Prólogo General

(001)   Prólogo General

Conforme a los clásicos rudimentos de la tradicional forma de estudiar la teología, este trabajo podría encuadrarse en un estudio a las cartas del apóstol Pedro. Sin embargo no es así. Primero, porque no tengo formación teológica sistemática como para atreverme a ello, y segundo, sencillamente, porque he sido enviado por mi Señor a otra cosa muy distinta que a la de teorizar sobre teología.

Decir que estoy convencido es quedarme corto. Debo señalar que tengo total y absoluta certeza que, las cartas de Pedro, en este tiempo, son el documento que nuestro Dios quiere que sus hijos escudriñen, ya que en ellos hay depósitos espirituales necesarios para hoy.

Y cuando digo “hoy”, me tomo el atrevimiento que algunos podrían catalogar como de profano o hereje, de hacerlo bajo las reglas absolutamente bíblicas, esto es: “hoy” siempre es Hoy, porque la Biblia es la Palabra de Dios y Dios no tiene ayer ni mañana porque es eterno y siempre vive HOY.

Por tanto, leas lo que leas, entiendas lo que entiendas y te produzca en tu interior lo que te produzca, pese a tener en tus manos ciertas ampliatorias históricas, sociales, geográficas y doctrinarias, en el sabio consejo de Pablo de examinadlo todo y retened lo bueno, será importante que te quedes con la revelación que halles.

Y si encuentras ese preciado tesoro y eso te produce un shock en todos tus estamentos, guárdate muy bien de adjudicármelo a mí. A mí, si quieres, en todo caso, cuéntamelo para poder glorificar juntos a nuestro Dios, pero si encuentras revelación, el autor que posibilite tamaña cosa, tendrá que ser el Espíritu Santo o no será revelación divina en modo alguno.

¿Quién es Pedro?

 Este nombre, tal como lo conocemos, proviene del latín “Petrus” y del griego “Petros”, esto es:  un trozo de roca, un canto rodado, en contraste con “petra”, una masa rocosa; en Mateo 7:24, 25; 27:51, 60; Marcos 15:46; Lucas 6:48, donde se menciona como fundamento seguro.

Cristo dio a Simón, el hijo de Jonás, el sobrenombre de Cefas (Una forma aramea), al encontrarlo por primera vez. Simón, su hermano Andrés, y el padre de ellos, Jonás, estaban asociados con Zebedeo y sus hijos, todos ellos pescadores del lago de Genesaret.

Simón Pedro, originario de Betsaida pasó a residir en Capernaum con su familia. Pedro, que muy probablemente era discípulo de Juan el Bautista, fue presentado a Jesús por Andrés, hermano de Pedro.

Andrés era uno de los dos discípulos de Juan el Bautista que oyeron la declaración de que Jesús (que volvía de su triunfo sobre la tentación en el desierto) era el Cordero de Dios, el Mesías. Jesús discernió rápidamente la naturaleza de Simón, y cambió inmediatamente su nombre por el de Cefas.

Pedro, al igual que los primeros discípulos, recibió tres llamamientos de su Maestro a que viniera a ser Su discípulo, a que lo acompañara constantemente, a que fuera uno de los apóstoles. Tuvo, ya desde el principio, un papel destacado entre los discípulos a causa de su fervor, de su energía e impetuosidad.

Pedro se encuentra siempre encabezando las listas. Tres de los discípulos de Jesús eran amigos íntimos de Él: Pedro es nombrado en primer lugar. Él es el portavoz de los apóstoles; el primero en confesar que Jesús es el Cristo de Dios, pero también el que intenta desviar a Su Maestro del camino del sufrimiento.

La vida de Pedro presenta tres etapas:(a) En primer lugar el período de formación, expuesto en los Evangelios. En estos años de relación con el Maestro aprendieron a conocer a Cristo y a conocerse a sí mismos. La triple negación del presuntuoso apóstol puso fin a este período. Cuando Jesús se encontró con Sus discípulos en el mar de Tiberias, puso a prueba a Pedro haciéndole tres preguntas, y restableciéndolo después en el apostolado.

(b) Al comienzo de los Hechos se expone el segundo período, durante el cual Pedro condujo a la Iglesia con audacia y firmeza. Llevó a los hermanos a reemplazar a Judas por un discípulo que hubiera conocido al Señor. Después del derramamiento del Espíritu Santo, en el día de Pentecostés, Pedro explicó el sentido de este milagro a la muchedumbre de judíos reunidos en Jerusalén.

 Fue el principal instrumento en la curación del paralítico y se dirigió acto seguido al sanedrín. Amonestó a Ananías y a Safira. El gran discurso que pronunció en el día de Pentecostés abrió a los judíos la puerta de la salvación. Pedro la abrió, asimismo, a los gentiles, al dirigirse a Cornelio y a los que estaban en su casa, haciendo así uso de las llaves de que Cristo le había hablado.

