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¿Hasta que Altura?

Me pregunto si existirá en el mundo algún hombre que, en algún momento de su vida, no haya tenido la fantasía de volar. La conquista del aire, en la pasada generación, produjo una tremenda ola de admiración de connotaciones románticas sin igual en los registros de la existencia humana.

De alguna inexplicable manera, la habilidad y la capacidad de volar han sintetizado el anhelo del ser humano por excelencia, de elevarse por encima o más allá de las naturales limitaciones de los mortales terrestres, y remontarse de alguna manera hasta el ámbito de lo sobrenatural.

El anhelo espiritual del mundo, el surgimiento del ocultismo y de las prácticas místicas son evidencias del hambre de la humanidad por conocer y moverse en el universo espiritual. Nuestro mundo se ha convertido en un vacío espiritual en el que el hombre se muere de asfixia espiritual.

Dios ha hecho provisión en Su Reino para suplir esta necesidad y sin embargo, cuán pocos son los creyentes que encuentran la satisfacción de conocer plenamente lo que Dios les ha asignado. ¿Sabes por qué los niños lloran ni bien salen del vientre de su mamá?

Porque ellos estaban espiritualmente con Dios, en su Reino. Y al nacer o salir a la luz pública, pierden una enorme capacidad cerebral que espiritualmente es normal pero no en el mundo. Nosotros usamos apenas un cinco por ciento de nuestra capacidad cerebral. Bien; cuando un niño nace, en el momento en que lo hace, pierde ese noventa y cinco por ciento de capacidad; por eso llora.

Ahora bien; ¿Cómo puede el hombre, en su relación con Dios, abrirse camino en el reino de lo sobrenatural? Esta pregunta, en una forma u otra, parecer una de las inquietudes más urgentes que se encuentra donde quiera que uno vaya. Hablamos de lo que Dios está haciendo, pero el vivir esa presencia divina, es otra cosa.

(Isaías 40: 28) = ¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con el cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance.

(29) Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas.

(30) Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; (31) pero los que esperan a Jehová tendrán nuevos fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.

La Biblia es un compendio eminentemente práctico. El Espíritu Santo ha registrado el universo para encontrar toda imagen, ilustración y parábolas concebibles para impartir a los hombres la verdad de los caminos de Dios.

Las actividades cotidianas, las relaciones interpersonales, las cosas de la naturaleza y los miembros de nuestros cuerpos; cosas con las que estamos íntimamente familiarizados, son capturadas por Él para describir algún aspecto del misterio divino.

Éste pasaje nos habla del águila. Así como el león es el rey de los cuadrúpedos, el águila es el rey de las aves. O la reina. Ya he hablado en varias ocasiones de ella, déjame hoy hacerlo una vez más. La audiencia siempre se renueva. Porque el Espíritu Santo ha comparado nuestro anhelo hacia Dios, con la aspiración de ser como el águila.

¿Qué tienen las águilas que los hombres ansiamos? Poder, libertad, belleza, señorío sobre su ambiente, esplendor real. ¿Necesitamos más? Así como el águila nace con el derecho divino a ser reina, de igual manera venimos nosotros desde el nuevo nacimiento con el potencial innato de remontarnos hasta la misma presencia de Dios.

Sin embargo, el hecho de que las águilas estén equipadas para volar, no significa necesariamente que se vayan a levantar del suelo. Es parte de un proceso lento pero inexorable, igual que el tuyo o el mío. Y no lo aborta por caer en la trampa de las ansiedades carnales.

(Deuteronomio 32: 10) = Le halló en tierra de desierto, y en yermo de horrible soledad; lo trajo alrededor, lo instruyó, lo guardó como a la niña de sus ojos.

(11) Como el águila que excita su nidada, revolotea sobre sus pollos, extiende sus alas, los toma, los lleva sobre sus plumas, (12) Jehová solo le guió, y con él no hubo dios extraño.

Vayamos por partes para no confundirnos ni confundir a nadie. Todas las águilas comienzan inexorablemente sus vidas como aguiluchos, esto es, los polluelos o pichones chillones e inexpertos que van camino a tomar su lugar entre la realeza.

