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La Tormenta Perfecta

tormenta-e1461191527161      (Marcos 4: 36) = Y despidiendo a la multitud, le tomaron como estaba, en la barca; y había también con él otras barcas. 

      (37) Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. 

    (38) Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos? 

    (39) Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. 

    (40) Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?

   (41) Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aún el viento y el mar le obedecen?

     Lo primero que vemos aquí es una actitud que Jesús siempre mostró durante su ministerio. Él no rechazaba el contacto directo con la gente en general, (Aunque convengamos que, salvo en casos excepcionales, no era Él el que los buscaba, sino ellos los que venían a él), pero en el momento en que decidía enseñar algo más profundo o de mayor relieve, procedía a despedir a todos los que indudablemente venían, como se dice normalmente, por los peces y los panes, y ahí sí, buscaba y se quedaba con los que debía discipular para el futuro. Esto nos deja un principio todavía muy vigente: iglesia no es multitud, es remanente apto.

     Después vemos que una tremenda tormenta se desata en el mar. No podemos suponer que eso haya ocurrido en las cercanías de la costa, ya que todos sabemos que las mayores tempestades siempre son más violentas, como aquí se muestra, cuando las embarcaciones se internan mar adentro. Y en medio de todo ese fragor de viento, truenos, relámpagos y olas embravecidas, un hombre durmiendo plácidamente en la popa (Parte trasera) de esa embarcación que distaba mucho de ser un transatlántico inmutable a esos vaivenes como los que hoy surcan los mares. ¿Cómo podía dormir en esas condiciones? Paz interior, tranquilidad de saber qué sabes lo suficiente para resolver; en suma: Conciencia de Autoridad. Él sabía que podía, contra lo que fuera.

     Acto seguido es cuando Jesús, con una enorme serenidad y absoluta firmeza, se levanta, reprende al viento y le ordena al mar: Calla, enmudece. Y de inmediato dice que cesa la tempestad. Yo personalmente, he imitado esto alguna vez. ¿Y sabes qué? ¡Funciona! Sólo te cuesta el valor de creerlo. Además, te deja una enseñanza paralela y anexa. Si Jesús reprendió la tempestad y la tempestad obedeció, ¿De dónde provenía esa fuerza ingobernable, de la propia naturaleza creada por Dios o de una sobre exageración de sus fuerzas instauradas por demonios? No lo sé, es muy difícil la pregunta. Lo único que sé es que Él la Reprendió y ella obedeció, tú saca tus propias conclusiones.

     ¿Qué hubiera ocurrido en cualquiera de nuestros lugares de reunión ante el conocimiento visual o testimonial de algo parecido? Seguramente se hubieran levantado miles de gargantas enrojecidas para aullar, ya no gritar, aleluyas y gloria a Dios por eso, ¿No te parece? Allí no pasó nada de eso. Se quedaron con la mandíbula en el piso de la cubierta de la barca y apenas se les ocurrió murmurar: ¿Pero quién será este hombre que tanto el viento como el mar le obedecen? Perdón por si se te estaba olvidando: ¡Eran los llamados discípulos de Jesús los que se hacían esa pregunta! Está más que claro: ellos lo seguían, lo respetaban, le obedecían y le acompañaban a lo que fuera, pero lo cierto es que no tenían todavía ni la menor idea sobre quién era realmente Él.

     Y te digo algo más, a ti que sé que te agrada y mucho que desmenucemos estos textos hasta que no quede nada, (Al menos desde nuestro vista humana) para extraerle. Si observas con suma atención, te darás cuenta la enorme diferencia y contraste que se da entre la reacción de Jesús y la de sus discípulos. ¡Ellos se pusieron a temblar ante la magnitud y la fiereza de la tormenta! ¡Del mismo modo en que hoy lo harían niños muy pequeñitos, ya que cuando crecen saben de qué se trata, la seguridad de los lugares que habitan, (Al menos los que la tienen), y lejos de temerles, las disfrutan. Claro está que lo que ellos tenían, era impotencia total. ¿Qué podían hacer ante los elementos desatados de la naturaleza?

     Jesús actuó absolutamente de otro modo. Él simplemente se puso de pie con firmeza, (Pese a lo que debe haber sido mucho más que un simple bamboleo acuático), y enfrentó el problema con palabras llenas de esa hermosa y altísima palabra llamada Autoridad, poniéndole fin al aparente peligro. Y fíjate que en ningún momento vemos que Jesús incline su rostro, cierre sus ojos, junte sus manos como se lo ve en las estampitas, y haga una oración al Padre pidiéndole que calme la tormenta. ¿No sería eso lo que una gran mayoría de cristianos hubiera hecho como máximo atrevimiento ante lo que por dentro consideran inamovible? ¿Acaso Jesús era un vanidoso que suponía que no necesitaba de su Padre celestial para tener victoria allí? No y sí. No en lo concerniente a la vanidad, Él no la tenía y de eso hay pruebas en todos los evangelios. Y sí, por una simple razón: Él sabía que el Padre le había delegado autoridad para enfrentar, él mismo, las dificultades que se le presentaran.

     Ah, y un detalle que me estaba olvidando: Él dijo que tú también tienes esa misma autoridad que Él tuvo. Y aún más, aseguró, porque Él está junto al Padre. La gran pregunta de hoy, es: ¿Lo crees? Y no hablo de una tormenta, hablo de todas las tormentas.

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febrero 26, 2019 Néstor Martínez