen mal carácter, se enojan continuamente. Aquellos que tienen pensamientos impuros, tienen pensamientos impuros constantemente. Los que son obstinados, los son siempre. Los que son cerrados en su manera de pensar, siempre son cerrados. Los que son celosos, lo son continuamente.

Cada vez que alguno cae, cae en las mismas cosas, y la victoria es una experiencia muy escasa. Una persona se ve atada habitualmente a su mal carácter, su orgullo, su envidia o sus mentiras. Después de experimentar la vida vencedora, sólo caerá ocasionalmente, y aun si cae, no cometerá el mismo pecado.

Antes de que una persona experimente la vida vencedora, no sabrá qué hacer cuando caiga. No sabrá cómo restaurar su comunión con Dios ni cómo recibir nuevamente la luz de Dios. Se sentirá como si estuviese en la base de una gran escalera sin saber cómo volver a subir.

Después de vencer, es posible que caiga de vez en cuando, pero en unos segundos será restaurado. Inmediatamente confesará sus pecados y será limpio. El podrá darle gracias al Señor y alabarlo de inmediato. Y Cristo vivirá Su victoria desde su interior una vez más. Esta es la gran diferencia entre vencer y no haber vencido.

Quisiera que prestaran atención a 1 Juan 5:11-12, que dice: “Y éste es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en Su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida”. ¿Habían visto esto antes? ¿Cómo se nos da la vida vencedora? Se nos da en el Hijo.

Es imposible recibir la vida vencedora por otro medio que no sea el Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida. Cuando Dios nos da a Su Hijo, no solamente nos da una receta médica, sino al doctor mismo. Dios no meramente nos da la vida; Él nos la da en Su Hijo.

Tener la vida vencedora no es simplemente un asunto de recibir la vida, sino de recibir al Hijo de Dios. Por lo tanto, cuando nuestra relación con Cristo no es correcta, surgen los problemas. Una vez que dudemos de la fidelidad de Cristo y de Sus promesas, tendremos problemas en nuestro interior.

Dios no nos da la paciencia, la mansedumbre ni la humildad independientemente de Cristo. Él nos da la paciencia, la mansedumbre y la humildad en Su Hijo. Tan pronto surge algún problema en nuestra relación con Su Hijo, perdemos la victoria. Es por esto que necesitamos tener la debida relación con Cristo todos los días.

Todos los días debemos decir: “Señor, Tú eres mi Cabeza y yo soy un miembro Tuyo. Señor, Tú sigues siendo mi vida y mi santidad”. Si ponemos la mirada en nosotros mismos, no encontraremos ninguna de estas cosas. Pero si nuestra mirada se vuelve a Cristo, lo tendremos todo. Esto es fe.

No podemos aferrarnos a la santidad, la victoria, la paciencia ni la humildad aparte de Cristo. Una vez que tenemos a Cristo, tenemos la santidad, la victoria, la paciencia y la humildad. Hay un viejo proverbio que dice: “Mientras permanezca verde la montaña, no escaseará la leña”.

Dios no nos da “la leña”, sino “la montaña”. Mientras “la montaña” esté ahí, habrá “leña”. Nosotros creemos que el Hijo de Dios vive en nosotros. La causa principal del fracaso de muchos cristianos es que viven por sentimientos y no por fe.

Cuando caemos, no significa que todo lo que hayamos experimentado hasta ese punto haya quedado anulado o se haya perdido. Sólo significa que algo ha fallado en nuestra fe. Nunca debemos pensar que una persona tiene que caer después de haber vencido. Antes de vencer tenemos que caer.

Dios quiere que caigamos, y que caigamos miserablemente. Pero después de vencer, no tenemos que caer. Aun cuando caigamos, tales fracasos deben ser sólo ocasionales. Cuando estamos en Adán y nos sentimos fríos, insensibles e impuros, significa que en realidad estamos fríos insensibles e impuros. Pero cuando estamos en Cristo, debemos decirnos a nosotros mismos que tenemos santidad y victoria. Todo lo que afirmemos tener lo obtendremos.

Finalmente, examinemos lo que significa crecer. Estamos de acuerdo en que después de vencer debemos seguir creciendo. Algunos son demasiado orgullosos; creen que después de haber vencido ya han sido santificados y no necesitan avanzar. Puede ser cierto que hayamos vencido y que hayamos sido santificados, pero debemos darnos cuenta de que ser introducidos en una experiencia es lo mismo que pasar por una puerta.