Para que eso ocurra, deben ser entrenados en los caminos del rey de las aves. Los versículos que leímos, vendrían a ser una especie de manual de entrenamiento de vuelo para aguiluchos estudiantes y cristianos confinados en tierra.

Ahora trata de imaginarte conmigo a dos aguiluchos abrigados cómodamente en su nido forrado de plumas. Bien alto, altísimo, en la cima misteriosa de una montaña lejana. Debo decirte que hay cristianos que nacen en circunstancias muy parecidas.

En el nido todo es suma tranquilidad y maravilloso. Mamá águila sale todos los días a buscar el alimento para sus hijos y, en las frías noches de la montaña, se acomoda sobre el nido y los cubre. El símbolo cristiano de esto es que muchos de nosotros, gozosos por el calor del recién conocido Espíritu Santo, nos ponemos a gritar y a brincar chillando agudamente “¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡La vida es maravillosa! ¡Se acabaron los problemas! ¡Qué grande que es Dios!

Sin embargo, eso va a durar hasta que un cierto y determinado día, mamá águila comienza a actuar de un modo muy raro y extraño. En lugar de posarse sobre el nido como estábamos acostumbrados, empieza a revolotear por encima.

Y lo hace una y otra vez, casi sin intermitencias, batiendo sus enormes y poderosas alas. Eso es lo que los aguiluchos pueden ver y eso es, precisa, puntual y exactamente, lo que ella desea que ellos vean. ¿Por qué? Tiene su respetable motivo.

Porque a renglón seguido, mamá águila hará algo poco menos que insólito. Arranca un pedazo de nido y lo deja caer al abismo. Y después arranca otro, y otro, y otro. ¡Pero esta vieja se volvió loca!, piensan los aguiluchos aterrorizados. Porque ahora la vida del nido ha cambiado radicalmente. Casi como que se ha vuelto incómoda. Si pudieran llamarían a la policía para que ponga orden, el mismo orden tranquilo al que estaban acostumbrados.

Pregunto: ¿Puedes darte cuenta qué cosa está haciendo esa madre águila? ¡Sí señor! Ella está preparando a su cría para la primera etapa de su entrenamiento. Y aquí encontramos otro símbolo. Porque después que el Señor fue lleno del Espíritu Santo, y oyó la declaración divina de ser confirmado como el Hijo de Dios, la escritura dice que fue guiado por el Espíritu a un lugar desierto para ser tentado por el diablo.

¿Será ese el modus operandis de Dios? ¿Será que Él decide comenzar lo más pronto posible a enfrentarnos con la necesidad de madurar para llegar a ser algo más que un cristianito reducido a habitar cómodamente en la seguridad del nido?

Pablo les dijo a los Corintios que no les podía hablar como a hombres maduros porque todavía eran como niños. Cuidado con esto: no les dijo que eran niños, les dijo que eran como niños. ¿Es que no significa lo mismo? No, en absoluto.

Todos nosotros, por ejemplo, pensamos que es muy gracioso cuando a un bebé se le escapa el puré de la boquita y se hace un enchastre bárbaro a la hora de comer. Pero si eso mismo le sucede a un adulto, entonces nos produce asco y no sé si no lo enviamos a un psiquiatra.

Este ejemplo te lo he dado desde la óptica paterna. Celebrando la monada del nene y censurando la grosería del abuelo. Muy bien; Dios es, antes que ninguna otra cosa, Padre. Y no le importa que un hijo suyo desparrame su puré cuando está en la etapa de crecimiento. Pero para el mismo Dios resulta trágico si ese hijo suyo no termina nunca de salir de ese estado.

Volvamos a nuestros personajes centrales, los aguiluchos. Ahora ellos están incómodos, inseguros, temerosos y hasta enojados; pero resulta ser que lo que les está pasando ha sido causado por quien más los ama: su mamá águila.

