Introducción

Estoy convencido, en el momento de iniciar este trabajo, que lo que voy a enfrentar, es un tema sumamente complicado. Es más: podría decirle, a la vista de tantos episodios ocurridos en diferentes latitudes, que casi ronda la categoría de “tabú”. Para los que no están familiarizados con este término, diré que es un equivalente místico o religioso de “prohibido.” Pero una vez más, y como viene sucediéndome desde que este ministerio “capturó” mi vida, tengo la certeza, (Aunque al principio sólo fue una sensación), que alguien tiene que decirlo.

Y si bien no soy el único, (¡Gracias a Dios!) Que ha recibido esta visión, soy consciente de que muchos de ellos han decidido callarlo por una simple cuestión de intereses personales o sectoriales. Eso, (Otra vez: ¡Gracias a Dios!) No me sucede y, por lo tanto, acepto el reto; Acepto el desafío. En lo que usted va a leer a continuación, yo lo voy a decir y espero no sufrir ningún ataque de terror o de autocensura que me haga silenciar de manera inconsciente, algo que pueda ser valioso, clave o importante.

Voy a hablar, en principio, del matrimonio. No del modo en que quizás estamos acostumbrados, que es a partir de las bases de la moral, las buenas costumbres o algún rótulo similar que sirva para hacer quedar bien y no avergonzarse a una congregación o a un grupo religioso determinado. Lo voy a hacer desde la óptica de Dios, conforme a lo que Él desea que el matrimonio sea. Y conste mi hermano que, si estoy diciendo “matrimonio” es porque no deseo confrontar desde el inicio mismo con las tradiciones occidentales y, mucho menos, con los tradicionalistas a los que conozco muy bien y sé que no están dispuestos a moverse ni un milímetro de la posición en la que están.

Pero convengamos que, cuando Dios pone en marcha y habla de la unión entre el hombre y la mujer, nunca le llama matrimonio, sino eso que precisamente yo dije y Él escribe: Unión. “Se unirá el hombre a su mujer, y será…” Y si esta expresión llegara a despertar el gozo y la aclamación de los adeptos al concubinato sin compromisos, les aviso que ese gozo no tiene ni base de sustentación ni razón de ser, ya que cuando usted comience a leer el texto podrá comprobar con claridad que no estoy dispuesto a salirme de la ruta divina ni un milímetro.

Tendré que decirle que, hablar del matrimonio, tiene sus particularidades y sus inconvenientes. Porque, veamos: ¿Qué es lo primero que hará usted si asiste a una tremenda conferencia sobre el matrimonio, dictada por tremendo siervo de Dios promocionado durante dos meses previos? Se va a sentar en su butaca, va a escuchar con la máxima atención que encuentre disponible, va a tomar nota de todo aquello que desconoce o supone haber aprendido de otro modo, va a coincidir con lo que está de acuerdo con lo que usted pensaba de antemano y se puede llegar a escandalizar si hay algo que no coincide con su teoría.

Pero no va a terminar allí. Porque después de concluida la conferencia y mientras una gran mayoría de hermanos, como casi siempre ocurre en estos eventos, tratan de recibir aconsejamiento gratuito para sus padecimientos por parte de alguno de los personajes invitados, usted va a poner su ojo crítico y meticuloso en el conferenciante. Si es soltero, inmediatamente va a desechar lo que pueda haberle molestado y sólo se quedará con lo que es coincidente. ¡Después de todo, un soltero no puede venir a enseñarme a mí lo que es el matrimonio! Que Pablo en las mismas condiciones lo haya hecho, es otro asunto. Pablo hay un solo.

Si el conferenciante, por el contrario, es casado, entonces su reacción será muy sencilla: tratará por todos los medios de saber cómo es su propio matrimonio y, principalmente, si él está poniendo en práctica, poniendo por obra todas las cosas que ha terminado de enseñarnos. Sólo si su vida matrimonial respalda lo dicho, usted estará dispuesto a alterar todas aquellas cosas que haya que cambiar en el suyo. De otro modo, olvídelo y a otra cosa; ¡Hasta la próxima conferencia! Total, es todo vana palabrería…

Pero el tema que indudablemente quema las manos de todo el ministerio pastoral, es el del Divorcio.. Hay congregaciones sumamente celosas de su prestigio y concepto social y, más allá del aval o no de la Palabra, suelen ser contundentes, implacables y hasta crueles en el tratamiento de los casos. Hermanos lastimados para confirmar esto, he conocido decenas, centenas, y es seguro que allí, detrás de este mensaje, con los ojos fijos en una pantalla, en este momento, podrá haber alguno también.

Recuerdo a un hermano y una hermana que vinieron a verme, una mañana, ni bien finalizara mi espacio radial. Estaban en el límite de la angustia y la desesperación. Tanto que ni consideré oportuno, porque algo me decía que no era lo mejor, preguntarles nada sobre su pastor y todo eso que se pregunta cuando viene alguien que se está congregando en alguna parte a buscar consejo. Según relataron, casi a dúo, que en la congregación a la cual asistían, al enterarse que ella era divorciada y que se había vuelto a casar con este hombre, con el cual ya había tenido una beba, le dijeron, después de largos e interminables conciliábulos, que como “premio” a su fidelidad y dedicación a la obra, que se aceptaba que continuaran viviendo juntos, pero eso sí: sin tener relaciones sexuales para no incurrir en más pecado.

Soy un individuo sumamente cauto a la hora de abrir un juicio o emitir una opinión si no tengo todos los elementos en mis manos, como buen periodista, pero no sé si fue el asombro que me produjo tamaña decisión y mandato o alguna otra desconocida reacción la que me llevó a responder, cuando me preguntaron qué me parecía a mí eso y qué opinaba yo de esa medida, con tres palabras que todavía no sé si no fueron demasiado cargadas o fuertes para el asunto en cuestión. Solo atiné a decir: Eso es diabólico. Fue todo lo que pude decir.

