Este trabajo va dedicado, especialmente, a todos los creyentes en Jesucristo que hayan cumplido o superado los sesenta años de vida. De sesenta años para arriba, los que sea que tengan. De todos modos, no es descartable para los más jóvenes, por una razón fundamental. Cada joven, tenga la edad que tenga, seguramente tendrá o padres o abuelos de esa edad, y quizás les agrade, como hijos de Dios obedientes, poder tener con ellos una comunicación fluida, un entendimiento preciso sobre sus problemas y, esencialmente, una puerta abierta para poder amarlos más y mejor y, al mismo tiempo, poder ser comprendidos y amados también por ellos. Parece muy pesimista lo que escribe Salomón, pero a medida que leemos, podremos ver que muchas de esas palabras, no son tan ajenas a nuestras vidas de adultos mayores.
Eclesiastés 12: 1 = Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento; (2) antes que se oscurezca el sol, y la luz, y la luna y las estrellas, y vuelvan las nubes tras la lluvia; (3) cuando temblarán los guardas de la casa, y se encorvarán los hombres fuertes, y cesarán las muelas porque han disminuido, y se oscurecerán los que miran por las ventanas; (4) y las puertas de afuera se cerrarán, por lo bajo del ruido de la muela; cuando se levantará a la voz del ave, y todas las hijas del canto serán abatidas; (5) cuando también temerán de lo que es alto, y habrá terrores en el camino; y florecerá el almendro, y la langosta será una carga, y se perderá el apetito; porque el hombre va a su morada eterna, y los endechadores andarán alrededor por las calles; (6) antes que la cadena de plata se quiebre, y se rompa el cuenco de oro, y el cántaro se quiebre junto a la fuente, y la rueda sea rota sobre el pozo; (7) y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio.
Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, Es lo primero que dice. Te está advirtiendo que no puedes permitir que el vértigo y las emociones desatadas que operan en la juventud de los seres humanos, te obstaculicen recordar a quien sigue siendo tu Creador. Recuerda que tus padres engendraron tu cuerpo, pero la vida sigue proviniendo del Espíritu de Dios soplado en tu nariz en el instante de la gestación. No me preguntes cómo sé esto, porque no hay ni creo que haya un médico que me lo confirme, pero yo sé que es así. Lo creo. No te obligo ni te impongo que lo creas, es tu libertad y tu derecho. Yo lo sé, lo creo, y por eso lo digo. Pero esto fue escrito porque hay un elemento que, durante los años de nuestra juventud, es infaltable y con mucho peso: el sentimiento de omnipotencia e inmortalidad. No hay un joven que piense que un día va a morir. Y mucho menos, aunque parezca incoherente, que un día envejecerá. Por eso es tanta la gente joven mundana que se burla de los ancianos y los menosprecia. Pese a sus sólidas formaciones intelectuales, aun no cayeron en cuenta que, de la única manera que no serán ancianos un día, será muriéndose antes.
Antes que vengan los días malos, dice luego. ¿Días malos? ¿Y por qué razón Salomón dice que serán días malos los que se vivan cuando llegues a la vejez? Porque, indudablemente, no se está refiriendo a los ancianos que conocen al Señor, sino a los que conforman el mayor número de seres humanos del planeta. Y creo que no se equivoca ni medio milímetro cuando pone en labios de incrédulos, paganos, impíos y pecadores, la calificación de “días malos” a los de la ancianidad manifiesta, porque luego escribe: y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento; Echa una mirada a tu alrededor, al mundo que te rodea y en el cual estás habitando. Sal por un momento de tu ambiente de fe y de tu iglesia y observa: ¿Cuántos ancianos de entre sesenta y ochenta años promedio conoces, que se muestren felices y disfrutando de sus vidas? No sé en tu caso, pero en lo que yo he visto, una gran mayoría oscila entre malhumorados, agrios, amargados, depresivos, odiosos, rencorosos, iracundos, libidinosos, murmuradores y, esencialmente, desagradecidos con sus hijos, nietos y familia. ¿Motivos? Sentirse viejos, nada más.
