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¡Hay Huesos Vivos!

La Unción profética está descendiendo de la misma forma en que la manifestación del Espíritu divino cayó sobre Elías. En el libro de los Hechos, (Hechos 3: 22-25) después de hablar del tiempo de la restauración de todas las cosas en los últimos tiempos a través del cumplimiento profético, dice lo siguiente: Porque Moisés dijo a los padres: El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable; y toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo. Y todos los profetas desde Samuel en adelante, cuantos han hablado, también han anunciado estos días. Vosotros sois los hijos de los profetas, y del pacto que Dios hizo con nuestros padres, diciendo a Abraham: En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra.

Aquí el Espíritu está profetizando que, cuando llegase el tiempo de la restauración de todas las cosas, sería derramado un espíritu profético como jamás en la historia fue hecho. Esta será la voz de Jesucristo, vivificada por el Espíritu Santo, trayendo el cumplimiento de todo lo que fue hablado desde el tiempo antiguo. Será la trompeta de Dios que alistará al ejército escogido; la voz del Espíritu de Dios despertando al espíritu de la profecía que, como lo describe el ángel en Apocalipsis 19:10: Es la sustancia, la esencia de toda verdad revelada por Jesús, es el espíritu de la profecía, el aliento vital de todo mensaje inspirado y la interpretación de la voluntad y los propósitos divinos. Esta manifestación del Espíritu Santo será lo que le dé contenido y significado al pacto de Dios con sus hijos, para ser puestos como cabeza sobre los impíos; como luminarias en medio de las tinieblas; como antorchas de fuego que incendian otros fuegos.

Será la unción divina la que nos levantará para ser bendición a todas las familias de la tierra. Nos estamos refiriendo a la misma manifestación del Espíritu de Dios que vino sobre Elías y del cual profetizó el Jesús, diciendo lo que se lee en Mateo 17:11-13: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos. Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista. Esta es, como vemos, una aparición del Espíritu de Dios enviado con un motivo específico en estos momentos tan determinantes de la historia. Una aparición fundamental para preparar la tierra, tanto para la primera como para la segunda venida del Señor. Malaquías profetiza el advenimiento del Señor precedida de la misma manifestación de su Espíritu:

Malaquías 4:1-6, expresa: Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama. Mas a vosotros los que teméis ni nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis, y saltaréis como becerros de la manada. Hollaréis a los malos, los cuales serán ceniza bajo las plantas de vuestros pies, en el día en que yo actúe, ha dicho Jehová de los ejércitos. Acordaos de la ley de Moisés mi siervo, al cual encargué en Horeb ordenanzas y leyes para todo Israel. He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición (Una reconciliación producida por el arrepentimiento de los impíos).

El manto profético que estaba sobre Elías y que después viniera sobre Juan el Bautista traerá consigo una presencia del Espíritu de Dios para redargüir y convencer al mundo de pecado, de justicia y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ya ha sido desmenuzado. Es imprescindible que cada cristiano entienda la suma importancia de la santidad, sin la cual, como afirma la Palabra, nadie verá al Señor. Dios está hablando y produciendo, a través del Espíritu Santo, un desbordante fruto de arrepentimiento y entendimiento de la posición preeminente de la Iglesia que está preparando el camino del Señor. Esto lo vemos reflejado en el ministerio de Juan el Bautista: Dice Lucas 3:7-10: Y decía a las multitudes que salían para ser bautizadas por él: ¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseño a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: Tenemos a Abraham por padre; porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego. Y la gente le preguntaba, diciendo: Entonces ¿qué haremos?

