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Eliminando Nuestras Hipocresías

Eliminando Nuestras Hipocresías

      (Santiago 1: 8) = El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos. 

     A lo largo de mi permanencia dentro de las estructuras eclesiásticas convencionales, siempre llamó poderosamente mi atención la facilidad para adoptar gestos y actitudes que poseía el liderazgo en general. Cuando ocurrían hechos indignantes que elevaban la tensión arterial del más equilibrado, la mayoría de ellos sonreían, aparentemente, sin sentirse conmovidos ni fastidiados. Yo admiraba eso, a mí no me salía. Un día leí el pasaje del gran-desparramo de mesa de cambistas-gran, por parte de Jesús en el templo, y me impactó.

     ¿Cómo se permitía Jesús una reacción que en nuestra congregación se hubiera catalogado como carnal y nada espiritual? ¿Cómo podía ser que ese hombre que era todo amor, toda resignación, todo sufrimiento y toda pasividad, de pronto tuviera un ataque de ira de ese calibre y empezara a las patadas (Puntapiés, en mi país) y latigazos con esas mesas y, por poco, con los mismísimos hombres que se corrompían en ellas? Todavía no me había dado cuenta que veía a Jesús desde la tradicional óptica del catolicismo romano, y no desde la óptica bíblica.

     Porque hasta allí, cuando alguien tenía un problema dentro de la iglesia, yo creía y adhería a la postura de sonreír con infinita paciencia y serenidad, aguantarme todo el torbellino de indignación y, adoptar una actitud de bondad aunque por dentro ardiera de santo enojo. Yo, hasta allí creía que eso se llamaba dominio propio. Pero un día, leyendo el encuentro tan estrepitoso entre Jesús y los fariseos, cuando él los califica como sepulcros blanqueados, concluye con una palabra que pegó en el centro de mi cerebro: ¡Hipócritas! Y allí me fui directamente a escudriñar qué más había de esa palabra en mi Biblia.

     (Jeremías 23: 15) = Por tanto, así ha dicho Jehová de los ejércitos contra aquellos profetas: He aquí que yo les hago comer ajenjos, y les haré beber agua de hiel; porque de los profetas de Jerusalén salió la hipocresía sobre toda la tierra.  

     ¡Ahora sí que estaba entendiendo! La hipocresía, que tanto nos molestaba ver en el mundo incrédulo, impío, pagano y pecador, resulta ser que no había nacido allí, en medio de sus pecados e idolatrías, sino del seno de nuestros profetas. Eso sólo me mostraba algo que jamás nadie me había predicado: ¡La hipocresía nació en la iglesia! Nada más verlo, fue entenderlo. ¿Para qué el mundo necesitaría simular en algo de lo cual no sólo no se siente culpable, sino que en casos, hasta puede sentirse orgulloso? Sólo la iglesia puede caer en simulaciones tendientes a cubrir las apariencias en cuestiones donde la apariencia, conlleva juicio o recompensa. Y, por primera vez en mi vida, me sentí un hipócrita. Y decidí cambiar.

     Y pensé que cuando cambiara, la mayoría de los hermanos vendría a saludarme con gozo y glorificando al Dios de todo poder y dando aleluyas por mi entendimiento y maduración. No fue así. Es más, fue todo lo contrario. Empecé a tener roces con gente con la cual, hasta allí, me llevaba normalmente bien. Y de los roces pasamos a ciertas confrontaciones en forma de choques. Y de los choques, directamente pasamos casi a sentir que hablábamos idiomas distintos. Estuve más de una vez tentado a ir y pedir disculpas por mi osadía, pero ver cómo se le llamaba pecado al adulterio de la joven morena que venía del barrio pobre, mientras que se disimulaba el adulterio del diácono y se hablaba de “hermanos víctimas de debilidades carnales”, colmó el mismo indicador que aquellos cambistas colmaron en Jesús.

     No desparramé ninguna mesa, pero de un día para el otro sentí que estaba en el lugar menos indicado, en el momento menos propicio y hablando en un idioma definitivamente no aconsejable. Faltaba mucho para este hoy y ahora, pero yo ya sabía que, hiciera lo que hiciera en la vida, la hipocresía religiosa no tendría nunca más lugar en ella. Y así me fui quedando aislado y casi en soledad, como seguramente se sienten muchos de los que hoy me leen. ¡Ánimo hermano! Este es el camino del Reino, sólo que no tiene ni bandas de música y alabanza, ni luces de colores, ni estandartes proféticos. La verdad no es considerada buena compañera por mucha gente. Pero es la única base sólida que nos permitirá, ya no tener un mensaje, sino Ser ese mensaje viviente. No pretendo ni creo ser el único. Y para no serlo, es que trabajo todos los días en el aquí y el ahora.

      (Santiago 4: 8) = Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. 

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septiembre 14, 2018 Néstor Martínez