Estudios » Blog

3 – Cuando La Obra es de Dios

Efesios 6:18 = Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos;

Ezequiel 36:37 = Así ha dicho Jehová el Señor: Aún seré solicitado por la casa de Israel, para hacerles esto; multiplicaré los hombres como se multiplican los rebaños.

Isaías 62:6-7 = Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra.

Cuando Dios obra, lo hace siguiendo una ley precisa y un principio definido. Aunque Él podría hacer lo que quisiera, con todo nunca obra descuidadamente. Todo lo que Él hace está siempre de acuerdo a una determinada ley y principio establecidos por Él. Sin duda alguna, Él puede trascender todas estas leyes y principios, porque es dios y es muy capaz de actuar conforme a lo que le plazca. Sin embargo, descubrimos en la Biblia un hecho maravilloso que a pesar de su infinita grandeza y de su habilidad para obrar de acuerdo a su voluntad, Dios siempre actúa siguiendo la línea de la ley o del principio que Él ha establecido. Parece como si Dios, de manera deliberada, se haya sometido a la ley para ser controlado por su propia ley. Así pues, ¿Cuál es el principio que regula la obra de Dios? La obra de Dios se ajusta a un principio básico: Él quiere que el hombre ore; desea que el hombre coopere con Él por medio de la oración.

En cierta ocasión un cristiano que sabía orar muy bien, declaró esto; que todas las obras espirituales incluyen cuatro escalones, El primer escalón es que Dios concibe un pensamiento, el cual es su voluntad. El segundo escalón es que Dios revela su voluntad a sus hijos por medio del Espíritu Santo, haciéndoles saber que Él tiene una voluntad, un plan, una demanda y una expectación. El tercer escalón es que los hijos de Dios devuelven la voluntad de Dios ofreciéndole oraciones, pues la oración es la manera como respondemos a la voluntad de Dios. Si nuestro corazón es uno con su corazón, nosotros expondremos naturalmente en nuestra oración lo que Dios intenta hacer. El cuarto escalón es que Dios llevará cabo esta misma cosa.

Aquí nosotros vamos a poner nuestra atención no en el primer escalón ni en el segundo, sino en el tercero: cómo tenemos que devolver la voluntad de Dios ofreciéndole oraciones. Fijémonos bien en la palabra “devolver”. Todas las oraciones de valor contienen en ellas este elemento de “devolver”. Si nuestra oración tiene solamente el propósito de lograr nuestro plan y nuestras expectaciones, en el terreno espiritual no podemos decir que esta oración valga mucho. La oración debe tener su origen en Dios, y a nosotros nos toca contestarla. Esta es la oración efectiva, pues es la oración que controla la obra de Dios. Cuántas son las cosas que el Señor desea hacer y, sin embargo no las lleva a cabo porque su pueblo no ora. Dios esperará hasta que los hombres se pongan de acuerdo con Él, y entonces obrará. Este es un gran principio de la forma como Dios obra, y constituye uno de los principios más importantes de todos los que se encuentran en la Biblia.

Lo que se dice en Ezequiel 36:37 que leímos en el inicio, es sorprendente. El Señor dice que tiene un propósito y es que Él multiplicará los hombres de la casa de Israel como se multiplican los rebaños. Esta es la determinada voluntad de Dios. Lo que Dios ha ordenado, Dios lo hace. Sin embargo, Dios no lo va a realizar instantáneamente, sino que esperará un plazo. ¿Cuál es la razón de la espera?  El Señor dice: Aún seré solicitado por la casa de Israel, para hacerles esto; Él ha decidido aumentar los hombres de la casa de Israel, pero debe esperar hasta que los hijos de Israel se lo soliciten. Vemos que aunque Él ha resuelto llevar a cabo ciertas cosas, no las realizará inmediatamente. Esperará hasta que los hombres muestren su acuerdo antes de que Él obre. Cada vez que Dios obra, nunca procede inmediatamente sólo por el hecho de que eso es su voluntad; no, esperará, si es necesario, para que su pueblo exprese su acuerdo en oración antes de que Él obre. Ciertamente que esto es un fenómeno sorprendente.