Hoy la Iglesia en su pereza, hoy el pueblo de Dios en su tibieza y su conformismo está diciendo delante del Espíritu que está siendo derramado: «Yo puedo seguir caminando tranquila, coqueteando con el mundo, porque Dios es Dios de misericordia. ¡Que la obra la hagan los pastores; para eso los puso Dios ahí! Para que Dios traiga la manifestación de su gloria más grande debe traer un avivamiento de arrepentimiento sobre su Iglesia. Si estamos hablando de guerra espiritual y la guerra ya ha sido declarada por Dios, la primera batalla a ser librada es contra las fortalezas de pecado y de indolencia en nosotros mismos. Una guerra de fe, de esperanza contra esperanza que nos doblegue, hasta llegar a la cruz a morir a nuestra carnalidad y a nuestros deseos pecaminosos. El poder ha sido desatado, el Espíritu todopoderoso del Dios viviente mora en ti y está sobre ti para deshacer las obras del Diablo.

¡Cristo en nosotros la esperanza de gloria! No hay poder, no hay fortaleza, no hay ataque demoníaco que el Espíritu de Dios, viviendo en ti, no pueda destruir. ¡Cualquier otro argumento es mentiroso! ¡Procede del padre de mentira que es Satanás, porque las armas de nuestra milicia no son carnales sino poderosas en Dios para demoler fortalezas, llevando cautivo todo pensamiento, toda argucia y toda imaginación a la obediencia de Cristo! Dios está desplegando el espíritu de Elías para traer confrontación con el pecado, y para desafiar el poder del diablo. Antes del avivamiento, antes de la gran cosecha de los últimos tiempos, debe venir un mover de arrepentimiento y de intercesión tan poderoso que veamos, en forma categórica, un ejército lleno de la unción y de la autoridad de Dios, arrebatándole con violencia espiritual las almas al diablo.

El manto profético que está siendo desplegado en la manifestación del espíritu de Elías, es la voz del cielo que está hablando y está diciendo: Todo espíritu que no pueda ser transformado, todo ministerio que no pueda ser cambiado por el poder de mi Espíritu está muerto; el hacha está ya puesta a la raíz y será cortado. Dios está diciéndote, hoy: ¡Clama! ¡Clama por mi pueblo, porque el rostro de muchos de los que has visto será cortado! Yo he estado intercediendo por ellos, pero ellos no quieren atender la voz de mi Espíritu. Vaya enviar el fuego que levantará a mi ejército. Él levantará a mi Iglesia gloriosa, en la cual voy a manifestar los grandes prodigios que ojo no vio ni oído oyó; pero ese fuego también va a consumir a los rebeldes. Era una tristeza divina que hacía que todo mi ser agonizara. Una tristeza como la que sintió Jesús en el jardín de Getsemaní, cuando nos tenía presentes a cada uno de nosotros y su alma se derramaba, diciendo: Me consume la tristeza hasta la muerte.

Él ya estaba viendo los que rechazarían su sangre, los que nunca habrían de producir fruto, los que habiendo conocido la Palabra se volverían al mundo, los que iban a ser cortados de la rama del olivo. Él estaba clamando y deshaciéndose de amor por ellos. Lucas 3:16-17, dice: Respondió Juan, diciendo a todos: Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado: él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. La palabra bautizar significa sumergir, hundir, teñir (cambiar de color). El bautismo con Espíritu Santo y fuego es la revelación del fuego de Dios que está descendiendo sobre la Iglesia, y que trae una convicción tan fuerte al corazón del hombre que este cae postrado de arrepentimiento delante de Dios, y dice: «¿Qué haré Señor? … Heme aquí»

El Espíritu del Señor ha sido enviado para preparar la segunda venida de Cristo, por medio de una gloriosa visitación del fuego divino destinada a convertir y limpiar el alma de su pueblo y enderezar los caminos.  Todo el que no oyere la voz del Espíritu tocando la trompeta para alistarse, ciñendo los lomos de su entendimiento y aprestándose para la guerra de Dios, todo aquel que no oiga, que se haya ensordecido por el ruido del pecado, de la soberbia y de la inmundicia de este siglo… ¡será cortado! El hacha está puesta, dice el Señor. Malaquías 3:1-3, leemos: He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quién deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos. ¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿O quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores. Y se sentará para afinar y limpiar la plata; porque limpiará a los hijos de Leví, los afinará como a oro v como a plata, y traerán a Jehová ofrenda en justicia.

