Estudios » Blog

Padre… ¡Socorre a tu Ungido!

Pandemia, aislamiento, distanciamiento social, tapabocas, hisopados, contagiados, recuperados, fallecidos. Estos términos parecerían haberse incorporado en forma permanente a nuestro vocabulario cotidiano. ¿Cuánto tiempo llevamos en comunión con ellos? ¿Cuánto más estaremos? Todas preguntas que el mundo en general formula y se formula sin obtener respuestas. ¿Y nosotros, los creyentes? Las mismas, con un añadido que en algunos casos es…casi ofensivo por su dureza. ¿Dónde está Dios? se atreven algunos. ¿Se olvidó de nosotros? Arriesgan otros. ¿Hará algo en nuestro favor alguna vez? dudan unos cuantos. Creo que hay una respuesta, y está en el tercer capítulo del pequeño libro del profeta Habacuc. Un libro escrito en la penumbra, con los pensamientos del profeta envueltos en sombras. Parecería, al igual que muchos de nosotros hoy, que al comenzar a escribir él tuviera un signo de interrogación fijado en su mente. ¿No estamos hoy, todos nosotros, en esta misma situación? ¿No tenemos esas mismas preguntas y cuestionamientos, cuando salimos a buscar desesperadamente respuestas que no parecen hallarse en ninguna parte? Exactamente en esta situación estaba Habacuc, la misma en que tantos y tantos creyentes tan fieles y sinceros como era él están hoy, en este preciso tiempo.

Sin embargo, él después va a concluir su libro expresando una tremenda experiencia de la gloria de la Presencia de Dios con una gran exclamación. Encuentra una fe segura y firme y la expresa en la última parte de este libro. Allí es donde está este cántico en forma de oración que, de alguna manera, tiene directa vinculación con lo que es hoy nuestro diario vivir y esperar en Cristo. Y pensé compartir esto, porque es una oración intensa, madura, necesaria. Fue como si el profeta le hubiera dicho a Dios que su oración no fue respondida. El Señor le había dicho: “Habacuc, yo quiero que vivas tu vida por medio de tu fe. Que confíes en mí. que permanezcas en la torre de vigía donde te instalé.” Es obvio que en la vida de Habacuc, ocurrió un gran cambio. Esa experiencia gloriosa que él pasó en la torre de vigía y esa paciente espera por una respuesta por parte de Dios, lo llevó al punto de tener una verdadera fe, y no sólo eso, sino que abrió sus ojos a una realidad de la cual no era consciente anteriormente. Así es que este es un cántico, que muy bien podríamos estar ejecutando y cantando a todo pulmón hoy mismo, ahora mismo.

Dice Habacuc 3: Oración del profeta Habacuc, sobre Sigionot. Oh Jehová, he oído tu palabra, y temí. Oh Jehová, aviva tu obra en medio de los tiempos, En medio de los tiempos hazla conocer; En la ira acuérdate de la misericordia. Dios vendrá de Temán, Y el Santo desde el monte de Parán. Selah Su gloria cubrió los cielos, Y la tierra se llenó de su alabanza. Y el resplandor fue como la luz; Rayos brillantes salían de su mano, Y allí estaba escondido su poder. Delante de su rostro iba mortandad, Y a sus pies salían carbones encendidos.  Se levantó, y midió la tierra; Miró, e hizo temblar las gentes; Los montes antiguos fueron desmenuzados, Los collados antiguos se humillaron. Sus caminos son eternos. He visto las tiendas de Cusán en aflicción; Las tiendas de la tierra de Madián temblaron. ¿Te airaste, oh Jehová, contra los ríos? ¿Contra los ríos te airaste? ¿Fue tu ira contra el mar Cuando montaste en tus caballos, Y en tus carros de victoria? Se descubrió enteramente tu arco; Los juramentos a las tribus fueron palabra segura. Selah Hendiste la tierra con ríos. Te vieron y tuvieron temor los montes; Pasó la inundación de las aguas; El abismo dio su voz, A lo alto alzó sus manos.

