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La Iglesia Psicológica

El que voy a encarar seguidamente, es uno de los tantos temas controversiales dentro de la iglesia evangélica cristiana: la psicología como ciencia y más concretamente la presencia de psicólogos. Desde los extremos guerreros que aseguran que tanto la ciencia como sus representantes están endemoniados, pasando por una amplia franja intermedia de tratamiento medido y respetuoso, y concluyendo en el otro extremo diametralmente opuesto al primero, el asunto ha preocupado a propios y extraños.

He recopilado la opinión de muchos profesionales y hombres de la iglesia respecto a esto, y lo voy a desarrollar en su totalidad a continuación, sin permitirme opinión o participación propia y personal hasta que lo concluya. Así como te aviso que a partir de ahora voy a leer y mencionar opiniones ajenas, así también te avisaré en el final cuándo seré yo mismo el que diga lo que diga de acuerdo con mi sentir espiritual y ministerial.

Uno de los fenómenos de la era en que vivimos es la manera en que la iglesia ha sido infiltrada por la psicología secular. En contradicción a 2 Timoteo 3:16, 17, que dice: Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra, la Biblia ya no es considerada como suficiente como base para el aconsejamiento.

Necesitamos psicoterapia. Ya no se confía en el Espíritu Santo para que produzca los necesarios cambios en las vidas de los creyentes. Los ancianos ya no son competentes para orientar. Tienen que enviar a su gente a un terapeuta profesional. Esto a pesar del hecho de que Dios nos ha dado en la Palabra y mediante el Espíritu todo lo necesario para la vida y la piedad (2 Pedro 1:3) = Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia,

Durante generaciones, los cristianos llevaron sus problemas al Señor en oración. Ahora han de llevarlos a un psiquiatra o a un psicólogo. A los jóvenes ya no se les apremia a que prediquen la Palabra. Ahora el lema es “Practiquen la orientación psicológica”.

La orientación profesional ha llegado a ser una vaca sagrada hasta tal punto que alguien saldrá inevitablemente en su defensa. ¿Qué es lo que está tan mal con ella? daré a continuación once puntos por los que está mal.

1.- La atención de la persona es dirigida al Yo en lugar de a Cristo. Este es un error fatal. No hay victoria en el Yo. El autoexamen no es una cura. Los buenos marinos no echan el ancla dentro del barco. Necesitamos a Alguien mayor que nosotros mismos, y este Alguien es Cristo. Más tarde o más temprano debemos darnos cuenta de que nuestra ocupación con Cristo es el camino a la victoria en la vida cristiana (2 Corintios 3:18) =Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.

Ibsen, el dramaturgo noruego, cuenta acerca de una visita que hizo Peter Gynt a un hospital psiquiátrico. Toda la gente parecía normal. Nadie parecía loco. Hablaban muy razonablemente acerca de sus planes. Cuando Peter le mencionó esto a un médico, éste le dijo: “Están locos. He de admitir que hablan de manera muy racional, pero todo es acerca de ellos mismos. Están, de hecho, muy inteligentemente absorbidos en su Yo. Es el Yo —mañana, mediodía y noche. No podemos apartarnos del Yo aquí. Lo arrastramos con nosotros, incluso en nuestros sueños. Ah, sí, joven, hablamos de manera racional, pero estamos bien locos.”

2.- La psicología moderna se basa en sabiduría humana, no divina. Es la opinión de los hombres en lugar de la autorizada Palabra de Dios. La variedad de opiniones humanas se ve en el hecho de que hay más de 250 sistemas de psicoterapia y más de 10.000 técnicas (incluyendo una para ayudar a tus animales domésticos), y cada una de ellas pretende la superioridad sobre las demás.

Dice Don Hillis, titular de la Misión Alianza Evangélica: “Esta tendencia conlleva al menos un elemento de peligro: el razonamiento humano toma el puesto de la Palabra de Dios para la resolución de los problemas emocionales y espirituales. Las respuestas racionales … que no estén basadas en principios espirituales pueden dar un alivio temporal, pero a su vez pueden resultar desilusionantes y perjudiciales.”

3.- Muchos, y probablemente la mayoría, de los problemas por los que la gente busca consejo tienen su causa en el pecado: matrimonios rotos, familias rotas, conflictos interpersonales, ansiedad, drogas, alcohol, y algunas formas de depresión. Para estos problemas no necesitamos el diván, sino la Cruz. Sólo el Salvador nos puede decir: “Tus pecados te son perdonados; ve en paz.”