¡Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego! ¡Él es como fuego purificador! Mucho se ha predicado acerca de que el bautismo en fuego son generalmente las pruebas. Sin embargo, vemos a mucha gente pasar y pasar por pruebas y jamás tener una experiencia con el fuego de Dios. Hay que hacer una importante distinción entre las pruebas: 1- Las que vienen como consecuencia del pecado. 2- Las enviadas directamente desde el Cielo, para nuestro crecimiento. 3- Ese tipo especial y único, que son las que nos llevan al encuentro con el fuego divino. Es ese fuego del cual nos habla el apóstol Pedro, que hace que el glorioso Espíritu de Dios repose sobre nosotros. 1 Pedro 4:12-13: Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por El manto de Elías y la unción del fuego cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría.

La primera de ellas -la mayoría de las pruebas por las que pasa el pueblo cristiano- es, desgraciadamente, el resultado de sus transgresiones y desobediencias o porque hay puertas abiertas en sus vidas por las que el diablo se mete a robar, a matar y a destruir. Ese tipo de tribulaciones, que más bien son reprensiones del Padre Celestial, nunca podrán traer el fuego de Dios. El segundo tipo está constituido por las instrucciones del Señor en sus caminos inescrutables, las cuales nos llevan a la madurez. Pero la tercera es cuando la mano del Altísimo lo toma para introducirlo «al valle de sombra de muerte» donde su vara y su cayado infunden aliento. Este es el lugar del quebrantamiento, donde se pasan las fronteras de lo natural para encontrarse con Dios, cara a cara.

Es el subir escabroso de «nuestro Sinaí», para penetrar en el fuego de Dios. Es cuando al final del valle se escucha la voz del Espíritu, diciendo: Unjo tu cabeza con aceite, tu copa esta rebosando. Es el momento sublime después del holocausto, en el que el olor de la grosura sube como aroma fragante hasta el Lugar Santísimo, en las alturas. El fuego es algo muy profundo; es la manifestación de un poder irresistible, porque este tipo de fuego es de origen divino. El fuego es una manifestación gloriosa de la presencia de Dios que consume y quema la escoria del hombre, que refina la plata y el oro. Es una lluvia del fuego celestial que cae y consume con arrepentimiento e inviste de poder el espíritu del hombre que ha llegado a la cima. Es la gloria de Dios que fue manifestada en aquel día de la pesca milagrosa y produjo que Pedro cayera postrado, diciendo: aléjate de mí Señor porque soy hombre pecador.

Es el mismo fuego que brilló en «la zarza». No era ninguna prueba, no era ningún escarnio para Moisés, sino la manifestación gloriosa que lo iba a levantar como libertador de Israel; era la revelación del Dios vivo que lo llevaría delante de Faraón; era la fuerza, el dunamis del Dios Todopoderoso con el cual confrontaría el imperio de las tinieblas. Era la llenura del Espíritu en toda su plenitud, que lo haría pararse delante del soberano y temido imperio egipcio, y decir: ¡Faraón: Así dice Jehová: «¡Deja ir a mi pueblo! Ese mismo fuego está descendiendo hoy sobre la Iglesia, levantando hombres y mujeres ungidos en la autoridad de Dios que se pararán delante del diablo, que se convertirán en verdaderos guerreros de oración.

Soldados del ejército de Dios, capacitados para soltar la palabra, para arremeter contra las puertas del infierno y ordenar a los principados y a las potestades, diciendo: «¡En el nombre de Jesús, dejen ir al pueblo de Dios!» La unción, el manto profético, está invistiendo labios con fuego, con carbón encendido, creando gargantas que suelten la voz como saetas, que saldrán como la saeta ungida por Eliseo, decretando lo que se lee en 2 Reyes 13:17: Saeta de salvación de Jehová, y saeta de salvación. contra Siria; porque herirás a los sirios en Afec hasta consumirlos. Es la voz incendiada por la misma llama de fuego de los profetas de Dios la que sacudirá nuestras naciones, la que con su poder derribará las fortalezas del mal y asolará el imperio del diablo. Es la palabra decretada por el apóstol Pablo en Efesios 3:10: Para que la multiforme sabiduría de Dios, sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales.

