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¿De Verdad Eres Más que Vencedor?

En estos trabajos anteriores, hemos estudiado la manera en que el cristiano puede vencer. Gracias a Dios que muchos hermanos y hermanas entre nosotros han empezado a experimentar la vida que vence. Ya vimos la manera en que la vida vencedora puede crecer. Hoy examinaremos otro tema, el tono de la victoria.

Frecuentemente una persona canta usando las palabras correctas, pero en la nota equivocada. Recuerden que la vida vencedora también tiene su tono. No es suficiente que las palabras sean correctas; el tono también debe serlo. Veamos el significado de la nota de la victoria.

Salmos 20:5 dice: “Nosotros nos alegraremos en tu salvación”. La palabra “salvación” también puede traducirse “victoria”. No existe una gran diferencia entre la salvación y la victoria, pues son dos aspectos de una misma cosa.

Damos gracias al Señor porque muchos hermanos y hermanas han entrado por la puerta de la victoria, pero después de que uno experimenta esto, aún necesita tener el tono correcto de la victoria. Posiblemente no entiendan lo que significa tener el tono correcto.

Quizás lo podríamos decir en otras palabras: la victoria tiene sus propias características. ¿Cómo sabe uno que ha vencido? ¿Cuándo sabe que ha vencido? Uno está consciente de haber vencido por Salmos 20:5: “Nosotros nos alegraremos en tu salvación”.

Me pregunto si ustedes conocen la diferencia entre tener victoria y jactarse en ella. ¿Qué es tener victoria y qué es jactarse en la victoria? La victoria es algo que Cristo ya realizó, y la jactancia en la victoria es algo que nosotros hacemos.

La victoria es obra de Cristo, mientras que jactarnos en la victoria es algo que nosotros hacemos. La victoria nos dice que la obra se ha realizado y que aún está vigente, mientras que la jactancia en la victoria es una proclamación continua de que la victoria ya se ha obtenido.

Cuando un equipo de cualquier disciplina deportiv gana, los demás compañeros agitan sus banderas y se regocijan dando gritos. Esto es lo que significa jactarse en la victoria. El equipo que participa obtiene la victoria, pero los compañeros se jactan en esa victoria. ¡Agradecemos a Dios porque la victoria la obtiene Cristo! No tuvimos que derramar ni una gota de sangre por ella. Aun así, podemos jactarnos en la victoria que Él logró.

Recuerden que después de que un cristiano vence, debe seguir jactándose con su boca en la victoria. Un día en el que no pronunciemos un aleluya es un día en el que no nos jactamos en la victoria. Si a diario lo único que vemos son mares de lágrimas, no estamos jactándonos en la victoria.

Nuestro tono debe estar lleno de regocijo en la salvación y de voces de júbilo por la victoria de Cristo. Cuando nuestro equipo de criquet ganaba, llevábamos la victoria a nuestro colegio, y nuestros compañeros de clase se jactaban en esa victoria. De la misma forma, nuestro Señor ha ganado la victoria y nos la ha traído a nosotros. Ahora nosotros podemos jactarnos continuamente en esta victoria.

Debemos decir: “¡Aleluya, Cristo es victorioso!”. Es posible que quienes no pueden decir aleluya no estén derrotados, pero tampoco tienen el tono de la victoria. Es posible que un hombre de Kiangsi hable en el dialecto de los de Pekín. Las palabras pueden ser correctas, pero la entonación no será la correcta.

Aquellos que no pueden decir ¡Aleluya! tienen el tono equivocado. No sólo debemos vencer, sino también tener el tono correcto. Si nuestro tono está errado, los demás pondrán en duda nuestra victoria, y también nosotros la pondremos en duda.

El acento de Pedro era el de un galileo y hasta una sirvienta pudo detectarlo. Cuando nos falte el acento “galileo”, nuestra voz indicará nuestra falta de victoria. Debemos tener el acento “galileo”. Debemos ser identificados como aquellos que han seguido a Jesús, los que tienen el acento “galileo”.

