Estudios » Blog

8 – Sobre lo Poco, Sé Fiel

 Finalmente, y ya comenzando a cerrar todo esto que hemos venido compartiendo semanalmente, llegamos al punto clave de nuestra pertenencia al pueblo santo, que es nada menos que cumplir con la misión que a cada uno se le ha dado. El último capítulo del evangelio de Mateo nos habla de eso: Y ellos, tomando el dinero, hicieron como se les había instruido. Este dicho se ha divulgado entre los judíos hasta el día de hoy. Pero los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado. Y cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban. Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.

 Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén. Algunos lo adoraban, pero otros dudaban. Escucha; somos muy religiosos y estrictos a la hora de medir a los demás. Y entonces decimos: Pero ¿Cómo puede ser? ¿Tres años acompañándolo y ahora no van a creer que resucitó? Obvio; tú lo dices sentado cómodamente en tu casa y con todo sucedido y relatado cien veces. ¿Y qué tal si eso mismo te sucediera a ti, hoy, con un amigo que era evangelista, un día se murió, lo velaste, lo lloraste y de pronto se te presenta, medio raro y te dice que resucitó? ¿Lo creerías de inmediato, sin dudar nada?

Pero lo que a mí más me impacta es cuando Jesús, ya resucitado, les dice que le ha sido dada toda potestad, que es autoridad, no sólo en el cielo, de donde es oriundo, sino también en la tierra, nuestra residencia temporaria. Y luego los envía, no a predicar la salvación o invitar a ir a un templo. ¡Los envía a hacer discípulos, que es lo mismo que Él vino a hacer en su tiempo! Como historia, seguramente te agrada y te inspira, pero… ¡Y qué tal si te digo que es a ti, a mí y a todos los que lo aceptamos como Salvador y Señor de nuestras vidas al que nos envía a hacer discípulos?  

Pregunto: El pueblo de Dios y cuerpo de Cristo en la tierra, hoy, ¿Realmente está haciendo eso? ¡Gloria a Dios si donde tu resides se está haciendo así! Por estos lugares no lo estoy viendo, precisamente. Cristianos y gente que va a iglesias, muchísimos. Discípulos de Jesucristo, me parece que son muchísimos menos. Pero no desmayemos, porque en el final nos dice que estará con nosotros todos los días hasta el fin del sistema religioso y secular. ¿Leíste bien? ¡Todos los días! Incluso esos donde muchos alguna vez llegamos a suponer que Dios se había olvidado de nosotros…

Definitivamente, todos los seres humanos, al ser creados, son dotados de ciertos y determinados talentos llamados naturales, pero que sin embargo son divinos y espirituales, aunque muchos de esos hombres y mujeres jamás lo sepan ni los usen en beneficio del Reino de los Cielos. Sólo los que acepten a Cristo como Señor y Salvador y por su Gracia sean salvos, podrán convertir todos esos talentos en dones y utilizarlos al servicio de la misión que le haya sido encomendada desde antes de la fundación del mundo. ¿Ejemplo? Mi propio testimonio.

Provengo de un núcleo familiar con personas apenas un escalón por encima del analfabetismo. Sin embargo, fui dotado de talento para escribir, hablar y enseñar. Cuando el Señor llegó a mi vida y de verdad le entregué todo para que hiciera con todo eso lo que se le antojara, Él hizo lo que ya tenía planificado para conmigo desde antes de la fundación del mundo. Convirtió todos esos talentos en dones, y aquí me tienes, usándolos para su gloria. Obviamente; quien no se convierte, sólo usará esos talentos para su propio beneficio y, en casos, para abusar de otros que dependen de ellos. Tú tienes una misión para cumplir. ¿Quieres saber cuál? Examina tus talentos o dones. Tienen que ser los que necesitas para llevar a cabo esa misión. Sólo Él y tú lo saben; obedece.