Tengamos siempre presente esta verdad: que todas las obras espirituales son decididas por Dios y deseadas por sus hijos. Todas son comenzadas por Dios y aprobadas por sus hijos. Este es un gran principio en las obras espirituales. Aun seré solicitado por la casa de Israel, dice el Señor. La obra de Dios espera la petición de los hijos de Israel. Y un día los israelitas en efecto pidieron y sin tardanza Dios procedió a hacerlo para ellos. ¿Nos damos cuenta de este principio en todas las obras de Dios? Después que Dios ha comenzado algo, se detiene en la ejecución hasta que nosotros oremos. Desde el día de la fundación de la iglesia, no hay nada que Dios haga en la tierra sin la oración de sus hijos. Desde el momento que Dios tiene sus hijos, todo lo hace de acuerdo a la oración de los suyos. Todo lo sujeta a las oraciones de ellos. No sabemos por qué obra de esta manera, pero sabemos que esto es un hecho. Dios ha querido descender a la posición de deleitarse en cumplir su voluntad a través de sus hijos.

Hay otra ilustración de esto en Isaías 62, que también leímos. Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra. Dios intenta poner a Jerusalén por alabanza en la tierra. ¿Cómo va a hacerlo? Pone guardas sobre los muros para que clamen a Él. ¿Cómo tienen que clamar? No reposéis, ni le deis tregua. Tenemos que clamar a Él incesantemente y no darle reposo. Hemos de seguir orando hasta que Dios realice su obra. Aunque el Señor ya ha deseado poner a Jerusalén por alabanza en la tierra, sin embargo, Él pone guardas en los muros. De acuerdo a las oraciones de ellos obrará Dios. Los urge a que oren no una sola vez, sino que oren sin cesar. Sigamos orando hasta que se haga la voluntad de Dios. En otras palabras, la voluntad de Dios es gobernada por las oraciones del hombre.

El Señor espera a que nosotros oremos. Ente4ndamos claramente que por lo que se refiere al contenido de la voluntad de Dios, es Dios mismo quien lo decide; nosotros no hacemos la decisión, ni siquiera tomamos parte en ella. Sin embargo, por lo que se refiere a hacer la voluntad de Dios, eso está gobernado por nuestra oración. Y aquí recordaba a ese hermano que dijo que la voluntad de Dios es como un tren y nuestras oraciones como las vías para que ese tren funcione. Un tren puede viajar a cualquier lugar, pero siempre y cuando haya vías para que transite. El Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra. El tren tiene una fuerza tremenda para ir hacia el este, el oeste, el sur y el norte, pero sólo puede ir a los lugares donde las vías están colocadas.

Y esto es así no porque Dios no tenga poder, (Dios, como el tren, tiene poder, gran poder) pero como Dios elige ser gobernado por la oración del hombre, por lo tanto, todas las oraciones válidas, (Como las vías para ese tren), abren el camino a Dios. Consecuentemente, si nosotros no tomamos la responsabilidad de la oración, estamos impidiendo el cumplimiento de la voluntad de Dios. Cuando Dios creó al hombre, le dio una voluntad libre. Así es que en el universo existen tres voluntades diferentes, a saber: la voluntad de Dios, la voluntad de Satanás, el enemigo, t la voluntad del hombre. La gente podrá preguntarse por qué el Señor no destruye a Satanás en un momento. El Señor podría, pero no lo ha hecho. ¿Y por qué? Porque Dios quiere que el hombre coopere con Él en enfrentarse a Satanás. Así resulta que Dios tiene su voluntad, Satanás la suya, y el hombre también tiene la suya. Dios busca tener la voluntad del hombre unida a la suya. Dios no destruirá a Satanás por sí mismo. Nosotros no sabemos enteramente por qué Dios ha escogido esa manera, es decir, el que Dios no actuará independientemente; Dios busca la cooperación del hombre. Y esta es la responsabilidad de la iglesia en la tierra.

Cuando el Señor quiere hacer una cosa, primero pone su pensamiento en nosotros por medio del Espíritu Santo. Y solamente después que nosotros hayamos convertido ese pensamiento en oración, el Señor lo pondrá por obra. Así es como se hacen las obras de Dios; Dios no hará nada de otra forma. Él necesita de la cooperación de nosotros los hombres. Él necesita una voluntad que sea una con la suya y que esté de acuerdo con Él. Si Dios hiciera las cosas sin involucrarnos a nosotros los hombres, entonces no hay en absoluto ninguna necesidad de que nosotros estemos aquí en la tierra, ni necesitamos saber cuál es la voluntad de Dios. Sin embargo, toda voluntad de Dios debe ser hecha por nosotros, puesto que Él exige que nuestra voluntad sea una con la suya propia. Por lo tanto, el primer paso al hacer nosotros la voluntad de Dios es que expresemos su voluntad en oración. La voluntad de Dios será expresada por medio de nuestra oración.