Y no me olvido cuando, en otra congregación, al invitar a un predicador extranjero, en el momento de recibirlo, él comentó con toda transparencia y soltura que, antes de conocer al Señor, la que ahora era su esposa, había estado casada con otro hombre, del cual se había divorciado –proceso judicial mediante-, a raíz de ser un alcohólico, violento que la castigaba duramente. Inmediatamente, la expresión del liderazgo se alteró y cuando estaba por ascender a la plataforma para acceder al púlpito y predicar, (Cabe acotar que sus mensajes por término medio nunca eran inferiores a noventa minutos), recibió la directiva, (Porque en honor a la verdad, no fue una sugerencia), de que se habían comprometido los tiempos y que sólo podía predicar por espacio de no más de quince minutos.

El visitante, (Un tremendo siervo de Dios con una palabra contundente, fresca y llena de revelaciones y unción, se excusó. Dijo que en esas condiciones no podría desarrollar nada y que no veía la posibilidad de utilizar ese tiempo, ya que no le interesaba meramente saludar a la gente. Que en todo caso, podían dejarlo para el día siguiente al cual también estaba invitado. Con amables sonrisas le dijeron que muy bien, que lo entendían, que estaban totalmente de acuerdo y que así se haría. De hecho, a primera hora del día siguiente, el hombre recibió en el hotel donde se hospedaba, una breve nota del pastor de esa congregación en la que se le comunicaba que la misma no veía con simpatía que predicara en su santo púlpito alguien que, de acuerdo con su interpretación, estaba viviendo en pecado, y que verían con agrado que no regresara, ni siquiera en calidad de visita a la misma. Nadie le dijo que en esa congregación, incluido el pastor, se estaban peleando por conseguir sus cintas grabadas de otros mensajes por lo valiosas y bendecidas que eran. Pero recibirlo, no. A eso no lo podían admitir bajo ningún concepto. Usted piense lo que desee. Yo le he contado tal como fueron las cosas.

En otras congregaciones más… abiertas, más… renovadas, la problemática de los divorciados se tomaba (Y se toma todavía) con otra amplitud de criterios, con otra consideración y con otra comprensión. Luego de diversos exámenes (Porque de eso no se escapa ninguno), y del debido conciliábulo de diáconos más todos aquellos que gusten participar, (Incluida toda la iglesia en los casos de denominaciones democráticas), finalmente, y en una actitud de amor, de contención y de misericordia, se suele decidir acepar como miembros a divorciados, tanto solos como vueltos a casar. Sin embargo, una vez superado el momento apoteótico y emotivo, donde la iglesia entera va a besar y abrazar a los nuevos miembros, estos, que no terminan de recuperarse del impacto emocional que les significa abandonar la marginación y a sensación de ser de segunda o tercera categoría, inmediatamente se ofrecen para trabajar, porque sienten que tienen que devolver con esfuerzo propio la gracia recibida. Allí es donde se enfrentan con el primer obstáculo, porque si bien se les dice que sí, que no hay problemas, que son bienvenidos, pero que lamentablemente, sabrá usted comprender hermano, tenemos disposiciones muy antiguas internas que dicen que ustedes, por su calidad civil, no pueden hacer tal, tal y tal cosa. Conclusión: con mejor barniz, pero más de lo mismo.

Muy bien; a partir de estas experiencias propias, y a través de una larga investigación que incluyó una vasta recopilación de trabajos ajenos, de los que no doy mayores referencias ni nombres porque, también la experiencia me dice, que los prejuicios suelen anular las revelaciones. “¡Cómo va a ser el hijo de Dios si yo lo conozco, su padre es José el carpintero!”. De todo eso, es de donde ha surgido lo que usted va a comenzar a leer seguidamente.

Las dos primeras partes, no dudo, serán de gran bendición o al menos de gran ayuda para su vida, sea usted soltero como casado. Un matrimonio no se consolida de un día para el otro, sino que es una suma diaria de elementos los que consiguen cimentarlo con el correr del tiempo. Si fuera algo tan sencillo, tan de poca monta, no habría centenares de libros escritos por diferentes ciencias seculares que se han ocupado de ello, obviamente, con escaso éxito. No éxito de venta, donde lo que priva es una buena promoción, sino éxito en su cometido, que es necesariamente operar a favor de la felicidad de la gente.

En cuanto a la última parte, que está dedicada al tema del divorcio, ha sido plasmada allí pensando en tantas y tantas almas lastimadas, heridas, llenas de resentimientos, amarguras, injusticias y tristezas que, en el nombre del Señor, tantas veces hemos producido en hermanos fieles y sinceros, condenados a la marginación y, a veces, al escarnio. No aspiro consensos ni reconocimientos, sólo espero que aquí también, la Palabra sea de liberación para todos los que de uno u otro modo puedan estar vinculados.

Finalmente, y antes de despedirme de usted para volver a encontrarnos en el Epílogo, quiero que comparta conmigo, esté donde esté y sea el día que sea y la hora que sea, la que es mi oración al respecto: Señor: te pido que este aporte, que tú sabes muy bien que es sólo un servicio desprovisto de cualquier otros intereses, se constituya de bendición, sea de paz y para crecimiento de todos los que lo lean con el corazón dispuesto a recibir del cielo lo que el cielo envíe. Y tomando la legítima autoridad que tú me das en este momento y lugar, yo ato y sujeto en el nombre de Jesucristo de Nazaret todo espíritu inmundo que intente crear confusión, oposición, religiosidad, ira o contienda. En el bendito nombre de Jesús. Amén.

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enero 1, 2015 Néstor Martínez