4.- La orientación moderna se dedica a la desviación de la culpa. Al pecado se le llama enfermedad. O está causada por el ambiente de una persona. Se les echa a los padres la culpa por la conducta inaceptable de los hijos. Como resultado, se libera a la gente de la responsabilidad personal. John MacArthur, escritor, teólogo de prestigio y escritor, habla de una mujer que dijo que tuvo un problema durante años con fornicación compulsiva: “El consultor sugirió que su conducta era el resultado de unas heridas recibidas de un padre pasivo y de una madre imperiosa.”

Henry Sloane Coffin, un presbiteriano de la Iglesia Unida de Cristo, valoró la situación de manera penetrante: “La actual psicología añade … coartadas morales. Los hombres y las mujeres se hacen analizar, y encuentran emancipación en el destierro de los feos nombres que una religión vigorosa daba a los pecados, y en la asignación de nombres sin sugerencia de culpa. Son mal ajustados o introvertidos, en lugar de faltos de honradez o egoístas. Un padre de edad madura se cansa de su mujer y se enreda con una mujer que tiene la mitad de su edad, y un terapeuta le dice que está sufriendo de “un espasmo de re-adolescencia”, cuando se le debería confrontar con el mandamiento “no adulterarás”.

5.- La psicoterapia obra de manera directamente contraria al Espíritu Santo al enfatizar la importancia de una buena autoimagen, de un caso sano de autoestima. El Espíritu Santo está tratando de llevar a los pecadores a la convicción del pecado, y llevarlos al arrepentimiento. Está tratando de restaurar a creyentes desviados y llevarlos a la confesión. Cualquier autoestima que no esté basada en el perdón de los pecados y en la posición del hombre en Cristo es falsa hasta la médula.

6.- Luego tenemos, naturalmente, la faceta financiera. James Montgomery Boice, teólogo y escritor, comenta: “De modo que en nuestros tiempos tenemos el fenómeno singular de gente que pagan a otras personas para que les escuchen, que es de lo que tratan las profesiones de psiquiatría, psicología y consejería. La consejería es un negocio millonario en dólares. Pero la realidad es que en la inmensa mayoría de los casos no se trata de que los consejeros orienten o aconsejen a sus consultantes. Básicamente, todo lo que hacen es escuchar. Se les paga para hacer lo que en tiempos pasados otras personas hacían voluntariamente.”

Cuando una señora se quejó de que en veinte años de acudir a un psicólogo no había recibido ayuda, una amiga le preguntó: “¿Has ido alguna vez a la iglesia en busca de ayuda?” – “No. Todo lo que la iglesia quiere es tu dinero.” – “¿Cuánto le has pagado al psicólogo?” – “Le he pagado 60 dólares a la semana durante estos veinte años, y esto con un salario mensual de 2400 dólares.”

Sesenta dólares por semana ascienden a 240 dólares al mes. La décima parte de sus ingresos. Estaba pagándole el diezmo a su consejero, pero no estaba dispuesto a diezmar para la iglesia. Y admitió que no había mejorado nada por ello.

Otra mujer objetó a lo que llamaba el doble estándar de su analista. “Durante seis años fui a ver a mi analista cinco veces a la semana y me privé de muchos de los pequeños extras de la vida, como vestidos bonitos y vacaciones, para poder pagarlo. Pero cuando enfermaba y perdía una sesión, pasaba algo extraño. Mi analista insistía en que mi enfermedad era una especie de venganza psicosomática —que estaba subconscientemente resistiéndome al tratamiento. Naturalmente, siempre tenía que pagar. Pero cuando se iba para su acostumbrada vacación de un mes entero en agosto, dejándome a la deriva, sola y llena de pánico con muchos conflictos sin resolver, se suponía que yo tenía que entender cómo sus vacaciones no interrumpían el análisis.”

Rollo May, una voz líder en la profesión desde sus comienzos a principios de la década de 1950, lamentaba que la psicoterapia hubiera sucumbido al afán de lucro y a las “añagazas”. “La psicoterapia,” dice él, “se ha convertido en un negocio donde tienes clientes y ganas dinero.” Muchos que practican esta profesión afirman que para ser eficaz, el tratamiento debe constituir un sacrificio económico para el “paciente”. Éste no lo respetaría si fuera una ganga. No hay para extrañarse de los chistes que hace la gente: Un neurótico es uno que construye castillos en el aire. Un psicótico es quien vive en ellos. Un terapeuta es el que cobra el alquiler.

7.- A veces los hay que pagan una pequeña fortuna para ser analizados cuando lo que necesitan es un médico normal. Durante dos años de orientación, un autor se quejaba de que cuando trataba de leer se le nublaba la vista. El terapeuta le contestó que “la incapacidad para concentrarse era un síndrome típico en personas con ansiedades flotantes.” Encontrando difícil ganar dinero suficiente para pagar al psicólogo, el consultante se fue a ver a un oculista. Éste le sugirió que un par de gafas graduadas le curarían el síndrome. Se lo curaron.