¿Cómo reaccionan esos pichones? ¿Tal vez preocupándose en aprender la lección de vida que están recibiendo? ¡No! ¡En absoluto! Chillan, protestan, se rebelan. ¿Cómo reaccionan los cristianos? ¡El diablo me está atacando! Ejem… ¿Estás seguro que es el diablo? ¡Tal vez pueda ser el que más te ama quien te esté sacudiendo el nido!

¿Ya está? ¿Ya aprendieron? ¡No! Al igual que muchos creyentes, los aguiluchos concluyen que al menos es tolerable estar parados sobre aquella ventosa saliente y se disponen a sacar el mejor partido de la situación.

Pero hete aquí que la querida mamá águila tiene en mente algo más que una simple sacudida del nido. Ahora agarra a uno de sus asustados aguiluchos y lo empuja, lo empuja y lo empuja hasta que el aterrado pichoncito se cae del nido hacia el precipicio.

Cuando parece que el pobre se va hacer trizas estampándose contra el rocoso suelo, ella vuela rápidamente, se pone debajo y lo sostiene. ¡Gracias a Dios! ¡Dios es fiel! ¡Dios es grande! ¡Y yo que creí que Dios me había abandonado! ¡Aleluya!

Vuelve al nido y suspira aliviado. Pero no alcanza a terminar el suspiro cuando ella ya lo está empujando de nuevo. ¿Otra vez? ¡Oh, no! ¿Qué pasa conmigo si no llega a tiempo? Recién allí empieza a preguntarse algo: ¿Acaso mamá no estará tratando de enseñarme algo?

Ahí es donde recuerda esas dos enormes alas que tiene su madre. Y de inmediato se mira las suyas. Son muy pequeñas, débiles, endebles. ¿Y qué podría pasar si, mientras voy cayendo, las pruebo? ¡Y va a tener que hacerlo, nomás, porque ella no va a terminar ese operativo empellón hasta que no se decida y lo haga!

Los aguiluchos son criaturas torpes, que se bambolean trémulamente con sus alas sin probar. Pero cada uno de esos saltos desesperantes le van dando un poco más de dominio a sus alas. Llega el día en que se las extiende y en vez de caer se encuentra subiendo, más y más alto, llevado por las poderosas corrientes de aire, mucho más alto que su hogar en la saliente y que el nido que los confinaba. Ya no es más un pajarito que espera el bocado que le trae su mamá; ahora está aprendiendo a ser una de las águilas, que un día llegará a ser rey.

Muchos evangelistas presentan a la conversión como un nacer sobre almohadas de seda con un cordón de ángeles que nos llevan flotando a través de la vida hasta depositarnos ante el trono celestial. Ni lo sueñes. Sólo después que estamos bien acomodados en nuestros nidos aprendemos que Dios está mucho más interesado en la producción de nuestro carácter que en la provisión de nuestra comodidad.

Hemos hecho de Dios nuestro Papá Noel celestial, y si no obtenemos todo lo que queremos, pataleamos y hacemos berrinches como niños respondones y chillones pidiendo golosinas. Pero Él es nuestro Padre, y no papá Noel, y nos corregirá rigurosamente y nos mandará callar.

No tolerará nuestra malcrianza, sino que nos empujará a situaciones que exijan de nosotros madurez y el uso de las alas que nos ha dado. Quiere que lleguemos a ser águilas.

Dios jamás hizo un nido del cual pudiésemos salir caminando; todos han sido diseñados para salir de ellos volando. Hay cristianos que han caído tantas veces de la saliente que se gozan del paseo y no tienen ningún interés en aprender a volar. Jamás subirán más allá del nido donde nacieron.

Había dos tipos de águilas en las tierras bíblicas: el águila dorada y el águila imperial. El águila dorada habla de nosotros como participantes de la naturaleza divina, y el águila imperial de ser reyes. En la escritura, las dos van mano a mano.

Nuestro derecho divino es reinar como monarcas en nuestras propias vidas. Las circunstancias que confunden y ofuscan al mundo, se convierten en plataforma de lanzamiento para alcanzar nuevas alturas con Dios.

Satanás y sus secuaces son las serpientes que un águila rompe con un tajo de sus poderosas garras o que deja caer desde alturas vertiginosas para que sean aplastadas contra las rocas abajo. Esta es nuestra herencia.