Aquí podemos ver que la oración es realmente un trabajo. No hay ningún trabajo que sea más importante que la oración, porque la oración cumple y al mismo tiempo expresa la voluntad de Dios. Por esto, toda oración que viene de nuestra propia voluntad es inútil. Las oraciones que están de acuerdo con la voluntad de Dios, se originan en Dios, se nos revelan a nosotros por el Espíritu Santo, y vuelven a Dios por medio de oraciones. Cualquier oración que está de acuerdo con la voluntad de Dios debe empezar con la voluntad de Dios, los hombres simplemente responden y transmiten esa voluntad. Todas las que comienzan con nosotros, son oraciones sin ningún valor espiritual. Al leer la historia de la iglesia, podemos notar que todos los grandes avivamientos han venido siempre de la oración. Esto demuestra cómo la oración capacita al Señor para hacer lo que Él quiere hacer. Nosotros no podemos pedirle que haga lo que no quiere hacer, aunque ciertamente podemos retrasar lo que Él quiere hacer. Con todo, cuando somos llamados a ser canales de su voluntad, podemos sin duda bloquear la obra de Dios si no cooperamos con Él.

Por esta razón nuestra oración nunca debe ser pedir al Señor que haga lo que Él no tiene deseo de hacer o tratar de cambiar su voluntad. Debe ser simplemente una oración según su voluntad, que por tanto lo capacita para hacer lo que Él desea hacer. En el caso de que pidamos insistentemente con la esperanza de forzarlo a hacer lo que Él no tiene intención de hacer, estaremos desperdiciando nuestros esfuerzos, pues nuestra oración no servirá para nada. Si Dios no quiere actuar, ¿Quién podrá hacerlo actuar? Una cosa solamente podemos hacer, y esa es el orar por lo que Dios ha deseado. Entonces Dios nos llevará a cabo su obra porque nosotros somos uno con Él. Tomemos como ejemplo la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Cientos de años antes del día de Pentecostés, en el tiempo de Joel, Dios ya había mencionado esta venida. Pero el Espíritu Santo vino solamente después que muchos discípulos se habían reunido y habían orado.

Aunque el advenimiento del Espíritu había sido determinado por Dios mucho antes, no se hizo realidad hasta que los hombres hubieron orado. El Señor es capaz de hacer muchas cosas; sin embargo, le gusta hacerlas después que los hombres han orado. Dios espera nuestro consentimiento. Dios mismo ya quiere, pero desea que nosotros también queramos. Cuantas son las cosas que él ha decidido hacer, y sin embargo espera, porque nosotros no le hemos expresado nuestro acuerdo. Debemos darnos cuenta que aunque no podemos forzar a Dios a hacer lo que no quiere hacer, sin embargo sí podemos pedirle que haga lo que sin duda alguna Él quiere hacer. Con frecuencia perdemos bendiciones espirituales porque fallamos en expresar en la oración la voluntad de Dios.

Si surge alguien y se dedica exclusivamente a la obra de la oración, qué cosa tan excelente será. Dios está esperando a estas personas para que trabajen unidas a Él y así lo capaciten para terminar su obra. Algunos cristianos podrán preguntarse por qué el Señor no salva a más pecadores, por qué no hace que los creyentes sean vencedores. Yo creo sinceramente que Dios, sin duda alguna, haría tales obras, con la sola condición de que el pueblo orase. Dios no está opuesto a llevar a cabo la obra, simplemente desea obtener primero personas que trabajen junto a Él. Siempre que esas personas comienzan a trabajar con Él, Dios inmediatamente actúa. En todas las obras espirituales, el Señor está esperando siempre una expresión del deseo de sus hijos. El que la obra se haga o no se haga depende de cómo sus hijos oren. Por lo tanto, nosotros debemos declarar nuestra cooperación con Él. Dios está esperando para bendecirnos. La cuestión ahora es: ¿Oraremos nosotros?

Los que no conocen a Dios podrán replicar de esta forma: Si Dios quiere hacer algo, ¿Por qué no lo hace? ¿Por qué ha de desear que los hombres oren? ¿No lo sabe Dios todo? La mucha oración, ¿No llegará a molestar a Dios? Tengamos presente, sin embargo, que nosotros los humanos somos seres con una voluntad libre. Así como el Señor no puede negar su propia voluntad, tampoco forzará la nuestra. Dios nos esperará si nosotros no oramos según su voluntad, Con todo, ¿No desea Dios que su voluntad se haga en la tierra como se hace en el cielo? Entonces, ¿Por qué no sigue adelante Dios y la realiza? ¿Por qué pide el Señor a sus discípulos que oren? Padre nuestro que estás en el cielo…que se haga tu voluntad, como en el cielo, así en la tierra Si Dios quiere que su Reino venga, ¿Por qué no viene de manera automática? ¿Por qué los discípulos tienen que orar que venga tu Reino?