Es el mismo fuego que descendió cuando Elías, lleno de celo divino, de la inmersión en la potencia del Espíritu de Dios, se paró delante del rey Acab y decretó, diciendo: Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy. ¡Cuánto necesita la iglesia actual de hombres y mujeres cimentados y plantados en la presencia de Dios! No vemos autoridad porque la mayoría busca métodos ya utilizados para echar fuera demonios; porque es más fácil preguntar cómo lo hizo este, o cómo lo hizo aquel que humillarse, que negarse uno mismo hasta encontrarse cara a cara con el fuego, hasta escuchar la voz de Dios resonando en nuestro espíritu. Entonces es cuando «sabes que sabes» que Dios está contigo. Entonces te puedes parar delante del opresor de tu nación, del angustiador y torturador de tu ciudad y de tu familia, y decirle con la total certeza del Espíritu de Dios: «Satanás: ¡Vive Jehová en cuya presencia estoy, y, en el nombre de Jesús, sal fuera!» El infierno sabe quién es Jesús, sabe quién es Pablo y sabe quiénes son los ungidos de Dios. La unción de fuego que está descendiendo a través del manto profético que estuvo sobre Elías es una unción de violencia espiritual.

Dice Mateo 11:12: Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de Dios sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Es el nombre de Cristo Jesús, unido a la palabra ungida, la que produce un poder tan grande que hace temblar los cimientos del imperio del diablo, y ni los poderes ni los principados ni los gobernadores de las tinieblas lo pueden resistir. Es una unción militante para confrontar las fuerzas del diablo, para sacudir los pensamientos endebles por los que el pueblo claudica entre el amor de Dios y el amar al mundo (lo cual es enemistad contra Dios). Es una unción guerrera y de agresividad divina que arrebata las promesas de Dios, que nos llena de la revelación y el conocimiento de quiénes somos como hijos del Omnipotente. Efesios 1:18-20: De cuales son las riquezas en gloria que son la herencia de los santos. De cual es esa supereminente grandeza del poder de Dios que opera a través de los que creen, según la operación de la potencia de su fuerza que levantó a Cristo de los muertos.

En nuestros días está viniendo una manifestación del poder de Dios que apartará y santificará a la Iglesia. Es el tiempo de rescatar lo que pueda ser rescatado y de restaurar todo lo que pueda ser restaurado.   Dios está enviando una unción de fortaleza interior. Es una unción que revela, en forma viva y eficaz, las armas de nuestra milicia. Porque Dios está demostrando al mundo el poder de su verdadera Iglesia. Eso dice Miqueas 4:6-13: En aquel día, dice Jehová. juntaré la que cojea, y recogeré la descarriada, y a la que afligí; y pondré a la coja como remanente, y a la descarriada como nación robusta; y Jehová reinará sobre ellos en el monte de Sion desde ahora y para siempre. Y tu, oh torre del rebaño, fortaleza de la hija de Sion, hasta ti vendrá el señorío primero. el reino de la hija de Jerusalén Levántate y trilla. hija de Sion, porque haré tu cuerno como de hierro, y tus uñas de bronce. Y desmenuzarás a muchos pueblos, y consagrarás a Jehová su botín, y sus riquezas al Señor de toda la tierra.

La trompeta está siendo tocada. Gózate, oh hija de Sion, porque el tiempo de tus desolaciones han terminado!¡Dios está haciendo llover en el desierto!» El fuego tiene que ser derramado para enderezar el camino del Señor.  Satanás, como ya lo mencioné, está desplegando el ataque más grande de la historia sobre la Iglesia de Cristo Jesús. Pero antes de que pueda dañarla, el Señor viene como fuego purificador a quemar toda escoria de los que son suyos. Los cimientos están siendo sacudidos para que cada uno vea si, ciertamente, está fundamentado en la Roca, que es Cristo. 1 Corintios 3:11 y 12, dice: Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se haba manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cual sea, el fuego la probará.