En el Antiguo Testamento hubo un rey de Judá de nombre Josafat. Leamos 2 Crónicas 20 para ver en qué consiste el tono de su victoria. En aquella época “los hijos de Moab y de Amón, y con ellos otros de los amonitas, vinieron contra Josafat a la guerra” (v. 1). En los días de Josafat, el reino de Judá era muy débil para luchar contra sus enemigos.

Josafat, por supuesto, también sintió temor cuando se miró a sí mismo. No había podido hacer nada antes ni tampoco podría hacer nada ahora. Cuando vinieran los enemigos, ¿qué podría hacer? No podría hacer nada.

Sin embargo, él era un hombre que temía a Dios. El “humilló su rostro para consultar a Jehová, e hizo pregonar ayuno a todo Judá” (v. 3). Él no podía hacer otra cosa que acudir a Dios. El oró al Señor: “¡Oh, Dios nuestro! ¿No los juzgarás tú?

Porque en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos” (v. 12). El reconoció su impotencia y puso sus ojos en el Señor. Hermanos y hermanas, durante los últimos días hemos repetido muchas veces las condiciones para rendirse, que son: (1) comprender que no podemos lograr la victoria por nuestra cuenta y (2) no tratar de hacerlo. Además debemos creer en Dios. Esto fue lo que hizo Josafat: reconoció esto al decir que no tenía la fuerza para resistir al enemigo, ni tampoco sabía qué hacer. No tenía más alternativa que acudir al Señor.

Inmediatamente Dios le envió un profeta que le dijo: “No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios” (v. 15). ¡La guerra es del Señor! Ni la victoria ni el fracaso dependen de nosotros.

Ni el mal carácter, el orgullo, las dudas, los pensamientos impuros, la avaricia y todo tipo de pecado nada tienen que ver con nosotros. La batalla no es nuestra, sino de Dios. El dice: “No habrá para qué peleéis vosotros en este caso” (v. 17).

Dios sólo nos exige que permanezcamos de pie, firmes. Él quiere que nosotros bajemos las manos y se lo dejemos todo a Él. Sólo necesitamos estar parados, quietos y ver la salvación de Jehová (v. 17). Hermanos y hermanas, no somos nosotros quienes luchamos; somos simples espectadores. Cada vez que dejemos de jactarnos en la victoria caeremos. No debemos tener miedo delante de Dios, porque es Él quien peleará por nosotros.

Josafat hizo algo más. ¡No sólo permaneció firme observando la batalla, sino que también inclinó su rostro a tierra para adorar a Dios después de escuchar la palabra del profeta. Todo Judá y los habitantes de Jerusalén también se postraron delante de Jehová y lo adoraron.

Mientras los otros se disponían a atacarlos, ¿qué hacían éstos por su parte? Pidieron a un grupo de levitas que alabaran al Señor. Ellos estaban vestidos de ornamentos sagrados (v. 21) y fueron delante del ejército alabando a Jehová. ¿Estaban locos?

Ellos no tenían temor de las rocas ni de las flechas; iban cantando alabanzas a Dios. Este es el tono de la victoria. Ellos tenían el tono de la victoria porque sabían que Jehová les había concedido la victoria y que los enemigos ya estaban derrotados. Sabían que ya habían ganado la batalla.

Algunos creen que cuando las tentaciones vienen, deben luchar y resistirlas. Pero “cuando comenzaron a entonar cantos de alabanza, Jehová puso contra los hijos de Amón, de Moab y del monte de Seir, las emboscadas de ellos mismos que venían contra Judá y se mataron los unos a los otros” (v. 22). Cada vez que entonamos cánticos de alabanzas al Señor, los enemigos son derrotados.

¿Cuál fue el resultado? “Y luego que vino Judá a la torre del desierto, miraron hacia la multitud, y he aquí yacían ellos en tierra muertos, pues ninguno había escapado” (v. 24). Dios da una victoria en la que ninguno escapa o no da victoria en absoluto.

Si dependiera de nosotros, podríamos haber dejado unas cinco o seis personas vivas. Pero Dios no dejó ni uno solo vivo. Las palabras “y cuando comenzaron” del versículo 22 son muy significativas. Cuando el pueblo comenzó a cantar, Jehová puso emboscada contra los hijos de Amón, de Moab y del monte de Seir. Hermanos y hermanas, Dios sólo puede obrar cuando nosotros comenzamos a alabar. Cuando comencemos a alabar, Dios comenzará a obrar.