De todos modos, siempre rige y regirá la conciencia plena respecto a que Dios proveerá. Desde aquel legendario maná hasta hoy, decenas de miles, o incluso millones, pueden dar fe de la realidad de esta palabra. Nada que ver con los que pretenden vivir gratuitamente, sin esfuerzo alguno de su parte, y lo argumentan con este texto. Dios proveerá, es cierto, pero solo a aquellos que están yendo al frente y pelean por sus objetivos celestiales. A todos los otros, los que se sientan cómodamente a esperar esa bendición sin hacer nada espiritual, les advierto que pueden estar sentados toda su vida esperando algo que nadie les va a traer.  

Dios es amor y todopoderoso, pero no es ni tonto ni necio, y nadie va a engañarlo con lindas palabras. Por esa razón, y por muchas otras más que sería largo enumerar, lo principal de todo esto y clave como base sustancial, es mantener una unidad en Cristo que sea visible y notoria. Y que conste que no estoy hablando de juntarse una vez por semana o por mes, en alguna de las iglesias participantes, a tomar una infusión o un refresco, hablar de tonterías inconsistentes y luego retornar cada uno a su sitial sin haber acordado nada en conjunto, en unidad que es como decir, en hermandad genuina.

Conté en alguno de mis libros publicados una anécdota de un hecho del que fui testigo ocular y presencial. Era una época en que la iglesia evangélica batallaba duro para captar nuevos convertidos, entonces el concepto de andar en unidad comenzó a efectivizarse con algunas reuniones que se cumplimentaban en distintos templos de distintas denominaciones evangélicas e, incluso, dando participación a ciertos sectores del catolicismo romano. En una de esas reuniones, mientras esperábamos que llegaran todos los asistentes, yo estaba hablando con un pastor cuando en un momento, pasó uno de sus ayudantes y dijo: “¡Ahí vienen los idólatras!”.

 Salí del lugar y justo me encontré con un sacerdote católico al que conocía por mi trabajo secular. Mientras estaba saludándolo, otro sacerdote se acercó y le dijo: “Ya podemos entrar al salón de reunión, los herejes llegaron recién”. Unidad. Si a eso le añado que para los bautistas los pentecostales eran “los loquitos de los demonios” y que, para estos, los bautistas eran ·Los helados con gusto a nada”, ahí tienes completo el cuadro de unidad que había. No existe la unidad humana. Los egos e intereses comandan todo e impiden acuerdos. La única unidad posible es en Cristo, pero esa sólo se consigue con gente que lo haya aceptado como Señor, no que sólo se limite a contar historias de su vida.

El infaltable Pablo lo entendió de un modo muy claro cuando al escribirles a los Efesios, en el cuarto capítulo de su carta, dice: Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos.

 De hecho, fui llamado por mi vocación. Eso, en mi caso personal, es absolutamente cierto, visible y comprobable, ninguna fantasía híper mística. Pero la bendición tiene una condición: andar como es digno usando esa vocación. Yo no puedo usar una página Web para criticar a gente con sus nombres y apellidos, aunque sea gente que está cometiendo delitos amparados por barnices religiosos. No puedo, no es mi trabajo, no vine a eso. Y, además, lo que haga debo hacerlo sí o sí con humildad. Pero con humildad real, no con rostro de humildad o ropas de humildad y escondiendo apetencias de vanidad y ego que nada tienen que ver con esa humildad sugerida.

Pablo esgrime como puntal del testimonio, la mansedumbre. He visto, conocido y tratado a muchos cristianos de todas las denominaciones y doctrinas. Buenas personas, eficientes, fieles, sinceros y guerreros, pero… ¿Mansos? Los menos. De acuerdo, nadie llega a los extremos mundanos del insulto, pero toda la previa de una buena pelea de una noche estelar de boxeo, créeme que sí. Es difícil la carne enojada para sujetarla al señorío de Jesucristo, pero mucho más complicado se vuelve cuando a esa carne desobediente y egocéntrica, debes sumarle la actividad sumamente eficiente de un fiero demonio de ira.