¿Cuándo será este día, que traerá a la luz todas las cosas? Romanos 13.12 dice: La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues. las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. La guerra ha sido declarada y ya nos han sido dadas las armas para destruir el imperio del diablo. El fuego viene para quemar lo que no sirve y revestirnos de la invencibilidad de Cristo Jesús. El manto profético en la unción de Elías es un poder divino que abre los ojos espirituales para ver en las cámaras secretas del diablo, para ver las estrategias del enemigo antes de que sean lanzadas y ahí, en su propio cuartel, deshacer sus planes. La fortaleza del diablo puede ser asaltada por sorpresa; los muros de su reino son expugnables; sus murallas son franqueables. Porque Satanás ha sido destruido, su imperio expuesto a vituperio y aplastado en la cruz por la sangre del que ascendió al trono, el Rey de reyes.

El espíritu de Elías es también el que se para delante de las fuerzas del infierno y les dice: «¡Vive Jehová en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia!» Decreta el juicio sobre el imperio de Satanás y trae asolamiento en el terreno enemigo. Es también un profundo espíritu de oración que penetra las dimensiones celestiales; un espíritu de sabiduría divina, de dirección sobrenatural de Dios. Es un espíritu que nos sumerge en la presencia de Dios; que nos lleva a depender de tal manera del mover del Omnipotente, tal como los querubines en la visión de Ezequiel, quienes se movían al unísono con la gloria de Dios. Esto es lo que hablaba el Señor acerca de los que son nacidos del Espíritu, que son como el viento, que sopla de donde quiere y oyes su sonido, pero no sabes ni de dónde viene ni a dónde va.

 Es el Espíritu mismo de Dios revelando las profundidades de Cristo; llevándonos hasta ese viento, ese silbo apacible que vino sobre el profeta Elías para ungir reyes, profetas y ver emerger los 7000 que no habían doblado sus rodillas ante Baal. Es una manifestación del Espíritu que levanta nuestra oración y la hace llegar delante del arca de gloria en el tabernáculo celestial.  Una oración como la que describe el apóstol Juan en la visión del Apocalipsis (capítulo 8), que sale del altar de oro que está delante de Dios. El lugar donde el ángel descendió y le añadió incienso a las oraciones de los santos, para después tomar en su mano el humo que salía del incienso y traerlo a la presencia de Dios.

El Espíritu está produciendo una oración expectante; una oración que sabe que algo va a suceder, porque está respaldada por la palabra de fe, que es la sustancia, la certeza y la convicción de que no se ve.

Una oración desprendida de aquel que por el Espíritu puede mirar las cosas que no se ven y saber que Satanás, confiado durante siglos ante un cristianismo temeroso, y acostumbrado a atacar sin encontrar casi pasarán de lo invisible a lo visible. Elías vio la lluvia que azotaba los cielos en las regiones invisibles del Espíritu y no cesó. Soltó la palabra creyendo con convicción de que era Dios el que lo respaldaba. La proclamó una y otra vez hasta que el criado volvió, gritando: ¡Del mar ha subido una nube del tamaño de la palma de una mano!

Entonces el profeta corrió a Acab, el rey, y le dijo: Unce tu carro y desciende para que la lluvia no te ataje. Dios está hablando a la Iglesia y le está diciendo: Lo que has visto hasta ahora del mover de mi Espíritu es tan solo la nube del tamaño de la palma de una mano, porque una lluvia grande en extremo está por venir sobre mi pueblo, la cual sacudirá con el poder de mi diestra las potencias de los cielos y de la tierra. Como dice Isaías 2:2: Porque acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. ¡El Dios que responda por fuego, ese sea Dios! –    El Dios que nos bautiza en fuego, ese sea Dios! –  ¡El Dios que transforma el corazón del hombre, ese sea Dios! –  ¡El Dios que dispersa nuestros enemigos, ese sea Dios! – ¡El Dios que sana a los desahuciados y resucita a los muertos, ese sea Dios!