Sé que muchas tentaciones vienen a nuestro encuentro, y también sé que tenemos muchas pruebas. Puede ser que tengamos debilidades físicas, circunstancias adversas u otras dificultades en nuestros trabajos. Es posible que digamos: “¿Qué debo hacer? ¿Cómo puedo vencer?”.

Sabemos que debemos vencer, pero nuestro tono está errado. Cuando lleguen las tentaciones debemos decir ¡Aleluya! Cuando vengan las pruebas debemos decir ¡Aleluya! Cuando veamos venir las dificultades debemos decir ¡Aleluya! Una vez que proclamemos ¡Aleluya!, los enemigos serán derrotados. Cuando alabemos, nuestro Dios comenzará a obrar; El entrará en acción cuando nosotros comencemos a cantar.

No es suficiente reconocer que no podemos vencer y creer que Dios puede hacerlo. Tenemos que levantar la voz y decir con el corazón: “¡Aleluya! Te doy gracias Dios porque estoy pasando por pruebas. Gracias Dios porque no puedo vencer. Gracias Dios porque la victoria ya es mía”.

Josafat continuó cantando porque creyó que había vencido. Josafat ya daba por muertos a sus enemigos. Por consiguiente, podía avanzar y cantar. El no tenía temor de las piedras, porque contaba con que sus enemigos ya estaban muertos. Cuando subieron a la torre y miraron, sólo había cadáveres tendidos en tierra.

“Y al cuarto día se juntaron en el valle de Beraca; porque allí bendijeron a Jehová, y por esto llamaron el nombre de aquel paraje el valle de Beraca, hasta hoy. Y todo Judá y los de Jerusalén, y Josafat a la cabeza de ellos, volvieron para regresar a Jerusalén gozosos, porque Jehová les había dado gozo librándolos de sus enemigos.

Y vinieron a Jerusalén con salterios, arpas y trompetas, a la casa de Jehová” (vs. 26-28). Nuestra alabanza y acción de gracias consta de dos secciones. Una de ellas sucede antes de la victoria, y la otra, después de que la victoria se ha obtenido.

El gran error que cometemos hoy es que no alabamos antes de la victoria; nos reservamos esta alabanza y esperamos para ver qué sucede. Muchos hermanos y hermanas han reconocido que no pueden vencer y han dicho que tampoco tratarán de hacerlo; han creído en los hechos cumplidos de Dios y en que Cristo es su victoria. Pero no se atreven a decir: “Aleluya, he vencido”.

Un hermano dijo que tenía que esperar para ver si traería resultados. Otra hermana dijo que tenía que esperar para ver si esto produciría el resultado esperado. Con esto ellos daban a entender que alabarían a Dios al día siguiente, sólo si veían algún resultado.

Pero Josafat ofreció dos alabanzas. Todo vencedor debe ofrecer dos alabanzas: la alabanza anterior a ver algún resultado, y la alabanza que se eleva después de que se ha visto el resultado. Este es el tono de la victoria. Cuando detenemos nuestra alabanza, somos derrotados y perdemos la victoria.

Nosotros nos preguntamos si hemos vencido o no, pero yo les pregunto si han gritado “¡Aleluya!”. “Aleluya” es el tono de la victoria. Si el tono es correcto, la victoria es genuina. Tal vez podamos fingir muchas cosas, pero no podremos fingir el tono de la victoria.

Todo vencedor tiene un tono de continuo regocijo y alabanza. Podemos darnos cuenta de dónde procede una persona por su acento o su entonación. También podemos decir si alguien ha vencido, por el tono que usa. La señal de victoria es el grito de “aleluya” y “Gloria al Señor”.

Cuando venga la tentación, la señal de la victoria es poder decir: “¡Aleluya, gloria al Señor!”. Una persona que se fija en sí misma no puede alabar al Señor. Solamente los que tienen su mirada fija en el Señor pueden alabarlo.

