A diario, y por los diversos canales con los que suelo comunicarme con algunos de los hermanos que acompañan nuestro trabajo, suelo escuchar una de las preguntas más reiteradas dentro del ambiente cristiano: ¿Cómo hago para obedecer la voluntad de Dios? ¿Cómo hago para vencer los dictados de mi carne, de mis intereses, de mi egocentrismo, de mis vanidades humanas? Siempre me ocurre lo mismo a la hora de responder estas preguntas: no encuentro una respuesta sólida que le saque al hermano todas sus dudas. Así que, lo único que me resta, es hacer lo que vengo proponiendo en todas las demás alternativas: ir a nuestra base central, a nuestro modelo: Cristo.
Entonces, ¿Cuál fue la fidelidad de Cristo que le otorga a él ser Sumo Sacerdote tras la orden de Melquisedec? Hemos descubierto que lo que Cristo luchó por mantener, y que por poco no mantiene, era el hacer la voluntad de Dios. En toda la Biblia, aparentemente, había una sola voluntad. Si me ha visto a mí, ha visto al Padre. Porque el Padre y yo, somos uno. Y yo sólo hago lo que el Padre hace. Eso decía. Pero, llegó un día en que Él dijo: no se haga mi voluntad, sino la suya. O sea: hubo una batalla, una guerra interna, para ver si había que hacer lo que el Espíritu Santo quería hacer, o hacer lo que la carne quería hacer. Y Jesús batalló grandemente con este problema. Tenía que vencer el deseo de no ser uno con el Espíritu de Dios. ¿Podrán dos caminar unidos si no están de acuerdo? ¿Cuántos saben que Cristo venció?
(Hebreos 5: 7) = Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente.
Su oración fue escuchada, pero no porque andaba llorisqueando o lamentándose; fue escuchada porque tenía temor reverente, que de paso te digo, es algo muy distinto a tener miedo. Diría que lo opuesto. ¡Dios no se mueve por lástima, se mueve por fe! ¡Si pudiéramos aprender eso! Ningún lamento podrá mover a Dios. ¡Es imposible agradarle sin fe!
(8) Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; (De hecho, aquí tendremos que asumir que, si tuvo que aprender obediencia, es porque no nació obediente. Estamos hablando de Cristo.) (9) y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen;
Es decir que, tal como lo lees, no era perfecto, sino que se perfeccionó. ¡Hay que entender la humanidad de Jesús! El Libro de los Hechos, dice en su capítulo 10, que fue ungido del Espíritu Santo. Y como sabemos que Dios no puede ser ungido, Jesús tiene que haber sido todo hombre. Es difícil de explicarlo, pero sólo se te pide un momento de confianza y luego podrás comprobarlo por ti mismo. El luchó con la voluntad de Dios, pero por lo que tenía que luchar fue que aprendió a obedecer. Nosotros luchamos igual que él cuando se nos presenta la voluntad de Dios y las otras alternativas. El problema o, mejor dicho, la diferencia entre nosotros y Él, es que Él aprendió con las luchas, mientras que nosotros seguimos luchando las mismas batallas.
No hay nada que nos saque más de quicio a los creyentes más o menos maduros, que el ver a una persona con el mismo problema todos los días. Escucha: esta es una escuela donde Dios no aplaza a nadie. Te sigue y te sigue tomando el examen hasta que lo apruebas y lo pasas. Si aprendiéramos lo que tenemos que aprender con cada circunstancia, no la volverías a tener. O, por lo menos, no te caes en el mismo hoyo dos veces. Él vence la tentación de no hacer la voluntad del Padre. Y yo deseo, a través de este trabajo corporal, porque no estoy buscando fallas en personas desde lo individual, porque no es ese mi trabajo, enseñarte donde está la justicia, sencillamente para que el pecado se quede atrás.
Pero, la iglesia de Dios, y no soy quien yo para especificar quienes la componen o quienes no, ese es Dios el que lo va a definir, tiene que estar plenamente convencida desde lo más íntimo, que lo que tiene que hacer es todo lo que sea la voluntad del Espíritu Santo de Dios. Y esta, créeme, es la guerra más grande que todavía, por estos tiempos, tiene esa iglesia en su conjunto. ¿Haremos lo que tenemos que hacer? ¿Calculamos el costo? ¿O, por el contrario, seguiremos especulando para ver si eso nos conviene o no ministerialmente, que es como decir que nos conviene o no en lo personal, lo privado, lo particular? Todo esto, si es que quieres tomarte el trabajo, invertir tu tiempo y pagar el precio para ser parte del Reino.
