Voy a decirte algo que podrá sonar como una frase más, pero que no te quepan dudas que no lo es. Cada uno de nosotros somos y tenemos lo que hemos creído. No tenemos nada más, ni nada menos. Como dicen los filósofos, cada cabeza es un mundo. Cada uno de nosotros tiene una conciencia y una forma de percibir las cosas, y una forma de creer las cosas. Una misma palabra significa muchas cosas diferentes en medio de un cúmulo de personas. Cada uno de nosotros conceptualiza y cree, y forma ideas de forma diferente. Y vamos creándonos un mundo de aquello que hemos creído. Ojo, no necesariamente de lo que decimos que creemos. Porque todos podemos decir que creemos en el poder de Dios. Ustedes que me escuchan dicen que creen en el poder de Dios, pero, ¿Realmente es así? ¿De verdad todos creemos que todo lo que dice la Biblia es cierto?
Casi todos decimos con la mente y totalmente convencidos que todo es cierto, pero en el fondo, la gente no lo cree. Cada uno tiene su propio mundo. Algunos pueden concebir a Jesús en una grandeza extraordinaria y hacer cosas extraordinarias para Dios, y otros tienen un Cristo tan pequeño que no les alcanza ni para sanar un resfriado. Es el mismo Jesús. Es el mismo nombre. Es el mismo concepto del Hijo de Dios, pero uno lo percibe de una manera y otro de otra. Y en el fondo lo que tenemos, es lo que hemos creído. No lo que leemos de la Biblia, sino cómo hemos creído lo que leemos de la Biblia. Todos creemos en el absoluto poder de Dios. Todos creemos que un hijo de Dios puede caminar sobre las aguas. La Biblia dice que un hijo de Dios puede caminar sobre las aguas. ¡Pedro caminó sobre las aguas! Y nosotros decimos ¡Amén! Dios dice que podemos caminar sobre las aguas. Ajá… ¿Cuántos de nosotros hemos caminado sobre las aguas?
Jesús vino a traernos un Reino extraordinario. De posibilidades y caminos extraordinarios. Y nos resulta muy fácil leer, por ejemplo, que Felipe fue arrebatado nadie se atreve a decir cómo, y fue llevado a Etiopía a encontrarse con ese etíope. Y el milagro no solamente fue el de ser trasladado en el espíritu, sino también el de aprender el idioma del etíope para poder comunicarse con él. Porque Felipe hablaba hebreo. Y así pudo hablarle y ese hombre creyó, y creyó de una manera diferente. Porque su mente nunca obstaculizó las cosas sobrenaturales. Tenemos lo que cada uno creemos. Decimos la palabra “Dios” y te aseguro que esa palabra significa cosas muy diferentes para unos y para otros. Tenemos conceptos en la Biblia que los hemos creído por generaciones y los vamos repitiendo y pasando, repitiendo y pasando. Y ninguno de nosotros se tomó el trabajo un día de pararse y ver si era verdad o no lo que nos habían dicho y ahora repetíamos.
Y esto va creando una conciencia y una forma de pensamiento, en el cual dejamos de depender de Dios para pasar a depender del hombre. Y hemos creído y creado conceptos y formas que hemos trasladado de generación en generación. ¿Cuántos creen que en el tiempo de Nimrod había una sola lengua sobre la tierra? ¿Cuántos han leído que había una sola lengua en la tierra? En los institutos bíblicos de mayor prestigio se enseña que había una sola lengua sobre la tierra. Y no falta algún atrevido que sugiere que esa lengua era el hebreo. A ver si esto es cierto. Génesis 10: 1: Estas son las generaciones de los hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet, a quienes nacieron hijos después del diluvio. Verso 5: De estos se poblaron las costas, cada cual según su lengua, conforme a sus familias en sus naciones. ¡Según sus lenguas! No había una sola, Cada cual tenía su lengua. ¿Y por qué hemos creído y enseñado durante años algo que no es lo que dice la Biblia? Porque lo que creemos no siempre es como es, sino como a nosotros nos parece que es.