Si nos miramos a nosotros mismos, nos daremos cuenta de que somos incapaces y no podremos decir: “¡Aleluya, gloria al Señor!”. Cuando contemplemos al Señor, podremos decir: “¡Aleluya, gloria al Señor!”. No importa si las tentaciones aumentan ni si los moabitas y lo amonitas son más numerosos que antes.

La guerra es del Señor, y no nuestra. El Señor se encarga de todo. Por lo tanto, el tono de la victoria se encuentra en nuestro regocijo continuo, nuestra alabanza y nuestra acción de gracias al Señor. No tenemos que esperar hasta fracasar, contaminarnos y pecar para poder decir que fuimos derrotados.

Tan pronto detenemos la alabanza y la acción de gracias, ya perdimos la victoria. No tenemos que cometer un pecado muy grande; cada vez que dejemos de jactarnos en la victoria del Señor y de darle gracias y cantar alabanzas a El, habremos perdido nuestra victoria. La vida vencedora que Dios nos ha dado canta “aleluya” y se regocija todos los días. Cuando esta señal desaparece, la victoria se ha perdido.

Conocemos bien Nehemías 8:10, que dice: “Porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza”. La vida que Dios nos dio se expresa en gozo. Nuestro Señor Jesús vive en una atmósfera de gozo, regocijo, alabanzas y acción de gracias.

Esta es la lección que he aprendido en estos últimos años. Anteriormente sabía que había sido perdonado y que había perseverado, me había consagrado y había obedecido al Señor. Pero sentía algo de amargura y tenía algunas pequeñas quejas. No podía darle gracias al Señor ni alabarlo.

Cuando no podemos darle gracias al Señor ni alabarlo, estamos derrotados. Nuestra victoria se descubre en nuestro gozo. Cada vez que dejamos a un lado nuestro gozo y regocijo, hemos desechado también nuestra victoria.

Cuando desechamos nuestro gozo y nuestro regocijo, quedamos atados. Un hermano testificó que nunca se había dado cuenta tanto como en estos últimos días, de la fuerza que el gozo proporciona. Si no estamos gozosos y regocijándonos, nos encontraremos deprimidos. Tenemos que mantener nuestra victoria en gozo y regocijo. La victoria es como un pez que debe mantenerse en el agua. La victoria debe mantenerse en gozo y regocijo.

¿Cómo podemos regocijarnos? Podemos regocijarnos y alabar a Dios con gozo por muchas cosas. Por ejemplo, si hemos cruzado la puerta de la victoria y del poder, podemos regocijarnos y alabar a Dios con gozo. Sin embargo, la Biblia dice que también podemos regocijarnos en muchas de las cosas que normalmente no nos traen regocijo. Podemos encontrar en la Biblia las cosas por las cuales podemos regocijarnos.

Dice en 2 Corintios 8:2: “Que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su liberalidad”. Este versículo nos dice que los macedonios tenían abundancia de gozo en medio de muchas pruebas y aflicciones.

No dice que tuvieran una o dos gotas de gozo, sino abundancia de gozo. Hermanos y hermanas, tenemos que regocijarnos y tener abundancia de gozo. Aun en medio de las tribulaciones debemos regocijarnos. La vida de Cristo es una vida de victoria, y nosotros podemos jactarnos en Su victoria.

Aunque grandes ejércitos nos amenacen y grandes tribulaciones estén a nuestra espera, podemos regocijarnos y alabar al Señor. Una de las características de la victoria es que rebosa de alabanzas y de acción de gracias en medio de la tribulación.

Había un hermano que trabajaba en el ferrocarril y había perdido una pierna en un accidente al pasar un tren. Cuando despertó en el hospital después del accidente, le preguntaron si todavía podía darle gracias al Señor y alabarlo. Respondió: “Le doy gracias al Señor y lo alabo porque solamente perdí una pierna”. Aunque este hermano tenía una tribulación grande, podía darle gracias y alabanzas al Señor. Este es el tono de la victoria. El tono de la victoria es la acción de gracias y las alabanzas en medio de la tribulación.