(c) El tercer período queda marcado por un trabajo humilde y perseverante revelado en las dos epístolas de Pedro. Una vez hubo echado los cimientos de la Iglesia, abandonó el primer plano, y trabajó desde la oscuridad para la expansión del Evangelio.

Desde entonces, desaparece de la historia, y es Jacobo quien aparece dirigiendo la Iglesia en Jerusalén. Pablo se dirige a los gentiles; Pedro, apóstol de la circuncisión, anunció el Evangelio a los judíos de la dispersión; dejó Jerusalén a Jacobo, y el mundo grecorromano a Pablo.

La última mención que se hace de él en Hechos lo presenta en el concilio de Jerusalén, defendiendo que los gentiles debían ser admitidos en la Iglesia, y defendiendo asimismo la libertad evangélica, postura ésta que prevaleció.

Pedro es mencionado en Gálatas 2:11, a propósito del incidente de Antioquía; es posible que estuviera en Corinto y en la ribera del Éufrates, o en Babilonia. Acompañado de su esposa, prosiguió, sin duda, sus viajes misioneros. Finalmente, glorificó a Dios en su martirio.

Pedro nos es conocido sólo por las anteriores menciones y por sus dos epístolas, donde traslucen su humildad y tacto. Pedro respalda la autoridad de Pablo y Judas y exhorta a sus lectores a permanecer firmes en la fe que comparten con sus hermanos.

 Visto a lo largo de los Evangelios, de Hechos y de las Epístolas, el carácter de Pedro no se contradice nunca, este hombre de acción tiene los fallos propios de sus cualidades, que son inmensas. El entusiasmo era consustancial a su persona. Transformado por el Espíritu de Cristo, Pedro se señala por su amor a su Maestro, por su caridad, y por su clara percepción de las verdades espirituales.

La vida de este discípulo está repleta de enseñanzas. Sus escritos sondean las profundidades de la experiencia cristiana y alcanzan las más altas cumbres de la esperanza. La historia no añade mucho a lo que sabemos de Pedro por el Nuevo Testamento.

Hay buenas razones para admitir la tradición que afirma que Pedro fue crucificado en la época en que Pablo fue decapitado, hacia el año 68 d.C.. Jesús había predicho el martirio de Pedro. No es imposible que hubiera sufrido el martirio en Roma.

Su vida ha suscitado multitud de leyendas. Escritos apócrifos muy antiguos, debidos a los ebionitas (una secta herética que persistió entre el siglo I y VII d.C.), extendieron la leyenda de que Pedro había sido obispo de Roma durante 25 años. El examen atento de las fuentes de esta tradición y de su contenido no permite admitirla como historia.

Por lo que respecta al papel atribuido a Pedro por la Iglesia de Roma, se debe examinar qué es lo que realmente dice el Nuevo Testamento acerca de ello:

(a) La interpretación de las palabras: Tú eres Pedro… es dada por el mismo apóstol. Hay solamente una roca fundamental: el Cristo. Los creyentes son las “piedras vivas” que vienen a ser edificadas sobre este único fundamento básico, y Pedro, el primer confesor del nombre de Jesús, fue la primera de estas piedras individual.

 El apóstol desarrolla el mismo pensamiento. Pablo confirma esta enseñanza: Cristo es la piedra angular del templo espiritual del Señor; los apóstoles (en plural) y los profetas son su fundamento, sobre el que son edificados los creyentes.

(b) Pedro jugó un papel histórico capital al abrir la puerta del Evangelio a los judíos el día de Pentecostés y a los gentiles en casa de Cornelio. Por otra parte, el poder de atar y desatar no le fue dado sólo a él, sino también a los discípulos.

Desde entonces, los cristianos proclaman, en todos lugares, el perdón de los pecados que Dios concede en Jesucristo; cumplen la función de embajadores de Cristo, aportando vida, pero también muerte, porque quien los rechaza, rechaza al mismo Señor.

(c) Pedro no vino a ser cabeza de la iglesia, ni “vicario de Cristo”. Si bien juega un importante papel en primer plano en el inicio de Hechos, después desaparece. En el concilio de Jerusalén él dio su consejo, pero fue Jacobo quien intervino de manera decisiva; la resolución final fue tomada en nombre de los apóstoles, de los ancianos y de los hermanos, inspirados por el Espíritu Santo.

En el relato de Lucas, Pablo ocupa desde entonces el primer lugar, y Pedro es simplemente una de las tres “columnas de la iglesia” (siendo, el mismo Pedro citado después de Jacobo). Está claro que la doctrina del Nuevo Testamento es que sólo el Señor Jesucristo resucitado es la cabeza de la Iglesia, y que jamás rendirá Su sacerdocio, que es intransmisible.