Ha llegado el tiempo en que Dios se manifieste y sean avergonzados los dioses paganos y los que los sirven. Es hora de que, investidos del poder de Dios, digamos como Elías: Por demasiado tiempo la Iglesia aletargada e indolente ha dejado que Satanás haya ido ganando el territorio que nos fue. dado por precio de sangre. Ha llegado la hora de despertar. Ha llegado la hora de parar la obra del infierno y derribar sus puertas. Y llegará el Señor de señores, ante el cual toda rodilla se tendrá que doblar. jGloria a Cristo, que vive y reina para siempre! Y después vemos los huesos secos, pero aún no entendemos. Pero una cosa es cierta: jamás sabremos qué son los tendones y cómo sube la carne (es decir, la esencia y la revelación de Cristo en su infinita profundidad) hasta que los huesos estén juntos.

Es necesario que sean levantados hombres y mujeres escogidos, afines y extremadamente sensibles a la voz de Dios, quienes, conociendo los tiempos y la voluntad del Señor, profeticen al Espíritu: Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos y vivirán. Y como lo vio Ezequiel, ellos verán a la Iglesia revivir y levantarse firme sobre sus pies, formando «un ejército grande en extremo. Es primordial que la Iglesia reciba la revelación de que somos un ejército levantado por Dios para someter a todos los enemigos por estrado de los pies de Cristo. Son enemigos que Dios ya los entregó en nuestras manos, pero tenemos la enorme responsabilidad de establecer esta victoria hasta el último rincón de la tierra, para su honra y su gloria.

Dios ya lo está haciendo. Por todo el mundo hay un ejército que está arrebatando de los cielos la unción y tomando el mandato de Dios para declararle al diablo una guerra sin precedentes. Resistencia real pero inútil, de los que antes no habían aprendido a defenderse porque nunca habían sido atacados hasta hoy por un ejército organizado en la sabiduría y el poder de Dios. Hoy Dios le ordena a su pueblo tal como lo leemos en Isaías 60:1: ¡Levántate de la depresión y de la postración en que te habían tenido atado las circunstancias hasta ahora! ¡Amanece a una nueva vida! ¡Brilla! ¡Resplandece y que tu ser irradie la luz cegadora de la gloria de Jehová! Porque ha venido tu luz y la gloria de Jehová se ha alzado sobre ti, como el sol se levanta en el horizonte.

Este es el tiempo para que los profetas de Dios suelten la palabra y el fuego descienda. El momento en que la doble unción será desatada, porque mayor será la gloria de la casa postrera que la de la casa primera; la que logrará traer libertad a los cautivos, a los presos apertura de la cárcel, a los enfermos sanidad y óleo de gozo en lugar de espíritu abatido. Por demasiado tiempo la Iglesia ha permitido espíritus opositores. Es hora de decir como dice Ezequiel 37:4-6: Profetiza sobre estos huesos, y diles: Huesos secos, oíd la palabra de Jehová. Así ha dicho Jehová el Señor a estos huesos: He aquí, yo hago entrar espíritu en vosotros, y viviréis. Y pondré tendones sobre vosotros, y haré subir sobre vosotros carne, y os cubriré de piel, y pondré en vosotros espíritu, y viviréis; y sabréis que yo soy Jehová.

Es necesario que el mismo Dios intervenga para que podamos ver una unidad real de la Iglesia. Y esa es una de las razones por las que está haciendo descender su manto profético. Son los profetas de Dios los que, llenos de la unción, podrán profetizar y ver cómo el Espíritu empieza a juntar hueso con hueso. Esto no será obra de ningún hombre sino del Espíritu Santo de Dios. Quizás, aún en medio de la división imperante, hemos empezado a ver huesos vivos; porque hay huesos vivos

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octubre 25, 2025 Néstor Martínez