Santiago 1:2 dice: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas”. Leemos en 1 Pedro 1:6: “En el cual vosotros os alegráis”. ¿A qué se refiere esto? El versículo 8 dice: “A quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y colmado de gloria”.

En el capítulo 4, versículos 12 y 13 dice: “Amados, no os extrañéis por el fuego de tribulación en medio de vosotros que os ha venido para poneros a prueba, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto participáis de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de Su gloria os gocéis con gran alegría”.

Estos pasajes nos dicen cómo debemos comportarnos en los momentos de tribulación. El libro de Santiago habla de “diversas pruebas”. Esto incluye tanto las pruebas que debemos afrontar como las que no deberíamos afrontar; todas vienen al mismo tiempo.

Vienen los enemigos, los amigos, los incrédulos, los hermanos y también las cosas razonables y las absurdas. Vienen toda clase de pruebas, pero ninguna de ellas puede quitarnos el gozo. Recuerden que en la Biblia la palabra gozo siempre va acompañada de adjetivos tales como gran y pleno.

Todos los gozos que proceden de Dios son grandes y plenos. Leemos en 1 Pedro 1:6 que uno se regocija, mientras que la aflicción es sólo por “un poco de tiempo”. ¿Es posible estar afligidos? Sí, es posible; de hecho, es inevitable que nos sintamos afligidos. Mientras tengamos ojos, siempre brotarán las lágrimas.

Mientras tengamos conductos lagrimales, las lágrimas siempre saldrán. Pero aunque haya lágrimas, también puede haber regocijo. Por consiguiente, 1 Pedro 1:8 habla de: “Gozo inefable y colmado de gloria”. No hay palabras para describir este gozo.

Muchas veces mientras aún hay lágrimas en nuestros ojos, podemos estar gritando: “Aleluya!”. Muchas veces mientras las lágrimas ruedan por nuestras mejillas, nuestros labios están dando gracias a Dios y alabándolo. Muchas lágrimas han corrido mezcladas con acción de gracias y alabanzas.

La señorita M. E. Barber escribió un himno que contiene la siguiente línea: “Que mi espíritu te alabe, aunque esté partido el corazón”. Mientras vivamos en la tierra, no podemos evitar que nuestro corazón en ocasiones sea partido. El corazón siente, pero aun así, el espíritu puede alabar al Señor.

Dice en 1 Pedro 4:12 que no sólo debemos gozarnos en medio de las tribulaciones, sino también cuando las pruebas vengan. Esto significa que debemos recibir las pruebas y decir: “Damos gracias al Señor y lo alabamos porque las pruebas están otra vez aquí”.

Algunos hermanos fruncen el ceño cuando ven venir las pruebas y murmuran: “¡Aquí están otra vez!”. Pero Pedro nos dijo que diéramos gracias a Dios con gozo de que estuvieran de nuevo aquí. Cada vez que le damos gracias al Señor y lo alabamos, nos ponemos por encima de las pruebas.

Nada puede ponernos por encima de las tentaciones, las circunstancias y las dificultades mejor el gozo, la acción de gracias y la alabanza. Este es el tono apropiado de la victoria y se expresa en un vencedor.

Permítanme decirles algo que tal vez no les agrade mucho: los cristianos son un modelo para los demás moradores de la tierra. Dios nos ha puesto sobre la tierra como modelo para los demás. Si lloramos cuando otros lloran y nos desanimamos cuando otros se desaniman, seremos iguales que los demás.

¿Dónde está entonces nuestra victoria? Nosotros debemos mostrarle al mundo que en medio de estas situaciones, tenemos gozo y fortaleza. Quizá les parezcamos locos, pero tendrán sed del Cristo que nos vuelve tan “locos”. Que el Señor nos conceda Su gracia para que expresemos la victoria de Cristo en medio de las tribulaciones.

Mateo 5:11-12 dice: “Bienaventurados sois cuando por Mi causa os vituperen y os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Regocijaos y exultad, porque vuestra recompensa es grande en los cielos”. Es posible que soportemos cuando otros nos vituperen y que no respondamos palabra alguna cuando otros nos persigan.