 Lo único que debemos conducir con precaución y eficiencia, es la delgada ruta que circunda entre la mansedumbre y la idiotez. Créeme que no estoy exagerando nada, es muy sutil la línea divisoria. Así lo veía un hermano mexicano que, con su gracejo y humor de su cultura solía decir, predicando, que una cosa era ser manso y otra muy distinta ser menso, que es justamente como ellos definían a la estupidez. Creo que es la misma diferencia cristiana entre ser pacífico a ser pasivo. O entre ser creyente y ser crédulo. O, en el ambiente masculino, de ser respetuoso y educado, a ser afeminado. Sonríe si quieres, pero no podrás negarme que de todas estas cosas tú y yo hemos visto bastante. Y no en el mundo secular, precisamente.

Soportándonos entre nosotros con paciencia. Todos nosotros, creyentes muy versados y bíblicos, sabemos que la paciencia es uno de los frutos del Espíritu Santo. Y no sólo lo sabemos, sino que además se lo enseñamos a los más nuevos y lo predicamos en cada ocasión que se presenta, hasta el cansancio. Propio y de los oyentes. Ahora, cuando se nos desmoronan nuestras estructuras cotidianas por alguna tribulación imprevista, lo que supimos, enseñamos y predicamos queda a un lado del camino y navegamos entre los ataques de ansiedad o de pánico, directamente.

Paciencia. Gracias Señor porque nos la diste, pero, ¿Puedes decirme qué cosa realmente es la paciencia? Primero, es la capacidad interior de padecer o soportar algo sin alterarte. O la habilidad para hacer cosas pesadas o minuciosas. También es la facultad de saber esperar cuando algo se desea mucho. Pero, y aquí está la clave, es la virtud que ejerce Dios mismo cuando, en lugar de castigar sin atenuantes a aquel que decide confrontarlo o desobedecerlo, opta por darle misericordia, amor y espera a que recapacite y cambie. Vuelvo al principio. ¿Qué dice Pablo? Que nos debemos soportar entre nosotros, (No está hablando del mundo incrédulo, está refiriéndose a nosotros, los hijos del Dios Altísimo) con paciencia.

Luego les va a entregar el elemento clave para que la iglesia sea iglesia y no una babilonia falsa más de las tantas que se han instalado. Unidos en el Espíritu y en el vínculo de la paz, siendo UN cuerpo y UN Espíritu. Esto que puede parecerte un simple un simple discursillo teológico, es absolutamente clave y base de lo auténtico que viene del cielo. Porque estar unidos en el Espíritu Santo, implica pensar igual, desear las mismas cosas y entregarlo todo. Porque si el Espíritu Santo es uno, como lo es, no puede tener una guía diferente para ti y para mí.

Es posible que esa guía se adapte a nuestra forma de conducirnos, pero el objetivo no será diferente, ya que el mensaje que baja del cielo es el mismo para todos. En base a eso es que nos dice que debemos ser UN cuerpo, además de andar en UN Espíritu. Porque si nos ufanamos de ser parte del cuerpo de Cristo en la tierra, implica y obliga a que de ninguna manera nos podemos enemistar y ni siquiera cuestionarnos entre nosotros mismos por la razón que sea. Eso sería como aceptar que tu mano derecha se pelee con tu oreja izquierda y la castigue con violencia. Ambas cosas, aunque distintas, son parte del mismo cuerpo y, te guste o no aceptarlo, tienen que funcionar en equipo conforme a lo que la cabeza haya ordenado.

Y lo concluye con un firme concepto de lo que es una adhesión formal pero genuina al Reino. un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos. Un Señor. ¿Quién es el Señor? Jesús el Cristo, porque Dios es el Padre y su Espíritu es el Santo. Son los tres en uno, pero dividiendo las tareas. Jesucristo es el Señor, dice mi Biblia. Sólo Él, la cabeza de la iglesia y, por consecuencia, tuya y mía. Una fe. Nada de ritos, nada de imágenes, nada de cosas o personas en las cuales depositar tu fe, así se te presenten como santos de toda santidad. Dice que una sola fe, y esa fe tiene que estar fundamentada en el Hijo de Dios.