Lo cierto e irrebatible es que a las lenguas nosotros las recibimos por el Espíritu. Nosotros hablamos por el Espíritu, no por la memoria. Yo, en este momento estoy hablando, y no tengo que hacer ningún esfuerzo mental para saber dónde va el verbo, el sujeto, el predicado o el complemento. No estoy ni siquiera pensando en eso, simplemente estoy fluyendo. Y desde el único lugar de donde se puede fluir, que es desde el Espíritu Santo. El Espíritu fluye, la mente piensa. La mente organiza, medita, estructura, pero el Espíritu fluye. El lenguaje es dado por el Espíritu. Tenemos en el pasaje del Sinar, que fueron confundidas las lenguas, y que, en un abrir y cerrar de ojos, todas esas personas recibieron una lengua del cielo que, por rara paradoja, les impidió tener una comunicación que los llevara a cometer planes ideados por el infierno y el reino de las tinieblas.
Cuando viene el día de Pentecostés, Dios empezó a soltar las lenguas. Primero las de fuego que se posaron sobre ellos, y luego las lenguas de las naciones en todos los asistentes. Cuando vemos la palabra “naciones” en el Antiguo y el Nuevo Testamento, no se refiere a todas las naciones del mundo. Esas naciones que se juntaron en Israel, eran las naciones judías. Después de la dispersión, cuando salieron de Babilonia, no todo el mundo regresó a reconstruir Jerusalén con Josué, Zorobabel, Esdras o Nehemías. Sólo lo hizo un pequeño remanente. El resto de los judíos fueron esparcidos y se establecieron por lo general en Siria, en Asia Menor y la parte sur de Europa. Y cuando venían a celebrar el Pentecostés, venían las naciones judías que estaban en las diferentes naciones. Por eso los judíos decían que los oían hablar en su propia lengua. No había argentinos, mexicanos, chilenos o españoles, allí. Ellos no tenían por qué ir a celebrar el Pentecostés, eran los judíos los que lo hacían.
Entonces fue en ese momento en que vino el Espíritu Santo y empezaron a hablar las lenguas de las naciones. Porque lo que Dios había hecho para impedir la comunicación de los planes satánicos, iba a ser algo sumamente fácil para que el Reino de Dios se expandiese. Y para que el Reino de Dios se expandiese hace veintiún siglos, no había escuelas de lenguas. Y menos entre rudos pescadores. Pero les había dicho Dios que recibirían poder para ir a predicar el evangelio a toda lengua y a toda nación, así que algo debería suceder para que el asunto del idioma no fuera un obstáculo. ¿Alguien será capaz de dudar que el poder de Dios no alcance para darle a cada uno distintas lenguas que le permitan comunicarse con todos en todo lugar? Es más: cuando Dios crea los idiomas, a cada uno le otorga un espíritu. Eso obliga y determina que, si tú quieres hablar una determinada lengua, lo primero que debes hacer es amar a ese pueblo y tratar de conocer todo lo que se pueda sobre él. Como piensa, como siente, etc.
Cuando tú viajas a un lugar con un idioma distinto al tuyo, tú entras a un espacio donde hay un espíritu que determina una cultura. Esa lengua tiene una forma de pensar. Tiene una conciencia que es igual en todos los que la hablan. Un argentino no piensa igual que un alemán, que un francés o incluso que alguien que también habla español, pero pertenece a otra cultura diferente. El alemán o el japonés, por ejemplo, son sumamente ordenados y organizados. El argentino es, en muchas cosas, algo así como tomar un arma y hacer un disparo al aire y esperar que venga la bala de retorno. Los asiáticos, esencialmente, tienen muy arraigada una cultura de honra. Un japonés honra a sus padres de un modo que los latinos están muy lejos de imitar. Aquí hablamos de honra, pero estamos muy lejos de ejercerla en la vía de los hechos concretos. No honramos a los padres, no honramos a las autoridades del Estado, no se honra al matrimonio ni tampoco a maestros, médicos, policías. Y si se habla de corrupción, ninguno de estos estamentos se queda afuera.