Hay otras versiones bíblicas que señalan en este texto, como días que ya no son agradables y también como tiempos sin placeres. De hecho, el cuidado con los alimentos que se consumen y lo que se bebe, desde lo alimenticio, son tiempos distintos. Si le sumas el natural decrecimiento de tu vida sexual, le añades otro ingrediente depresivo. Pero, ¿Es que en eso radica la vida humana? ¿Nada más que en comer bien, beber lo que se nos ocurra y la cantidad que se nos antoje y tener sexo cuando nos parezca bonito? ¿A eso le llamaremos VIDA? Y sí, me temo que, en el plano secular, aun con las máximas formaciones intelectuales y de toda índole, si, a eso le llaman vivir y, si es posible añadirle algo: vivir bien, como debe vivir una persona, te aseguran. Con toda honestidad, a mí no me parece que Dios haya invertido su poder y su tiempo para entregarnos una creación como la que disponemos, solamente para que estas pequeñas moléculas de dos patas y supuesto cerebro útil que somos los tremendos humanos, se lo evaluemos como un lugar para comer, beber y tener sexo libre. ¡Por favor!
Antes que se oscurezca el sol, y la luz, y la luna y las estrellas, y vuelvan las nubes tras la lluvia. ¿Todavía te caben dudas que se está refiriendo a gene en el ocaso de sus vidas? Esto no tiene nada que ver con los días finales de Apocalipsis, te lo aseguro. Aquí te habla de gente a la cual sus ojos se les van oscureciendo con el paso de los años y, por tal motivo, comienzan a vislumbrar un sol sin brillo, una luna que no resplandecer y, lo peor, esas horribles nubes negras que te irán cubriendo inexorablemente tu vida. Peor no podría ser el panorama, ¿Verdad? Mira como sigue: cuando temblarán los guardas de la casa, y se encorvarán los hombres fuertes, y cesarán las muelas porque han disminuido, y se oscurecerán los que miran por las ventanas. Habla de tus piernas, guardianas de tu casa, las que con el correr de los años, salvo en casos excepcionales de deportistas consumados, comienzan a temblar y a ofrecer menor seguridad para el traslado. Los hombres son fuertes como lo son sus hombros, que son los que soportan las más pesadas cargas. Esos hombros comenzaran a encorvarse, lo has visto.
Donde dice que cesarán las muelas, no te está hablando en idioma odontológico, sino agrícola. En los originales, este “muelas” tiene que ver con molinos trituradores de cereales. Sin embargo, hay una sutil comunicación entre ambas cosas, porque también en ciertas edades las muelas van dejando de triturar los alimentos para dar paso a elementos diluidos o con menor resistencia. ¿Por qué elijo verlo así? Porque lo que dice luego, indefectiblemente tiene que ver con otro de los sentidos humanos, la vista. Son nuestros ojos los que miran por las ventanas. Y aquí se te dice que, llegado el tiempo y momento, esos ojos comienzan a oscurecerse por un proceso natural de declinación en su calidad visual. Si bien media humanidad de toda edad usa gafas, es normal que, a partir de ciertas edades cronológicas, los porcentajes sean más elevados. Mientras tres de cada diez hombres de cuarenta años usan anteojos, por sobre los sesenta años, esa estadística aumenta a siete de cada diez. Si a eso le sumas cierto tipo de dolencias del área, como las denominadas “cataratas”, ciertas cirugías correctivas comienzan a ser abundantes con la finalidad de proporcionar una mejor calidad de vida.
Y las puertas de afuera se cerrarán, por lo bajo del ruido de la muela; cuando se levantará a la voz del ave, y todas las hijas del canto serán abatidas. El mensaje claro es que tenemos que acordarnos del Señor antes que esa invisible puerta que da a las grandes oportunidades de la vida, se cierre casi de modo definitivo. Salvo el propietario o el Ceo de una enorme empresa, la gente con edad avanzada, es dejada de lado en el mundo de los negocios. O, en ciertos casos, por propia incapacidad intelectual puede sucederle. No servirá de mucho levantarse temprano, casi con el trinar de las aves madrugadoras, porque llegará un tiempo en donde esos trinos le serán apenas perceptibles. Es como decirle al hombre que se va volviendo anciano que, antes que le sobrevenga el temor a caerse en la calle, que sus cabellos se pinten de blanco y que sus pies en lugar del paso firme se conviertan en un leve arrastre por menor energía, tendrá que tener ese hombre o esa mujer muy presente la existencia del Dios que lo creó. Y llega a darle a entender que lo haga mucho antes que comience a pensar en la muerte como algo que está dejando de ocurrirle a oros. Obvio que el consejo no es para el anciano creyente, sino para el incrédulo, pero si me dejas arriesgar, yo se lo repetiría a todos por igual, por las dudas. Y me incluyo porque ya estoy en ese rango.