8.- Los consejeros cristianos pretenden refundir las mejores percepciones de hombres no regenerados como Freud, Rogers, Maslow y Jung con enseñanzas de la Biblia. Es una unión impía. En un congreso sobre consejería cristiana en 1988, el también presbiteriano Jay Adams dijo: “Con todo mi corazón los apremio a abandonar la tarea infructífera a la que he aludido: el intento de integrar el paganismo y la verdad bíblica… Pensad en los millones de horas, y en que más de una generación de vidas ya han sido gastadas en esta tarea sin esperanza. ¿Por qué no hay resultados discernibles? Porque sencillamente no es factible… El aconsejamiento tiene que ver con cambiar a la gente. Y ya sabéis, esto es cosa de Dios.”

9.- Ni siquiera en la mayor parte de la práctica del aconsejamiento cristiano no se acepta la oración como “técnica” viable. Como mucho, se tolera. En el peor de los casos se descuida. Pocos terapeutas cristianos pasan un tiempo significativo orando con sus consultantes.

¿Hemos de creer acaso que la oración tiene sólo una importancia marginal para contender con los problemas de la vida? ¿Acaso hemos estado equivocados todos estos años al creer que si cumplimos las condiciones de Dios, Él dará respuesta a nuestras oraciones?

10.- En muchas iglesias, el ministerio es psicología con un ligero barniz de fraseología bíblica. La gente va a buscar pan, y reciben una piedra.

11.- Para decirlo sin ambages, la psicoterapia no ha resultado eminentemente eficaz, y en muchos casos ha sido dañina.

En años recientes, algunos valientes autores cristianos han levantado señales de alarma acerca de toda el área de la consejería psicológica. Por ejemplo: Capacitado para Orientar, por J. E. Adams (1980). La Psicología como religión: La secta de la adoración del Yo], por Paul C. Vitz (1977). La Vía Psicológica, la vía espiritual, por Martin y Deidre Bobgan (1979). Seducción psicológica, por W. K. Kilpatrick (1983). La seducción de la cristiandad, por David Hunt y T. A. McMahon (1985). Psicoherejía, por Martin y Deidre Bobgan (1987). Más allá de la seducción, por David Hunt (1987). Profetas de la psicoherejía, por Martin y Deidre Bobgan.

Los opositores o bien han echado los libros a un lado con un ademán de desdén, o bien han acusado a sus autores de provocadores de divisiones y una multitud de otros males. Sin embargo, tienen que enfrentarse ahora con el hecho de que profesionales no cristianos en este campo están publicando graves dudas y desilusión en cuanto a la psicoterapia. Unos pocos ejemplos son:

El mito de la psicoterapia , por el doctor Thomas Szasz (1978). Psicoanalización y encogimiento de América, por Bernie Zilbergeld (1983). Contra la Terapia: Tiranía Emocional y el Mito de la Sanidad Psicológica, por Jeffrey Masson (1988).

El doctor Szasz, profesor de psiquiatría en la Universidad Estatal de Nueva York, ha sido un crítico vocal durante años. Ha llamado a la psiquiatría una pseudo-ciencia, como la astrología y la alquimia. Afirma que el concepto de enfermedad mental es un mito, una cómoda etiqueta adoptada para disfrazar y hacer con ello más aceptable la amarga píldora del conflicto moral en las relaciones humanas. Insiste él en que ninguna forma de conducta anormal es una enfermedad, y que por tanto el tratamiento de las mismas no entra dentro del campo de la medicina.

Va aún más lejos. Dice que quizá la mayoría de las técnicas psicoterapéuticas son dañinas para los pretendidos pacientes. «Todas estas intervenciones y propuestas deberían por tanto ser consideradas como dañinas hasta que no se demuestre lo contrario.»

Zilbergeld dice que por lo general es tan útil para un consultante hablar con un lego como con un profesional.

Jeffrey Masson es graduado del Instituto Psicoanalítico de Toronto y miembro de la Asociación Psicoanalítica Internacional. Tuvo el cargo de Director de Proyectos de los Archivos Sigmund Freud. En el prefacio de Contra la terapia, escribe: “Éste es un libro acerca de por qué creo que la psicoterapia, de cualquier tipo, es un error. Aunque critico a muchos terapeutas y terapias de manera individual, mi objetivo principal es destacar que el mismo concepto de psicoterapia es un error.”