De allí que una misma palabra puede significar algo muy importante y valioso para una cultura y algo extraño y hasta pintoresco para otra. Lo que estoy diciendo es que cada uno de nosotros tiene un concepto de la honra que es diferente al del otro. Y si a eso lo llevamos a la honra a Dios, entonces las cosas se nos complican bastante. Los que hablamos el idioma español tenemos ese problema. Por su conformación, el propio idioma nos lleva a tener conceptos de muchas cosas que son casi opuestos al de otras culturas con otros idiomas. Y te doy un ejemplo. El griego, que es un idioma íntimamente relacionado con el español, es un idioma de conceptos. De allí sale el concepto de la belleza, de la amabilidad, del amor. Son conceptos intangibles. El hebreo, por ejemplo, no piensa en conceptos. Piensa, práctica y objetivamente, en las funciones de las palabras. Nosotros, fíjate, decimos: “el pecado”. La palabra pecado es un concepto greco-romano. Y como todo concepto, en el español hay que definirlo, encontrarle el punto donde está presente o no.
Si lo defino en hebreo, en cambio, es simplemente errar el blanco. Y míralo, errar el blanco es un asunto en el que todo el mundo puede relacionarse. Es una imagen clara. Hay un blanco, yo hago un disparo de lo que sea y erro al blanco. ¿Qué digo? ¡Pequé! ¡Clarísimo! El hebreo, entonces, está hecho de formas visuales, de como la gente, prácticamente, vivía su cultura. El griego tiene conceptos intangibles y, dentro de esa intangibilidad, pretendemos entender a Dios. Va a ser muy distinto el concepto de un hebreo al de un griego.
Conozco a mucha gente que suele decir que los cristianos tenemos que aprender sí o sí el idioma hebreo, porque es el idioma en que habla Dios. ¡No! ¡Dios no habla en hebreo! Dios, si quiere, habla todos los idiomas, pero el hebreo no es el lenguaje del cielo. ¿Cómo lo sé? Porque Juan, en Apocalipsis, dice que todos adoraban a Dios en toda lengua de toda nación. Si era en toda lengua de toda nación, es obvio que no adoraban en hebreo. Y de hecho, el lenguaje de Dios no es hebreo, ni griego, ni arameo. Fíjate. Si el lenguaje del cielo fuera el hebreo, Jesús hubiera hablado el hebreo, pero Él hablaba en arameo. Escucha: nuestra forma de pensar, está determinada por el lenguaje o el idioma que hablamos. Y si yo hablo un lenguaje con base greco-romana, mi concepción de Dios va a ser greco-romana. Ejemplo: la palabra “Dios”, en griego, es la palabra theos. De allí se deriva en el español la palabra Dios. Pero hay algo que no muchos saben, y es que la palabra theos está muy relacionada con Zeus.
Porque los griegos, cuando pensaban en Dios, no pensaban en un Dios abstracto. Pensaban en un dios que habitaba arriba del Olimpo y que enviaba unos tremendos rayos y se llamaba Zeus. Entonces, cuando ellos decían theos, se referían a Zeus. Ahora, cuando nosotros, acá de este lado del continente decimos ”Dios”, no estamos invocando a Zeus, de eso estoy seguro. Nuestro Dios es Jehová de los ejércitos, Jesucristo y el Espíritu Santo, nadie lo duda. Y cuando digamos “Te adoro, Dios”, el que te va a responder es nuestro Dios, no Zeus. Pero, el concepto de la palabra va a moldear mi mente. Los griegos miraban a los dioses a imagen y semejanza del hombre, (Porque Zeus tenía una forma de hombre). Los idiomas tienen un espíritu, y ese espíritu tiene una cosmovisión, y esa cosmovisión tiene una forma de concebir las cosas. Entonces, cuando decimos “Dios”, inmediatamente la mente se va limitando a crear un Dios a imagen y semejanza del hombre. Y esto tiene que ver con nuestro idioma.