Pero no es suficiente soportar ni quedarnos callados. Si sólo soportamos y nos quedamos callados, ya estaremos derrotados. El mundo también puede soportar y quedarse callado. Los monjes pueden hacer lo mismo y también los discípulos de Confucio.

Nosotros debemos ser diferentes a ellos. Cuando otros nos vituperen, deberíamos decir: “Señor, te agradezco y te alabo”. Debemos tener por gozo que otros nos vituperen. Cuando otros nos persigan debemos darle gracias al Señor y considerar esto una oportunidad para gozarnos.

Si nuestra victoria es genuina, debemos regocijarnos sobremanera. Si la victoria sólo significa sufrir los vituperios, no pasa de ser un simple esfuerzo humano. El esfuerzo humano resulta en represión, mientras que toda obra del Señor resulta en gozo y regocijo.

Todo se pone de manifiesto en nuestro tono. El error más grande hoy es que el hombre piensa que soportar es la mayor de las virtudes. Cuando otros nos vituperan, ¿podemos regocijarnos grandemente? Cuando otros nos vituperan, ¿nos limitamos a mirar hacia el suelo y cerrar la boca?

Hay muchas personas que experimentan persecución. Muchas hermanas son perseguidas por sus esposos. Muchos son calumniados y difamados. ¿Qué hacen ellos? Oran para que el Señor les ayude a no perder la paciencia. Creen que si no pierden la calma o no explotan, habrán vencido.

Pero, ¿han vencido en realidad? Es cierto que tienen victoria, pero no es la victoria que el Señor da. Si fuese la victoria del Señor, podrían darle gracias y alabarlo grandemente en medio del vituperio y la persecución. Permítanme repetir: cada vez que descubramos que no podemos dar gracias al Señor ni alabarlo, estaremos derrotados. El tono de la victoria es acción de gracias y alabanzas.

Hubo un hermano que en cierta ocasión estaba sentado en un tranvía al lado de un gran enemigo suyo. El oró al Señor diciendo: “Señor, guárdame”. Mientras oraba, trataba de mantener una buena actitud, y hasta conversaba con su enemigo sobre las noticias y los deportes.

Pero en su interior, oraba incesantemente pidiendo que el Señor hiciera que su enemigo se bajara del tranvía antes que él y para que el Señor lo mantuviese en victoria en todo el camino. Finalmente después de mucha lucha, llegó a su destino y se bajó del tranvía.

Suspiró profundamente sintiéndose más aliviado y dijo: “He vencido”. Pero, ¿qué clase de victoria fue ésta? Esta es una victoria engañosa, fabricada por el hombre y vacía. Si fuese la victoria de Dios, no habría sido necesario orar pidiendo ser guardado ni pidiendo ayuda para soportar. Sólo necesitaba decir: “Dios, te doy gracias y te alabo por haberme puesto aquí. Ya que me has puesto aquí, no importa si me dejas aquí más tiempo”.

Filipenses 4:4 dice: “Regocijaos en el Señor siempre”. Al describir el gozo, la Biblia usa las palabras gran, pleno o siempre. Pablo decía: “¿Ya oyeron esta palabra? Si todavía no la han escuchado, permítanme repetírsela: ¡Regocijaos!”. Si acaso no lo hubiésemos captado, lo decía una vez más: debemos regocijarnos.

La vida que Dios da es una vida de gozo. La vida diaria del cristiano debe estar llena de regocijo. Puede ser que haya pruebas y tribulaciones, pero habrá regocijo. Lo opuesto de regocijarse es estar ansioso. Muchos están ansiosos por sus hijos, por su dinero o por sus negocios. Pero la Palabra del Señor dice: “Por nada estéis afanosos” (Fil. 4:6). Pensamos que la ansiedad es justificaba, pero el Señor dice: “Por nada estéis afanosos”. ¿Por qué? Porque debemos regocijarnos siempre.

Si dejamos de regocijarnos un solo día, habremos pecado ese día. Una vez, en una conferencia, un hermano predicaba acerca de no estar ansiosos por nada. Al escuchar esto una hermana, se enojó en gran manera. Ella pensaba: “¿Cómo puede una persona no estar ansiosa?