A eso también lo dice mi Biblia. Un bautismo. ¿Un bautismo? ¿Uno solo? ¿Cuál es el correcto, el de aspersión o el de inmersión? Tranquilo, no te está hablando de chapuzones en piscinas, ríos o mares. Eso está bueno y es conveniente, pero aquí te está hablando del único bautismo del que Jesús habla a sus discípulos, que no es precisamente el de Juan. Bautismo en el Espíritu Santo. O, si lo prefieres, el significado de la palabra baptismo, que es sumergir. Sumergirte EN Cristo, morir y resucitar con Él. Un solo Dios y Padre de todos. ¿De todos? Sí, de todos, salvo que cada hombre o mujer, decida que no quiere ser su hijo. En ese caso Él es respetuoso y lo deja en libertad. O en esclavitud, como quieras llamarlo.

Ya lo tienes. En la primera mitad de este trabajo, está el desarrollo del sermón más completo y maravilloso que puedas haber leído o escuchado, el que llaman Del Monte, más que por haber sido pronunciado en una determinada montaña, porque lo fue desde un lugar muy alto en el espíritu. Traté, con el mayor de los respetos y cuidados, de interpretarlo bajo la guía del Espíritu Santo, a veces saliéndome un poco o bastante de nuestras enseñanzas tradicionales de la religión evangélica o católica romana, según hayan sido nuestras vidas. No sé si lo conseguí a pleno, pero sí sé que, en todo ese contexto, algo ungido tienes que haber recibido.

Porque ese fue EL SERMÓN al que hago alusión en el título. Dando a entender que es el máximo, el mejor, el único incuestionable y el más maravilloso punto de partida para todo lo que pretendamos o deseemos llevar adelante con el evangelio de la cruz como bandera, con el evangelio del Reino como doctrina y con el evangelio de Jesucristo como base para nuestra salvación eterna. Aprendí, mientras lo estaba estudiando, que replicar lo dicho por otro hombre y analizarlo, para mi ejercicio profesional no es complicado, pero hacerlo con algo dicho por el Hijo Unigénito de Dios, es otra cosa. Una mezcla de reverencia, temor santo y alta responsabilidad se sumaron para darle un contenido puntual y sin la menor participación mía como intermediario circunstancial.

En la segunda mitad, mientras tanto, y sumamente inspirado y motivado por esa primera, te comparto mi sermón. Nada fuera de serie ni extraterrestre, apenas varias menciones sobre aspectos de la vida del creyente, de su integración al Reino de Dios y todas las circunstancias que pude encontrar con la finalidad de advertirte por donde conviene y por donde no conviene transitar. Normalmente suelo hace dos clases de trabajos. Están los que toman un texto y lo desmenuza de ida y de retorno. Con cada palabra y su significado, o su traducción desde los originales, descubrimos cosas valiosas que no siempre hemos aprendido en las escuelas clásicas y tradicionales.

 Y luego los otros, donde me niego a llenarte de capítulos y versículos y te digo lo que tengo dirección para decirte, tomando a la Biblia como un contexto global y no con expresiones aisladas, que podrán ser muy bonitas para armar frases célebres o los acotados de las redes sociales. Esos son, si quieres llamarlos así, mis sermones más corrientes. Lo que sí me ha sucedido en algunas ocasiones, aunque no siempre, es que arranco con una enseñanza de cualquiera de estas dos expresiones y de pronto, ¡Zas!, el Espíritu Santo, con mi permiso, toma el comando de mi espíritu y mi mente y me lleva a volar por alturas desconocidas para mí. A estos los selecciono porque no forman parte de mis rutinas personales, sino que son sermones divinos dichos por intermedio de un hombre vulgar llamado Néstor.