(d) Además, Pedro no fue “obispo de Roma durante veinticinco años”, no pudiendo haber sido un primer papa. Su muerte tuvo lugar alrededor del año 68, por lo que hubiera debido hallarse en Roma desde el año 43, lo que es imposible en base al Nuevo Testamento.

Escribiendo a los romanos alrededor de los años 57-65, Pablo hace saludar a treinta personas de su comunidad, entre las que no figura Pedro; se trata de Priscila y de Aquila, y de la iglesia que está en su casa.

Pablo no hubiera escrito de esta manera si se tratara de una iglesia fundada por Pedro. Cuando Pablo llegó a Roma en el año 60, se encontró conque los judíos de allí no sabían nada del Evangelio, y otra vez Pedro no es mencionado. Su nombre no figura tampoco en las Epístolas de la cautividad, ni aun en la Segunda a Timoteo, escrita poco antes de su muerte hacia el año 68, que sería impensable de Pedro).

(e) Finalmente, Pedro, con todas sus cualidades y sus experiencias, ni era infalible ni tenía una autoridad superior a la de los otros apóstoles. En Antioquía, Pablo lo resistió cara a cara “porque era de condenar”; acerca de este incidente, Pablo habla de miedo a los hombres, de simulación, e incluso de hipocresía, y de un andar no recto ni conforme a la verdad del Evangelio.

Sin embargo, Pedro es una de las más grandes figuras, no sólo del Nuevo Testamento, sino de toda la Biblia. Su vida entera fue consagrada al Señor desde el día de su llamamiento. Su ardor y celo por su Señor, su perseverancia, humildad, mansedumbre, su cuidado de la grey del Señor, su afán por predicar las buenas nuevas de la salvación de Dios, todo ello ampliamente testificado en las Escrituras, nos da una bella imagen del discípulo consagrado, y constituye una vida a estudiar y un ejemplo a seguir.

(002) Introducción a la Primera Carta de Pedro

No existe ninguna evidencia de que la iglesia primitiva haya cuestionado, alguna vez, que esta carta sea realmente de autoría del apóstol Pedro. Lo que sí parece, es que como una especie de secretario a cargo de su redacción, estuvo Silvano, que fue quien lo acompañó en su viaje. Dicen los que saben, que eso explicaría el pulido estilo griego que posee la epístola.

Las palabras de Pedro en Pentecostés y lo dicho en esta carta tienen varios puntos en común. Entre ellos, podemos recalar en algo que no siempre se no ha enseñado así: la “elección” de Dios para salvación y la pureza del corazón como resultado de la aceptación del evangelio.

La personalidad de este apóstol ha cautivado y cautiva todavía a muchos cristianos de todo el planeta. Su aspereza y rusticidad por una parte y el contenido altamente profundo de sus escritos, nos dejan la certeza de que lo que Pedro dejó como testamento literario fue puro Dios, ya que él en sí mismo no estaba en condiciones de escribir ni su propio nombre.

Junto a muchas exhortaciones sobre la vida en la fe dentro de un marco social secular, esto es: sin Dios, este documento también le dedica mucha atención a la salvación que el evangelio promete y a la salvación futura que aguarda a los creyentes cuando Cristo se manifieste.

También se habla de lo que a mi juicio es el elemento clave no sólo de la carta sino de este tiempo de la iglesia: de la importancia de que los creyentes señalen a otros el verdadero camino hacia Dios por medio de un estilo consagrado de vida.

Queda claro que la era de la iglesia como templos activos, ha quedado atrás. Ya ha sido demostrado con la palabra que Dios se ha retirado de esos lugares porque, no sólo que ya no le representan adecuadamente sino que, por el contrario, colaboran a ridiculizar su nombre.

En cada oportunidad (Y las habrá, no te quepan dudas), en que los cristianos experimenten en sí mismos la lógica hostilidad del mundo incrédulo, el llamado a la paciencia y a la santidad en medio de cualquier clase de sufrimiento será altamente aplicable a todos por igual.

Pedro alude continuamente en todo su discurso a la tarea inocultable del Espíritu Santo. Jamás lo olvida ni adjudica mérito alguno a hombre alguno incluyéndose a sí mismo. Siempre asegura que el Espíritu está anticipando una enorme gloria por venir y eso declara a quien lo quiera oír.

Los que vinimos a continuación, haciendo desde lo más pequeño y humilde, hasta lo que parezca más enorme y espectacular, debimos adoptar la misma postura. Sin embargo, y porque indudablemente no ha sido así, la humildad real todavía cosecha admiraciones por parte de los propios cristianos, cuando debería ser moneda corriente dentro de un pueblo llamado a ser humilde.

El autor afirma ser el apóstol Pedro. La autenticidad de esta carta queda demostrada por su contenido y por el testimonio de numerosos escritores del inicio de la era cristiana. La epístola va dirigida a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia.