Cuando también temerán de lo que es alto, y habrá terrores en el camino; y florecerá el almendro, y la langosta será una carga, y se perderá el apetito; porque el hombre va a su morada eterna, y los endechadores andarán alrededor por las calles; Es palabra clave en medicina, para evaluar la condición de un paciente con riesgo de muerte, comprobar si se alimenta normalmente. La persona mayor, cuando está de buena salud, generalmente es de buen comer y, si no se lo prohíbe alguna patología muy determinada o alguna familia muy protectora, también de buen beber. Así es que, cuando ese hombre o esa mujer enfermos, comienzan a rechazar los alimentos y no demuestran tener apetito, la señal es inequívoca y mala; muy probablemente ha comenzado su caminar hacia la morada eterna. Y una vez que dio ese paso dimensional, misterioso y gracias a Dios desconocido, lo único que quedará serán esos endechadores, que son los que derramarán lágrimas en sus funerales y sobre sus sepulcros. Sin embargo, esa gente que llora, aunque es comprensible, no terminan de entender que, si quien partió era un hijo de Dios, no ha hecho más que retornar a su casa.
Antes que la cadena de plata se quiebre, y se rompa el cuenco de oro, y el cántaro se quiebre junto a la fuente, y la rueda sea rota sobre el pozo; y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio. De acuerdo. Viene hablando en dirección a los de más edad, a los que teóricamente, (Porque en realidad nunca nadie lo sabe), son los que más cerca están del retorno a la casa celestial. Pero, ¿Qué es lo que retorna, el alma o el espíritu? Aquí Salomón lo deja muy claro, como para que nadie dude. El espíritu. Ese espíritu humano que, si mal no recuerdo, fue soplado por el mismo Dios en la nariz de un casi invisible feto comenzando a gestarse en el vientre materno. De hecho, sin ese soplo, sólo hubiéramos tenido un muñeco de carne y hueso inanimado. Pero la VIDA, proviene de Dios, Él la otorga y, cuando esta llega a su final, ese espíritu vuelve a la casa celestial de donde salió. Pero, ¿Y entonces? ¿Para qué murió Jesús? ¿No era para que al entregarnos a Él tengamos vida eterna en el cielo? ¿Y como puede suceder eso si ya está decretado que, al morirse el hombre, su espíritu vuelve a Dios que fue quien lo dio, sea salvo o no? Obvio, te estás olvidando del elemento que es salvo o se pierde, que es EL ALMA.
Porque tú, por mejor cristiano que seas, diariamente eres un alma viviente. Ese espíritu que te fue soplado y te dio vida, sólo tendrá participación si lo dejas llenarse del Espíritu de Dios, de otro modo, estará sujeto a los dictados de un alma que, a falta de divinidad rectora, se someterá indefectiblemente a los dictados del cuerpo. Hay algunas escrituras que mencionan al alma viviente, pero me quedo con lo que Pablo les escribe en su Primera Carta a los Corintios, capítulo 15 y verso 45: Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante. ¿Entiendes ahora por qué razón, toda esa gente que en apariencia lo tiene todo, en muchos casos termina drogándose o bebiendo alcohol por toneladas, para evadir ese enorme hueco que tienen en sus vidas? Porque ese hueco es la falta de un espíritu vivificante. Y para que el espíritu humano que te fue soplado te insufle vida, paz y gozo, deberás tenerlo habitado por el Espíritu Santo de Dios. Y eso solamente sucede si te entregas a Cristo.
Te lo sintetizo así: Alma, se refiere a la totalidad de la persona, incluyendo la mente, las emociones, la voluntad y la conciencia. Es la esencia inmaterial que nos define como individuos y está relacionada con la identidad personal y las emociones. El espíritu, así con minúscula, porque es el humano y no el Santo, es el aspecto de la humanidad que conecta con lo divino y lo trascendental. Se considera un mediador entre el cuerpo y el alma, y es visto como la fuerza que permite la conexión con Dios. En resumen, el alma es lo que somos en nuestra esencia, mientras que el espíritu es la parte que nos conecta con lo divino. ¿Tienen que estar de modo permanente unidos a ese cuerpo? No necesariamente. Por ejemplo: cuando duermes, lo que duerme es tu cuerpo; ni tu alma ni tu espíritu duermen. Incluso, en algunos casos muy puntuales, tu espíritu podría salirse de tu cuerpo e ir a dimensiones divinas para luego regresar. El alma, no. El alma, aunque no duerma, se queda contigo, porque si te abandona por un instante, tú estarás clínicamente muerto.