El autor de Proverbios dijo que entre los misterios del universo que eran más difíciles de entender, estaba el rastro del águila en el aire. El simbolismo de este pasaje es la potencialidad inexplicable del cristiano que es como la del águila, que puede volar más alto que cualquiera otra ave sin batir sus alas ni una sola vez.

Habrás notado que las escrituras dicen que las águilas se remontan y no que suben aleteando, ¿Verdad? Las águilas no fueron creadas para ir de un lado a otro dando aletazos; fueron creadas para remontarse a grandes alturas y para ser libres.

Las águilas aprenden a volcar sin esfuerzo porque entienden las corrientes de aire. Un águila se posa sobre una roca y espera, probando el viento. Cuando la corriente es favorable, se remonta con un chillido real. He aquí uno de los secretos del águila para remontarse, es esperar.

Los que esperan, dice la Biblia, son los que se elevan. Los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas. Esta también las una de las claves para la adoración pública. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. Un cristiano debería volar sin esfuerzo porque entiende el secreto de los vientos.

Contaba un viejo pastor que, en un culto dirigido por un amigo de él con excelentes dotes para hacerlo, esto es: buena voz, talento musical y personalidad, no se alcanzaba a sentir la presencia del Espíritu Santo tan necesaria y obligada para que un culto sea un culto.

Dice que la adoración era buena, pero que evidentemente no era todo lo que el Espíritu quería. Y añade que en la parte de atrás, un hombre levantaba la mano como si tuviera una urgencia. Finalmente, el pastor se decidió y le dio lugar.

Dice que el hombre se puso a cantar un coro viejo, casi en desuso. La reunión levantó vuelo de manera inmediata y casi insólita. La brisa del Espíritu se podía sentir en la piel. Es que es así como funciona, aún en el marco de nuestros sistemas no siempre bíblicos.

Hay una brisa en cada momento de reunión de santos. Si sólo tuviéramos la paciencia de esperarla, las cosas serían bien distintas. Pero si no esperamos, inevitablemente nos sumamos al grupo de los que tratan de animar la reunión con un esfuerzo humano, como si fueran porristas cristianos. No te olvides: es más fácil flotar y dejarse llevar por los vientos, que aletear.

No obstante, hay algo dentro del águila que le demanda que vuele mucho más alto que todas las otras aves. A veces, en casos, incluso vuela más allá del alcance del ojo humano. En el símbolo, sería como si un cuervo deseara contar el último chisme de la iglesia y el águila respondiera que no, que no le interesa porque está volando mucho más allá de las nubes, donde puede mirar de lleno, cara al sol.

Aunque un águila vuela a grandes alturas mirando de frente al sol cegador, también se adapta con igual facilidad a los valles oscuros de las montañas. Tiene dos pares de párpados. Con sus párpados terrenales puede ver perfectamente al ras del suelo, o puede bajar los celestiales y deleitarse con la refulgente gloria del sol.

Es imperativo que los cristianos sepan caminar sobre la tierra como también volar en la gloria. Es posible llegar a ser tan espirituales que no podamos ver la realidad en nuestras vidas diarias. No te vuelvas nunca tan espiritual que te olvides de proveer para tu familia, de amar a tu mujer, de jugar con tus hijos o de ayudar a sacar la basura, qué sé yo.

¿Sacar la basura yo? ¡Soy un hijo de Dios! ¿Ah, sí, eh? Tú no puedes imaginarte con la altísima dignidad con la que puede sacar la basura a la calle un hijo de Dios. No existe un trabajo que degrade al hombre; sólo existen hombres que degradan todo lo que tocan.

Cuando un águila se levanta más allá de las nubes, es llevada majestuosamente por las grandes corrientes de aire hasta la mismísima presencia de Dios. Tú y yo hemos sido formados para la suciedad y la contaminación. No nacimos para ser sucios cuervos y posarnos sobre un cable. Hemos sido diseñados para la adoración pura de Dios, para escalar hasta la atmósfera enrarecida del Lugar Santísimo.