¿Por qué, si Dios sin duda desea que su nombre sea santificado por todos los hombres, no hace Él mismo que sea santificado en vez de requerir que los discípulos oren? Santificado sea tu nombre. Todo esto no tiene más razón de ser que el hecho de que Dios no desea hacer nada independientemente, porque Dios elige que los hombres cooperen con Él. Dios tiene el poder, pero necesita que nuestras oraciones pongan la vía para que corra ese tren de su voluntad. Cuantas más vías pongamos, más abundantes serán las obras de Dios. Por lo tanto, nuestras oraciones deben servir el propósito de poner una inmensa red de vías espirituales, Y cuantas más sean, mucho mejor.

¿Cómo debemos nosotros poner las vías para la voluntad de Dios? La respuesta está en Efesios 6:18: Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu. Nuestra oración debe tocar en muchas direcciones. Debemos orar constantemente. Hagamos oraciones específicas y precisas, y también oraciones generales. Muchas de nuestras oraciones, por abarcar mucho, son demasiado imprecisas; presentan demasiados agujeros por los que Satanás puede entrar con toda facilidad. Si nuestras oraciones fueran completas y bien protegidas, Satanás no tendría ninguna oportunidad de hacer estragos. Por ejemplo, cuando un hermano sale a predicar, debemos poner la vía para que la voluntad de Dios se cumpla en él. Si solamente oramos unas pocas palabras en una oración general, pidiendo al Señor que lo bendiga, que lo proteja, y supla sus necesidades, esa red de oración es demasiado delgada. Si queremos orar por una persona en particular, debemos extender una red muy cerrada para que Satanás no encuentre ningún agujero por donde colarse.

Entonces, ¿Cómo debemos orar? Cuando ese hermano se prepara para salir, debemos orar por su salud, por su equipaje, por el tren o el avión en el que viajará, hasta por el horario de su viaje o su vuelo, por su descanso y por la comida que le brinden durante ese viaje, además de por toda la gente con la que comparta ese viaje. Debemos orar también por todo lo que se relacione con él cuando haya llegado a su destino: orar por el lugar en que se quedará, orar por los vecinos, incluso por las cosas que él leerá o verá en las redes o la televisión, orar también por su trabajo: por el tiempo que le tenga que dedicar y por todas las otras cosas que se relacionan con el trabajo. Si oramos por él así de extensamente, será muy difícil que Satanás encuentre una abertura por la que pueda atacarlo. El trabajo de la oración es por lo tanto un verdadero trabajo. Los que son perezosos, necios y descuidados no pueden hacer este trabajo. Con todo, cuán a menudo vemos que, cuando hay personas que oran por una determinada cosa con seriedad y por extenso, la cosa se cumple.

Hay otra lección que debemos aprender aquí. Satanás está tan lleno de engaños, que para nosotros es realmente difícil defendernos de sus tretas. Nosotros somos incapaces de orar hasta por el último detalle y, por lo tanto, solamente podemos orar de esta manera: “Oh Señor, que tu preciosa sangre responda a lo que venga de Satanás.” Démonos cuenta que la preciosa sangre de Cristo es la contestación a todas las obras del enemigo. Esta es la mejor oración que podemos presentar contra él, para que no pueda colarse por esta red para asaltar a los hijos de Dios. Cada vez que oramos, necesitamos ver tres aspectos: primero, debemos ver a quien estamos orando; segundo, debemos conocer a aquel por quién ramos; y tercero, debemos darnos cuenta de quién es contra el que oramos. Frecuentemente sólo nos acordamos de dos aspectos de la oración: el que se refiere a Dios, (A quien oramos), y a los hombres, (Por quienes oramos).