Hay un texto que por mucho tiempo ha permanecido en estudio y observación por la teología tradicional, a la que no le agrada demasiado hablar de visiones y hechos sobrenaturales. El que está en la Segunda Carta a los Corintios, capítulo 12 y versos 1 al 5, mira: Ciertamente no me conviene gloriarme; pero vendré a las visiones y a las revelaciones del Señor. Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar. De tal hombre me gloriaré; pero de mí mismo en nada me gloriaré, sino en mis debilidades. Que los teólogos hablen de un hombre desconocido y anónimo que vivió eso. A mí, déjame con la certeza que quien vivió esa maravillosa y estremecedora experiencia, fue el propio Pablo. Creo que luego, más adelante en su ministerio, habrá pruebas más que sobradas que esto sucedió.
En cuanto al alma, están todas esas historias que nos han contado de personas que estuvieron clínicamente “muertas” durante un tiempo y vieron cosas que luego, cuando las relatan, generalmente nadie o casi nadie les cree. Tengo un testimonio muy cercano. Es el único y pertenece a una mujer que era esposa de un primo de mi esposa. Esto sucedió hace muchos años, ella vivía en una propiedad vecina a la que habitábamos nosotros. Por razones de trabajo yo tenía muy poco contacto con ellos, pero nos teníamos afecto y, en suma, éramos familia. Un día, esta mujer, madre de dos hijas de 7 y 4 años de edad, enfermó bastante mal de una patología cardíaca y debió ser intervenida quirúrgicamente de urgencia. Durante la operación, el cirujano dice que se les quedó sin pulso ni actividad cardíaca durante un minuto, pero luego se recuperó y finalmente sobrevivió. Ella era católica romana convencional, pero no creía en nada con seriedad. Sabía que nosotros éramos cristianos, (En ese tiempo todavía asistíamos a una congregación evangélica), pero jamás había aceptado hablar de Dios y nada de eso. La respetábamos y listo, nada más.
Pero cuando retornó de su paso por el hospital, quiso hablar con nosotros en privado. Nos contó con mucha emoción y lágrimas en sus ojos que, durante su operación, ella se sintió elevarse por encima de la camilla del quirófano y se vio a sí misma acostada allí y a los médicos trabajando en su pecho. Luego, casi de inmediato, se encontró ante un enorme portón de rejas doradas y, del otro lado, a su padre, fallecido hacía muchos años. Él buscaba en un tablero dorado en la pared y le decía que no podía abrirle la puerta porque no estaba “su” llave en el tablero. Ella, no sabe como, pero “supo” que eso era la muerte, y le pidió a un Dios en el todavía no creía, que no la dejara morir, que por lo menos le otorgara diez años más de vida, para poder terminar de criar a sus hijas. Lo inmediato que recuerda, es haber despertado en la sala de recuperación. A los únicos que les contó todo esto, fue a los médicos, que obviamente se sonrieron con escepticismo, sin creerle demasiado y adjudicando todo a una “alucinación” producto de la anestesia.
Lo que los dejó sin respuesta, fue cuando ella les dijo que cuando se vio a si misma en la camilla del quirófano, a su espalda había un médico al cual le sobresalía una barba negra por debajo del barbijo de protección. Los médicos sabían que ella se refería al anestesista, que efectivamente era un hombre con profusa barba negra, pero lo increíble del asunto, era que ella no lo había visto antes ni tampoco después de la cirugía. Ese hombre llegó cuando ella ya dormía, controló todo desde su espalda y, ni bien concluyó la operación, se retiró del quirófano dejando el resto del tema a su ayudante. Le hablamos del Señor, le dijimos que, si bien era algo absolutamente desconocido para nosotros, no teníamos ninguna duda que eso le había sucedido. Que había estado en la entrada del cielo, pero que todavía no era su tiempo porque Dios quería darle la oportunidad de aceptarlo y, llegado el momento, irse con Él. Aceptó a Cristo allí mismo y fue una creyente muy firme y genuina de allí en más.
El final de esta historia que parece de ficción, pero no lo es, fue que cuando se cumplieron esos diez años que ella había pedido, volvió a enfermar y, esta vez sí, partió con el Señor sin sufrimientos ni penas, casi con una sonrisa en sus labios. El espíritu humano puede abandonar temporariamente el cuerpo, no le hace a su vida. El alma, no. El alma está encerrada en ese cuerpo hasta el último suspiro. Allí se verá, acorde a lo que esa vida haya decidido, en qué dimensión espiritual transitará su eternidad. Ahora lo sabes, hermano o hermana anciana. No importa como esté tu vida física hoy en esta tierra, lo que debe importar es cómo está tu vida espiritual delante del Dios Todopoderoso. Esto no ha sido una simple predicación de aliento para ayudar a una mejor calidad de vida a los más mayores. Esto ha sido una directiva de mi Padre para llevar a todos los que me acompañan en edades bien adultas, un elemento que les permita oxigenar sus espíritus y colaborar para que en lo que el Señor disponga que nos queda de vida terrenal, ser activos y útiles para la extensión de Su Reino.