La pregunta lógica y coherente que en este momento cualquiera habría de formularse, entonces, es: ¿Hasta dónde puedo ir? ¿Hasta dónde puedo permitirme o atreverme ascender, ascender y ascender en esa altura divina?

Respuesta escrita: Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios. ¡Esa águila sí que voló alto! Un día voló tan alto que Dios la vio y le dijo: “Enoc, mira, está más cerca subir hasta acá que regresarte”.

¿Hasta qué altura? Un hombre de una congregación, que se dedicaba a la cría de caballos, fue a preguntarle al pastor si se podía orar por la sanidad de uno de sus mejores caballos que estaba enfermo y muy mal.

El pastor le preguntó: ¿Usted cree que si oramos su caballo se sanará? ¡Por supuesto!, fue la respuesta del hombre. – Entonces oremos. Hoy, seguramente ese pastor anda por las iglesias contando su rarísimo testimonio personal: ser uno de los pocos que tiene en su oficina, la foto de un hermoso, robusto y obviamente muy saludable caballo.

¿Hasta qué altura? Una vez, el capitán de una nave en la que viajaba un conocido siervo de Dios le dijo que no iban a poder llegar a tiempo a destino por causa de la niebla, “Bueno…vamos a ver”, dijo el hombre de Dios.

Oró fervientemente, la niebla se esfumó y él llegó a tiempo a su destino. Seguramente, claro, no faltará quien diga que no cree en absoluto que el Dios de todo poder se ande dedicando a levantar neblinas. ¿No, eh? Entonces mucho me temo que vas a quedarte en la niebla que hay en toda tu vida, pero Dios la hará desaparecer para aquellos que tengan la fe para hacer que las levante.

Dios nos ha hecho águilas como Él, ¡Y quiere que volemos! Todas las experiencias con las que nos emocionamos, nuestra conversión, nuestra plenitud, los dones, son sólo una parte de nuestra introducción a la vida sobrenatural que demanda que lleguemos a ser conformes a su semejanza porque somos partícipes de su naturaleza divina.

El águila ha sido destinada para las grandes alturas. Abdías 4 nos dice que el águila pone su nido entre las estrellas. Si nos encontramos infelices y frustrados, si la vida cristiana no llega a ser lo que esperábamos, entonces puede ser que no hayamos comprendido el llamamiento de Dios de anidar en las alturas. Hemos sido creados para vivir en una atmósfera divina y moriremos si moramos en un mundo contaminado.

Otra vez la pregunta: ¿Hasta qué altura? No se contesta una pregunta con otra pregunta, pero: ¿Cuánto conoces de las corrientes de aire? ¿Cuánta comprensión y conocimiento tienes del mover del Espíritu de Dios, o sea, del Viento divino?

El percibir del Espíritu de Dios es más que un sentimiento subjetivo. Es poner la mente en las cosas del Espíritu. Es: conducta recta, obediencia a la Palabra de Dios, conocer y hacer su voluntad. El Espíritu y la Palabra, son inseparables.

Si tú no permites que la Palabra de Dios gobierne tu vida, pero en cambio dejas entrar al pecado, entonces cancelas tu habilidad de volar en las corrientes de aire. Todo será un estéril aleteo. Podrás gritar más y más fuerte, cantar más y más duro, orar más y más largo, pero no te levantarás ni un centímetro del suelo; todo será un vano batir de alas.

Un águila libre, en su ambiente natural, es un ave muy limpia. Pero en cautiverio es una de las aves más sucias del mundo. De igual manera, un cristiano cautivo, sin libertad en el Espíritu de Dios, se convierte en un ave sucia.

¿Sabes cuál es el cautiverio más profundo en el que puede caer un cristiano? Desviarse en formas religiosas que no estén de acuerdo con la palabra de Dios. El cautiverio religioso no es sólo la ceremonia eclesiástica; es con mayor frecuencia aquello que una vez estuvo lleno de vida, pero que ahora es sólo una parte de la manera en que hacemos las cosas.