El doctor Hans J. Eysenck, profesor de psicología en la Universidad de Londres, descubrió que entre el 66 y el 77 por ciento de los “pacientes” neuróticos se recuperarán o mejorarán en gran parte con o sin psicoterapia. La mejora es espontánea.

O. Hobart Mowrer, profesor de psicología en la Universidad de Illinois, dijo: “Al ir desgranando el reloj de la historia las décadas de este siglo, hemos descubierto gradualmente que el gran postulado de Freud, esto es, que toda nuestra conducta puede ser achacada a otros y que la meta de la vida no es actuar moralmente, sino liberarnos de culpa, nos ha hecho caer de la sartén al fuego.”

La pretensión de que la psicoterapia tiene una gran proporción de éxitos no está basada en hechos. En el estudio de Cambridge-Somerville, delincuentes juveniles potenciales que recibieron orientación psicológica resultaron peores que el grupo de control que no había recibido orientación.

También se debería observar que en la psicoterapia se da un efecto psicosomático o de placebo. “Una intensa expectativa de mejora, alimentada por la promesa del terapeuta de que puede tratar el problema de manera eficaz, lleva a una sensación de buenos resultados y de encomio entusiasta, aunque no hay un cambio real.”

Así que, ¿cuál es la conclusión? La conclusión es que “un gran movimiento revolucionario que prometía explicar en términos científicos todas las enfermedades neuróticas y curar muchas de ellas” ha fracasado en su intento. Y en tanto que muchos profesionales seculares están admitiendo que hay una práctica inexistencia de éxitos dramáticos y de curaciones, la iglesia evangélica se está apiñando más y más en torno a la psicoterapia en lugar de en torno a la Biblia como la brillante panacea para las tensiones, ansiedades y otros problemas.

Citando de nuevo a Don Hillis: “Quizá sea ya el momento para que la iglesia haga un cierto examen de conciencia acerca del hecho de que personas religiosas estén volviéndose más a los psicólogos y psiquiatras que a la iglesia en busca de ayuda. Quizá alguien debería inquietarse cuando la juventud cristiana piensa que pueden hacer más por la humanidad como psicólogos y psiquiatras que como pastores y evangelistas. Quizá un examen renovado del Libro revelará una psicología espiritual que proveerá respuestas espirituales a las necesidades emocionales y mentales del pueblo de Dios.”

Hay lugar para la orientación, pero ha de ser orientación bíblica. No debe desplazar la Biblia, ni al Espíritu Santo, ni la oración. No debe proveer excusas para el pecado ni aligerar a las personas de su responsabilidad personal.

La revista Time publicó, en su número del 29 de noviembre de 1993, un excelente y extenso estudio acerca de Freud y de derivaciones del psicoanálisis, incluyendo la terapia “de memorias reprimidas”. La recopilación de datos y estudios en este reportaje es de enorme valor para poder aquilatar los desastrosos efectos de una corriente de aproximación al estudio del hombre desde una perspectiva humanista y excluyente de Dios y de Su Palabra.

Este trabajo de recopilación viene acompañado por un testimonio de alguien que dice que, cuando tenía unos treinta y pocos años se enredó con otra mujer. Cayó en un profundo pozo de pecado —y pecado de la clase más repelente— que lo llevó a rechazar todo pensamiento de Dios y que casi rompió su vida de familia.

Cinco meses en un hospital mental bajo los cuidados de los mejores psiquiatras no marcó diferencia alguna en su actitud ante la vida. Salió del hospital peor de cómo había entrado. Había desarrollado una terrible tartamudez; tomaba fármacos de noche para intentar poder dormir, y tomaba píldoras durante el día para intentar mantenerse en marcha; se esforzaba lo indecible para evitar ningún contacto personal; desfallecía en la calle e increpaba a quien quisiese ayudarlo. Estaba decidido a proseguir con su egoísta y pecaminosa forma de vivir, por mucho mal que hiciese a otras personas.

Prosigue diciendo este hombre que en una navidad, su hijo de sólo ocho años de edad, le dio una tarjeta donde se veía al Señor de pie ante una puerta, llamando. “Mira, estoy a la puerta y llamo; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y comeré con él, y él conmigo.”

Dice este testificante que por largo tiempo se apartó deliberadamente de esta imagen. Pero el llamamiento se hizo más y más insistente hasta que finalmente, a las diez de la noche de un día del mes de junio de 1961, totalmente desesperado y casi incrédulo, dijo: “Señor, tú dices que puedes cambiar las vidas de las personas: entra en mi corazón y cambia la mía.” Al final había dado el paso de fe, e inmediatamente tuvo respuesta a su oración. Desde aquel momento en adelante hubo una total transformación en su vida.