Y así hemos pasado por alto el aspecto a que se refiere el enemigo. En este asunto de la oración debemos conocer no solamente a quién oramos, sino también contra quien oramos. Debemos conocer por quien oramos, pero debemos también conocer que hay un enemigo que está al acecho para herirnos. Nuestra oración se dirige a Dios, por los hombres y contra Satanás. Si tenemos en cuenta estos tres aspectos, es seguro que Dios obrará a nuestro favor. Todos los que verdaderamente trabajan para el Señor deben extender la red de la oración de tal manera que Dios pueda obrar por medio de esa persona. Dios no está en absoluto opuesto a obrar: simplemente está esperando que las personas oren. Que ansiosamente espera el Señor que los hombres tengan una vida de oración, como la voluntad divina espera las oraciones de los hombres. Muchas veces, sin que de antemano hayamos destinado un tiempo para la oración, sentimos una urgencia para orar. Esto indica que hay un asunto en la voluntad de Dios que requiere nuestra oración.

Oremos cuando sintamos la urgencia de la oración; esto es orar de acuerdo a la voluntad de Dios. Es el espíritu Santo quien nos constriñe a presentar la oración que está de acuerdo con la voluntad de Dios. Cuando el Espíritu Santo nos urja a orar, debemos orar. Si no oramos, sentiremos un ahogo interno, como si hubiéramos dejado de hacer algo. Y si a pesar de todo no oramos, nos sentiremos todavía más oprimidos. Por fin, si decidimos no orar, el espíritu de la oración y la urgencia de la oración quedarán tan embotados, que nos será difícil recobrar este sentimiento y hacer después la oración de acuerdo a la voluntad de Dios.  Cada vez que Dios pone un pensamiento de oración en nosotros, su Espíritu Santo primero nos mueve a tener una urgencia de orar por ese asunto en particular. Tan pronto como recibamos ese sentimiento, inmediatamente debemos entregarnos a la oración. Debemos pagar el precio de orar bien por ese asunto.

Cuando el Espíritu Santo nos mueve, nuestro propio espíritu al instante siente una urgencia como si nos hubieran puesto un peso en el corazón. Después de haber orado, nos sentimos aliviados, como si nos hubieran quitado de encima una pesada piedra. Pero en el caso de que no hagamos la oración, experimentaremos el sentimiento de que hemos dejado de hacer algo. Si no hacemos la oración, no estamos en armonía con el corazón de Dios. Si somos fieles a la oración, es decir, si oramos tan pronto sintamos la urgencia de hacerlo, la oración no se convertirá en un peso, sino que en vez de ser así, se convertirá en algo suave y gustoso. ¡Qué lástima que sean tantos los que en este punto apagan el Espíritu Santo! Ahogan la sensación de que el Espíritu Santo da para moverlos a orar. Después, serán muy pocas las veces que vuelvan a experimentar esa sensación. Porque ante el Señor, ya no son vasos útiles.

El Señor no puede lograr nada por medio de ellos, porque ellos ya no pueden expresar en la oración la voluntad de Dios. Si caemos en el estado de ya no sentir la urgencia de la oración, nos habremos hundido en una situación muy peligrosa, porque habremos perdido la comunión con Dios y Él ya no puede usarnos en su trabajo. Por esta razón hemos de ser extremadamente cuidadosos al tratar los sentimientos que nos da el Espíritu Santo. Cuando sintamos una urgencia en la oración, inmediatamente debemos preguntarle al Señor: Dios mío, ¿Por qué cosa quieres que ore? ¿Qué quieres llevar a cabo que necesita que yo ore? Y si nosotros oramos por eso, la vez siguiente, Dios volverá a confiar en nuestra oración. Pero si no obedecemos la primera urgencia, seremos incapaces de recibir la segunda llamada. Piramos al Señor que nos haga fieles en cooperar con Él en la oración. Tan pronto como sintamos el peso, descarguémoslo en la oración.

Si la carga se hace demasiado pesada y no podemos aliviarla con la oración, entonces debemos ayunar. Cuando la oración no puede aliviar la carga, debe ser seguida por el ayuno. Por medio del ayuno, la carga de la oración puede aliviarse rápidamente, puesto que el ayuno puede ayudarnos a descargara la más pesada de las cargas. El que continúe haciendo el trabajo de la oración, se convertirá en un canal de la voluntad de Dios. Cuando el Señor tenga algo que hacer, buscará a esta persona. Deseo decir esto: que la voluntad de Dios está siempre buscando una salida. El Señor está siempre a la búsqueda de alguien o de algunas personas que sean la expresión de su voluntad. Si son muchos los que se adelantan a hacer este trabajo, Dios hará muchas cosas a causa de sus oraciones.

Comentarios o consultas a tiempodevictoria@yahoo.com.ar

octubre 10, 2025 Néstor Martínez