Es confinar a Dios a un sistema. Y fue para libertad que Cristo nos hizo libres, por tanto, permaneced firmes, y no os sometáis otra vez al yugo de esclavitud, dice Gálatas 5:1. Pablo está hablando de la esclavitud de la forma religiosa. El vino del Espíritu es siempre nuevo y si intentamos ponerlo en odres viejos, los odres reventarán y ambos se perderán. No hay nada más cruel y más muerto que un grupo de gente religiosa que ha perdido la unción.

¿Qué es lo que queda cuando se va la unción? Se nos dice en 2 Reyes 6 que en el sitio de Samaria todo lo que quedaba para comer eran cabezas de asnos y estiércol de palomas. No es un cuadro demasiado bonito, ¿Verdad? Esto es lo que Dios ve cuando se ha ido su unción. Las cabezas de asnos representan la sabiduría humana sin Dios, y el estiércol es todo lo queda cuando se va la paloma.

Cuando tú entras en la presencia de Dios, puedes estar seguro que no es por tu doctorado en filosofía, tu master en teología o porque te hayas aprendido de memoria el Nuevo Testamento completo, desde Mateo hasta Apocalipsis.

Llegamos a vivir en la presencia de Dios conociendo la ley del Espíritu de Vida en Cristo Jesús. Entender el movimiento de los vientos es la única manera de encontrar la altura para morar en la presencia de Dios.

De otra manera el cristianismo se reduciría a un sistema filosófico comparado con cabezas de asnos; sabiduría humana sin contenido divino. Dos mil ochocientas veces en su libro “El Origen de las Especies”, Carlos Darwin dice: “Asumamos”. Esta es sabiduría humana sin contenido divino.

El estiércol de paloma representa lo que queda cuando el Espíritu Santo se ha ido. En todas partes del mundo y en cada segmento de vida religiosa, encontramos edificios, recuerdos y prácticas que sirven como movimientos a épocas cuando la presencia divina del Espíritu Santo se movía repartiendo sus hermosos dones.

Pero se le forzó a salir, indeseado porque amenazaba la estructura de eclesiásticos ambiciosos: Mas cuando se fue, tuvieron que mantener las formas por causa de la gente. ¿No se caen tocados por el Espíritu Santo? Entonces empujémoslo por la cabeza; ellos se irán al suelo para no quedar mal con nosotros. Los fariseos querían mantener la forma; por eso a Jesús no lo aceptaron; era demasiado imprevisible.

Muchos de los ritos y ceremonias de la iglesia tradicional son restos de algo que una vez fue espontáneo y lleno de vida. En esos tiempos nadie sabía qué iba a suceder y en qué momento. Hoy llegas al templo y, de acuerdo con lo que veas que ocurre en el frente, ya sabes cuánto va de culto y cuánto falta para que concluya. ¿Eso es Dios?

Toda águila tiene su tiempo de decaimiento. Puede ser que esté enferma o mudando su plumaje, pero nunca se deja apoderar del pánico. Busca una roca y se posa allí dejando que el poder sanador del sol haga su labor.

Cuando tú encuentres un lugar bajo en tu vida, no corras para todos lados tratando de buscar a Dios, porque la gente te dirá: “Aquí está el Cristo, allí está”. Y te traerá frustraciones. David dice, en el Salmo 40:1, Pacientemente esperé a Jehová. Muchas veces Dios tiene una obra para realizar y todo lo que se nos pide, es esperar.

Ya vendrá otra vez el tiempo de levantar las alas, pero la espera tiene que venir inexorablemente primero. Toda águila sabe cuándo ha llegado su tiempo de morir. Entonces busca una roca muy alta donde pueda mirar la puesta del sol y allí se acomoda para esperar, y muere mirando el sol.

Y no es un final triste. No estoy hablando de muertes físicas, de esas que tanto preocupan y desesperan, todavía, a los hijos de Dios que deberían tomarla como algo totalmente lógico y natural. Estoy hablando de dejar de ser lo que Dios te envió a ser. Y a eso solamente puedes terminarlo mirándolo a Él.

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enero 1, 2015 Néstor Martínez