Si los hermanos fuesen un poco más afanosos, podrían servirnos mejor comida” (Los hermanos estaban encargados de la comida en esa conferencia). Pero el Señor no la dejó como estaba. Ella finalmente pudo ver que la ansiedad era un pecado y pudo así vencer.

Puedo hablar mucho más sobre este tema. Pablo dijo en 2 Corintios 12:10: “Me complazco en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias”. Pablo se regocijaba en las debilidades, en afrentas, en persecuciones y en angustias.

Aún no sabemos lo que nos habrá de sobrevenir, pero sí sabemos que mientras vivamos en la tierra, las circunstancias no siempre estarán a nuestro favor. Algunos se enfermarán; otros tienen familiares que están enfermos. Otros tienen parientes que están muriendo, y otros están afrontando persecuciones.

¿Qué vamos a hacer? Podemos decirle al Señor que lo soportaremos todo. Pero decir esto significa que ya hemos fracasado. Si por el contrario decimos: “Señor te agradezco y te alabo”, seremos victoriosos, y Cristo se manifestará en nosotros. Le daremos al Señor la oportunidad de manifestar Su poder y nos regocijaremos. Esta es nuestra experiencia cotidiana en esta tierra. Debemos regocijarnos, alabar al Señor y darle gracias continuamente.

En 1 Tesalonicenses 5:18 dice: “Dad gracias en todo”. Debemos dar gracias en todo. Colosenses 3:17 dice: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de El”.

Estos dos pasajes de las Escrituras lo abarcan todo. Lo que no hayamos abarcado en los otros pasajes, quedan incluidos en estos dos versículos. Le doy gracias y alabo al Señor por esto. Puedo decir ¡Aleluya! Otros pueden preguntarse qué sucede con nosotros, pero podemos dar gracias en todo y alabar a Dios por todo.

Si hacemos esto, prevaleceremos sobre cualquier tentación y resistiremos toda prueba. Ninguna prueba o tribulación nos vencerá. Quienes siguen este camino, hallarán fuerzas para afrontar las tentaciones. Podremos dar gracias al Señor y alabarlo por las tentaciones y por haber obedecido al Señor.

Algunos tal vez piensen que me opongo a la perseverancia. Perseverar es valioso y correcto. Pero la perseverancia que necesitamos no es la que viene cuando nos esforzamos. Colosenses 1:11 dice: “Para toda perseverancia y longanimidad con gozo”.

Sufrimos y perseveramos con gozo. Esta no es una perseverancia amarga o a la cual no estamos dispuestos a aceptar. El tono diario de la vida cristiana es la perseverancia y la longanimidad con gozo. En todo damos gracias y en todo ofrecemos alabanzas. Esta es una vida del tercer cielo.

¿Por qué la vida vencedora debe manifestarse en regocijo? ¿Por qué debemos regocijarnos antes de poder decir que tenemos una vida que vence? Romanos 8:37 dice: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores”. Dios da una sola clase de victoria, la victoria que nos hace más que vencedores.

Una victoria que escasamente logra vencer y que a duras penas nos lleva a la cima, no es una verdadera victoria. La victoria que proviene del Señor nos hace más que vencedores, y sólo se obtiene regocijándonos.

Nuestra copa está rebosando. Todo lo que Dios da rebosa. Lo que no rebosa no es de Dios. La clase de victoria que Dios da es: “A cualquiera que te abofetee en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera litigar contigo y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a ir una milla, ve con él dos” (Mat. 5:39-41).

La victoria que rebosa es la victoria de Dios. Vencer a duras penas, es una victoria fabricada por el hombre; es el producto del esfuerzo humano. Hermanos y hermanas, éste es el tono de la victoria. Abra Dios nuestros ojos para que veamos que cualquier victoria que no nos haga más que vencedores es sólo un remedo de victoria. Si nos reprimimos y luchamos sólo estamos imitando la victoria. Si Cristo vive en nosotros, nos regocijaremos en todo y alabaremos al Señor. Podremos decir siempre: “¡Aleluya, gloria al Señor!”.

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enero 2, 2020 Néstor Martínez