Es imposible andar por el camino sin entrar por la puerta. Sólo podemos crecer después de haber vencido. Debemos comprender que el hombre posee libre albedrío, es un ser racional y tiene sentimientos. Cuando vencemos, solamente vencemos los pecados de los cuales tenemos conocimiento; no podemos vencer los pecados que ignoramos. Es por esto, que necesitamos el crecimiento.

¿De qué pecado estás consciente? Suponte que es la ira. Si verdaderamente has vencido en Cristo, tendrás la paciencia que vence la ira y no podrá crecer más en lo que a la paciencia se refiere.

Tu paciencia es la paciencia máxima, porque es la paciencia de Cristo. Es la misma paciencia que Cristo tuvo mientras vivió en la tierra durante Sus treinta y tres años y medio. Si tu paciencia no es una paciencia falsa, sino que es la paciencia de Cristo, no es posible tener más paciencia, porque tú ya tienes la paciencia de Cristo.

Solamente podemos vencer los pecados de los cuales estamos conscientes. Sin embargo, existen pecados de los cuales no estamos conscientes, y éstos no se incluyen en nuestra experiencia de la victoria de Cristo. Por consiguiente, necesitamos leer Juan 17:17 que dice: “Santifícalos en la verdad”.

Por un lado, tenemos 1 Corintios 1:30, que dice: “Mas por El estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría: justicia y santificación y redención”. Por otro lado, tenemos Juan 17:17, que dice: “Santifícalos en la verdad”.

Cristo nos santifica, y la verdad aumenta la medida de esta santificación. ¿Hay algún hermano que conozca toda la Biblia desde el día de su salvación? No, la conocemos gradualmente. La verdad nos dice lo que es correcto y lo que no lo es.

Por ejemplo, es posible que hace dos años no tuviéramos conocimiento de que cierto asunto era pecado. Ahora vemos que lo es. Es posible que hace dos semanas no tuviéramos conocimiento de que algo era pecaminoso, pero hoy nos damos cuenta de que es pecado. Muchas de las cosas que pensábamos que eran buenas y que aprobábamos, vienen a ser pecado para nosotros.

Hay una diferencia entre el pasado y el presente, porque cuanto más conocemos la verdad, más pecado descubrimos, y cuanto más pecado descubrimos, más necesitamos que Cristo sea nuestra vida. Cuanta más capacidad tenemos, mayor es nuestra necesidad de Cristo.

Necesitamos estudiar la Palabra de Dios diariamente de una manera cuidadosa para poder ver lo que es pecaminoso. Cuanto más veamos nuestros pecados, más tendremos que decirle al Señor: “Dios, muéstrame en estos asuntos que Cristo es mi victoria y mi suministro”.

Si deseamos crecer, es indispensable que tengamos la luz de la verdad. La luz de la verdad expondrá nuestros errores y nos mostrará nuestra propia vulnerabilidad. Una vez que la luz de la verdad exponga nuestra condición, nuestra capacidad aumentará, y cuanto más aumente nuestra capacidad, más podremos asimilar.

Me agrada mucho 2 Pedro 3:18 que dice: “Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. Este es uno de los pocos pasajes de la Biblia que habla del crecimiento. Crecemos en la gracia. ¿Qué significa crecer en la gracia? Nadie crece para entrar en la gracia; todos crecemos en la gracia. No es posible decir que crecemos para entrar en la gracia; sólo podemos crecer estando ya en la gracia.

¿Qué es la gracia? La gracia consiste en que Dios haga algo por nosotros. Crecer en la gracia significa que necesitamos que Dios obre más en nuestro lugar. Supongamos que Dios ya ha hecho cinco cosas por mí. Pero todavía quedan otras tres cosas que Él debe hacer.

Dado que mi necesidad ha aumentado, necesito que Dios haga más por mí. En esto consiste la relación entre la gracia y la verdad: la verdad pone de manifiesto nuestra necesidad, mientras que la gracia suple esa necesidad. La verdad nos muestra dónde está nuestra escasez, mientras que la gracia llena este vacío.

¡Aleluya! Dios no sólo tiene la verdad, sino también la gracia. En el Antiguo Testamento, los hombres fracasaban repetidas veces porque sólo tenían la verdad; ellos no tenían la gracia. Tenían la ley, pero no tenían la fuerza para guardarla.

Damos gracias y alabanzas al Señor, “pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo” (Jn 1:17). Damos gracias al Señor por habernos mostrado la verdad y suministrado la gracia. ¡Aleluya!