Y si te compartí EL Sermón y luego aporté un pequeño grano de arena con Mi sermón, ahora es tiempo y momento de entregarte el tuyo, para que se complete el título, Tu sermón. No sé si alguna vez has hablado en público, no interesa qué cantidad sea, da lo mismo hablar para dos o tres que para diez mil. Si tienes unción, lo que aflore de tus labios será de tremenda bendición para todo el que te oiga con ganas de oírte. ¿Por qué aclaro que sea con ganas de oírte?

Porque es mucha la gente que asiste a una iglesia por diversos motivos que, a la hora del sermón, quisiera estar en cualquier parte menos allí porque sabe que va a aburrirse como una ostra. Que es una muletilla utilizada en muchas partes, porque en realidad nadie sabe si una ostra es capaz de aburrirse o no. Y cuando esa gente que fue al templo por algún interés que no es precisamente el de saber más de Dios Padre, de Jesucristo el Hijo o del Espíritu Santo, comienza a oír al predicador de turno, mentalmente comienza a volar por alturas de distracción y dispersión, mientras el sueño comienza a invadirlo al punto de que, no es demasiado raro que, en algunas ciertas y determinadas congregaciones, el predicador desgrane su sabiduría en medio de bostezos, cabeceos y hasta algún santo ronquido.

Eso sucede, justamente, porque una enorme mayoría de predicadores de todos los calibres, no tienen unción divina para convertirse en profetas, que es como decir, en voceros del Reino de los Cielos. Entonces no tienen mejor idea que apelar a sus personales dotes histriónicas, unos más, otros menos, y con eso procurar entretener a la gente para que estos no se cansen y simplemente se pongan de pie y salgan por la puerta principal con la idea de no retornar por bastante tiempo. Hoy por hoy, no sé cómo serán las cosas donde tú resides, pero te puedo asegurar que por estas tierras, ninguna congregación del calibre o nivel que sea, se puede permitir el lujo de perder miembros.

Y así sobreabundan los sermones que, más que sermones espirituales, son verdaderas piezas del stand up con barniz religioso. Anécdotas personales jocosas del predicador destinadas a hacer reír a sus oyentes, relatos de testimonios impresionantes ocurridos en remotos lugares e imposibles de comprobar y una retahíla de palabrerío de todas las tinturas que pretenden, sin demasiado éxito, reemplazar la simple unción del Espíritu Santo, único factor que te puede tener atrapado escuchando a alguien por el tiempo que al Espíritu se le antoje. He estado en cultos de una hora que me parecieron eternos y en conferencias donde alguien habló por cuatro horas y caí en cuenta el tiempo transcurrido cuando me levanté y salí a la calle. La unción es la diferencia. Y no se la puede comprar en ningún lugar. ¡Gloria a Dios que es así!

¿Quieres dar tu propio sermón, aunque más no sea a esa pequeña iglesia que es tu propia familia? El Sermón del Monte es un excelente bosquejo. Eso y la guía inefable del Espíritu Santo, es tu mejor opción. Lo que hayas visto en el mío, te puede ser útil como anexo, como informe. Pero el epicentro de lo que vayas a decir saldrá de la fuente inagotable que es el Espíritu Santo o no saldrá de ninguna parte. No es difícil, créeme. Sólo tienes que hacer lo que se denomina como retrospectiva, esto es: mirar hacia tu adentro. No te estoy sugiriendo que hagas lo que he oído decir a algunos predicadores reconocidos o de prestigio, en el sentido que ellos, dicen que se paran frente al púlpito sin saber de qué van a hablar y allí mismo el Espíritu Santo los visita y salen tremendos sermones.

No lo sé, puede que sea así, no soy yo quien lo pondrá en duda, pero también creo que ese no puede ser un método para todos por igual. Lo más cercano a eso que me tocó vivir, fue una noche en una congregación a la que había sido invitado. Preparé un tema con tiempo, en mi casa y lo resumí en algunos apuntes en una hoja para impresión. La doblé y creí colocarla dentro de mi Biblia. No fue así, me la dejé olvidada en mi casa y, cuando abrí mi Biblia en el púlpito, el bosquejo no estaba y yo no recordaba ni por asomo el tema del que iba a hablar.