Como cierre, te comparto el resumen de los deberes del hombre que Salomón deja escrito aquí, en este capítulo de Eclesiastés. Dice el verso 8: Vanidad de vanidades, dijo el Predicador, todo es vanidad. (9) Y cuanto más sabio fue el Predicador, tanto más enseñó sabiduría al pueblo; e hizo escuchar, e hizo escudriñar, y compuso muchos proverbios. (10) Procuró el Predicador hallar palabras agradables, y escribir rectamente palabras de verdad. (11) Las palabras de los sabios son como aguijones; y como clavos hincados son las de los maestros de las congregaciones, dadas por un Pastor. (12) Ahora, hijo mío, a más de esto, sé amonestado. No hay fin de hacer muchos libros; y el mucho estudio es fatiga de la carne. (13) El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. (14) Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala.
Tengo absoluta certeza que, todavía hoy, pleno siglo veintiuno, tanto fuera como dentro de la iglesia, mayoritariamente, todo sigue siendo vanidad. Existe, la hay, la vemos y es perjudicial para todos nosotros obrar con exceso de permisividad y terminar siendo cómplices o protagonistas directos de esa vanidad. Por contrapartida, vuelve a consignar que las palabras de los sabios, son como aguijones para las personas. ¿Habla de sabios humanos? No, habla de sabiduría divina, algo que todavía no se estudia en ningún seminario teológico del mundo. Algo que solamente se recibe si al Espíritu Santo le place darla. Pero fíjate que te dice que, cuando alguien habla con sabiduría divina, sus palabras son como aguijones, y que cuando un maestro del Señor genuino enseña lo que Dios le ordena enseñar, sus enseñanzas con como clavos que se hincan en las estructuras tradicionales de la iglesia.
Y concluye con algo que, cuando lo leí, supe que el tiempo de escribir grandes libros, estaba concluido, que, con lo ya dicho, era más que suficiente para ayudar a salir al ruedo y pelear la buena batalla, tengas la edad que tengas. A Dios no le interesa lo que dice tu documento, a Dios le interesa lo que dice tu corazón. Y con respecto a estudiar, también recibí lo escrito. ¿Adónde queremos llegar aumentando conocimiento bíblico más y más? ¿No es tiempo de salir a demostrarle al mundo que somos hijos de un Dios poderoso, y no de uno tímido y pusilánime que no se atreve a desafiar los mayores poderes terrenales? Y, finalmente, la tranquilidad de lo que leemos en el final: Dios traerá TODA obra a juicio, juntamente con TODA cosa ENCUBIERTA, sea buena o sea mala.
Eclesiastés. Si me preguntas por qué volví a leer este libro después de tantos años, no lo sé. Pero estoy seguro que Dios sí lo sabe, como cuando me llevó a leerlo, hace ya más de cuarenta años, encontrando en los primeros ocho versos del capítulo 3, nada menos que el estandarte de todo el resto de mi vida. Decía Eclesiastés 3:1 = Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. (2) Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; (3) tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar; (4) tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar; (5) tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar; (6) tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar; (7) tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar; (8) tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz.
Recuerdo que me quedé en silencio y pensativo. No sabía qué me quería decir el Señor con todo esto. Yo ya sabía más o menos bien, que estas cosas eran y serían así. Lo que no me esperaba, era oír su voz con la nitidez que la oí cuando me dijo: “A esto ya lo sabes. Ahora ve adelante en lo que te resta de vida con un tiempo que todavía no conoces. Un tiempo que deberás enseñarles a tus hermanos a buscar y lograr. Un Tiempo de Victoria. ¿Te das cuenta? Así nació el nombre de este ministerio. No fue una ronda de ideas, no fue la locura de un joven todavía muy ignorante. Fue la providencia y la gracia de escuchar una voz que venía del cielo y, única decisión personal valorable, obedecerla. Como la he obedecido hoy al compartirte esto, hermano anciano, hermana anciana. Joven o jovencita con padres, madres, abuelos o abuelas ancianas. Que haya servido para aliento, capacitación, crecimiento y unción poderosa para, efectivamente, salir a buscar hacer efectiva esa victoria que ya fue lograda en la cruz.