Hay expositores que mantienen que se trata de una carta dirigida en su mayor parte a creyentes surgidos del paganismo, apoyándose en ciertas alusiones del apóstol. Otros expositores, sin embargo, argumentan incisivamente que la carta era dirigida a los judíos que habían venido a creer en el Señor Jesús.

Efectivamente:(A) El ministerio de Pedro se dirigía oficialmente a “la circuncisión”.

(B) Las alusiones citadas para apoyar la postura de que los destinatarios procedían de la gentilidad son aplicables a los judíos desconocedores del Evangelio. En particular, el pasaje más citado para sostener la postura de que se trataba de gentiles, señalaba: vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, es totalmente explicable con referencia a la sentencia dictada por Dios sobre el pueblo judío:

 No sois mi pueblo; sólo por su adhesión al Mesías volverían a ser pueblo de Dios, y aquellos judíos que confesaban al Señor Jesús venían a ser las primicias de aquel cumplimiento glorioso en la segunda venida del Señor cuando el pueblo judío, ”lo-ammi” (no mi pueblo), vendrá a ser otra vez pueblo de Dios, e hijos del Dios viviente.

(C) Aunque es cierto que Pedro menciona que la conversión de sus destinatarios se debía a otros, no constituye prueba de que se trate de conversos del apóstol Pablo entre los gentiles; ello aparte del hecho de que Pablo también había predicado en las sinagogas de los judíos, como se ve a lo largo de Hechos.

En Hechos 8:4 se afirma que los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio, después del martirio de Esteban. Esta primera evangelización se hizo exclusivamente entre judíos y samaritanos, con la excepción de prosélitos, como el caso del eunuco etíope.

En esta epístola se mencionan las regiones de los destinatarios de este a oeste, lo que constituye una indicación de que la carta fue posiblemente redactada desde Oriente. La alusión a la iglesia en Babilonia, en los saludos, apoya esta hipótesis.

El empleo que hace el autor de la Epístola a los Efesios y la época de la muerte de Pedro permiten situar la fecha de redacción entre el año 63 y el 67; es muy probable que fuera el año 64 o 65. Un pasaje de la Segunda Epístola de Pedro da testimonio de que la primera carta es de este apóstol.

En cuanto a las pruebas externas de la autenticidad de esta carta, son irrefutables. Autores tan diversos como Clemente de Alejandría, Ireneo de Lyon, Tertuliano de Cartago, afirman que es de Pedro. Eusebio afirma que Papías y Policarpo la conocían y la citaban.

Así, desde el principio, esta epístola ha sido confirmada por unas evidencias indiscutidas. Se ha objetado que los creyentes no habían sido perseguidos “en calidad de cristianos” hasta una época más tardía. Sin embargo, esta objeción carece de valor.

Esteban ya había muerto por la fe, y se habían dado ya numerosas persecuciones locales e individuales mucho tiempo antes de que se desencadenaran las persecuciones generalizadas, ordenadas por los emperadores.

Tampoco se puede objetar que Pedro desconociera el griego, teniendo a Marcos y Silvano como ayudantes. El estilo de Primera Pedro es natural, patético, vehemente. Salpicada de repentinas transiciones, refleja admirablemente el carácter del autor.

La forma es característica de Pedro; la doctrina es armónica con la de las epístolas de Pablo, con una insistencia particular en la gracia de Dios, y la gloriosa esperanza de la Parusía. El texto contiene numerosas reminiscencias de las epístolas a los Romanos, a los Efesios, y de la epístola de Santiago.

 La epístola se distingue por su profundidad y por la belleza en la expresión de la enseñanza. Análisis: Saludos. Introducción, en la que Pedro da las gracias a Dios por las bendiciones que se desprenden de la salvación.

El cuerpo de la epístola contiene:

(A) Exhortaciones a la santidad

(B) La Iglesia, templo viviente, del que Cristo es la piedra angular; la iglesia como sacerdocio regio.

(C) Deberes sociales del peregrino cristiano, del criado, de los cónyuges.

(D) Comunión con Cristo en la oración, el servicio, el sufrimiento, el oprobio.

(E) Deberes de los ancianos y de los jóvenes. Saludos. Pedro destaca vigorosamente: los sufrimientos de Cristo y su valor expiatorio; el sufrimiento del creyente con su Señor; la regeneración; la Iglesia y el sacerdocio de todos los creyentes; la resurrección y la gloriosa venida de Cristo.

Todas estas doctrinas, así como las exhortaciones que las acompañan, son claras y precisas; son coherentes con el carácter práctico que tiene que rendir, como Pedro después de Pentecostés, un testimonio limpio acerca de su Salvador.

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enero 1, 2015 Néstor Martínez