Puedo decir delante del Señor: “Seré un mendigo para siempre. Siempre seré pobre. Tengo que venir a Ti hoy, y tendré que venir a Ti mañana y pasado mañana”. Agradecemos a Dios porque podemos hacerle peticiones todos los días. Podemos hacer súplicas el lunes, y luego pedir más el martes.

Si molestamos a Dios y le pedimos de esta manera, El dirá que hemos crecido en la gracia. Cuanto más veamos nuestros fracasos, más súplicas le haremos a Dios. Pediremos que Él se haga cargo de nuestro caso. Le diremos: “Señor todavía sigo siendo incapaz.

Necesito que Tú te encargues de estos asuntos”. Cuando nos demos cuenta de que hemos hecho algo incorrecto, lo primero que debemos hacer es decirle a Dios: “Te confieso mis pecados. (En estos casos, tú debes darle nombre propio al pecado. Debes llamar pecado al pecado). Dios, no me cambiaré a mí mismo.

He aprendido una lección más. No puedo cambiarme ni tengo la intención de hacerlo. Te agradezco porque ésta es otra oportunidad para gloriarme en mi debilidad. Te doy gracias, Dios, porque Tú puedes hacerlo. Te doy gracias porque puedes quitar mi debilidad”.

Cada vez que nos gloriemos en nuestra debilidad, el poder de Cristo extenderá tabernáculo sobre nosotros. Cada vez que digamos que no podemos lograrlo, Dios nos mostrará que El sí puede. Si hacemos esto continuamente, creceremos.

Existen muchos pecados que no reconocemos como tales. Pero una vez que nos demos cuenta de que lo son, debemos decir: “Dios, he pecado. Necesito que Cristo exprese Su vida en mí”.  “No puedo vencer este asunto. Señor, he descubierto que esto es pecado.

Tú has dicho que debemos amar a los hermanos entrañablemente, pero yo no consigo hacerlo. Esto sin duda es un pecado”. “Yo debo amar a esta persona pero no puedo. Esto es pecado. No te dejaré, hasta que pueda amar a esta persona”.

Al final, el amor del Señor inundará su corazón, y sentirás que puedes hasta morir por esta persona. No sólo la amarás, sino que la amaarás entrañablemente. Debido a que la amas entrañablemente, oras por ella toda la noche.

La verdad nos capacita para ver lo que es pecado, y la gracia nos suministra la fuerza para vencer el pecado. Una vez que descubrimos que algo es pecaminoso, no desistimos hasta vencer. Esta es la manera en que día a día crecemos en la gracia.

Podemos descubrir pecados todos los días, y cada día podemos encontrar fracasos, pero al mismo tiempo tenemos el suministro fresco de la gracia. “Porque de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia” (Jn. 1:16). La recibimos cierto día, y seguimos recibiéndola una y otra vez.

Hubo una hermana que servía al Señor y tenía muchas ansiedades. Un día leyó Filipenses 4:6, donde dice: “Por nada estéis afanosos, sino en toda ocasión sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios por medio de oración y súplica, con acción de gracias”.

Ella pudo ver que la ansiedad era pecado y que no dar gracias también era pecado. Hermanos y hermanas, una vez que reconocemos un pecado tenemos que confesarlo al Señor y también debemos reconocer que el Señor vive en nuestro interior. Esto es lo que significa crecer.

Nuestra victoria en Cristo es absoluta; o sea que no es posible mejorarla. Pero la esfera de nuestra victoria siempre se expande. Cada persona recibe de parte del Señor diferentes grados de luz. Cuanta más luz un hombre reciba, más progresará.

Cuanto más una persona esté consciente de cierto pecado, mayor será la provisión que reciba de parte de Dios, y cuanto menos luz reciba de parte del Señor, menos suministro recibirá. Hermanos y hermanas, tenemos que conocer la relación que la verdad y la gracia tienen con nosotros.

Espero que todos le digamos a Dios todos los días: “Señor, no puedo lograrlo, ni tengo la intención de hacerlo”. Todos los días tenemos que orar al Señor pidiéndole que nos dé luz y gracia. Es posible que fallemos accidentalmente, pero podemos ser restaurados en un segundo.

Si hacemos esto día tras día, nuestro crecimiento sobrepasará nuestras expectativas porque será el trabajo exclusivo de Cristo. ¡Aleluya, ésta es la salvación plena! ¡Aleluya! Él nos está guiando hacia adelante. ¡Aleluya, Satanás no podrá hacernos nada! ¡Aleluya, Cristo ya venció!

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junio 29, 2019 Néstor Martínez