 Asustado y avergonzado oré y le pedí al Señor que me ayudara. Inmediatamente vino a mi mente un salmo y decidí leerlo. A medida que lo iba leyendo, me iban brotando palabras y conceptos que, según alguien me dijo después, conmovió las estructuras de muchos. Esa noche a ese lugar me acompañó un hermano de la que todavía era mi iglesia y con el que compartía clases bíblicas. Cuando regresábamos, me dijo con cierto asombro y no poca admiración que no sabía que yo conocía todas esas cosas que había enseñado a partir de ese salmo. Mi respuesta fue lacónica pero puntual: yo tampoco…

La gran duda, es: ¿Somos imitadores de Cristo o no? ¿Dice o no dice la Palabra que debemos serlo? Lo dice. ¿Y entonces? ¿Por qué no tomamos el modelo Jesús para hacer todas esas cosas que eclesiásticamente nos seduce hacer? Creo que es porque, entre otras cosas, Jesús nunca dijo todo lo que dijo esperando aprobación, ovaciones, aplausos o gritos de júbilo. Él vino a decir lo que el Padre le había ordenado decir. Eso es un vocero genuino. En una etapa de mi trabajo secular, estuve en una institución estatal dedicada a la defensa de los derechos de las personas. Esa institución tenía un jefe y yo era su vocero de prensa. ¿Me preparaba lindos discursos para quedar bien con todos y no arriesgar nada con nadie?

 No. Yo acudía a la oficina de mi jefe, él me delineaba con el mayor detalle que podía todo lo que deseaba hacer conocer a la opinión pública y, luego, en mi oficina me armaba un detalle con ritmo informativo y con eso salía al aire por emisoras de radio y canales de televisión. Pero siempre hablando de lo que mi jefe me había ordenado hablar. De ninguna manera inventando algo que me permitiera lucirme. La persona más importante de la institución, era su jefe. Lo mío, mientras más bajo perfil, mejor. ¿Quieres que te diga algo? Cuando predicamos, somo voceros del Señor. ¡Guay de no decir lo que Él nos ordena y, en lugar de ello, hablar palabrerío a favor de nuestro lucimiento o intereses!  

Y hay un detalle que no es menor, aunque debería examinarse con mucha cautela, precisión y respeto. La predicación eufórica que conocemos esencialmente en el ministerio de los evangelistas, nace con la gente que prosiguió con el punto inicial que inauguró Jesús. Por lo que nos cuenta la escritura, Jesús sólo alzó la voz, que es como decirte que habló a los gritos, cuando se enojó feo con los que hacían comercio en el templo. Aquel asunto de la mesa de los cambistas y eso. De todos modos, aunque Él lo haya hecho, eso no nos da chapa a nosotros para hacer lo que se nos antoje como santo.

No podemos irnos al hall de ingreso o salida de un templo o salón congregacional y desparramar las mesas de los que venden desde buenos libros cristianos y algunos infiltrados que no tanto, pasando por elementos de música cristiana y también de otras no muy cercanas y terminando en aceites de la unción en pequeños envases, paños recortados en pequeños cuadrados sobre los cuales, se promociona, ha orado el pastor y a partir de allí se consideran ungidos. Y no es porque no se lo merezcan, sino porque no tenemos nosotros el mismo grado de autoridad que tenía Jesús. No porque no nos pertenezca, ya que sí nos pertenece, sino porque en gran mayoría, no estamos lo suficientemente limpios de esas cosas como para encararnos con las ajenas.