Aquí estoy yo, de retorno y para cerrar con algunas ideas propias este trabajo. Personalmente, durante los últimos quince años de miembro oficial de una congregación evangélica, fui parte de una iglesia que no sólo valoraba, sino que incentivaba, sumaba y daba enorme participación e importancia a cuanto psicólogo auto proclamado como cristiano anduviera suelto por esas calles de Dios.

Entre veteranos en ejercicio y estudiantes motivados en forma doméstica, había por lo menos doce en una congregación de ochocientos. En su gran mayoría, mujeres. En su gran mayoría, buenas personas. En su gran mayoría psicólogos-cristianos, en ese orden de prioridades. Se enojaban mucho conmigo cuando yo enseñaba públicamente que necesitábamos cristianos con estudios de psicología, pero que le dieran prioridad al Espíritu santo por sobre Freud y no la inversa.

Con algunos tuve roces santos porque me acusaban de orar por gente con problemas y quizás hasta resolverlos en veinte o treinta minutos, cuando ellos sostenían que para hacer una tarea de ayuda “seria” había que invertir no menos de cuatro o cinco sesiones de una hora cada una. Mucho más me confrontaban con sus sabidurías universitarias cuando yo enseñaba que si los creyentes estuviéramos llenos del Espíritu de Dios como debe ser, no necesitaríamos ni aconsejamientos ni sanidades interiores.

Me miraban con cierta ferocidad elegante cuando les expresaba que muy mal podemos dedicar nuestro tiempo y nuestro esfuerzo a sanar un alma que, según lo que la Palabra nos demanda, tendría que estar crucificada en Cristo. El argumento era que sí, que tal vez yo tenía razón, pero que la realidad mostraba otra cosa y ellos se debían a esa realidad.

Pasaron los años y, a favor de ciertos entendimientos de su parte y una maduración acompañada de misericordia, paciencia y real sabiduría de mi parte, nos fueron acercando nuevamente hasta terminar, casi, trabajando de manera conjunta. Con algunos nunca superé el trato distante y profesional y con unos pocos logramos algo parecido a una amistad por encima de la natural hermandad de fe.

De esta amistad, surgieron muchas conversaciones, pero todas tendientes a entendernos mutuamente y conciliar pensamientos e intenciones. Descubrimos en conjunto que muchos de esos “profesionales” habían aterrizado en la iglesia porque se les daba gran recepción y enorme participación, a favor de una falta total de discernimiento pastoral y la factibilidad cierta de aumentar su clientela de consultorios, y no por condición de creyente genuino. Estoy diciendo claramente que había algunos de esos muchachos o chicas que no eran creyentes, sólo venían a la iglesia a ocupar sus cargos y hacer sus trabajos profesionales. La retribución aparecía cuando ellos mismos, desde las consejerías ministeriales, determinaban que algunos casos no eran para la iglesia, sino para el consultorio a nivel particular.

A mí no me parecía correcto ni coherente que, para que alguien formara parte de esos equipos de ayuda, debía superar un curso dado por ellos mismos, en donde los aspirantes debían renunciar a algunas costumbres propias de un cristiano, para adoptar posiciones y formas de pensar relacionadas con esa ciencia. Un día, en la emisora de radio donde trabajaba, dije con total soltura y certeza que me estaban queriendo convencer que todos los hijos de Dios necesitábamos de los psicólogos, cuando la realidad era que muchos de esos psicólogos necesitaban imperiosa y desesperadamente a Dios en sus vidas. Ardió Troya, pero gracias a Dios pudo apagarse.

Hoy, a mis años y con un nada despreciable caudal de experiencia de vida y de iglesia, puedo asegurarte sin temor de equivocarme, que la psicología, como ciencia, cuando es ejercida con seriedad y desapego material, contiene elementos que permiten una mejor lectura de algunos comportamientos humanos, entregando conocimientos y herramientas para encarar luego una mejor relación con el Señor y sabiendo donde orar y por qué orar.

Pero también puedo decir que no es de ninguna manera la panacea donde todos encontraremos rápida solución a nuestros dramas cotidianos. Que, una vez más, esos dramas sólo pueden ser solucionados con la presencia real, genuina y casi tangible de Jesucristo en nuestras vidas. Que no es un ir a un templo, cantar cuatro canciones y oír un buen sermón, sino comprometerse en un estilo de vida de Reino que, aunque nos pueda traer inconvenientes y hasta marginaciones en nuestras sociedades seculares y eclesiásticas, seguramente nos proporcionará una paz que, como la Palabra misma lo dice, será única e irrepetible, y “no como el mundo la da”.

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enero 1, 2015 Néstor Martínez