En todo ese ámbito constituido por la cultura del idioma español, nuestros conceptos están ligados a esas palabras y al origen de esas palabras. Por eso Dios no se identifica con ningún idioma. Por eso el idioma del cielo es diferente a cualquiera idioma. Lo que ocurre es que nosotros, en nuestra forma de hablar o de concebir, vamos tomando a la Palabra divina y la vamos metiendo dentro de un molde, en el caso de nuestra cultura española, es un molde greco-romano. Y al final, lo que tengo y en lo que creo, es un Dios a imagen y semejanza del hombre. Y por esa razón, el cristiano va a crearse una imagen de sí mismo, conforme a su cultura. No piensa lo mismo un alemán, un sueco, un japones de sí mismo, que un argentino, un mexicano, un español. Tienes el caso del americano de USA. Ellos se sienten que son los máximos exponentes del mundo, que nada tienen por debajo. Y nosotros, los latinoamericanos, nos encargamos con nuestras culturas de confirmarles esa idea.
Lo que sucede es que el latino, como ha sido esclavizado, conquistado, tiene una cultura opresiva. Tiene una cultura de “vaya a saber si puedo”. “No sé si sabré hacer eso, vengo de un pueblo aborigen” Escucha: todos esos conceptos mentales que formaron una imagen de ti mismo tienen que ver con tu cultura, en la cual tu idioma está íntimamente ligado. Y esta imagen tiene mucho que ver con todo lo que se ha hablado de nosotros. Que de ninguna manera ha sido bueno ni positivo, ya lo sabes. Y eso nos ha hecho crear una cultura interna de limitaciones. Y ahora presta atención a lo que voy a decirte. La imagen que tú te formas de ti mismo o ti misma, es el cristal de los lentes con los cuales vas a mirar a Dios. Si tengo una imagen limitada de mi mismo, jamás podré tener la imagen de un Dios ilimitado. Si pienso y creo que es más lo que no puedo hacer que lo que sí puedo, eso mismo será lo que creeré y pensaré de Dios.
Lo que estoy intentando decirte es que, una estructura pensante del no puedo, inmediatamente se traslada a un Dios que tampoco puede. Porque el concepto griego de Dios, es que es a imagen y semejanza de quien yo soy. Y la gran verdad dicha por la Palabra, es que nosotros somos imagen y semejanza de Dios, esto es, un espíritu como Él. Y no que Él sea una imagen y semejanza de nosotros, en carne y alma. Y a esto súmale la inmensa cantidad de padres que abandonan a sus hijos y se desentienden de ellos. ¿Cómo supones que esos niños, cuando sean adultos, verán a Dios como Padre? ¿Habrá fe en la tierra?
Dice la Escritura, que nosotros somos benditos por Dios antes que el mundo fuese, con toda bendición celestial. A Jeremías le dice que a él lo llamó por nombre y que lo llamó por profeta a las naciones antes que el mundo fuera formado. Es decir que a ti que hoy me estás escuchando donde quiera que sea en este ancho, largo y alto mundo, también Dios te está diciendo que te conoció desde antes que el mundo. ¡Eso es para todos, no para algunos! La diferencia es si lo crees o no, si lo aceptas o no, si lo activas o no. Y que a todos nos dio un nombre, que de ninguna manera es el mismo que nos dieron nuestros padres terrenales. Será valioso que te mires, porque lo que tú verdaderamente eres, según Dios, es la antítesis de lo que hoy tú crees que eres aquí en la tierra. Te estoy diciendo que quien tú realmente eres no es lo que te dijo tu cultura, ni tu idioma, ni tu color de piel. Lo que tú realmente eres, es lo que Dios estableció para ti desde antes de la fundación del mundo.
Hay una diferencia más que notoria entre los animales y nosotros. A ellos los creó simplemente diciendo: ¡Produzcan las aguas los peces! ¡Produzca la tierra las bestias! A nosotros no nos creó así, lo hizo a cada uno con un nombre celestial. Y además, nos creó con el amor del Padre más maravilloso. Te concibió dentro de Él mismo, y saliste de Él en forma de un espíritu glorioso. ¿Cómo dice Jesús? “La gloria que tu me diste antes que el mundo fuese, yo se las he dado”. Pregunto: ¿En qué momento nos dio la gloria? ¡Antes que el mundo fuese! ¡Antes que ni siquiera pensara Dios en como conformar la tierra, tú ya existías y Cristo te había impartido su gloria! No me digas nada. En tu mente construida por disciplinas greco-romanas, esto no cabe ni puede caber. Tendrás que nacer de nuevo para verlo y para entrar.