El sol y la luna se pararon en su lugar; A la luz de tus saetas anduvieron, Y al resplandor de tu fulgente lanza. Con ira hollaste la tierra, Con furor trillaste las naciones. Saliste para socorrer a tu pueblo, Para socorrer a tu ungido. Traspasaste la cabeza de la casa del impío, Descubriendo el cimiento hasta la roca. Selah Horadaste con sus propios dardos las cabezas de sus guerreros, Que como tempestad acometieron para dispersarme, Cuyo regocijo era como para devorar al pobre encubiertamente. Caminaste en el mar con tus caballos, Sobre la mole de las grandes aguas. Oí, y se conmovieron mis entrañas; A la voz temblaron mis labios; Pudrición entró en mis huesos, y dentro de mí me estremecí; Si bien estaré quieto en el día de la angustia, Cuando suba al pueblo el que lo invadirá con sus tropas. Aunque la higuera no florezca, Ni en las vides haya frutos, Aunque falte el producto del olivo, Y los labrados no den mantenimiento, Y las ovejas sean quitadas de la majada, Y no haya vacas en los corrales; Con todo, yo me alegraré en Jehová, Y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza, El cual hace mis pies como de ciervas, Y en mis alturas me hace andar. Al jefe de los cantores, sobre mis instrumentos de cuerdas.

Lo llamativo de esta oración hecha cántico, es que se ejecuta a continuación del juicio contra Babilonia, en una tremenda similitud con un tiempo actual donde, precisamente, si bien no ha sido juzgada, sentenciada y ejecutada, la Gran Ramera, esa que es un paralelo de lo genuino, tampoco sé si ya ha caído, pero sí puedo asegurarte que la pandemia y sus consecuencias, le han asestado un golpe de muerte. Ya nada es igual ni lo será, todos lo sabemos, todos lo esperamos, todos lo hemos orado mucho tiempo, y ahora todos confiamos. El profeta le pide a Dios que avive su obra en medio de los tiempos, y eso es exactamente lo que Dios está haciendo en estos días. Le recomienda que en la ira se acuerde de su misericordia, y también esto estamos viendo a cada paso. Dice que hizo temblar a las gentes, y tú puedes ver al miedo, que es casi terror, inundando rostros y corazones. Pero recuerda que los juramentos a las tribus, que es el equivalente a las grandes promesas escritas, son hoy una palabra segura. Dice que la tierra ha sido hollada, lo cual es verdad, y las naciones trilladas, cosa que también estamos viviendo. Que fue traspasada la cabeza de la casa del impío, que es como decir que ningún poderoso humano ha podido arrogarse victoria alguna en este marco de derrota total.

En suma, concluye señalando que, al igual que tantos y tantos hombres y mujeres anónimos de Dios en este tiempo, se alegrarán en Su Nombre, se gozarán en lo que es y seguirá siendo el Dios de su salvación, en el que jamás dejó de ser su enorme fortaleza, en el que vuelve nuestros pies como de ciervas y en las alturas nos hace andar. A todos estos los ha reunido, al igual que lo hiciera Habacuc, para ser testigos de una sentencia que ha traspasado tiempos, distancias, etapas, épocas, pandemias, aislamientos, contagios, recuperaciones y muertes. Es como si parafraseando el inicio del capítulo 2 de este libro, yo tuviera el valor y la autoridad para decir: Sobre mi guarda estaré, y sobre la fortaleza afirmaré el pie, y velaré para ver lo que se me dirá, y qué he de responder tocante a mi queja. Y allí será donde Dios mismo me responda y me diga:  Escribe la visión, (Es lo que estoy tratando de hacer, Padre)  y declárala en tablas, (Que hoy podríamos denominar humildemente un sencillo Blog) para que corra el que leyere en ella. (Correr aquí no es huir, es acudir a la pelea, a la entrega final)  Aunque la visión tardará aún por un tiempo, mas se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará. (Ten confianza, dice el Señor, Él no tardará. Así será.) He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; (Ese es el mundo, los gobiernos, los especialistas, los poderosos)  mas el justo por su fe vivirá. (Ese eres tú. Ese soy yo, Esos somos los genuinos hijos de Dios, los ungidos de este siglo veintiuno.

Comentarios o consultas a tiempodevictoria@yahoo.com.ar

noviembre 14, 2020 Néstor Martínez