Soy consciente de las inmensas necesidades que gran parte del pueblo cristiano tiene en aspectos relacionado con sus almas, muy por encima de lo que creen necesitar para su espíritu. Muy pocos han leído a Watchman Nee, literatura muy completa y precisa sobre el funcionamiento del cuerpo, alma y espíritu humano y, por consecuencia, necesitan que al menos una vez a la semana alguien les arroje algunas cuerdas de donde aferrarse para salir el vacío en que se encuentran. Problemas emocionales, sentimentales, físicos y pecado, abundante pecado como costo básico de ignorar ciertos aspectos relacionados con su ser interior del que muy poca gente se ocupa.

Si un predicador tiene que tomarse el trabajo semanal de recordarles a un grupo de personas auto denominadas como cristianas que no deben mentir, robar, adulterar o fornicar, mucho me temo que eso deja de ser un sermón para enrolarse en la categoría de leche materna, que es como decir, alimento para recién nacidos. El dilema se produce cuando a este alimento infantil lo consume gente a la que ya se considera adulta. Sin embargo, tú recorres una decena de congregaciones de distintas denominaciones y comprobarás que, en absoluta mayoría cercana al ochenta por ciento, los sermones giran en derredor de estos aspectos del alma y no sobre el espíritu.

Es mi oración, como producto de mi deseo personal y ministerial, que este trabajo te inspire y te motive a producir sermones de alto alimento al espíritu. Tengo certeza total que, si tu espíritu humano está fuerte y consolidado en lo que cree, será indefectiblemente lleno del Espíritu Santo de Dios. Y si contiene esta plenitud incomparable, no será necesario recalar sobre aspectos de tu alma, ya que ella se sujetará sí o sí a tu espíritu pletórico del Espíritu de Dios, y de ese modo su conducta y comportamiento será siempre acorde a la voluntad y el propósito divino para con el hombre en su diseño. Durante los últimos veinte años he estado enseñando conceptos de cierta profundidad. Me he ido por encima de lo clásico y tradicional.

Eso ha determinado que muchos cristianos no muy comprometidos me hayan tildado de pesado o plomizo y se hayan aburrido leyéndome o escuchándome, pero también han surgido muchos otros que, habiendo despertado a este nuevo amanecer de fe, han tomado una y cada una de esas enseñanzas, las han hecho suyas, las han puesto por obra en sus vidas y luego, como no podría ser de otra manera, han utilizado sus propias redes sociales para repetirlas, enriquecidas con lo que el mismo Espíritu Santo les da por encima de lo que yo haya escrito o hablado. Así es como funcionó para los continuadores de las enseñanzas de aquel Sermón del Monte. Así sigue siendo hoy con cada uno de nosotros.

Telón. Siempre que concluyo un trabajo pienso que es el último. Es más, hasta hace muy pocos días, estaba convencido que por muchas razones no iba a producirlos más en este envase gráfico. La gente, y principalmente la gente joven, ya no lee como leíamos en algunas generaciones atrás. Hoy todo está digitalizado y es mucho más práctico, rápido y llevadero que detenerse a leer algo extenso. Sin embargo, todavía los hombres no terminamos de aprender que, aunque sean cosas muy lógicas y bien intencionadas, la última palabra en todo esto la tiene siempre el Señor. Y si Él envía a su Espíritu Santo a despertarme por la madrugada para poner en mi corazón la necesidad de estudiar y escribir sobre todo esto, no seré yo quien a esta altura de mi vida decida ser desobediente a su mandato.

Sé que esto te habrá bendecido e inspirado. Y no lo sé porque estime que soy un escritor brillante o súper ungido. Lo sé porque este ha sido un trabajo ordenado por dirección divina, y como sé que todo lo que viene del cielo alimenta, bendice y respalda con poder y gloria, el simple hecho de obedecer y ser intermediario, es lo mínimo que como hijo obediente habré realizado. Te bendigo con toda bendición celestial y extiendo eso a todos los que amas y te aman. Esa es tu iglesia. Sé honroso pastor de ella y en el final del camino habrá un Su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. ¡Así será! Que es la verdadera traducción de ¡Amén!

Comentarios o consultas a tiempodevictoria@yahoo.com.ar

septiembre 19, 2025 Néstor Martínez