El problema mayor comienza cuando naces, y tus padres en lugar de darle aire al diseño divino que hay en ti, te someten a la cultura del lugar, la del idioma y sus tradiciones. ¿Ves visiones y quieres contárselas? Te callan con una palmada y te acusan de niño tonto. Y si caes en un hogar cristiano, te meten en una iglesia donde te consideran un estorbo hasta que eres mayor. Por generaciones, los niños en las iglesias han sido ese grupito que meten por allá lejos, en una habitación, para que no molesten a los ungidos adultos. Pretenciosos hombres y mujeres que separan a sus hijos de las reuniones de poder con la excusa de que quieren recibir la unción y ellos molestan. ¡Mas te quisieras tú, adulto, tener la unción de un niño cuyo espíritu hace muy poco tiempo descendió de estar con el Señor a la tierra! Te crees superior a ellos porque manejas una serie de palabras conceptuales de la cultura greco-romana carentes de poder genuino y unción del Espíritu.
Hoy Dios nos está diciendo que es el tiempo de romper con todas esas estructuras culturales que nos frenan y nos imposibilitan cumplir con nuestra misión. Es el tiempo de entender que Dios no piensa las cosas a la manera latina. Tampoco piensa a la manera gringa, americana o europea. Sólo es limitado en cada lugar del mundo a partir de la cultura de ese lugar y esencialmente por el idioma. Hay naciones muy importantes que en su vocabulario no tienen palabras como espíritu o iniquidad. ¿Cómo haremos para hablarles o liberarlos de cada caso si no podemos explicárselo por causa de las limitaciones idiomáticas? También el español tiene limitantes. Y son tan fuertes que Dios realmente tiene grandes obstáculos para llegar a nosotros con lo que verdaderamente debería llegar. Definitivamente, Dios no habla español, no le alcanza. Obviamente que se comunica con nosotros en español, pero Él no habla español como idioma propio.
A ver: lo que quiero decirte, es que el cielo tiene un idioma, que no es el español, obviamente. El lenguaje del cielo es el lenguaje de lo profético. El cielo habla a través de señales, símbolos, visiones o sueños. Dios nos revela todos sus misterios escondidos, en el lenguaje que Dios habla. Y este lenguaje, son perlas del cielo que Él nos entrega para que recordemos quienes éramos antes de la fundación del mundo. Cuando Jesús hablaba, Él decía que a sus discípulos les era dado conocer los misterios del Reino. Eso significa que los verdaderos discípulos siempre van a entender los misterios del Reino. Pero que los otros, no. Eso significa que entre los que escuchan a Jesús, hay dos tipos de gente. Están sus discípulos, y están los otros. Eso te está diciendo que hay mucha gente que desde el cielo ha sido nombrada como “los otros”. Porque su corazón se engrosó y no entienden los misterios del Reino. Si eres de los que necesitan que te den todo digerido, muy probablemente seas de los otros.
Dios te ha querido hablar muchas veces, pero tú ni siquiera te has tomado el trabajo de escucharlo, porque tu comodidad y grosura de corazón te llevan a preferir que te entreguen todo masticado y digerido. Y entonces Él ya no te puede hablar, porque tú sólo estás programado para recibir lo que sale desde una plataforma. No es ninguna novedad que necesitas romper esa estructura y ese velo que cubre tu corazón. Y la religiosidad de la iglesia que está en la tierra está fundamentada en la cultura y el idioma del lugar. De las culturas indígenas antiguas, de las doctrinas del catolicismo romano, que conforman esas estructuras invisibles que hoy por hoy todavía están bien vivas y fuertes en la tierra. Son estructuras que poco a poco se apoderan de nosotros. Y aunque nos llenamos de biblia y de conceptos, cada vez estamos más lejos del Reino. Y por si eso no fuera suficiente, definitivamente nos volvemos siervos de un sistema. Es el sistema en el que el hombre nos tiene que decir cómo hacer las cosas, porque si no, no funcionamos. Este es el síntoma de la religión más peligroso que mata a los hijos de Dios como gente fuerte y más que vencedora.
